(Cartas del cielo son escritas por Iv�n Valarezo)
(Happy Veterans Day / Feliz d�a de los Veteranos, le deseamos
de todo coraz�n a cada hombre y mujer (vivo o fallecido) con
cada una de sus familias, de los que han servido fielmente en
las fuerzas armadas de todo nuestro continente americano.
Pues ellos han sido el c�liz de paz y seguridad que nuestro
Padre celestial le ha entregado a nuestras tierras fielmente
en cada d�a, y esto es en cada d�a que sirvieron en las
fuerzas armadas, para que nuestras familias vivan sus vidas
en paz y en progreso constante. Es decir, de vivir en paz,
seguridad y prosperidad material e espiritual cada uno de
todos nosotros, militares y civiles, con el fin de hacer a
nuestros pueblos cada vez m�s grandes que antes, para bien
eterno de generaciones futuras de la humanidad entera. Por
todo ello, en estos d�as celebramos sus vidas grandemente en
nuestros corazones como siempre y como hermanos y hermanas,
por ejemplo, porque fueron muy importantes en nuestras vidas
de cada d�a del pasado y lo ser�n as� por siempre en los d�as
venideros tambi�n, para seguir viviendo en paz, en seguridad
y en prosperidad sin igual con todos los dem�s. En verdad,
sin el servicio fiel de cada uno de ellos, en nuestras
fuerzas armadas, entonces muchas cosas que hoy en d�a tenemos
por com�n y corriente, no lo tendr�amos jam�s, ni mucho menos
las disfrutar�amos, como lo disfrutamos con gran libertad por
donde quiera que vayamos por todo lo largo y lo ancho de
nuestro continente americano. Y esto es, en s�, sin duda
alguna, como nuestra paz, seguridad nacional y la constante
prosperidad de cada una de nuestras familias para
generaciones venideras, gracias al amor, la verdad y la
santidad gloriosa del Esp�ritu Santo de la palabra bendita,
gloriosa, todopoderosa, saludable, reparadora y viva de
nuestro Padre celestial y de su Hijo amado, �nuestro Salvador
Jesucristo! Palabra bendita de nuestro Padre celestial y de
su Hijo Jesucristo manifestada grandemente en nuestras vidas
de cada d�a por los poderes sobrenaturales de su Esp�ritu
Sant�simo. �Feliz d�a de los Veteranos a todos!
We are deeply saddened to hear that terrible things have
happened at Fort Hood military base, in Texas, where many
lives became all of a sudden hurt as never before and others
lost at the hand of someone that was supposed to be there to
care and protect them with his learned professional skills.
We pray for them and their families for such a tragic lost
that no one was expecting to happen at all anywhere around
the country. We pray also for the families and their sons and
daughters serving honorably in the armed forces that they may
find refuge, comfort and relief within the Holy Spirit of the
arms of our heavenly Father, in the gracious and all-powerful
name of His Son Jesus Christ, our ever-present Lord and
Savior! Our prayers and love would continue to be with them
and their loved ones each moment of their entire lives, so
our heavenly Father may be glorified and honored within their
hearts, souls, minds, bodies and human spirit on earth and in
heaven as well, for the glory of His precious name, within
the holy presence of His Son Jesus Christ! Amen!)
(The following book is important to read it again, that is-if
you can read Spanish-, because, it reveals that the
tabernacle of Moses and Israel, indeed, it was a temple of
worship, just as any other evangelical temple that you may
find within your neighborhood or around the block of your
house these days, for example. In this small evangelical
temple outside the Israelis' camp in the desert, our Lord
Jesus Christ did not only speak on behalf of Moses and Israel
but also he was the voice and will of our heavenly Father for
them and the nations of the entire world-just as in any other
evangelical small temple these days everywhere. In this
temple, within the place of the Holy of Holiest, for
instance, it was the secret place, of the heavenly-arc of the
eternal covenant, where our heavenly Father kept the golden
jar of the manna, Aaron's staff and the two tables of the Ten
Commandments in perfect holiness and away from the people,
except Moses and the high priest. Moreover, the loveliness of
the entire arc of the covenant was that our heavenly Father
kept within the Holy of Holiest the glorious atoning-blood of
His Son Jesus Christ safely full of life and health for
Israel and the nations, so they may love unconditionally His
Son as King and Savior of their lives, for ever and ever. And
our heavenly Father did this miraculously for the eternal
blood of His Son Jesus Christ that is full of life and
blessings, just as He kept the golden jar with its manna
intact and full of life as well for Israel to remember always
of His everlasting power to keep life, health and wealth
within them and the entire earth. Therefore, this is a very
important book to read again, that is, if you have the time
to do it for your never-ending peace, so you may know more of
our heavenly Father's great power and love towards you, your
loved ones and friends also around the entire world, but only
through the never-ending grace and love of His Son Jesus
Christ. God blesses you richly and abundantly these days and
forevermore in paradise, that is to say if you love Him and
His Son Jesus Christ within all the powers of your heart,
soul, mind, body and human spirit-just as He eternally loves
you from the start in heaven within His Son Jesus Christ's
heart and atoning-blood, for ever and ever. Have a very happy
veterans day with your loved ones and friends! Amen!)
LA TIENDA DE REUNI�N FUERA DEL CAMPAMENTO ISRAEL� ES SIEMPRE
JESUCRISTO:
Fuera del campamento de los hebreos, Mois�s levant� una
tienda muy especial para nuestro Padre celestial y para todo
el pueblo de Israel, de acuerdo a la palabra del SE�OR, en la
cual nuestro Se�or Jesucristo descender�a progresivamente de
la nube celestial, la Shekinah, para hablar con �l cara a
cara. A esta tienda, Mois�s la llam�: "Tienda de reuni�n o
tabern�culo o Jesucristo, (el Gran Rey Mes�as)", por ejemplo,
para hablar con nuestro Padre celestial sobre todos sus
asuntos personales y de los del pueblo entero tambi�n.
Por ello, �sta gran tienda literalmente "era el cuerpo
sant�simo de nuestro Se�or Jesucristo" quien pod�a hablar no
solamente con Mois�s cara a cara, desde el lugar sant�simo
del cielo, sino que tambi�n pod�a, a la vez, hablar con
nuestro Padre celestial, ya sea para interceder sobre alg�n
asunto personal, de personas, familias, tribus o para
emergencia nacional. Cada vez que Mois�s necesitaba hablar
con nuestro Padre celestial, entonces desde la nube celestial
descend�a nuestro Se�or Jesucristo, como el Hijo de Dios,
como el Cordero salvador, como el sumo sacerdote, para hablar
con Mois�s y con nuestro Padre celestial que est� en los
cielos, concerniente a cualquier asunto emergente.
Y siempre s�lo nuestro Padre celestial tenia la ultima
palabra de todo lo que se dec�a o trataba entre �l, Mois�s o
el pueblo en general, y nada de lo que nuestro Padre
celestial ordenaba se descuidaba jam�s, sino que era llevado
acabo palabra por palabra hasta que sea hac�a su perfecta
voluntad: remediando as� los problemas, conflictos nacionales
o extranjeros. Es decir, tambi�n que nuestro Padre celestial
hablaba con Mois�s, y s�lo por medio de su Hijo Jesucristo,
como siempre lo intent� hacer en el para�so con Ad�n y Eva,
para tener una relaci�n cerrada con el hombre y muy especial
a la vez, aun mucho mayor que la que tiene con los �ngeles a
trav�s de los tiempos, por ejemplo.
Y, adem�s, cuando esto suced�a, la gloria de nuestro Padre
celestial se ve�a claramente no s�lo sobre todo el campamento
israel�, sino tambi�n en todas las naciones de la tierra,
porque la gloria de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo brillaba m�s brillante que el sol en su pleno d�a,
delante de todas las gentes de la tierra. La gloria de
nuestro Se�or Jesucristo era tan visible sobre todo el
campamento israel� y las dem�s naciones alrededor de ella,
que las gentes paraban de hacer lo que estaban haciendo por
m�s importante que fuere, en aquellos momentos, para comenzar
a disfrutar de su presencia sant�sima y sumamente
enriquecedora a sus corazones y a su esp�ritu humano, sin
duda alguna.
En verdad, estos eran momentos gloriosos de nuestro Se�or
Jesucristo que se manifestaba y, a la vez, se regaba sobre
todos los hogares de los hebreos, para que las naciones
vieran que nuestro Padre celestial estaba con ellos, para
bendecirlos y sobretodo protegerlos a cada hora del mal
terrible del enemigo. Es decir, que la �nica protecci�n
segura que nuestro Padre celestial le hab�a dado a los
hebreos, adem�s del liderazgo valiente de Mois�s, por
ejemplo, era su Hijo amado, como su sumo sacerdote y el
Cordero de la sangre sant�sima del arca del pacto eterno
entre �l, Abram y sus descendientes, por sus millares, en
todas las naciones de la tierra.
Es decir, tambi�n que sin la presencia sant�sima de nuestro
Se�or Jesucristo, ya sea sobre todo lo alto del Sina� o en la
tienda de reuni�n, entonces Israel estaba totalmente
desprotegido, por tanto, vulnerable a cada uno de los ataques
de mentiras, maldades, enfermedades, guerras, epidemias y
muertes terribles de Satan�s y del �ngel de la muerte. Porque
lo �nico que protegi� y, adem�s, bendijo grandemente la vida
de Abram y de sus hijos e hijas para generaciones futuras,
a�n cu�ndo Sara era est�ril y sin hijos, fue el pacto
sant�simo de la cena del SE�OR entre �l y Dios: Y esto es de
comer y de beber sin parar de su Hijo amado, �el Hijo de
David!
Por ello, por la presencia de nuestro Se�or Jesucristo en el
lugar sant�simo del tabern�culo, entonces las naciones tem�an
a Israel grandemente, porque sab�an perfectamente que nuestro
Padre celestial no solamente estaba con ellos, sino que
tambi�n �l estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ellos,
es decir, si alguien se atrev�a a hacerles alg�n mal entonces
frenarlos en seco. Porque era la sangre bendita y reparadora
del Cordero de Dios, nuestro Se�or Jesucristo, quien pelea
por ellos por donde sea que fueren por el desierto camino a
Cana�n para no solamente cumplir con la voluntad perfecta de
su Fundador, sino tambi�n para servirle y adorarle cada d�a y
para siempre con su misma sangre escogida y bendita, bendita
por �l mismo.
Verdaderamente, con nuestro Se�or Jesucristo viviendo entre
las tribus de Israel, en el tabern�culo, la gloria de nuestro
Padre celestial se manifestaba grandemente cada d�a, la cual
hacia milagros y maravillas no solamente delante de los
hebreos sino tambi�n de las naciones, predic�ndoles as� el
evangelio reconciliador, para que se arrepientan de sus
pecados y sigan a su Rey Jesucristo perpetuamente. Porque
nuestro Padre celestial no solamente deseaba la bendici�n de
Israel y con todos los privilegios celestiales y terrenales
de la salvaci�n de sus almas eternas, sino que tambi�n
deseaba lo mismo de las naciones del mundo entero, por medio
de los rituales de la tienda de reuni�n, �nuestro Rey
Jesucristo y su sangre salvadora sobre su altar sant�simo
entre los querubines!
Porque los querubines de oro sobre el arca del pacto de
nuestro Padre celestial y de Israel, en s�, contemplan
at�nitos eternamente el misterio celestial de la sangre
sant�sima y sumamente gloriosa y todopoderosa de su Hijo
Jesucristo, derramada sobre ella y sobre todo Israel; eso es,
los �ngeles mirando asombrados la sangre del Cordero de Dios,
derram�ndose sobre el hombre. Esto es la gloria de los
querubines de Dios en los cielos y la misma gloria de cada
hombre, mujer, ni�o y ni�a no solamente de las doce tribus de
Israel sino tambi�n para cada naci�n de toda la tierra, para
que cubran sus pecados para siempre y as� se salven cada d�a
e infinitamente del castigo eterno del infierno.
�sta es la gloria mayor de los �ngeles y de nuestro Padre
celestial en toda la vida sant�sima del reino de los cielos y
as� tambi�n para todo Israel de siempre, para que las
naciones reciban igual bendici�n, creyendo en sus corazones y
confesando la sangre viva de Jesucristo, como los �ngeles lo
han hecho en el cielo, en todo tiempo. Porque s� a los
querubines les fuera permitido hablar de lo que est�n viendo
sobrecogidos sobre el arca del pacto de nuestro Padre
celestial para con Israel y las multitudes de naciones de
toda la tierra, entonces gritar�an a voz en cuello, diciendo:
Vemos la sangre reparadora del Hijo de Dios, el Cordero
Santo, el sumo sacerdote de nuestro Padre celestial.
Y esto era precisamente los que los querubines de oro
maravillados ven constantemente sobre el arca del pacto
eterno de Dios: la sangre sant�sima de su Hijo amado, para
limpiar de todo pecado a cada hebreo, a cada hebrea y as�
tambi�n a cada gentil, hombre, mujer, ni�o y ni�a de todas
las familias de las naciones del mundo entero. Y esto era
algo muy importante para la vida de todo Israel y de las
familias de toda la tierra, lo cual lo sab�an perfectamente
todos los levitas, encargados del mantenimiento de la tienda
de reuni�n, que era la sangre sant�sima de su Rey Mes�as
derramada sobre el arca del pacto eterno para perd�n y
bendici�n eterna de todos.
Por lo tanto, la importancia constante de cada hora del
derramamiento de la sangre del cordero, sobre el arca del
pacto eterno y sus querubines de oro no era nada extra�o para
el Israel emergente, sino que lo llevaban acabo ritualmente
conociendo siempre que era el Rey Jesucristo entre ellos, que
los liberaba del poder terrible del pecado y de Satan�s. Por
todo ello, sin la presencia sant�sima de nuestro Se�or
Jesucristo, dentro del lugar sant�simo de la tienda de
reuni�n, entonces Mois�s no pod�a jam�s hablar con nuestro
Padre celestial sobre ninguno de sus asuntos personales o del
pueblo en general, por ejemplo, porque era la presencia
constante de la sangre del Rey Jesucristo que lo permit�a
todo siempre.
Adem�s, �sta presencia sant�sima de nuestro Se�or Jesucristo,
en las afueras del campamento israel�, en s�, era el s�mbolo
vivo de lo que �l har�a cada d�a y posteriormente por Israel,
como el Hijo de David, como el Cordero salvador y sumo
sacerdote de la sangre sant�sima y reparadora de su propio
cuerpo vivo, para quitar el pecado del mundo entero
perpetuamente. Y fue as� como nuestro Padre celestial empez�
a interactuar con todo Israel, por medio de su Hijo
Jesucristo y con Mois�s en el lugar sant�simo del
tabern�culo, para hablar siempre en pro del hombre, la mujer,
el ni�o y la ni�a, por medio de su Hijo Jesucristo, y
redimirlos as� de sus problemas, preocupaciones, enfermedades
y enemigos.
Y sin la presencia constante de la sangre bendita del Rey
Jesucristo, la cual los querubines de oro pasmados miran sin
cesar jam�s en el cielo y en la tierra, no estuviese
debidamente en su lugar propio del arca del pacto eterno
entre Abraham, Isaac y Jacobo, entonces Mois�s no pod�a hacer
nada de nada ni menos ministrar para Israel. Pero nuestro
Padre celestial fue tan fiel al pacto entre �l, Abraham,
Isaac y Jacobo, tan fiel como los mismos querubines de oro
mirando maravillados constantemente sobre la sangre del Rey
Jesucristo en el arca del pacto, que la protecci�n y sus
bendiciones sin fin jam�s les falto a todos ellos, ni por un
momento.
Porque fue �sta la primera carne con su sangre viva y santa
del Rey Jesucristo que comi� y bebi� Abram en el principio de
las cosas hebreas junto con sus hombres de guerra, delante de
nuestro Padre celestial y sobre su mesa de la cena del pacto
eterno, en las afueras de Salem, para empezar la vida de
Israel. Mejor dicho, fue la misma sangre sant�sima de nuestro
Se�or Jesucristo lo que bebi� y comi� Abram para empezar una
relaci�n santa y justa con su Dios y Fundador de su vida en
la tierra y en el cielo para siempre, �nuestro Padre
celestial!
S�, eso es lo que los querubines de oro ven sorprendidos
constantemente dentro del arca del pacto eterno: el pan del
cielo que Abram comi� y la sangre bendita que bebi� cuando el
rey Melquisedec les sirvi� a �l y a sus hombres sobre su mesa
santa de la cena del SE�OR, en las afueras de Salem, para
perd�n eterno. Por ello, sin la carne santa y la sangre
reparadora del Rey Mes�as o el Rey de Salem, Melquisedec,
entonces nuestro Padre celestial no pod�a empezar ninguna
obra santa en toda la tierra, ya sea con Abram (o Abraham) o
con ning�n otro hombre, mujer, ni�o o ni�a de todas las
naciones del mundo entero.
Entonces fue el beber de la copa de la sangre sant�sima y
reparadora de nuestro Se�or Jesucristo, lo que se bebi� en el
principio con Abram, y as� tambi�n lo es cada d�a de nuestras
vidas en la tierra, para librarnos de nuestros pecados y de
los males terribles que trae a nuestras vidas cada malvado de
Satan�s, por ejemplo. Por lo tanto, fue por la sangre que
Abram verti� sobre su holocausto inicialmente en el monte
Moriah por sus pecados y el pecado original de Ad�n y Eva,
para que sus generaciones venideras tambi�n sean bendecidas
por la misma sangre sant�sima del pacto eterno, el Hijo de
David, nuestro Salvador Jesucristo, es lo que siempre
contemplan admirados los querubines del cielo.
Y, sucesivamente, sin �sta sangre sant�sima del pacto entre
Abraham, Isaac y Jacobo, entonces nuestro Padre celestial
jam�s hubiese permitido que su Hijo Jesucristo viviese en
cautiverio por cuatrocientos treinta a�os con los hebreos en
Egipto, sino que la historia fuera diferente hoy en d�a y
para siempre. Empero, fue la sangre del pacto santo y eterno
entre nuestro Padre celestial y Abram lo que mantuvo vivo a
todo Israel en el cautiverio egipcio, para posteriormente
levantarse al monte Sina� como el �rbol de la vida en llamas,
en el d�a se�alado del SE�OR, para empezar con Mois�s la
liberaci�n de Israel de su cautiverio egipcio.
Y as� tambi�n fue inicialmente, con esta misma sangre del
pacto eterno entre nuestro Padre celestial y Abram,
ministrada por el Rey Melquisedec de Salem sobre la mesa del
pan de vida y de la copa de vino, lo que le abri� las puertas
del cautiverio egipcio y su mar Rojo a Israel, para que
escapase a la tierra prometida. Ahora, cuando Israel cruz� el
mar Rojo, entonces nuestro Padre celestial los bautiz�
grandemente en la misma sangre bendita y abundante de su Hijo
amado, nuestro Se�or Jesucristo, para que sus pecados, no
solamente de ellos sino tambi�n de las futuras generaciones
venideras de naciones, sean limpiados y as� tambi�n de todo
mal del enemigo y de su muerte infernal.
En otras palabras, nuestro Padre celestial les hab�a dado a
todo Israel, por medio de la obediencia y la fe de Mois�s, al
Rey Mes�as de sus almas vivientes, quien no solamente con su
sangre santa sobre los marcos de sus puertas los hab�a
liberado de la muerte segura, sino que tambi�n los hab�a
liberado de Egipto eternamente y para siempre. Porque es la
sangre bendita de nuestro Se�or Jesucristo la que no
solamente perdona los pecados sino que tambi�n repara la vida
del cuerpo, alma y esp�ritu humano de cada hombre, mujer,
ni�o y ni�a de Israel y de la humanidad entera, por ejemplo,
para que ya no sufran y mueran m�s, sino que vivan
infinitamente gozosos en el cielo.
Por ello, �sta tienda de reuni�n levantada en las afueras del
campamento israel� (o de la misma Jerusal�n de Dios),
caminando por el desierto Egipto hacia la tierra prometida,
en s�, era su mismo Hijo amado, en cuerpo, alma, sangre y
Esp�ritu Santo para todo Israel y para las multitudes de
naciones en toda la tierra. Visto que, todos los elementos
que constituyeron para el levantamiento o formaci�n del
tabern�culo, en s�, eran elementos que salieron de la misma
tierra, como los �rboles y sus frutos: palos, telas y hasta
metales y dem�s, para que sea el abrigo exacto y fuerte del
lugar sant�simo de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo en todo Israel.
As� pues, tambi�n el cuerpo del hombre sali� del polvo de la
tierra, cuando nuestro Padre celestial con un pu�ado de lodo
en sus manos santas, entonces comenz� a formar a cada hombre,
mujer, ni�o y ni�a en su imagen y conforme a su semejanza
celestial, comenzando con Ad�n y Eva, por ejemplo. Es m�s,
hasta podemos decir tambi�n que cuando nuestro Padre
celestial formaba a todo Israel, como el del ayer y de
siempre, entonces los form� a cada uno de ellos, sea hombre o
mujer, en la imagen y conforme a la semejanza de su Rey
Jesucristo, el Hijo de Dios, �el �nico Gran Rey Mes�as
posible infinitamente para Israel y las naciones! (Por esta
raz�n, Satan�s los odia grandemente y hasta a�n m�s all� de
la muerte tambi�n, porque salieron inicialmente de la imagen
y conforme a la semejanza del Hijo de David, nuestro Se�or
Jesucristo, �el Santo de Israel para la eternidad!)
Y, hoy, �ste ser sant�simo, como de �l mismo, como su Hijo
amado, por ejemplo, es el Hijo de David, para que entonces
todos ellos vivan junto a �l eternamente fieles a su nombre
muy santo, en la tierra y as� tambi�n en La Nueva Jerusal�n
santa y gloriosa del cielo, en donde cada palabra es fiel y
verdadera para siempre. Oportunamente, todos hemos sido
formados del polvo de la tierra, para llevar en cada uno de
nosotros la imagen, la semejan y la gloria infinita de
nuestro Padre celestial y de su Hijo Jesucristo, por los
poderes sobrenaturales de su Esp�ritu Santo y su fe
inagotable, para vivir nuestras vidas en la tierra y as�
tambi�n en La Nueva Jerusal�n celestial.
Porque la verdad es que nuestro Se�or Jesucristo descendi� de
nuestro Padre celestial, para entrar en el vientre virgen de
la hija de David, y ella sali� de la tierra, para que despu�s
de nueve meses darnos la carne santa, los huesos
inquebrantables, la sangre reparadora, y el esp�ritu humano
del hombre totalmente limpio, santificado y enriquecido en su
Esp�ritu Santo. Por eso, somos nosotros tan propios o frutos
de la tierra en las manos de nuestro Padre celestial as� como
lo es por siempre, en la tierra y en el cielo, la tienda de
reuni�n con sus elementos terrenales y celestiales que la
formaban misteriosamente en la presencia y en el s�mbolo
sant�simo de nuestro Se�or Jesucristo y su sangre
reparadora/santificadora.
Por esta raz�n, cuando Israel le ped�a a nuestro Padre
celestial que les diera un rey as� como los reyes que ten�an
las naciones, entonces no les neg� nunca su Rey Mes�as, sino
que se los dio inmediatamente en la formaci�n santa y
correcta, como la del reino angelical, con sus propias cosas
por dentro, santas y gloriosas infinitamente, �nuestro
Salvador Jesucristo! Es decir, tambi�n que nuestro Se�or
Jesucristo aunque era el Hijo de Dios, por tanto, sumamente
santo y libre de todo pecado y maldad, su carne bendita, su
sangre sant�sima y reparadora, con sus huesos
inquebrantables, pues, tambi�n estaban hechos de los mismos
elementos de toda la tierra, es decir, como el de Ad�n y Eva
inicialmente, sin duda alguna.
Y te digo todo esto, para decirte que los mismos elementos
que compusieron la formaci�n de la tienda de reuni�n, en s�,
son los mismos elementos inicialmente que formaron a cada
hombre, mujer, ni�o y ni�a de toda la tierra, incluyendo el
mismo cuerpo santo y glorioso de nuestro Se�or y Salvador
Jesucristo, pero sin pecado para todos nosotros. Porque
nuestro Se�or Jesucristo no sali� jam�s de la tierra, como
Ad�n, por ejemplo, sino que descendi� del cielo de nuestro
mismo Padre celestial, en donde siempre ha habitado a trav�s
de las edades, como Rey Mes�as, como el Hijo de Dios, como el
Cordero santo, como el sumo sacerdote, como el templo de Dios
y de sus �ngeles fieles.
Por lo tanto, cuando Dios le orden� a Mois�s levantar la
tienda de reuni�n en las afueras del campamento israel� (o la
Jerusal�n antigua del desierto), en verdad, le estaba dando a
Mois�s y a la humanidad entera: el verdadero cuerpo, los
huesos inquebrantables, la sangre sant�sima de su Hijo amado,
para que sea su �nico Rey Jesucristo para siempre. Para que
s�lo su Hijo amado, como el Hijo de David, sea por siempre
para Israel y las naciones su Cordero principal y su Rey
Mes�as, el sumo sacerdote para muchas generaciones venideras
en la eternidad celestial, para fin del pecado y el comienzo
de una nueva vida, llena de paz, gozo, felicidad, prosperidad
espiritual y material, para siempre.
Y como �ste Rey Mes�as, el Hijo de David, nuestro Padre
celestial no conoce otro igual en el cielo, en la antig�edad
de toda la tierra, ni mucho menos en la nueva vida infinita
de La Nueva Jerusal�n santa y gloriosa del m�s all�, por lo
tanto, s�lo Jesucristo es el Salvador inicial de Israel y de
la humanidad entera. Es decir, tambi�n que Israel siempre
tuvo el cuerpo, los huesos inquebrantables, la sangre
sant�sima y el Esp�ritu salvador de su Gran Rey Mes�as con el
tabern�culo, para que sea para cada uno de ellos, en Israel y
alrededor del mundo entero, su Cordero principal con su
sangre reparadora y su sumo sacerdote para interceder por
ellos cada d�a en el cielo.
De ello, fue la oraci�n de nuestro Se�or Jesucristo por Abram
y delante de nuestro Padre celestial, lo que no solamente
empez� una relaci�n santa con su Dios y Fundador de su vida
sino tambi�n la de sus hijos e hijas, la cual no solamente
seria Israel sino multitudes de naciones a trav�s de las
edades, y todo para bendici�n eterna. Adem�s, en �ste lugar
sant�simo de la tienda de reuni�n, Mois�s se encontraba con
Jesucristo cada vez que ten�a que hablar con �l sobre
cualquier asunto de importancia o que era muy dif�cil de
resolver en el pueblo; es decir, que Mois�s ve�a cara a cara
al Rey Jesucristo, como su Cordero santo y su sumo sacerdote
de cada d�a.
Podemos decir tambi�n que Mois�s cada vez que entraba en la
tienda de reuni�n, entonces estaba entrando al pie de la
letra en el cuerpo santo de nuestro Se�or Jesucristo, para
dialogar con nuestro Padre celestial, de las cosas que Dios
mismo deseaba hacer en Israel, o que los israel�es necesitan
hacer por ellos mismos, por ejemplo. Pues, �sta tienda de
reuni�n de Mois�s y de todo Israel, en s�, era un templo de
oraci�n y de fe evang�lica todopoderosa, porque desde ah�,
desde el lugar sant�simo, nuestro Se�or Jesucristo no
solamente hablaba por nuestro Padre celestial a Mois�s y a
todo Israel, sino que tambi�n se predicaba su palabra para
bendici�n, como cualquier profeta, ministro, pastor,
evangelista moderno, por ejemplo.
Es decir, tambi�n que la tienda de reuni�n, desde las afueras
del campamento israel�, se predicaba cada d�a palabra por
palabra el evangelio eterno de reconciliaci�n, el cual los
mismo querubines deseaban predicar tambi�n no s�lo a todo
Israel sino a las naciones del mundo entero, pero la
predicaci�n de �ste evangelio sagrado es s�lo para el hombre,
por ahora. Porque nuestro Padre celestial tiene un tiempo
corto para ellos, en el cual cada �ngel, arc�ngel, seraf�n y
dem�s seres muy santos y gloriosos de nuestro Padre celestial
como los querubines, por ejemplo, predicaran a voz en cuello
y asombrados de las glorias infinitas de la sangre bendita
que habita por los siglos de los siglos, dentro del arca del
pacto eterno.
Entonces el �nico cristiano que pod�a entrar al lugar
sant�simo de la tienda de reuni�n era Mois�s, porque Mois�s
hab�a tenido un encuentro personal con nuestro Se�or
Jesucristo sobre todo lo alto del Sina� y le hab�a cre�do a
su palabra santa y a su mensaje de amor y de salvaci�n para
con todo Israel, de parte de nuestro Padre celestial. Por lo
tanto, Mois�s fue el �nico cristiano-hebreo, creyente de la
salvaci�n personal de nuestro Se�or Jesucristo y de su sangre
sant�sima y reparadora, por lo cual pod�a entrar en cualquier
momento al lugar sant�simo del santuario, para dialogar con
Dios de todas las cosas que concern�an con la protecci�n,
bendici�n, salud, felicidad y salvaci�n de todo Israel, por
ejemplo.
Pero, todos los dem�s no pod�an acercarse, ni menos entrar al
santuario sant�simo de la tienda de reuni�n, salvo el sumo
sacerdote levita y solamente una vez al a�o, para que no
muriesen delante de la presencia santa de nuestro Padre
celestial. Entonces, en aquellos tiempos, nuestro Se�or
Jesucristo descend�a del cielo, de la misma nube celestial,
en donde se encontraba el trono de nuestro Padre celestial y
el tabern�culo original para hablar con Mois�s �nicamente y
cara a cara con �l, como uno de sus mismos �ngeles fieles del
cielo o como su mejor amigo fiel en toda la tierra, por
ejemplo.
Entonces la tienda de reuni�n era el verdadero s�mbolo vivo
de la vida y venida del Gran Rey Mes�as a Israel y al mundo
entero tambi�n, para redimir de sus males y enfermedades a
todo Israel y a las naciones, para que s�lo reine la luz con
su vida, llena de salud, paz, felicidad, prosperidad y
bendiciones sin fin, por doquier. Y s�lo as� nuestro Padre
celestial pod�a hacer muchas cosas por Israel, para que no
solamente no les falte nunca ning�n bien en el desierto
hostil de Egipto, sino para librarlos constantemente de las
fieras y de las naciones enemigas m�s poderosas que ellos,
las cuales buscaban como matarlos para acabar con ellos para
siempre y cuanto antes mejor para Satan�s.
En aquellos tiempos, nuestro Padre celestial no solamente
libr� a Israel de todas las naciones enemigas y de sus
ej�rcitos malvados con los milagros y maravillas gloriosas
del nombre y de la sangre sant�sima de su Hijo Jesucristo,
sino que tambi�n les regalaba se�ales celestiales
continuamente a todos ellos, para que se mantengan siempre
fieles a �l y a su Jesucristo. Por eso, era necesario que
nuestro Se�or Jesucristo descendiese cada vez posible a la
tienda de reuni�n para reunirse con Mois�s, porque no
solamente Mois�s necesitaba la oraci�n sino tambi�n cada
hebreo, cada hebrea y cada extranjero igual, para que por
siempre est�n cada d�a delante de nuestro Hacedor y as� ser
bendecidos con su favor eterno progresivamente.
En la medida en que, sin la oraci�n tradicional de nuestro
Se�or Jesucristo delante de nuestro Padre celestial y de su
Esp�ritu Santo, entonces la tienda de reuni�n no se levantaba
jam�s para seguir adelante o a ning�n lugar de todo el
desierto Egipto con Mois�s y con todo el pueblo de Israel,
por ejemplo. Mejor dicho, eran las oraciones usuales de
nuestro Se�or Jesucristo que hac�a con Mois�s en el lugar
sant�simo, lo que no solamente solucionaba los problemas de
sus vidas y as� tambi�n del pueblo hebreo, sino que los
llevaba por el camino del bien por el desierto hostil para
que ninguna naci�n enemiga se ense�oree de ellos jam�s, para
hacerles da�o alguno.
Es m�s, nuestro Se�or Jesucristo descend�a al lugar sant�simo
del tabern�culo para orar con Mois�s primeramente, para que
la ira de nuestro Padre celestial se aplaque de una manera u
otra o lo m�s pronto posible, para que entonces autorice
soberanamente a que Israel entre a Cana�n, olvidando as� el
pecado terrible del becerro fundido en oro al pie del Sina�.
Pero nuestro Padre celestial segu�a tan enojado con todo
Israel, por el becerro fundido en oro al pie del Sina�, que
no quer�a perdonarlos a�n por �ste pecado malvado, el cual
siempre est� en su presencia santa hasta el d�a de hoy, pero
las oraciones de Jesucristo y su siervo Mois�s segu�an
pidiendo misericordia para Israel para entrar ya a Cana�n.
Por ello, nuestro Se�or Jesucristo jam�s dej� de orar por
todo Israel con la ayuda de las oraciones de Mois�s, porque
si dejaba de orar por ellos por todo el camino del desierto,
entonces no solamente ellos hubiesen muerto por sus pecados
sino tambi�n sus hijos y as� la tierra prometida jam�s
hubiese sido conquistada por Israel. Pero gracias a las
oraciones fieles de nuestro Se�or Jesucristo y su sangre
reparadora, sobre el altar de cada d�a de nuestro Padre
celestial, entonces s�lo los hijos israel�es entraron a la
tierra prometida para poseerla como sucede hoy en d�a, por
ejemplo; de otra manera, sin las oraciones fieles de
Jesucristo en la tienda de reuni�n no, nunca nada de nada.
Es decir, tambi�n que la construcci�n de la tienda de
reuni�n, como la que Mois�s vio en el cielo, no solamente era
el cuerpo santo, la sangre salvadora, el esp�ritu humano y
limpio de nuestro Se�or Jesucristo, sino que tambi�n es
infinitamente el lugar de oraci�n de cada hombre, mujer, ni�o
y ni�a de las familias de las doce tribus israel�es. Por
ende, todas sus oraciones, ruegos, peticiones eran
contestadas s�lo en el lugar sant�simo del tabern�culo por
nuestro Padre celestial, gracias a las oraciones e
intercesiones de nuestro Se�or Jesucristo y de su siervo
Mois�s, cada vez que nuestro Se�or Jesucristo se presentaba
ante el Padre celestial como su sumo sacerdote y como su
�nico Cordero de la sangre reparadora/santificadora.
Entonces podemos decir tambi�n que la tienda de reuni�n no
solamente era la carne santa, los huesos inquebrantables, el
esp�ritu humano y santo de nuestro Rey Jesucristo, sino que
tambi�n el lugar m�s santo y m�s cerca posible a la verdadera
sangre santa y redentora del pacto eterno entre Dios y el
hombre de toda la tierra, para reconciliaci�n eterna. Y esto
era algo que los querubines fundidos en oro puro mirando
pasmosamente sobre el arca del pacto santo entre nuestro
Padre celestial y Abraham, Isaac y Jacobo, ve�an en s� el pan
de vida y la sangre sant�sima y salvadora de su Gran Rey
Jesucristo; algo maravilloso esto era lo que los querubines
fundidos en oro anunciaban constantemente y cada d�a.
Por lo tanto, la tienda de reuni�n era el templo de Dios en
la tierra, y nuestro Se�or Jesucristo no solamente era su
sumo sacerdote sino tambi�n el Cordero salvador con la sangre
sant�sima y reparadora, para quitar el pecado y salvar el
alma viviente de cada uno de sus creyentes, comenzando con
Mois�s, por ejemplo, y el resto de Israel. Entonces esto era
la gloria de Israel, la cual no solamente la ayud� a
sobrevivir por m�s de cuatrocientos a�os del cautiverio
egipcio, sino que tambi�n le ayud� a escapar su exterminio a
nuevas tierras escogidas por Dios mismo, para el nacimiento
de su Hijo amado y su pronto sacrificio supremo, el cual
quitar�a el pecado del mundo eterno perpetuamente.
Porque para esto nuestro Padre celestial los mantuvo siempre
vivos en su cautividad egipcia, sin que ninguno de ellos se
muera ni se pierda infinitamente como cualquier pecador en el
infierno: porque el Rey de sus vidas eternas fue siempre
Jesucristo, empezando con Abram y sus hombres en las afueras
de Salem, para empezar un pacto eterno, el cual jam�s
morir�a. Entonces en Egipto, nuestro Se�or Jesucristo entr�
primero con los hermanos de Jos�, como el sumo sacerdote de
Abraham, ya que �l mismo le hab�a dado de comer y de beber de
su pan y de su vino de la mesa del SE�OR, en las afueras de
Salem, para que entre eternamente en un pacto sin fin de
sangre redentora con su Dios.
Y una vez que Abram comi� y bebi� de la cena del SE�OR,
entonces el Rey Melquisedec jam�s lo abandon�, porque entr�
en su cuerpo santo, en sus huesos inquebrantables y en su
sangre del pacto eterno para salud, protecci�n, paz y
salvaci�n eterna de su alma viviente, en la tierra y en el
cielo, y todo para la eternidad venidera. Por esta raz�n, el
Rey Melquisedec o el Rey Jesucristo no se alejo jam�s de los
hijos de Abraham, Isaac y Jacobo sino que permaneci� fiel a
ellos, como su sumo sacerdote y el Cordero del pan y de la
bebida de la mesa del SE�OR, para que jam�s les falte ninguna
de las bendiciones de nuestro Padre celestial.
Es decir, tambi�n que el Rey Jesucristo siempre fue el templo
de Dios no solamente de Abraham sino tambi�n de cada uno de
sus hijos, empezando con Isaac, Jacobo y con cada uno de sus
dem�s descendientes, en sus millares, en todo Israel y las
multitudes de naciones por el mundo entero, por ejemplo. Por
ello, con nuestro Se�or Jesucristo ya viviendo siempre con
Abraham, por el pan de vida y el pacto eterno de la sangre
bendita y reparadora, de las cuales particip� fielmente de la
mesa del SE�OR en su d�a, entonces el evangelio eterno lleg�
primero no s�lo a Egipto sino tambi�n a todo Israel, para
quedarse eternamente y para siempre con ellos.
Adem�s, todo esto sucedi� en Egipto inicialmente para gloria
eterna de nuestro Padre celestial, por medio de Jos� y sus
once hermanos con sus padres que entraron a la tierra de
Gos�n para vivir con �l, porque la tierra estaba sufriendo
hambre y sed: y esto era, en s�, hambre y sed del pan y vino
de Jesucristo, por doquier. Como quien dice, por ejemplo, ya
basta de comer y beber del fruto de la tierra, ahora a
llegado el tiempo de comer y beber de la cena del SE�OR, y
esto es literalmente de comer del pan del cielo y de beber de
la copa de vino de la sangre bendita, del arca del pacto
eterno entre Dios y Abraham.
Entonces, en aquellos tiempos, nuestro Padre celestial
deseaba darles de comer y beber a las naciones, as� como le
hab�a dado de comer del pan divino y de beber de la copa de
vino del pacto eterno, de la sangre sant�sima y reparadora a
Abram y sus hombres, para que vivan junto a �l, pero llenos
de su Jesucristo cada d�a. Es decir, que nuestro Padre
celestial hizo que el hambre y la sed reinaran en las
naciones, como en el infierno, empezando en Egipto, por
ejemplo, para hacer que las dem�s naciones de la tierra
entonces se acerquen m�s a �l y a su Hijo Jesucristo, para
ser servidos por su Hijo salvador y su cena sagrada, sin duda
alguna.
Y esto fue realmente para que se den cuenta de que ten�an que
comer y beber no s�lo del fruto de la tierra como siempre,
sino la del cielo tambi�n, su Hijo salvador, como el pan del
fruto de la vida, y por eso Dios introdujo a Jos� con su
familia en Egipto inicialmente, para servir su mesa
nuevamente a todos. En verdad, s�lo nuestro Padre celestial,
por medio de su Rey Jesucristo, pod�a darles de comer de su
pan del cielo y de su copa de vida eterna, de la sangre
sant�sima y reparadora del coraz�n, alma, cuerpo y esp�ritu
humano de los egipcios, de los hebreos y dem�s naciones de
toda la tierra.
Adem�s, nuestro Padre celestial deseaba hacer todo esto por
ellos, as� como lo hab�a hecho con Abram inicialmente en las
afueras de Salem con su Jesucristo como rey, porque los amaba
grandemente como jam�s amo tanto as� a nadie en el cielo ni
en la tierra; es decir, que nuestro Dios ama al hombre como
se ama a s� mismo grandemente. Por lo tanto, la comida y
bebida que le hab�a dado inicialmente a Abram y sus hombres
de guerra estaba a�n vigentes en sus hijos e hijas, los
cuales viv�an por cientos de a�os sin jam�s ninguno de ellos
morir, excepto los egipcios: Es decir, que los hebreos
viv�an, pero los egipcios mor�an siempre como todos los dem�s
mortales en la tierra.
Es decir, tambi�n que el templo de nuestro Padre celestial,
el cual es s�lo nuestro Gran Rey Jesucristo, estuvo con los
hebreos en Egipto primeramente, no solamente bendiciendo
grandemente a Israel sino tambi�n a todo Egipto: por ello,
Egipto era una naci�n grande y poderosa, y como Egipto no
hab�a otra naci�n igual en gloria y en poder en toda la
tierra. Porque sin el templo del SE�OR, nuestro Rey
Jesucristo, ya sea en las afueras de Salem con Abram y sus
ciento dieciocho hombres o viviendo ya en Israel cautivo en
Egipto, entonces nuestro Padre celestial jam�s pod�a hacer
nada por ellos, grande o peque�o, como perdonarlos, sanarlos,
bendecirlos y sobre todo redimirlos de la muerte cruel de sus
enemigos, por ejemplo.
Pero con su templo santo entre ellos, nuestro Se�or
Jesucristo orando constantemente, como el Rey Melquisedec,
entonces nuestro Padre celestial pod�a hacer todo lo que bien
le parec�a para sus hijos e hijas para generaciones futuras,
porque la vida de la sangre bendita del pacto eterno se
mantendr�a firme entre ellos para protegerlos y derramar de
sus diarias bendiciones sin fin. Y la obra antigua e
interminable del templo de nuestro Padre celestial, nuestro
Se�or Jesucristo, ya sea como el Rey Melquisedec para
Abraham, Isaac y Jacobo, o para sus descendientes como el
sumo sacerdote o como el Cordero principal, en s�, era orar e
interceder fielmente delante de Dios cada d�a con su sangre
santificadora, y as� salvarlos siempre del mal eterno.
Porque eran las oraciones fieles de nuestro Se�or Jesucristo
con su sangre sant�sima delante de nuestro Padre celestial,
las que no solamente liberaron de sus pecados a Abraham,
Isaac y Jacobo, sino tambi�n a sus descendientes de las
tribus hebreas viviendo en el cautiverio egipcio; por inicio,
sin las oraciones usuales del Rey Jesucristo y su sangre
amparadora, entonces Israel vive muerto. Por lo tanto, era
indispensable para nuestro Padre celestial, ahora que Mois�s
lo hab�a visto cara a cara sobre el Sina� y aceptado en su
coraz�n como su sumo sacerdote y Cordero redentor, para
liberarlo de la cautividad egipcia, entonces instalarlo
eternamente en Israel mismo como su templo de sangre
santificadora, oraci�n y fe, para Israel y para las naciones
venideras.
Y es as� como nuestro Padre celestial empez� a interactuar
con Israel inicialmente, por medio de su tienda de reuni�n,
vista por Mois�s primeramente, la cual fue construida de
acuerdo a la original en el cielo, para que Israel y as�
tambi�n las naciones tengan un templo con su nombre sant�simo
y su sangre renovadora de sus vidas en toda la tierra. Esto
era algo que nuestro Padre celestial deseaba hacer, desde el
momento que el Rey Melquisedec se encontr� con Abram y sus
hombres en las afueras de Salem, para darles de comer de su
carne santa y de su sangre viviente sobre la mesa santa del
SE�OR, pero no lo hizo as� en aquellos tiempos porque no era
el d�a a�n.
Y, adem�s, porque simplemente Israel no hab�a salido de
Abraham, Isaac y Jacobo todav�a, para que la hija de David
nazca primero en su tierra escogida, tal cual como se lo
hab�a prometido a Abraham que seria padre de muchas naciones
para generaciones futuras, en la tierra y en la eternidad
celestial del nuevo reino angelical, por ejemplo. A pesar de
todo, nuestro Padre celestial pudo empezar con Abram a
instalar a su Rey Jesucristo en Israel, primero como el Rey
Melquisedec de Salem que le dio de comer y de beber a �l y a
sus hombres, y luego sigui� siendo a cada hora sumo sacerdote
y salvador de Isaac, Jacobo y de todos los dem�s para la
eternidad.
Para por fin �l mismo, como el Hijo de Dios, vivir
personalmente cada d�a como el Rey Melquisedec o como el sumo
sacerdote y Cordero de la liberaci�n eterna de Israel del
cautiverio egipcio y del mundo entero, para que no sean
exterminados por los males terribles de aquellos d�as y de
siempre, de Satan�s y de sus �ngeles ca�dos, por ejemplo. Es
decir, que nuestro Padre celestial envi� a nuestro Se�or
Jesucristo al mundo como el Rey Melquisedec primeramente,
para que sea su sumo sacerdote por inicio, y su Cordero
especial de purificaci�n y salvaci�n, para que el hombre
pueda alcanzar vida, paz, salud, santidad, perfecci�n,
prosperidad y crecimiento espiritual de justicia y verdad, en
la tierra y el para�so, para siempre.
Y s�lo as�, por medio del ministerio de nuestro Se�or
Jesucristo como el Rey Melquisedec, sumo sacerdote, Cordero
Salvador y eterno de todos los hombres, mujeres, ni�os y
ni�as de la humanidad entera, empezando con Israel, entonces
nuestro Padre celestial pod�a ser Dios de ellos
perpetuamente; de otra manera, no, con Israel ni con ninguna
otra naci�n, para siempre. Porque nuestro Padre celestial no
puede ser jam�s Dios de malos, malvados e injustos incr�dulos
de los hombres de toda la tierra, incr�dulos y mentirosos a
su Hijo amado y sus millares de familias fieles a su nombre
sant�simo y salvador de todas las naciones del mundo entero,
�nuestro Se�or Jesucristo!
Por esta raz�n, nuestro Padre celestial le habla inicialmente
al coraz�n del hombre, dici�ndole: Puedes comer y beber de
todos los �rboles del para�so y de la tierra, incluyendo el
fruto del �rbol de la vida, nuestro Se�or Jesucristo; pero no
podr�s comer del fruto prohibido del �rbol de la ciencia del
bien y del mal, para que no mueras nunca. Y, desde entonces
ac�, el hombre, la mujer, el ni�o y la ni�a comen y beben
cada d�a que se sientan a la mesa de sus hogares de la cena
del SE�OR, Jesucristo, para escapar cada d�a los males
escondidos del pecado y la maldad de Satan�s y as� tambi�n
del �ngel de la muerte y del fuego eterno del infierno, por
ejemplo.
Y esto es de comer de la carne santa y de beber de la sangre
bendita del Hijo de Dios, Jesucristo, como Abram lo hizo
inicialmente: porque s�lo �l nos puede dar de comer de su
carne sagrada para reparar nuestra carne muerta y beber de su
sangre bendita para calmar nuestra sed cada d�a y para
siempre, en la eternidad celestial. Es decir, tambi�n que
s�lo nuestro Se�or Jesucristo, ya sea como nuestro sumo
sacerdote, salvador, o Cordero de Dios, nos puede dar de
beber de su sangre santa y salvadora cada d�a para librarnos
de las enfermedades y as� por fin salvarnos de muertes
terribles, en la tierra y en el infierno, para gloria y honra
infinita de nuestro Padre celestial.
Constitucionalmente, esto era precisamente la tienda de
reuni�n de nuestro Padre celestial en las afueras del
campamento israel�, nuestro Se�or Jesucristo, como el templo
de su nombre muy santo y de su palabra viviente con sus
promesas eternas de vida, salud y de salvaci�n sin fin, en la
tierra y en el cielo, para siempre. Adem�s, �sta tienda de
nuestro Padre celestial, la cual era la misma presencia santa
de su Hijo Jesucristo estuvo con Israel todo el tiempo de su
transito por el desierto egipcio y hasta que entr� a la
tierra prometida, para que nazca entre ellos y del vientre
virgen de la hija de David, su salvador David, �o el mismo
tabern�culo eterno!
Es decir, tambi�n que la tienda de reuni�n con sus utensilios
sagrados, como el arca que conten�a el man�, las tablas de
los Diez Mandamientos y la vara de Aar�n, se mantuvo
ministrando a Israel como el Rey Mes�as, y s�lo hasta la
manifestaci�n corporal de Jesucristo como el enviado de Dios
para salvar a Israel y a la humanidad entera de Satan�s. Por
esta raz�n, nuestro Padre celestial no solamente escondi� la
tienda de reuni�n sino tambi�n sus utensilios sagrados, para
que el hombre ya no las use en vez de su Hijo Jesucristo para
hablar con �l, sino que ahora pod�an tener a su Jesucristo
presente siempre en sus vidas y a cada hora, para siempre.
Y esto es de tener a su Hijo Jesucristo vivo y siempre
presente en ellos y entre ellos cada d�a de sus vidas con su
carne santa, con sus huesos inquebrantables y con su sangre
sant�sima y reparadora, llena del Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos cumplidos e infinitamente glorificados, en la
tierra y el cielo, para hablar con �l siempre. Pero aunque
todo esto es verdad, porque nadie jam�s logr� encontrar la
tienda de reuni�n con sus utensilios sagrados, en su d�a
nuestro Padre celestial los volver� a regresar a Israel, no
para que lo tengan como su Hijo Jesucristo como en el
principio para hablar con �l, sino para que lo
honren/celebren por siempre con sus fiestas del tabern�culo,
por ejemplo.
Dicho de otro modo, nuestro Padre celestial tiene un d�a
destinado para esta gran obra, de devolverle a Israel toda la
tienda de reuni�n intacta, tal cual como siempre fue en el
pasado con sus glorias eternas, en las afueras del campamento
israel�, para servicio a su nombre muy santo, como el Gran
Rey Mes�as de todo Israel y las naciones. Y nuestro Padre
celestial les devolver� la tienda de reuni�n con todos sus
utensilios sagrados, porque no solamente es herencia eterna
de los primeros hebreos a ellos, sino porque entonces ya
habr�n reconocido de todo coraz�n a su Hijo Jesucristo, como
su Rey Mes�as, en la tierra y as� tambi�n para la nueva vida
infinita de La Nueva Jerusal�n santa del cielo.
Adem�s, no s�lo nuestro Padre celestial les devolver� su
tienda de reuni�n con todas sus cosas santas, sino tambi�n
les devolver� a Mois�s para que le sigan sirviendo cada d�a
de sus vidas no solamente en la tierra como siempre, sino
tambi�n en su gran Jerusal�n celestial, para no volver a
pecar en contra de �l ni de su Hijo Jesucristo.
Verdaderamente, nuestro Padre celestial les quito a Mois�s
antes de poseer la tierra prometida, porque no quer�a que
ellos adorasen m�s a Mois�s que a su Hijo Jesucristo y su
gran holocausto eterno, el cual se levantar�a sobre la roca
santa de Jerusal�n, clavado a los �rboles de Ad�n y Eva junto
con sus dos hermanos testigos fieles a sus lados.
(Porque la verdad es que nuestro Padre celestial jam�s iba a
permitir que su Hijo amado sufra tanto antes de morir,
durante su crucifixi�n y muerte, sin primero tener testigos
fieles a sus dos lados, no solamente que le sigan fielmente a
cada hora en la tierra y sobre la cima santa de Jerusal�n,
sino tambi�n en el m�s all� perpetuamente. Visto que, est�
escrito en la Escritura de Mois�s y de Israel: que todo
testimonio de dos o tres testigos, por inicio, es fiel,
verdadero, por tanto, valido en el cielo con nuestro Padre
celestial y sus �ngeles fieles y as� tambi�n en cada corte de
justicia de todas las naciones, para establecer la verdad y
su justicia para siempre.)
Para que de esta manera se cumpla el deseo del coraz�n
sant�simo de nuestro Padre celestial, por el cual los hab�a
sacado de Egipto inicialmente para que le adoren y le sirvan
por siempre alrededor de su holocausto de sangre santa junto
con sus dos hermanos testigos a sus lados, para fin de su
pecado y rebeli�n eterna en la eternidad. Por esta raz�n,
estos d�as, s� realmente deseas hablar con nuestro Padre
celestial, por cualquier situaci�n que est�s pasando t� o los
tuyos, entonces tienes que hacer como Mois�s hizo en el
comienzo de su ministerio mesi�nico y salvador por todo
Israel, entrar en el arca del pacto eterno de nuestro Padre
celestial, su Jesucristo, para empezar tus bendiciones
eternas, desde ya.
Y esto es de entrar en el tabern�culo de nuestro Se�or
Jesucristo, el cual es su cuerpo santo con sus utensilios
sagrados del cumplimiento y glorificaci�n eterna del Esp�ritu
Santo de Los Mandamientos y la vara de Aar�n en el cielo,
para hablar con Dios de lo que desees hablar y pedirle a �l,
para bien de tu vida y los tuyos. Porque una vez que aceptas
al Se�or Jesucristo en tu coraz�n y confiesas su nombre muy
santo con tus labios, delante de nuestro Padre celestial,
entonces est�s en su presencia sant�sima y celestial: porque
s�lo nuestro Se�or Jesucristo es el templo de Dios en el
cielo y por toda la tierra, hoy en d�a y para siempre, en la
eternidad venidera.
Dicho de otro modo, nuestro Se�or Jesucristo no solamente
est� en tu coraz�n como tu Cordero especial de la sangre
bendita y reparadora de tu alma, cuerpo, vida y esp�ritu
humano, sino que tambi�n es tu sumo sacerdote, Cordero santo,
Salvador y hermano fiel a cada hora delante de nuestro Padre
celestial, para abogar por ti cada d�a y por siempre. Por
eso, cuando invocas el nombre santo de nuestro Se�or
Jesucristo, entonces no solamente nuestro Padre celestial te
ve y te oye inmediatamente, sino que est�s dentro del Se�or
Jesucristo, como en su lugar sant�simo de la tienda de
reuni�n como cuando Mois�s entraba en �l, para hablar con
nuestro Padre celestial concerniente a cualquier problema,
enfermedad o necesidad que tenia presente.
Es decir, tambi�n que cada vez que invocas al Se�or
Jesucristo, entonces entras al lugar sant�simo de la tienda
de reuni�n del cielo, as� como Mois�s entraba y sal�a de �l
cada d�a que tenia necesidad de hacerlo as�, para hablar con
nuestro Padre celestial sobre cosas dif�ciles de tratar para
�l y para todo Israel tambi�n, por ejemplo. En otros
t�rminos, el mismo sistema de comunicaci�n espiritual y
celestial que nuestro Padre celestial mantuvo con Israel, en
el escape del cautiverio Egipto y a trav�s de su desierto
hostil para entrar a Cana�n, nuestro Padre celestial lo sigue
manteniendo a�n con cada una de las personas que cree en su
coraz�n y confiesa con sus labios a su Rey Jesucristo.
Es m�s, nada a cambiado a�n, salvo que la tienda de reuni�n
ni Mois�s est�n con nosotros en Israel sino en el cielo,
porque el Rey Jesucristo descendi� del cielo para entrar en
nuestras vidas y, juntamente, nosotros mismos podemos entrar
en su vida santa as� como Mois�s entraba en su lugar
sant�simo las veces que tenia que hacerlo as� cada d�a. En
verdad, nuestro Se�or Jesucristo fue el templo de Dios para
Abraham, Isaac, Jacobo y as� tambi�n de cada uno de sus
descendientes, en sus millares, de todas las tribus de
Israel, para perd�n, para bendici�n, para salud, para
protecci�n y para salvaci�n infinita de sus almas eternas.
As� pues, es tambi�n, hoy en d�a, con cada uno de nosotros,
�l mismo, y no otro, es el templo de Dios para su nombre
sant�simo, para su Esp�ritu Santo del cumplimiento y
glorificaci�n infinita de Los Diez Mandamientos y de la vara
de Aar�n, para dialogar con nosotros a cada hora y sobre todo
lo que necesitemos de �l. Para nuestro Padre celestial su
Hijo amado sigue siendo no solamente el tabern�culo del cielo
para sus �ngeles, arc�ngeles, serafines, querubines y dem�s
seres muy santos del reino angelical sino tambi�n para cada
hombre, mujer, ni�o y ni�a como en la antig�edad, no s�lo
para las doce tribus israel�es sino tambi�n para las
multitudes de naciones, para honra de su nombre bendito. �
Am�n!
El amor (Esp�ritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su
Jesucristo es contigo.
�Cultura y paz para todos, hoy y siempre!
D�gale al Se�or, nuestro Padre celestial, de todo coraz�n, en
el nombre del Se�or Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Se�or. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, tambi�n, para
siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Se�or Jesucristo.
LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad d�a y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):
"'�Maldito el hombre que haga un �dolo tallado o una imagen
de fundici�n, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresi�n a la Ley perfecta de nuestro Padre celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'
"'�Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su pr�jimo!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que desvi� al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
hu�rfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que a escondidas y a traici�n hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'
"'�Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'
"'�Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poni�ndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dir�: '�Am�n!'
LOS �DOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS
Es por eso que los �dolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre celestial y de su
Esp�ritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
�sta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quiz� que
el fin de todos los males de los �dolos termine, cuando
llegues al fin de tus d�as. Pero esto no es verdad. Los
�dolos con sus esp�ritus inmundos te seguir�n atormentando
d�a y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males est� aqu� contigo, en
el d�a de hoy. Y �ste es el Se�or Jesucristo. Cree en �l, en
esp�ritu y en verdad. Usando siempre tu fe en �l, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los �dolos y de sus huestes de
esp�ritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos tambi�n, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de d�a en d�a
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus �ngeles santos. Y t� con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oraci�n, cada tilde, cada
categor�a de bendici�n terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada se�or�o, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del d�a de hoy y de
la tierra santa del m�s all�, tambi�n, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, �el Se�or Jesucristo!, �El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!
S�LO �STA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS
Esta es la �nica ley santa de Dios y del Se�or Jesucristo en
tu coraz�n, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo as�, desde los d�as de la antig�edad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:
PRIMER MANDAMIENTO: "No tendr�s otros dioses delante de m�".
SEGUNO MANDAMIENTO: "No te har�s imagen, ni ninguna semejanza
de lo que est� arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinar�s ante ellas
ni les rendir�s culto, porque yo soy Jehov� tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generaci�n de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".
TERCER MANDAMIENTO: "No tomar�s en vano el nombre de Jehov�
tu Dios, porque �l no dar� por inocente al que tome su nombre
en vano".
CUARTO MANDAMIENTO: "Acu�rdate del d�a del s�bado para
santificarlo. Seis d�as trabajar�s y har�s toda tu obra, pero
el s�ptimo d�a ser� s�bado para Jehov� tu Dios. No har�s en
ese d�a obra alguna, ni t�, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que est�
dentro de tus puertas. Porque en seis d�as Jehov� hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
repos� en el s�ptimo d�a. Por eso Jehov� bendijo el d�a del
s�bado y lo santific�".
QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus d�as se prolonguen sobre la tierra que Jehov� tu Dios te
da".
SEXTO MANDAMIENTO: "No cometer�s homicidio".
SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometer�s adulterio".
OCTAVO MANDAMIENTO: "No robar�s".
NOVENO MANDAMIENTO: "No dar�s falso testimonio en contra de
tu pr�jimo".
DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciar�s la casa de tu pr�jimo; no
codiciar�s la mujer de tu pr�jimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
pr�jimo".
Entr�gale tu atenci�n al Esp�ritu de Dios y d�shazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, tambi�n. Hazlo as� y sin m�s demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
�dolos y de sus im�genes de talla, aunque t� no lo veas as�,
en �sta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
tambi�n. Y t� tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los d�as de la antig�edad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el d�a de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que s�lo �l desea ver vida y vida en
abundancia, en cada naci�n y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.
Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Se�or
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oraci�n de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:
ORACI�N DEL PERD�N
Padre nuestro que est�s en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo as� tambi�n en la tierra. El pan nuestro de cada d�a,
d�noslo hoy. Perd�nanos nuestras deudas, como tambi�n
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentaci�n, mas l�branos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Am�n.
Porque s� perdon�is a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
celestial tambi�n os perdonar� a vosotros. Pero si no
perdon�is a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonar�
vuestras ofensas.
Por lo tanto, el Se�or Jes�s dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR M�". Juan 14:
NADIE M�S TE PUEDE SALVAR.
�CONF�A EN JES�S HOY!
MA�ANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.
YA MA�ANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL D�A DE HOY.
- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
�ste MUNDO y su MUERTE.
Disp�nte a dejar el pecado (arrepi�ntete):
Cree que Jesucristo muri� por ti, fue sepultado y resucito al
tercer d�a por el Poder Sagrado del Esp�ritu Santo y deja que
entr� en tu vida y sea tu �NICO SALVADOR Y SE�OR EN TU VIDA.
QUIZ�S TE PREGUNTES HOY: �QUE ORAR? O �C�MO ORAR? O �QU�
DECIRLE AL SE�OR SANTO EN ORACI�N? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios m�o, soy un pecador y necesito tu perd�n. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi coraz�n y a mi vida, como mi SALVADOR.
�Aceptaste a Jes�s, como tu Salvador? �S� _____? O �No
_____?
�Fecha? �S� ____? O �No _____?
S� tu respuesta fue S�, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:
Lee la Biblia cada d�a para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los d�as en el nombre de JES�S. Baut�zate
en AGUA y en El ESP�RITU SANTO DE DIOS, adora, re�nete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los dem�s.
Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecost�s o pastores del
evangelio de Jes�s te recomienden leer y te ayuden a entender
m�s de Jes�s y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos est�n disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librer�a cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librer�as cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros est�n a tu disposici�n, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.
Te doy las gracias por leer m� libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre celestial y de su
Hijo amado y as� comiences a crecer en �l, desde el d�a de
hoy y para siempre.
El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusal�n d�a a d�a y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque �sta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvaci�n eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Esp�ritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusal�n". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, dir� yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusal�n". Por causa de la casa de Jehov� nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: implorar� por tu bien, por siempre.
El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Esp�ritu de Dios a toda la humanidad, dici�ndole y
asegur�ndole: - Qu� todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehov� de los Ej�rcitos, �el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
coraz�n, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.
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