¿Y después?
Por Eduardo Aliverti
La reestatización de Aerolíneas Argentinas es el gran tema de estos días,
pero no –sólo– por el simple pretexto de haber ganado con holgura la
atención periodística a todo nivel. Si fuera por eso, se perdería la
capacidad de discernimiento al interpretar como saliente cualquier asunto
que encabece la portada de los diarios. En este caso, la agenda mediática
coincide con el valor de la cuestión.
Aerolíneas significa por lo menos tres cosas. La primera, a pesar del
desquicio privatizador en que fue sumida por la rata a comienzos de los
’90, es la conservación de su carácter emblemático. Sólo una minoría
viaja en avión. Sin embargo, razones de memoria histórica, de transmisión
oral de generación en generación, de haber sido símbolo de compañía
estatal eficiente, superavitaria y una de las cinco líneas aéreas más
seguras del mundo supieron convertirla en un orgullo nacional que estaba
más allá de quienes la empleaban. El hoy recreado Todos Somos Aerolíneas
expresa, por más demodé que suene, un (todavía muy devaluado) sentimiento
patriótico que no se dio, y difícilmente se daría, con los servicios de
luz, agua, gas, teléfonos, ferrocarriles. Es lo de la historia,
seguramente. La demostración de que algo en manos estatales podía
funcionar bien, y mostrárselo al orbe y decirle acá está la forma en que
los argentinos administramos nuestros aviones; porque eso, además y nada
menos, es algo que el mundo podía apreciar a simple vista. Las
bestialidades de Iberia y sucedáneos –que en verdad estuvieron lejos de
ser tales, porque se trató de una estrategia planificada de absorción,
apropiación de rutas y virtual vaciamiento– potenciaron la añoranza por
los laureles perdidos. Y los españoles de Marsans sólo vinieron a
completar la obra, para que todos seamos conscientes de que estábamos
bien cuando nos decían que estábamos muy mal.
Un segundo aspecto es el volumen del problema en términos gremiales y
políticos. Hay casi 10 mil empleados en danza, la desvencijada y hasta
moribunda integración aérea del país, la conexión con el exterior y datos
que podrían no ser menores en la trascendente relación bilateral con
España. Más el hecho casi indescriptible de que la oposición, con la
derecha a la cabeza, haya corrido al Gobierno casi por extrema izquierda,
exigiendo sin más ni más el desconocimiento de la deuda, la expropiación
de la empresa y la creación de una nueva línea de bandera cuya
pertenencia al Estado quedara asegurada para siempre. Ningún marciano
aterrizado en la Argentina por estos días habría dejado de preguntar cómo
fue el proceso que mudó al PRO y a la Coalición Cívica hacia la profesión
de fe trotskista, sin perjuicio de que eso sirvió para consensuar una
salida que, a su vez, le permite al Gobierno desviar o atenuar sus
responsabilidades en el estropicio. Porque es cierto que ahora la
prioridad consiste en salvar a la empresa de la mejor o menos mala manera
posible, pero es inadmisible que el kirchnerismo, con más de cinco años
en ejercicio, pretenda ser ajeno a lo que ocurrió. De piso, en la
ausencia de controles y en el ajuste, sanciones e información pública si
es que aquéllos existieron. Y de ahí para arriba. Algunos escalones
encima de la oposición, que ni en el Congreso ni en ámbito alguno se
destacó precisamente por sus advertencias sobre el desastre que
estallaría, tarde o temprano.
Por último, pero lo más importante, el caso de Aerolíneas es
asimilable al del choque con los campestres en su tamaño alegórico
respecto de la clase dirigente argentina. El conflicto con “el campo”
reveló dos cuestiones a la vez. Por un lado, la aparición,
abroquelamiento y probable expansión de un viejo y nuevo conglomerado
social, hoy con base disparadora agraria y aglutinador de los sectores
más reaccionarios, gorilas y desideologizados de la comunidad. Frente a
ello, todo progresista que se precie de tal no podía ni puede menos que
ubicarse enfrente. Pero también es innegable que las idas y vueltas
gubernamentales, los asombrosos cambios de argumento sobre el destino de
las retenciones y los errores de negociación hasta el punto de haber
generado el emblocamiento adversario dejaron ver la ausencia de un
proyecto de mediano y largo aliento que no fuese ni sea empacharse de
soja y recaudar. Carencia equivalente a la de la inmensa mayoría de las
áreas estratégicas de Gobierno con, quizá, la única o mayor excepción de
la política externa, que sí muestra una apuesta interesante por la
integración regional.
Qué hacer con Aerolíneas es una pregunta que se encuadra en esa falta de
visión de futuro. Lo que discute el Congreso, y lo que vaya a sancionarse
y reglamentarse, es en realidad la solución o la escapatoria del pasado.
El precio de la empresa, el quiénes intervienen en cómo calcularlo, el
qué se hace con lo ya firmado con los españoles. Hacia delante, nadie
parece tener la menor idea del destino de la compañía una vez que todo
eso se componga de algún modo. Ni en el Gobierno ni en la oposición. La
voz solitaria que apareció al respecto, en entrevista de Ambito
Financiero que no tuvo amplificación, fue de Rodolfo Terragno, que
advirtió que una asociación internacional –incluyendo la posibilidad de
una línea regional– es la única alternativa para que la empresa sea
viable. Que las alianzas son lo único que permite sobrevivir a las
grandes empresas aéreas, ya demostrado por la desaparición de monstruos
como
PanAm, TWA, Swissair, Eastern. Que el socio no puede ser un competidor
que cubra las mismas rutas que Aerolíneas, con más interés en absorberla
que en desarrollarla. Que las líneas que están hoy al tope de todas las
calificaciones operan en partes del mundo donde no llega AA, y que no
están en Sudamérica. Que una posibilidad es no tener línea de bandera,
como Venezuela cuando quebró Viasa, o tenerla compartida. Que la posición
geográfica argentina es muy desventajosa porque hay que venir
expresamente hasta aquí en un negocio donde las pérdidas son enormes. Que
no sería razonable una línea de bandera que llevase pasajeros a Londres,
Madrid, Nueva York, dilapidando millones y millones de dólares por mes.
Que conducir Aerolíneas no es operar el 60 y que cabe imaginarse lo que
sería competir con la megafusión de American, British e Iberia, que
cubren las mismas rutas. Y que Argentina tiene poca gente idónea en
aeronavegación comercial.
El periodista no se anota justamente entre ellos y carece de entidad para
suscribir o rebatir apreciaciones como ésas. Pero sí tiene la seguridad
de que el debate y las propuestas sobre esas tramas estratégicas son lo
que diferencia a las coyunturas políticas de las grandes políticas de
Estado. Y no sólo, ni muchísimo menos, en el caso de Aerolíneas.