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(IVÁN): LOS TRES ALTOS SACRIFICIOS DE TODO ISRAEL, PARA NUESTRO PADRE CELESTIAL:

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IVAN VALAREZO

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Jul 26, 2009, 1:26:19 PM7/26/09
to

S�bado, 25 de julio, a�o 2009 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoam�rica


(Cartas del cielo son escritas por Iv�n Valarezo)

(Nuestras condolencias y oraciones son para la familia y
amistades del asamble�sta fallecido recientemente de Julio
Logro�o, en el hospital, despu�s de una operaci�n sin �xito.
Le damos, pues, gracias a nuestro Padre celestial, en el
nombre glorioso de su Hijo Jesucristo, por su vida y por su
servicio a la naci�n que lo vio nacer y crecer
triunfantemente cada d�a. Tambi�n le damos gracias a nuestro
Padre celestial, en el nombre santo de su Hijo Jesucristo,
por haberlo recibido en su lugar eterno, en donde sali� de su
coraz�n santo para ser formado en su manos gloriosas en su
imagen y conforme a su semejanza celestial, para comer y
beber por siempre del fruto del �rbol de la vida del para�so.

As� tambi�n recordamos a los bomberos espa�oles fallecidos
cumpliendo su deber al intentar sofocar fuegos forestales, en
ciertas regiones de Espa�a. Nuestras oraciones, y mejores
deseos de amor y respeto, son para sus familiares, amistades
y el departamento de bomberos de toda Espa�a. Ellos
regresaron al seno de nuestro Padre celestial, porque para
esto nuestro Padre celestial los cre� en el principio, en el
reino de los cielos, para que vivan para siempre con �l en la
nueva eternidad celestial. Hoy, ellos gozan del fruto del
�rbol de la vida, nuestro Se�or Jesucristo, a cada momento en
el para�so, para jam�s volver a tener hambre ni sed de paz,
amor, gozo y la felicidad de ser libres en la eternidad, para
servicio y para honra infinita de nuestro Padre celestial y
de su Esp�ritu Santo.

Oremos tambi�n por las l�neas �reas de Ir�n, porque ya van
dos aviones que se precipitan al suelo, perdiendo as� muchas
vidas preciosas en estas dos semanas pasadas. Esta vez
dieciocho fallecieron. En la presencia santa del SE�OR se
encuentran hoy en d�a, gracias a nuestro Se�or Jesucristo y a
su gran obra salvadora de su sangre sant�sima, derramada por
ellos y por sus familiares con mucho amor, verdad y justicia
celestial. En verdad, �sta es la sangre del pacto eterno de
Abraham, Isaac para con Jacob y nuestro Padre celestial, la
cual derram� asombrosamente en su d�a, sobre los �rboles
cruzados de Ad�n y Eva, sobre el monte santo de Jerusal�n, en
Israel, para fin de sus pecados y el comienzo de una vida sin
fin. Y esto es de una vida sumamente gloriosa y sant�sima,
libre de Satan�s y de sus mentiras, pero, a la vez, llena de
amor, verdad, justicia del Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos, obedecidos y glorificados en nuestro Se�or
Jesucristo, para cada uno de ellos en la tierra y en el
para�so y en su nueva eternidad celestial.

Paz en sus tumbas, y el consuelo celestial del Esp�ritu Santo
para sus familiares y amistades, por medio del amor antiguo
de nuestro Padre celestial y la gracia infinita de su Hijo
Jesucristo.)

(Felices Fiestas a todo Guayaquil. �ste libro es para ti,
para que se gocen cada d�a nuestras familias eternas, leyendo
de las verdades infinitas de nuestro Padre celestial y de su
Hijo Jesucristo, para ser por siempre llenos de su Esp�ritu
Santo de sus mandamientos, grandemente obedecidos y
glorificados en la sangre bendita del pacto eterno de paz,
amor, verdad y de justicia sin igual. Felices Fiestas
Guayaquile�as a todos.)

LOS TRES ALTOS SACRIFICIOS DE TODO ISRAEL, PARA NUESTRO PADRE
CELESTIAL:

Mois�s y Aar�n se acercaron al Fara�n egipcio y le revelaron,
asegur�ndole: nuestro Padre celestial nos ha hablado, el Dios
de los hebreos est� con nosotros, y quiere que vayamos por
tres d�as de camino, por el desierto a ofrecerle a �l
"sacrificios", no sea que nos castigue por pecar con pestes y
con espadas, si no lo hacemos as�. Nuestro Padre celestial es
todopoderoso, y "tiene que ser honrado con sus sacrificios
santos y eternos", para satisfacer grandemente su voluntad
santa y eterna en todos nosotros, en la tierra y en la
eternidad.

Por ello, nosotros no podemos quedarnos en la tierra de Gos�n
ni por un d�a m�s, porque el tiempo del cumplimiento de la
palabra de nuestro Padre celestial hacia nuestros antepasados
ha llegado a su d�a y a su hora: por eso tenemos que salir a
ofrecerle sacrificios de sangre expiatoria a �l y a su nombre
muy santo. Adem�s, nuestro Padre celestial es un Dios
sant�simo y "s�lo puede ser complacido con sus sacrificios de
sangre escogida por �l mismo" y sobre su altar eterno, en la
misma tierra que �l ha destinado para nosotros servirle a �l
grandemente y "s�lo en su gran obra misteriosa" y eterna; de
otra manera, no se le puede servir a �l jam�s.

Porque para nuestro Padre celestial "sin el derramamiento de
sangre no hay remisi�n de pecados posible", en la tierra ni
menos en el m�s all�, eternamente y para siempre. Y "la
sangre qu� nuestro Padre celestial busca cada d�a entre todos
nosotros", no se encuentra entre tu gente egipcia ni entre
ninguna naci�n m�s de toda la tierra, sino solamente en los
descendientes de nuestro Padre Abraham y su hijo Isaac, para
perd�n y bendiciones sin fin de Israel y de las naciones -le
aseguraba Mois�s al Fara�n egipcio-.

Pues, "�sta es la misma sangre que nuestro Padre celestial le
ped�a a Abraham en su hijo Isaac, su �nico hijo", por el cual
hab�a esperado muchos a�os para que llegara a �l, y el cual
tuvo que llevar al Moriah para sacrificarlo al SE�OR, sobre
su holocausto prof�tico y eterno del fin del pecado y el
comienzo de la vida eterna. Pues, en este d�a, en vez de
sacrificar a su hijo Isaac, se encontr� con un becerro
trabado con las ramas, de los �rboles sin vida de Ad�n y Eva
sobre el Moriah, para derramar su sangre y cubrir su pecado
original del para�so y as� dejarlos infinitamente limpios y
listos, para recibir posteriormente el verdadero sacrificio
eterno del para�so.

En aquel sacrificio, Abraham sacrific� el becerro trabado en
las ramas de los �rboles secos de Ad�n y Eva y lo quem� con
sus mismos palos y ramas sobre todo lo alto del Moriah, para
abrirle as� paso a la llegada del Hijo de Dios al mundo, el
Hijo de David, �el Cristo! Y los dos j�venes, que acompa�aban
a Abraham y a Isaac su hijo, miraban desde lejos el fuego y
el humo, como testigos fieles y verdaderos de lo que estaba
haciendo Abraham sobre todo lo alto del Moriah, as� como
Jesucristo tendr�a sus dos testigos con �l en su Holocausto
eterno, para fin del pecado del para�so de Ad�n y Eva.

Y es, precisamente, �sta misma sangre libertadora, por la
cual nuestro Padre celestial est� entre nosotros, hoy en d�a,
busc�ndola para llevarla a la tierra prometida, prometida
inicialmente a los padres de los hebreos, camino a tres d�as
en el desierto, para derramarla sobre toda ella y sus
habitantes y as� llenarlo todo de bendici�n y de salud sin
fin, infinitamente. Adem�s, �sta sangre santa del Dios de los
hebreos tiene que salir con ellos de Egipto con toda su gente
y sus animales, para ofrendarla sobre todo lo alto del monte
santo del SE�OR, en la misma tierra escogida por �l mismo,
desde la fundaci�n del cielo y la tierra, para llevar acabo
�sta gran obra inmortal para bien de todos.

Porque si la sangre del sacrificio eterno estuviera entre las
familias egipcias o de cualquier otra naci�n que no sea
Israel, entonces ya hace mucho tiempo que hubi�semos
sacrificado su cordero escogido por �l mismo, para que sea
derramada su sangre para remisi�n de pecados y salvaci�n de
todo hombre, mujer, ni�o y ni�a de Israel y de la humanidad
entera. Pero �sta sangre muy santa s�lo se encuentra entre
los hebreos, los hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob, por
lo tanto, tenemos que salir de nuestra vida egipcia para ir
camino a tres d�as por el desierto a una tierra gloriosa y
derramarla all�, de una vez por todas y para siempre, sobre
el altar santo del SE�OR.

Y, adem�s, �ste es un lugar muy glorioso, escogido
primordialmente por nuestro Padre celestial y por su Esp�ritu
Santo, para llevar a cabo el sacrificio eterno de Israel y de
la humanidad entera, para cumplir con toda justicia y as� por
fin alcanzar una vida eterna para todos, jam�s vivida en el
cielo ni menos en toda la tierra. Pero entonces, el Fara�n
egipcio no crey� a las palabras de Mois�s, porque nuestro
Padre celestial hab�a decidido "endurecer su coraz�n para con
los hebreos y para con su sacrificio eterno de sangre santa y
de infinita reparaci�n" para el coraz�n, el alma, la mente,
el cuerpo y el esp�ritu humano de cada hombre de la humanidad
entera.

Y nuestro Padre celestial lo hizo as� con todo Egipto no s�lo
porque quer�a manifestar los milagros, maravillas y prodigios
incre�bles de su nombre santo en la tierra y el cielo, sino
tambi�n para castigarlos por los muchos pecados que hab�an
cometido en contra de su ungido, Jesucristo, quien hab�a
vivido entre los hebreos por algunos siglos como su sumo
sacerdote. Es decir, que nadie que agravie a su Hijo amado,
nuestro Se�or Jesucristo, y su sangre sant�sima para perd�n
de todo pecado y para bendici�n eterna del coraz�n, alma,
cuerpo, vida y esp�ritu humano de todo hombre, mujer, ni�o y
ni�a de Israel y de la humanidad entera, nuestro Padre
celestial no lo puede dejar sin castigo nunca.

Porque todo aquel que maltrata a su Hijo amado, entonces no
solamente est� maltratando su vida sant�sima sino tambi�n su
sangre y la resurrecci�n gloriosa y sumamente honrada de
todos los dem�s: por eso, nuestro Padre celestial tenia que
sacar la sangre de su Hijo Jesucristo de Egipto, para que no
empeoraran las cosas para los egipcios ni para nadie m�s. En
otras palabras, nuestro Padre celestial decidi� sacar a su
Hijo amado de Egipto, porque tuvo gran misericordia de los
egipcios y as� no murieran para siempre en sus pecados, los
cuales estaban cometiendo injustamente en contra de la sangre
bendita del Holocausto eterno de todo Israel y de las
naciones de la humanidad entera, de todos los tiempos.

Y �ste abuso cruel en contra de su Hijo Jesucristo, nuestro
Padre celestial no se lo iba a tolerar ni por un s�lo momento
m�s a Satan�s ni a ninguno de sus seguidores malvados,
haciendo de las suyas como siempre, en todo Egipto y en
contra de Israel y de sus promesas santas de vida y felicidad
infinita para todos. Ciertamente que nuestro Padre celestial
no quiso jam�s que Egipto muriese, por pecar en contra de la
vida sagrada y del Holocausto eterno de su Hijo Jesucristo,
por eso libera a Israel de sus tierras y con la misma sangre
santa y todopoderosa de su Cordero eterno, nuestro Salvador
Jesucristo, para que siga viviendo al lado de su naci�n
eterna, Israel.

Es decir, que como iban las cosas en Egipto y la muerte
constante de los varones hebreos cada vez que sal�an del
vientre de sus madres, entonces nuestro Padre celestial
perfectamente pod�a maldecir a todo Egipto y dejarlo sin vida
y sin salvaci�n para siempre; pero la misericordia que
nuestro Padre celestial sent�a por todo Israel tambi�n se
manifest� para ellos grandemente. Y toda la gloria de Egipto
se vino abajo precipitadamente, no porque nuestro Padre
celestial los haya maldecido, de una manera u otra, sino fue
porque Israel sali� de ellos con su Holocausto de sangre
milagrosa y salvadora de su Hijo Jesucristo, para entrar a la
tierra prometida, y as� jam�s volver a su vida antigua del
pasado egipcio.

En otras palabras, todo Egipto se volvi� grande, la mayor y
poderosa de todas las naciones de la tierra, fue, realmente,
porque la sangre bendita, salvadora y resucitadora de cada
hombre, mujer, ni�o y ni�a de la humanidad viv�a entre ellos,
gracias a los hebreos y a su hermano antiguo, Jesucristo, el
Holocausto salvador y la resurrecci�n perfecta para vida
eterna. Pero cuando nuestro Padre celestial sac� a los
hebreos de su cautividad egipcia, entonces las muchas
bendiciones y salvaci�n sobrenatural para una resurrecci�n
perfecta del esp�ritu humano de la humanidad entera se fue
con ellos a vivir y servirle al SE�OR, alrededor de su
Holocausto y resurrecci�n sobrenatural de todos, por eso,
Egipto se debilito y perdi� su supremac�a entre las naciones.

Despu�s de nuestro Se�or Jesucristo haber cumplido con el
Plan salvador de nuestro Padre celestial para con todo
Israel, entonces lo mismo le sucedi� a Israel: porque nuestro
Se�or Jesucristo as� como vino se fue, sin que los lideres
hebreos lo recibiesen, a no ser un remanente que se salv�
para resucitar con Jesucristo en el d�a de la resurrecci�n.
Cuando nuestro Se�or Jesucristo abandon� Israel para regresar
al Padre celestial con todas las victorias sobrenaturales, en
contra de Satan�s y de sus mentiras malvadas, entonces todo
Israel dej� de ser naci�n, asimismo como Egipto en el
principio de todo; pero ahora Israel ha vuelto a ser naci�n,
gracias a los verdaderos creyentes y porque Jesucristo
regresa a su tierra nuevamente.

Es decir, tambi�n que si los creyentes no existieran en toda
la tierra, ni Jesucristo se estuviera acercando cada vez m�s
a Israel como en los d�as de la antig�edad, por ejemplo,
entonces Israel no s�lo no hubiese vuelto a ser naci�n jam�s,
sino que ninguna de sus tribus existir�a en nuestros d�as en
toda la tierra, de modo definitivo. Porque la verdad es que
s�lo por la sangre bendita de su Cordero escogido es que
nuestro Padre celestial puede tener comuni�n y armon�a
eterna, para bendici�n y salvaci�n, para con cada hombre,
mujer, ni�o y ni�a de la humanidad entera, empezando con las
familias de todo Israel, por ejemplo.

Por deducci�n, sin el derramamiento de sangre santa y
salvadora de su �rbol de la vida eterna, el Hijo de David,
nuestro Se�or Jesucristo, entonces no hay comuni�n ni armon�a
alguna para con los hombres de toda la tierra, y as� tambi�n
en el para�so y en todo su reino angelical para siempre.
Entonces nuestro Padre celestial necesitaba sacar a Israel de
Egipto, para que vaya ya a levantar sus sacrificios delante
de su presencia santa tres d�as de camino por el desierto y
hasta situarse en su nueva tierra prometida a sus
antepasados, la cual fluye leche y miel cada d�a del cuerpo y
de la sangre bendita del Holocausto de grato olor.

Por ello, nuestro Se�or Jesucristo estaba siempre con todas
las familias hebreas durante su cautiverio de m�s de
cuatrocientos a�os, en su calidad de intercesor, como sumo
sacerdote, Cordero santo y escogido por Dios mismo, para que
sea su sangre milagrosa la que no solamente los liber� de su
cautiverio egipcio, sino que tambi�n los llev� a su hogar
eterno. Porque s�lo nuestro Se�or Jesucristo sab�a de la
tierra prometida, en donde iba a nacer como un var�n de Dios
del vientre virgen de la hija de David, para darle a Israel y
a la humanidad entera esa vida sant�sima del cielo con sus
huesos inquebrantables, carne santa y sangre milagrosa de
perd�n, salvaci�n, salud y de bendiciones sin fin.

Pero nuestro Se�or Jesucristo, aunque viv�a con todos los
hebreos a trav�s de los siglos, no sab�a el d�a ni la hora en
cuando nuestro Padre celestial le iba a permitir a �l sacar a
Israel de su cautiverio egipcio, para introducirlo en el
desierto y darles la tierra prometida, prometida inicialmente
a sus padres. En verdad, ni aun el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos y sus �ngeles fieles sab�an del d�a y la hora en
cuando nuestro Padre celestial le iba a permitir a su Hijo
Jesucristo que subiese con su sangre santa sobre todo lo alto
del Sina�, para ser visto por Mois�s y as� empezar la
liberaci�n de todo Israel.

Pero cuando lleg� el d�a y la hora, entonces nuestro Padre
celestial le responde grandemente a las oraciones de su Hijo
Jesucristo para liberar a Israel, y sin m�s esperar nuestro
Se�or Jesucristo subi� al Sina�, para ser visto por Mois�s y
as� enviarlo con su mensaje de salvaci�n a todo Israel y al
Fara�n egipcio al mismo tiempo. Aqu�, nuestro Padre celestial
empieza a liberar no s�lo a Israel de su cautiverio sino
tambi�n a todo Egipto, para que no entrase en pecados mayores
no solamente en contra del Holocausto eterno y de sangre
bendita, sino tambi�n en contra del Esp�ritu Santo de Los
Diez Mandamientos, los cuales har�an grandes cosas en el
tercer d�a por la humanidad entera.

Y como el Fara�n egipcio se negaba a dejarlos ir libres de la
tierra de Gos�n, para salir al desierto y entrar finalmente a
su tierra cananea, Israel conocido de siempre, entonces
nuestro Se�or Jesucristo con su nombre muy santo y milagroso
comenz� a hacer maravillas y milagros incre�bles, delante de
todos ellos. Aqu�, nuestro Se�or Jesucristo, con el permiso
de nuestro Padre celestial, comenz� a hacer grandes obras
delante de los hebreos y de los egipcios, para que
entendiesen por fin de que todo �ste asunto era de parte de
Dios y no del hombre, para que salga Israel de su cautiverio
y tomado de la mano del Rey Mes�as hacia la tierra eterna.

Adem�s, como el Fara�n egipcio no quer�a aceptar la palabra
de nuestro Padre celestial, por medio de Mois�s y de Aar�n,
por ejemplo, entonces soberanamente nuestro Padre celestial
se encontr� obligado a dejar suelto al �ngel de la muerte,
para que les d� muerte a cada uno de sus primog�nitos. Y esto
seria de darles muerte inmediata no s�lo a los primog�nitos
de los incr�dulos egipcios, sino tambi�n de los que no
creyesen a su palabra, y esto inclu�a a los hebreos que
dudaban a Mois�s y a su mensaje de liberaci�n, departe de
nuestro Padre celestial y de su Jesucristo sobre todo lo alto
del Sina�, por ejemplo.

Y como el Fara�n egipcio no cre�a a la palabra del Se�or
Jesucristo ni a las se�ales y milagros incre�bles de su
nombre santo, de la mano y de la boca de Mois�s, entonces
nuestro Padre celestial permiti� inmediatamente al �ngel de
la muerte que matase a los primog�nitos de Egipto y hasta de
las primicias de sus animales tambi�n. En aquella noche el
�ngel de la muerte mat� a tantos egipcios y de las primicias
de sus animales tambi�n, que los egipcios se levantaron a
llorar a sus muertos, sin que hubiese nadie que los consolase
de su gran dolor, en el cielo ni menos en toda la tierra.

Mientras en Gos�n, los hebreos hab�an obedecido fielmente al
llamado de su sumo sacerdote, nuestro Se�or Jesucristo, ha
salpicar con su sangre santa los linteles de todas las
puertas de sus hogares, para que el �ngel de la muerte cuando
viera su sangre redentora, entonces no les hiciera ning�n mal
a ninguno de ellos ni aun a sus animales. La sangre del
Cordero escogido por nuestro Padre celestial, desde la
fundaci�n del cielo y la tierra, hab�a hecho su gran obra del
Holocausto eterno sobre todos los primog�nitos hebreos y
hasta de sus animales tambi�n, para que ninguno de ellos
muriese en aquella noche de juicio divino, sino que saliesen
bien librados hacia la tierra prometida a sus antepasados
inicialmente.

En este d�a, los hebreos y as� tambi�n los egipcios vieron el
poder sobrenatural de la sangre sant�sima del Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo entero, y s�lo cuando se lo
obedece/invoca para perd�n, salud y salvaci�n infinita del
alma viviente del hombre, de la mujer, del ni�o y de la ni�a
de toda la tierra. En este d�a, todos vieron como la sangre
sant�sima de nuestro Se�or Jesucristo, la misma sangre
gloriosa que le fue ofrecida a Ad�n y Eva en el para�so y la
que posteriormente se derramar�a sobre el monte santo de
Jerusal�n, en Israel, hab�a librado de la muerte a todos los
hebreos e incluyendo a sus animales tambi�n.

En esta noche, la misma sangre entregada inicialmente a
Abraham, Isaac y a Jacob que hab�a vivido entre los hebreos
por algunos siglos, entonces se manifest� con grandes
milagros, maravillas y de salvaci�n para todo Israel, para
que el Fara�n los dejara ir libres por fin a la tierra del
Holocausto de sangre y de salvaci�n eterna del Gran Rey
Mes�as. Despu�s de tantos milagros y grandes maravillas
manifestadas en el nombre de nuestro Se�or Jesucristo, para
gloria y honra de nuestro Padre celestial, entonces el Fara�n
egipcio no tuvo m�s que hacer sino contar sus muertos y, al
fin, dejar ir a Israel por el camino que ya nuestro Padre
celestial hab�a trazado divinamente, camino directo a la
tierra prometida.

En donde, finalmente, todo Israel levantar�a los sacrificios
sangrientos de nuestro Padre celestial, por los cuales la
tierra y as� tambi�n Ad�n, Eva, Abraham, Isaac, Jacob y
millares m�s hab�an esperado por siglos, para que se lleve
acabo en su d�a y en su hora, cumpliendo as� con toda verdad
y justicia delante de nuestro Padre celestial y de sus
�ngeles. Pues, en este d�a el pecado habr� llegado a su fin
eterno, para abrir las nuevas puertas de la nueva vida eterna
de La Nueva Jerusal�n santa y gloriosa del cielo, en donde
nuestro Padre celestial podr�a vivir felizmente con cada
hombre, mujer, ni�o y ni�a sin ofensa del pecado hacia el
Esp�ritu Santo, de Sus Diez Mandamientos glorificados

Pero antes que todo esto sucediese, los hebreos ten�an que
primeramente ser bautizados en el mar Rojo, sin duda alguna,
para poder recibir la verdad y la justicia infinita del
Esp�ritu Santo de la vida gloriosa de su Hijo amado, el
sublime Holocausto sangriento, perdonador, sanador y
libertador, en sus corazones eternos, el Hijo de David, �
nuestro Salvador Jesucristo! Dado que, sin el bautismo de
agua en el mar Rojo, entonces nuestro Padre celestial no los
pod�a liberar de sus vidas antiguas y muertas, ni mucho menos
los pod�a limpiar de sus impurezas en el primer y segundo
d�a, para que en el tercer d�a darles el Esp�ritu Santo de
Los Diez Mandamientos escritos con su propio dedo.

En vista de que, con el Esp�ritu Santo de los Diez
Mandamientos es que no solamente ellos iban a conocer la
nueva vida santa del reino angelical, sino que tambi�n iban a
conocer meticulosamente la verdadera vida sant�sima de su
Gran Rey Mes�as, por el cual hab�an esperados muchos a�os as�
como sus antepasados, por ejemplo, Abraham, Isaac y Jacob.
Porque �ste es el Esp�ritu Santo de la nueva vida eterna, sin
duda, por la cual nuestro Padre celestial los libera de
Egipto grandemente, para que entren a la tierra prometida: en
donde todos iban a vivir sus nuevas vidas, pero saturadas
enormemente por la santidad, pureza, perfecci�n de la carne
santa y de la sangre bendita y salvadora de Jesucristo.

Entonces los hebreos no solamente tomaron de las manos de
Mois�s las dos tablas de Los Diez Mandamientos en su d�a,
sino que tambi�n recibieron departe de nuestro Padre
celestial levantarle los sacrificios delante de su presencia
santa sobre el monte santo de Jerusal�n, para fin del pecado
y el comienzo de la flamante vida resucitada en el tercer
d�a. Pero lo que no sab�an los hebreos era que no pod�an ya
m�s levantarle los sacrificios escogidos de nuestro Padre
celestial sobre el monte santo de Jerusal�n, sino que sus
hijos lo har�an en su d�a, porque hab�an pecado grandemente
delante de su presencia sant�sima al doblar sus rodillas y
darle de su gloria a un becerro fundido en oro.

A todos los hebreos que salieron de la cautividad egipcia, y
que hab�an visto las maravillas y milagros incre�bles del
nombre santo de su Hijo amado, nuestro Padre celestial no los
quer�a volver a ver m�s delante de su presencia santa, ni
mucho menos que entrasen en la tierra prometida con Mois�s y
con sus rebeliones pasadas del Sina� y del desierto. Y
nuestro Padre celestial no quiso terminantemente que ninguno
de ellos entrase a la tierra prometida de Israel con Mois�s,
porque no solamente hab�an fundido un becerro en oro en las
faldas del Sina�, cuando el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos descend�a a ellos, sino que estaban contaminados
terriblemente con �ste mismo sacrificio abominable en sus
corazones rebeldes.

Por lo tanto, nuestro Padre celestial no quer�a que entrasen
en su tierra santa, y escogida por �l mismo desde mucho antes
de la fundaci�n del cielo y la tierra, porque en ella no se
ha hecho jam�s ning�n pecado similar a �ste, delante de su
presencia gloriosa; desde entonces, nuestro Padre celestial
quiere a Israel libre de �ste pecado abominable. Por eso,
ning�n �dolo deb�a/podr� jam�s entrar a la tierra de Israel,
para que la ira de nuestro Padre celestial, la cual se
manifest� peligrosamente en las faldas del Sina� en el d�a
que se fundi� un becerro de oro en lugar del Cordero escogido
de Dios, pues entonces no vuelva ni por un momento m�s a
Israel, para condenarlo.

Consecuentemente, los �dolos e im�genes del vaticano son
muerte de parte de Satan�s no s�lo para todo Israel, sino
tambi�n para cada una de las familias de las naciones del
mundo entero; porque si nuestro Padre celestial no perdon� a
Israel con su �dolo de oro, pues tampoco te perdonara a ti
con los �dolos del vaticano, si no te arrepientes. Adem�s,
nuestro Padre celestial hab�a escogido a estas tierras
eternas, para llevar a cabo exclusivamente su gran sacrificio
asombroso sobre la cima santa de Jerusal�n, para fin del
pecado con el derramamiento de la sangre sant�sima, y la
�ltima oraci�n inmortal de su Hijo Jesucristo por todo
Israel, �el Cordero de Dios que sali� de Egipto, para olvidar
el pecado de todos!

Y la �ltima oraci�n inolvidable que nuestro Se�or Jesucristo
hizo sobre la cruz, y entre sus dos testigos personales y
eternos, antes de entregar su alma a nuestro Padre celestial,
en el momento de su muerte, fue, sin duda alguna: �Padre
amado! �Perd�nalos, porque no saben lo que hacen! Y en su
�ltimo suspiro de vida israel� dijo abiertamente tambi�n: �
Consumado es! (Aqu� se cumpli� al pie de la letra las
Escrituras de los profetas y de los salmos, para fin del
pecado y para gloria y honra infinita de nuestro Padre
celestial.)

Por lo tanto, s�lo el sacrificio supremo de su Hijo
Jesucristo, nuestro Padre celestial quer�a ver en todo Israel
y m�s no el recuerdo en los corazones rebeldes del sacrificio
fundido en oro de los primeros hebreos; por eso, nuestro
Padre celestial los dej� postrados alrededor de su sacrificio
fundido en oro, en los alrededores de las faldas del Sina�.
Pero los sacrificios que nuestro Padre celestial quer�a ver
al fin, simplemente eran los dos criminales clavados sobre
sus �rboles sin vida sobre todo lo alto del monte santo de
Jerusal�n, con su Hijo Jesucristo en medio de ellos, muriendo
por todo Israel y la humanidad entera para resucitar en el
tercer d�a con la vida eterna de todos.

Y esto seria cl�sicamente nuestro Se�or Jesucristo clavado a
los �rboles cruzados de Ad�n y Eva, tal cual como debieron
ser clavados inicialmente a la vida gloriosa y sumamente
santa de nuestro Padre celestial en el para�so, sangrando
sobrenaturalmente el Esp�ritu Santo de vida de Los Diez
Mandamientos, infinitamente obedecidos y glorificados en su
esp�ritu humano para fin de todo pecado. Y s�lo con estos
altos sacrificios, de los tres hebreos clavados a sus cruces
sobre el monte santo de Jerusal�n, en las afueras de
Jerusal�n, en Israel, entonces nuestro Padre celestial pod�a
vivir infinitamente satisfecho en toda su verdad, santidad y
justicia infinita del Esp�ritu Santo de sus mandamientos,
para empezar entonces la vida eterna de la humanidad entera.

Adem�s, nuestro Padre celestial hizo que dos hebreos sean
crucificados juntos con su Hijo Jesucristo sobre el monte
santo de Jerusal�n, para que sean testigos fieles de todo lo
sucedido en su crucifixi�n sant�sima, en la tierra para
Israel y en el cielo para los �ngeles, porque escrito est� en
su Ley: Todo testimonio de dos testigos o tres es valido.
Entonces estos dos testigos que fueron crucificados juntos
con nuestro Se�or Jesucristo sobre el monte santo de
Jerusal�n, verdaderamente vieron paso a paso todo lo que le
sucedi� injustamente a nuestro Se�or Jesucristo, en las manos
crueles de sus verdugos en la tierra con los pecadores y en
el coraz�n de la tierra con el �ngel de la muerte.

Pues estos dos testigos son los testigos fieles delante de
nuestro Padre celestial y de Israel junto con la humanidad
entera, de que en el d�a que nuestro Se�or Jesucristo fue
crucificado por los pecadores, entonces en el tercer d�a no
solamente lo vieron vencer la muerte, sino que lo vieron
resucitar junto con ellos mismos, para entrar al para�so
victorioso. Por lo tanto, estos son los tres sacrificios
escogidos delante de la presencia santa de nuestro Padre
celestial y del Esp�ritu Santo de sus mandamientos con su
Hijo amado clavado y sangrando sobre los �rboles sin vida de
Ad�n y Eva junto con sus dos hermanos hebreos flanque�ndolo,
por los cuales nuestro Padre celestial saca a Israel de
Egipto para consumarlo.

Es decir, que para estos tres sacrificios nuestro Padre
celestial liber� a los hebreos antiguos con la misma sangre
sant�sima de su Jesucristo, como su sumo sacerdote, su
Cordero escogido y Mes�as Salvador de sus almas vivientes,
para que al fin sea crucificado entre los dos criminales,
para levantarse victoriosamente en el tercer d�a con una
nueva vida infinita para todos. Porque mayor sacrificio de
estos y de sangre humana pecadora junta con la sangre
sant�sima de su Hijo Jesucristo, sobre los cuerpos sin sangre
y sin vida de Ad�n y Eva, entonces no hay mayores en el cielo
ni en la tierra, no s�lo para fin del pecado sino para el
comienzo de la vida gloriosa de La Nueva Jerusal�n celestial.

Por lo tanto, s�lo por �ste sacrificio santo y glorioso y
entre sus dos semejantes hebreos suspendidos con clavos, como
�l mismo, y en medio de ellos, entreg�ndoles su sangre
sant�sima, para fin de sus pecados y el comienzo de una nueva
vida eterna no s�lo para todo Israel sino tambi�n para las
naciones del mundo entero, sin duda alguna. Por esta raz�n,
el Esp�ritu Santo del evangelio eterno del amor antiguo y
sant�simo de nuestro Padre celestial y de su Hijo Jesucristo,
no solo empez� predic�ndose entre todo Israel, como en la
antig�edad por sus profetas, sino tambi�n que se lanz� sobre
todas las naciones, para erradicar a Satan�s y a sus mentiras
para siempre de toda la tierra.

Y s�lo alrededor de �ste sacrificio santo y glorioso de
nuestro Se�or Jesucristo sangrando mortalmente sobre los
�rboles sin sangre y sin vida de Ad�n y Eva y entre sus
semejantes criminales, pecadores, condenados a morir, nuestro
Padre celestial llama constantemente a todo Israel a servirle
a �l, en su esp�ritu y en su verdad infinita de su Esp�ritu
Santo. Entonces el sacrificio de fundici�n de oro del cordero
del Sina� tenia que quedarse fuera de Israel, para los
muertos, para el vaticano y sus id�latras, y m�s no para los
que viven infinitamente y le sirven a �l, como su Dios y
Fundador de sus nuevas vidas eternas, en la tierra y en el
para�so, eternamente y para siempre.

En otras palabras, s�lo por �ste sacrificio de la sangre
santa de su hermano antiguo, Jesucristo, nuestro Padre
celestial llama a todo Israel de todos los tiempos a servirle
a �l, en su esp�ritu y en su verdad infinita, para fin de la
vida pecadora y el comienzo de su nueva vida eterna, �llena
del �rbol de la vida del cielo! Y si le obedecen a �l cada
d�a, alrededor de �ste sacrificio sant�simo, el cual comenz�
en Egipto mismo con Mois�s y sobre todo lo alto del Sina�,
como el que posteriormente se llev� a cabo sobre el monte
santo de Jerusal�n, en Israel, entonces ellos ser�n sus hijos
y su especial tesoro de su coraz�n sant�simo, para la
eternidad entera.

Y esto seria, en realidad, una naci�n de reyes y de
sacerdotes para glorificaci�n y santidad infinita de su
nombre muy santo, entre todas las naciones de la humanidad
entera, en los cielos y en la tierra, para jam�s volverse a
separar de �l, en su nuevo camino a la vida eterna de La
Nueva Jerusal�n santa y gloriosa del cielo. Adem�s, �sta es
una vida sumamente santa y antigua, la cual est� llena de
milagros, maravillas y de se�ales incre�bles en los cielos y
en la tierra, para no solamente glorificar y honrar su nombre
sant�simo por siempre, sino tambi�n para darle vida, salud y
prosperidad al que no las tiene en toda tierra, para fin de
Satan�s y sus mentiras.

Porque con el fin de Satan�s y sus mentiras, las cuales
comenzaron en la vida de Eva y luego de Ad�n y sus reto�os en
el para�so, entonces nuestro Se�or Jesucristo reinar�a
grandemente en nuestras vidas terrenales y celestiales, para
que todas las enfermedades llenas de mentiras salgan de
nuestras vidas, para jam�s volver a ninguno de nosotros, para
siempre. Visto que, son las mentiras de Satan�s las que nos
mantienes en problemas y terribles enfermedades de nuestros
cuerpos y de nuestras tierras, para finalmente caer muertos
en el fuego eterno del infierno, porque el sacrificio supremo
de nuestro Se�or Jesucristo no reina en nuestras vidas, como
Dios llam� a todo Israel a honrarlo infinitamente, y esto es
inicialmente desde Egipto.

Por lo tanto, para que las mentiras y maldades incre�bles
abandonen la tierra junto con su padre Satan�s y sus malvados
cl�sicos, entonces Israel tiene que servirle a su Dios y
Fundador de su nueva vida, llena de paz, amor, gozo y de
felicidades incre�bles, en la tierra y en el para�so: "pero
s�lo alrededor del sacrificio supremo de su hermano
Jesucristo". El Hijo de David, quien no solamente vivi� junto
con ellos su cautiverio de siglos como su sumo sacerdote en
silencio y como su Cordero del escape egipcio por el poder
sobrenatural de su nombre santo y de su sangre salvadora,
sino que al fin los liber� grandemente de sus vidas antiguas
para concebir su sacrifico eterno delante de Dios, en Israel.

Entonces si no le sirven constantemente alrededor de �ste
sacrificio supremo de su hermano Jesucristo, quien resucit�
por ellos en el tercer d�a, como Dios manda, desde la
fundaci�n del cielo y la tierra, y desde su escape de Egipto,
entonces seguir�n sufriendo los embates de las mentiras de
Satan�s y de sus �ngeles ca�dos, y todo esto para mal eterno.
Porque mientras todo Israel se mantenga alejado de la verdad
y de la justicia infinita del Holocausto de sangre
santificadora de su hermano Jesucristo, entonces permanecer�n
desprotegidos, y Satan�s seguir� atac�ndolos con sus mentiras
y maldades de siempre y hasta que termine con ellos en todos
los lugares de la tierra y hasta en el m�s all� tambi�n, de
seguro.

Pero si hacen del sacrificio supremo de la sangre bendita de
su hermano Jesucristo, quien muri� por amor a sus hermanos y
entre dos de ellos mismos clavados tambi�n a sus cruces sobre
el monte santo de Jerusal�n, entonces ser�n restituidos a
cada una de sus bendiciones sin fin, dada a ellos por nuestro
Padre celestial, para que sean felices infinitamente. Ya que,
vivir cada d�a alrededor del sacrificio supremo de su hermano
Jesucristo y de su resurrecci�n gloriosa en el tercer d�a, en
verdad, no solamente es la consumaci�n total de la voluntad
santa de nuestro Padre celestial para con ellos, por la cual
los liber� inicialmente de Egipto, sino que es la liberaci�n
eterna de todas las mentiras de Satan�s.

Porque son las mentiras de Satan�s, no solamente como las que
descendieron con Ad�n y Eva a la tierra en el d�a que
salieron del para�so, sino que tambi�n son las mentiras
crueles con las que Satan�s los llen� grandemente cuando
fundieron en oro un becerro abominable, llam�ndolo su
libertador, ofendiendo as� a nuestro Padre celestial y a su
Jesucristo. Entonces son estas mentiras terribles de los
hebreos creyeron cuando se sentaron al pie del Sina�, para
pecar con sus vidas liberadas, liberadas por la verdadera
sangre del Cordero de Dios, y fundir con sus manos un becerro
en oro para declararlo su libertador, humillando as�
grandemente el verdadero sacrificio supremo de Jesucristo,
por el cual escaparon urgentemente de Egipto.

Son estas mentiras las que viven en los hebreos, hoy en d�a,
para seguirles haciendo da�o a trav�s de los tiempos, dando
vueltas a�n alrededor de este cordero fundido en oro al pie
del Sina� y sus derredores, en vez, de dar vueltas alrededor
de toda la verdad y justicia infinita del aceptable/cre�ble
sacrificio supremo de su hermano Jesucristo, en Israel.
Porque nuestro Se�or Jesucristo no solamente muri� por ellos
y junto con sus dos semejantes hebreos sobre el monte santo
de Jerusal�n, para fin de sus pecados, sino que tambi�n
resucit� junto con ellos en el tercer d�a para vivir la vida
eterna, y �sta es la nueva vida infinita de La Nueva
Jerusal�n santa y gloriosa del m�s all�.

Porque en el sacrificio supremo y cre�ble de todo Israel,
nuestro Se�or Jesucristo muri� y descendi� junto con los dos
testigos oculares al coraz�n de la tierra, para dar
testimonio a las generaciones pasadas de todas las naciones
de que s�lo �l es el Hijo de David, el Santo de Israel y de
la humanidad entera, para perd�n y salvaci�n eterna. Y el
testimonio de estos dos hebreos, los cuales acompa�aron
progresivamente a nuestro Se�or Jesucristo sobre el monte
santo de Jerusal�n, no solamente dio testimonio fiel en el
coraz�n de la tierra, de lo que vieron y oyeron en el d�a de
la crucifixi�n de su sangre santificadora, sino que tambi�n
testificaron asimismo delante de los �ngeles en el cielo.

Y estos dos testigos fieles de nuestro Se�or Jesucristo dar�n
sus testimonios individuales en el d�a del juicio delante de
la presencia de nuestro Padre celestial y de cada hombre,
mujer, ni�o y ni�a de Israel y de cada una de las familias de
las naciones de toda la tierra, para cumplir con toda
justicia infinita en la eternidad. Y as� nuestro Padre
celestial, seguidamente, terminara lo que empez� con todo
Israel al sacarlos de Egipto, para llevar acabo su gran
sacrificio supremo y aceptado de su Hijo amado junto con dos
de sus semejantes oculares, los cuales no solamente
testificaron en el coraz�n de la tierra sino tambi�n en el
cielo, y asimismo testificaran fielmente en el juicio final.

Porque los que vivieron alrededor del sacrificio eterno y de
sangre santa y salvadora de su Hijo Jesucristo, entonces
vivir�n para siempre, porque creyeron a la verdad y a la
justicia de nuestro Padre celestial y de su Hijo Jesucristo
amando al mundo entero, desde todo lo alto del Moriah, del
Sina� y del monte santo de Jerusal�n, para vida eterna. Pero
los que vivieron d�a a d�a alrededor del sacrificio del
cordero fundido en oro, por las manos de los hebreos antiguos
que salieron de Egipto, como �dolos e im�genes de piedra,
metal, madera y dem�s, no podr�n sostener sus propias vidas
delante de Dios y de su Jesucristo, porque sus nombres no
est�n escritos en el libro de la vida.

Estos descender�n al mundo perdido del fuego eterno del
infierno, en donde el gusano no muere ni se cansa jam�s de
comer de sus carnes y de beber de su sangre pecadora y
enferma, por el pecado de las mentiras de Satan�s y de sus
malvados de siempre. Pero nuestro Padre celestial no liber� a
Israel para matarlo en el desierto, sino para llevarlo a
vivir alrededor de su verdadero sacrificio eterno y salvador
de cada hombre, mujer, ni�o y ni�a de todas las familias de
las naciones de toda la tierra, para que las tinieblas mueran
y la luz del �rbol de la vida viva en todos infinitamente.

Por eso, si nuestro Padre celestial te est� llamando a que
regreses al lado de su sacrificio eterno de su Hijo amado
sobre todo lo alto del Sina� y del monte santo de Jerusal�n,
ser�, pues entonces, para que regreses al para�so: porque
nuestro Se�or Jesucristo resucit� en el tercer d�a, para
volver al cielo y a la vida eterna. Porque para estos tres
sacrificios de nuestro Se�or Jesucristo junto con sus dos
semejantes hebreos, como testigos fieles de su vida, muerte y
sangre sobre el monte santo de Jerusal�n, nuestro Padre
celestial libera a Israel para que le sirva cada d�a y para
siempre en la eternidad, como en la vida eterna de La Nueva
Jerusal�n santa y colosal del cielo.

Y, hoy en d�a, tu nombre est� escrito en el libro de la vida,
gracias al servicio dado de fe eterna de tu coraz�n inmortal,
mi estimado hermano y mi estimada hermana, alrededor del
sacrificio de sangre santa y reparadora de nuestro Salvador
Jesucristo, el Hijo de David, para que no mueras jam�s sino
que resucites bendecido grandemente para la eternidad. Porque
para esto nuestro Padre celestial te cre� inicialmente en su
coraz�n sant�simo y con sus manos gloriosas, para que comas y
bebas cada d�a, para bendiciones sin fin y salud de tu
coraz�n, alma y esp�ritu humano, del Esp�ritu Santo de Sus
Diez Mandamientos infinitamente glorificados en el Holocausto
aceptable y cre�ble de Jesucristo, para que vivas para
siempre. Am�n.

El amor (Esp�ritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su
Jesucristo es contigo.


�Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


D�gale al Se�or, nuestro Padre celestial, de todo coraz�n, en
el nombre del Se�or Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Se�or. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, tambi�n, para
siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Se�or Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad d�a y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'�Maldito el hombre que haga un �dolo tallado o una imagen
de fundici�n, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresi�n a la Ley perfecta de nuestro Padre celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'

"'�Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su pr�jimo!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que desvi� al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
hu�rfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que a escondidas y a traici�n hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'

"'�Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poni�ndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dir�: '�Am�n!'

LOS �DOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los �dolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre celestial y de su
Esp�ritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
�sta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quiz� que
el fin de todos los males de los �dolos termine, cuando
llegues al fin de tus d�as. Pero esto no es verdad. Los
�dolos con sus esp�ritus inmundos te seguir�n atormentando
d�a y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males est� aqu� contigo, en
el d�a de hoy. Y �ste es el Se�or Jesucristo. Cree en �l, en
esp�ritu y en verdad. Usando siempre tu fe en �l, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los �dolos y de sus huestes de
esp�ritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos tambi�n, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de d�a en d�a
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus �ngeles santos. Y t� con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oraci�n, cada tilde, cada
categor�a de bendici�n terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada se�or�o, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del d�a de hoy y de
la tierra santa del m�s all�, tambi�n, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, �el Se�or Jesucristo!, �El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

S�LO �STA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la �nica ley santa de Dios y del Se�or Jesucristo en
tu coraz�n, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo as�, desde los d�as de la antig�edad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendr�s otros dioses delante de m�".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te har�s imagen, ni ninguna semejanza
de lo que est� arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinar�s ante ellas
ni les rendir�s culto, porque yo soy Jehov� tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generaci�n de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomar�s en vano el nombre de Jehov�
tu Dios, porque �l no dar� por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acu�rdate del d�a del s�bado para
santificarlo. Seis d�as trabajar�s y har�s toda tu obra, pero
el s�ptimo d�a ser� s�bado para Jehov� tu Dios. No har�s en
ese d�a obra alguna, ni t�, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que est�
dentro de tus puertas. Porque en seis d�as Jehov� hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
repos� en el s�ptimo d�a. Por eso Jehov� bendijo el d�a del
s�bado y lo santific�".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus d�as se prolonguen sobre la tierra que Jehov� tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometer�s homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometer�s adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robar�s".

NOVENO MANDAMIENTO: "No dar�s falso testimonio en contra de
tu pr�jimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciar�s la casa de tu pr�jimo; no
codiciar�s la mujer de tu pr�jimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
pr�jimo".

Entr�gale tu atenci�n al Esp�ritu de Dios y d�shazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, tambi�n. Hazlo as� y sin m�s demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
�dolos y de sus im�genes de talla, aunque t� no lo veas as�,
en �sta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
tambi�n. Y t� tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los d�as de la antig�edad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el d�a de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que s�lo �l desea ver vida y vida en
abundancia, en cada naci�n y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Se�or
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oraci�n de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACI�N DEL PERD�N

Padre nuestro que est�s en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo as� tambi�n en la tierra. El pan nuestro de cada d�a,
d�noslo hoy. Perd�nanos nuestras deudas, como tambi�n
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentaci�n, mas l�branos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Am�n.

Porque s� perdon�is a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
celestial tambi�n os perdonar� a vosotros. Pero si no
perdon�is a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonar�
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Se�or Jes�s dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR M�". Juan 14:

NADIE M�S TE PUEDE SALVAR.

�CONF�A EN JES�S HOY!

MA�ANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MA�ANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL D�A DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
�ste MUNDO y su MUERTE.

Disp�nte a dejar el pecado (arrepi�ntete):

Cree que Jesucristo muri� por ti, fue sepultado y resucito al
tercer d�a por el Poder Sagrado del Esp�ritu Santo y deja que
entr� en tu vida y sea tu �NICO SALVADOR Y SE�OR EN TU VIDA.

QUIZ�S TE PREGUNTES HOY: �QUE ORAR? O �C�MO ORAR? O �QU�
DECIRLE AL SE�OR SANTO EN ORACI�N? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios m�o, soy un pecador y necesito tu perd�n. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi coraz�n y a mi vida, como mi SALVADOR.

�Aceptaste a Jes�s, como tu Salvador? �S� _____? O �No
_____?

�Fecha? �S� ____? O �No _____?

S� tu respuesta fue S�, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada d�a para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los d�as en el nombre de JES�S. Baut�zate
en AGUA y en El ESP�RITU SANTO DE DIOS, adora, re�nete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los dem�s.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecost�s o pastores del
evangelio de Jes�s te recomienden leer y te ayuden a entender
m�s de Jes�s y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos est�n disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librer�a cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librer�as cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros est�n a tu disposici�n, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer m� libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre celestial y de su
Hijo amado y as� comiences a crecer en �l, desde el d�a de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusal�n d�a a d�a y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque �sta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvaci�n eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Esp�ritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusal�n". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, dir� yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusal�n". Por causa de la casa de Jehov� nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: implorar� por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Esp�ritu de Dios a toda la humanidad, dici�ndole y
asegur�ndole: - Qu� todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehov� de los Ej�rcitos, �el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
coraz�n, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


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