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(IVÁN): FELIZ DÍA DE NUESTRAS MADRES DE TODA LA VIDA

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IVAN VALAREZO

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May 10, 2008, 4:53:10 PM5/10/08
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Sábado, 10 de mayo, año 2008 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica

(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)


FELIZ DÍA DE NUESTRAS MADRES DE TODA LA VIDA:

Es como un día escogido del paraíso, como ningún otro, para
nuestro Padre Celestial, muy especial de su corazón santísimo
a la vez, para recordar y honrar por siempre a nuestras
madres delante de su presencia sagrada y de sus huestes
angelicales en la tierra y en el reino de los cielos, por
ejemplo. Por lo tanto, éste día singular está grabado
inmortalmente en Los Diez Mandamientos perfectos de nuestro
Padre Celestial y de su Espíritu Santo, como para jamás
olvidarlo, en esta vida ni en la venidera tampoco,
eternamente y para siempre.

Porque nuestro Padre Celestial desea que siempre recordemos
de donde hemos salido, para ver la luz del día y comenzar a
conocerle a él, por la gracia y por la misericordia infinita,
manifestada a cada uno de nosotros en la vida celebre,
gloriosa y muy sacrificada de su Hijo amado, ¡el Hijo de
David! Como en los días del sacrificio anunciado sobre la
roca eterna, en las afueras de Jerusalén, por ejemplo: en
donde nos entrego su sangre viva y expiatoria, para expiar
por nuestros pecados, llena de su vida y de su salud eterna,
para vivir por fin nuestras vidas, libres de Satán, en la
tierra y así también en La Nueva Jerusalén celestial.

En la medida en que, una vida con nuestras madres, como desde
el día que nacimos y hasta siempre, libres de Satanás y de
sus pecados de siempre, es realmente una vida santa y
gloriosa para nuestro Padre Celestial que está en los cielos,
para que su corazón santísimo viva por siempre feliz con cada
uno de nosotros. Y esto es de vivir siempre feliz y gozoso
con nosotros en todas las naciones, para recibir diariamente
en nuestras vidas sus muchas y gloriosas bendiciones de paz,
amor y alegría, y así jamás volver a conocer el mal, sino
sólo el bien de su Espíritu de amor y de santidad, tal cual
como el primer amor de nuestras madres eternas.

Porque madre es una en nuestras vidas y en la eternidad
también; y como ella para nuestro Dios no hay otra igual,
para enseñarnos como su primer amor eterno nace en nosotros
para la eternidad, como cuando nos formaba en sus manos
santas; pues ese amor es de Dios y de Jesucristo, mi hermano
y mi hermana para vivirlo desde ya e infinitamente. Es como
cuando nuestro Señor Jesucristo enseñaba de la importancia de
Los Diez Mandamientos en la Casa de Oración de todas las
Naciones, en Jerusalén, entonces Maria y sus hijos e hijas se
acercaron a Él, y las gentes del templo le dijeron al Señor
Jesucristo: Aquí esta tu familia, tu madre, tus hermanos y
hermanas, y te busca con diligencia.

Y el Señor Jesucristo les dijo a los que cuidaban las puertas
del templo: Ustedes ven estos que están aquí, sentados y
otros orando al Dios del cielo, dentro de la Casa de mi Dios:
Ellos son mi familia, la que levantare al nuevo reino
celestial conmigo muy pronto para servirle a nuestro Dios en
su primer amor antiguo y eternal. Es decir, que todo aquel
que busca de su Dios y Fundador de su vida, en su corazón, en
su alma, en sus fuerzas, en su cuerpo y en toda su vida, es
mi madre, mi hermano y mi hermana, en esta vida y en la
venidera para siempre; y como ellos no hay otros iguales
jamás, ni siquiera en el cielo.

Aquí es cuando los que cuidan la Casa de Oración de las
Naciones de la tierra entonces entendieron que todos somos
hermanos, hermanas y madres para nuestro Señor Jesucristo en
la tierra y en el paraíso también, para gloria y honra eterna
de nuestro Dios y del Espíritu Santísimo de Sus Diez
Mandamientos, si sólo nos humillamos ante su nombre
Mesiánico. Por ello, las Sagradas Escrituras dice claramente:
Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se
prolonguen sobre la tierra que nuestro Padre Celestial te da
a ti y a los tuyos, también. (Ciertamente éste es un
mandamiento de Los Diez Mandamientos infinitos con muchas
bendiciones y de una vida larga y eterna, para los que honran
a sus padres y a sus madres siempre delante de su presencia
santa, de la presencia de su Espíritu Santo y de su Árbol de
vida eterna, ¡nuestro Señor Jesucristo!)

Entonces cuando su familia le buscaba al Señor Jesucristo, y
lo encontró en el templo enseñando, entonces les dijo a los
que estaban dentro de la Casa del SEÑOR: Ustedes son mis
hermanos, mis hermanas y mis madres, los que cumplen el
Espíritu de Los Diez Mandamientos en sus corazones,
únicamente al recibir mi nombre en sus vidas para la
eternidad venidera. Porque para nuestro Dios no hay otra
manera posible para cumplir su voluntad perfecta de sus
ordenanzas sagradas en nuestras vidas, sin su Hijo amado en
nuestras vidas, como nuestro único Señor y Salvador de
nuestras almas infinitas de los poderes terribles del pecado
y de la presencia abominable de Satanás, por ejemplo. Por
ello, en este día, como en todos los días de nuestras vidas
por toda la tierra, sus hijos e hijas honran a sus madres y
sus vidas fructíferas delante de nuestro Dios y de Sus Diez
Mandamientos, cumpliendo así con el primer amor antiguo, el
cual conocimos en sus senos, para gloria y honra del Hijo de
Dios, ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Por eso, en este día también, cada uno de nosotros debería
regresar a los brazos de sus madres, estén con vida en la
tierra o en el paraíso con nuestro Salvador Jesucristo, para
recordarnos que somos hechura de las manos de nuestro Creador
y de su Espíritu Santo, para volver a nacer en el primer amor
antiguo de nuestra madre eterna. Pues fue en el vientre y
entre los brazos de nuestras madres eternas, en donde
conocimos por vez primera el primer amor antiguo de Dios y de
su Jesucristo, para vivir nuestras vidas siempre y hasta en
la eternidad celestial también.

Y así empezar de nuevo a vivir, pero esta vez en el
nacimiento correcto del Espíritu de Sus Diez Mandamientos
cumplidos cabalmente, para vivir la misma vida de su Árbol de
vida, como nuestro Dios deseo que fuese así con Adán y con
todos nosotros en el paraíso, en la tierra y en la eternidad
celestial también, para siempre. Porque todo hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera nace en la tierra con el
Espíritu de Los Diez Mandamientos deshonrado en sus vidas,
pero el que cree en su corazón y así confiesa el nombre del
Señor Jesucristo, entonces vuelva a nacer del Espíritu de Los
Diez Mandamientos de Dios, pero esta vez totalmente honrado y
glorificado infinitamente. Y esto es sólo posible en nuestras
vidas hoy en día, de volver a nacer para nuestro Padre
Celestial y para su Espíritu Santo, gracias a la sangre
redentora, y llena de vida eterna, del sacrificio eterno del
Árbol de la vida, ¡nuestro Señor Jesucristo!

Porque es necesario jamás olvidarnos que no sólo salimos de
nuestras madres para respirar el aliento de vida que nuestro
Creador nos dio de él mismo, como en el día que nos formaba
en sus manos benditas, sino también para vivir nuevamente,
pero sólo en el Espíritu Sagrado de sus ordenanzas cumplidas,
en la nueva vida mesiánica de su Mesías Celestial. Es decir,
que hemos entrado a la vida de la humanidad entera para ver
por siempre su gloria celestial e infinita, únicamente
manifestada a cada uno de nosotros, en nuestros millares, en
toda la tierra, por medio de la vida gloriosa y sumamente
honrada de su Hijo amado, como el cumplimiento de la Ley
celestial, ¡nuestro único Árbol de vida eterna!

(Porque sólo en el Señor Jesucristo podemos volver a
encontrar el primer amor olvidado de nuestros corazones del
seno de muestras madres, o como del seno de nuestro Creador,
por ejemplo, como cuando nos creaba en sus manos benditas en
el cielo, juntos todos como en una nueva familia celestial e
infinita. Es decir, una nueva familia inseparable con nuestro
Padre Celestial, con su Espíritu Santo, con su Hijo amado y
así juntos eternamente, unidos por la sangre expiatoria de
nuestra nueva vida eterna, con nuestros padres, hermanos y
hermanas también como siempre, para honrar y servir a nuestro
Dios y a su Jesucristo cada día en su único amor antiguo e
inmortal.)

Porque así como con dolor fue la entrada de cada uno de
nosotros a la vida del mundo y de las naciones eternas, así
pues también como con dolor de nuestro Hacedor regresaremos
al paraíso, por medio de la vida sacrificada y muy sagrada de
nuestro Árbol de vida, el Hijo de David, ¡nuestro único gran
rey Mesías de todos los tiempos! Entonces sea que entremos a
vivir nuestras vidas normales en la tierra o en el paraíso,
pues ha de ser para servir siempre a nuestro Hacedor y a su
Espíritu Santo, sólo por medio de su fruto de vida, como en
la antigüedad; por eso, sólo con el Cordero Inmolado que
quita el pecado del mundo entero en nuestros corazones, pues
viviremos infinitamente.

Y cuando regresemos al seno de nuestro Dios, como en el día
que nos formaba en sus manos santas, en su imagen y conforme
a la semejanza santa y celestial de su gran rey Mesías de
todos los tiempos, sólo entonces comenzaremos a conocer
nuestras vidas infinitas, como cuando nuestras madres nos
abrazaban en sus senos para darnos seguridad y amor inmortal.
Y esto es que cada uno de nosotros, en nuestros millares, de
todas las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos
del mundo, pues entonces despertara para vivir la verdadera
vida jamás conocida aún por nosotros, por la cual nuestro
Dios nos rescato de las tinieblas y del vientre de nuestras
madres para entregárnoslas en su Jesucristo, y así vivirla
inmensamente y para siempre. ¡Amén!

¡Feliz Día de las Madres a Todos!

(Deseo saludar a todas mis familias mejicanas por la
celebración del Cinco de Mayo; pues como siempre muchas
felicidades en estos días y todos los días de sus vidas,
también. (No pude escribirles antes sobre el Cinco de Mayo,
por razones personales; pero nunca es tarde para nadie para
recordar un día tan memorable en nuestra historia
hispanoamericana. Pues entonces que nuestro Padre Celestial
bendiga grandemente como de costumbre a los ascendientes de
sus héroes y próceres inolvidables.) Y en este Día de las
Madres deseo dedicarles la siguiente carta también, la cual
escribí días atrás. Pienso que debería ser leída una vez más
por todos, para que sus ojos ayuden a sus mentes y a sus
corazones abrirse al entendimiento de lo que nuestro Dios ha
estado haciendo desde siempre y hasta nuestros días también
con todos nosotros. Y esto es día y noche en nuestros días
milagros de bendiciones infinitas con el Espíritu Sagrado de
Sus Diez Mandamientos en la vida de nuestro Salvador
Jesucristo, y con cada uno de nosotros, de todos los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, para perdón,
bendición y salvación de nuestras almas infinitas del poder
terrible de Satanás y demás. ¡Amén!)

Carta 26:

Sábado, 26 de abril, año 2008 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica

(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)


LA LEY SE CUMPLIÓ A SI MISMA EN EL MESÍAS, PARA FIN DEL
PECADO:

A su debido tiempo, nuestro Padre Celestial hizo lo que era
imposible posible para bendición y gloria eterna de su Ley
viviente, por cuanto ella misma era débil por la carne
humana: Pues a propósito envió a su unigénito a Israel en
semejanza de carne, y a procedencia del pecado entonces juzgo
y condenó todo pecado en su misma carne sacrificada. Es
decir, que nuestro Padre Celestial hizo a Sus Diez
Mandamientos santos y justos carne humana, pero sin el pecado
de Adán, para que viviese como su unigénito su vida santa y
mesiánica entre su pueblo escogido, para vencer la vida
pecadora y ofensora de Satanás, para que sólo gloria y honra
reinen continuamente en la vida del hombre.

Y, hoy en día, es nuestra salvación perfecta para cada uno de
nosotros, en nuestros millares, en todos los tiempos y
lugares de la tierra, para poder regresar a nuestras vidas
celestiales, "por las cuales fuimos inicialmente creados en
las manos de nuestro Padre Celestial, en el reino de los
cielos". Es decir también que nuestro Dios convierto a Sus
Diez Mandamientos en carne expiatoria, "para que entonces el
Espíritu de su palabra sea sumamente cumplida, honrada y
glorificada en la vida de cada hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera" y, por tanto libre infinitamente de
Satanás y de su maldades con sus tinieblas eternas de
siempre.

De otro modo, nuestro Padre Celestial no podía cumplir el
Espíritu Bendito de Sus Diez Mandamientos en el paraíso, en
donde fueron quebrantados inicialmente por Adán y Eva, ni
menos en la tierra en donde todo el linaje humano hace lo
mismo que sus progenitores día tras día y hasta siempre, por
ejemplo. Es por eso que el Espíritu Santo descendió del
cielo, como en los primeros días de la creación, para entrar
en el vientre virgen de la hija de David, y así a los nueve
meses de embarazo: "darnos la Ley infinita convertida en la
carne y en la sangre del Mesías, para fin del pecado y del
ángel de la muerte".

Y si el Espíritu entro en el vientre virgen de la mujer y a
los nueve meses salio en la carne y en la sangre perfecta
para vivir Los Diez Mandamientos de Dios y de Moisés, "pues
bien éste ser viviente y muy santo es el Hijo de David, ¡el
Cristo Celestial!", especialmente prometido a los patriarcas
de Israel. Y nuestro Creador tuvo que hacer este milagro
asombro entre sus hijos e hijas de Israel, "porque era la
única manera posible que un ser santo naciese santo para
vivir su vida consagrada, para cumplir cabalmente Los Diez
Mandamientos eternos y sin quebrantarlos jamás, en todos los
días de su vida en Israel y en la eternidad venidera también,
por supuesto".

Aquí vemos que la Ley misma se cumplió a si misma, sin jamás
quebrantarse en ninguno de sus estatutos, "para introducir
una vida tan santa y tan gloriosa jamás vivida por ningún ser
del cielo ni de la tierra, salvo el Hijo de David", el único
salvador posible de la humanidad entera, por los poderes
asombrosos de su sangre expiatoria. De hecho, éste es un
milagro que cuando comenzó, pues jamás termino en el corazón
ni en la vida de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, comenzando con Israel y con el Hijo de
David, nuestro rey Mesías de todos los tiempos; es decir,
"que éste milagro aún impacta tu misma vida milagrosamente
hoy, como en la antigüedad".

Y nuestro Dios lo hace así todo muy bien, hoy en día contigo
y con el resto de la humanidad entera, para que el Espíritu
de Sus Diez Mandamientos santos se cumpla intachablemente,
"para bien eterno de sus hijos e hijas en todas las familias
de las naciones". Porque ningún hombre ni ninguna mujer podía
cumplir y honrar cabalmente Sus Mandamientos, sin jamás
ofenderlos en todos los días de su vida, por causa del pecado
original de la carne de Adán y de Eva en sus vidas normales y
de siempre; aquí vemos "como la Ley se convirtió en carne
expiatoria, pero sin la mancha del pecado para siempre".

Por lo tanto, sólo la Ley de Dios podía realmente hacer
cumplir su Espíritu Bendito, como en el reino de los cielos
con los ángeles, así pues también con la humanidad entera de
las naciones de toda la tierra; en otras palabras,
"únicamente el Espíritu de la Ley podía realmente cumplirse y
honrarse a si mismo, en cualquier parte y para siempre". Aquí
vemos la gloria de Dios manifestarse, comenzando con Moisés
sobre el Sinaí, para darnos al Mesías, escrito en las piedras
de Los Diez Mandamientos primero, para bien eterno del
hombre, como hoy mismo, con tu vida y la mía: "al recibir no
sólo la Ley sin cumplir como piedras, sino cumplida en la
carne y la sangre expiatoria de Jesucristo".

Además, esto Dios lo hizo milagrosamente con Jesucristo
literalmente, clavado a los árboles cruzados y sin vida de
Adán y Eva sobre la cima de la roca eterna, como quien dice
sobre el Sinaí, para que su sangre bañara su holocausto
sagrado continuamente, para expiación de pecados, "y sólo así
entonces ponerle fin al pecado y empezar la nueva vida
eterna". Y, además el fin del pecado tenia que tomar lugar
con los cuerpos sin vida de Adán y Eva, clavados literalmente
al cuerpo del Señor Jesucristo, "porque había sido con ellos
y en presencia de nuestro Dios y de su Espíritu Santo que
había empezado primeramente el pecado de la humanidad en el
epicentro del paraíso, cuando rehusaron comer de Él".

Aquí Adán y Eva pecaron, por vez primera, en contra del
Espíritu de Los Diez Mandamientos de Moisés, para que el
espíritu de error y de maldad del pecado empezara a hacer de
las suyas en sus vidas y en el resto de la humanidad entera
en los días por venir, "sólo para ofender a Dios y a su
Jesucristo siempre". Y a partir de entonces fue que nuestro
Padre Celestial verdaderamente empezó su lucha personal, para
que el hombre volviese a honrar y a vivir su Ley santa, "pero
sin ofenderla más delante de su presencia gloriosa y
sumamente honrada, y sólo por la fe, del nombre glorioso de
Jesucristo en sus vidas normales y de siempre".

Y estas son nuevas glorias y honras de santidades infinitas
las cuales salen de nuestros corazones hacia el cielo, como
"para tocar y bendecir el nombre y la vida santa de nuestro
Padre Celestial y su Espíritu Santo con el mismo espíritu de
fe, del nombre glorioso de su Árbol de vida, la Ley viva del
paraíso", ¡nuestro Señor Jesucristo! Es decir, que nuestro
Padre Celestial desea hondamente en su corazón sagrado que su
Ley santa viva impecable en el corazón y en la vida cotidiana
de cada hombre, mujer, niño y niña, "sin jamás volver a ser
ofendida", como cuando Adán la ofendió en el paraíso, por vez
primera, o como su genero humano lo hace continuamente en la
tierra.

Y nuestro Padre Celestial desea parar, tan pronto como sea
posible, "esta gran maldad hecha con premeditación infame en
contra de Los Diez Sagrados Mandamientos de su vida
celestial" del reino de los cielos y de su nueva vida
infinita de La Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo, por
ejemplo. Y, por tanto esto es algo que sólo es posible con el
Señor Jesucristo clavado a nosotros por su misma sangre muy
santa y expiatoria, para ponerle no sólo fin al poder del
pecado, "sino también para volvernos a dar vida y en
abundancia para siempre en la tierra y en el paraíso, por
ejemplo".

Porque sin Los Diez Mandamientos cumplidos y cabalmente
honrados por el gran rey Mesías, entonces no hay bendición,
ni menos salvación para nadie en el paraíso, ni mucho menos
en la tierra; pero gracias a nuestro Creador y a su Espíritu
Santo "por habernos dado a Jesucristo, para vivir el Espíritu
de la Ley infinitamente honrado en nuestras vidas de
siempre". Porque sin el cumplimiento de la Ley, pues
legalmente era totalmente imposible no sólo ponerle fin al
pecado y a cada una de sus tinieblas terribles, de las cuales
comenzaron en el corazón de Adán y Eva por desobediencia,
"sino que también su nueva vida infinita de La Nueva
Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo no podía empezar jamás".

Y esto era un dolor de cabeza terrible para nuestro Padre
Celestial; y aún lo es hoy en día también, "sino no ve a
Jesucristo en el corazón del hombre, de la mujer, del niño y
de la niña de las naciones de la tierra", por ejemplo. Porque
cuando el Señor Jesucristo no está en el corazón de sus hijos
e hijas de todas las naciones, "pues entonces esto significa
que Sus Ordenanzas no han sido aún honradas ni menos
exaltadas en sus vidas", para gloria de su nombre santísimo;
y esto es pecado para nuestro Creador y para su Espíritu
Santo, entonces evitémoslo desde ya, para no pecar.

Además, nuestro Dios desea ver la tierra llena de la gloria
del Espíritu de Sus Diez Mandamientos honrados y exaltados en
los corazones de sus hijos e hijas de las familias de las
naciones; de otra manera, "su ira se inflama para derramar de
sus juicios terribles sobre la tierra, por culpa de los
desobedientes y transgresores de su voluntad libertadora". De
ello, como nuestro Señor Jesucristo sufrió por nuestras
culpas y pecados terriblemente clavado con su sangre
expiatoria a nuestros progenitores del paraíso eterno, así
pues también "nuestro Padre Celestial viene sufriendo a toda
hora del día y de la noche por cada uno de nosotros", desde
muchos antes de la fundación del cielo y de la tierra.

En verdad, este sufrir de nuestro Padre Celestial para con
cada uno de nosotros, en nuestros millares, de todas las
familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la
tierra, no cesa en su corazón y en su Espíritu Santo jamás,
"y sólo hasta que finalmente su unigénito esté instalado
propiamente en nuestras vidas, y nuestros labios profesen su
fe salvadora continuamente". Porque de otra manera, nuestro
Creador no es feliz con nadie jamás, y abandona a cualquiera
o nación, sea quien sea la persona del mundo u ángel del
cielo; porque "mayor felicidad de ver a su Jesucristo
instalado en su corazón sagrado y así también en el corazón
de sus siervos no hay otra igual, en la tierra ni en la
eternidad".

Entonces sin el Espíritu de la Ley glorificado en la vida de
cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
comenzando en Israel, "pues entonces no podría existir una
nueva Jerusalén Santa y Perfecta en el cielo, para que Dios
habitase con el hombre feliz y para siempre, como siempre lo
soñó desde la antigüedad y hasta nuestros días". Y esto es
algo que siempre le dolió mucho en el corazón de nuestro
Dios, de su Espíritu Santo y de su unigénito también, el sólo
hecho de pensar de que su nuevo reino sempiterno no podría
empezar jamás, "sin su Ley honrada correctamente por el
hombre y con la sangre de Jesucristo sobre su cuerpo y en su
corazón perpetuo". (Es por eso que tienes que aceptar a
Jesucristo en tu corazón, hoy y sin más ni más excusas;
orando, e invocando su nombre ungido y salvador para ti, sólo
con tu fe de siempre delante de su presencia santa, y mirando
al cielo cada vez que puedas, para que lo encuentres en tu
vida, cuanto antes mejor.)

Es decir que "nuestro Padre Celestial ha sufrido mucho por
todo lo que le ha sucedido a Sus Diez Mandamientos santos,
desde el día que Adán se abstuvo de comer y beber de su fruto
de vida eterna en el paraíso", para mal de su vida y de su
género humano en toda su vasta creación y para siempre. Y,
tristemente esto era muerte no sólo para Adán y Eva, sino
también para cada uno de sus descendientes, de todas las
familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos del mundo
entero, y hasta que toco terriblemente al mismo dador de la
vida, nuestro Salvador Jesucristo, "clavándolo sobre los
árboles cruzados de Adán y Eva, para salvación eterna de
muchos".

Porque el Espíritu de la sangre viviente y expiatoria comenzó
a descender del cielo desde los primeros días de génesis
(gen. 1:2), para comenzar a subyugar a cada una de las
tinieblas de Satanás. Tinieblas terribles e inhumanas, de las
cuales se manifestarían rebeldemente en contra de Dios y de
su Jesucristo en el corazón del hombre y de la mujer, para
deshonrar continuamente Los Diez Mandamientos eternos de Dios
y de Israel, "y así hacer con sus manos pecadoras objetos
abominables de ídolos tallados y de imágenes fundidas en
metal, para llamarlos equívocamente sus dioses".

Y esto es obra del espíritu de error en la carne de Adán y
así también de cada uno de sus descendientes en todos los
lugares de la tierra, para ofender a Dios y a su Jesucristo
siempre, "degradando el Espíritu de Los Diez Mandamientos
sagrados, cada vez que lo puedan hacer así para maldición y
muerte de muchos". Y es así que Satanás ataca a Dios
diariamente con el mismo corazón rebelde del hombre y de la
mujer, con sus ídolos e imágenes terribles y de gran maldad,
instalados en sus corazones ciegos de la verdad de Dios, "en
vez de honrar a Jesucristo", ¡el único cuerpo inmolado de la
carne expiatoria del pecado para cumplir infinitamente la Ley
celestial!

Para que de esta manera el Señor Jesucristo no pueda jamás
establecer su reino sempiterno con el hombre y con los
ángeles del cielo sobre toda la tierra para servir a nuestro
Padre Celestial, "como debió de ser así desde el comienzo de
las cosas en el más allá, para gloria y honra eterna de su
nombre muy santo". Entonces los ídolos son los que hacen una
barrera de gran maldad entre la vida del hombre en la tierra
y la vida sagrada de nuestro Dios en el cielo, "para que
nuestro Salvador Jesucristo no sea reconocido erróneamente
como el Árbol de la vida no sólo del corazón del hombre, sino
de cada nación y de cada religión de la tierra".

Y ha sido este mal terrible desde la antigüedad y hasta
nuestros días, el cual ha separado a Dios y sus riquezas
infinitas del hombre y de la mujer, "para que no haya una
armonía y un enlace de amor y de cariño verdadero entre
todos, para bendición infinita de muchos y en todas las
naciones de todos los tiempos también". Aún así, nuestro Dios
no se da por vencido jamás, porque sigue enviando del
Espíritu de la sangre expiatoria de su Jesucristo, para
subyugar a estas terribles tinieblas de Satanás en el corazón
de cada hombre, mujer, niño y niña de las naciones, para que
al fin la tierra sea llena aún mucho más que antes de su
gloria salvadora.

Por ello, gracias a la Los Diez Mandamientos que se volvieron
carne y sangre expiatoria en nuestro rey Mesías, el Hijo de
David, por ejemplo, "por el poder sobrenatural del Espíritu
Santo en el vientre virgen de la mujer, para entonces cumplir
con los requisitos de la verdad y de la justicia infinita de
la nueva vida eterna de todos". Y así vencer al pecado y al
ángel de la muerte al fin, para que sólo pueda existir en los
nuevos días venideros nuevas glorias y honras jamás
alcanzadas ni aun por los ángeles fieles, "para que el amor
del hombre llegue a crecer más y más para siempre hacia su
Creador y hacia su Árbol Celestial", ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Porque siempre fue en el cielo y así también en la tierra,
"de que Los Diez Mandamientos podían cumplirse cabalmente por
su mismo Espíritu Inviolable", dándonos en su día al
unigénito, al Cordero de Dios, el sumo sacerdote celestial,
para mediar por siempre entre Dios y el hombre de la tierra,
"y al fin así destruir el pecado para la eternidad". Y ha
sido esta mediación constante de día y noche, y muy
importante a la vez, del Señor Jesucristo ante nuestro Padre
Celestial, "el cual ha hecho terminantemente que abunde el
amor, la justicia y la verdad, para que muchos juicios en
contra de la humanidad entera no caigan sobre toda la tierra,
para mal eterno de muchos inocentes e ilusos".

Es por eso que el Señor Jesucristo es tan importante en
nuestros corazones y en nuestro diario vivir, "para que
nuestro Dios siempre vea al Espíritu de Sus Diez Mandamientos
sumamente glorificados y honrados en nuestras almas
infinitas, y así no tengamos ningún tropiezo jamás con el mal
de Satanás", ¡gracias a las múltiples misericordias y
bondades infinitas de nuestro Creador Celestial! Porque sin
en el Señor Jesucristo en nuestras vidas, "entonces Los Diez
Mandamientos jamás hubiesen sido cumplidos cabalmente, y así
la ira de los juicios de Dios hubiese caído uno tras el otro
y hasta terminar con toda vida humana", como sucedió en el
mundo de Noé o como en Sodoma y Gomorra, cuando murieron
perdidos sin el don del cielo.

Porque sin el cumplimiento eterno y muy singular de la Ley
viviente en la vida del hombre, "pues entonces era totalmente
imposible alcanzar la llenura de su Espíritu en el corazón,
en el espíritu y en el cuerpo humano de cada hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera", en esta vida y en la
venidera también, para siempre. Es decir, que aún
estuviéramos condenados a morir nuestras muertes eternas en
la tierra, para descender a nuestro lugar perdido, en el
mundo de los muertos, como en el infierno, por ejemplo, "para
posteriormente ser lanzados por los ángeles en el día del
juicio final de las cosas al lago de fuego, para no volver a
conocer la vida eterna jamás".

Porque nadie que no cumpla con su Creador y con el Espíritu
de su Ley, "pues no podrá ser redimido de sus pecados, ni
menos podrá jamás heredar la vida del nuevo reino celestial",
en la tierra ni mucho menos en el más allá, para siempre; y,
además nuestro Dios no desea éste mal terrible para nadie,
sino sólo el bien. Porque es el mismo Espíritu de Los Diez
Mandamientos, el cual acusa o señala continuamente al hombre,
a la mujer, al niño y a la niña de la humanidad entera, "como
el ofensor a su palabra santa y perfecta"; y, por lo tanto
"cada uno de ellos es un desconocido de Dios y de su
Salvación perfecta, por su pecado original".

Por ello, nuestro Señor Jesucristo fue enviado inicialmente
al mundo por el poder de su Espíritu Santo, como desde los
primeros días de la creación, para subyugar a las tinieblas
de Satanás; y, a partir de entonces "el Espíritu de la gracia
y de la sangre expiatoria del pecado no ha cesado de
descender, en la vida de todo ser viviente". Y esto es poder
sobrenatural, un milagro tras otro milagro glorioso, para
nuestro diario vivir en todos los lugares del mundo entero,
para no solamente ser protegidos del mal de Satanás y de su
espíritu de burla en contra de la Ley, "sino primordialmente
para que caigan bendiciones más y más en nuestras vidas y
hasta que sobreabunden en gran medida".

Porque es necesario que el Espíritu de la gracia y de la
expiación perfecta de la sangre del sacrificio asombroso y
eterno de Dios toque nuestras vidas ininterrumpidamente,
"antes que nazcamos, mientras vivimos nuestras vidas normales
en la tierra, para posteriormente entrar a la nueva vida
infinita del cielo, pero siempre llenos del Espíritu del
Árbol Celestial", ¡nuestro Salvador Jesucristo! Porque el
Espíritu Salvador de nuestro Señor Jesucristo es la Ley de
Dios y de Moisés eternamente cumplida en toda su verdad y en
su justicia infinita, para que nuestro Creador esté siempre
contento con cada uno de nosotros, "y sólo así podamos ser
elevados inmediatamente a la nueva vida riquísima de La Nueva
Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo, naturalmente".

Aquí podemos recordar como el Señor Jesucristo dio fe, que él
no había venido a Israel a abolir la Ley, sino a cumplirla; y
éste es precisamente el Espíritu de Los Diez Mandamientos que
él mismo nos da progresivamente en nuestras vidas normales,
pero cumplidos; "cumplidos en su totalidad sobrenatural, para
satisfacer conforme con la Ley a nuestro Dios Celestial".
Porque nuestro Dios es un Dios que tiene que ser satisfecho
en su totalidad por el espíritu de la verdad y de la justicia
del Árbol de la vida, "y esto es sólo posible en amar y en
exaltar el Espíritu cumplido y sumamente honrado de Los Diez
Mandamientos en nuestros corazones"; de otro modo, "Dios no
es feliz con nosotros, nunca".

Y si nuestro Dios no es feliz con nosotros, entonces no
podemos esperar de él ninguna de sus ricas bendiciones de
milagros, para llenar nuestras vidas de sus riquezas
abismales de toda la vida, por ejemplo; es decir, también que
cuando Dios no es feliz con nosotros, "es porque el Espíritu
de su Ley no es honrado en nuestros corazones debidamente".
Aquí tenemos que poner atención de no ofender a nuestro Padre
Celestial y a su Espíritu Santo, por ejemplo, "para que
ninguno de los frutos de vida y de salud eterna del paraíso,
ni ninguno de sus muchos bienes gloriosos de siempre, jamás
nos falte a nosotros, ni a ninguno de los nuestros tampoco,
en toda la tierra".

Pero cuando el Señor Jesucristo vive en nuestros corazones,
"entonces esto significa que estamos viviendo en el Espíritu
de Sus Diez Mandamientos eternos infinitamente cumplidos y
honrados en nuestras vidas, para vivir con él en su paz y con
sus riquezas espirituales sumamente abundantes del cielo y de
la tierra", para que jamás tengamos hambre ni sed de ningún
bien eterno. Es por eso que el Espíritu de la gracia
salvadora de la sangre expiatoria para la vida del hombre no
cesa de descender desde cielo, para enriquecer nuestras
vidas, perdonando nuestros pecados, "y dándonos más y más de
los milagros, maravillas y prodigios sobrenaturales de
nuestro Dios, para que su Ley bendita sea glorificada en
nuestras vidas aún mucho más que antes".

Y nuestro Padre Celestial hace estas misericordias por cada
uno de nosotros, de todas las familias de las naciones de la
tierra, "porque nos ama enormemente, así como ama desde
siempre a su Hijo amado", ¡nuestro Señor Jesucristo!; es
decir, que nuestro Creador te ama a ti, igualmente "o con la
misma fuerza que ama a su Hijo amado desde siempre".
Consiguientemente, muchos males de nuestras vidas
desaparecerían inmediatamente, como enfermedades y hasta
todas clases de dificultades comunes y hasta las
incontrolables; porque muchos de estos males no sólo son
problemas para el hombre por falta del cumplimiento de la Ley
en sus vidas cotidianas, "sino porque no aman a Jesucristo,
como le gustaría a Él, o como sólo Él lo ama".

Porque aquí es cuando el Espíritu de Los Diez Mandamientos de
Dios son cumplidos en nuestras vidas, "cuando amamos
fielmente a nuestro Señor Jesucristo delante de su presencia
santa para cumplir con toda verdad, justicia y santidad en
nuestras vidas", lo cual nos hace aptos para recibir todo lo
que deseemos del cielo continuamente. Sólo así es que tú
vivirás por siempre feliz, porque tus problemas y
enfermedades mueren y, por tanto solamente tú sigues viviendo
tu vida normal y como siempre con tu Dios en el cielo feliz
también; y si ambos son felices mutuamente, "ha de ser porque
el Espíritu de su Ley cumplido y honrado por Jesucristo reina
continuamente en tu corazón eterno".

Es decir también que con un Dios tan glorioso y con su Árbol
de la vida no sólo establecido en el paraíso sino también en
Israel y en muchas naciones, por el poder sobrenatural del
evangelio, "entonces las gentes pueden comer y beber de su
fruto de vida a cada hora del día, para ser felices junto con
Dios en el paraíso". Porque en el cielo nuestro Padre
Celestial y así también su Espíritu Santo son infinitamente
felices con todos sus ángeles fieles, "porque cada uno de
ellos, en sus millares, come y bebe cada día del Árbol de la
vida", nuestro Señor Jesucristo, para servirle a Él
debidamente y fielmente siempre en sus corazones y en sus
espíritus celestes igual.

Por lo tanto, todo es amor y paz en el reino de los cielos
entre Dios y sus millares de ángeles, arcángeles, serafines,
querubines y demás seres santos, muy fieles a Él y a su
nombre infinitamente sagrado, "porque nuestro Señor
Jesucristo es la Ley cumplida para todos ellos a lo largo y a
lo ancho de toda la vasta creación". Porque el amor al Señor
Jesucristo, nuestro único Árbol de vida y de salud, no sólo
borra nuestros pecados a toda hora del día, sino que también
nos llena del Espíritu Santo y de su Ley bendita sumamente
honrada, "para despertar nuestras habilidades especiales, las
cuales nos confió nuestro Dios en el día de nuestra creación,
en sus manos infinitamente gloriosas".

Y estas habilidades especiales de Dios están en nuestros
espíritus humanos, para honrar por siempre a nuestro Dios,
pero sólo si el Espíritu de Satanás no reina en nuestros
corazones sino sólo el Espíritu de Los Diez Mandamientos
eternos, "únicamente infinitamente cumplidos por nuestro
Señor Jesucristo para gloria y honra de nuestro Padre
Celestial que está en los cielos, por ejemplo". Y nuestro
Dios nos bendice abundantemente nuestras vidas terrenales y
celestiales, porque nuestros corazones le están dando a él,
lo que siempre ha buscado en todos sus seres creados de la
antigüedad y de nuestros días también, "el Espíritu de Sus
Diez Mandamientos sumamente honrados y cumplidos", ¡gracias a
la presencia del Señor Jesucristo en nuestras vidas
cotidianas!

Por ello, el hombre y la mujer fueron puestos en la tierra
por la mano de Dios, para que conozcan Sus Diez Mandamientos
muy santos y los cumplan cabalmente día y noche en sus vidas,
"pero siempre por el Espíritu de amor de su fruto de vida
eterna", ¡nuestro Señor Jesucristo! Fue por esta razón que
nuestro Padre Celestial llevo de la mano a Adán por el camino
de la verdad y de la justicia, para que conozca personalmente
a su Árbol de la vida, a su unigénito, a su único gran rey
Mesías, nuestro Salvador Jesucristo, "y coma siempre de Él,
para que jamás deshonre su Ley viviente ante su presencia
santísima".

Porque no hay nada que le pueda ofender tanto a nuestro Padre
Celestial que el Espíritu de su Ley santísima no sea honrado
con el Señor Jesucristo, en nuestro diario vivir en la
tierra; en otras palabras, "no es bueno para nuestro Dios
vivir un día entero, sin que el Espíritu de su Ley sea
honrada en el corazón del hombre". Porque sólo con el Señor
Jesucristo en el corazón del hombre, "entonces el pecado
muere para no volver a existir", ni menos a afectara nuestras
vidas terriblemente, como en el pasado; por ello, "sólo el
Espíritu de la Ley cumplida y sumamente honrada vivirá en
nuestras almas infinitas para siempre", en el nuevo reino de
Dios y de sus ángeles fieles.

Y si el pecado muere en nuestras vidas, y sólo gracias a la
sangre expiatoria del rey Mesías, pues entonces ya no tenemos
enemistad con Dios "sino una amistad continua, la cual jamás
tendrá fin en nuestro diario vivir en la tierra y así también
en nuestra nueva vida infinita de La Nueva Jerusalén Santa y
Perfecta del cielo". Y esto es ya, de vivir en el Espíritu de
la perfecta gloria de Los Diez Mandamientos sumamente
honrados y cumplidos en nuestras vidas, "gracias a la vida
mesiánica y glorificada del Hijo de David, nuestro único
Salvador posible del paraíso y de toda la tierra y aún más
allá de nuestra nueva vida infinita también", ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Porque el Espíritu de Los Diez Mandamientos se habrá cumplido
a si mismo, en nuestros corazones y en nuestras vidas de cada
día, "gracias a nuestra confesión constante, mediante la
oración de fe, del nombre salvador de nuestras vidas, nuestro
Señor Jesucristo", ante nuestro Padre Celestial y ante su
Espíritu Santo que están en los cielos, siempre esperando
pacientemente por nosotros. Y nuestro Dios siempre espera
pacientemente por nosotros, como desde la antigüedad, para
que hagamos lo correcto con su unigénito, para que entonces
sin que le pidamos nada, "pues nos dé, cómo algo muy normal,
de todo lo que necesitemos cotidianamente"; porque nuestro
Dios nos ama profundamente en su corazón santísimo, "tal como
a su mismo Jesucristo de toda la vida".

Es decir que nuestro Dios nos quiere dar de todo y en cada
día de nuestras vidas terrenales, pero si ve a su Ley
sumamente honrada en nuestras vidas, es decir, "si tan sólo
ve a nuestro Señor Jesucristo vivo en nosotros y no muerto"
(como en el olvido eterno de los ídolos de Satanás, por
ejemplo). Es decir también que nuestro Dios ha enviado a su
Hijo amado al mundo por el poder de su Espíritu y al hombre
también con su esposa y con su linaje humano, para unirse,
ligarse, fusionarse con el Espíritu de su Ley, y así vivirla
en su Espíritu Inviolable, para no sólo honrarlo
continuamente, "sino también para exaltarlo en la eternidad".

Porque eso es lo que nuestro Padre Celestial anhela ver día y
noche en nuestro diario vivir por toda la tierra, que el
Espíritu de Sus Diez Mandamientos sea honrado cabalmente en
nuestras vidas cotidianas, es decir, "ver a Jesucristo reinar
en nuestros corazones eternos sin cesar jamás, para gloria y
honra infinita de su nombre muy santo, para siempre". Por
ello, todos al fin viviremos llenos del Espíritu de la Ley
cumplido y honrado en nuestros corazones y en nuestras nuevas
vidas eternas del nuevo reino celestial de ángeles y de la
humanidad entera, "gracias al amor de nuestro Dios por
nosotros, para jamás volvernos a alejar del Árbol de la
vida", por razones de las mentiras de nadie.

Porque nuestro Dios le ha puesto fin al pecado y a la muerte
también, sólo en nuestro Señor Jesucristo, como nuestro único
y suficiente Salvador de nuestras almas infinitas; y las
gentes deberían conocer esta verdad celestial en sus
corazones, "para que el ángel de la muerte se vaya, y el
ángel de las bendiciones se quede en sus vidas". Porque
"nuestro Dios sólo desea bendiciones y vida eterna en
nuestras vidas presentes", pero Satanás sólo desea maldad y
destrucción eterna de nuestras vidas en la tierra y en el más
allá también, como en el mundo de las almas perdidas o como
en el lago de fuego, por ejemplo, la muerte de la muerte de
todas las cosas condenadas.

Como les sucedió a Adán y a Eva en el paraíso, por ejemplo, y
así también a Israel; como cuando crucificaron al Señor
Jesucristo sobre los árboles cruzados de Adán y Eva para
consumación del sacrifico asombroso, el cual se hablaría de
él día y noche para millares de generaciones sin fin, en la
tierra y en la nueva eternidad celestial. Ciertamente que
esto le sucedió a Israel, cuando en si, no mucho tiempo de
haber crucificado al Hijo de David sobre los árboles cruzados
y sin vida de Adán y Eva, y toda la carne humana muerta y con
su espíritu apagado, ¡la sangre expiatoria del Señor
Jesucristo a tiempo los cubrió del pecado, para volverles a
dar vida a todos!

Más adelante, Israel salio de sus tierras, como cuando salio
de Egipto por la noche y en apuros, llevados por las manos de
Dios por los caminos de las tinieblas (pero protegidos), para
dar fiel testimonio de esta gran verdad salvadora a las
naciones, cuando todo lo vivido y visto por ellos del Mesías,
pues aún estaba fresco en sus vidas. Así pues, Dios uso a
Israel para hacer saber de las grandezas infinitas de su Ley
y de su unigénito manifestadas no sólo a ellos sino a la
humanidad entera, "para que todos las conozcan de pies a
cabeza como hoy en día con su evangelio eterno, por todos
lados de la tierra, para perdón de pecados, sanidad y
salvación eterna".

Porque señales les siguen a todos los que creen en el Señor
Jesucristo en sus corazones, como su único y suficiente
Salvador de sus vidas, en esta vida y en la venidera; es
decir, "que las enfermedades se van y así muchos problemas y
hasta el ángel de la muerte también, cuando Jesucristo es
honrado en el corazón del hombre". Y Dios hizo esto con sus
millares de hombres, mujeres, niños y niñas de Israel, de los
cuales salieron de sus hogares por diferentes caminos
sombríos, "para anunciar personalmente a las naciones las
buenas nuevas de perdón y de salvación, por el milagro de tan
sólo creer en el corazón y así confesar el nombre ungido de
nuestro Salvador Jesucristo".

Al fin y al cabo, Dios hizo que Israel le obedeciese y
predicase el Espíritu de la carne y de la sangre expiatoria
del sacrificio eterno del Hijo de David, para cumplimiento de
la Ley, y para perdón eterno del pecado de la humanidad
entera en todos los tiempos de la vida de la tierra. Y esto
es gloria sin igual para nuestro Padre Celestial, para su
Espíritu Santo y para su Árbol de vida eterna, ¡nuestro
Cordero Inmolado, para bendición en nuestras vidas y para
salvación perfecta de nuestras almas infinitas!

Prácticamente Israel dejo de ser la nación gloriosa de la
antigüedad en sus tierras escogidas por Dios, llena de
testimonios y de milagros asombrosos, para que en los últimos
días no sólo vuelva a ser nación, "sino que esta vez reciba
al Hijo de David en su vida normal, como Dios manda, para
jamás volverse a alejar de él, para siempre". Además, Dios
mismo uso a todas las familias de Israel para que salgan de
sus tierras a vivir literalmente sus nuevas vidas encontradas
en el sacrificio asombroso del Hijo de David, "para que las
demás naciones del mundo entero conozcan esta gran verdad
sólida en sus corazones, y así dejen de sufrir y de morir en
sus males eternos de siempre".

Y sólo ellas mismas se salven de sus pecados y de sus males
eternos, al creer en los poderes sobrenaturales del Hijo de
Dios, nuestro Señor Jesucristo; "entonces milagros y
maravillas gloriosas de sanidad y de salvación se llevaron
los israelíes a las naciones, para que el evangelio se
predique a todos y sin fin jamás, como en nuestros días
incuestionablemente". Francamente, fueron los israelitas y
los judíos, históricamente hablando, los que primeramente
predicaron con poder al Cordero crucificado, clavado a los
árboles cruzados de Adán y Eva, porque lo vieron todo, "para
recibir la sangre expiatoria de la Ley, y así librarse de sus
pecados, recibiendo al mismo tiempo la vida del paraíso una
vez más, y esta vez para siempre".

Y cuando los hebreos predicaban al Señor Jesucristo, por
donde sea que eran llevados por el Espíritu Santo, entonces
los mismos milagros y maravillas que habían visto cumplirse
con el Señor Jesucristo cada vez que hablaba de Dios y de sus
Mandamientos, pues sobrevenían con ellos también, es decir,
"que los gentiles eran sanados de sus males y redimidos para
Dios". Realmente fueron los israelitas con los judíos que
recibieron del SEÑOR sobre el Sinaí Los Diez Mandamientos
para que posteriormente en ellos, al no poder con ella con su
carne y con su espíritu humano, por ejemplo, "pues entonces
el Espíritu de la Ley entre en una de sus vírgenes, para
darnos la carne que si podía cumplir la Ley religiosamente".

Y fue precisamente en una de las hijas de David, en la cual
el Espíritu de la Ley entro para permanecer en su vientre
virgen por nueve meses, "y así darles la carne y, además la
sangre expiatoria que si podía cumplir la Ley y, juntamente
expiar por sus pecados, para entrar felices al fin a La Nueva
Jerusalén Celestial". Porque sólo el Hijo de David es la
única y verdadera puerta no sólo del paraíso sino también del
nuevo reino celestial, como La Nueva Jerusalén Eterna del más
allá, "para que Adán regrese a su lugar divino y así también
cada uno de sus descendientes, en sus millares, de todas las
familias, naciones, pueblos, linajes y reinos de la tierra".

Así pues, como sólo el Señor Jesucristo es el Árbol de la
vida eterna y única entrada de Adán para el paraíso y para el
reino de los cielos, así también para Israel; en otras
palabras, "sólo el Señor Jesucristo es la puerta, el camino,
la verdad y la vida, para entrar a la presencia de Dios en el
cielo". Porque fue el Señor Jesucristo quien fue crucificado
y muerto en las afueras de Jerusalén, en Israel, para que
todo aquel que desee entrar a la nueva vida eterna y conocer
cara a cara a nuestro Creador, "pues entonces sólo pase por
él, para que entre a La Nueva Jerusalén Celestial y así el
deseo de su corazón sea cumplido con justicia".

Y así también sólo el Señor Jesucristo pude ser la puerta de
entrada al cielo no sólo de cada nación, como en las afueras
de Jerusalén o del paraíso, sino de cada religión y de cada
familia, "para que por fin entren juntos a la nueva vida de
Dios y de su Jesucristo en el nuevo reino sempiterno de las
naciones eternas". Y, además de todos los seres vivientes que
han descendido del cielo y, por tanto el único que podía
cumplir cada palabra, cada letra y cada significado de cada
tilde de la Ley por ti hoy, como en la antigüedad, "es
Jesucristo crucificado a la puerta de Jerusalén"; pues
acéptalo tal cual, "para que entres a tu vida saludable,
libre de Satán".

Por ello, el Señor Jesucristo vivía y caminaba por todo
Israel, "como el Espíritu y la carne perfecta de Los Diez
Mandamientos no sólo para cumplirlos y honrarlos, sino
también para sanar y para levantar de los muertos a los que
creen en él", como su único y suficiente Salvador de sus
vidas; entonces Jesucristo es para ti hoy, pues recíbelo.
Porque las gentes sufren males y mueren diariamente por
razones del Espíritu de la Ley, el cual fue violado no sólo
por Adán, sino también por la humanidad entera, desde sus
primeros pasos de vida; y nuestro Señor Jesucristo viene cada
día a nosotros, "para cambiar este gran mal constante en
nuestras vidas, con la ley expiatoria de su sangre
asombrosa".

Sin demora, después de haber vivido y cumplido con el
Espíritu de la Ley, entonces el Señor Jesucristo les dijo a
sus discípulos: Todo lo que yo hago, ustedes también lo
pueden hacer, si tan sólo creen en sus corazones y así
confiesan con sus labios la verdad y el nombre glorioso de mi
Padre que está en los cielos. Porque todo aquel que invocare
el nombre del SEÑOR en los últimos días, infaliblemente será
salvo; porque los que invocan su nombre santísimo y salvador,
"entonces sus nombres son escritos en el acto de fe y de
oración, en el libro de la vida eterna del Cordero de Dios",
¡nuestro Señor Jesucristo!, para jamás ver la muerte sino
exclusivamente la vida eterna.

Pero para que esto sucediese en la vida de cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, entonces el Árbol
de Dios tenia que descender a nosotros "como carne sumamente
santa, para ser el unigénito, el Cordero Escogido, el sumo
sacerdote (el mediador fiel entre Dios y el hombre)", sentado
a la diestra de nuestro Creador en el cielo. Y sólo así
nuestro Padre Celestial podía hacer que cada ordenanza de Sus
Diez Mandamientos eternos sea cumplida e infinitamente
honrada no sólo en la vida gloriosa de su Hijo amado, nuestro
Árbol de la vida, "sino también en cada uno de los hijos e
hijas de Dios de todas las familias de las naciones de la
tierra, como hoy contigo".

Porque sólo así nuestro Creador puede literalmente formar un
remanente fiel a él y a su nombre bendito en su unigénito en
cada generación de las naciones, para establecer su reino
sempiterno, el cual no tendrá fin jamás, "porque existirá por
siempre lleno del Espíritu de la verdad y de la justicia
infinitamente cumplida en el Mesías de Los Diez Mandamientos,
¡Jesucristo!". Es por eso que muy bien puedes creer en tu
corazón y así confesar con tus labios, que nuestro Padre
Celestial le ha puesto fin al pecado y al ángel de la muerte
en tu vida, y sólo por amor único a tu mismo Árbol de vida
eterna del paraíso y de la tierra", ¡nuestro Salvador
Jesucristo!

Y esto es gracias a la obra asombrosa de su Cordero Escogido,
clavado infinitamente con su sangre expiatoria de los pecados
del mundo entero a los árboles cruzados de Adán y Eva sobre
la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en
Israel, "para que entres desde ya a tu verdadera vida", ¡La
Nueva Jerusalén Colosal del cielo! Porque sólo el Señor
Jesucristo es la puerta, el camino, la verdad y la vida, para
entrar desde ya a la nueva vida de La Nueva Jerusalén
Prometida del cielo a los antiguos, "para servirle a su Dios
y Fundador de sus vidas, únicamente en el espíritu y en la
verdad infinita de su Árbol de la vida", ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Muy pronto, los días vienen cuando cada tiniebla de Satanás y
de sus ángeles caídos no sólo dejaran de ser en el corazón y
en la vida de la humanidad entera, sino que también la tierra
será libre de ellas infinitamente; y esto es "infinitamente
poder sobrenatural del Espíritu de Los Diez Mandamientos
obrando vida y salud cada día para todos". Porque sólo éste
Espíritu divino cumplió y honrado únicamente en Jesucristo
podrá realmente hacer que Satanás y sus pecados de ídolos e
imágenes fundidas de mental desaparezcan del mundo entero por
completo, "para hacer al hombre infinitamente al fin libre
para el servicio honroso de su Dios y único Fundador de su
nueva vida eterna"; y esto es gloria inmortal presentemente.

Es decir, que cada vez se acerca más y más el día cuando
ninguna tiniebla podrá permanecer ni un sólo momento más en
la tierra, "por la presencia gloriosa y permanente del
Espíritu de Los Diez Mandamientos infinitamente cumplidos y
sumamente honrados a toda hora del día, en la vida de cada
hombre, mujer, niño y niña de toda la tierra". Y tú mismo, mi
estimado hermano y mi estimada hermana, tienes que estar
presente en éste día glorioso para Dios, como hoy mismo, para
ti y para los tuyos, e incluyendo a tus amistades de toda la
vida, también, " para que tu alma se goce infinitamente en tu
SEÑOR", ¡gracias al Espíritu de la Ley cumplido infinitamente
en Jesucristo!

Pues entonces el pecado habrá desaparecido enteramente con
Satanás y con sus malvados de siempre en el infierno, para no
volver hacer que el pecado nazca otra vez y perdure para
hacerle daño a nadie nunca más; pues finalmente la vida misma
será libre de Satanás, "para ahora gozar continuamente sólo
los frutos del Árbol de la vida", ¡nuestro Salvador
Jesucristo! Y esto seria la llegada del primer día del nuevo
paraíso terrenal, para que entonces nuestro Padre Celestial
pueda descender del cielo, como en la antigüedad con Israel,
libremente y sin la preocupación del pecado, para socializar
y, a la vez vivir con el hombre y los suyos, tal como siempre
lo deseo hacer así, desde la fundación de las cosas.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen
de fundición, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresión a la Ley perfecta de nuestro Padre Celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su prójimo!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
huérfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poniéndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dirá: '¡Amén!'

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y deshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Disponte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


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