Palabra de Dios y compromiso en el mundo

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Rafael Jiménez

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Feb 14, 2011, 2:22:01 PM2/14/11
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Cardenal Peter K.A. Turkson   

MADRID, sábado, 12 de febrero de 2011 (ZENIT.org). Publicamos la conferencia que pronunció el cardenal Peter Kowdo Appiah Turkson, presidente del Consejo Pontificio "Justicia y Paz", el 9 de febrero, durante la clausura del Congreso "La Sagrada Escritura en la Iglesia", promovido por la Conferencia Episcopal Española.


* * *

INTRODUCCIÓN:

Saludo cordialmente a Su Eminencia, a los Excelentísimos señores Arzobispos y Obispos, a los muy apreciados Sacerdotes, y a todos ustedes: mis Hermanos y Hermanas en la llamada única a seguir a Jesús como discípulos.

Porto conmigo los saludos y los mejores deseos en la oración del Pontificio Consejo "Justicia y Paz". Confío en que vuestras jornadas aquí, reflexionando sobre la Sagrada Escritura como Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, hayan sido muy fructíferas. Aunque ya existen muchas versiones de la Biblia en castellano[1], esta ha sido una ocasión para la presentación de la espléndida nueva Biblia de la Conferencia Episcopal Española[2]. Esperamos que el gran trabajo realizado en la elaboración de esta versión, mejorando su fidelidad a los textos originales, la haga más "comunicativa con la cultura moderna", y contribuya a que los cristianos vivan adecuadamente sus compromisos en el mundo.

Esta mañana, desearíamos dirigir, para clausurar este congreso, la consideración de la Palabra de Dios en la Escritura, no sólo como fuente de vida y alimento de la Iglesia, sino también como fuente y contenido de la misión misma de la Iglesia y de su actividad en el mundo.

PRIMERA PARTE

La Palabra de Dios como Revelación del Compromiso de Dios en el mundo

Queremos advertir en primer lugar que la Palabra de Dios es fuente y contenido del compromiso de la Iglesia en el mundo, porque es, primeramente y ante todo, revelación del propio compromiso de Dios en el mundo. Y así, a grandes rasgos, podemos inmediatamente contemplar, cómo la Palabra de Dios revela su compromiso con el mundo:

como palabra de la creación en los primeros capítulos de la Biblia.

como palabra de la llamada y de la alianza en la historia de la vocación de la salvación de Abrahán y de Israel

como palabra de la llamada, de la presencia y de la salvaciónen la encarnación, ministerio, pasión y resurrección de Jesús, y

como palabra de la llamada misionera (evangelización) y del ministerio en Pentecostés y en la vida de la Iglesia a través de los siglos. Este último punto coincide explícitamente con el tema que me ha sido asignado para esta mañana: el compromiso de la Iglesia en el mundo

1. La Palabra de la Creación:

La primera instancia de la revelación de la Palabra de Dios al mundo, fue en realidad, en la creación. La serie de expresiones "Dios dijo" (ר מ א י ו) realizaron "la irrupción en el silencio de la nada"[3] para producir la realidad creada. La Palabra de Dios ("y Dios dijo: hágase...") transformó el "caos" en los albores de la creación en un "cosmos", un ordenado sistema mundial, capaz de sustentar la vida humana.

El prólogo del Evangelio de Juan expresa bellamente este primer compromiso de la palabra de Dios con el mundo como "creación": "Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe" (Jn 1, 3; cfr. Is 45, 12. ss; Job 38,4; Neh 9,6 etc.). Lo que ha sido llamado a la existencia por la Palabra de Dios era "vida". La Creación nace de la Palabra de Dios que supera la nada y crea vida.

La Creación, sin embargo, no es un encuentro fugaz de la Palabra de Dios con el mundo. Creación denota más específicamente un sostenido encuentro de su Palabra con el mundo, que continúa en la existencia, porque Dios continúa a sostenerlo con su Palabra. Dios está siempre comprometido con la creación, obra de sus manos; y es éste el sentido de la creación como cosmos, el que mejor ilustra el poder sustentador de su palabra en la creación. "Cosmos" (κοσμέω --- cfr. cosméticos) describe el mundo creado como un ordenado y adornado sistema. Ello connota belleza y bondad, porque hay orden; y esto es en lo que la Palabra de Dios ha transformado el caos (el tohu wabohu) en la creación. Así, el caos ante la presencia de y con la Palabra de Dios se convierte en un cosmos. Por el contrario, el cosmos privado de, y sin la Palabra de Dios se revertirá en caos. La continuada existencia y evolución del cosmos, por lo tanto, se debe al poder creador y transformador de la Palabra de Dios siempre presente en el mundo. Así fue dicho por el profeta: "(Dios) no la creó caótica, sino que para ser habitada la plasmó" (Is 45, 18).

El compromiso de Dios para el mundo, como un sistema creado, es revelado no sólo por el sustento de la Palabra y la permanencia de la creación en el ser; es también dado a conocer por el cumplimiento del designio de Dios en el mundo por medio de su Palabra (Is 55, 10ss). En este sentido, para el mundo sería una situación crítica y arriesgada el hecho de estar sin la Palabra de Dios, ya sea a causa de sus propios pecados (Amós 8, 11) ya sea por la falta de profetas y sacerdotes (Sal 74, 9).

Por tanto, los relatos de la creación, nos muestran a Dios que actúa en el mundo como fuente de vida y amante de la vida, estableciendo, de este modo, orden y belleza, y disipando el caos y la confusión; la confusión de roles e identidades conduce al caos. Dios es, pues, promotor y amante de la vida.

2. La palabra de la Llamada y de la Alianza

La segunda instancia de la revelación de la Palabra de Dios en el mundo, como una expresión del compromiso de Dios con lo que ha creado, es la historia de la salvación del ser humano, la cual también tomó la forma de una "llamada" (la palabra de la llamada). Ésta inicia con la vocación de Abrahán, que luego condujo a la llamada de Israel como pueblo de Dios. En Abrahán y en su descendencia, el pueblo de Israel, la Palabra de Dios, de llamada se tradujo en promesa y bendición, por la cual Dios se compromete con Abrahán y su descendencia por medio de una serie de alianzas, gratuitas iniciativas de Dios, que les ofrece su amistad y los invita a la comunión y a la fraternidad.

Así, Dios llamó a Abrahán en Ur de los Caldeos, le prometió hacer de él una gran nación, un gran nombre, y que sería una bendición para todas las familias de la tierra (Gn 12, 1-3). La vida de los patriarcas Isaac y Jacob supuso el inicio de la realización de los contenidos de las promesas incluidas en la primera palabra de la llamada dirigida a Abrahán

Esta primera palabra de la llamada condujo a una segunda palabra de la llamada, la que sacaría de Egipto a los hijos de Israel. "De Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1; Ex 3,6 ss). Nuevamente, Dios, de acuerdo con esta llamada, se comprometió con los hijos de Israel en un pacto sobre el Monte Sinaí (Ex 19-20; 24; Dt 5, 2; 29; Jr 11, etc.): "Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo". Esta fue la idea-clave de aquella alianza; y Dios se estableció con Israel en "la tierra prometida".

El surgimiento de los Jueces y de los Reyes -sobre todo la elección de David (2 Sam 7), a quien Dios prometió "mantener siempre una lámpara encendida delante de él en Jerusalén"-, la unción real y la vocación profética pertenecen al ámbito del compromiso de Dios con Israel como su pueblo y heredad.

A través de su palabra, como palabra de la llamada y como palabra de la alianza, Dios se comprometió con la descendencia de Abrahán, el pueblo de Israel, con una serie de alianzas que fueron introduciéndolo en la comunión con Dios, aun cuando Israel daba muestras de ser indigno de ello. La iniciativa era siempre de Dios. Su amor y su misericordia, y no los méritos de Israel, sostenían su llamada y su alianza con él.

En esta fase de la historia de Israel, el compromiso de Dios toma la forma de la revelación de la absoluta gratuidad de su condescendiente iniciativa de comprometerse a sí mismo con la humanidad en alianzas, proyectándola en la amistad y la comunión. En la consiguiente relación, Dios revela el amor, la misericordia, la compasión y la fidelidad con la cual se compromete con el mundo y la humanidad, mientras que mantiene ante el mundo las virtudes de la paz, la justicia, la seguridad, la fraterna preocupación, la honestidad y la fidelidad, enseñando a cultivarlas. La historia de las "alianzas" (conduciendo a la "nueva y eterna alianza en la sangre de Cristo") es la historia del incansable compromiso y vinculación de Dios con el hombre y con su mundo. Como en la proverbial "madre" de la profecía de Isaías (Is 49, 15), Dios no puede olvidar a "su hijo pequeño", el mundo y el hombre que Él ha creado.

El exilio de Babilonia concluye esta fase de la existencia de Israel en la "tierra prometida"; pero esto fue para conducir a otra palabra de la llamada a través de la cual Dios restauraría a su pueblo en la "tierra prometida". En efecto, cuando Dios "tomó de la mano derecha, a Ciro, lo ungió y lo llamó por su nombre" (Is 45, 4; 48, 15), lo cual era para el bien de Israel, su elegido; era "para erigir la ciudad de Dios y realizar el propósito de Dios sobre Babilonia" (Is 48, 14b).

En el período del post-exilio y en cumplimiento de la completa liberación de su pueblo para servirle sólo a él y en santidad, Dios llamó a su siervo y abrió su oído para que escuchara el mensaje dirigido a su pueblo y posteriormente también para las naciones (Is 50, 4-5). "Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones" (Is 42, 6). En la unción y el poder del Espíritu de Dios, el siervo de Dios fue enviado no sólo para portar buenas nuevas y anunciar el año de gracia de Dios (Is 61, 1-2), sino para identificarse con los pecados de su pueblo. En solidaridad con ellos, él sufrió vicariamente por sus pecados para hacerlos justos (Is 53, 11-12). Esta fue otra llamada; y fue la llamada del Mesías.

Ya en el contexto de las relaciones de la alianza, Dios realizó ciertos signos de su bendición para con el mundo referidos a personas individuales. Abrahán fue como un signo de bendición para Abimelec; y José lo fue de igual modo para la tierra de Egipto. De modo semejante, Dios instituyó a Moisés como representante corporativo del pueblo, asumiendo en él mismo la suerte y el destino del pueblo (Ex 17, 10 ss.; 32, 32). Dios elegiría ciertos individuos y pueblos para ejercer roles través de los cuales Él mostrará su compromiso con el mundo y realizará sus propósitos en la vida de su pueblo, aun cuando esos roles fueran de meros intermediarios y representantes.

En la llamada y la misión del Siervo de Yahvé, en la profecía de Isaías, esta ulterior forma de compromiso de Dios con el mundo, en concreto, a través de figuras representativas y corporativas llegó a ser prominente. En la figura del Siervo de Yahvé, Dios preparó y dispuso a su Siervo, que no solo actuó en nombre de Dios, sino que también actuó vicariamente en nombre del pueblo de Dios para justificarlo (Is 52, 13-53,12): "Mi servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos" (Is 53, 11).

La actividad vicaria del Siervo de Yahvé forma parte del compromiso y vinculación de Dios con el mundo, pues muestra cómo un individuo puede, en nombre de Dios, llevar a cabo el plan de Éste para con el mundo, lo cual ha servido de preparación para la venida y la misión de Jesucristo, el Mesías: Él es la definitiva y plena revelación del compromiso de Dios para con el mundo.

3. La "Palabra" se hace carne: la presencia de Dios que salva

En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios descendió a la tierra, tomó carne y habitó entre los hombres. Como palabra-hecha-carne, la Palabra de Dios continua llamando a la humanidad a la vida y a la verdad que conduce a la vida; y llega a ser además presencia de Dios entre los hombres. Así, en Jesús, la palabra encarnada, la revelación del compromiso de Dios en el mundo y para el hombre fue expresada como una presencia: la presencia de Dios que sana, consuela, enseña, palpa y es palpada; la presencia que expulsa los demonios, perdona los pecados, y redime o salva; es la presencia que revela el infinito amor paternal de Dios. Pues "Dios ha amado tanto al mundo que envió a su hijo", palabra de vida eterna (Jn 6, 68), para que sus hijos tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10).

Jesús, la palabra-hecha-carne, continúa su llamada, que fue inicialmente dirigida a sus discípulos, sus primeros seguidores. Aquellos que vinieron para estar con Jesús y a quienes Él envió a predicar en su nombre. Para su bien, Jesús se santificó a sí mismo, para que también ellos pudieran ser santificados. (Jn 17, 19). Él los protegió en el nombre del Padre y veló por ellos (Jn 17, 12): "Padre Santo, protégelos en tu nombre, [el nombre] que tú me has dado" (Jn 17, 11). El aseguró a sus seguidores que estaría con ellos hasta el fin, y oró para que "aquelosa a quienes él ha revelado el nombre del Padre" (Jn 17, 6) puedan estar con Él donde él está, para ver su gloria (Jn 17, 24). Así, el amor del Padre por el Hijo y el Hijo mismo estarían con ellos.

De hecho, "Jesús amó siempre a los suyos que estaban en el mundo, y los amó hasta el final" (Jn 13, 1)[4]; y Él mostró la profundidad de su amor por sus discípulos cuando se reclinó con ellos en la mesa de la última cena. Ahí, Jesús actuó su compromiso con sus seguidores en dos sentidos: Él se mostró a sí mismo como servidor de todos, lavando sus pies ("Yo estoy entre vosotros como uno que sirve"); y a través de los signos sacramentales del pan partido y el vino ofrecido. Él se entregó a sí mismo como oblación por sus seguidores, y les ofreció esta oblación como comida (alimento). Pero esto no acabó ahí. Jesús hizo que este acto de total oblación fuera presencia permanente suya por medio de la institución de la Eucaristía en la última cena. "Si el mundo antiguo había soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre -aquello por lo que el hombre vive- era el Logos, la sabiduría eterna, ahora este Logos se ha hecho para nosotros verdadera comida como amor".[5]

Con el nacimiento de Jesucristo, la Palabra de Dios asumió la carne, se hizo un hombre y una presencia en el mundo. Al hacerse hombre, Jesús fue reconocido como quien ha "tomado la condición de un esclavo" (Flp 2, 7), se ha hecho "cordero de Dios" (Jn 1, 36) además de "sacerdote y víctima de sacrificio" (Hb 9-10); se identificó con los pecadores, aceptando su bautismo (Mt 3, 13); asumió sus pecados y murió por el pueblo (Jn 18, 12); se hizo como uno "sin hogar" para estar junto los que no tienen hogar (Mt 8, 20; Lc 9, 58). El compromiso de Dios en el mundo asumió - en la "Palabra de Dios hecha carne"- una característica y significativa forma de solidaridad con la humanidad. Como presencia en la carne, Jesús se abrazó a los pequeños en una muestra de afecto. Él tocó a los enfermos, los sanó y los consoló, y ellos se acercaron a Él y lo tocaron. Él visitó a los enfermos y a los compungidos. Mostró su compasión, hacia las necesidades físicas de los hambrientos, hacia los ignorantes y hacia los entendidos, atendiendo las necesidades espirituales del perdón de los pecados, de la reconciliación y de la liberación de los espíritus inmundos. En síntesis, la vida y la misión de Jesús, la Palabra encarnada de Dios, revela el compromiso de Dios en el mundo en la múltiple forma de gestos, acciones y servicios que, estando centrados en Dios, van dirigidos a procurar el bienestar del hombre y su mundo.

Y lo más importante, Jesús percibió la exigencia de su misión, por ello eligió a sus seguidores (discípulos), preparándolos y dándoles poder para dicha misión. Con ellos, celebró la primera Eucaristía y la confió a ellos como un signo efectivo de su permanente e indefectible presencia, la máxima revelación del permanente compromiso de Dios con el mundo.

4. La palabra de la llamada misionera a evangelizar

A través del encargo misionero que Jesús confió a sus seguidores, como apóstoles, el Logos, palabra de la llamada de Dios, continúa su obra, pero ahora como "palabra de la llamada misionera", y difundiéndose entre "todos aquellos que a través de su [apóstoles] palabra llegarán a creer en Él [Jesús]" (Jn 17, 20). Estos podrían ser "las otras ovejas que nos son de este redil; también a ésas debo conducir; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, bajo un solo pastor" (Jn 10, 16).

En Pentecostés, esto comienza a suceder. La Palabra de Dios que acompañó la predicación de Pedro hasta reunir tres mil personas de distintas procedencias en torno a los discípulos de Jesús, da origen a la Iglesia. Ahí, a través de la Palabra de Dios, la oración, la fracción del pan y la fraternidad, la presencia de Dios con su pueblo fue celebrada y continúa celebrándose hasta nuestros días. "Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos" (Mt 18, 20). La presencia del Señor que actúa entre sus seguidores los hace testigos suyos, extensión de su ministerio en el mundo hasta el final de los tiempos, y por tanto, extensión de la revelación en Jesús del compromiso del Padre para con el mundo, su creadora y convocadora palabra de salvación. El compromiso de la Iglesia en el mundo debe ser una continuación y un signo del propio compromiso de Dios revelado en Jesús. Se deriva de Cristo, su cabeza, y es predicación suya. Así, la Palabra de Dios en su forma preeminente e inspirada, que es la Escritura, y en sus formas derivadas en las enseñanzas de la Iglesia, constituye la fuente de todas las formas de compromiso de la Iglesia en el mundo.

El compromiso de la Iglesia en el mundo, por lo tanto, puede ser solo de un tipo - de hecho un sacramento - el del compromiso de Dios revelado en la Palabra

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