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¿CREYENTES O DISCIPULOS?
Por Donizetti Barrios
INTRODUCCION:
Discípulo: del griego “Mathetes”. Un aprendiz (de “Manthaño”, aprender, de la raíz “Math” que es indicativa de pensamiento acompañado de esfuerzo), en contraste con “Didaskalos”, un maestro. Un discípulo es uno que sigue la enseñanza de otro. Y no es sólo uno que aprende, sino un partidario, de ahí que se les mencione como imitadores de su maestro.
Sinónimos de discípulo: escolar, colegial, alumno, estudiante, educando, adepto, partidario, seguidor.
Discípula: del griego “Mathetria”, como en el caso de Tabita
“Había entonces en Jope cierta discípula de nombre Tabitá (que significa Gacela*). Esta estaba llena de buenas obras y de limosnas que hacía”. (Hechos 9:36 B.T.)
*En griego es la palabra “Dorcas”, en Arameo es Tabitá y en castellano es gacela.
Jesús fue un rabino muy particular en su ministerio, pues fue el único en romper con la antiquísima tradición de no tener mujeres como discípulas. Lucas 8:1-3 nos relata que no sólo tuvo mujeres en su grupo discipular, sino que algunas le servían y hasta financiaban económicamente su ministerio.
Para los apóstoles fue muy sorpresivo ver a Jesús conversando con una mujer en la calle, y peor aún, una mujer de mala reputación, y mucho peor, samaritana, de una raza y religión odiada por los judíos (Juan 4:27). Aún Jesús llegó más lejos, enseñó a mujeres a domicilio, como fue el caso de Marta y María, hermanas de Lázaro (Lucas 10:38-42).
Para un rabino judío hablar con una mujer en la calle era un desprestigio social, y también cuando iba de visita a una casa, pues en esos casos las mujeres debían irse y dejar que los varones adultos se ocupasen del rabino y hablasen con él los asuntos de la religión.
Sin embargo para Jesús no hubo esa discriminación hacia la mujer, sino que la reivindicó y hasta la ascendió al grado de discípula. Por tal motivo el cristianismo nunca promueve que un sexo sea superior a otro, sino diferente, aunque sí aclara que la voluntad de Dios sea el sometimiento de la esposa al esposo para el fin de que el marido la pueda honrar, cuidar y amar como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella.
Y aunque Jesús fue un rabino poco tradicionalista también fue muy típico en otros aspectos, por ejemplo en el vestuario, en el hecho de usar parábolas para la enseñaza y hasta en las expresiones, como en aquella consabida frase rabínica de la época: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí…” (Mateo 11:29). Expresión esta que indicaba que un talmidim (discípulo), siempre debía enseñar a otros lo que su rabino le había enseñado.
Sólo en un caso excepcional un rabino podía decir: “oísteis que fue dicho, mas yo os digo…” terminología que sólo usaba el rabino había recibido la S’mijá, un título legal que le autorizaba a hacer sus propias interpretaciones de La Torá (la ley).
Sólo en estos casos especiales un rabino podía dejar de llevar el yugo de su anterior rabino e imponer el suyo, es decir, dar su propia interpretación a sus discípulos.
Jesús, siendo un rabino de apenas treinta años, llegó a decir: “oísteis que fue dicho, mas yo os digo…” y por eso la gente se decía: “este habla como quien tiene la autoridad. De dónde la habrá sacado, si es tan jovencito”.
Por que para obtener la S’mijá se requería ser un rabino veterano, muy sabio, reconocido, y que la autoridad se la hubiesen conferido tres rabinos, de los cuales, al menos uno de ellos tuviese la S’mijá.
El papel de rabino de Jesús, de maestro, aún no termina, el sigue impartiendo enseñanza a sus discípulos en el día de hoy a través de la persona del Espíritu Santo. Es por ello que un cristiano no puede ser un simple creyente, sino discípulo.
LOS DEMONIOS SON CREYENTES EN DIOS
“¿Tú crees que Dios es uno? Haces bien.
También los demonios creen, ¡y tiemblan!”. (Jacobo 2:19 B.T.* )
*B.T. es la Biblia Textual de la Sociedad Bíblica Iberoamericana. En algunas traducciones de la Biblia la epístola del apóstol Jacobo aparece con el nombre en castellano de “Epístola de Santiago”
Si los demonios creen en Dios, entonces, ¿cuál es la diferencia entre un demonio y un cristiano?
Antes de proseguir, es pertinente aclarar que en el siguiente trabajo la palabra creyente estará siendo usada en la connotación de alguien diferente a un discípulo, de alguien convencido pero no convertido, de alguien que cree en la doctrina de Jesús pero no se ha comprometido con ella para hacerla vivencial.
Dicho lo anterior, podemos decir entonces que un verdadero cristiano no es simplemente un creyente, sino que es una persona que pasó al siguiente nivel, al de discípulo. Si una persona dice creer en Dios y no se hace discípula del rabino Jesucristo, del Dios Hijo, entonces es un simple creyente y está al mismo nivel de un demonio, hace parte de la “ADCJ” (Asociación de Demonios Creyentes en Jesús).
Hay básicamente siete diferencias entre un creyente y un discípulo:
DIFERENCIA UNO.
Un creyente es uno que simplemente manifiesta dar crédito a lo que oye. Es aquel que acepta como verdaderas las tesis de Jesucristo. Inclusive las ve plausibles, maravillosas, hermosas, muy bonitas, dignas de difundirlas masivamente. Pero se queda allí, en ese nivel, en el de simple creyente y hasta admirador.
Un discípulo es aquel que igualmente manifiesta dar crédito a lo que oye. Acepta como verdaderas las tesis de Jesucristo, las ve plausibles, maravillosas, dignas de aceptarlas y hasta difundirlas, pero no se queda allí, en ese nivel de simple creyente y admirador, sino que trasciende al siguiente nivel que es el de un discípulo, un seguidor, un partidario, un alumno, un estudiante que aprende de su maestro y permanece en las palabras de su maestro siéndole obediente.
“Hablando El estas cosas, muchos creyeron en El.
Decía entonces Jesús a los judíos que le habían creído:
Si vosotros permanecéis en mi palabra,
sois verdaderamente mis discípulos”. (Juan 8:30-31 B.T.)
“Pero sed hacedores de la palabra,
y no sólo oidores, engañándoos a vosotros mismos”.
(Jacobo 1:22 B.T.)
DIFERENCIA DOS.
Un creyente no ha sido salvado, no tiene su nombre escrito en libro de la vida y por ello no ha separado su lugar en el cielo. Aún es posible que tenga una religión y sea muy fiel a ella. Es probable que comparta una fe o un sistema de dogmas que abrazó por convicción propia, o por fidelidad a una tradición familiar, o por herencia cultural, pero de ningún modo está experimentando la dicha de la salvación de su alma.
Y la salvación es algo que se recibe en vida, no después de muerto, y sólo la da Cristo.
“Y en ningún otro está la salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres,
en el que podamos ser salvos ”. (Hechos 4:12 B.T.)
Cuando una persona ha sido salvada por Jesucristo, ello se evidencia en su nueva vida, hay frutos, obras que atestiguan lo sucedido.
En el caso del discípulo, éste está gozando del regalo de la salvación, y ello se pone de manifiesto en sus obras, pues anda en nueva vida y hay frutos que lo evidencian.
“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe;
y esto no es de vosotros, es el don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe.
Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios preparó”. (Efesios 2:8-10 B.T.)
Los cronistas cuentan que Martín Lutero, quien inició la Reforma Protestante el 31 de octubre de 1517 en Alemania, estaba feliz de haber descubierto en la epístola a los Romanos que el justo por la fe vivirá y somos salvos por gracia y no por obras. Sin embargo, cuando leyó Jacobo 2:14-26 su semblante decayó y se sintió muy confundido, turbado, angustiado.
“¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga que tiene fe,
sino tiene obras? ¿Acaso puede tal fe salvarlo?
Así también la fe, sino tiene obras, está muerta en sí misma.
¿Tú crees que Dios es uno? Haces bien.
También los demonios creen, ¡y tiemblan!”.
(Jacobo 2:14, 17, 19 B.T.)
¿Cómo es posible que Jacobo contradiga al apóstol Pablo? ¿Cómo puede Jacobo hablar de obras si Pablo claramente dice en Romanos y Efesios que las obras no salvan a nadie, que la salvación es por gracia, por regalo inmerecido de Dios?
Lutero no fue iluminado con la respuesta en ese momento, y por ello, dice la historia, concluyó que Jacobo estaba hablando bobadas y decidió arrancar de su Biblia esa epístola.
Hoy en día sabemos la respuesta a esa inquietud que martirizó a Martín Lutero. Evidentemente entre los apóstoles Pablo y Jacobo no hay ninguna contradicción, no hay discrepancias doctrinales. La paradoja que se presenta entre “las obras y la fe”, para la salvación del alma, se aclaran fácilmente cuando se armonizan los textos de Jacobo 2:14-26 y Efesios 2:10.
Si alguien dijese: “la fe no se puede ver, eso es algo invisible”, habría que contestarle que la fe verdadera, la fe salvífica, la fe viva, no la muerta, sí se puede ver, y se ve a través de las obras del que profesa dicha fe.
Pablo asegura que somos salvos para buenas obras. Y Jacobo aclara que la fe verdadera es aquella que se muestra con las buenas acciones, con las buenas obras. En otras palabras, nadie se salva por buenas obras, sino para buenas obras. Las obras no son la causa de la salvación, sino el efecto, el resultado.
Cristo salva a una persona con el propósito de que lleve mucho fruto, y esto es algo natural para un discípulo, algo normal. Nadie ha visto jamás a un manzano hacer esfuerzos para dar manzanas. Ni ha visto nunca a un naranjo estresado por que no va a dar naranjas. Un verdadero manzano siempre dará manzanas. Y un verdadero naranjo siempre dará naranjas, eso es algo natural, normal.
Cuando una persona ha creído en Cristo y se ha hecho su discípula, entonces ha pasado de un estado de condenación a un estado de salvación, ha adquirido un status diferente, tiene una nueva naturaleza según Dios y esa nueva naturaleza le permitirá dar frutos de justicia, hacer buenas obras, las obras de Dios y no las del diablo.
“En esto resulta glorificado mi Padre:
en que llevéis mucho fruto y seáis así mis discípulos.
No me elegisteis vosotros a mí,
sino que Yo os elegí y os puse para que vayáis
y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca;
para que todo lo que pidáis al Padre
en mi nombre, os lo dé”. (Juan 15:8, 16 B.T.)
“El que practica el pecado procede del diablo,
pues el diablo peca desde un principio.
Para esto fue manifestado el Hijo de Dios:
para que destruyera las obras del diablo.
Todo el que es nacido de Dios no practica el pecado,
porque la simiente de Dios permanece en él;
y no puede pecar, porque es nacido de Dios”.
(1 Juan 3:8, 9 B.T.)
¿Lo anterior quiere decir entonces que un discípulo de Cristo nunca peca?, ¿qué jamás comete una falta?
De ninguna manera, la impecabilidad del cristiano no es una realidad, Jesucristo es muy consciente de que el cristiano siempre tendrá conflictos con el pecado, y por ello a través del apóstol Juan ha declarado lo siguiente a sus fieles seguidores:
“Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.
Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo
para perdonarnos los pecados y limpiarnos
de toda maldad. Si dijéramos que no hemos pecado,
lo hacemos mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Hijitos míos, estas cosas os escribo
para que no pequéis. Pero si alguno peca,
abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo el justo”.
(1 Juan 1:8, 9, 10; 2:1 B.T.)
Una cosa es “practicar” el pecado, y otra muy diferente “incurrir” en el pecado. El que practica el pecado es un hijo de Satanás, según lo que ha dicho el apóstol Juan. Y un practicante es aquel que ejerce una actividad de manera continua, repetitiva, consciente y deliberada. Es por ello que un Hijo de Satanás peca como la cosa más normal de la vida. Para él el pecado es su modus vivendi, es el pan de cada día, es lo más normal, es lo cotidiano. Inclusive puede ni siquiera tener conciencia de que está haciendo algo malo y por ello no tener remordimientos.
Un hijo de Dios, un discípulo de Cristo, en cambio, aunque tiene plena conciencia de lo que es un pecado y mentalmente lo rechaza como algo nocivo, dañino para su vida, puede sucumbir eventualmente ante él en un momento de debilidad, de fuerte tentación. Pero una vez que ha incurrido en la falta, su espíritu es redargüido por el Espíritu Santo y le lleva a un profundo y sincero arrepentimiento que procura el perdón divino y la restauración de la comunión con Dios.
El pecado no es algo normal para un discípulo de Cristo, su nueva naturaleza lo rechaza como rechazaría un insecto que le camina por la cara, pues eso es algo contrario a su naturaleza, es algo molesto, fastidioso. Es por ello que hay que ser sensibles a la acción del Espíritu Santo que nos convence de nuestro pecado, acudir de inmediato a Cristo como nuestro perdonador y abogado defensor ante el padre y recibir por la fe el perdón y la restauración de la comunión espiritual, pues todo pecado provoca un corto circuito en la comunión con Dios.
El pecado del cristiano, de un discípulo de Jesús, no le hace perder la salvación, ni la relación de Padre a hijo que se tiene con Dios, pero sí la comunión con Él. Aparte de ello el Espíritu Santo es contristado, se recibe la disciplina divina, se mancha el testimonio público, se acarrea con las consecuencias naturales del pecado y se pierden galardones ante el Tribunal de Cristo.
DIFERENCIA TRES.
Un creyente es una persona que nunca murió a sí misma, y por lo tanto, nunca resucitó con Cristo. Esta persona cree en Dios, a su manera, o a la manera de su religión en particular, y se resiste a ser crucificada y sepultada. Es alguien que se mantiene muy vivo, aunque realmente está vivo para el mundo pero muerto para Dios.
Un discípulo, por el contrario, es un verdadero cadáver, es un difunto, es una persona que por su propia voluntad decidió morir a sí misma, a su ego, crucificarse con Cristo, sepultarse con Cristo y… ¡excelente noticia!... ¡resucitar con Cristo!
Un verdadero discípulo es en un sentido un cadáver, pues ha muerto al pecado. Y en otro sentido, un resucitado, por el Espíritu Santo que lo vivificó para que de ahora en adelante viva para Dios en vida nueva.
El apóstol Pablo escribiendo Romanos 7:7-24 reconoce que él es un hombre frustrado, religioso, muy religioso, un rabino fariseo y muy celoso de su religión y sus tradiciones, pero altamente frustrado. Y ello, por el hecho de que el bien que quiere hacer, no lo puede hacer, y el mal que no quiere hacer, ese es el que hace. De ahí su triste conclusión en los versículos del 21 al 24
“Así que, queriendo yo hacer lo bueno, hallo esta ley:
El mal está presente en mí. Porque según el hombre interior,
me deleito en la ley de Dios, pero veo otra ley en mis
miembros, que combate contra la ley de mi mente,
y me encadena con la ley del pecado que está en mis
miembros. ¡Yo, hombre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?”. (Romanos 7:21-24 B.T.)
Pero la situación del apóstol no se quedó allí, finalmente este hombre de Dios encontró la respuesta a su angustiosa existencia. El descubrió que aunque su carne, es decir, su naturaleza pecaminosa, su naturaleza adánica, es una herencia genética que le tira hacia el pecado, no obstante hay la posibilidad de anular esa naturaleza que le es inherente y recibir una nueva, con la cual servir a Dios. Por eso es que termina el capítulo siete con una jubilosa exclamación, y luego escribe todo el ocho como una guía para morir a la carne y vivir controlados por el Espíritu Santo.
“¡Pero gracias sean dadas a Dios por Jesucristo
nuestro Señor! Así que yo mismo, ciertamente,
sirvo con la mente a la ley de Dios,
mas con la carne a la ley del pecado”. (Romanos 7:24 B.T.)
Cuando Pablo le escribe a los Gálatas les revela con mucha sinceridad que fue lo que pasó en su vida, cómo fue que pudo salir de esa vida de religiosidad frustrante y hacerse discípulo de Jesús y entrar a una nueva dimensión de vida espiritual que le permitiera triunfar sobre su inherente naturaleza pecaminosa
“Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí;
y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del
Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a sí mismo por mí”. (Gálatas 2:20 B.T.)
Todo ser humano es pecador, esa es una herencia genética que recibimos todos los seres humanos. Nosotros no somos pecadores por que pecamos, sino que pecamos por que somos pecadores. Es por ello que un bebé, desde el mismo momento en que se gesta en el vientre de su mamá, ya es pecador. Y no por que haya cometido algún pecado, sino porque el pecado ya está en sus genes, recibió esa herencia genética de sus progenitores. ¿Se va entonces un bebé al infierno? No, Jesús enseñó que de ellos es el Reino de los Cielos (Mateo 19:14). Pues aunque los niños llevan la herencia genética del pecado, aún no tienen conciencia de él.
El rey David, siendo consciente de que un ser humano es genéticamente pecador desde el mismo momento de su concepción, declara en el Salmo 51:5
“Yo sé que soy malo de nacimiento;
pecador mi concibió mi madre”. (Salmo 51:5 N.V.I.)
Y es también por ello entendible que Jesucristo no recibió genes ni de María, ni de José, porque en Jesús no había naturaleza pecaminosa. Él fue completamente Santo. Él fue engendrado por el Espíritu Santo en el vientre de María, sin recibir herencia genética de María. Lo que María recibió en su vientre fue el cigoto divino.
Entonces, si el ser humano recibió desde Adán la naturaleza pecaminosa, es pecador por naturaleza, la única opción que tiene es la de pecar. El ser humano peca sin que nadie se lo sugiera o lo invite a hacerlo, sencillamente por que el mal está en nosotros. Pablo dice que nosotros tenemos un amo que se llama pecado, y que ese amo hace con nosotros lo que se le viene en gana, aunque nosotros mentalmente no lo queramos aceptar. La única manera de poder librarnos de la tiranía del pecado en nuestra vida es muriendo a esa naturaleza. De esa forma, muriendo al pecado, podemos recibir la nueva naturaleza, la naturaleza que Dios nos da. Estando muertos, podemos nacer otra vez, ser engendrados por el Espíritu Santo y ser hechos hijos de Dios.
Mientras nosotros estemos vivos para el mundo, estamos muertos para Dios, entendiendo que muerte quiere decir separación. Entonces, mientras estemos en pecado, estamos separados de Dios
“Aún estando nosotros muertos en los pecados,
nos dio vida juntamente con Cristo…” (Efesios 2:5 B.T.)
Durante la época de la esclavitud un siervo consideraba que podía escapar de los maltratos de su amo y recobrar la libertad si moría. Y por ello algunos abrazaban la muerte como una forma de ser libres en el más allá. Pero otra forma menos cruel de lograr esa libertad era a través de la mediación de una compra. En este caso una persona caritativa compraba al esclavo por dinero en el mercado, y luego de tenerlo bajo su posesión y de poder hacer con él lo que quisiera, le extendía el certificado de libertad.
Con Cristo podemos ver cumplidas ambas figuras. Primeramente podemos decir que Cristo nos compró con su propia sangre y que por ello ya no le pertenecemos al diablo sino a Cristo, él es nuestro nuevo amo, él tiene el título legal de nuestras vidas en sus manos. Y ahora, en lugar de tratarnos como a esclavos, nos hace sus hijos, sus herederos, y nos da libertad, no libertinaje, pues ningún buen Padre daría eso a sus hijos si es que realmente los ama.
“Porque fuisteis comprados por precio. Glorificad,
por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6:20 B.T.)
En segundo lugar podemos decir que el diablo ya no tiene poder sobre nosotros, pues hemos muerto, y al morir terminó el derecho legal que nuestro antiguo amo tenía sobre nosotros. En cambio, ahora que hemos renacido, que hemos nacido de nuevo, aquel que no ha dado la vida es legítimamente nuestro nuevo amo, le pertenecemos a él. Y quien nos ha dado la vida es Cristo.
Es por ello que el bautismo ritual, el bautismo que un cristiano se hace al inicio de su discipulado con Cristo, se realiza en semejanza de la muerte de Cristo.
“¿No sabéis que todos los que fuimos bautizados en
Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?
Por tanto, fuimos sepultados juntamente con El,
para la muerte, por medio del bautismo; para que
así como Cristo se levantó de entre los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros
anduviéramos en novedad de vida” (Romanos 6:3-4 B.T.)
El pastor Juan Carlos Ortiz relata que él acostumbraba a bautizar a los discípulos de si iglesia en Buenos Aires, Argentina, pronunciando las siguientes palabras: “Yo te mato en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Y esa formula bautismal tiene mucho de verdad, aunque no suene muy elegante. El bautismo ritual, en agua, es una representación de la muerte y sepultura que debe sufrir un creyente en Jesucristo para poder ser ascendido a discípulo.
El bautismo ritual no tiene efectos salvíficos, pues es para personas ya salvadas. Y es una representación teatral en tres actos: muerto para Dios y vivo para el mundo; muerte y sepultura con Cristo, muriendo para el mundo (inmersión). Y resurrección con Cristo para vida nueva.
¿Sabe con quién tendrá el mayor problema en su vida cristiana? No será con el diablo, tampoco con el mundo, sino con usted mismo, con su ego, con su yo finito, con su carne. Y la carne no debe confundirse con el cuerpo. La carne es su naturaleza adánica, su naturaleza pecaminosa de ser humano, su apetito por lo malo. Su cuerpo en cambio es templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16).
El éxito de la vida cristiana no está en tratar de ser un buen cristiano, sino en estar muerto y dejar que Cristo viva su vida a través de mí. Como decía Pablo: “no yo, sino Cristo en mí”.
Y me permito repetir una pregunta que ya había formulado cuando veíamos la dierencia número dos entre un creyente y un discípulo. La pregunta era: ¿Un discípulo de Cristo nunca peca? ¿Jamás comete una falta?
¿Y por qué esta pregunta de nuevo, si ya había respondido a ella? Bueno, por la sencilla razón de que acabamos de decir que si morimos a nuestra naturaleza pecaminosa, si nos crucificamos con Cristo y resucitamos con Cristo, con una nueva naturaleza y para una nueva vida, pues se supone entonces que ya nunca más vamos a tener problemas con el pecado.
Pues permítanme decirle que problemas con el pecado lo tendremos mientres estemos vivos fisicamente, mientras estemos metidos en este vestido de carne y hueso. La Biblia nos dice que efectivamente podemos crucificarnos con Cristo y morir a nuestra vieja naturaleza, pero que ese viejo hombre puede levantarse en cualquier momento y jugarnos una mala pasada. Es por eso que algunos cristianos dicen de manera jocosa que todos los discípulos de Cristo cargamos con un muerto a cuestas, nuestro viejo hombre, y que nunca debemos dejar que se levante.
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado fuera desactivado, a fin de que no sirvamos más al pecado”
(Romanos 6:6 B.T.)
¿Y que si por alguna circunstancia se levanta y nos hace fallar? Recordemos entonces que tenemos en Cristo a un abogado, y que contamos con el recurso del arrepentimiento, la confesión del pecado y el perdón de Dios.
“En cuanto a la antigua manera de vivir:
que os quitéis el viejo hombre, que está corrompido
según los deseos del error, y que seais renovados
en el espíritu de vuestra mente, y que os vistais el
nuevo hombre, que fue creado según Dios en
justicia y en santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24 B.T.)
“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos
despojado del viejo hombre con sus prácticas,
y revestido del nuevo, el cual, conforme a la imagen
del que lo creo, se va renovando hasta un
conocimiento pleno” (Colosenses 3:9-10 B.T.)
Pudiéramos decir entonces que un discípulo es aquel que ha nacido de nuevo, que es un hijo de Dios. Y que para haber nacido de nuevo tuvo primero que morir a sí mismo. Estando muerto a sí mismo fue que el Espíritu Vivificador, que es el Espíritu Santo, le devolvió la vida y lo hizo nacer de nuevo.
Igualmente podemos afirmar, en otras palabras, que quien quiere participar de la resurrección de Cristo y andar en vida nueva, primero tiene que participar de su muerte, tiene que crucificarse a sí mismo, tiene que morir a su yo, a su ego, a su vida de pecado. Y muerte quiere decir separación, de manera que un discípulo de Jesucristo es uno que se ha separado del pecado y vive para Dios.
“Así que también vosotros, consideraos ciertamente
muertos al pecado, pero vivos para Dios en
Cristo Jesús” (Romanos 6:11 B.T.)
Para ser discípulos de Jesucristo hay que haber pasado primero por la experiencia de ser creyente, pero no quedarse allí, sino avanzar hacia la experiencia de recibir la salvación, y para ello hay que morir con Cristo y luego resucitar con Cristo.
No se trata de hacerse religioso, ni de asimilar cultura religiosa, sino de creer, morir y volver a nacer.
DIFERENCIA CUATRO.
Un creyente es una criatura de Dios, pero no un hijo de Dios. Un discípulo sí es un hijo de Dios, hace parte de la familia de Dios, ha sido engendrado por Dios mismo. A esta experiencia es lo que se le llama en la Biblia el “Nuevo Nacimiento”, en griego es la palabra “Palingenesia”, que viene de las raíces “Palin” (nuevo) y “Genesis” (nacimiento, origen, comienzo).
Pero para que una persona nazca de nuevo es necesario que no esté viva, que esté completamente muerta. No se puede nacer estando vivo, se requiere que lo que va a nacer no exista. Es por ello imprescindible que se cumpla lo que se mencionó en el punto tres, morir con Cristo.
Cuando el discípulo ha muerto con Cristo, entonces ya es posible volverlo a la vida, y ese trabajo lo hace el Espíritu Santo, que es el espíritu vivificador. De esta manera el Espíritu Santo engendra espiritualmente a un hijo de Dios, lo hace nacer de nuevo.
“Respondió Jesús, y le dijo: De cierto, de cierto te digo:
El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios.
Le dice Nicodemo: ¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?
¿Puede acaso entrar por segunda vez
en el vientre de su madre y nacer?
Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo:
El que no nazca de agua y Espíritu,
No puede entrar en el reino de Dios.
Lo que es nacido de la carne, carne es;
Y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”.
(Juan 3:3-6 B.T.)
Nacer del Espíritu es creer en Cristo, aceptarlo personalmente como Señor y suficiente Salvador. De esta manera, en el reino espiritual, y por la fe, una persona adquiere la potestad, el poder, de ser hecha hija de Dios.
“Mas a todos los que le recibieron,
a los que creen en su nombre,
les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
los cuales no nacieron de sangres, ni de voluntad de carne,
ni de voluntad de varón, sino de Dios ”.
(Juan 1:12-13 B.T.)
Todos los seres humanos son criaturas de Dios, pero no necesariamente hijos de Dios. Para llegar a ser hijo de Dios, para recibir ese poder, esa potestad, se debe ser un discípulo de Jesucristo, se debe haber creído en él y haberle aceptado como Señor y Salvador.
Ya sabemos lo que quiso decir Jesús cuando le dijo a Nicodemo que había que nacer de nuevo del Espíritu. Pero, ¿qué quiere decir nacer del agua? Por que Jesús le expresó que había que nacer del agua y del Espíritu. Nacer del agua quiere decir nacer por la Palabra de Dios. Jesús no se está refiriendo allí al bautismo ritual en agua, sino a la Palabra de Dios.
“Habiendo renacido, no de una simiente corruptible,
sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios,
que vive y permanece”. (1 Pedro 1:23 B.T.)
“Ya vosotros estáis limpios en virtud de la
Palabra que os he hablado”. (Juan 15:3 B.T.)
“Así que la fe viene por la predicación, y la predicación,
a través de la palabra de Cristo”. (Romanos 10:17 B.T.)
“Sólo esto quiero averiguar de vosotros:
¿Recibisteis el Espíritu (Santo)* por las obras de la ley,
o por la fe de la predicación?¿Tan insensatos sois?
¿Habiendo comenzado por el Espíritu (Santo),*
ahora os perfeccionais por la carne? (Gálatas 3:2-3 B.T.)
*Agregado por el autor
Cuando alguien oye la palabra de Dios, recibe fe, cree en Jesucristo. Y al creer en Jesucristo, al poner su fe en él, entonces es engendrado por el Espíritu Santo. Por eso fue que Jesucristo le dijo a Nicodemo que el nuevo nacimiento se da a través del agua (la Palabra de Dios, el instrumento usado por Dios) y del Espíritu (El Espíritu Santo), quien es el que engendra hijos espirituales.
Entonces, la diferencia número tres entre un creyente y un discípulo es que un creyente es simplemente una criatura de Dios, mientras que un discípulo es un hijo de Dios.
Y para tener plena convicción de que ya somos hijos de Dios, el mismo Espíritu Santo le da testimonio a nuestro espíritu humano de que ya somos hijos de Dios
Imaginemos por un momento la siguiente situación hipotética. Un ciudadano de Guatemala y residente en los Estados Unidos se acerca a la oficina de Inmigración y Naturalización de su ciudad y le dice al funcionario:
- Señor, he traído todos los documentos que me recomendó mi abogado y vengo a hacerme ciudadano de los Estados Unidos.
- Verá usted caballero, ahora las leyes han cambiado y sólo le estamos dando la ciudadanía a aquellos que han nacido dentro del territorio de los Estados Unidos. ¿Dónde nació usted?
- En Guatemala
- Entonces no es posible tramitar su ciudadanía estadounidense.
- Pero señor, eso no puede ser posible, usted debe ayudarme, debe hacer algo por mí, por favor, por favor, ayúdeme.
- Cuanto lo siento, perdóneme, no hay nada que pueda hacer por usted.
- No puede ser, debe haber algo, algún recurso, alguna forma
- No la hay señor, lo siento. La única forma sería…
- ¿Cuál?, dígame
- No, no, olvídelo, es algo imposible
- Dígamelo de todas maneras
- Bueno, lo que le iba a decir es que la única forma de usted hacerse ciudadano de los Estados Unidos es muriéndose. Y luego volviendo a nacer, pero eso sí, por favor, cerciórese que sea dentro del territorio de los Estados Unidos
Esa escena imaginaria nos permite entender que si una persona verdaderamente quiere ser ciudadana del Reino de Dios, entonces debe morir en el mundo, y luego, volver a nacer dentro del Reino de Dios, permitiendo que el Espíritu Santo, por la fe, lo engendre, le dé el nuevo nacimiento y le haga hijo de Dios.
DIFERENCIA CINCO.
Un creyente es aquel que permanece sin crecimiento, que no crece ni en el conocimiento de Dios ni en madurez espiritual. Un discípulo es una persona que todos los días estudia con su rabino Jesucristo, que conoce más de él, que madura espiritualmente cada día y que cada vez se le parece más.
“Estando persuadido de esto:
El que comenzó en vosotros la buena obra,
la llevará a cabo hasta el día de Jesucristo”.
(Filipenses 1:6 B.T.)
La obra de Dios en nuestras vidas es un proceso que sólo terminará cuando estemos en la misma presencia del Señor. Dios está trabajando en nuestras vidas, él aún no ha terminado con nosotros. Cada discípulo de Jesucristo lleva un letrero invisible encima que dice: “Santo en construcción, transite con cuidado”.
Un hombre entró en cierta ocasión a una tienda, y mientras era atendido por el dependiente leyó en un botón metálico grande que éste llevaba la siguiente leyenda: “TPDANTC”. Interrogando al vendedor sobre el significado de esas iniciales, él muy sonriente le explicó: “quiere decir: téngame paciencia, Dios aún no termina conmigo.
Cada discípulo de Jesús debe entender que está en proceso, que es un trabajo en construcción para Dios. Sin embargo, el hecho de que la santidad práctica sea un proceso, no excusa a nadie de no querer involucrarse en él. No se trata de disculparnos frecuentemente con la consabida frase de: “yo no soy perfecto, Dios aún está trabajando conmigo”.
La realidad de la santidad como proceso, por el contrario, me demanda involucrarme activamente en él y mostrar que está produciendo resultados en mí. Cada día yo debo ser mejor cristiano, cada día debo parecerme más a Jesús.
Una dama compartía en cierta ocasión una experiencia a través de la cual el Espíritu Santo le enseñó cómo es el proceso de maduración espiritual por la que Dios hace pasar a cada discípulo.
Ella fue a visitar a un hombre anciano que se dedicaba al oficio de la platería. No bien llegó le acompañó hasta el taller para ver lo que este experto realizaba en el proceso de purificación de la plata.
Miró detenidamente cómo el platero metía el precioso metal al crisol y lo exponía al fuego hasta el punto de la ebullición
- ¿Tiene usted mucha experiencia verdad? – le dijo -
- Sí, son muchísimos años en este oficio. Pero a pesar de tantos años en lo mismo debo concentrarme muy bien, pues este trabajo es muy delicado. Si la plata no recibe suficiente fuego, no se purifica del todo, queda con escoria. Pero si le da más del fuego necesario, se echa a perder y queda inservible
- ¿Y cómo saber exactamente en qué momento ya está lista, completamente purificada?
- ¡Ahhh!... allí está el secreto. La plata está lista, ha quedado completamente purificada, cuando yo me puedo reflejar en ella.
Aquella mujer, después de esa experiencia en el taller del platero pudo volver a su casa y ser iluminada por el Espíritu Santo para entender que de igual manera obra Dios Padre en nuestras vidas. Dios Padre, valiéndose del Espíritu Santo, trabaja en la vida de un discípulo purificándole cada día, y sólo verá su trabajo terminado cuando él pueda ver a su hijo Jesucristo reflejado en ese discípulo.
La siguiente frase nos va a ayudar a tener presente lo que es el proceso de maduración espiritual en la vida de un discípulo de Jesucristo, , quién lo hace, cómo lo hace y para qué lo hace:
“La voluntad de Dios Padre es que
Dios Hijo sea formado dentro de mí,
y lo está haciendo a través de Dios Espíritu Santo.”
Por ningún motivo vayamos a pensar que por el hecho de no ser perfectos todavía, por estar en proceso de maduración, entonces nuestra salvación es inestable, y que depende de los resultados de dicho proceso. Entonces, si el proceso va bien, soy salvo, pero si ha habido algunas trabas, entonces estoy en condenación.
Eso no es así. La salvación es algo que yo recibo por adelantado al hacerme discípulo de Jesús. La salvación no depende de mi grado de maduración espiritual, o de mi nivel de santidad. Recordemos que la salvación depende es de la fidelidad de Dios, no de la fidelidad mía. Y que la salvación en un don de Dios para sus discípulos y que como don de Dios, es irrevocable. La Biblia dice en Romanos 11:29 que el llamamiento y los dones de Dios son irrevocables.
Es muy probable que al leer la Biblia nos encontremos con expresiones tales como: “Cristo me salvó”; “Cristo me salva”; y “Cristo me salvará”. Entonces la pregunta que surge es: ¿al fin qué?, ¿me salvó?, ¿me salva?, ¿o me salvará?
La siguiente frase nos va a ayudar a entender el verdadero sentido de la palabra salvación de acuerdo a sus contextos:
Jesucristo me salvó de la condenación del pecado.
Me está salvando de la influencia del pecado.
Y me salvará de la presencia del pecado.
Y hay otra frase que nos va a ayudar a entender lo que Cristo ya hizo por mí, lo que está haciendo en mí y lo que hace a través de mí:
Salvación es lo que Jesucristo hizo por mí.
Santificación es lo que Jesucristo está haciendo en mí.
Y servicio es lo que Jesucristo hace a través de mí.
Los discípulos de Jesús no estamos llamados a envejecer, sino a madurar. No se trata de cuánto hace que soy discípulo de Jesús, sino cuánto estoy modelando de Jesús.
Los discípulos de Jesucristo no somos perfectos, pero sí estamos obligados a estar en el proceso de perfeccionamiento. La maduración espiritual nos tomará toda la vida. Todos los días debemos estar en la escuela espiritual con nuestro rabino. Sólo nos graduaremos el día en que lleguemos a su presencia.
DIFERENCIA SEIS.
Un creyente en Jesucristo es una persona que no da buen fruto y por ello no alimenta a nadie y es infértil, no se puede reproducir. Un discípulo, en cambio, es una persona que da un buen fruto, que alimenta a otros y que se reproduce.
Jesús enseñó que un buen árbol da buen fruto y que un mal árbol da mal fruto. Igualmente señaló que aunque fuéramos un buen árbol, aún así, si queríamos dar un fruto, no sólo bueno sino abundante, debíamos estar prendidos de él, pues separados de él nada podemos hacer.
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.
Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quita;
y todo el que lleva fruto, lo limpia
para lleve más fruto. Permaneced en mí,
y Yo en vosotros.
Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo
sino permanece en la vid, así tampoco vosotros,
sino permanecéis en mí. Yo soy la vid,
vosotros los pámpanos.
El que permanece en mí, y Yo en él,
éste lleva mucho fruto;
porque separados de mí no podéis hacer nada”.
(Juan 15:1,2,4,5 B.T.)
Ahora, cuando la Biblia se refiere a que un discípulo de Jesucristo es alguien que da fruto, está connotando por lo menos tres cosas:
1. Un buen fruto es alimento para otros.
Es así como el seguidor de Jesucristo es alguien que sirve a los demás, es alguien que ha entendido perfectamente los valores del Reino de Dios en el sentido de que entre más servimos, más grandes somos. Mientras que en el mundo la grandeza de alguien puede ser determinada por el número de personas que le sirven, en la escuela del rabino Jesús se nos ha enseñado todo lo contrario, que la grandeza de alguien se mide es por la calidad y cantidad de servicio que presta a sus semejantes. “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.
Anteriormente les había dicho que nosotros llevamos un letrero que dice: “Santos en construcción”. Pues bien, hay otro letrero que tenemos de fábrica, que también es invisible, y que dice: “Consúmase antes de…” Y allí aparece la fecha en la cual deberemos comparecer ante nuestro Señor. Esto es como en los productos perecederos del supermercado, el fabricante le pone la fecha de vencimiento de ese comestible, de manera tal que si alguien lo consume después de esa fecha, ya no hay lugar a reclamos.
De idéntica manera los cristianos estamos llamados a ser consumidos por los demás antes de la fecha de vencimiento, a ser de provecho para otros, a enriquecer la vida de otros, a dejar las personas mucho mejor de lo que las encontramos. Además, permítanme darles una frase que les va a ayudar a entender que las buenas obras que hagamos en este mundo, serán recompensadas en el cielo
“La salvación es por gracia, no por obras.
Pero los galardones en el cielo se reciben por obras,
no por gracia.”
Así que ya sabemos por qué Jesús dijo en Mateo 10:42 que por cada vaso de agua que diéramos en su nombre, habría recompensa en el cielo. El sabía muy bien de qué hablaba.
Entonces, la primera connotación que tiene el dar buen fruto es el hecho de ser alimento para otros, ser de bendición.
2. Un buen fruto se reproduce.
La segunda connotación que tiene el hecho de dar buen fruto es la reproducción. El fruto tiene semilla, y esa semilla significa que ese fruto puede generar otros frutos, se puede reproducir.
Un discípulo de Jesucristo es aquel que engendra hijos espirituales, que comparte de su Señor a otras personas, que anuncia el mensaje de salvación y a su vez les discípula.
Es por ello que en Mateo 28:19-20 Jesús no nos mandó a hacer creyentes, sino a hacer discípulos, a enseñarles a guardar toda la doctrina de nuestro rabino.
De esa manera también cumplimos el otro mandamiento que es el de llevar su yugo, tal y como enseñaban los rabinos a sus talmidim.
3. Un buen fruto evidencia ser controlado por el Espíritu Santo
“Mas el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz,
longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza, en contra de tales cosas no hay ley”.
(Gálatas 5:22-23 B.T.)
DIFERENCIA SIETE.
Un simple creyente en Jesucristo no tiene un distintivo que sólo se le entrega a un discípulo para que lo pueda exhibir siempre. Es un distintivo que nunca se perderá, aún en el cielo ese distintivo será llevado. Dicho de otra manera, ese distintivo se obtiene desde el primer momento en que una persona recibe la salvación y se lleva por toda la eternidad. Ese distintivo es el amor.
El amor fue lo que motivó a Jesucristo a dar su vida por nosotros.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en El cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16 B.T.)
El mismo Señor Jesucristo enseñó a reconocer a sus discípulos por este distintivo llamado amor
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros” (Juan 13:35 B.T.)
El apóstol Juan también indicó cómo saber si una persona es o no discípula de Jesús, si pasó de muerte a vida
“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte
a la vida, porque amamos a los hermanos;
el que no ama, permanece en la muerte ” (1Juan 3:14 B.T.)
Y asevera categoricamente Juan que el que no ama no conoce a Dios, y menos aún puede ser su discípulo, pues Dios es amor
“Amados, amémonos unos a otros, porque el amor procede de Dios; y todo el que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no conoció a Dios, porque Dios es amor”
(1Juan 7:8 B.T.)
El evangelio de Jesucristo se inició por amor, se comunica por amor y se vive en amor. Es por ello que el primer don espiritual o carisma que recibe todo discípulo al iniciarse en la vida cristiana, es el del amor.
“... El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5 B.T.)
El amor es el ingrediente más importante de la vida cristiana.
“Y ahora permanecen la fe, la esperanza, el amor, estos tres;
pero el mayor de ellos es el amor” (1Corintios 13:13 B.T.)
Como conclusión de este texto vamos a imaginarnos la siguiente escena, la cual, aunque es mera imaginación, nos ayudará a entender resumidamente lo expuesto anteriormente.
Una señorita que había creído en el mensaje del evangelio decidió pasar del nivel de creyente al nivel de discípula, por lo cual decide matricularse en la escuela del rabino Jesucristo:
- Buenas tardes señora, he venido a matricularme en esta escuela espiritual del rabino Jesús y quisiera saber cuáles son los requisitos para estudiar aquí
- ¡Oh claro! Para nosotros es un gusto poderla recibir. Mire usted, para hacer parte de esta escuela usted sólo debe cumplir siete requisitos
- ¿Nada más? ¿No hay que pagar algo?
- En absoluto, sólo necesita cumplir siete requisitos, nada más
- Dígame usted. Estoy dispuesta a cumplirlos todos
- Muy bien:
Lo primero que tiene que hacer es morir, en esta escuela sólo se reciben cadáveres. Cuando decida morir a usted misma, entonces ya estará lista para el segundo requisito.
El segundo es que usted debe obedecer siempre a nuestro rabino Jesucristo. Aquí es como en la vida militar, todas las órdenes se cumplen. Aunque no las entienda, aún así hay que obedecerlas.
El tercer requisito es que usted debe embarazarse espiritualmente de nuestro rabino Jesucristo, es decir, debe permitir que él cada día sea más en usted hasta que se pueda reflejar completamente en usted.
El cuarto es que usted nunca deberá envejecer, sino madurar. No se trata de saber cuánto tiempo lleva en la escuela, sino qué tanto ha madurado en esta escuela.
El quinto requisito es que debe reproducirse siempre. Usted debe engendrar hijos espirituales, debe traer más discípulos a esta escuela.
El sexto requisito es que debe amar siempre, siempre, aún a sus enemigos.
Y el séptimo y último requisito es que usted deberá estudiar toda la vida en esta escuela espiritual del rabino Jesús, pues sólo se graduará cuando Dios le llame a su presencia.
¿Esta lista para matricularse?