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Cuba en el Mundo - Artículos de Opinión
"....me alegro de que los cubanos de las generaciones nuevas recuperen
la Isla cautiva, la vistan de limpio, la decoren con dedicación y
plenamente la sirvan con patriótica abnegación. Para ellos serán las
próximas
Nochebuenas, quizás no como las de antes, porque el pasado nunca
regresa; pero, al menos, enmarcadas en libertad y adornadas de
esperanza...."
Por Rev. Martín N. Añorga
Noticuba Internacional
Miami, 24 de diciembre de 2008
La tradición de celebrar la víspera de las grandes fechas de la
Iglesia es muy propia de los pueblos iberoamericanos. Una de estas
celebraciones, probablemente la más popular de todas, es la
Nochebuena, que precisamente hoy nos toca disfrutar, y que es el
bullicioso preludio al gran día de la Navidad.
La Nochebuena es una fiesta que se adapta a la cultura de los países
en los que se celebra. Hoy recordamos nuestras reuniones familiares
cubanas. Una verdadera Nochebuena congregaba usualmente a quince o
veinte personas – y a veces más -, que de una forma u otra compartían
lazos familiares. El plato estelar de la noche era el lechón asado,
con su guarnición de arroz blanco, frijoles negros, ensalada y vianda
frita. No faltaban los turrones españoles de todos los sabores ni los
tradicionales buñuelos, y por supuesto, la música y la más plena
alegría.
Una de las "hazañas" del comunismo ha sido la de eliminar la vieja y
añorada Nochebuena, y no porque no haya carne que comer ni dulces que
disfrutar, sino porque las familias se han dividido debido a
ausencias dolorosas y también por grietas ideológicas que nos han
separado hasta los términos de una penosa enemistad.
En Cuba, los que todavía celebran la Nochebuena, dependen de la ayuda
humanitaria de familiares y amigos en el exilio; pero no hay para
ellos una abundancia capaz de atenuar los sentimientos de nostalgia,
tristeza y frustración que reina en nuestras fragmentadas familias de
hoy en la otrora feliz islita querida.
La Nochebuena también se ha exiliado y donde haya un núcleo de
cubanos siempre es una celebración obligada. Son simpáticos los
incidentes que se asocian a nuestras Nochebuenas del destierro. Los
más viejos siempre pensamos que cada Nochebuena es la última y nos
despedimos solemnemente de aquellos con quienes nos reunimos. Mi
querida suegra estuvo veintidós años repitiendo el mismo estribillo,
hasta que finalmente tuvo razón. Yo, como cualquier otro compatriota,
siempre extraño en nuestra mesa a los seres humanos que han partido,
de los que cada año el número aumenta. Lo curioso de una noche como
ésta es que a pesar de los momentos tristemente emotivos, siempre
reanudamos la alegría y el feliz sentimiento de comunión amorosa con
familiares y amigos.
Antes, ya casi no, el lema común era que la próxima Nochebuena la
celebraríamos en Cuba. Esa esperanza nos estimulaba para la brega en
una tierra que, siendo noblemente acogedora, no es la nuestra. Han
pasado 50 años de noche, y aunque debiéramos confiar en la cercanía
del amanecer, lo que ya vamos sintiendo es una aplastante
resignación. Sé que Cuba volverá a ser libre; pero será para otros.
El medio siglo de ausencia no se repone. Yo, por supuesto, me alegro
de que los cubanos de las generaciones nuevas recuperen la Isla
cautiva, la vistan de limpio, la decoren con dedicación y plenamente
la sirvan con patriótica abnegación. Para ellos serán las próximas
Nochebuenas, quizás no como las de antes, porque el pasado nunca
regresa; pero, al menos, enmarcadas en libertad y adornadas de
esperanza.
Algo bueno del destierro es que nos ha expuesta a una interesante
variedad cultural que antes desconocíamos. En Miami hay Nochebuenas
puertorriqueñas, venezolanas, colombianas y de cuánto sitio se nos
ocurra pensar. Recuerdo que hace algunos años eran parte de mi
congregación un par de familias que procedían de una aldea del centro
de la península española. Nos invitaron a que les visitáramos y cuál
fue nuestra sorpresa al ver que frente a la casa un grupo de
muchachos armaban una hoguera entre aclamaciones y risas. Nos
explicaron que en el pueblo de dónde venían era una tradición prender
una hoguera en las plazoletas de las iglesias al anochecer de la
Nochebuena. Naturalmente, en Miami tal tradición fue clausurada por
la policía.
En varias oportunidades hemos participado de las posadas mexicanas.
Se trata de un recorrido por diferentes hogares por grupos que cantan
villancicos, y reparten golosinas, disfrutando de convite tras
convite. Es una costumbre relacionada con la triste experiencia de
José y María, los que no hallaron posada para que el niño naciera
bajo el amparo de un techo. Hoy día, al estilo mexicano, las puertas
se nos abren en el más genuino espíritu navideño.
En un hogar venezolano descubrimos que el héroe de la Navidad no es
ni Santa Claus ni Papá Noel, sino el niñito Jesús. Por cierto, nos
invitaron a participar de juegos de salón animados con una ronda de
golosinas variadas.
En la iglesia que por cerca de treinta años pastoreé en Miami, todos
los años publicábamos una lista de las personas que vivían solas, con
la petición de que las familias de la Iglesia escogieran a uno o más
invitados. La experiencia fue tal que hasta hoy dura esa preciosa
tradición.
La Navidad es una vivencia universal. Al principio del exilio los
norteamericanos nos miraban con asombro cuando trajinábamos en la
preparación de la Nochebuena. A comienzos de la década de los 60's
vivíamos en una barriada donde residían varias familias anglosajonas.
Un año se nos ocurrió invitar a nuestros vecinos de habla inglesa, y
se quedaron encantados con la celebración. Creo que a partir de esa
ocasión no se perdieron otra fiesta. Una tarde de un veinticinco de
diciembre, fuimos invitados a la casa de unos vecinos norteamericanos
y descubrimos en la mesa varias pastillas de turrones cortadas en
trocitos, y aunque sea para no creerlo, también un exquisito pernil
de puerco engalanado con rueditas de plátanos verdes fritos. ¡Es que
la Nochebuena es contagiosa!.
Algo que lamentablemente suele ocurrir en Nochebuena es la pérdida
del sentido del límite. El exceso de comidas afecta a personas con
problemas de salud y el exceso de consumo de bebidas alcohólicas crea
situaciones conflictivas y llenas de peligro. Recuerdo que en los
primeros años de mi adolescencia me enseñaron en la iglesia a la que
asistía un lema que siempre me ha protegido. Es bien simple: "sé
temperante de lo bueno y abstinente de lo malo".
La enseñanza es clara: celebremos la Nochebuena con una diversión
controlada y mientras disfrutamos de nuestra felicidad, hagamos
felices a los demás.