Una tarde, muy triste, Lolito fue en busca de su amigo Casimiro. Iba a despedirse:
- Me voy, Casimiro. Sabes que mi hermano Arturo estudia en Lima, mi papá me lleva también a mi para que termine la primaria en un gran colegio. Debo estudiar muchos años hasta tener una profesión.
Era un momento difícil. La decisión la había tomado don Tomás por el gran cariño que sentía por sus hijos. Su mayor anhelo era que siguieran alguna carrera. Arturo, más tarde, llegó hasta la Universidad de San Marcos. Las frecuentes incidencias políticas y el fútbol se cruzaron en su camino al titulo. Lolo llegó a ser contador.
Lolo y Casimiro, silenciosos por la pena que los embargaba se dieron un fuerte apretón de despedida. Habían andado juntos casi desde que tuvieron uso de razón. Juntos habían asistido a la escuela de la señorita Lastenia y el colegio de Imperial. Habían compartido alegrías y tristezas, revoloteando por huertas y algodonales, zambulléndose en las aguas del “Trapiche” y el “Pozón”, cogiendo camarones en río, montando melancólicos burros y juntos habían vivido la ilusión inolvidable de aquella primera pelota de cuero “con blader y todo”.
Más duro aún hubiera sido aquel instante de presentir que el viajero ya sólo regresaría a Hualcará como visitante.
Con un vestido impecable, muy seriecito por la emoción de la partida, salió0 un día Lolito con su padre por el camino principal. Atrás, en Hualcará, fue quedando lo que más quería: su madre, sus hermanos, sus amigos, los potreros y tapiales, Hualcará entera.
En Lima tuvo una visión rápida, casi cinematográfica de la gran ciudad. Fue matriculado interno en el colegio Residencia de Estudiantes que dirigía el sabio educador don Elías Ponce Rodríguez. El plantel estaba algo alejando del centro, en la Avenida Confraternidad, actual Avenida Cuba. La dureza del cambio fue amortiguada por un elemento común a la hacienda y al moderno colegio: el fútbol. Aquí se jugaba con tanta pasión como allá. El amplio patio permitía organizar reñidos partidos que sólo eran interrumpidos por la campana que ponía punto final a los recreos. Afuera, frente al colegio, existía también un extenso terreno donde se había improvisado una cancha. Terminadas las labores escolares, se decidían tradicionales y cotidianos desafíos de internos vs. Externos. Era una rivalidad clásica. En poco tiempo Arturo y Lolo Fernández eran puntales del cuadro de los “esclavos”, como llamaban los externows a los internos. Los dos hermanos se distinguían por la potencia de sus disparos. Otra figura inolvidable de estos encuentros era un muchacho apellidado Ruiz, que llegó a jugar también por el Universitario. Era muy gordo, pesaba, según las malas lenguas, más de noventa kilos y sin embargo corría y saltaba con la misma agilidad que el más delgado de sus compañeros. Venía también a jugar en ese terreno, Jorge Góngora, que más tarde sería famoso crack de la U y que extendió hasta las canchas chilenas, donde actuó por largo tiempo, la eficaz elegancia de su juego. Mayor que todos con gran habilidad para manejar la pelota era un muchacho de ojos rasgados. Se apellidaba Lores, todos lo conocían como “El Chino”. Pronto fue figura popularísima del fútbol peruano defendiendo la casaquilla del Ciclista Lima. Después viajó a México donde lo sorprendió la muerte hace pocos años. Quiere decir que quienes jugaban en ese campito no eran cualquier cosa. Plácido Galindo, que andaba en busca de jugadores para el Universitario, de tarde en tarde se daba una vuelta por allí para ver si podía hacer algunas adquisiciones.
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Era muy grato el ambiente del colegio. Lo suficiente para que Lolo se adaptara rápidamente. Sin embargo, su corazón galopó dentro del pecho cuando, pasados los exámenes, las vacaciones le deban la oportunidad de volver a su querida Hualcará aunque fuera por breve tiempo.
Era una felicidad volver al lado de su madre, a quien tanto quería, y junto a sus amigos a quienes tenía que contar tantas novedades vistas en Lima. Ellos también lo ponían al día con todo lo que había ocurrido en la hacienda durante su ausencia. Lo más importante era referirle las andanzas del “Huracán”.
- Alianza San Vicente nos ha vuelto a desafiar. Han reunido un buen equipo y dicen que nos van a bajar el copete …
Lolo no podía eludir el reto, que también le alcanzaba, y el domingo estaba en rolado nuevamente en su querido “Huracán” para enfrentar a los aliancistas de San Vicente. ¡Cuántas veces más en su carrera deportiva tendría que jugar enconados partidos con una Alianza en el campo adversario!
Muy confiados entraron a la cancha los de San Vicente. Se les notaba muy seguros de la calidad de sus nuevos elementos. Aun antes de que empezara el partido ya iban en ventaja por la mayor estatura de todos sus jugadores. El arquero del “Huracán” Tasaico, estaba nerviosísimo. Lolo, como antes, ocupaba su puesto de wing derecho haciendo ala con el fraterno Casimiro. Se puso a rodar la bola sobre el campo y el león de San Vicente no resultó tan fiero como lo pintaban. Quiso imponer su mayor reciedumbre sin conseguirlo. El jugador que más se lucía en la cancha era el arquero aliancista, prueba de que quienes atacaban constantemente eran los de Hualcará. Lolo disparaba desde la punta derecha. Algunas bolas salían desviadas, con otras se lucía el guardavalla de San Vicente; pero, cuando Dios da, lo hace a manos llenas y vinieron juntos tres golazos a favor del Huracán. El público pedía más goles y jaleaba al pequeño Teodoro que había regresado más jugador de Lima. Estaba por terminar el partido, Lolo hace un buen pase a Luyo quien dispara al arco, rechaza débil el arquero y codiciosamente entra Lolo para un remate definitivo, en ese mismo instante el guardavalla se ha arrojado para recuperar la bola; el choque resulta irremediable e impresionante; la pelota entra al gol. Un tanto más … y algunos dientes menos para Julián Samaniego, portero de Alianza San Vicente, que desde aquel día fue hincha incondicional del joven cañonero.
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Los nombres del “Huracan” y de Lolo Fernández ya empezaban a sonar por toda la región. El equipo tenía cartel de ensamblado y batallador; Lolo ya se distinguía por sus cañonazos, su coraje y la vehemencia de sus intervenciones. Un cuadro de Lunahuaná quiso parar la racha del “Huracán”. Se cursó el oficio respectivo y un soleado domingo, en la cancha de Lunahuaná, alineaban los de Hualcará frente a los recios jugadores del “Buenos Aires de Condoray”. Los visitantes hacían el experimento de poner a Lolo en el centro para ver si con él rompían la vigorosa defensa bonaerense. Difícil y ruido compromiso para el joven cañonero, la defensa contraria estaba resuelta, hasta las últimas consecuencias, a no dejarlo entrar. Valor no le iba a faltar, sin embargo, para intentar o. Avanza el wing derecho del Huracán , centra por alto. La pelota en el aire parece un trofeo. De un lado, como impulsado por una catapulta se lanza a cabecearla Lolo, del otro lado, con rabiosa codicia saltan el arquero y un back. Chocan, aparatosamente, los tres hombres en el aire. La pelota va al fondo del arco, lástima que junto a ella estén privados el guardavalla y el zaguero. Lolo ha quedado como un sonámbulo por la violencia de la jugada, uno de los hinchas se lo lleva apresuradamente porque a la hinchada local no le ha gustado ese accidentado gol y ha desatado una bronca que interrumpe el partido. De aquella angustiosa retirada hubo una “baja” en las filas de huracán, Bonifacio Hurtado, quien sufrió lesiones de cierta importancia en la refriega. Así, áspero, bravío y encorajinado era el fútbol provinciano de entonces.
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Fatalmente las vacaciones siempre resultan cortas. Arturo y Teodoro volvían al colegio de Lima, Grandes conversatorios, relatando, cada cual, cómo había pasado las vacaciones. En los recreos, otra vez, breves encuentros de fútbol.
El Director estaba preocupado. Como educador moderno, era el animador principal de la actividad deportiva entre sus alumnos, pero cada día hacía la ingrata comprobación de que aumentaba el número de vidrios rotos en las ventanas de los salones que circundaban el patio principal.
Para un match importante en que intervenía el colegio, una comisión de alumnos llegó hasta el despacho del doctor Ponce Rodríguez.
- Venimos a invitarlo doctor. Queremos que nos honre con su presencia.
Aceptó y concurrió el director con el mayor de los gustos. Seguía con gran interés las incidencias del encuentro. Hay un foul contra Residencia de Estudiantes, sin la menor duda le encargan el servicio a Teodoro Fernández. El arco adversario está lejos, cuando todos esperan que Lolo haga un pase, éste dispara violentamente a la meta contraria y ¡GOOOL! Todos los colegiales que rodean la cancha saltan alborozados. El doctor Ponce Rodríguez mueve la cabeza sentenciosamente:
- Ya sé quién es el culpable de que cada día aumenten los vidrios rotos en las ventanas del colegio….
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Fueron años amables los que vivió Lolo en aquel colegio. Por aquel tiempo, los colegiales le llamaban “Talavera”. Arturo cuenta el por qué: “Mi hermano entonaba siempre una canción muy popular en aquella época: “Talavera de la Reina, Ciudad Vieja”. Poco a poco fueron olvidando aquel apelativo y sobrevivió este rotundo LOLO que es el más adecuado para un cañonero. Las eles parecen piernas dispuestas a shotear la redondez de pelota de cada O.
El colegio Residencia de Estudiantes gozaba de sólido prestigio de institución pedagógica moderna y como centro de intensa actividad deportiva. Sus equipos de basket eran famosos. Para mantener esta calidad era tradicional que todos los alumnos lo practicaran. Los hermanos Fernández no se escaparon a esta influencia. Y les gustó. Se encariñaron tanto con el baloncesto que Lolo confiesa de aquella etapa: “En ese momento hubiera sido difícil para mi decir cuál de los dos deportes me gustaba más. El futbol lo había practicado desde chico y el basket era la preocupación y el orgullo de todos los que estudiábamos en la Residencia”.
Uno de los mejores quintetos del colegio lo integraban: Jacob. Oswaldo Raygada, Delgado, Arturo, Teodoro y Elías Ponce Rodríguez. Este último, hijo del Director. Jacob llegó a ser gran figura del basket peruano, más conocido como “Tarzán”; Teodoro y Arturo fueron rescatados por el fútbol, Raygada y Delgado se apartaron del deporte, lo mismo que Ponce Rodríguez, quien ha marcado, y marca geniales golazos en la difícil área del humorismo, donde es figura señera bajo el seudónimo de “Pedrín Chispa”.
Como basquetbolista, ha sido la única vez que Lolo ha jugado un partido contra la “U”. Lo hizo como integrante del quinteto de la Residencia de Estudiantes contra la “U” de basket. Para conocer los kilates del conjunto colegial, baste decir que se impuso, aunque austadamente, a su calificado rival. Alcanzaron otro triunfo sensacional sobre el Bilis. Fue una época brillante del basket; el colegio del doctor Ponce Rodríguez tenía un equipo respetable. Poco se ha dicho de esta exitosa aunque breve incursión de Lolo Fernández en el baloncesto. Alternó con los hermanos Godoy, Oré, Jacob y todas las luminarias del basket de entonces.
Un detalle muy curioso; en el quinteto que representaba al colegio, Arturo jugaba como delantero y Lolo como defensa. Todo lo contrario de las tareas que cumplían dentro del equipo de fútbol.
Entre el estudio, el deporte y el descanso se repartían dichosamente las horas de aquellos años de internado. Los domingos, acompañados de un inspector, iban al cine: generalmente al “Arequipa”, que estaba cerca del colegio. Lolo recibía como propina semanal un sol con veinte centavos, separaba el valor de la entrada al cine y el resto lo guardaba misteriosamente. Un amigo de aquella época, Humberto Arias Fiscalini, descubrió lo que hacía Lolo con aquella cantidad; lo cambiaba en centavos que repartía, disimuladamente, entre los pobres que encontraba a su paso.
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Otyra vez de vacaciones, volvió a su tierra. No se olvidaban de él y se mantenía intacto su prestigio como codicioso y efectivo delantero. En San Vicente existía un equipo de fútbol –el Independiente- que era la máxima aspiración que podía tener un jugador de la región. Aprovechando este fugaz retorno de Lolo, un dirigente lo abordó:
- ¿Tú eres del valle, verdad?
- Si
- ¿No quisieras jugar por el Independiente?
- Me gustaría mucho, pero yo estudio en Lima…
- No importa. Te afiliamos y juegas cuando vengas de vacaciones. Una vez que termines tus estudios ya quedas fijo en el cuadro.
En estas condiciones, aceptó. Como todos los muchachos del valle, Lolo había sentido galopar su corazón más fuerte cuando el Independiente sacaba la cara por Cañete en partidos interprovinciales. Ahora le tocaba la suerte de vestir aquella chompa que le parecía antes tan lejana. Lo hizo con un pundonor y la valentía que le caracterizó siempre. Su patada retumbó en muchas jornadas, pero sólo durante las vacaciones. En Lima, lo esperaba una fascinante carrera de gloria.