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(IVÁN): JESUCRISTO ESCRIBE EL ESPÍRITU SANTO DE LA LEY EN NUESTROS CORAZONES:

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IVAN VALAREZO

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Aug 2, 2009, 1:10:09 PM8/2/09
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S�bado, 01 de agosto, a�o 2009 de Nuestro Salvador
Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoam�rica


(Cartas del cielo son escritas por Iv�n Valarezo)

(De nuestros corazones: el P�same santo para las victimas
espa�olas. Nuestro amor y p�same son para las dos victimas
del bombazo terrorista, el cual sufri� d�as atr�s toda
Espa�a, en su manera m�s cruel y cobarde, llena de fuego,
humo y destrozos por doquier en el lugar del crimen sin
sentido, cuando hicieron estallar los pistoleros a sueldo una
bomba donde hab�a ni�os.

Oramos por sus familiares y amistades y, con la ayuda de
nuestro Se�or Jesucristo, pedimos tambi�n por la seguridad de
sus compa�eros de la Guardia Civil, para que nuestro Padre
celestial los proteja poderosamente de cualquier otro ataque
sin valor alguno de honor, ni honra, ni dignidad Divina de
los malvados sin coraz�n humano en sus vidas extra�as.
Evidentemente se ve que los que causan dolor y muerte y
destrozos por doquier, no conocen nada del amor eterno de
nuestro Padre celestial ni de la gracia infinita de su
Jesucristo, porque act�an con tanta crueldad hacia toda vida
humana y sagrada del Esp�ritu Santo de los mandamientos
gloriosos y de vida eterna para Espa�a y para la humanidad
entera. Abandonen ya la maldad. Queremos que los ataques
cobardes paren por completo, en todo lugar, para que ni�os y
gente inocente, que no tienen nada que ver con su manera de
vivir, no sufran m�s sus amenazas y males crueles de
destrucci�n a toda vida sagrada para nuestro Padre celestial
y Fundador de nuestro esp�ritu humano que est� en los cielos.

Damos gracias, como todo amor y respeto, por las vidas de los
fallecidos, porque se levantaron al para�so para regresar a
su hogar eterno, en el seno de nuestro Padre celestial, de
donde salieron en el d�a de su creaci�n, para que vivan
felices siempre comiendo del fruto de la vida, �nuestro Se�or
Jesucristo!, para seguir viviendo infinitamente la vida
angelical. Que nuestro Padre celestial los bendiga
grandemente a todos y los libre de todo mal siempre del
enemigo cruel con los poderes sobrenaturales de su Esp�ritu
Santo, en el nombre glorioso de nuestro Se�or Jesucristo,
amen. )

JESUCRISTO ESCRIBE EL ESP�RITU SANTO DE LA LEY EN NUESTROS
CORAZONES:

Mois�s volvi� a nacer "como creyente de Jesucristo" en el
Esp�ritu Santo de los mandamientos sobre el Sina�, cuando
hablaba con el Se�or Jesucristo, como el Cordero de Dios que
libera a Israel de Egipto, para que sea su siervo fiel a �l,
as� como lo fue en su d�a su padre Abraham y con su hijo
Isaac, por ejemplo. Porque la voluntad eterna de nuestro
Padre celestial era de hacer a cada uno los hebreos tan fiel
a �l como su siervo Abraham, quien hab�a vuelto a nacer no
del esp�ritu de Ad�n sino del Esp�ritu Santo de la venida al
mundo, de su prometido, su Hijo Jesucristo, en Isaac mismo y
en su d�a como el unig�nito, por ejemplo.

Por fe, Abraham volvi� a nacer en su d�a, creyendo en
Jesucristo, cuando crey� a la palabra de nuestro Padre
celestial que le iba a dar un hijo del vientre est�ril de su
esposa Sara, y como le crey� a Dios de todo coraz�n, entonces
"le fue contado como justicia escrita en su coraz�n" con el
Esp�ritu Santo de los mandamientos. En otras palabras,
Abraham se salv� de la condena de todos sus pecados, porque
no solamente le crey� a Dios, cuando le prometi� a su Hijo
Jesucristo que nacer�a en su vida, del vientre muerto y sin
vida de Sara su esposa, como la misma Israel condenada para
siempre a la esclavitud cruel de Egipto y sin salvaci�n en
sus hijos.

Visto que, cuando Israel mor�a d�a a d�a entre sus verdugos
egipcios, como Sara mismo y sin hijos, entonces nuestro Padre
celestial les manifest� a su Hijo Jesucristo, quien ya viv�a
entre ellos invisiblemente, pero siempre en silencio orando
por su liberaci�n como su sumo sacerdote y, a la vez, como su
Cordero de la sangre del pacto eterno y libertador. Porque
para nuestro Padre celestial Sara, la esposa de Abraham, en
s�, era la misma Israel con su vientre est�ril sin poder dar
hijos libertadores jam�s, porque se encontraba bajo el poder
malvado de Satan�s en la esclavitud egipcia para no ser libre
ni menos ver la vida eterna, en la tierra ni menos en el m�s
all�, para siempre.

Pero como Mois�s no solamente vio a Jesucristo, sino que
tambi�n crey� en �l de todo coraz�n, as� como Abraham con su
esposa Sara est�ril en su d�a crey� grandemente, entonces
aqu� Mois�s naci� nuevamente del Esp�ritu Santo de los
mandamientos como el libertador de Israel de su cautividad
egipcia, pero s�lo con la sangre del pacto eterno, �nuestro
Salvador Jesucristo! Y nuestro Padre celestial los libera
grandemente primero de Egipto, con milagros y se�ales, para
llevarlos al fondo del mar Rojo, (rojo como la misma sangre
salvadora del Rey Mes�as), lo cual seria simb�licamente el
bautismo, derramamiento de la sangre santa y abundante del
Cordero Escogido de Dios que quita el pecado y su muerte de
sus vidas, para siempre.

Y con �ste ba�o de sangre santa, simb�licamente hablando, en
las profundidades del mar no solamente sepultaban sus vidas
esclavizadas y condenas injustamente al infierno, sino que
serian tan limpios para recibir por escrito en sus corazones,
como Mois�s mismo, el Esp�ritu Santo de la Escritura de los
mandamientos, para volver a nacer en la tierra prometida en
el tercer d�a. Y, por ello, luego el Se�or dice, pondr� el
Esp�ritu Santo de mis Diez Mandamientos en sus corazones para
que caminen por siempre pensando seg�n mi voluntad sant�sima
para con todos ellos y s�lo as� cumplir�n con mis decretos,
para ponerlos por obra cada d�a de sus vidas, por toda la
tierra.

Y nuestro Padre celestial les hablaba as� a los hebreos
posteriormente, porque ten�a en mente introducirlos en una
tierra gloriosa, en la cual, la iba a convertir en un para�so
terrenal, llena de milagros, maravillas, prodigios y de
se�ales sobrenaturales a cada hora no s�lo para todos ellos
sino tambi�n para las naciones. En la medida en que, para
vivir sagradamente en estas tierras divinamente escogidas
desde el cielo, entonces el hombre tiene que volver a nacer,
pero no del esp�ritu rebelde de Ad�n y Eva, sino del Esp�ritu
Santo de sus mandamientos, para que vivan en perfecta armon�a
con �l y con su Hijo Jesucristo, �el �rbol de la vida eterna!

Ya que, todos los que viven en el reino de los cielos, con
nuestro Padre celestial y con su �rbol de la vida eterna,
tienen que tener desde ya el Esp�ritu Santo de los
mandamientos escritos en sus corazones por el mismo dedo de
Dios, para que piensen por siempre bien todo lo que van a
hacer en sus vidas. Y esto es, sin duda alguna, como los
�ngeles mismos en todo lo que hacen d�a a d�a en su diario
vivir celestial, para gloria y para honra infinita del nombre
muy santo de nuestro Padre celestial y de su Hijo Jesucristo.

En vista de que, los que est�n llenos del Esp�ritu Santo de
los mandamientos ya no andan en contiendas ni en desacuerdos
de las cosas en el cielo o en la tierra, para siempre, porque
ya todo lo saben y todo lo conocen muy bien, gracias a la
llenura del Esp�ritu Santo de Dios, en sus corazones. En
verdad, nuestro Padre celestial quer�a tratar inicialmente a
todos los hebreos, empezando con el mismo Mois�s, como a sus
mismos �ngeles santos y fieles del reino angelical, para que
le sirviesen por siempre en el Esp�ritu y en la verdad
infinita de su Esp�ritu Santo de los mandamientos gloriosos,
glorificados grandemente s�lo en su Hijo Jesucristo, �el
Libertador de Israel!

Por cuanto, en su coraz�n glorioso s�lo deseaba verlos
felices y gozos como sus mismos �ngeles, querubines,
serafines, arc�ngeles y dem�s seres sant�simos y especiales
del cielo, como nuestro Se�or Jesucristo, su unig�nito, por
supuesto: Pues �sta felicidad le da m�s felicidad a su
coraz�n sant�simo en todo momento, para empezar a bendecir en
gran medida todo lo que ama mucho. Pero para que esto sea una
realidad en sus vidas hebreas, entonces los hebreos ten�an
que volver a nacer del mismo Esp�ritu Santo de sus
mandamientos, y esto era s�lo posible escribi�ndolos en sus
corazones, para que sus mentes est�n saturadas en todas sus
verdades, glorias y santidades infinitas, para que todo lo
que hagan en sus vidas siempre sea para bien.

Y para escribir en sus corazones, en sus mentes y en su
esp�ritu humano su bendici�n, entonces nuestro Padre
celestial ten�a que darles primeramente una vida sumamente
sant�sima de entre todos sus hermanos-una vida tan gloriosa
como la de los �ngeles o como la de su Hijo Jesucristo, la
cual es como la de �l mismo, �el Todopoderoso de Israel! Y
�sta vida ejemplar, santa, honrada, gloriosa, no se encuentra
en ning�n hombre de toda la tierra, sino s�lo en nuestro
Se�or Jesucristo; porque nuestro Se�or Jesucristo no
solamente sali� de nuestro Padre celestial sino tambi�n del
Esp�ritu Santo de los mandamientos, para confiarnos esa vida
que necesitamos tener, para regresar a Dios y a su reino
angelical para siempre.

�ste es aquel de quien Mois�s habl� siempre en Egipto y por
todo el camino a la tierra prometida de Israel, asegur�ndoles
a los hebreos de que iba a nacer de entre ellos mismos, el
Santo de Israel, el Todopoderoso de nuestro Padre celestial,
el Hijo de David, �el Cristo! Y s�lo a �l ten�an que o�r
pacientemente en todo lo que les ense�ar� en todos los d�as
de sus vidas y hasta a�n m�s all� del fin de todas las cosas,
ya sea en la tierra y hasta en el mismo reino angelical, para
hacer bien siempre todo para gloria y para honra eterna de
nuestro Padre celestial.

Aqu�, fue cuando Mois�s les declar� abiertamente y sin rodeos
a sus hermanos los hebreos, de que entre ellos mismos uno se
levantara que ser� como �l mismo, delante de nuestro Padre
celestial que est� en los cielos, para que los gu�e por
siempre hacia la vida eterna de La Nueva Jerusal�n santa y
gloriosa del cielo. Y �ste ser santo seria como "un Mois�s
nuevo", pero mucho m�s lleno del Esp�ritu Santo de los
mandamientos en su coraz�n y en todo su ser sant�simo, para
que vivan por sus huesos inquebrantables, por su carne santa
y por su sangre salvadora, en la tierra y en la vida infinita
de La Nueva Jerusal�n santa y gloriosa del cielo.

Es decir, para que los gu�e cada d�a de sus vidas con su
misma vida impecable por el camino de la verdad y la vida,
llena de milagros y de se�ales, asimismo como en sus d�as
Mois�s gui� a todo Israel fuera de Egipto para que pasase por
el bautismo de sangre roja del mar hacia la tierra prometida.
La tierra prometida de Dios a Abraham y sus hijos, la cual se
encontraba en el mismo desierto egipcio, esperando por ellos
desde la fundaci�n del cielo y de la tierra, para que la
poseyeran todos los hijos e hijas de Dios, los que hab�an
vuelto a nacer del Esp�ritu Santo de los mandamientos como
Mois�s mismo, en toda su humanidad personal.

O como nuestro Se�or Jesucristo tambi�n, por ejemplo, porque
nuestro Se�or Jesucristo naci� santo del vientre virgen de la
hija de David, para vivir su vida consagrada grandemente al
Esp�ritu Santo de los mandamientos, sino que tambi�n para
entrar desde ya a la vida eterna, de La Nueva Jerusal�n santa
y gloriosa del cielo, en donde todo es verdad cada d�a.
Adem�s, �sta tierra prometida a todo Israel por nuestro Padre
celestial a Abraham, Isaac y Jacob se alegr� grandemente
cu�ndo vio a Israel cruzar el r�o para entrar en su seno y,
por cierto, escogida por nuestro Padre celestial
primordialmente, para que su Hijo Jesucristo naciese en ella,
as� como �l mismo se lo hab�a anunciado a Mois�s
inicialmente.

Dado que, su Hijo Jesucristo iba a nacer no solamente del
vientre virgen de la hija de Sion, con los huesos
inquebrantables, la carne santa y la sangre del pacto eterno
llena de la nueva vida infinita de La Nueva Jerusal�n
celestial, sino que tambi�n entrar�a a Israel con el Esp�ritu
Santo de los mandamientos escrito en su coraz�n, para
siempre. Es decir, tambi�n que nuestro Se�or Jesucristo naci�
en Israel ya con la Escritura del Esp�ritu Santo de los
mandamientos en su coraz�n consagrado, para que, de este
modo, cada uno de sus hermanos hebreos y as� tambi�n cada
hombre, mujer, ni�o y ni�a de todas las naciones tambi�n
reciba por escrito el Esp�ritu Santo de los mandamientos, en
su coraz�n.

De otra manera, nuestro Padre celestial no pod�a jam�s darles
a los hebreos ni a nadie la Escritura del Esp�ritu Santo de
los mandamientos en su coraz�n, como se lo hab�a dado
inicialmente a Mois�s sobre lo alto del Sina�, para
convertirlo en un nuevo hombre con un nuevo coraz�n para �l y
para su gran obra sobrenatural para todo Israel.
Verdaderamente, fue nuestro Se�or Jesucristo a quien Mois�s
vio cara a cara sobre el Sina�, sin duda, para dialogar con
�l de todo lo que nuestro Padre celestial deseaba hacer con
Israel, y fue �l mismo y no otro quien escribi� con su dedo
el Esp�ritu Santo de los mandamientos en su coraz�n, para que
nazca de nuevo para el reino angelical.

Pues esto siempre fue lo mismo que nuestro Padre celestial
dese� hacer con Ad�n y Eva sobre todo lo alto del para�so
inicialmente, despu�s de haberlos creado en su imagen y
conforme a su semejanza celestial, para que el Esp�ritu de la
Escritura de los mandamientos siempre est� con ellos en todo
momento y as� tambi�n en sus descendientes, para siempre. Y,
hoy en d�a, nuestro Padre celestial desea hacer lo mismo
contigo, en l�neas generales, y as� tambi�n con cada uno de
todos tus hermanos, hermanas y parientes, para que no
solamente caminen a cada hora del d�a de un milagro a otro,
sino para que tambi�n crezcan espiritualmente a la estatura
de Dios y de su unig�nito, �nuestro Salvador Jesucristo!

Porque �sta es la meta de nuestro Padre celestial para con
cada uno de todos los hebreos y as� tambi�n para con cada
hombre, mujer, ni�o y ni�a de la humanidad entera, que la
Escritura del Esp�ritu Santo de los mandamientos sea escrita
por su mismo dedo glorioso en sus corazones, �invocando a
Jesucristo!, para que sean felices infinitamente. Adem�s, en
�sta tierra escogida por nuestro Padre celestial para su Gran
Rey Mes�as, el Hijo de David, iba a ser para que cada uno de
sus hijos e hijas sea llen� grandemente del Esp�ritu Santo de
sus mandamientos, pero escritos por su mismo dedo santo en
sus corazones y, adem�s, s�lo con la sangre bendita del pacto
eterno.

De otra manera, nuestro Padre celestial no pod�a jam�s
escribir el Esp�ritu Santo de sus mandamientos en sus
corazones, como se lo hab�a prometido inicialmente a su
profeta Ezequiel, por ejemplo, para que sus vidas cambiasen,
en un momento de fe y de oraci�n, para que ya no sean
rebeldes como Ad�n y Eva, sino creyentes como sus �ngeles del
cielo. Porque cuando nuestro Se�or Jesucristo se encontr� con
Mois�s sobre el Sina�, despu�s de haber hablado por unos
momentos con �l, entonces nuestro Se�or Jesucristo escribi�
el Esp�ritu Santo de sus mandamientos en su coraz�n, para que
vuelva a ser un nuevo hombre delante de Dios y de sus
hermanos los hebreos para la gran obra que tenia que cumplir
infinitamente.

Pues �ste mismo cambio espiritual, nuestro Padre celestial
deseaba hacer con cada hombre, mujer, ni�o y ni�a de todas
las familias de las doce tribus de Israel en Egipto, para que
dejen de ser rebeldes como Ad�n y, por ende, fieles a �l y a
su Jesucristo, por el desierto egipcio y ya viviendo en la
misma tierra prometida tambi�n. Porque si nuestro Padre
celestial lograba escribir el Esp�ritu Santo de sus
mandamientos gloriosos en sus corazones, con el esp�ritu de
fe y de gloria de su Hijo amado, el Hijo de David, entonces
muy bien nuestro Padre celestial pod�a comenzar a convertir a
toda la tierra de Israel en un para�so glorioso y celestial,
de una vez por todas.

Y esto seria, en realidad, una vida totalmente nueva y llena
de grandes milagros y maravillas de amor, paz, gozo,
hermandad y felicidad infinita no s�lo para los hebreos sino
tambi�n para la humanidad entera, para que ya no haya m�s
conflictos ni problemas de ninguna naturaleza, como guerras,
hambres, sequ�as, devastaciones, plagas y muertes de matanzas
incre�bles, por ejemplo. Milagrosamente, s�lo nuestro Padre
celestial puede cambiar todo esto en la tierra, pero
empezando con todo Israel, cuando la Escritura del Esp�ritu
Santo de los mandamientos sea realmente escrita por su propio
dedo en sus corazones, as� como lo hizo inicialmente con
Mois�s sobre el Sina� con Jesucristo para cambiar su vida a
una vida nueva y obediente a �l infinitamente.

Visto que, para esto nuestro Padre celestial los sac�
inicialmente de Egipto, para convertir a cada hombre, mujer,
ni�o y ni�a como Mois�s mismo, lleno del Esp�ritu Santo de
sus mandamientos en su coraz�n y sobre todo lo alto del
Sina�, para empezar una nueva vida santa y eterna, desde ya,
para convertir a la tierra en un para�so sin igual. En
realidad, de entre todas las familias de todo Israel s�lo a
Mois�s nuestro Padre celestial pudo convertirlo como a su
Hijo Jesucristo, sobre el Sina� y mucho antes de salir de
Egipto tambi�n hacia la tierra prometida, por ejemplo, en tan
s�lo en un momento de fe y de obediencia a �l por medio de
Jesucristo.

Adem�s, nuestro Padre celestial deseaba hacer lo mismo con
cada hebreo y con cada hebrea, para seguir bendiciendo
grandemente a las dem�s familias de las naciones, pero su
rebeli�n en contra de Mois�s y de nuestro Padre celestial lo
impidi� todo, desdichadamente, que fuese as� en sus d�as de
vida por el desierto y ya en la misma tierra de Israel
tambi�n. Y porque ninguno de ellos se dej� escribir el
Esp�ritu Santo de los mandamientos en su coraz�n, as� como
nuestro Padre celestial ya lo hab�a escrito en el coraz�n de
Mois�s, para cambiar su vida pecadora y desobediente a �l, a
una vida santa y obediente a su palabra y a su nombre santo,
entonces se enoj� grandemente para abandonarlos.

Y de tanto tratar con cada uno de ellos y no lograr su
objetivo divino y salvador para con ellos, entonces los
abandon� a la voluntad malvada de sus enemigos, para que sean
derrotados y as� perdiesen su protecci�n divina y cada una de
sus bendiciones que les hab�a otorgado durante los d�as de
sus vidas por el desierto egipcio. Ahora, esto no lo hizo as�
f�cilmente nuestro Padre celestial como si lo quisiese hacer
con mucho gusto, sino que la desobediencia de los hebreos era
tan grande y fuerte que �l ten�a que alejarse de ellos por
alg�n tiempo, para poder volver a empezar despu�s una vez
m�s, es decir, si se arrepent�an de su mala conducta para con
su Jesucristo. Porque s�lo Mois�s era Jesucristo para todo
Israel, para perd�n, bendici�n, salud y salvaci�n eterna,
delante de nuestro Padre celestial y del Esp�ritu Santo de
sus mandamientos.

Entonces cada vez que los hebreos se arrepent�an de sus
faltas delante de nuestro Padre celestial, entonces
Jesucristo regresaba a ellos fielmente para escribir su
Esp�ritu Santo en sus corazones con su mismo dedo que hab�a
escrito las primeras tablas de los mandamientos inicialmente
en el coraz�n de Mois�s, para hacerlo un nuevo hombre para �l
y para su gran obra salvadora. Pero no pasaba mucho tiempo,
cuando Israel nuevamente se volv�a a rebelar en contra de
Mois�s, lo cual resultaba en juicios y en castigos terribles
de enfermedades y hasta de muertes espantosas, en manos de
las naciones enemigas de su alrededor; y los hebreos mor�an
desprotegidos, porque les faltaba por escrito la escritura
del Esp�ritu Santo de los mandamientos en sus corazones.

En verdad, nuestro Padre celestial no lograba jam�s escribir
con su dedo santo su Esp�ritu Santo de los mandamientos en
sus corazones rebeldes a Mois�s (el Jesucristo del desierto
egipcio), a pesar de que hab�an visto a cada hora sus grandes
maravillas, milagros y hasta se�ales en los cielos y en la
tierra para ellos y no le obedec�an nunca. Para que, de este
modo, por fin le obedezcan y se dejen convertir, de una vez
por todas y para siempre, del esp�ritu rebelde de Ad�n y Eva
al Esp�ritu Santo de sus mandamientos, infinitamente
cumplidos y glorificados en su �rbol de la vida, nuestro
Se�or Jesucristo, el Hijo de David, �el Gran Rey Mes�as de
todos los tiempos!

Y as� pacientemente nuestro Padre celestial siempre trat� de
escribir repetidamente el Esp�ritu Santo de sus mandamientos
en sus corazones, pero los corazones rebeldes de los hebreos
y de las hebreas no se lo permit�an nunca; el �nico que si se
dej� escribir el Esp�ritu Santo de los mandamientos en su
coraz�n, para convertirse en un nuevo hombre para �l, fue
Mois�s. Por esta raz�n, nuestro Padre celestial no permiti�
jam�s que ninguno de ellos entrase a su tierra prometida,
prometida con mucho amor de Jesucristo a Abraham, Isaac y
Jacob, sino que les dej� que muriesen alrededor de su �dolo
fundido en oro al pie del Sina�, como el becerro sacrificado
que vieron anteriormente en las manos de Mois�s y con su
sangre salpicando.

S�lo los hijos e hijas de los que salieron de Egipto entraron
a la tierra prometida para poseerla, poseerla con sus muchas
y gloriosas bendiciones de cada d�a y sin fin de milagros,
maravillas y de se�ales en los cielos y en la tierra, en el
nombre sant�simo de su Gran Rey Mes�as, el Cristo, �el Hijo
de David! Y cuando la tierra prometida a Israel entendi� que
jam�s entrar�an en ella a los que nuestro Padre celestial
liber� de Egipto inicialmente, entonces se llen� de tristeza
que sus cielos dejaron de llover como antes y sus tierras
dejaron de dar de sus frutos en sus grandes abundancias hasta
nuestros d�as; todo cambi� dr�sticamente en todo Israel, en
aquel d�a inesperado.

Porque los hebreos que hab�an entrado en ella, las tierras
donde nuestro Se�or Jesucristo nacer�a del vientre virgen de
la hija de David, vivir�a su vida consagrada al cumplimiento
del Esp�ritu Santo de los mandamientos, revelar�a sus
maravillas para con su pueblo, morir�a por sus pecados para
resucitar en el tercer d�a para la vida eterna, no conoc�an a
su Salvador a�n. Es decir, sin duda, que algo inesperado
sucedi� en la tierra de Cana�n en aquellos d�as, porque dej�
de ser como antes, llena de generosas lluvias del cielo y
frutos de sus tierras, para alimentar a sus habitantes y
llenar sus almacenes de sus granos, por ejemplo; su
Jesucristo no estaba en los corazones de los que entraban a
Israel, desafortunadamente.

Entonces Israel que nuestro Padre celestial hab�a escogido
con tanto amor de Jesucristo para los hebreos refugiarse de
Egipto con sus ej�rcitos que llenaban la tierra, pues hab�an
quedado postrados alrededor del �dolo abominable al pie del
Sina�, ante los ojos de nuestro Padre celestial, pues sufr�a
grandemente la ausencia de su Jesucristo en sus corazones,
como hasta nuestros d�as, por ejemplo. Porque la verdad es
que la tierra prometida que nuestro Padre celestial les hab�a
prometido a Abraham, Isaac, Jacob y as� tambi�n a cada uno de
sus hijos que sal�an de la cautividad egipcia era, en s�, un
para�so no solamente lleno de bendiciones sin fin sino
tambi�n de legiones de �ngeles gloriosos, para el servicio
constante de la humanidad entera.

Porque todos los �ngeles, arc�ngeles, serafines, querubines y
dem�s seres muy santos del reino angelical, sirven a nuestro
Padre celestial, pero tambi�n est�n listos para bendecir y
ayudar en todo a los que ser�n herederos de la vida eterna
(los que tiene el Esp�ritu Santo de los mandamientos escritos
en sus corazones). Porque la verdad es que nuestro Padre
celestial quer�a hacer de Israel un para�so terrenal, mucho
mayor que el mismo para�so de Ad�n, lleno de milagros y de
prodigios para los hebreos y para las familias de las
naciones tambi�n; lo que tenia nuestro Padre celestial para
Israel era de gran extensi�n espiritual, si s�lo obedec�an a
Mois�s, su Jesucristo simb�lico.

Porque si los hebreos antiguos obedecen a Mois�s por todo su
camino por el desierto egipcio, as� como lo hab�an obedecido
para desatarse de su cautiverio egipcio, entonces tambi�n
hubiesen obedecido f�cilmente a nuestro Se�or Jesucristo, su
Gran Rey Mes�as, cuando lo vieran a �l cara a cara como a
Mois�s mismo, para cumplir con toda justicia y verdad
celestial en sus vidas. En la medida en que, el obedecer a
nuestro Se�or Jesucristo, como nuestro sumo sacerdote, como
nuestro Cordero de la sangre expiatoria, para nuestro Padre
celestial y as� tambi�n para sus �ngeles fieles y gloriosos
del reino angelical, en s�, es obedecer el Esp�ritu Santo y
obediente de los mandamientos, en la tierra y en el cielo,
para siempre.

Pero la historia es otra, como ya la conocemos por la
Escritura, porque los hebreos antiguos jam�s obedecieron de
buena voluntad a Mois�s en ninguna de sus palabras, y s�lo
obedec�an cuando nuestro Padre celestial se manifestaba en
contra de ellos con sus juicios, por culpa de sus rebeliones
en contra de su voluntad suprema, su siervo ungido como
Jesucristo, �Mois�s! Y los hebreos antiguos no pod�an jam�s
obedecer a Mois�s en ninguna de sus palabras, como Dios
manda, porque ninguno de ellos hab�a recibido en su coraz�n
por escrito de nuestro Padre celestial el Esp�ritu Santo de
sus mandamientos, es decir, que Mois�s era del Esp�ritu de
Dios cuando los hebreos segu�an siendo del esp�ritu de error
de Ad�n y Eva.

Y esto generaba un gran conflicto en todo lo que se dec�a o
hacia en la presencia de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo, su �ngel sagrado, con Mois�s y con los hebreos,
sin duda alguna, lo cual causaba que su ira sant�sima se
encendiera grandemente en contra de todo Israel para
abandonarlos a la voluntad malvada de sus enemigos. En
verdad, si los hebreos antiguos hubiesen tenido un poco de fe
para obedecer a la palabra de nuestro Padre celestial, en la
boca de Mois�s, entonces ellos perfectamente hubiesen nacido
del Esp�ritu Santo de los mandamientos, para no seguir
ofendi�ndole (a Mois�s/Jesucristo), sin duda alguna, y hasta
por fin as� entrar de lleno a la tierra prometida, sin
problemas.

Es decir, tambi�n de que si los hebreos antiguos obedecen
fielmente a la palabra de nuestro Padre celestial de la boca
de Mois�s, entonces ellos hubiesen recibido la Escritura del
Esp�ritu Santo de los mandamientos en sus corazones, para no
solo entrar a la tierra prometida sino tambi�n para ver
inmediatamente al Hijo de Dios y sin tropiezo alguno. Porque
si todos los hebreos reciben por escrito del dedo de Dios el
Esp�ritu Santo de los mandamientos, as� como Mois�s lo
recibi� inicialmente de nuestro Se�or Jesucristo en su
coraz�n sobre todo lo alto del Sina�, entonces nuestro Padre
celestial, sin demora, les hubiese otorgado a su Hijo
Jesucristo en persona por el vientre virgen de una de sus
hijas.

Porque esto era algo glorioso, por lo cual nuestro Padre
celestial lo hubiese hecho con todo Israel prematuramente,
pero si tan s�lo les hubiesen sido fieles a su siervo Mois�s,
quien no solamente era el ejemplo devoto de Jesucristo sobre
el Sina� y en Egipto, sino que tambi�n seria as� mismo como
nuestro Se�or Jesucristo literalmente paso a paso por todo
Israel posteriormente. En otras palabras, nuestro Padre
celestial hizo tan similar la vida de Mois�s a la de nuestro
Se�or Jesucristo no s�lo en todo Egipto d�as antes de su
escape, sino que tambi�n lo fue as� por todo el camino del
desierto, porque el Esp�ritu Santo de los mandamientos estaba
escrito en su coraz�n desde el Sina�, por la mano de Dios
mismo. Pues es el Esp�ritu Santo de los mandamientos escritos
en su coraz�n lo que cambia al hombre pecador para que sea
como Jesucristo-esto fue lo que le sucedi� a Mois�s sobre el
Sina�, sin duda alguna: el nuevo nacimiento espiritual y
salvador de Dios, para el alma viviente del hombre.

Y nuestro Padre celestial transform� el coraz�n de Mois�s
para que sea como el de su Hijo Jesucristo desde el primer
d�a del encuentro hist�rico sobre el Sina�, fue para que
todos los hebreos tambi�n sean convertidos como �l mismo,
como su Jesucristo, para que salieran de Egipto y entrasen en
tres d�as a la tierra prometida, pero libre de problemas. No
obstante, esto jam�s sucedi�, como lo revela la Escritura,
porque ninguno de ellos no solamente no recibi� por escrito
del dedo de Dios el Esp�ritu Santo de los mandamientos, sino
que tampoco le fue fiel como Mois�s a nuestro Padre celestial
por todo el camino a la tierra prometida a todo Israel, el
Israel de todos los tiempos.

Adem�s, por culpa de los hebreos antiguos, cuando Mois�s muy
bien pod�a entrar a la tierra prometida a sus padres, ya que
en su coraz�n estaba escrito el Esp�ritu Santo de los
mandamientos, nuestro Padre celestial no lo dej� entrar
tampoco, sino que muri� a las puertas de la misma para unirse
a sus padres posteriormente, en el m�s all�. Y nuestro Padre
celestial no dej� jam�s a Mois�s entrar a la tierra
prometida, aunque �l estaba limpio del esp�ritu abominable,
del becerro fundido en oro al pie del Sina�, fue para que los
hijos e hijas de los hebreos no lo convirtiesen a �l en uno
de sus �dolos abominables y de tropiezo despu�s de muerto.

Y as� la tierra de Israel no se contaminar�a jam�s con su
muerte y las adoraciones subsiguientes de todos los hebreos
hacia �l y su tumba; porque la tierra de Israel fue dada a
los hebreos para que nazca entre ellos su Hijo amado, por el
poder sobrenatural de su Esp�ritu Santo, del vientre virgen
de la hija de Sion. Y �ste Hijo de la hija de David tenia que
nacer en una tierra santa y libre de toda clase de adoraci�n
a �dolos, tumbas e im�genes, de patriarcas o de hombres de
renombre del pasado, para que as� no haya ning�n tipo de
contaminaci�n alguna hacia el sacrificio santo y supremo
sobre el monte santo de Jerusal�n y su resurrecci�n
sobrenatural.

Dado que, el sacrifico santo y glorioso sobre la cima del
monte santo de Jerusal�n tenia que ser libre de toda
contaminaci�n de Satan�s y de sus �dolos, tumbas e im�genes
de siempre, para que el Esp�ritu Santo de los mandamientos y
de su sangre sant�sima fluya para todo Israel y as� tambi�n
para todas las naciones su resurrecci�n inmortal. Y, adem�s,
para mantener �ste sacrificio santo y glorioso de su Hijo
amado sobre el monte santo de Jerusal�n, en todo Israel,
entonces los hebreos juntos con sus hijos e hijas ten�an que
ser llenos del Esp�ritu Santo de los mandamientos,
infinitamente cumplidos y glorificados por el Hijo de David,
�el Cristo!

Pero como los hebreos antiguos no solamente rehusaron
servirle a nuestro Padre celestial alrededor del sacrificio
santo y glorioso de su Hijo Jesucristo, quien hab�a muerto
por sus pecados y, a la vez, resucitado en el tercer d�a para
vida eterna, entonces tampoco pudo escribir su Esp�ritu Santo
en sus corazones, como lo hab�a hecho con Mois�s inicialmente
sobre el Sina�. Porque todo aquel que cre� en su coraz�n y
as� confiesa con sus labios el nombre santo del Hijo de Dios,
nuestro Se�or Jesucristo, entonces su nombre no solamente es
escrito en el libro de la vida en el cielo, sino que en su
coraz�n nuestro Padre celestial escribe con su dedo el
Esp�ritu Santo de los mandamientos para jam�s borrarlo.

Considerando que, as� como Mois�s recibi� en su coraz�n la
Escritura del Esp�ritu Santo de los mandamientos sobre todo
lo alto del Sina�, pues as� tambi�n cada hombre, mujer, ni�o
y ni�a de Israel y de las naciones de toda la tierra, sin
duda, tiene que recibir en su coraz�n la Escritura eterna del
mismo Esp�ritu Santo de los mandamientos glorificados. Por
esta raz�n, el sacrificio santo de nuestro Se�or Jesucristo,
como el sumo sacerdote de Dios y, a la vez, como el Cordero
Escogido de la sangre reparadora del pacto eterno, sobre los
�rboles clavados de Ad�n y Eva, tenia que permanecer santo y
libre de toda contaminaci�n de �dolos, tumbas, im�genes de
hombres de renombre del pasado hebraico.

Para que de esta manera no solamente siempre le sirviesen a
nuestro Padre celestial alrededor de su sacrificio de sangre
santa y salvadora sino tambi�n cada hombre, mujer, ni�o y
ni�a de todas las familias de las naciones del mundo entero,
para fin del pecado y el comienzo de una vida nueva y eterna,
llena de milagros y de maravillas sin fin. Entonces desde los
d�as de la antig�edad y hasta nuestros d�as han sido las
mentiras usuales y crueles de los malvados de Satan�s, los
que no solamente han mantenido a todo Israel lejos de su
sacrificio santo y eterno y de su resurrecci�n salvadora del
tercer d�a, sino que tambi�n a todos los dem�s hombres en
todas las familias de las naciones.

Realmente, siempre ha sido Satan�s con sus malvados de
siempre que ha oscurecido no solamente el gran escape de
Israel del cautiverio egipcio, sino que tambi�n ha oscurecido
la vida de nuestro Se�or Jesucristo entre todos ellos como el
�ngel del SE�OR, como el Salvador y gran Rey Mes�as de Israel
y de la humanidad entera, para matar el evangelio celestial.
Y esto es tambi�n que nuestro Se�or Jesucristo luego sigui�
viviendo entre todos los hebreos antiguos, como el sumo
sacerdote y Cordero de Dios que quita el pecado y sana sus
vidas de todos los males de cada d�a de sus vidas por el
desierto y hasta en sus mismas nuevas vidas encontradas al
fin, en la tierra del evangelio eterno, Israel.

Desdichadamente, todos estos males terribles que le
sucedieron a los hebreos antiguos, simplemente fue porque no
recibieron por escrito en sus corazones el Esp�ritu Santo de
los mandamientos, as� como Mois�s lo recibi� inicialmente del
SE�OR sobre el Sina� para nacer nuevamente y as� ser una
persona nueva, para Dios y para su gran obra sobrenatural de
creer en Jesucristo siempre. Porque para creer en nuestro
Padre celestial por medio de su Hijo Jesucristo, nosotros
tenemos que tan solamente invocar su nombre santo y milagroso
con nuestros labios, creyendo en nuestros corazones de que �l
es el Hijo de Dios, el evangelio antiguo y todopoderoso, para
perd�n de nuestros pecados y bendiciones infinitas para todas
las cosas que necesitemos de �l cada d�a.

Y, despu�s de todo, Satan�s quer�a a�n destruir por completo
la obra de nuestro Padre celestial no solamente con Mois�s y
los hebreos antiguos sino tambi�n con sus hijos y nuestro
Se�or Jesucristo en toda su nueva vida santa y gloriosa en
todo Israel, y esto lo lograr�a Satan�s contamin�ndolo todo
con mentiras y mucho m�s mentiras crueles que antes. Y esto
es de contaminar completamente el nacimiento santo y virgen
de nuestro Se�or Jesucristo y su vida consagrada al Esp�ritu
Santo de los mandamientos en todo Israel y, sobre todo,
contaminar el sacrificio de la sangre expiatoria y del pacto
eterno del evangelio, para que el pecado no termine jam�s ni
menos sus violencias infernales en contra de la humanidad
entera.

Pero antes que todo esto sucediese, entonces Satan�s no
solamente los iba a mantener alejados a los hebreos del
sacrificio santo y glorioso de nuestro Se�or Jesucristo,
sobre el monte santo de Jerusal�n, sino que tambi�n los iba a
crucificar a cada uno de ellos para as� oscurecer con sus
muertes la muerte y resurrecci�n gloriosa de nuestro Se�or
Jesucristo. Porque si Satan�s lograba crucificar a cada
hombre, mujer, ni�o y ni�a de todos los hebreos en todo
Israel, entonces qui�n iba a poder se�alar cu�l era el
verdadero sacrificio y sangre santa y salvadora de nuestro
Se�or Jesucristo delante de todas las naciones de la tierra,
para que sean redimidas de sus pecados al fin, como dice la
Escritura.

Adem�s, Satan�s tenia a los romanos listos para crucificar a
cada uno de los hebreos, si se daba la hora para hacerlo as�,
pues asimismo como lo hab�an hecho muchas veces con sus
hermanos, incluyendo a Jesucristo, pues lo har�an con el
resto de Israel tambi�n, sin demora, para que la gran obra
redentora de Dios muriese en un gran holocausto infernal.
Porque la verdad es que si Satan�s no pudo acabar con el Hijo
de Dios con sus mentiras crueles, como lo hab�a intentado
varias veces por el desierto y sobre lo alto del templo de
Jerusal�n, pues ahora s�lo le quedaba destruir con todo
intento de Dios de salvar a Israel y a la humanidad entera,
en un gran holocausto endiablado.

Porque la verdad es tambi�n que para Satan�s oscurecer la
verdad en la historia de la tierra, de Israel y as� tambi�n
en la mente de cada hombre, mujer, ni�o y ni�a de la
humanidad entera, era entonces simplemente crucificar a los
hebreos en todo Israel y as� por fin oscurecer para siempre
�ste gran sacrificio Salvador del Hijo de Dios. Porque si ya
no existe Israel, entonces Satan�s pod�a borrar para siempre
su nombre y los nombres de sus hijos de debajo del cielo y de
sobre toda la tierra tambi�n, para que jam�s se vuelvan a
mencionar su historia muy le�da, ni mucho menos invocar cada
d�a, el nombre bendito y salvador de su Hijo amado, �nuestro
Libertador Jesucristo!

Porque si Israel ya no existe sobre toda la tierra, entonces
tampoco se podr�a hablar jam�s a la humanidad entera del
�rbol de la vida, nuestro Se�or Jesucristo, para perd�n de
pecados y bendiciones sin fin de sanidades milagrosas, de
todas las enfermedades y de sus muertes terribles en la
tierra, en el infierno y el lago de fuego, por ejemplo. As�,
Satan�s hubiese acabado con la gran historia de Abraham,
Isaac, Jacob y sus descendientes en toda la tierra, para que
el evangelio eterno no se vuelva a mencionar jam�s ni menos
el nombre glorioso y sobrenatural de nuestro Salvador
Jesucristo, como el Hijo de Dios y �nico Gran Rey Mes�as
posible para Israel y para la humanidad entera.

(Sin duda, seria como el Holocausto europeo, cuando Satan�s
con sus malvados asesin� millones de jud�os y gentiles, por
igual, con el fin de exterminar de sobre toda la tierra no
s�lo a Israel sino tambi�n al evangelio eterno de nuestro
Padre celestial; y despu�s de consumado todo diab�licamente,
entonces negarlo cada d�a y hasta que la gente lo olvide
todo. Porque todos los ataques terribles que toda la
humanidad israel� ha sufrido a trav�s de los tiempos y,
especialmente en nuestra era, en si, como en Europa, ha sido
para no s�lo acabar con ellos sino con el evangelio del
perd�n y de la salvaci�n infinita del sacrificio del Hijo de
Dios, para perd�n y salvaci�n eterna del alma viviente del
hombre.

Porque es �sta salvaci�n eterna, de modo definitivo, la que
escribe cada d�a el Esp�ritu Santo de los mandamientos
obedecidos, cumplidos y glorificados grandemente por nuestro
Salvador Jesucristo en el coraz�n del hombre, de la mujer,
del ni�o y de la ni�a de Israel y de toda la tierra para
siempre, para gloria y para honra infinita de nuestro Padre
celestial. Por esta raz�n, Satan�s quiso destruir a Israel en
Egipto, por el desierto y as� tambi�n al Hijo de David en la
misma tierra de Israel con sus mentiras de siempre, para que
la Escritura del Esp�ritu Santo de los mandamientos del plan
de salvaci�n de nuestro Padre celestial no llegue jam�s a los
corazones de todas las familias de las naciones.)

Pero nuestro Padre celestial fue mucho m�s sabio que Satan�s
y, una vez m�s, los sac� con sus manos santas a los hebreos a
vivir en otras naciones, para esconderlos, para que Satan�s
no contaminase el sacrificio santo y salvador de nuestro
Se�or Jesucristo con la crucifixi�n de cada uno de sus
hermanos y de sus hermanas en todo Israel. Aqu�, nuestro
Padre celestial volvi� a liberar a Israel de una muerte
segura, para que sigan viviendo y hasta el fin no solamente
de toda vida humana en la tierra sino tambi�n del nuevo
milenio venidero, en el cual Dios mismo dejar� que su
Jesucristo viva con ellos a su lado, como lo dese� hacer as�
inicialmente en Israel, despu�s de Egipto.

Entonces hasta el fin de volver a encontrarse con su hermano
Jesucristo, en vida o en visi�n, quien no solamente naci�
santo del vientre virgen de la hija de David, sino que vivi�
su vida consagrada para obedecer infinitamente el Esp�ritu
Santo de los mandamientos, para que al fin sea escrito en sus
corazones con tan s�lo invocar su nombre todopoderoso. Porque
el mandato de nuestro Padre celestial hacia su Hijo amado,
nuestro Se�or Jesucristo, como Rey Mes�as de todo Israel y de
las naciones, es que no solamente �l tiene que escribir su
Esp�ritu Santo de los mandamientos en los corazones de sus
hermanos sino tambi�n de todos los dem�s hombres, mujeres,
ni�os y ni�as de la humanidad entera.

Porque, de una manera u otra, nuestro Padre celestial volver�
a Israel en paz, en cautiverio o en hostilidades, para que de
sus ruinas volver a llevar acabo lo que siempre so�� hacer
con Israel y sus habitantes, desde el comienzo de todas las
cosas en Egipto: un para�so terrenal, para gloria de su
nombre santo sobre todas las naciones de la tierra. Y as�, al
fin, vivir cada d�a feliz como con sus �ngeles fieles con
cada hombre, mujer, ni�o y ni�a de Israel y de las naciones
de la humanidad entera, con el Esp�ritu Santo de sus
mandamientos escrito en sus corazones eternos, los cuales
fueron grandemente glorificados, obedecidos y exaltados en
todo lo alto de Israel, �gracias a nuestro Salvador
Jesucristo!

Ahora, todos a leer cada d�a el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos delante de nuestro Padre celestial, para que
permanezca escrito en nuestros corazones, como �l quiere
desde siempre: y as� nos bendiga a cada hora con sus
milagros, maravillas y prodigios gloriosos al creer en
nuestros corazones e invocar con nuestros labios a su
Jesucristo. Porque el creer en el coraz�n e invocar con
nuestro labios al Hijo de Dios, nuestro Se�or Jesucristo, en
s�, es cumplir para siempre con toda verdad, justicia y
santidad infinita de nuestro Padre celestial guardada en el
Esp�ritu Santo de sus mandamientos de bendiciones sin fin y
de vida eterna sin igual para Israel y para las naciones por
igual.

El amor (Esp�ritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su
Jesucristo es contigo.


�Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


D�gale al Se�or, nuestro Padre celestial, de todo coraz�n, en
el nombre del Se�or Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Se�or. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, tambi�n, para
siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Se�or Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad d�a y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'�Maldito el hombre que haga un �dolo tallado o una imagen
de fundici�n, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresi�n a la Ley perfecta de nuestro Padre celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'

"'�Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su pr�jimo!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que desvi� al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
hu�rfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que a escondidas y a traici�n hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'

"'�Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poni�ndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dir�: '�Am�n!'

LOS �DOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los �dolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre celestial y de su
Esp�ritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
�sta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quiz� que
el fin de todos los males de los �dolos termine, cuando
llegues al fin de tus d�as. Pero esto no es verdad. Los
�dolos con sus esp�ritus inmundos te seguir�n atormentando
d�a y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males est� aqu� contigo, en
el d�a de hoy. Y �ste es el Se�or Jesucristo. Cree en �l, en
esp�ritu y en verdad. Usando siempre tu fe en �l, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los �dolos y de sus huestes de
esp�ritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos tambi�n, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de d�a en d�a
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus �ngeles santos. Y t� con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oraci�n, cada tilde, cada
categor�a de bendici�n terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada se�or�o, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del d�a de hoy y de
la tierra santa del m�s all�, tambi�n, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, �el Se�or Jesucristo!, �El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

S�LO �STA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la �nica ley santa de Dios y del Se�or Jesucristo en
tu coraz�n, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo as�, desde los d�as de la antig�edad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendr�s otros dioses delante de m�".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te har�s imagen, ni ninguna semejanza
de lo que est� arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinar�s ante ellas
ni les rendir�s culto, porque yo soy Jehov� tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generaci�n de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomar�s en vano el nombre de Jehov�
tu Dios, porque �l no dar� por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acu�rdate del d�a del s�bado para
santificarlo. Seis d�as trabajar�s y har�s toda tu obra, pero
el s�ptimo d�a ser� s�bado para Jehov� tu Dios. No har�s en
ese d�a obra alguna, ni t�, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que est�
dentro de tus puertas. Porque en seis d�as Jehov� hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
repos� en el s�ptimo d�a. Por eso Jehov� bendijo el d�a del
s�bado y lo santific�".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus d�as se prolonguen sobre la tierra que Jehov� tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometer�s homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometer�s adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robar�s".

NOVENO MANDAMIENTO: "No dar�s falso testimonio en contra de
tu pr�jimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciar�s la casa de tu pr�jimo; no
codiciar�s la mujer de tu pr�jimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
pr�jimo".

Entr�gale tu atenci�n al Esp�ritu de Dios y d�shazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, tambi�n. Hazlo as� y sin m�s demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
�dolos y de sus im�genes de talla, aunque t� no lo veas as�,
en �sta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
tambi�n. Y t� tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los d�as de la antig�edad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el d�a de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que s�lo �l desea ver vida y vida en
abundancia, en cada naci�n y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Se�or
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oraci�n de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACI�N DEL PERD�N

Padre nuestro que est�s en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo as� tambi�n en la tierra. El pan nuestro de cada d�a,
d�noslo hoy. Perd�nanos nuestras deudas, como tambi�n
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentaci�n, mas l�branos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Am�n.

Porque s� perdon�is a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
celestial tambi�n os perdonar� a vosotros. Pero si no
perdon�is a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonar�
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Se�or Jes�s dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR M�". Juan 14:

NADIE M�S TE PUEDE SALVAR.

�CONF�A EN JES�S HOY!

MA�ANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MA�ANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL D�A DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
�ste MUNDO y su MUERTE.

Disp�nte a dejar el pecado (arrepi�ntete):

Cree que Jesucristo muri� por ti, fue sepultado y resucito al
tercer d�a por el Poder Sagrado del Esp�ritu Santo y deja que
entr� en tu vida y sea tu �NICO SALVADOR Y SE�OR EN TU VIDA.

QUIZ�S TE PREGUNTES HOY: �QUE ORAR? O �C�MO ORAR? O �QU�
DECIRLE AL SE�OR SANTO EN ORACI�N? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios m�o, soy un pecador y necesito tu perd�n. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi coraz�n y a mi vida, como mi SALVADOR.

�Aceptaste a Jes�s, como tu Salvador? �S� _____? O �No
_____?

�Fecha? �S� ____? O �No _____?

S� tu respuesta fue S�, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada d�a para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los d�as en el nombre de JES�S. Baut�zate
en AGUA y en El ESP�RITU SANTO DE DIOS, adora, re�nete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los dem�s.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecost�s o pastores del
evangelio de Jes�s te recomienden leer y te ayuden a entender
m�s de Jes�s y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos est�n disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librer�a cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librer�as cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros est�n a tu disposici�n, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer m� libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre celestial y de su
Hijo amado y as� comiences a crecer en �l, desde el d�a de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusal�n d�a a d�a y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque �sta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvaci�n eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Esp�ritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusal�n". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, dir� yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusal�n". Por causa de la casa de Jehov� nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: implorar� por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Esp�ritu de Dios a toda la humanidad, dici�ndole y
asegur�ndole: - Qu� todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehov� de los Ej�rcitos, �el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
coraz�n, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


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