La relacin del emperador francs y su esposa Josefina es una de las ms tormentosas de la historia. La emperatriz llev una disipada pero siempre supo conservar el afecto del general y sostuvo con l una copiosa correspondencia.
Ya no te amo: al contrario, te detesto. Eres una fea, una ingrata, una estpida, una desgreada. Ya no me escribes; ya no amas a tu marido. Sabes el placer que tus cartas le producen y no le escribes ms que seis lneas trazadas al azar!
Cuando t eras ma yo te amaba ms por tu genio encantador que por tus atractivos deliciosos. Pero ahora ya me parece que una eternidad nos separa porque mi propia determinacin me ha puesto en el tormento de arrancarme de tu amor.
Hace unos meses se publicaron por primera vez las cartas de amor de uno de los octagenarios ms famosos, el escritor Henry Miller, quien a partir de los 70 aos de edad sostuvo un trrido romance epistolar con la modelo y actriz de 25, Brenda Venus.
Fue ella quien busc su direccin y comenz a escribirle como una admiradora ms, hasta que pasados unos meses se conocieron y, como era de esperarse, el viejo Miller se volvi a enamorar. Para entonces, el escritor estaba casi ciego y enfermo, incluso haba perdido la memoria y tena dificultades fsicas para escribir.
Sin embargo, la correspondencia super las 1.500 cartas, de las cuales se han convertido en el xito de librera del momento, bajo el ttulo Dear, dear branda: The love letters of Henry Miller to Brenda Venus,por su estilo, un tanto picaresco, publicamos aqu solo el comienzo de dos de ellas. La primera corresponde al perodo de apogeo del romance; la segunda fue enviada poco antes de su muerte.
No he sido capaz de irme a dormir despus de que hablamos esta tarde. Me siento demasiado feliz, demasiado elevado. No solamente tienes magia en tus manos, sino en tu voz, en tu mente y en todo tu cuerpo.
Eres algo como para celebrar, como la vida misma. Me acabo de tomar un Valium y dos aspirinas que usualmente me disponen a dormir (imaginativamente) a tu lado, preferiblemente en tus brazos, pero no como un fornicador sino como un amante.
Recuerdas an mi primer cumplido hace tres aos y medio, cuando no sospechabas nada? Te dije que de tus labios caan rosas y perlas, igual que le suceda a la princesa del cuento que la nica duda posible era si lo que predominaba en ti es bondad o la inteligencia.
Un vistazo sobre los primeros caracteres me bast para reconocer de inmediato que era tuya, y puse tanto fervor en leerla como amor por la mano que la escribi. Quera, al menos, encontrar en sus palabras alguna imagen del que la ha escrito.
Si los retratos de los amigos ausentes engaan dulcemente nuestras miradas, y suavizan las nostalgias de la ausencia con un vano fantasma de consuelo, cunta mayor alegra debemos sentir recibiendo las cartas que nos traen la verdadera marca del amigo ausente.
Luisa de Valliire tena apenas 16 aos cuando el buen mozo rey Luis XIV se enamor de ella. Sin embargo, la adolescente solo senta sentimientos de culpa porque el rey se haba fijado en ella, y por eso ingres al convento.
No siento el cansancio del viaje, a pesar de lo accidentado que fue. Pero llegu al fin. Vagu toda la tarde po estas calles que tanto he visto. Por las afueras, anduve y traje grandes atados de violetas que por lo hermosas debieran ser para ti.
Ah! Si t estuvieras, Albertina. Si estuvieras junto a ese brasero que me entibia, si estuvieras con tus hermosos ojos tristes, con tu silencio que tanto me gusta, con tu boca que necesita mis besos. Ven pequea!
Me gusta con locura ver copias de tu puo y letra; no puedes imaginar el placer que me da. Nunca olvidar que, mientras yo estaba en Italia empezaste a copiar el Celibataire, porque haba algunos pasajes que t creas que me gustaran. Esta atencin tuya la he recordado cien veces lo menos.
1. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en l (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazn de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y tambin la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Adems, en este mismo versculo, Juan nos ofrece, por as decir, una formulacin sinttica de la existencia cristiana: Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos credo en l .
Hemos credo en el amor de Dios: as puede expresar el cristiano la opcin fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisin tica o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientacin decisiva. En su Evangelio, Juan haba expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: Tanto am Dios al mundo, que entreg a su Hijo nico, para que todos los que creen en l tengan vida eterna (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el ncleo de la fe de Israel, dndole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada da con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el ncleo de su existencia: Escucha, Israel: El Seor nuestro Dios es solamente uno. Amars al Seor con todo el corazn, con toda el alma, con todas las fuerzas (6, 4-5). Jess, haciendo de ambos un nico precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prjimo, contenido en el Libro del Levtico: Amars a tu prjimo como a ti mismo (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es slo un mandamiento , sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
2. El amor de Dios por nosotros es una cuestin fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quin es Dios y quines somos nosotros. A este respecto, nos encontramos de entrada ante un problema de lenguaje. El trmino amor se ha convertido hoy en una de las palabras ms utilizadas y tambin de las que ms se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes. Aunque el tema de esta Encclica se concentra en la cuestin de la comprensin y la praxis del amor en la Sagrada Escritura y en la Tradicin de la Iglesia, no podemos hacer caso omiso del significado que tiene este vocablo en las diversas culturas y en el lenguaje actual.
En primer lugar, recordemos el vasto campo semntico de la palabra amor : se habla de amor a la patria, de amor por la profesin o el trabajo, de amor entre amigos, entre padres e hijos, entre hermanos y familiares, del amor al prjimo y del amor a Dios. Sin embargo, en toda esta multiplicidad de significados destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparacin del cual palidecen, a primera vista, todos los dems tipos de amor. Se plantea, entonces, la pregunta: todas estas formas de amor se unifican al final, de algn modo, a pesar de la diversidad de sus manifestaciones, siendo en ltimo trmino uno solo, o se trata ms bien de una misma palabra que utilizamos para indicar realidades totalmente diferentes?
A esta forma de religin que, como una fuerte tentacin, contrasta con la fe en el nico Dios, el Antiguo Testamento se opuso con mxima firmeza, combatindola como perversin de la religiosidad. No obstante, en modo alguno rechaz con ello el eros como tal, sino que declar guerra a su desviacin destructora, puesto que la falsa divinizacin del eros que se produce en esos casos lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza. En efecto, las prostitutas que en el templo deban proporcionar el arrobamiento de lo divino, no son tratadas como seres humanos y personas, sino que sirven slo como instrumentos para suscitar la locura divina : en realidad, no son diosas, sino personas humanas de las que se abusa. Por eso, el eros ebrio e indisciplinado no es elevacin, xtasis hacia lo divino, sino cada, degradacin del hombre. Resulta as evidente que el eros necesita disciplina y purificacin para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo ms alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser.
5. En estas rpidas consideraciones sobre el concepto de eros en la historia y en la actualidad sobresalen claramente dos aspectos. Ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relacin: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad ms grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificacin y maduracin, que incluyen tambin la renuncia. Esto no es rechazar el eros ni envenenarlo , sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza.
Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engaoso. El eros, degradado a puro sexo , se convierte en mercanca, en simple objeto que se puede comprar y vender; ms an, el hombre mismo se transforma en mercanca. En realidad, ste no es propiamente el gran s del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador. Una parte, adems, que no aprecia como mbito de su libertad, sino como algo que, a su manera, intenta convertir en agradable e inocuo a la vez. En realidad, nos encontramos ante una degradacin del cuerpo humano, que ya no est integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresin viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biolgico. La aparente exaltacin del cuerpo puede convertirse muy pronto en odio a la corporeidad. La fe cristiana, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espritu y materia se compenetran recprocamente, adquiriendo ambos, precisamente as, una nueva nobleza. Ciertamente, el eros quiere remontarnos en xtasis hacia lo divino, llevarnos ms all de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificacin y recuperacin.
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