EL PECADO CAUTIVA A SU VICTIMA, Y NO LA SUELTA, SI JESUCRISTO
NO ES SU PROFESION DE FE:
El pecado es mortal para cualquier ser viviente, como el arma
más poderosa de toda la tierra y del más allá también; y
"sólo nuestro Jesucristo pude realmente librarlo de su mal
eterno", en un momento de oración y de fe, en el nombre
sagrado de nuestro Salvador Jesucristo. El pecado es la
puerta a la muerte del infierno y, a la vez, la puerta final
para la segunda muerte del alma viviente del impío en el lago
de fuego; pero "sólo nuestro Señor Jesucristo es la puerta"
para el camino, la verdad y la vida antigua hacia nuestro
Padre Celestial que está en el reino de los cielos.
El pecado jamás se sacia de devorar el alma preciosa y muy
valiosa, por cierto, para nuestro Padre Celestial y para su
Espíritu Santo: pero sólo Jesucristo es quien no sólo nos
libera de los poderes escondidos del pecado, sino que
igualmente "sacia el hambre y la sed de nuestras almas
infinitas en todos los lugares de la tierra". Por lo tanto,
solo nuestro Señor Jesucristo libera al hombre del poder del
pecado, para ver la vida eterna desde ya, en un día como hoy,
por ejemplo, "para que luego el pecado muera en su lugar
eterno del lago de fuego", y más no el alma preciosa del
hombre y de la mujer de la humanidad entera.
Desde luego que hay poder y gloria de salvación y de sanidad
infinita en el desplazamiento del nombre del Señor
Jesucristo, "si tan sólo el impío cree en su corazón, e
invoca con sus labios su nombre ungido y salvador para su
alma infinita", en esta vida y en el más allá, también,
eternamente y para siempre. Y sin la bendición de nuestro
Señor Jesucristo, entonces "nadie podrá jamás dejar de ser
impío o impía delante de nuestro Creador y de Sus Diez
Mandamientos Muy Santos, por cierto, para el corazón y para
la vida eterna" de todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, en la tierra y en el paraíso igual,
eternamente y para siempre.
Porque es sólo la bendición constante y sobrenatural del
Ángel del SEÑOR, nuestro Salvador Jesucristo, como en los
días de la antigüedad, que realmente libera el alma del
hombre de ser impío y así también el alma de la mujer de ser
impía delante de Dios y de Sus Mandamientos Muy Sagrados,
ciertamente "para gozar desde ya las bendiciones del cielo".
Es por eso que todo aquel que se aleja del Señor Jesucristo
muere, así como Adán y Eva comenzaron a morir en el paraíso,
"porque se habían alejado del Árbol de la vida" para tomar
del fruto prohibido para mal de muchos, en el cielo, en la
tierra y en la eternidad porvenir, por ejemplo.
Por esta razón, el necio peca, alejándose cada vez más y más
de toda verdad y justicia del SEÑOR y de su unigénito, ¡
nuestro Salvador Jesucristo!; pero el que ama la paz, por
inicio, "siempre busca la verdad y la justicia aún en los
hombres sin entendimiento alguno de nada", con el fin de
acercarse cada vez más a su Creador Celestial. Y nuestro
Hacedor lo deja acercarse a él por amor a su Árbol de la
vida, y por amor infinito también a Sus Diez Mandamientos
Santos y Eternos del cielo y de la tierra, "para que por fin
haya paz y ricas bendiciones, señales y maravillas
manifestadas en su misma vida día y noche y por siempre en la
eternidad".
Esto es algo que el impío no lo hace así por así en su
corazón jamás, porque su espíritu humano vive junto con el
espíritu de error de Satanás, "para ofender cada vez que pude
Los Sagrados Mandamientos del cielo y de la vasta creación de
nuestro Creador y de su Árbol de vida eterna, su gran rey
Mesías", ¡el Cristo! Y sin la honra de Los Sagrados
Mandamientos de nuestro Dios, entonces el impío camina por el
camino antiguo de la oscuridad "para tropezar siempre con lo
que está a su paso"; y es en uno de estos pasos ciegos,
cuando cae en el mal eterno del infierno "para no volverse a
levantar, para ver la luz del día una vez más".
Por ello, sus propias maldades cautivarán al impío, y será
alcanzado por el mal eterno, como en las cuerdas de su propio
pecado, y sin que nadie jamás tenga que hacer nada para
destruirlo; es decir, que el impío se destruye a si mismo,
"por falta de conocimiento del Espíritu de la sangre y de la
vida del gran rey Mesías". Ciertamente, el pensamiento del
impío es siempre oscuridad en su corazón, "porque no sabe que
el Árbol de la vida descendió del paraíso para cumplir
fielmente con el amor sobrenatural de honrar y de exaltar
sublimemente Los Diez Mandamientos de Dios y de Moisés"; y
esta ceguera espiritual ha ultimado a muchos ya, desde la
antigüedad y hasta nuestros días.
Para que así "su vida cambie drásticamente de las tinieblas
de violar día y noche Los Sagrados Mandamientos del cielo a
la luz más brillante que el sol", nuestro Salvador rey
Mesías, quien realmente, con su vida y con su sangre
santísima, las ha cumplido fielmente para fin del pecado y
para vida de los que creen en nuestro Creador hondamente.
Porque nuestro Padre Celestial jamás podrá ser burlado por el
pecador, por más astutas que sean sus palabras; puesto que
haga lo que haga el malo en su vida, en contra de su prójimo
y de su Dios, "tiene su recompensa en su día de juicio y de
justicia infinita en la tierra y en el más allá, también".
Nuestro Dios es bueno; su amor y su misericordia "son
renovadas cada día del año para los que le aman a él, por
medio de su fruto de vida eterna", así pues no les falte
ningún bien del cielo ni de la tierra, hoy y por siempre en
la nueva eternidad venidera de su nuevo reino sempiterno. Es
por eso que nuestro Hacedor detesta el pecado, la maldad, las
mentiras, las infamias, las calumnias y todos los pecados del
impío y de la impía, pero aún así los ama con todo su corazón
y con toda su alma santísima, "porque son obras de sus manos
después de todo, para gloria de su reino infinito, si
únicamente creen en Jesucristo".
Por este motivo nuestro Creador lucha día y noche, con la
ayuda idónea de su Espíritu Santo y de sus ángeles, para
alejar el pecado del corazón del hombre, de la mujer, del
niño y de la niña de las naciones de la tierra, y así en su
lugar "Sus Diez Mandamientos Santos y con sus decretos
perfectos sean honrados infinitamente". Y cada vez que Sus
Mandamientos Santos son deshonrados, en cualquier lugar de la
tierra, entonces "la ira de nuestro Padre Celestial se
enciende con mayor fuerza que antes"; los ángeles están
listos continuamente para ejecutar sus juicios sobre los
impíos", para honrar sus leyes y sus decretos muy sagrados,
los cuales enriquecen sólidamente la vida cotidiana de sus
hijos e hijas.
Porque el curso del pecado en la vida del hombre es hacia una
colisión directa en contra de la ira de Dios, para ser
destruido de una vez por todas y para siempre en el infierno
y finalmente en su segunda muerte eterna del más allá, el
lago de fuego; por eso, "Dios prefiere destruir al pecado
antes que al pecador". Porque nuestro Padre Celestial no
desea el mal eterno para ningún impío, sino todo lo
contrario; nuestro "Dios desea el arrepentimiento del pecador
para que así Sus Diez Mandamientos Eternos sean honrados en
su vida y en la vida de los suyos, también", para gloria y
para honra infinita de su nombre muy santo.
Porque nuestro Dios busca día y noche, y como desde siempre,
la gloria y la honra debida a su nombre muy santo, "el cual
habita en perfecta santidad", en ningún otro lugar del reino
de los cielos, sino sólo "en el Espíritu de la vida gloriosa
del corazón del Árbol de la vida, su Hijo amado", ¡nuestro
gran rey Mesías! "Respetuosamente, la gloria del nombre
santísimo habita, por inicio, en el Espíritu de Los Diez
Mandamientos, para ser honrados en los corazones" de todos
los hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera,
como los ángeles fieles lo han hecho desde siempre, gracias a
nuestro Salvador Jesucristo; pero el impío no conoce esta
verdad fundamental en su vida y muere.
Es por eso que el impío y así también la impía mueren día y
noche sin gloria y sin honra alguna en sus corazones de Los
Mandamientos Sagrados del cielo y de toda la vida, "porque no
conocen, en verdad, quien es el Señor Jesucristo directamente
y personalmente para cada uno de ellos, desde la antigüedad y
hasta nuestros días". Pues todos están ciegos, ciegos como la
misma oscuridad antigua del mal y sin Jesucristo. "El impío y
la impía viven ciegos sin la honra ni la gloria de Los
Mandamientos, preceptos y leyes sagradas de la vida del cielo
y de la tierra", para ser honrados por los que aman a nuestro
Creador, en el espíritu y en la verdad infinita del fruto del
Árbol de la vida eterna, ¡nuestro gran rey Mesías!
El impío muere enredado en la misma trampa de sus mentiras de
siempre, "porque escogió ciegamente el camino de la deshonra
de Los Diez Mandamientos Sagrados de nuestro Padre
Celestial", en vez de escoger el camino de la verdad y de la
vida eterna a nuestro Padre Celestial y a Sus Mandamientos
cumplidos e infinitamente honrados por nuestro Señor
Jesucristo. Y cuando el impío y la impía mueren, "mueren
porque están secas sus vidas de toda verdad y de justicia de
Los Diez Mandamientos", eternamente cumplidos y cabalmente
honrados en el Espíritu de la sangre y de la vida de nuestro
Árbol de vida; por eso, el impío no lleva gloria alguna para
nuestro Creador en su alma en la eternidad venidera.
Porque en la muerte del impío no hay gloria alguna para
nuestro Creador ni para su Árbol de vida, nuestro Señor
Jesucristo, sino sólo tristeza en su corazón santo y en el
corazón de su Espíritu Santo y de sus huestes angelicales,
también, por ejemplo; y "nuestro Dios no es un Dios que ama
la tristeza, sino la alegría infinita". Porque cada vez que
se salva un impío o una impía, en cualquier lugar de la
tierra, "entonces hay fiesta en el cielo, con sus ángeles,
con su Espíritu y con su Árbol de vida, además de muchos
seres santísimos del reino, también"; porque más poderes
extraordinarios descienden del cielo para bien de muchos,
cuando el impío ama al Señor Jesucristo.
Y esta alegría celestial e infinita, sólo llega día y noche a
sus corazones sumamente santos e infinitamente gloriosos de
nuestro Padre Celestial, de su Espíritu Santo y de sus
ángeles celestiales, "por medio de nuestra fe sobrenatural,
en el nombre sagrado y ungido de su Hijo amado", ¡nuestro
Salvador Jesucristo! Porque no hay otro nombre glorioso y
sumamente ungido por nuestro Padre Celestial que el nombre de
su Hijo amado, nuestro Árbol de vida y de salud eterna, "para
alegrar su corazón y así también el corazón de cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera", comenzando con
Israel, como en la antigüedad y como siempre, por ejemplo.
Es por eso que es muy bueno honrar y exaltar la Ley
Sobrenatural de nuestro Padre Celestial en nuestros corazones
día y noche y sin cesar jamás, "para que entonces haya más
alegría, por razones de nuestra fe, en el nombre del Señor
Jesucristo, en el reino de los cielos con su Espíritu Santo y
con sus ángeles gloriosos, también". Porque lo único que hay
en el paraíso y en la tierra, que verdaderamente pude
destruir el pecado en la vida del pecador y de la pecadora de
toda la tierra, sin duda alguna, "es el mismo Espíritu
antiguo del fruto del Árbol de la vida eterna, la sangre y la
vida gloriosa del Hijo de Dios", ¡nuestro Salvador
Jesucristo!
¿Adán, qué no daría de su vida celestial, hoy mismo, para
volver a aquel día del paraíso?, cuando nuestro Creador le
dijo a él: Come y bebe del fruto del Árbol de la vida, para
que vivas infinitamente en la paz y en la felicidad de tu
Dios y Padre Celestial de tu vida y de tu linaje humano. Para
que así aprendas a amar a tu Dios y Fundador de tu vida y de
tus hijos e hijas en el paraíso y en todos los días de tu
existencia infinita; "y sólo así has de ser feliz eternamente
y para siempre, en donde sea que vivas en ésta vasta
creación, la cual siempre contemplas en todo tu derredor".
Pero, aparentemente como ya sabemos muy bien, Adán no
entendió el llamado de Dios "para creer en su corazón en su
Árbol de vida"; porque si Adán hubiese creído en el Árbol de
la vida, "entonces la vida en nuestro mundo, de hoy en día y
de siempre, hubiese sido totalmente diferente y muy feliz,
como sin Satanás, por ejemplo". Es por eso que estamos
llamados, por nuestro Dios mismo, desde los primeros días de
la antigüedad, "ha honrar y ha exaltar el nombre glorioso de
su unigénito, nuestro gran rey Mesías, el Señor Jesucristo",
para que su corazón santo esté siempre alegre con cada uno de
nosotros, en cada momento de su vida santa y gloriosa del
cielo.
Y si nuestro Dios está alegre con cada uno de nosotros,
"entonces bendiciones tras bendiciones descienden del cielo
en el corazón y en la vida de la humanidad entera", para que
siempre haya riquezas y jamás falta de nada; es por eso que
tenemos que amar a su Árbol de vida, "para que no nos falte
nunca ninguno de sus alimentos celestiales". Y el que no ama
a su Árbol de vida, nuestro Señor Jesucristo o nuestro gran
rey Mesías, "entonces hiere a su Dios y Creador de su vida,
como cualquier vil pecador o pecadora de toda la tierra, que
ni ama a Dios, ni teme a ningún de sus preceptos infinitos,
por ejemplo".
Ciertamente, nuestro Dios no desea volver a ser herido en su
corazón santo, como Adán lo hirió a Él terriblemente, como
jamás había sido traicionado por ningún ángel, en el día que
comió del fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y
del mal para volverse en un impío delante de su presencia
santísima y sumamente gloriosa del paraíso. Por ello, sin
Jesucristo, todos son unos impíos e impías en todos los
lugares del paraíso, de la tierra y del más allá también,
como en el mundo de los muertos, el infierno y el lago de
fuego eterno; es más, "nadie pude ser santo delante de Dios,
sin Jesucristo en su corazón", como con los ángeles del
cielo, por ejemplo.
Porque los ángeles son muy santos en si, definitivamente,
para estar con Dios siempre; por lo tanto, ellos mismos
fueron creados perfectamente santos en el día de su creación,
por los poderes sobrenaturales de la palabra de nuestro
Creador, "pero sin Jesucristo en sus vidas no son tan santos
para nuestro Dios, para que estén delante de su presencia
gloriosa ininterrumpidamente". Por deducción, el que no tiene
al Señor Jesucristo viviendo en su corazón, sea ángel del
cielo u hombre del paraíso o de la tierra, "para nuestro Dios
es un impío más"; entonces nuestro Dios ciertamente detesta
el pecado desde siempre; y Él haría todo lo necesario "para
arrancarlo del corazón del pecador, sin jamás hacerle daño a
nadie".
Porque nuestro Dios no creo al hombre para que lleve el
pecado de Satanás en su cuerpo humano, sino "sólo el Espíritu
de la gracia salvadora de la sangre y de la vida gloriosa y
sumamente santísima de su unigénito", ¡nuestro único Árbol de
la vida del paraíso, de la tierra y de la Nueva Jerusalén
Santísima e Infinitamente Gloriosa! Y aunque esto es verdad,
en el cielo y en la tierra, nuestro Dios por más que lo desee
así, no podrá jamás ayudar al impío a librarse de su pecado,
"si no llama a Jesucristo con sus labios para que entre en su
corazón y lo libere de sus tinieblas, como en un momento de
fe y de milagros, por ejemplo".
Ciertamente, el impío tratara de librarse de su terrible mal,
a como pueda, "pero sin la ayuda del nombre del SEÑOR,
creador del cielo y de la tierra, no lo lograra jamás";
porque simplemente no hay fuerza humana que pueda remover el
pecado de la vida del hombre y de la mujer de toda la tierra.
Entonces no lo lograra jamás por más que lo intente así, pues
es como si él mismo tratara de volver a su pasado y no pecar
nunca más en contra de la Ley Celestial, ya que "el espíritu
del pecado es más fuerte que el hombre de la tierra, pero
jamás tan fuerte como Dios o como su Árbol de vida".
Porque si el pecado fuese más fuerte que nuestro Dios y que
de su Árbol de vida, pues entonces "jamás hubiese descendido
del cielo como el unigénito para salvar al hombre de sus
males y de su muerte eterna, como del mundo de los muertos y
del lago de fuego", sino que la historia del hombre seria
otra y muy triste también. Es por eso que cuando el impío cae
en su propia trampa en su vida mundana de mentiras, de
calumnias, de infamias y demás males comunes de Satanás y de
sus ángeles caídos, pues "no podrá librarse jamás de su
pecado, porque el pecado es más fuerte que su corazón en
tinieblas y sin la luz de Jesucristo".
Pues se enreda progresivamente su corazón y su espíritu
humano en las tinieblas de su pecado, cada vez que intenta
darle la vuelta a su problema (as), para encontrar su salida
de Él; puesto que el pecado es una trampa del más allá, "para
destruir su vida a como pueda, no sólo en la tierra sino en
el infierno, también". Por lo tanto, el impío cae aún más
profundo en las profundidades de sus mismas tinieblas,
"porque el pecado es como arena movediza, en donde la victima
cada vez que se mueve se hunde más hacia el fondo", como
hacia el mundo de los muertos o el infierno, por ejemplo,
para no volver a ver la luz del día nunca más.
Y esto terrible le sucede al impío progresivamente "cada vez
que se mueve con su pecado", porque el poder del pecado
funciona hacia abajo y más nunca hacia arriba, como el poder
de nuestro Jesucristo o del Árbol de la vida, por ejemplo,
que cada vez que bendice nuestras vidas con su nombre muy
santo, "entonces vamos hacia arriba"; pues crecemos. Es
decir, "que vamos poco a poco creciendo cada día",
espiritualmente hablando, "hacia donde está nuestra nueva
vida infinita del cielo", como en el paraíso o como en La
Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del nuevo reino de Dios y de
su Árbol de vida eterna, ¡nuestro Salvador Jesucristo!, y
hasta que finalmente desaparezca todo recuerdo del pecado en
nuestras vidas eternas.
Dónde, realmente volveremos a las manos de nuestro Creador
una vez más, sin el conocimiento del pecado, como en el día
de nuestro formación en su imagen y conforme a su semejanza
celestial; pero esta vez "ha de ser para quedarnos con Él,
para vivir la vida de La Nueva Jerusalén Celestial", en dónde
la luz del Mesías alumbra soberanamente y con autoridad. Es
decir, que cada vez que el impío trata de escaparse de su
pecado, por sus propias fuerzas humanas, "lo que realmente
está haciendo es cavando su hoyo en la tierra aún más
profundo de lo normal", si lo podríamos decir así, para no
sólo tocar fondo sino para pisar ya el mismo mundo de los
muertos, como el infierno violento.
Entonces cada vez que el impío toca su propio pecado para
arrancarlo de su vida, realmente "lo que está haciendo es
manchándose más que antes de las tiemblas de su mismo mal";
porque el pecado es como el fuego que cada vez que intentas
apagarlo, "lo que hace es que se aumentan más sus llamas para
arder con mayor fuerza que antes". Como quien dice, para el
impío tratar de escapar de su pecado por si mismo o con la
ayuda de otro pecador como Él mismo, es, como echarle leña al
fuego, para que entonces el fuego se haga más ardiente y
feroz que antes en su vida; es decir, "que su situación
espiritual empeora cada vez más, para su final inevitable".
Entonces el impío se está ahogando día y noche en su propia
maldad que él mismo creo, cuando profirió maldad e infamia
con sus labios en contra de su prójimo y en contra de Dios y
de Sus Diez Mandamientos Infinitamente Santos, por cierto; y
"el acoso del Ángel del SEÑOR en contra de él es constante y
sin parar nunca". Porque no sólo es Dios y su Espíritu que
pelean en contra de todo aquel que no honre Sus Diez
Mandamientos Santos, sino que también es el Ángel del SEÑOR,
"el guardián constante de sus preceptos y de sus decretos
celestiales, para que el hombre los cumpla en los días de su
vida y en todos los lugares de la tierra".
Además, el impío se siente rodeado por la ira de Dios y de su
Espíritu Santo que descienden sin cesar en contra de su vida
y de los suyos también, "para que se arrepienta de su maldad
y haga lo correcto en su vida, cuanto antes mejor, para que
no se pierda su alma infinita en el infierno eterno". Y así
también cada uno de los suyos se libre de su maldad eterna y
de sus tinieblas terribles, porque el mal del impío no sólo
es para Él, sino también para cada uno de los suyos, es
decir, "si es que ellos no se arrepienten de haber ofendido
la Ley Celestial y sus decretos santos en sus vidas
cotidianas, por ejemplo".
Porque el que tiene al Señor Jesucristo en su corazón,
entonces "la ira de Dios y sus muchos juicios ya no caerán
sobre él para tocar su vida y destruirla por haber violentado
Los Diez Mandamientos Eternos", sino que la persona vive para
volver a ver sus nuevos días de vida, llenos de los frutos de
vida eterna del Mesías. Y la vida del impío va de mal en peor
diariamente, porque la ira de Dios está en contra de Él y de
los suyos también, no tanto para destruirlos como a impíos
terribles, "sino para hacerles saber que el camino del mal,
el cual le lleva la contraria continuamente a Los Diez
Mandamientos, es de muerte y de destrucción eterna".
Por lo tanto, el Espíritu Santo con la ayuda del Ángel del
SEÑOR obra diariamente en el corazón del impío no sólo para
que se arrepienta de su maldad en contra de Dios y de sus
preceptos y leyes sagradas, "sino para que se aleje de su
pecado, cuanto antes mejor, para que su mal no toque a otros
nunca más". Porque el poder del pecado en la vida del impío
tiene poder para hacer daño constantemente en la vida de los
demás y en todo su derredor también, "como con los que no han
conocido al Señor Jesucristo en sus corazones aún, como su
único y suficiente Salvador de sus vidas+ en la tierra y en
el paraíso, por ejemplo".
Es decir, para que de esta manera el mal del pecado, de haber
violado la Ley Santa de Dios con sus preceptos y ordenanzas,
entonces no siga su curso de mal en peor en la tierra,
"destruyendo así a muchos desdichados que no tienen nada que
ver con las mentiras, infamias u obras del impío o de la
impía, por ejemplo". Porque el mal del pecado no se queda en
un solo lugar cuando nace, sino que se mueve a muchos lugares
rápidamente, como flor silvestre que crece por doquier y
hasta como fuera de control también, "para repercutir
terriblemente en la vida de muchos desdichados para mal de
sus vidas y hasta para destrucción o degeneración de
generaciones venideras, indudablemente".
Es decir también que cuando Dios trata con el impío no sólo
es para que se arrepienta y se aleje de su maldad, de la cual
ha provocado la ira de Dios en su vida y en la de los suyos
también, "sino para que el pecado no se propague, ni toque la
vida inocente de otras gentes en la tierra". Porque nuestro
Dios no busca el mal de nadie jamás, sino sólo el bien del
cielo para cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, para que entonces "sólo Él sea conocido como el único
Dios, Creador del cielo y de la tierra, para gloria y honra
infinita de su nuevo reino celestial, como La Nueva Jerusalén
Gloriosa del cielo".
Porque sólo hay un Dios en el cielo y en la tierra y así
también un sólo Espíritu Santo y un solo Árbol de la vida,
nuestro Salvador Jesucristo, "para librarnos y limpiarnos día
y noche de nuestros pecados y de las profundas tinieblas de
Satanás y de sus ángeles caídos, por ejemplo, en nuestras
vidas cotidianas en toda la tierra". Porque nuestro Padre
Celestial sólo desea desatar bendiciones tras bendiciones,
milagros tras milagros, maravillas tras maravillas, para que
las gentes de las naciones de la tierra vivan en paz "y
siempre llenas de gozo y de alegría del cielo en sus
corazones y en todas sus almas vivientes, también, como con
sus millares de ángeles en el cielo, por ejemplo".
Es decir, también que si hoy mismo decides alejarte de tus
pecados, al recibir al Señor Jesucristo en tu corazón, como
tu único y suficiente salvador de tu vida, entonces los males
del pecado y de sus muchas tinieblas dejaran de ser en ti y
en los tuyos, también, "para que sólo conozca el bien del
cielo cada vez más". Porque "todos los bienes del cielo",
como toda su gloria santísima de nuestro Padre Celestial, de
su Espíritu Santo y de su Árbol de vida, "son realmente para
cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, para
que vivan felices sus vidas con el temor de su amor milagroso
en sus corazones infinitos, eternamente y para siempre.
Porque nuestro Dios no creo al hombre para que sea un impío
más en el reino de Satanás, "sino para que sea su hijo e hija
en la tierra y así también en el paraíso y en la nueva vida
infinita de La Nueva Jerusalén Sagrada y Sumamente Gloriosa
del cielo, por ejemplo". Ahora, el que sufre su mal, o el mal
de otros, día y noche, como el impío o como la impía, por
ejemplo, "no es culpa de nuestro Dios", sino falta constante
de la presencia gloriosa y sumamente milagrosa del nombre
ungido y salvador del Árbol de la vida eterna, ¡nuestro Señor
Jesucristo!
Porque sólo con el nombre del Señor Jesucristo en el corazón
del hombre, de la mujer, del niño y de la niña, el pecado
muere, y si el pecado muere entonces esto significa, "que los
males mueren sucesivamente, como enfermedades y todas clases
de maldades, infamias, mentiras y hasta el mismo Satanás
también, con su infierno y con su lago de fuego amenazante".
Pero como el impío está ciego por sus propias tinieblas de
los pecados de su corazón, de sus labios y de sus manos,
entonces camina dando vuelvas de un lado para el otro, "como
cuando Israel iba y venia en un sólo lugar, como en círculos,
en el desierto, para luego después de cuarenta años
finalmente heredar la Tierra Prometida".
Y así por fin ver la luz que no conocían aún, tal cual como
Moisés la vio y la conoció sobre el Sinaí, para empezar la
liberación de Israel de las terribles tinieblas de sus
enemigos de la antigüedad, "para entonces servirle libremente
al Dios Viviente, para alcanzar nuevas glorias y santidades
eternas jamás alcanzadas incluso ni por los ángeles". Pues
libres infinitamente de sus enemigos antiguos eran los
hebreos, para servirle con amor y con fe del corazón al
SEÑOR, creador del cielo y de la tierra, "y así vivir para Él
infinitamente sólo en sus nuevas vidas encontradas por
Moisés, en la luz del Mesías, ardiendo en las llamas del
Altar de Dios sobre lo alto del Sinaí".
Esto era una señal celestial y mesiánica sobre el Sinaí,
proféticamente hablando, como sobre la cima de la roca
eterna, en las afueras de la gran Jerusalén de la Tierra
Prometida, para librar al impío de su mal eterno, "si tan
sólo creía en su luz en su corazón y confesara con sus labios
su nombre santísimo", ¡a nuestro Salvador Jesucristo! Porque
lo primero que Moisés vio, antes de ver y de hablar con el
Ángel del SEÑOR sobre el Sinaí, entre llamas y humo
desconocido, fue la luz de la salvación de Israel del poder
de sus enemigos, "para que entren posteriormente a sus nuevas
tierras escogidas por Dios, para que vivan en paz con su
Árbol de vida eterna, infinitamente".
Pues así es el impío o la impía de la tierra, va por su
camino de tinieblas sin saber hacia donde le llevaran sus
pasos en sus días porvenir, sabe que va a volver a tropezar
una vez más, pero no sabe donde ni como, "porque la ira de
Dios está sobre su vida para mal y para los suyos, también".
Además, la ira de Dios ha de estar sobre la vida del impío y
de la impía, "y sólo hasta que despierte de su maldad y se
vuelva a su Dios, Creador de su nueva vida infinita en la
tierra", para vivirla ya en la tierra, en el paraíso y en La
Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo.
Porque la vida santa, la cual nuestro Señor Jesucristo la ha
traído a nuestras vidas desde el paraíso, ha sido realmente
para comenzar a vivirla desde ya en nuestro mundo de hoy en
día, "para posteriormente entrar con ella, establecida en
nuestros corazones y en nuestros espíritus humanos, al nuevo
reino celestial de Dios y de su Árbol de vida eterna". Es
decir, que nosotros no vamos por la nueva vida eterna en el
nuevo reino de los cielos, prometida por nuestro Padre
Celestial a cada uno de nosotros en toda la tierra, "sino que
la llevaremos ya con nosotros mismos en nuestros corazones,
como con nuestro Señor Jesucristo, como con el único gran rey
Mesías de nuestras nuevas vidas infinitas".
Ahora, lo que si vamos a recibir en el nuevo reino celestial
"a de ser nuestros nuevos cuerpos glorificados por el
Espíritu de la sangre y de la vida misma, gloriosa y santa,
de nuestro gran rey Mesías", con una corona de oro y de vida
eterna sobre nuestras cabezas, y vestidos nuestros nuevos
cuerpos endiosados con ropas reales del cielo. Pues seremos
infinitamente una conglomeración de naciones de reyes y
sacerdotes, para servir a nuestro Padre Celestial y a su
nombre muy santo por los siglos de los siglos, "gracias a la
obra suprema y sumamente gloriosa de nuestro Árbol de vida
eterna, en nuestros corazones y en nuestras vidas humanas, de
hoy en día y de siempre, por ejemplo".
Y nuestro Creador castiga al impío y a la impía de la tierra
día y noche, no porque se plazca en arruinar sus vidas, "sino
para que se arrepientan de sus transgresiones", como de sus
mentiras, de sus infamias, de sus calumnias y de sus muchas
malas obras en contra de su palabra viviente, "y para que
finalmente hablen verdad siempre". Porque una nación sin
Satanás, ya es un paraíso terrenal entre las naciones del
mundo entero, como el Israel de la antigüedad y su
Tabernáculo glorioso. Y si las demás naciones siguen el buen
ejemplo de la palabra y de Los Diez Mandamientos y de sus
decretos sagrados, entonces "el mundo entero llegaría a ser
ese paraíso terrenal, por el cual Dios soñó desde siempre en
donde el hombre viva infinitamente feliz con Él y con su
Árbol de vida eterna, eternamente y para siempre".
Porque el propósito de nuestro Padre Celestial, y así también
de su Espíritu, de su Árbol de la vida y de sus millares de
ángeles, "es de que Sus Diez Mandamientos con sus decretos y
preceptos sagrados sean cumplidos en el corazón de cada
hombre, mujer, niño y niña", para que haya menos tinieblas y
más luz en el mundo entero. Pero como el impío no ve esta
gran verdad en su corazón, pues entonces sigue su curso de
maldad y de oscuridad eterna en su vida cotidiana, "sin saber
hacia donde va jamás"; como los hebreos en el desierto, dando
vueltas por todos lados y hasta que por fin murieron
cansados, sin ver jamás la Tierra Prometida, salvo sus
retoños.
Y nuestro Dios no nos quiere ver muertos, tendidos en el
desierto, sino vivos, para que vivamos para él y para su
gloria santísima, "la cual viene a nosotros día tras días, si
tan sólo creemos en el Espíritu de la sangre y de la vida
gloriosa de su Árbol de vida, su unigénito", ¡nuestro único
gran rey Mesías del cielo! Por tanto, el impío no tiene que
sufrir ni menos morir en sus pecados abominables de siempre;
lo único que nuestro Dios espera de él, es que se arrepienta
de sus pecados, antes hoy que mañana, para que los días
venideros no sean de tinieblas sino de la luz del paraíso, ¡
nuestro único Árbol de vida del cielo y la tierra!
Si, nuestro Señor Jesucristo es la única libertad del pecado,
para el pecador y para la pecadora de la humanidad entera. Y
fuera de nuestro Señor Jesucristo no hay salvación alguna en
el paraíso, ni en la tierra ni menos en el más allá,
eternamente y para siempre. Si, con el Señor Jesucristo "ya
no hay pecado alguno en tu vida", sino sólo una vida
abundante de muchas cosas gloriosas, como milagros, prodigios
y maravillas en abundancia de nuestro Dios y de su Espíritu
Santo, ¡para enriquecer tu corazón y cada momento de tu vida
en la tierra y en el paraíso, eternamente y para siempre!
El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.
¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!
Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.
LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):
"'¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen
de fundición, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresión a la Ley Perfecta de nuestro Padre Celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'
"'¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su prójimo!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
huérfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'
"'¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poniéndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dirá: '¡Amén!'
LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS
Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!
SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS
Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:
PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".
SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".
TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".
CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".
QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".
SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".
SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".
OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".
NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".
DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".
Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y deshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.
Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:
ORACIÓN DEL PERDÓN
Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.
Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:
NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.
¡CONFÍA EN JESÚS HOY!
MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.
YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.
- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.
Disponte a dejar el pecado (arrepiéntete):
Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.
QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.
¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?
¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?
Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:
Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.
Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.
Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.
El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.
El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.
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