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(IVÁN): NUESTRO DIOS JUZGA CADA DÍA A LOS QUE NO AMAN A SU JESUCRISTO

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IVAN VALAREZO

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Apr 19, 2008, 1:36:48 PM4/19/08
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Sábado, 19 de abril, año 2008 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica

(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)


NUESTRO DIOS JUZGA CADA DÍA A LOS QUE NO AMAN A SU
JESUCRISTO:

Con toda seguridad, que nuestro Padre Celestial traerá a
juicio toda acción junto con todo lo invisible también, sea
bueno o sea malo en el paraíso y en la tierra, para su punto
final. Porque nuestro Creador tiene que hacer justicia por
cada palabra y por cada acción de pecado del hombre y de la
mujer de toda la tierra, "para que entonces Sus Diez
Mandamientos Santos sean infinitamente honrados y jamás
burlados por Satanás ni por ninguno de sus seguidores del
paraíso, ni de la tierra, ni menos del reino de las
tinieblas".

Y sólo así todo efecto del pecado será borrado del corazón y
de la mente no sólo de Adán sino también de todos sus hijos e
hijas, "para jamás volverse a acordar de ninguno de ellos en
la nueva vida venidera del nuevo reino sempiterno de su Hijo
amado y de sus millares de huestes angelicales". Porque todo
lo que esté relacionado al pecado de Adán y así también de su
linaje humano tiene que ser eliminado y echado al olvido
eterno, "para que jamás ningún mal pensamiento del corazón
del hombre vuelva a tomar vida y raíz en la nueva eternidad
celestial de Dios y de su Árbol de la vida", ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Es decir, que "ningún mal de ninguna naturaleza de Satanás ni
del hombre volverá a afectar la vida" de Dios ni de sus
ángeles ni de su nueva humanidad infinita de todas las
naciones del mundo entero, como de las que han recibido al
Señor Jesucristo y su sangre santa para expiación de sus
pecados infinitos, como es lógico. Porque la verdad es que
toda nación que tome al Señor Jesucristo y a su sangre santa
y expiatoria, como su único gran rey Mesías, como en Israel
de la antigüedad y de siempre, por ejemplo, entonces "sus
pecados han de ser expiados y perdonados por Dios"; dado que,
ninguna nación podrá ver jamás la vida, si no profesa a
Jesucristo.

Es decir, también que cada nación que no reciba ni honre al
Señor Jesucristo en sus tierras y con sus familias, entonces
no vera la vida eterna del nuevo reino celestial de Dios y de
su Árbol de la vida, como La Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa
del cielo, "sino que es rea de muerte eterna en el infierno".
Y es por eso que hay muchas naciones en la tierra que sufren
por falta de todas las cosas y hasta de las mismas lluvias
del cielo, porque todo está cerrado para ellas, "por su
indiferencia espiritual hacia Dios y su Jesucristo"; y toda
nación que su Salvador no es su Jesucristo "al fin de las
cosas muere definitivamente".

Como el malhechor, por ejemplo, que su castigo es asegurado
en sus días de vida por toda la tierra, "porque nuestro Padre
Celestial jamás será burlado por él ni por sus aliados a su
maldad"; es más, escrito está en las Escrituras "que nuestro
Dios no dará jamás por inocente al culpable". Porque toda
nación que se olvide de Dios, su fin está en el infierno y en
el lago de fuego también, en el más allá, "para no volver a
ver la luz de los nuevos días de vida y de salud infinita de
nuestro Padre Celestial y de su Hijo amado", ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Ciertamente, que las naciones son como las religiones del
mundo, pues si no tienen al Señor Jesucristo como su Cordero
Escogido para hacer expiación por sus pecados, entonces "no
tienen la vida eterna en sus corazones asegurada", sino que
viven la vida de pecado y de rebelión hacia su Creador y
hacia su fruto de vida, ¡la vida nueva de la Ley! Y esta es
una vida de mentiras, maldades, calumnias, odios, rencores,
falsedades, envidias y en fin todas las maldades que se han
hecho debajo del cielo, desde la antigüedad y hasta nuestros
días, "porque no conocen a su Dios, por medio de su único
fruto de vida eterna del paraíso y de toda la tierra para
siempre", ¡nuestro Señor Jesucristo!

Por ello, su lugar final es el infierno, como todo malhechor
inescrupuloso, pues la nación completa muere sin duda alguna,
porque nuestro Dios no fue jamás burlado por Satanás ni por
ninguno de sus ángeles caídos en el reino celestial, "así
pues también con cada nación, con cada familia, con cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera". Pero si
estas mismas naciones pecadoras, después de haber vivido en
sus pecados por mucho tiempo, se arrepienten y aceptan en sus
tierras al dador de la vida eterna, nuestro Salvador
Jesucristo, pues entonces "pasan de muerte a vida, para gozar
día y noche del Espíritu Santo de la presencia de Dios y de
su Árbol de la vida eterna".

Porque sólo el Señor Jesucristo puede ser realmente el Árbol
de la vida de cada nación de toda la tierra y más no el árbol
de la ciencia del bien y del mal, "para que todo sea
bendiciones y vida eterna en sus familias día a día y por
siempre en la nueva eternidad celestial". Porque es el árbol
de la ciencia del bien y del mal, la cual ha traído el pecado
y cada una de sus enfermedades y calamidades de violencias y
de guerras increíbles a sus ciudadanos; más la nación que su
Árbol de vida es Jesucristo vive segura de si misma, "para
jamás ser atropellada por sus enemigos de siempre".

Porque nuestro Padre Celestial es inseparable de su Árbol de
la vida eterna, nuestro Salvador Jesucristo, y así también
con cada uno de nosotros, es decir, que "nosotros también
somos inseparables del Árbol de la vida eterna, por inicio";
y es por eso que su palabra viva viene a nosotros día tras
día y sin cesar con muchas bendiciones del paraíso. Porque
los nombres de todas las naciones y de sus familias han de
ser escritas en el libro de la vida eterna del cielo; y, por
inicio todos los que son escritos en el libro de Dios no
verán más las tinieblas antiguas de sus vidas pasadas, "sino
la luz que no conocían aún, a su Hijo amado", ¡el Rey Mesías!

Así pues también si las religiones falsas, las cuales han
vivido por mucho tiempo en la vida del pecado y el paganismo
eterno deshonrando la Ley Bendita, y se arrepienten de sus
tinieblas y de la ignorancia de sus vidas hacia Dios y hacia
su Hijo amado, "pues entonces dejaran de ver las tinieblas
antiguas del más allá, para vivir felices infinitamente". Es
decir, que estas religiones falsas dejaran de servirles a sus
dioses de piedras, maderas, telas, plásticos, personalidades
y en fin de todo lo que ellos crean que sean sus dioses, por
lo tanto vivirán ahora: "porque la luz de su Dios y de su
unigénito ha de reinar sublime en sus vidas, para alumbrar
sus pasos hacia todo bien eterno siempre".

Porque nuestro Dios envió a su unigénito no sólo para que sea
el Árbol de la vida de Israel, sino también para que sea el
Árbol de la vida de cada nación y así de cada familia y sus
religiones autóctonas, "para que sus pecados sean borrados
por la sangre expiatoria de Dios, y así no vivan más en
tinieblas". Por lo tanto, el que tiene al Señor Jesucristo
como su Árbol de la vida, como Dios se lo dio a Adán y Eva en
el paraíso y así también a Israel, y creen en Él y en su obra
asombrosa, "pues no morirán jamás, sino que vivirán para
conocer sus vidas infinitas siempre, en la tierra y en el
paraíso".

Porque "ahora le sirven verdaderamente al Dios de sus vidas y
al único salvador de sus almas infinitas, su único fruto de
vida eterna", nuestro Salvador Jesucristo, en el cielo, en la
tierra y así también en la nueva eternidad venidera del nuevo
reino sempiterno de Dios, de su Espíritu Santo y de sus
millares de huestes angelicales. Porque es la sangre del
Árbol de la vida, la cual nuestro Dios ha enviado del
paraíso, "para hacer expiación por nuestros pecados en toda
la tierra"; y volveremos a vivir nuevamente en el paraíso,
sólo por medio de la misma vida santa y gloriosa de su
unigénito, el Hijo de David, ¡el Santo de Israel y de la
humanidad entera!

Porque sólo el Señor Jesucristo tiene la verdadera sangre
bendita del cielo, "para hacer expiación para perdón de
nuestros pecados y sanidad de nuestros cuerpos", para
hacernos libres infinitamente de los pecados y maldades de
Satanás y de sus ángeles caídos también, en el juicio final
de todas las cosas de Dios y de la humanidad entera. Por lo
tanto, sin el reconocimiento del Señor Jesucristo en la vida
de las naciones de la tierra y así también de sus religiones
antiguas, "pues entonces no hay expiación por los pecados y,
por tanto siguen el mal camino de Satanás y de sus ángeles
caídos, para caer muertos muy pronto a la fosa de la
perdición eterna", ¡el infierno!

Porque todo ser viviente que nace en el paraíso o en las
naciones de la tierra va directamente hacia la fosa común de
los enemigos de Dios y de su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, por inicio, "porque no tienen vida alguna en sus
corazones ni en sus almas infinitas, sino sólo la muerte
eterna e inhumana de Satanás". Es por eso que nuestro Padre
Celestial envía la palabra de su Hijo amado a todas las
naciones de la tierra, para que las familias y sus religiones
nativas vuelvan a nacer no de la carne de sus antepasados o
de sus padres biológicos, "sino de la carne y de la misma
sangre viviente del Cordero Antiguo de Dios", ¡nuestro
Salvador Jesucristo!

Entonces si estas naciones y sus religiones, como las cuales
no profesan la fe de nuestro Salvador Jesucristo, el Hijo de
David: como el Cordero Escogido, el Árbol de Dios, el sumo
sacerdote del cielo y la tierra, el unigénito y, por tanto el
único camino al paraíso, y últimamente reciben a Jesucristo
en sus vidas, "pues se salvan de morir". Porque nuestro Padre
Celestial no envió a su Hijo amado al mundo a condenar a las
naciones ni a sus religiones autóctonas, sino ha salvarlas
infinitamente, "para que sean una sola aglomeración celestial
de naciones y familias no sólo en la tierra, sino también en
su nueva vida infinita de Su Nueva Jerusalén Santa y Perfecta
del cielo, por ejemplo".

Porque para nuestro Creador, toda nación y cada una de sus
familias con sus religiones nativas, sino no profesan al
fruto del Árbol de la vida, el cual es nuestro Señor
Jesucristo, como el Salvador del mundo, el Hijo de David, el
unigénito, el Cordero Escogido, el sumo sacerdote para mediar
entre Dios y el hombre, "pues desafortunadamente mueren en
tinieblas". Y nuestro Padre Celestial no ha enviado a su Hijo
amado al mundo para ofender a ninguna nación, ni a ninguna
religión, ni a ninguna familia, sino para despertarlas de su
muerte segura en la tierra y del infierno, "y así pues
despierten al instante a su verdadera vida desconocida por
ellos mismos aún del cielo", ¡nuestro Redentor Jesucristo!

Porque toda nación y asimismo como toda familia que no crea
en su corazón y así no profese la fe con sus labios del Señor
Jesucristo como el Hijo del Altísimo, entonces vive en
tinieblas aún, y no están escritos en el libro de la vida
eterna, "porque sus pecados no han sido expiados todavía para
perdón y para salvación infinita". Por ejemplo, podemos ver
pues, como el Señor Jesucristo reprendió a uno de sus
apóstoles amados, porque le reconvino para que no ascendiera
a Jerusalén: ya que el Señor mismo les había dicho a todos
"que él tenía que subir a Jerusalén y padecer mucho por los
pecados del hombre, para salvarlo de su condición espiritual
y de su mal eterno".

Es decir, que el Señor Jesucristo les había anunciado a sus
apóstoles su muerte sangrienta y muy sufrida, por cierto,
sobre los árboles cruzados de Adán y Eva, "para expiar en sus
cuerpos, y sólo con su cuerpo santo, el pecado del mundo
entero, sobre lo alto de la roca eterna y, además clavados a
ellos eternamente con su sangre expiatoria". Dado que, la
sangre expiatoria del Señor Jesucristo se sujeta con fuerza
al cuerpo del hombre y de la mujer del mundo entero, por más
muertos que estén en sus delitos y pecados, "del mismo modo
que se clavo a los árboles cruzados y sin vida de Adán y Eva
para ponerle fin a sus pecados y darles vida en abundancia
infinitamente".

Porque sólo por el derramamiento de su sangre santa es que
realmente nuestro Padre Celestial les iba a perdonar sus
pecados no sólo a sus discípulos y sus familias, "sino
también a las familias de todas las naciones de la tierra,
comenzando milagrosamente con Adán y Eva mismo sobre la cima
de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en Israel".
Además, porque ésta es la manera correcta, por la cual se le
pude poner fin al pecado de Adán y de Satanás en la vida de
cada hombre, mujer, niño y niña de todas las naciones,
"comenzando con Israel primero como en los días de antigüedad
y de su tabernáculo de reunión y de holocaustos sangrientos y
fuegos espectaculares, por ejemplo".

Porque sin el derramamiento de la sangre del Cordero Escogido
Angelicalmente, por el único sumo sacerdote del cielo y de la
tierra, como el Hijo de David, como el unigénito de Dios y de
su Espíritu Santo, pues entonces el pecado viviría
infinitamente en el corazón y en la vida de la humanidad
entera, para jamás vivir la nueva vida infinita. Es decir que
cada nación con sus familias y religiones prehistóricas, si
creen en Jesucristo como el unigénito de Dios y de su
Espíritu Santo, "entonces vivirán desde ya, y sus oraciones
con los deseos de sus corazones serán cumplidos"; porque
"sólo nuestro Dios es Todopoderoso para los que creen en Él,
por medio de su fruto de vida eterna", ¡nuestro Jesucristo!

Porque con el Señor Jesucristo en sus vidas, entonces las
naciones y asimismo sus familias con sus religiones
autóctonas ya no vivirían en las tinieblas ni a la merced de
los engañados de Satanás, "sino que vivirían infinitamente en
el Espíritu de la sangre y de la vida del unigénito, para
vivir sus vidas libres de enfermedades y de sus males
comunes". Es decir, que ninguna de estas naciones ni tampoco
sus religiones autóctonas ya no serian del espíritu de error
de Satanás, como de costumbre, el cual niega a Jesucristo no
sólo como el unigénito, sino también como el único posible
salvador del mundo entero, "sino que ahora todas ellas y con
sus religiones serian de Dios y de su Jesucristo
perpetuamente".

Porque nuestro Padre Celestial es el Todopoderoso para ser el
Dios de cada nación y de sus familias junto con sus
religiones antiguas, "si tan sólo creen en sus corazones y
así confiesan con sus labios la palabra y la vida gloriosa de
su Hijo amado, como su único Árbol de la vida y de su salud
eterna", ¡nuestro Señor Jesucristo! Pues para esto envió Dios
a su Hijo amado al mundo, como el Profeta del cielo, como el
Cordero Escogido, como el único sumo sacerdote de las
religiones de la tierra y del paraíso, "para que crean en su
sangre expiatoria y todopoderosa y, entonces sean libres de
Satanás para regresar pronto al Fundador de sus nuevas vidas
del paraíso".

Porque para nuestro Creador, no importa en que nación has
nacido, pero si crees en tu corazón y así confiesas la fe
redentora y expiatoria de la sangre santísima del Árbol de la
vida, nuestro Señor Jesucristo, "pues entonces tu nombre ya
está escrito, por inicio, en el libro de la vida de Dios y de
su Espíritu Santo en el cielo". Y así también cada una de las
religiones del mundo entero, si creen en sus corazones y así
hablan con sus bocas, de que el Señor Jesucristo es el Hijo
de Dios y, por ende su sangre los limpia y los hace libres de
sus pecados y enfermedades, "entonces ya no vivirán más para
el mal del pecado sino perpetuamente para Dios".

Por lo tanto, ya ninguna de estas naciones entrara en el
juicio eterno ni menos en la ira sobrenatural de nuestro
Dios, sino que habrá abandonado el espíritu de error de Adán
"para entrar en el espíritu de la gracia y de la vida con
cada una de sus bendiciones sobrenaturales, para su renovada
existencia en la tierra y en el paraíso". Es decir, que de
ahora en adelante sólo vivirán para el Espíritu de la gracia
redentora e infinita del Árbol de la vida, nuestro Salvador
Jesucristo, "como Dios manda a Adán inicialmente", para sólo
comer de sus frutos diariamente y hasta aún más allá de la
nueva eternidad venidera, "y así conocer la verdad y la
justicia de las cosas siempre".

Porque a todos los que no aman al fruto del Árbol de la vida
del paraíso y de la tierra, nuestro Jesucristo, pues entonces
nuestro Dios los llevara a juicio con todo lo expuesto y lo
escondido, sea bueno o sea malo, "para no dejar rasgo de
ningún mal atrás, sino eliminarlo por completo en el mundo
del olvido eterno". Y este mundo del olvido es el reino de
las tinieblas, como el infierno o el lago de fuego, a donde
descenderán los ángeles caídos y las naciones y las
religiones falsas, "como las que se olvidan del Espíritu de
la gracia salvadora de la sangre y de la vida sacrificada de
nuestro Salvador Jesucristo sobre el altar antiguo de
Israel".

Y sólo así entonces empezar una nueva era libre del pecado y
de sus efectos terribles en el cielo, en el paraíso, en la
tierra y con todos sus seres creados también, sean hombres
del mundo o ángeles del reino celestial; "porque sólo los que
son de Jesucristo son sin pecado aquí y, por tanto entraran a
La Nueva Jerusalén Celestial". Y, por ende ninguno de ellos
será llevado a juicio de Dios como con los impíos y viles de
toda la tierra, "porque sus pecados ya han sido juzgados y
perdonados cada día por la sangre expiatoria del Árbol de la
vida eterna, el Hijo de David y nuestro gran rey Mesías de
todos los tiempos", ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Además, las naciones con sus familias y con sus religiones
prehistóricas que no conocían al Señor Jesucristo como el
Cordero de Dios y el sumo sacerdote de sus vidas, pues
vivirán sin Satanás; "porque el nombre de nuestro Dios es
bueno y todopoderoso exclusivamente con la sangre expiatoria
en el centro de sus naciones, de sus familias y de sus
religiones". En verdad, en aquel día las naciones y sus
familias con sus religiones nativas serán libres del mal
eterno, porque es el espíritu de fe, en la sangre y en la
vida gloriosa del Señor Jesucristo, "las cuales han expiado
por sus pecados y simultáneamente llenado de salvación eterna
de Dios cada día para vivir felizmente la vida eterna para
siempre".

En aquellos nuevos días venideros de la nueva vida de nuestro
Creador y de su Espíritu Santo ya no habrá tiniebla alguna
del corazón del hombre, ni menos de Satanás, porque los
impíos habrán entrado a sus lugares eternos del infierno,
como Satanás y sus seguidores de gran maldad al lago de
fuego, "para no volver a ofender a nadie jamás". Pues
entonces la vida humana, por vez primera, vivirá sus días
nuevos largos y eternos sin el efecto terrible de la
presencia de las tinieblas de Satanás y de sus seguidores
malvados, "sino que todo será dulzura en el corazón y en la
vida de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera", ¡gracias a nuestro Salvador Jesucristo!

Porque exclusivamente el Señor Jesucristo es el Árbol de la
vida, al cual nuestro Creador llevo a Adán tomado de su mano
y por el camino de la verdad, de la justicia y de la santidad
infinita, "para sólo comer y beber de la mesa del SEÑOR, del
maná inmortal y del agua de la vida, para sólo entonces vivir
infinitamente feliz". Es decir, que nuestro Dios le ofreció a
Adán primero comer de su unigénito sobre su mesa celestial,
para que su carne ya no sea su carne sino la de Jesucristo, y
para que también su sangre ya no sea la suya, sino la de
Jesucristo, "para que sólo entonces se quede a vivir con su
linaje humano en el paraíso bendito".

Porque todo aquel que desee ver la vida eterna y vivirla ya,
"entonces su carne tiene que ser la carne de Jesucristo, y
así también su sangre tiene que ser la sangre viva de
Jesucristo"; de otro modo, nadie podrá ver, ni menos vivir la
nueva vida del cielo con su Dios y con su Árbol de la vida,
para siempre. Y desde el día que nuestro Padre Celestial le
ofreció a Adán comer y beber del fruto del Árbol de la vida,
"pues desde entonces acá no termina de hacer lo mismo con
cada hombre, mujer, niño y niña del mundo entero", aunque no
lo veas así; porque nuestro Dios se mueve entre nosotros
invisiblemente y en secreto para salvarnos siempre.

Así pues, el Señor Jesucristo se sentó a la mesa, "y les dio
de comer de su pan del cielo y de beber del vino de su sangre
expiatoria a sus apóstoles y a sus discípulos en todos los
lugares de la tierra también", como hoy en día contigo y
conmigo, mi estimado hermano y mi estimada hermana. Porque
era necesario no sólo que le conociesen cara a cara como el
Hijo de Dios y, por tanto como el Salvador de Israel y de las
naciones, sino también "como el único posible salvador de sus
almas infinitas, en esta vida y en la venidera, como en el
paraíso o como en La Nueva Jerusalén del cielo, por ejemplo".

Para que el que coma de Jesucristo, pues ya no tenga hambre
jamás, y para el que así también beba de la copa de la vida
eterna, su sangre expiatoria y milagrosa para perdonar y para
sanar el alma viviente del hombre de la tierra, "así pues no
vuelva a tener sed en esta vida ni en la venidera para
siempre". Porque sólo la sangre expiatoria del Hijo de Dios
puede realmente mantenernos lejos de la ira y, por tanto del
juicio final y muy terrible de nuestro Padre Celestial "para
juzgar cada palabra y cada acción condenable, y lanzarla al
reino de las tinieblas, como el infierno y como el lago de
fuego para su destrucción final e infinita".

Y si hoy estás en la privacidad de tu hogar, pues siéntate a
la mesa del SEÑOR y come de la carne y de la sangre santa del
Cordero Escogido del paraíso, para perdón y sanidad de tu
cuerpo y de tu alma viviente en la tierra y así también en el
cielo, "para que vivas la vida eterna desde ya". Pues como
los doce apóstoles debes comer y beber del fruto del Árbol de
Dios, sentado a la mesa de tu hogar, la cual es la mesa del
SEÑOR actualmente, para nutrir tu corazón, tu cuerpo y tu
alma de las bendiciones infinitas del perdón y de la sanidad
de Dios, "para que conozcas la felicidad celestial a partir
de ahora".

Porque sólo si comes y bebes del Árbol de la vida, nuestro
Señor Jesucristo, realmente vas a comenzar a sentir a Dios
obrar en tu vida día y noche, por los poderes y autoridades
sobrenaturales de la sangre expiatoria del sacrificio eterno,
"para limpiarte del mal y llenarte de bendiciones milagrosas
y maravillosas de la eternidad celestial en tu corazón". De
otra manera, vas camino con el peso de tus pecados, condenado
infinitamente para caer muerto y abatido en el mal eterno del
reino de las tiemblas, para no volver a ver jamás el bien de
tu nueva vida ni la de los tuyos tampoco; por ello, el juicio
final de Dios es contra ti desde ya, "si te olvidas de
Jesucristo".

Es por eso que la palabra de nuestro Dios viene a ti día y
noche de parte de su corazón y de su Árbol de vida eterna,
nuestro Señor Jesucristo, por medio de tu profesión de fe,
"para que tu vida cambie inmediatamente por tu propio bien y
para el bien eterno de muchos, en todos los lugares de la
tierra". Porque nuestro Dios desea ya empezar su nuevo reino
celestial con cada una de las naciones que ha recibió a su
Hijo amado como su rey Mesías, por el poder de su palabra y
de Sus Diez Mandamientos cumplidos en su vida mesiánica por
Israel, "para fin del pecado y para enriquecimiento de la
nueva vida eterna en todas ellas".

Y es esta palabra de vida, la cual tu corazón y tu espíritu
humano necesitan, hoy en día más que nunca, para no sólo
deshacerte de tus tinieblas y de tus pecados, "sino para que
ya empieces a conocer al Fundador de tu nueva vida eterna en
la tierra y así entrar al más allá, pero sólo en el día del
SEÑOR". Porque éste nuevo día cada vez se acerca más y más a
la tierra, para recoger a sus hijos e hijas, de los que están
en el polvo de sus tumbas y de los que aún viven sus vidas
comunes y corrientes también, "para levantarlos con Él de
regreso al paraíso, para empezar a vivir la nueva vida eterna
muy pronto".

Porque nuestro Dios empezara la nueva vida infinita de cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, "en donde
Adán la dejo olvidada en el paraíso a los pies del Árbol de
la vida, cuando peco delante de Dios al no comer del fruto de
la vida"; y ahí mismo "retomaremos nuestras vidas
celestiales, para no volverla a olvidar jamás". Porque todos
hemos olvidado vivir la nueva vida infinita, libre de Satanás
y de su pecado, como cuando Adán y Eva vivían libres del mal
eterno y puros de corazón delante de Dios y de sus huestes
angelicales, por ejemplo; pero volveremos a ésta nueva vida
del paraíso, "porque el Árbol de la vida nos levantara a ella
muy pronto".

Y esto ha de ser contigo y con los tuyos en el día señalado
de nuestro Dios y de su Árbol de vida a la vida infinita de
Su Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo, por ejemplo,
"para que goce tu corazón la felicidad de vivir libre de
Satanás y del efecto terrible de su presencia inhumana en tu
vida". Porque todo pecador que actúa falsamente en contra de
su semejante, pues está actuando en el espíritu inhumano de
Satanás para no sólo robarle, matarle y destruirle, "sino
también para que su alma se pierda en el juicio final de
nuestro Padre Celestial y de su Cordero Escogido"; pero Dios
sostiene al hombre, "porque él mismo ama a Jesucristo
seriamente".

Además, Satanás actúa cruelmente e inhumanamente así con todo
pecador y con toda pecadora de la tierra, desde la antigüedad
y hasta nuestros días, para cegar sus vidas cada vez más y
más "y así no lo abandonen a él jamás, por el amor antiguo y
eterno de Dios y de su Jesucristo, por ejemplo". Porque la
vida del hombre es dulce sin Satanás y sin sus seguidores de
gran maldad eterna en el paraíso y así también en la tierra,
"para que sólo el espíritu del amor, la paz, el gozo, la
felicidad, la sabiduría y el conocimiento de las cosas pues
reinen en tu vida diariamente y por siempre en la eternidad".

Además, sin Satanás en tu vida, pues ahora si que podrás
realmente conocer a tu Padre Celestial, a tu Creador
Todopoderoso, "el mismo que te formo con sus manos santas
para que seas como Él o como su Hijo amado, el Hijo de David,
el Árbol de la vida del paraíso, de la tierra y así también
de La Nueva Jerusalén Angelical". Porque es dulzura sin igual
para el corazón de las naciones y sus familias juntas con sus
religiones autóctonas vivir sin Satanás y sin sus tinieblas
de siempre, en sus espíritus y en sus vidas humanas;
ciertamente, la vida sin Satanás es rica como la leche y la
miel, "para el cuerpo y para el alma del hombre del mundo
entero".

Entonces es muy bueno para el corazón del hombre, de la
mujer, del niño y de la niña no apartarse jamás de Los Diez
Mandamientos de Dios, para perdón de pecados y para bendición
constante de sus almas infinitas; "porque la Ley es el mismo
Espíritu del Árbol de la vida o del Mesías para bendecirnos
siempre a todos cada día". Además, nuestro Dios creo al
hombre en sus manos santas para que viva la felicidad
celestial, primordialmente la de su Árbol de la vida, y más
no la vida pecadora y terrible de Satanás, por ejemplo;
puesto que a nuestro Dios no le gusta ver a nadie sufrir
jamás, "sino vivir siempre la vida fructífera y feliz de su
Hijo amado". (Es decir, que ninguna vida le complace a Dios
ni la de sus ángeles del cielo, ni menos la del hombre ni de
la mujer de la tierra, "pero si Jesucristo está en sus
corazones, pues bienvenidos son siempre delante de su
presencia sagrada a cada paso, para todo lo que necesiten de
él y de sus riquezas abismales e infinitas".)

Es por eso que el corazón del hombre no es feliz sin el Señor
Jesucristo en su alma infinita desde siempre, sino que vive
diariamente trastornada su vida, pues "sin saber jamás de
donde viene ni hacia donde va su alma eterna por sus pasos en
la tierra y en la eternidad venidera también". Es decir, que
el hombre camina día y noche por toda la tierra, creciendo
siempre de tinieblas en tinieblas para cegar su corazón y los
ojos de su cara, "para no ver jamás la luz viviente de Dios
ni de su Árbol de vida eterna, sino sólo hasta que llegue
ante el trono del juicio final de todas las cosas".

Y sólo entonces él se detenga en su último paso delante de
Dios, sin Jesucristo en su corazón, para recibir de Dios el
merecido justo juicio por sus pecados, "y así ser condenado
al fuego eterno del lago de fuego, la muerte segunda de su
alma eterna, porque jamás conoció en su corazón el amor de
Jesucristo hacia su Creador". Y el hombre sufre así a cada
instante, simplemente porque no sólo no está viviendo la
vida, la cual Dios mismo le entrego a él, en el día de su
creación, en su imagen y conforme a su semejanza celestial,
"sino porque no ha comido ni ha bebido aún del Árbol de la
vida feliz", ¡nuestro Señor Jesucristo!

Y hay así mucha gente por todos los lugares del mundo entero,
que no han gustado aún en sus corazones la bendición
celestial de tener al Señor Jesucristo, "como el Hijo de
Dios, el Cordero de la sangre expiatoria de sus pecados y el
sumo sacerdote celestial para mediar para su bien eterno
siempre entre él y Dios en el cielo". Por lo tanto, el hombre
y así también la mujer caminan juntos ciegos por el mismo
camino del mal eterno, sin el Señor Jesucristo en sus almas
para obrar siempre en el secreto de sus corazones y de sus
espíritus humanos, "para bien de sus vidas y protección
constante ante la falta de honradez de Satanás y de sus
gentes malhechoras".

Pues ellos caminan día y noche con los suyos deslumbrados y
condenados a morir una muerte segura en la tierra y en el
infierno también, para jamás ser felices en sus almas
infinitas, en esta vida ni en la venidera tampoco; "porque
todos ellos son culpables de sus pecados por no haber amado a
Dios, por medio de su Jesucristo". Porque nuestro Padre
Celestial lleva a juicio día y noche a todo pecador y a toda
pecadora y así también a los suyos, aunque no hayan ofendido
jamás en sus vidas, hacia el castigo del juicio final de
todas las cosas en el más allá, por su culpa y por su error
de no amar a Jesucristo en sus vidas.

Y lo mismo es verdad cada día para las naciones de la tierra,
"porque nuestro Dios juzga a las naciones continuamente como
en la antigüedad, como las que no honran ni menos aman la
vida celebre de su Hijo amado", nuestro Señor Jesucristo,
para expiación de sus pecados y salvación eterna; pues
recordemos a Israel ahora, sin irnos tan lejos. Dios juzgo a
Israel por sus pecados nacionales una y otra vez, "y sin la
sangre del Cordero sobre su altar pues era convicta sin duda
alguna", y hasta destruida muchas veces por falta de la
santidad de Dios en las vidas de sus ciudadanos y su religión
prehistórica también, por supuesto. Y sin el derramamiento de
la sangre de su Hijo amado, el Cordero de Dios y de Israel,
como en la antigüedad, "no hay expiación de pecado posible
para ninguna nación, aunque sea Israel mismo, ni para ninguna
familia de la humanidad entera"; por ende, el alma que pecare
le dará cuentas a Dios, hoy y en el día del juicio también.

Porque no hay mayor pecado de condenación eterna ante el
tribunal de nuestro Padre Celestial y de su Espíritu Santo, y
esto es de no amar y de no venerar el amor del Señor
Jesucristo en sus corazones eternos, "después de haber Él
hecho tantas cosas y hasta lo imposible para perdonar sus
pecados y asegurarles vida infinita en sus almas vivientes".
Y esto es muerte para cualquiera y aún hasta para con los
ángeles más poderosos del cielo, como le sucedió a Lucifer,
por ejemplo, quien se convirtió en Satanás (o en el
adversario de Dios), "porque no quiso honrar ni menos comer
del fruto del Árbol de la vida, el cual es el nombre Salvador
del SEÑOR para enriquecer su vida infinitamente".

Porque con sólo creer en el corazón y así confesar con los
labios el nombre ungido y milagroso del SEÑOR, "pues entonces
ese ser, sea ángel del cielo u hombre, mujer, niño o niña de
la humanidad entera, tiene vida infinita con Dios y con su
Árbol de la vida eterna eternamente y para siempre", ¡nuestro
Señor Jesucristo! Y todo aquel que no invoque el nombre del
SEÑOR en los últimos días, "entonces será llevado a juicio
por nuestro Padre Celestial para que le responda por su
pecado, de no haber honrado ni menos glorificado su nombre
santo", cuando tuvo la oportunidad de hacerlo así, como en
los días normales de su vida por toda la tierra, por ejemplo.

Y el que no tiene el nombre sagrado del Señor Jesucristo en
su corazón desde ya, pues entonces ya es juzgado y condenado
por sus propios pecados y delitos, "para ser posteriormente
lanzado al lago de fuego eterno, en su segunda muerte final
de su alma infinita, para jamás volver a ver a Dios ni a su
Hijo amado, para siempre". Por ello, el hombre y así también
cada uno de sus descendientes, comenzando con la mujer, "vive
en la mentira y en sus violencias terribles de enfermedades,
problemas y, por fin la muerte eterna", como en el infierno o
como en el lago de fuego, para no volver a conocer la vida ni
oír de su Árbol de vida eterna jamás.

Porque el pecado del hombre es en contra de nuestro Dios, por
inicio, por no creer ni confesar con sus labios al salvador
de su vida; y es por eso que su vida va sin prisa "camino al
juicio final del paraíso, sin tener que ir a ese día terrible
para su alma, si tan sólo Jesucristo reina en su corazón".
Porque fuera del Señor Jesucristo ya no hay vida alguna para
ningún ángel del cielo ni para ningún hombre, mujer, niño o
niña de la humanidad entera en todas las naciones de la
tierra, "sino sólo tinieblas tras tinieblas y un mundo
horrendo de fuego y de violencias increíbles en la nueva
eternidad venidera del juicio eterno de todas las cosas".

Además, nuestro Padre Celestial llevara a juicio a cada
palabra, a cada pensamiento, a cada sentir, a cada acción del
hombre, comenzando con Adán en el paraíso y así también hasta
con su ultimo retoño que nazca en la tierra de mujer, por
ejemplo, "para así ponerle fin infinitamente a cada efecto
del pecado en la vida del hombre". Y así ya no quede rasgo
alguno del pecado en el corazón de la humanidad entera,
comenzando con Adán y Eva en el paraíso, "sino que sólo
prevalecerá todo lo bueno, todo lo glorioso y todo lo sublime
de nuestro Árbol de la vida eterna, nuestro Jesucristo, para
gloria y honra infinita de nuestro Padre Celestial que está
en los cielos".

Porque todos los que entren a vivir la nueva vida eterna de
nuestro Padre Celestial y de sus huestes angelicales,
"entonces tienen que haber recibido por fe la carne, la
sangre, el espíritu, el alma y hasta el mismo pensar y sentir
de su Jesucristo, para poder por fin entrar al nuevo reino
sempiterno, y no salir de él jamás". Es por eso que tenemos
que darle gloria y honra en nuestros corazones diariamente a
nuestro Creador y a su Espíritu Santo, por medio de nuestro
Jesucristo, "porque esa es su comida predilecta", la cual ha
esperado desde siempre con gran paciencia en su corazón y en
su alma santísima, para que hoy tú mismo se la des en su
boca.

Para que de esta manera, "nuestro Padre Celestial se sienta
bien lleno con cada uno de nosotros", en nuestro millares y,
a la misma vez "honrado por todo lo que nos ha dado y hecho
por cada uno de nosotros también", en todos los lugares de la
tierra, comenzando con Adán y Eva, por ejemplo, en el
paraíso. Porque lo que nuestro Creador comenzó a hacer por
cada uno de nosotros, verdaderamente lo comenzó desde mucho
antes de la fundación del cielo y de la tierra, para que lo
vivamos todo desde ya, "y así entremos libres del pecado y
gozosos en nuestros corazones con la verdad y con la justicia
de su Árbol de la vida", ¡nuestro Señor Jesucristo!

Y sólo así con el Señor Jesucristo en nuestros corazones,
"pues evitaremos ser juzgados por nuestros pecados en el
juicio final para todas las cosas expuestas y de las que
están escondidas, sean buenas o sean malas, para cerrar por
fin la era del pecado y vivir al fin la nueva era llena de
Dios y de su Espíritu Santo". De modo definitivo, ésta es la
misma vida eterna de la antigüedad, la cual nuestro Padre
Celestial preparo para ti, su Jesucristo, para que la vivas
desde hoy, día y noche delante de su presencia santa en la
tierra y en Su Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo.

¡Gloria a Dios! ¡Amén! ¡Gracias a Jesucristo y al Espíritu
Santo de Dios por tu nueva vida infinita! ¡Así pues alégrate
siempre en tu corazón eterno, sólo con en el nombre del
SEÑOR, porque el nombre del SEÑOR es bueno para toda tu vida
y la de los tuyos también, hoy en día y en todos los lugares
de la tierra y de la nueva eternidad venidera!

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen
de fundición, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresión a la Ley Perfecta de nuestro Padre Celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su prójimo!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
huérfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poniéndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dirá: '¡Amén!'

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y deshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Disponte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


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