Crónica de la ciudad de Santiago
ANTIAGO de Chile muestra, como otras ciudades
latinoamericanas, una imagen resplandeciente. A menos de un
dólar por día, legiones de obreros le lustran la máscara.
En los barrios altos, se vive como en Miami, se vive en Miami, se
miamiza la vida, ropa de plástico, comida de plástico, gente de
S
plástico, mientras los vídeos y las computadoras se convierten en las
perfectas contrase
ñas de la felicidad.Pero cada vez son menos estos chilenos, y cada vez sor más los otros
chilenos, los subchilenos: la economía los mal dice, la policía los
corre y la cultura los niega.
Unos cuantos se hacen mendigos. Burlando las prohibiciones, se las
arreglan para asomar bajo el semáforo rojo en cualquier portal. Hay
mendigos de todos los tama
ños colores, enteros y mutilados,sinceros y simulados: alguno en la desesperación total, caminando a
la orilla de la locura y otros luciendo caras retorcidas y manos
tembleques por obra de mucho ensayo, profesionales admirables,
verdaderos artistas del buen pedir.
En plena dictadura militar, el mejor de los mendigos chilenos era
uno que conmovía diciendo:
- Soy civil.