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(IVÁN): PERMANECER EN JESUCRISTO ES VIVIR EN EL AMOR DE LA LEY DE DIOS:

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IVAN VALAREZO

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May 10, 2009, 12:21:35 AM5/10/09
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S�bado, 09 de mayo, a�o 2009 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoam�rica

(Feliz d�a de las Madres de toda nuestra Am�rica eterna y de
todas nuestras naciones hermanas del mundo entero tambi�n.
Que nuestro Padre celestial las bendiga grande y ricamente en
el Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos, infinitamente
cumplidos en el nacimiento virgen, en la vida c�lebre, en la
crucifixi�n sant�sima y en su resurrecci�n gloriosa del
tercer d�a de la tierra de Israel, para bien eterno de muchos
(en Israel y en todas las familias de las naciones del mundo
entero). Por eso, le pedimos fielmente a nuestro Padre
celestial en el nombre glorioso de nuestro Se�or Jesucristo,
que les conteste cada una de las oraciones, ruegos,
peticiones, suplicas y mediaciones, de las que tengan delante
de �l, para que todo lo que le pidan a �l, entonces les sea
concedida inmediatamente y grandemente tambi�n. Porque
nuestro Padre celestial jam�s se ha olvidado de ninguna de
ellas, pues �l mismo las tiene a todas vivas en su coraz�n
sant�simo, por amor a su Jesucristo. Por lo tanto, �l las ama
grande y ricamente en el Esp�ritu Santo de Sus Mandamientos
sagrados, los cuales fueron glorificados eternamente y para
siempre en la vida de su Hijo amado, nuestro Salvador
Jesucristo: para que no s�lo jam�s les falte ning�n bien sino
para que regresen desde ya a sus lugares de sus primeros
pasos, al para�so.

El para�so de Ad�n y Eva, en donde cada una de nuestras
madres debi� darnos a luz, pero como Ad�n peca grandemente en
contra del fruto de la vida eterna, el Esp�ritu Santo del
�rbol de la vida de Los Diez Mandamientos eternos, entonces
tuvimos que descender a la tierra para nacer en ella. Pero
nuestro Padre celestial es Todopoderoso, y nada le es
imposible; porque nosotros podemos nacer, hoy en d�a, por su
voluntad divina, en el para�so celestial, s� tan s�lo
invocamos el nombre bendito y salvador de su Hijo amado, el
Hijo de David, para volver a nacer no en la tierra en donde
nacimos, sino en el nuevo reino angelical. Por eso, en este
d�a, le pedimos muchas y grandes bendiciones de amor, salud,
riquezas y paz para nuestras madres queridas, que no
solamente son amadas en la tierra por nosotros sus hijos,
sino tambi�n en el reino de los cielos, por nuestro Padre
celestial, por su Hijo Jesucristo y por su Esp�ritu Santo.

Pues entonces les deseamos muchas felicidades y grandes
lluvias del cielo de bendiciones, alegr�as, paz, sabidur�a,
poder y de salud sin fin para sus vidas eternas, en este d�a
de la madre a todas las madres con sus hijos e hijas en todos
los hogares de nuestras naciones hermanas, de la humanidad
entera. �Am�n!)

(Cartas del cielo son escritas por Iv�n Valarezo)


PERMANECER EN JESUCRISTO ES VIVIR EN EL AMOR DE LA LEY DE
DIOS:

S� guardan mis mandamientos, entonces ser�n mis verdaderos
disc�pulos, para permanecer en mi amor salvador: as� como yo
tambi�n guardo los Diez Mandamientos de mi Padre celestial y,
por tanto, permanezco en su amor fraternal-les aseguraba
Jesucristo a sus disc�pulos-para bien de sus vidas y de sus
hijos para miles de generaciones venideras, de la nueva
eternidad celestial. Y el que no permanece en el Se�or
Jesucristo, entonces simplemente "jam�s podr� conocer de
veras el amor antiguo y sumamente glorioso de nuestro Padre
celestial hacia su Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos
celestiales", en la tierra y en el para�so, para siempre.

Es decir, que jam�s podr� entrar a la nueva vida eterna del
nuevo reino sempiterno, de nuestro Padre celestial y de sus
huestes angelicales, donde el �rbol de la vida, nuestro Se�or
Jesucristo, seguir� reinando grandemente, como de costumbre,
sobre la vida de todos para siempre, �ngeles del cielo y
hombres, mujeres, ni�os y ni�as de la humanidad entera. En
verdad, el que no permanece en el amor salvador de nuestro
Se�or Jesucristo, entonces no solamente no cumple, ni lo
cumplir� jam�s, el Esp�ritu Santo de la Ley divina, sino que
no puede amar verdaderamente a nuestro Padre celestial que
est� en el cielo, ni menos podr� gozar de sus bendiciones
b�sicas de cada d�a y de cada noche.

Como, por ejemplo: bendiciones de perd�n, paz, salud
constante y, de muchas cosas m�s a la vista y escondidas,
como la misma vida eterna (la cual est� escondida por
nuestros pecados), y esto ser� as� cada d�a, no solamente
para el que cree sino tambi�n para los suyos, en d�nde sea
que se encuentren, hoy en d�a, en toda la tierra. Por eso, lo
mejor que nosotros podemos hacer, en nuestras vidas por toda
la tierra, es, sin duda, el recibir al Se�or Jesucristo en
nuestros corazones, como el Hijo de David, el Salvador y Rey
Mes�as de nuestras vidas, por ejemplo, para que vivamos
cumpliendo cada d�a y para siempre con el Esp�ritu Santo de
Los Diez Mandamientos perpetuos.

Por cuanto, ha sido s�lo nuestro Se�or Jesucristo quien
realmente naci� del vientre virgen de la hija de David, de la
tribu de Jud�, en Israel, para vivir el Esp�ritu Santo de la
Ley viviente y as� cumplirlo justamente d�a a d�a por cada
uno de nosotros, en nuestros millares, delante de nuestro
Padre celestial que est� en el cielo. Y, adem�s, nuestro
Se�or Jesucristo pudo vivir y, a la vez, cumplir cada
palabra, cada letra, cada tilde y cada significado eterno del
Esp�ritu Santo de la Ley bendita, porque �l mismo es ese
Esp�ritu de la Ley y su significado de vida, bendici�n, salud
y salvaci�n eterna, en la tierra y en el cielo para todo ser
viviente para siempre.

Entonces s�lo nuestro Se�or Jesucristo conoce perfectamente
el Esp�ritu Santo de la Ley viva para vivirlo y, justamente,
para cumplirlo en toda su verdad, justicia y santidad sin fin
en su vida sant�sima y as� en la vida no solamente de �ngeles
sino tambi�n en la vida de cada hombre, mujer, ni�o y ni�a de
la humanidad entera, comenzando por Israel. Porque cuando
nuestro Padre celestial le entrega a Mois�s las primeras
tablas de la Ley, en si, fue para injertar en Israel la vida
sant�sima del Hijo de David, el Santo de Dios y de Israel,
nuestro Se�or Jesucristo, para que desde ya comiencen a gozar
de su vida y de su presencia santa cada d�a de sus vidas para
siempre.

Porque seria solamente el Esp�ritu del Rey Mes�as quien les
ense�ar�a de parte de nuestro Padre celestial cada una de sus
ense�anzas divinas, para que no mueran pecadores y en sus
tinieblas de mentiras mortales, como enfermedades y muertes
infernales, sino para que viviesen siempre bajo la tutela y
conocimiento de Dios mismo, el Fundador de su nueva naci�n
angelical. Y �sta naci�n celestial es un mundo nuevo,
habitado no s�lo por las tribus de Israel, desde su
nacimiento y hasta su �ltima familia formada, sino tambi�n de
todas las familias de las naciones de toda la vida de la
tierra-tal como nuestro Padre celestial le prometi�
inicialmente a Abraham que seria as�, el padre de muchas
naciones para siempre.

Adem�s, nuestro Se�or Jesucristo no s�lo hizo todo esto para
gloria y honra del nombre santo de nuestro Padre celestial,
sino tambi�n para vida y salud eterna de cada hombre, mujer,
ni�o y ni�a de toda la tierra, comenzando con Ad�n y Eva
sobre la cima santa de Jerusal�n, para que la mentira muera y
la verdad viva por siempre. Porque s�lo as� las mentiras de
Satan�s, en la vida del hombre, pod�an morir finalmente,
sobre los �rboles secos de Ad�n y Eva y sobre la cima de la
roca eterna, en las afueras de Jerusal�n, con el Se�or
Jesucristo crucificado y, juntamente, sangrando sobre ellos y
sobre sus reto�os tambi�n para generaciones venideras, para
que sean liberados grandemente para siempre.

En �ste d�a glorioso de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo, la mentira fue quitada de la vida del hombre y de
la mujer, para clavar sobre ellos y sobre sus descendientes:
la verdad del cielo (la cual jam�s morir� en la nueva vida
eterna de los �ngeles del cielo y as� tambi�n de la humanidad
entera). Porque s�lo as� nuestro Padre celestial pod�a
injertar no solamente la vida de nuestro Se�or Jesucristo, la
cual es la vida eterna del cielo presentemente, sino tambi�n
la del Esp�ritu Santo del cumplimiento glorioso de su Ley
viviente, para que el esp�ritu de error y mentiroso ya no
reine m�s en nuestras vidas sino s�lo su verdad celestial, �
su Jesucristo!

Por esta raz�n, nuestro Padre celestial no solamente llama a
Ad�n y Eva inicialmente en el para�so a obedecer el Esp�ritu
Santo del �rbol de la vida, su Ley viviente, nuestro Se�or
Jesucristo, sino tambi�n a comer y beber de �l cada d�a, para
que ya no tengan hambre ni sufran sed alguna en todo sus
seres vivientes y celestiales infinitamente. Porque s�lo
nuestro Se�or Jesucristo es el verdadero cumplimiento y,
adem�s, la glorificaci�n celestial del Esp�ritu Santo de Los
Diez Mandamientos, en la vida de nuestro Padre celestial y
as� tambi�n de cada �ngel del cielo y de cada hombre, mujer,
ni�o y ni�a de la humanidad entera.

En otras palabras, lo que nuestro Padre celestial les estaba
diciendo a Ad�n y Eva, en s�, era de que estaban llamados a
comer y beber del Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos,
del para�so y de toda la tierra tambi�n, para que no sufran
jam�s las aflicciones del pecado ni menos ninguna de sus
muchas enfermedades mortales del m�s all�. Nuestro Padre
celestial quer�a darles de comer de la carne inmolada y de
beber de la sangre del pacto de vida eterna a Ad�n y as�
tambi�n a cada uno de sus hijos e hijas, comenzando con Eva,
su primera esposa: para que su carne y su sangre sean
cambiadas milagrosamente a la de su Hijo amado, �nuestro
Se�or Jesucristo!

Y s�lo as� ellos ya no pod�an jam�s pecar en contra del
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos con sus pensamientos,
ni mucho menos con sus palabras o con sus acciones, sino que
los pod�an cumplir, exaltar, honrar, glorificar y dem�s, sin
jam�s transgredir en contra de ella, en el para�so o en
cualquier lugar de toda la creaci�n celestial. Porque la
verdad es que la carne santa de nuestro Se�or Jesucristo y
as� tambi�n su sangre reengendradora jam�s podr�n pecar en
contra del Esp�ritu Santo de la Ley viviente, sino s�lo
cumplirla; pero la carne y la sangre pecadora de Ad�n y Eva
en cada hombre, mujer, ni�o y ni�a si pueden pecar cada d�a
en contra de ella infinitamente.

Por eso, el que obedece a la palabra de nuestro Se�or
Jesucristo, no s�lo est� obedeciendo a su Padre celestial que
est� arriba, sino tambi�n obedece grandemente el Esp�ritu
Santo de la Ley eterna-y esto es gloria y honra del hombre,
de la mujer, del ni�o y de la ni�a cada d�a de sus vidas por
toda la tierra. Dado que, el que vive lleno del Esp�ritu
Santo de Los Diez Mandamientos, entonces el esp�ritu de error
y pecador de Satan�s ya no tiene poder alguno, en su vida del
para�so y as� mismo en cualquier lugar de toda la creaci�n
celestial, de Dios y de su �rbol de la vida eterna, su Hijo
amado, �nuestro Se�or Jesucristo!

Por lo tanto, los pecados, maldades, falsedades, mentiras y
muertes de Satan�s y de sus esp�ritus inmundos ya no tienen
poder alguno sobre su vida, ni menos tienen raz�n alguna para
acercarse a �l o a ella, en todos los d�as de su vida y de
los suyos tambi�n en toda la tierra, para siempre. Es decir,
de que donde est� el esp�ritu de la carne inmolada y de la
sangre del pacto eterno entre Dios y el hombre, entonces est�
el Esp�ritu Santo de los Diez Mandamientos bendiciendo su
vida grandemente a cada hora: as� pues, el esp�ritu de error
de Satan�s ya no puede estar ni menos acercarse a �sta nueva
vida del hombre.

Porque la verdad es que s�lo nuestro Se�or Jesucristo es la
llenura del Esp�ritu Santo de la Ley viviente en el para�so
con los �ngeles y as� tambi�n con cada hombre, mujer, ni�o y
ni�a de la humanidad entera, comenzando con Ad�n y Eva sobre
la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusal�n, para
muerte del pecado. Es decir, que cuando comemos y bebemos en
oraci�n de la carne de nuestro Se�or Jesucristo y de su copa
de vida, entonces estamos comiendo y bebiendo de toda la
verdad y de toda la justicia de la vida santa e infinitamente
gloriosa del Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos,
sumamente cumplidos e infinitamente glorificados, para sanar
todas nuestras almas vivientes.

Porque s�lo con el Esp�ritu de la Ley de nuestro Padre
celestial viviendo ya en nuestros corazones y en nuestras
almas eternas, sumamente glorificado y honrado por el
nacimiento virgen, por la vida sanadora, por la muerte santa
y por la resurrecci�n gloriosa de nuestro Se�or Jesucristo,
podremos entonces regresar al para�so para retomar nuevamente
nuestras vidas celestiales para la eternidad. Visto que, en
la vida santa de los �ngeles, del para�so de Ad�n y Eva y de
la Nueva Jerusal�n glorificada del cielo, en verdad, desde la
eternidad y hasta la eternidad: s�lo se vive cada d�a
�nicamente del Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos, para
glorificar continuamente el nombre glorioso de nuestro Padre
celestial en nuestras vidas, humanas y angelicales.

Formalmente, sin el Esp�ritu de la Ley viviente nadie jam�s
podr� regresar al Dios de su nuevo vida eterna, en la tierra
ni menos en el m�s all�, como en el reino angelical, el
para�so o La Nueva Jerusal�n celestial; es m�s, es totalmente
imposible para el hombre ver a Dios, sin la Ley cumplida en
su vida por Jesucristo. Por eso, nuestro Padre celestial
envi� a Israel a su Hijo amado, para que nos ense�ar� cada
d�a de nuestras vidas cada una de las ense�anzas no tanto de
s� mismo sino las de �l y las de su Esp�ritu Santo de la Ley
sagrada, para que muera el pecado y viva por siempre la
verdadera vida eterna, en todos nosotros.

Por esta raz�n, nuestro Se�or Jesucristo nos dec�a a todos
nosotros, por medio de sus ap�stoles y disc�pulos, por
ejemplo, de que s� nos mantenemos firmes en sus ense�anzas,
entonces "permanecemos vivos" en su amor todopoderoso: as�
como �l mismo guarda cada d�a el Esp�ritu de la Ley viviente,
para permanecer resucitado en el amor sant�simo de su Padre
celestial. Porque, por amor, no solamente a Israel sino al
mismo Esp�ritu Sant�simo de Sus Diez Mandamientos gloriosos,
fue que nuestro Padre celestial envi� a su Hijo amado a nacer
del vientre virgen de una de las hijas de David, para que el
Esp�ritu eterno de su voluntad antigua sea cumplida y
exaltada en su vida milagrosa, para bien eterno de todos
nosotros.

Entonces fue s�lo por medio del nacimiento milagroso de
nuestro Se�or Jesucristo, por medio del Esp�ritu Santo de la
Ley viva, del vientre virgen de la hija de David, que no s�lo
Satan�s fue finalmente derrotado contundentemente sino
tambi�n cada una de sus mentiras y falsedades eternas, en la
vida del hombre y para siempre para la eternidad celestial.
Es decir, que nuestro Padre celestial inicialmente derrota a
Satan�s y a sus mentiras crueles, de las que entraron en el
coraz�n de Ad�n y Eva y as� tambi�n en el coraz�n de cada uno
de sus reto�os por toda la tierra, s�lo con el nacimiento
virgen de su Hijo amado del vientre virgen de la hija de
David.

Ya, con �ste nacimiento virgen del Rey Mes�as de Israel,
Satan�s estaba completamente juzgado y condenado por nuestro
Padre celestial, para que su esp�ritu de error y mentiroso
saliera por fin de la vida del hombre: para que en su lugar
entre no solamente su Jesucristo sino tambi�n �l mismo
(nuestro Creador) con sus bendiciones eternales y
todopoderosas de cada d�a. Por eso, nuestro Se�or Jesucristo
les aseguraba a sus disc�pulos, dici�ndoles: S� ustedes
verdaderamente obedecen a mi palabra, entonces yo y mi Padre
celestial vendremos a ustedes para hacer morada en sus
corazones, para que todos vean que ustedes son hijos
leg�timos de Dios para siempre.

Y s� permanecen en mi, como dice la Escritura, entonces ser�n
verdaderamente libres de los males del pecado y de las
tinieblas d� Satan�s y de sus �ngeles ca�dos en la tierra y
en el m�s all�, eternamente y para siempre; y nada les ser�
imposible en sus vidas para siempre, porque ser�n
verdaderamente mis disc�pulos para hacer mis obras cada d�a.
En la medida en que, todo aquel que invoca el nombre santo
del Hijo de Dios, nuestro Salvador Jesucristo, en verdad,
est� invocando y, juntamente, cumpliendo no solamente la
voluntad perfecta de su Dios y Fundador de su nueva vida
eterna, sino que tambi�n: cumple grandemente con el Esp�ritu
Santo de la Ley viviente en su vida para la eternidad.

Porque �sta es la obra de mi Padre celestial que est� en el
cielo, de que crean en aquel que �l mismo se�alo con su mismo
dedo santo, con el cual escribi� Sus Diez Mandamientos, para
que descendiera del cielo, como el pan de vida eterna para
todo hombre, mujer, ni�o y ni�a de la humanidad entera. Dado
que, s� nuestro Se�or Jesucristo no se injerta a Israel, por
medio del Esp�ritu Santo de la Ley viviente, desde el Sina� y
del vientre virgen de la hija de David, entonces no solamente
Satan�s no pod�a ser derrotado jam�s, sino que tampoco
nuestro Creador pod�a entrar en el coraz�n, ni menos en la
vida, del hombre de la humanidad entera.

Porque la verdad fue inicialmente que, una vez que nuestro
Padre celestial crea al hombre en su imagen y conforme a su
semejanza celestial, entonces deseaba entrar en �l, para
vivir cada d�a con �l en el cielo y en toda su nueva creaci�n
celestial (la cual tenia planeado crear para �l mismo y para
su nueva humanidad infinita de naciones). Porque todo hombre,
mujer, ni�o y ni�a de la humanidad entera, sin hacer
excepci�n de persona alguna, nuestro Padre celestial los crea
inicialmente en su seno, para que vivan con �l y con sus
huestes angelicales en su nuevo reino angelical, comiendo y
bebiendo por siempre de su Hijo amado, como su �nico Esp�ritu
Santo de su Ley viva.

Visto que, s�lo as� cada uno de ellos no solamente iba a ser
lleno del esp�ritu de gozo y de la felicidad eterna, sino que
tambi�n pod�a continuar viviendo en su nueva vida bendita y
sumamente gloriosa, gracias por la obra progresiva de
Jesucristo: pero esta vez con nuestro Padre celestial dentro
de su coraz�n y de toda su vida tambi�n. Y s�lo as� entonces
nuestro Padre celestial permanecer�a infinitamente en el
coraz�n y en la vida del hombre, de la mujer, del ni�o y de
la ni�a de todas las naciones, para quedarse a vivir con
ellos cada d�a de sus vidas en el para�so, en la tierra y as�
tambi�n en La Nueva Jerusal�n santa y gloriosa del cielo.

Es decir, que ha sido nuestro Padre celestial quien
inicialmente no solamente desea crear al hombre y a la mujer
en su imagen y conforme a su semejanza celestial, sino que
tambi�n decidi� vivir en el coraz�n y en la vida de cada uno
de ellos y de sus reto�os en su nuevo reino celestial y para
siempre en la eternidad. Por eso, nuestro Se�or Jesucristo
les dec�a a las multitudes, una y otra vez y sin cesar: S�
guardan mis mandamientos, permanecer�n en mi amor salvador-
as� como yo mismo permanezco en el amor eterno de mi Padre
celestial que est� en el cielo-porque permanezco
continuamente en su amor divino, por su Ley viva de cada d�a.

Porque es por amor al Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos
que nuestro Padre celestial inicialmente no solamente crea al
hombre en su imagen y conforme a su semejanza celestial, sino
tambi�n a cada uno de sus reto�os, comenzando con Eva, para
que juntos aprendan a amarle a �l, en el esp�ritu y en la
verdad de sus Mandamientos inmortales. Y esto es, hoy en d�a,
tal como en tiempos antiguos, de amarle grandemente a �l cada
d�a de nuestras vidas y sin cesar jam�s tambi�n, c�mo nuestro
�nico Dios y Fundador de nuestras nuevas vidas infinitas:
pero s�lo por medio de su fruto de vida y de salud eterna, su
Hijo amado, el Hijo de David, �nuestro Salvador Jesucristo!

Adem�s, nuestro Padre celestial desea ser amado por cada uno
de nosotros, en nuestros millares, en toda la tierra,
comenzando con Israel, as� como se lo pidi� inicialmente a
Ad�n y Eva en el para�so: porque su Hijo amado est� lleno
grandemente del Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos
eternos, completamente glorificados y santificados como su
mismo nombre sant�simo, por ejemplo. Y nuestro Se�or
Jesucristo no solamente naci� del Esp�ritu Santo de la Ley
del vientre virgen de la hija de David, sino que tambi�n los
cumpli� grandemente por amor a Israel y a la vida de todas
las naciones, para posteriormente morir crucificado por el
pecado de todos y resucitar en el tercer d�a por el mismo
Esp�ritu Santo de Dios.

Porque el Esp�ritu Santo de la Ley jam�s muri� inicialmente,
aunque Satan�s hizo que Israel pecara en contra de ella al
fundir un becerro de oro con las joyas de los egipcios y as�,
en el acto, descendieron sus primeras tablas santas al
submundo, crucificadas sobre el Sina�, por tanto, heridas y
desfiguradas mortalmente por el pecado pagano de Israel. Y
porque Israel, en su ceguera y enga�o espiritual infiel:
desfigura y env�a las primeras tablas de la Ley, despedidas
de las manos de Mois�s, al coraz�n de la tierra: pues
entonces Dios quiso, en su justo juicio, dejar correr la
sangre de Israel completamente al pie del Sina�, en el mismo
lugar donde peca traidoramente en contra de su Ley bendita.

Verdaderamente, nuestro Padre celestial quer�a crucificar a
Israel, haci�ndolos sangrar, as� como ellos mismos
posteriormente, y por las manos de los romanos, crucificar�an
a su Hijo Jesucristo sobre lo alto de su monte santo, en las
afueras de Jerusal�n, para fin del pecado; pero Mois�s se
opuso terminantemente, intercediendo por ellos (as� como
Jesucristo siempre intercede por todo Israel, por ejemplo).
En este d�a, nuestro Padre celestial pens� seriamente en
salvar a su Jesucristo de una muerte segura en las manos no
solamente del Consejo de los sacerdotes Levitas y dem�s
lideres israel�es y hasta de los pecadores de las naciones,
haciendo que todo Israel muriese en lugar de su Hijo amado
sobre el Sina�; pero Mois�s no estuvo de acuerdo.

(En verdad, nuestro Padre celestial desea primero crucificar
a todo Israel antes que crucificar a su Hijo Jesucristo sobre
lo alto de su monte santo, ya sea sobre lo alto del Sina�, en
aquel d�a muy peligroso para todo Israel y para la humanidad
entera, o sobre la cima del monte santo antiguo, en las
afueras de Jerusal�n, en Israel. Es decir, que nuestro Padre
celestial quiso crucificar sobre todo lo alto del Sina� a
cada hebreo y as� tambi�n a cada uno de sus hijos para todas
las generaciones venideras, y as� no crucificar�a al fin a su
Hijo Jesucristo, como suceder�a posteriormente en su d�a, en
las afueras de Jerusal�n, en Israel, para fin del pecado y
del diablo.)

Pero Mois�s ruega al SE�OR, para que desistiera de llevar
acabo su juicio justo y sagrado en contra de Israel, para que
las naciones no se burlen de �l despu�s de haberlos sacado de
Egipto para entonces crucificarlos sobre el Sina�: ya que no
pudo hacer que obedecieran y honraran el Esp�ritu Santo de su
Ley viva, �a su Cordero Inmolado! Y nuestro Padre celestial
le dec�a a Mois�s, d�jame hacer lo que quiero hacer con este
pueblo hoy mismo; ellos tienen que morir por haber ofendido
el Esp�ritu de la Ley viviente, la vida sant�sima del Cordero
Inmolado del mundo entero, y de ti har� una gran naci�n,
mejor que ellos, para que el Esp�ritu Santo de mi Ley sea
infinitamente honrado.

Pues para esto he descendido del cielo con mi Ley viva, para
que sea honrada y d� fruto de vida y de salvaci�n eterna en
abundancia a todos los que crean en ella, en esta vida y en
la venidera tambi�n, eternamente y para siempre-le aseguraba
nuestro Padre celestial a Mois�s-. D�jame, pues, hacer una
naci�n de ti: una naci�n que me ame en el esp�ritu y en la
verdad viviente de Mis Diez Mandamientos, para que el pecado
muera con todos los poderes malvados de las mentiras y
falsedades de Satan�s; yo mismos, pues, har� de ti una naci�n
nueva, la mejor del mundo para que habite en mi tierra
escogida.

Porque yo borrare de mi libro todo aquel que peque en contra
de m� y de mi Cordero Inmolado, con falsedades y mentiras
malvadas de Satan�s y de sus esp�ritus inmundos; yo har� una
nueva naci�n de ti, desde hoy mismo: si s�lo me dejas llevar
a cabo el juicio que tengo en contra de todo Israel, por este
pecado terrible. No, mi SE�OR Santo, si los borras a ellos de
tu libro, por haber pecado en contra de tu Ley, el Esp�ritu
viviente de tu Rey Mes�as, pues entonces borra tambi�n mi
nombre con el de ellos; aunque deseo quedarme contigo y
servirte todos los d�as de mi vida en la tierra y as� tambi�n
infinitamente en tu nuevo reino angelical.

Y el SE�OR le dijo a Mois�s: Est� bien, he o�do tu oraci�n;
al fin, voy hacer como t� me pides con toda esta gente que ha
pecado en contra del Esp�ritu Santo de la vida gloriosa de su
Gran Rey Mes�as y �nico Salvador posible para sus vidas, en
la tierra y en la eternidad, para siempre. Pero el alma que
pecare, me dar� cuenta de su pecado en el d�a del juicio de
todas las cosas; yo no dar� por inocente al malvado, jam�s,
por ninguna raz�n; el que peque en contra del Esp�ritu Santo
de la Ley viviente de la vida gloriosa del Rey Mes�as, pues,
que muera irremisiblemente. Dios no puede ser burlado jam�s
por la mentira de nadie, ni de ninguna naci�n o naciones,
para siempre.

Porque todo aquel que peque en contra del Esp�ritu Santo de
Los Diez Mandamientos tendr� que darme cuenta en el d�a del
juicio final por su pecado, por su culpa, y, al final, ha de
morir por su maldad, si no se encuentra en �l la pureza del
Esp�ritu Santo de vida y de salud eterna del Mes�as de toda
la Ley viviente. Puesto que, del mismo Esp�ritu Santo y
virgen de los Diez Mandamientos en su d�a y sin demora:
saldr�, nacer�, vendr� y se vera vivo y sumamente glorificado
para gloria eterna de nuestro Padre celestial, al Rey Mes�as
prometido: prometido inicialmente a Abraham, Isaac, Jacob y a
los patriarcas y dem�s familias por sus tribus de todo Israel
y las naciones.

Y as� fue que el SE�OR desisti� en su ira ardiente para
vengarse de Israel, para quitarlos de su presencia santa por
ser los primeros que pecaron gravemente en contra del
Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos, para mal de sus
vidas y la de muchos, desdichadamente, por todas las naciones
de la tierra. Porque si Israel no hubiese cometido tan grave
pecado en contra del Esp�ritu Santo de las primeras tablas de
la Ley, entonces el Mes�as, el Hijo de David, se hubiese
manifestado de inmediato-es decir-que Israel se hubiese
convertido en un para�so terrenal con el Mes�as viviendo ya
en sus tierras, como Dios manda, para bien eterno de todos
nosotros.

Porque es la presencia gloriosa del Rey Mes�as lo que
convertir� milagrosamente, en un am�n, a la tierra
conflictiva de Israel, como la misma tierra prometida de la
b�veda celeste que nuestro Padre celestial no solamente so��
darles a los israelitas inicialmente, sino tambi�n a las
naciones, para que el Esp�ritu Santo de su Ley sea
glorificada grandemente para siempre. Porque, para nuestro
Padre celestial, todo aquel que se rebela en contra de la
presencia santa del Esp�ritu Santo y sumamente milagroso de
las primeras tablas de Los Diez Mandamientos, como los
antiguos hebreos lo hicieron err�neamente en sus d�as y
enga�ados por Satan�s, entonces se est�n rebelando fatalmente
en contra del Rey Mes�as, el Hijo de David, para mal eterno.

Porque en el principio los primeros hebreos de Egipto se
rebelaron err�neamente en contra del Esp�ritu Santo de los
Mandamientos, sin saber lo que hac�an, para que descendieran
crucificados, quebrantados, desfigurados y transgredidos al
infierno; as�, pues, tambi�n nuestro Se�or Jesucristo
descendi� al bajo mundo, crucificado, quebrantado y
desfigurado por el pecado de Israel- �para resucitar en el
tercer d�a gloriosamente! Es decir, que de la presencia santa
de nuestro Padre celestial, las primeras tablas de la Ley
salieron despedidas de las manos de Mois�s, para descender
crucificadas, deshonradas, desfiguradas al submundo: porque
Israel las rechaza err�neamente por culpa de un becerro de
oro-la mentira de Satan�s, como cualquier obra pagana del
vaticano de siempre para mal eterno de muchos ingenuos.

As�, pues, tambi�n nuestro Se�or Jesucristo descendi�
sangrando, crucificado y todo desfigurado de pies a cabeza al
coraz�n del mundo, por culpa del pecado de rechazo no s�lo de
Israel sino tambi�n, esta vez, de todas las naciones, para
que sus pecados se queden en el infierno y m�s no la Ley, ni
menos nuestro Rey Mes�as, �el Hijo de David! Porque la verdad
es que, el Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos es la vida
sant�sima del Hijo de David; o, podemos decir tambi�n, sin
equivocarnos jam�s, de que el Hijo de David es la misma vida
santa y sumamente gloriosa del mismo Esp�ritu Santo de Los
Diez Mandamientos, en el cielo y en toda la creaci�n divina,
para siempre.

Por eso nuestro Padre celestial llama inicialmente a Ad�n y
Eva a que coman y beban fielmente del fruto de la vida (el
cual es el mismo �rbol de la vida, nuestro Se�or Jesucristo),
en las afueras del para�so o en las afueras de Jerusal�n, en
Israel, o en las afueras de La Nueva Jerusal�n santa y
gloriosa del cielo. Para que todo aquel que coma y beba de
�l, entonces no vuelva a tener hambre ni sed, es decir, para
que jam�s vuelva a sufrir el mal de Satan�s y de sus muchas
enfermedades crueles, para que no muera perdido en sus
tinieblas, en la tierra ni en el infierno ni menos en el lago
de fuego eterno, por ejemplo.

Ya que, el que come y bebe del Se�or Jesucristo, as� como
nuestro Padre celestial les ordeno inicialmente a Ad�n y Eva
en el para�so: o, como les mando, por inicio, a sus ap�stoles
sobre su mesa de la cena del fruto de la vida de Israel, pues
entonces ser�n verdaderamente libres de Satan�s y finalmente
llenos de la vida eterna. Para que, de este modo, Satan�s ya
no les haga tener hambre ni sed jam�s, en esta vida ni en la
venidera para siempre, para satisfacer los deseos mundanos de
la carne pecadora, para tropiezo y muerte de sus almas
vivientes en la tierra y en el m�s all� tambi�n (como le
sucedi� a Ad�n en el para�so, por ejemplo).

Hoy, el llamado a obedecer a Jesucristo de nuestro Padre
celestial, para con cada hombre, mujer, ni�o y ni�a de la
humanidad entera, comenzando con Israel, es el mismo
(llamado) de siempre (como el que les hizo primeramente en su
d�a a Ad�n y Eva, por ejemplo), para que no vivan enfermos,
sino llenos de vida y de salud eterna cada d�a. En verdad,
nuestro llamado celestial de bendici�n y de salvaci�n eterna,
de parte de nuestro Padre celestial, para amar, comer y beber
de su fruto de vida eterna, nuestro Se�or Jesucristo, es tan
santo y tan importante, crucial, decisivo, esencial, hoy en
d�a, como lo fue en su d�a para Ad�n y Eva en el para�so, sin
duda alguna.

Y esto es, hoy en d�a, de que tenemos que comer y beber del
�rbol de vida de Israel y las naciones, para perd�n, para
bendici�n, para sanidad, para liberaci�n, para salvaci�n y
dem�s, ya sea en las afueras del para�so, en las afueras de
Jerusal�n, o en las afueras de La Nueva Jerusal�n santa y
gloriosa del cielo. Por esta raz�n, nuestro Se�or Jesucristo
les dijo abiertamente a sus disc�pulos, en todo Israel, por
ejemplo: Yo soy la puerta de las ovejas; ellas oyen mi voz y
me siguen, porque me conocen.

En serio: Nadie, nunca, puede venir a m�, a no ser que sea
enviado directamente y por voluntad divina por mi Padre
celestial que est� en el cielo. Por lo tanto, s�lo yo soy la
puerta del cielo, y todo aquel que entre por m�, entrara y
saldr� libremente, para hallar pastos y descanso para su alma
viviente. (�sta puerta del reino de los cielos est� abierta
para ti, mi estimado hermano y mi estimada hermana: s�lo
tienes que invocar el nombre milagroso y todopoderoso de su
Hijo amado, nuestro Se�or Jesucristo, para pasar por ella
hacia tu perd�n, bendici�n, salud y salvaci�n eterna con
todas las dem�s cosas que desee tu coraz�n delante de nuestro
Padre celestial.)

Y c�mo nuestro Se�or Jesucristo no hay m�s verdad y camino
hacia la salud y la vida de cada hombre, mujer, ni�o y ni�a
de la tierra y as� tambi�n del para�so (como en el para�so
con Ad�n y Eva), para que nuestro Padre celestial se sienta
complacido con nosotros hoy y en la eternidad: pues entonces
tenemos que recibirlo siempre. Por eso, como el Se�or
Jesucristo les dec�a a los gentiles y hebreos de Israel,
incluyendo a los lideres religiosos de aquellos d�as y de
siempre: S� guardan mi palabra, la cual yo mismo les he
manifestado de parte de mi Padre, entonces permanecer�n en mi
amor salvador-as� como yo guardo su Ley santa y permanezco en
su amor antiguo.

Y todo aquel que permanece d�a a d�a en el amor salvador de
nuestro Se�or Jesucristo, entonces el mismo amor antiguo de
nuestro Padre celestial se engrandecer� sobre su vida, para
colmarlo de bienes y de bendiciones sin fin, en esta vida y
en la venidera tambi�n, eternamente y para siempre, para
gloria y honra de su nombre muy santo. Concretamente, todo lo
que le ped�a al Padre celestial, en el Esp�ritu de amor y de
verdad sagrada de su Hijo amado, nuestro Se�or Jesucristo,
entonces le ser� concedido inmediatamente (lo que le haya
pedido), en oraci�n y en fe; y, por tanto, nada le ser�
imposible jam�s, en esta vida ni en la venidera, para �l y
para los suyos. �Am�n!

El amor (Esp�ritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su
Jesucristo es contigo.


�Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


D�gale al Se�or, nuestro Padre celestial, de todo coraz�n, en
el nombre del Se�or Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Se�or. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, tambi�n, para
siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Se�or Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad d�a y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'�Maldito el hombre que haga un �dolo tallado o una imagen
de fundici�n, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresi�n a la Ley perfecta de nuestro Padre celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'

"'�Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su pr�jimo!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que desvi� al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
hu�rfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que a escondidas y a traici�n hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'

"'�Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poni�ndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dir�: '�Am�n!'

LOS �DOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los �dolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre celestial y de su
Esp�ritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
�sta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quiz� que
el fin de todos los males de los �dolos termine, cuando
llegues al fin de tus d�as. Pero esto no es verdad. Los
�dolos con sus esp�ritus inmundos te seguir�n atormentando
d�a y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males est� aqu� contigo, en
el d�a de hoy. Y �ste es el Se�or Jesucristo. Cree en �l, en
esp�ritu y en verdad. Usando siempre tu fe en �l, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los �dolos y de sus huestes de
esp�ritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos tambi�n, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de d�a en d�a
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus �ngeles santos. Y t� con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oraci�n, cada tilde, cada
categor�a de bendici�n terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada se�or�o, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del d�a de hoy y de
la tierra santa del m�s all�, tambi�n, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, �el Se�or Jesucristo!, �El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

S�LO �STA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la �nica ley santa de Dios y del Se�or Jesucristo en
tu coraz�n, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo as�, desde los d�as de la antig�edad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendr�s otros dioses delante de m�".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te har�s imagen, ni ninguna semejanza
de lo que est� arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinar�s ante ellas
ni les rendir�s culto, porque yo soy Jehov� tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generaci�n de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomar�s en vano el nombre de Jehov�
tu Dios, porque �l no dar� por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acu�rdate del d�a del s�bado para
santificarlo. Seis d�as trabajar�s y har�s toda tu obra, pero
el s�ptimo d�a ser� s�bado para Jehov� tu Dios. No har�s en
ese d�a obra alguna, ni t�, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que est�
dentro de tus puertas. Porque en seis d�as Jehov� hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
repos� en el s�ptimo d�a. Por eso Jehov� bendijo el d�a del
s�bado y lo santific�".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus d�as se prolonguen sobre la tierra que Jehov� tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometer�s homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometer�s adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robar�s".

NOVENO MANDAMIENTO: "No dar�s falso testimonio en contra de
tu pr�jimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciar�s la casa de tu pr�jimo; no
codiciar�s la mujer de tu pr�jimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
pr�jimo".

Entr�gale tu atenci�n al Esp�ritu de Dios y d�shazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, tambi�n. Hazlo as� y sin m�s demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
�dolos y de sus im�genes de talla, aunque t� no lo veas as�,
en �sta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
tambi�n. Y t� tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los d�as de la antig�edad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el d�a de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que s�lo �l desea ver vida y vida en
abundancia, en cada naci�n y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Se�or
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oraci�n de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACI�N DEL PERD�N

Padre nuestro que est�s en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo as� tambi�n en la tierra. El pan nuestro de cada d�a,
d�noslo hoy. Perd�nanos nuestras deudas, como tambi�n
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentaci�n, mas l�branos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Am�n.

Porque s� perdon�is a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
celestial tambi�n os perdonar� a vosotros. Pero si no
perdon�is a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonar�
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Se�or Jes�s dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR M�". Juan 14:

NADIE M�S TE PUEDE SALVAR.

�CONF�A EN JES�S HOY!

MA�ANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MA�ANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL D�A DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
�ste MUNDO y su MUERTE.

Disp�nte a dejar el pecado (arrepi�ntete):

Cree que Jesucristo muri� por ti, fue sepultado y resucito al
tercer d�a por el Poder Sagrado del Esp�ritu Santo y deja que
entr� en tu vida y sea tu �NICO SALVADOR Y SE�OR EN TU VIDA.

QUIZ�S TE PREGUNTES HOY: �QUE ORAR? O �C�MO ORAR? O �QU�
DECIRLE AL SE�OR SANTO EN ORACI�N? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios m�o, soy un pecador y necesito tu perd�n. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi coraz�n y a mi vida, como mi SALVADOR.

�Aceptaste a Jes�s, como tu Salvador? �S� _____? O �No
_____?

�Fecha? �S� ____? O �No _____?

S� tu respuesta fue S�, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada d�a para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los d�as en el nombre de JES�S. Baut�zate
en AGUA y en El ESP�RITU SANTO DE DIOS, adora, re�nete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los dem�s.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecost�s o pastores del
evangelio de Jes�s te recomienden leer y te ayuden a entender
m�s de Jes�s y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos est�n disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librer�a cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librer�as cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros est�n a tu disposici�n, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer m� libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre celestial y de su
Hijo amado y as� comiences a crecer en �l, desde el d�a de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusal�n d�a a d�a y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque �sta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvaci�n eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Esp�ritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusal�n". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, dir� yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusal�n". Por causa de la casa de Jehov� nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: implorar� por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Esp�ritu de Dios a toda la humanidad, dici�ndole y
asegur�ndole: - Qu� todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehov� de los Ej�rcitos, �el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
coraz�n, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


http://www.supercadenacristiana.com/listen/player-wm.asp?
playertype=wm%20%20///


http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx


http://radioalerta.com

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