Las tres características de la existencia según el budismo
Las enseñanzas sobre las tres características de la existencia son una
herramienta budista muy potente que nos ayuda a ver la realidad tal como es y a
deshacernos de un montón de confusión, la fuente última de nuestra angustia
existencial y del sufrimiento innecesario. Estas enseñanzas nacieron desde la
observación profunda del Buda y nos piden que las investiguemos por nosotros
mismos; somos nosotros quienes debemos comprobar su validez mediante nuestra
práctica y nuestra experiencia.
De manera sencilla, podemos decir que las tres
características de la existencia son el cambio (impermanencia),
la condicionalidad (vacuidad) y la falta de
satisfacción profunda (dukkha).
Investigemos, por ejemplo, el caso del limonero que
hemos plantado en nuestro jardín. La primera
característica, la impermanencia, nos dice que el
limonero se encuentra en constante cambio. ¿No es verdad?, ¿no podemos ver todos cómo crece, cómo cambia el color de sus hojas, cómo
unas veces tiene limones y otras, no? Todas las cosas siguen el mismo patrón.
Elijamos la cosa que elijamos, si la observamos con profundidad, veremos que es
impermanente, que se encuentra en constante cambio.
De hecho, el mismo concepto de «cosa» no es un concepto muy adecuado ni
inteligente. Habitualmente tendemos a cosificar
la vida. «Esto es un limonero, aquello un peral, y está claro que son bien
distintos a esa nube que corre por el cielo», pero ¿es esto cierto? Sería mejor
que aprendiéramos a ver el mundo en términos de «procesos» en vez de en cosas.
Los procesos están vivos, no permanecen iguales durante dos momentos
consecutivos. Nuestro amigo ha cambiado respecto al año pasado, nuestro amigo
es un proceso vivo, un proceso que no tendrá la mismas características ahora
que dentro de cino o de diez años.
Esto nos lleva a la segunda característica de la existencia:
la condicionalidad. Los procesos, como el limonero o
nuestro amigo, son como son debido a innumerables condiciones. El limonero será
de una u otra forma dependiendo de la luz solar que reciba, del agua con que se
nutra, de la calidad de la tierra donde hunde sus
raíces…; con nuestro amigo sucede lo mismo, en cada momento de su
existencia será de un modo u otro dependiendo de lo que coma y beba, de las
personas con que se relacione, de las lecturas con que se nutra
y de un sin fin de condiciones más. Lo que llamamos cosas no son cosas estáticas, sino procesos vivos, y estos
procesos no son como son porque sí, sino que dependen para su existencia del
resto del universo.
La enseñanza sobre la tercera y última característica de la
existencia nos dice que los procesos no nos pueden aportar una satisfacción
verdadera y eterna. La felicidad que obtenemos de estos procesos: un coche
nuevo, un trabajo, una pareja… se trata, en sí misma, de otro proceso
vivo relacionado con el resto de los procesos que componen el universo; esta
felicidad que nace de los procesos también está sujeta al cambio y, más tarde o
más temprano, terminará por desaparecer. Por ejemplo, si nos sentimos felices
por un limón que ha aparecido en el limonero, deberíamos saber que esa
felicidad no se trata de la paz interior verdadera, pues tan pronto como ese
limón se transforme en otra cosa, dejaremos de sentir la felicidad que acompañaba
a su aparición. También, si nos sentimos felices porque a nuestro amigo le
gusta la música clásica, cuando nuestro amigo prefiera el pop, esa felicidad
desaparecerá. ¿Significa esto que debamos renunciar a disfrutar de las pequeñas
grandes cosas de la vida? Claro que no. Significa, simplemente, que deberíamos
aprender a reconocer que esas felicidades son impermanentes
y que cambiarán dependiendo de multitud de condiciones; significa que una
actitud sabia hacia esas felicidades es la de disfrutar de ellas sin apegos.
Todos estos puntos son muy importantes. Si queremos encontrar
una solución real y duradera a nuestra angustia existencial y al sufrimiento
innecesario, podremos ver con claridad que esa solución no pasa por conseguir o
dejar de conseguir determinadas cosas, sino que, como bien apuntó el Buda, la sanación pasa por desarrollar nuestra visión penetrante y
nuestra sabiduría, por descubrir el centro de paz, sabiduría, amor y compasión
del que todos somos herederos y al que todos tenemos acceso si sabemos cómo
practicar correctamente.
Así es como deberíais contemplar todos estos mundos fugaces:
como una estrella en el amanecer, una burbuja en la corriente;
un relámpago en una nube de verano;
una luz trémula, un fantasma y un sueño.
—El Buda, Sutra del
diamante cortador