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(IVÁN): EL QUE ESTÁ EN JESUCRISTO ES UN INFANTE DEL CIELO PARA DIOS

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IVAN VALAREZO

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May 31, 2008, 11:25:39 AM5/31/08
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Sábado, 31 de mayo, año 2008 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)


EL QUE ESTÁ EN JESUCRISTO ES UN INFANTE DEL CIELO PARA DIOS:

De modo que sí alguno está en el Señor Jesucristo, es un
recién nacido para nuestro Padre Celestial y para su Espíritu
Santo que están en los cielos; las cosas viejas pasaron al
olvido eterno, para jamás volver a ser recordadas; he aquí
todas son hechas nuevas en Cristo Jesús, Señor nuestro,
exclusivamente para los que aman a su Creador Celestial. Y
sin el Señor Jesucristo nada podrá volver a ser nuevo para el
hombre delante de Dios en el paraíso, en la tierra y así
también en el nuevo reino venidero, eternamente y para
siempre.

Por lo tanto, el plan de Salvación de nuestro Padre Celestial
para Adán y para cada uno de sus descendientes, comenzando
con Eva, "era simplemente que tenia que volver a nacer del
Espíritu de la Ley divina del paraíso y del nuevo reino
celestial, para entrar a la vida eterna". Y sin este nuevo
nacimiento voluntario y personal de cada uno de sus hijos e
hijas, entonces no podían jamás no sólo permanecer a vivir
sus vidas normales del paraíso, sino que también jamás
podrían ser parte de la nueva vida venidera.

Cómo en la nueva vida infinita de La Nueva Jerusalén Santa y
Gloriosa del cielo, por ejemplo, con tan sólo volver a nacer,
en un momento de fe y de obediencia a nuestro Padre Celestial
y a su Espíritu Santo, al comer del fruto de vida eterna del
Árbol de la vida, su Hijo amado, ¡nuestro Señor Jesucristo!
Y, por ello sin esta comida celestial del Árbol de Dios,
"entonces Adán ni ninguno de sus descendientes podía hacer
jamás del cielo su morada infinita, ni mucho menos conocer el
verdadero amor de Dios al verle a Él cara a cara", tal cual
como siempre su Hijo le ha conocido desde la antigüedad.

Por cuanto, para llegar a alcanzar no sólo la gloria de vivir
en el cielo, sino de conocer al misma tiempo el Creador del
cielo y de la tierra, "entonces se requiere vivir en el
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos de Dios", totalmente
honrado por el Espíritu de una sangre santa, poderosa, feliz
y expiatoria, como la de Jesucristo. Porque sólo el Señor
Jesucristo es el cumplimiento cabal del Espíritu de Los Diez
Mandamientos en el paraíso, en la tierra y así también en la
nueva era venidera del nuevo reino celestial; porque, además,
"sólo el Señor Jesucristo es la vida perfecta de Los Diez
Mandamientos divinos de Dios, eternamente y para siempre".

O también podríamos decir que la vida de Los Diez
Mandamientos es el Señor Jesucristo o el gran rey Mesías de
todos los tiempos, el Ángel del Señor o el Hijo de David, por
ejemplo. Porque sólo el Señor Jesucristo, para nuestro Padre
Celestial y para toda su verdad y justicia infinita y, además
de todo redentora, "es el Espíritu glorioso e infinitamente
cumplido de Los Diez Mandamientos eternos en su corazón santo
y así también en el corazón de cada hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera".

En vista de que, mayor Espíritu del Señor Jesucristo para
agradar el corazón santísimo de nuestro Padre Celestial y, a
la vez, el corazón del hombre y de la mujer de todas las
familias de las naciones de toda la tierra, en verdad, no
existe otro igual, en el cielo ni menos en la tierra, para
siempre. Entonces el que ama el Espíritu de la Ley de Dios y
de Moisés, "en realidad está amando al Señor Jesucristo en lo
íntimo de su corazón y de su espíritu humano, como Dios
manda, para gloria y honra de nuestro Padre Celestial en la
tierra y en el cielo, para siempre".

Y esto es ya el engrandecimiento del espíritu de la paz y de
la felicidad insondable del corazón sagrado de nuestro Padre
Celestial, de su Espíritu Santo y así también de sus huestes
angelicales del cielo y del hombre y de la mujer de fe, de
toda la tierra, por ejemplo. Por lo tanto, sin el Señor
Jesucristo en el corazón de Adán y así también de cada uno de
sus descendientes, en sus millares, en el paraíso y en la
tierra, "entonces nuestro Dios no puede jamás comenzar la
nueva vida eterna de la nueva ciudad celestial"; y esto no
sólo es tristeza para el cielo, sino para la tierra también.

En la medida en que, es totalmente imposible comenzar la
nueva vida eterna en el corazón y en la vida del hombre, de
la mujer, del niño y de la niña de la humanidad entera, "sí
el Espíritu de Los Diez Mandamientos no ha sido cumplido
cabalmente en su vida espiritual, por medio de la invocación
del Señor Jesucristo". Y estas son profundas tinieblas de
males terribles de Satanás y de su espíritu de error por
todos lados, en la vida del hombre de toda la tierra,
comenzando por los lugares altos y celestes del más allá,
como el paraíso, por ejemplo, "porque fue ahí en donde empezó
el pecado del hombre para mal eterno de muchos
lamentablemente".

Porque todos los que están en el espíritu de error de Adán,
ciertamente van camino hacia la condena eterna de la muerte
del fuego perpetuo del infierno y del lago de fuego también,
"para jamás volver a tener la oportunidad de ver la nueva
vida eterna de Dios y del Árbol de la vida", ¡nuestro Señor
Jesucristo! Y éste camino es ancho y lleno de muchos placeres
mundanos de la vida pecadora y rebelde al nombre sagrado de
nuestro Padre Celestial y de su Hijo amado, ¡nuestro Salvador
Jesucristo!; pero el camino al cielo, sin duda alguna, "es la
verdad y la misma vida de nuestro Señor Jesucristo".

Es por eso que era indispensable para Adán comer del fruto
del Árbol de la vida, cuanto antes mejor, no sólo para él
mismo sino también para todo su linaje humano, para que así
comience a vivir desde ahora la vida infinita del cielo, "tal
cual como Dios los había creado para esta gran obra celestial
de sus manos santas". Porque la nueva vida infinita del nuevo
reino sempiterno, en el transcurso del tiempo, es una obra
santa, gloriosa y justa de nuestro Padre Celestial y de su
Espíritu Santo para vivir por fin eternamente con sus huestes
angelicales, "y el hombre es una de sus partes muy
importantes, si no la más importante de todas ellas, con toda
seguridad".

Ya que de Adán y de sus hijos, el paraíso y así también la
tierra y los demás lugares creados por nuestro Padre
Celestial, por su Espíritu Santo y por su Hijo amado, nuestro
Señor Jesucristo, "iban a ser poblados de pueblos, naciones y
reinos para que por fin conozcan a su Creador y a su único
nombre salvador del cielo". Y este nombre salvador de nuestro
Padre Celestial, en el cielo y así también en toda la tierra,
es el de su Hijo amado, ¡nuestro Señor Jesucristo!, "para
hacer a las naciones y sus familias junto con sus religiones
autóctonas volver a nacer en el Espíritu Sagrado de las
ordenanzas eternas del cielo".

Por lo tanto, mayor nombre santísimo de nuestro Padre
Celestial, lleno de vida y de salud eterna de milagros,
maravillas y de prodigios sobrenaturales, para el paraíso y
para toda la tierra de la humanidad entera, no hay otro
igual, eternamente y para siempre, "para por fin despertar,
sanar y así librar al hombre de su muerte segura del
infierno". Es por eso que nuestro Padre Celestial nos ha
dado, nos ha confiado, sin escatimar nada de Él mismo, su
nombre muy santo, lleno de los dones de su Espíritu Santísimo
de su Ley viviente, "para que escapemos la muerte del más
allá y así sigamos viviendo entonces nuestras nuevas vidas
infinitas, aún más allá de lo imposible".

Para que todo aquel que invoque su nombre antiguo y
misterioso, entonces al instante, como en un momento de fe y
de oración, escape cada una de las más terribles tinieblas de
Satanás y de sus ángeles caídos, para librar su alma preciosa
de muchos males y enfermedades terribles y, sobre todo, de la
muerte segura y cruel del infierno. Porque sólo nuestra fe,
basada en el Espíritu de la vida y de la sangre expiatoria de
nuestro Salvador Jesucristo nos puede librar de los males de
la tierra y así también de los del mundo de los muertos, como
del ángel de la muerte; por ende, "sin el nombre del Señor
Jesucristo, entonces nadie puede tener vida alguna jamás".

Dado que, para nuestro Creador, el vivir en perfecta santidad
del Espíritu de Sus Diez Mandamientos es, en si, sin duda
alguna, el haber comido ya del fruto del Árbol de la vida
eterna, su gran rey Mesías, ¡nuestro Salvador Jesucristo!; de
otra manera, "no podemos vivir en paz con Dios, ni menos
gozar ninguna de sus bendiciones infinitas para siempre". Y
esto es de miedo espantoso, para no decir más, que nuestro
Padre Celestial esté airado constantemente con cada uno de
nosotros en el reino de los cielos, porque no podemos honrar
el Espíritu de sus ordenanzas sagradas en nuestros corazones,
"ya que el Espíritu de su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, no está en nuestro diario vivir como debe ser".

Y este es un pecado mortal de cada día, el cual no sólo ha
destruido a muchas vidas ingenuas y engañadas, sino que
también han muerto perdidos en las profundas tinieblas de
Satanás y de sus ángeles caídos en sus corazones atormentados
por sus propios males, "porque viven lejos de toda verdad y
justicia cumplida de las ordenanzas celestiales sólo en
Jesucristo". Además, nuestro Padre Celestial no desea ver el
sufrir constante de Satanás en el corazón ni menos en la vida
preciosa de ninguno de sus hijos e hijas, "sino la felicidad
y la alegría infinita de su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, al tan sólo creer en su nombre santo para ser
librarse de muchos males ocultos, por ejemplo".

Porque todos los que hemos nacido del espíritu de la vida y
de la sangre pecadora y rebelde de Adán, sin duda alguna,
"somos rebeldes infinitamente no sólo a nuestro Padre
Celestial, sino también al Espíritu y a cada palabra de
nuestro fruto del Árbol de la vida del paraíso y de la nueva
era venidera", ¡nuestro Señor Jesucristo! Por ello, tenemos
problemas en nuestras vidas y los enemigos gratuitos no nos
faltan jamás, y hasta aún de los que menos pensamos, porque
el espíritu de error de Adán en nuestras vidas, "infelizmente
atrae las tinieblas junto con los males de otros, para añadir
más aflicción y dolor a nuestras vidas, ya agobiadas por los
males comunes de cada día".

Porque el espíritu de error de Adán en nuestras vidas de cada
día atrae, muchas veces sin que nos demos cuenta de nada,
como piedra magnética, tinieblas escondidas y traicioneras de
gente que jamás pensamos conocer en nuestras vidas de tierras
lejanas, "para añadir más mal a nuestras almas infinitas ya
agobiadas por la rivalidad terrible de Satanás". Y
Satanás nos envidia terriblemente, porque somos la gloria de
Dios, "como que somos, por ejemplo, sin duda alguna, la misma
imagen y semejanza celestial y perfecta de su Árbol de vida
eterna del nuevo reino venidero, para no pecar jamás, sino
sólo vivir en la paz y la felicidad eterna del cielo". Es por
eso que tenemos que volver a nacer del Espíritu Santo de Los
Diez Mandamiento cumplidos en la vida y la sangre expiatoria
del Señor Jesucristo, "para escapar el espíritu de error y de
rebelión de Adán y Eva hacia Dios y hacia su gran rey Mesías
de todos los tiempos, el Hijo de David", ¡nuestro Señor
Jesucristo!

De otra manera, no podremos jamás escapar nuestras propias
tinieblas de siempre, ni muchos menos las tinieblas de otras
gentes, sino que moriremos cada vez más, como cada día que
viene a nuestros días de vida por toda la tierra, para
oscurecer aun más que antes nuestros corazones en las más
profundas tinieblas de Satanás y de su infierno sin
compasión. Entonces si somos rebeldes a nuestro Padre
Celestial y a su Jesucristo, por inicio, "pues moriremos
indefectiblemente en este mismo espíritu de error y de
rebelión eterna de Adán y de Eva hacia nuestro Salvador
celestial y hacia cada una de sus muy ricas bendiciones
infinitas", para jamás conocer la felicidad añorada de
nuestros corazones y de nuestras almas eternas.

En verdad, esta es una muerte cruel de nuestros corazones y
de nuestras almas eternas, de la cual nuestro Padre Celestial
está haciendo todo lo posible y hasta lo imposible también,
"para redimirnos de sus males escondidos y terribles, por
medio del Espíritu sagrado de la vida y de la sangre
expiatoria de su Hijo amado", ¡nuestro Señor Jesucristo!
Porque "éste espíritu de rebelión", el cual comenzó en el
paraíso, en el día que Adán y Eva comieron del fruto del
árbol de la ciencia del bien y del mal, cuando no estaban
supuestos a comer de él, "es eterno en el corazón de cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera para muerte
segura, en el infierno".

Y, por lo tanto, es éste mismo espíritu de error hacia el
fruto del Árbol de la vida del paraíso y de La Nueva
Jerusalén Colosal, "el cual te hace no sólo pecar día y noche
y sin cesar ante nuestro Creador, sino que es el mismo
espíritu rebelde, el cual te lleva hacia tu día final en el
infierno tormentoso". Es por eso que estamos llamados, por
nuestro Creador y por su Espíritu Santo, a escapar éste
terrible mal de nuestras vidas, "el cual empezó,
desdichadamente, en el corazón de Eva y luego se regó hacia a
Adán y cada uno de sus descendientes en toda la tierra" (como
hoy en día contigo y conmigo, para morir atormentados en el
infierno).

Además, nuestro Padre Celestial no nos forma en sus manos
santas, para que seamos esclavos del pecado y de sus muchos
males eternos, ni víctimas del ángel de la muerte ni mucho
menos propiedad personal para los caprichos de Satanás, "sino
que nos creo en su imagen y conforme a semejanza gloriosa
para vivir infinitamente en La Nueva Jerusalén Celestial". Es
por eso que, hoy en día, tenemos una entrada asegurada en el
libro de la vida, para entrar a la vida eterna en la tierra y
en el paraíso de nuevo, "y esta vez para quedarnos con Él,
porque hemos vuelto a nacer del Espíritu cumplido por
Jesucristo de la Ley divina, para sólo conocer el bien
eterno".

Por ello, desde ahora en adelante, estamos en el Señor
Jesucristo, viviendo confiados, para sólo recibir el bien del
cielo y de su Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, para
que nos supla cada una de nuestras necesidades, "y sin que
jamás nos falte su favor ni su protección constante de
nuestro Padre Celestial y Fundador de nuestras vidas
eternas", ¡el Todopoderoso! Porque nuestro Padre Celestial es
el Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y de todas
sus cosas, "y su Hijo amado es el único Árbol de la vida
eterna del paraíso, de la tierra y así también de La Nueva
Jerusalén Santa y Perfecta del cielo", ¡nuestro Salvador
Jesucristo!

Entonces nuestro Hacedor piensa en nuestro bienestar día y
noche y, simultáneamente, se preocupa mucho por cuando nos ve
vulnerable ante los ataques crueles del pecado y de Satanás,
"para que jamás recibamos en nuestras vidas el Espíritu de la
sangre santísima y expiatoria de nuestro Señor Jesucristo,
para sólo entonces comenzar a entender toda verdad y justicia
salvadora". Ciertamente, Satanás es un mentiroso y cobarde
ante toda verdad y justicia salvadora de nuestro Padre
Celestial y de su Jesucristo para bien de Israel y de las
naciones de la tierra; por lo tanto, "nuestro Dios conoce muy
bien a los malvados y inescrupulosos, para darles su merecido
en su día y en su hora, sin más tardar".

Entonces "si amamos a Dios y a su Ley santísima, pues
entonces amamos de verdad al Espíritu Salvador de su Hijo
amado, nuestro Señor Jesucristo, aunque no lo hayamos visto
aún, como los antiguos lo vieron cara a cara, por ejemplo",
cuando ministraba a las multitudes de Israel para sanar sus
cuerpos y liberarlos de las tinieblas de Satanás. Porque es
el Espíritu de la sangre expiatoria, la cual es viviente,
llena de poderes del cielo y de la tierra y, por tanto, nos
llena de las bendiciones de nuestro Dios "para entonces
nosotros poder alejarnos de las tinieblas y así empezar una
nueva vida maravillosa, como la que él quiere, llena del
conocimiento sagrado de su Jesucristo".

Porque el que conoce al Señor Jesucristo, "entonces para
nuestro Creador ha vuelto a nacer para él y para su nueva
vida infinita, llena de su Espíritu Santo, el cual es para
cada uno de nosotros", en nuestros millares, en toda la
tierra, el gozo, el poder, la gloria, la santidad y la salud
que necesitamos diariamente y para siempre. Porque con el
Espíritu del Señor Jesucristo instalado en nuestros
corazones, entonces estamos con Dios para crecer siempre en
muchos de sus atributos gloriosos y espirituales de nuestras
vidas, "para sólo conocer el amor de las cosas siempre"; pero
sin el Señor Jesucristo, "entonces estamos con Satanás y
lejos de toda verdad y justicia celestial y salvadora, para
nuestras almas infinitas".

Y esto es una muerte cruel y segura en la tierra y en el
infierno también, eternamente y para siempre; por ello,
nuestro Dios está luchando cada día junto con su Espíritu de
amor eterno en contra de Satanás, "para que este mal no sea
una realidad jamás para ninguno de sus hijos e hijas de todas
las familias de la tierra". Es decir, que si estamos con
Satanás, como desde cuando nacimos en la carne y la sangre de
nuestros padres, "entonces estamos lejos de Dios por culpa
del pecado de Adán y Eva del paraíso, para seguir pecado para
siempre desastrosamente; pero si recibimos al Señor
Jesucristo, "entonces estamos vivos antes Dios, para ser
árboles de buen fruto a cada instante".

Porque las manos de nuestro Dios nos crea en su imagen y
conforme a su semejanza celestial, para ser siempre el bien
de todos, y más no para que seamos el mal de nadie jamás; es
decir, que estamos llamados por Dios ha estar siempre en el
espíritu del Señor Jesucristo y más no en el espíritu de
error de Adán. Porque si nuestro Salvador Jesucristo es el
Árbol de la vida del paraíso y del mundo entero, pues
nosotros también, tal cual como él mismo, "para ser
infinitamente árboles de vida y de bendición eterna no sólo
para los nuestros, sino potencialmente para cada familia de
las naciones, para jamás sufrir el mal eterno, sino gozar por
siempre del bien angelical".

Porque todos los que están en el Señor Jesucristo, pues son
los verdaderos árboles del paraíso, para dar por siempre
frutos de salud y de bendición eterna para todos, en toda la
creación de Dios; pero si permanecemos en el espíritu de
error de Adán y Eva, entonces somos instrumento de Satanás,
para destrucción y muerte eterna en el infierno. Y nuestro
Dios no nos creo, para que seamos el mal favorito de Satanás,
sino para el bien eterno de su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo; "porque sólo nuestro Señor Jesucristo es la
alegría eterna del corazón de Dios y así también de cada uno
de nuestros corazones, en la tierra y en la eternidad
infinita".

Y esta alegría infinita del Señor Jesucristo no tiene
principio ni fin, sino que desde siempre y para siempre ha
existido en el corazón de Dios, en su Espíritu Santo y en
cada uno de sus ángeles fieles a él y a su nombre santo, y
así pues también hoy en día con nosotros de todas las
familias de la tierra. Es decir, si tan sólo creemos en el
Señor Jesucristo en nuestros corazones y confesamos su nombre
santísimo y misterioso con nuestros labios, pues seremos
felices eternamente y para siempre; "y esto es para volver a
nacer no en el Espíritu quebrantado de la Ley divina, sino
del Espíritu infinitamente cumplido de la Ley celestial en
nuestro Salvador Jesucristo".

Por lo tanto, si hemos vuelto a nacer del Espíritu de Dios, y
ya no vivimos en el espíritu de error, "pues entonces todas
las bendiciones del cielo y de la tierra vienen una a una a
nosotros, cada vez que la necesitemos para nosotros o para
los nuestros, por ejemplo, en cualquier lugar de toda la
tierra". Y sí esto es así con cada uno de nosotros, de
acuerdo a la voluntad perfecta de nuestro Creador y de su
Espíritu Santo, gracias al nacimiento sin pecado y vida
gloriosa y fructífera del Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos, "pues entonces tenemos que vivir en el Espíritu
de Jesucristo cada día, para gozar de muchos favores del
cielo siempre".

Porque el favor de Dios está siempre presente únicamente con
los que están viviendo día a día en el Espíritu del Señor
Jesucristo, y más no los que están viviendo en el espíritu de
error y rebelde en contra de toda verdad y justicia infinita
de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo, por ejemplo. Y
sí esto es así, pues entonces tenemos que huir del espíritu
de error y de Satanás, cuanto antes mejor, "para volver a
nacer no de la carne y del espíritu de Adán, sino de la carne
y del Espíritu de la sangre y de la vida santísima del
paraíso, para comenzar a sentir a Dios y a su Espíritu Santo
ininterrumpidamente".

Y este Espíritu de la carne y de la sangre santísima del
cielo es, sin duda alguna, el Hijo de Dios, nuestro Señor
Jesucristo; y sólo así podremos realmente volver a nacer en
la tierra y para el paraíso, para ser declarados por nuestro
Dios: "libres de Satanás y de sus pecados eternos, para no
morir jamás, sino vivir felices infinitamente". Entonces sólo
nuestro Padre Celestial puede remover de nuestras vidas a
Satanás y a cada uno de sus pecados terribles, "sí tan sólo
confiamos en él y en el Espíritu glorioso de la sangre
expiatoria de nuestro Señor Jesucristo, para despertar de las
tinieblas en donde estamos, para entonces vivir una vida
mejor y abundante del nuevo reino celestial desde hoy".

Ya que, sólo el Señor Jesucristo nos puede librar de cada uno
de los males terribles de Satanás y del fruto prohibido del
árbol de la ciencia del bien y del mal, "sí únicamente
permanecemos en él, para que ya no sólo no pequemos más, sino
para que ya no muramos más para Satanás y para su mundo
interminable del infierno. Es por eso que es importante para
nosotros permanecer siempre en el Espíritu de la fe, por la
sangre y la vida expiatoria del Señor Jesucristo, "para
librarnos cada día de nuestras vidas de los poderes de
Satanás y del infierno, y sólo entonces nuestros corazones y
nuestras mentes podrán comenzar a ver la luz de nuestra
verdadera vida eterna del paraíso".

Es decir, que tenemos que volver a nacer, "para salir del
espíritu de error y de maldad eterna de Adán y de su fruto
prohibido del pecado, la rebelión, de las enfermedades y de
muchos males más", incluyendo hasta la misma muerte terrible
de nuestras almas infinitas en la tierra y en el lago de
fuego eterno, por ejemplo. Y sin éste nacimiento del Espíritu
de Dios y de su Árbol de la vida en nuestros corazones,
"entonces no tenemos ningún chance o oportunidad alguna de
volver a ver la vida del paraíso", como Adán y Eva la vieron
antes de morir en sus pecados de rebelión ante el Señor
Jesucristo, al comer del fruto prohibido para mal de muchos.

Es decir, que "el fruto del árbol prohibido aún está en
nosotros, y es por eso que somos rebeles desdichadamente a
muchas cosas que son de Dios si no de todas, como no amar al
Señor Jesucristo, por inicio", como el mejor amigo de
nuestras almas y de nuestras vidas en la tierra y así también
en la eternidad también, por ejemplo. Porque todo aquel que
nace de la sangre rebelde de Adán, pues come del fruto del
árbol de la ciencia del bien y del mal, "es decir, que ha
nacido del espíritu de error y rebelión, por inicio, hacia
Dios y hacia su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, para
mal eterno de su vida y la de muchos también, trágicamente".

Aparte de eso, el que cree en Jesucristo entonces nace
automáticamente del Árbol de la vida, como el Hijo de Dios,
ya sea en el paraíso o en la tierra, pues ahora vive para la
vida celestial de La Nueva Jerusalén Celestial, "en donde
viviremos por siempre todos nosotros, en la carne y en la
sangre sagrada de nuestro Salvador Jesucristo". Porque la
verdad es que nadie podrá jamás vivir en la nueva vida santa
del nuevo reino sempiterno, como en La Nueva Jerusalén
Celestial, "sí primeramente no ha vuelto a nacer en la carne
ni en la sangre expiatoria de nuestro Señor Jesucristo"; es
más "ni al paraíso podrá regresar el primer pecador, Adán,
sin la sangre expiatoria del Señor Jesucristo".

Porque sólo el Señor Jesucristo es el pan del cielo, el fruto
de la vida de cada hombre, mujer, niño y niña, "para escapar
cada día el mal de Satanás, y así vivir por fin libre de la
mancha del pecado desde hoy, en sus corazones y en sus
mentes, para sólo conocer el amor y la verdad de Dios
infinitamente". Porque todos han nacido en la tierra, por
inicio, desde Caín y Abel, los primeros hijos de Adán en al
tierra, en el espíritu rebelde del fruto prohibido del árbol
de la ciencia del bien y del mal, "y así también cada uno de
nosotros, en todas las naciones, por ejemplo, salvo el Árbol
de la vida", ¡el Hijo de David!

En vista de que, de acuerdo a la Escritura, el Espíritu de
Dios descendió del cielo y entro en el vientre virgen de la
hija de David, para que a los nueve meses de embarazo,
"entonces nos diera la sangre interminable de la vida eterna
en su Hijo amado, el Hijo de David", ¡el gran rey Mesías de
todos los tiempos! Porque era necesario que el gran rey
Mesías naciese de su misma sangre santa y expiatoria, pero
sin la mancha del pecado de la sangre rebelde de Adán, por
ejemplo: "porque la sangre rebelde de Adán ya había
quebrantado el Espíritu de la Ley en el paraíso, al rehusar
comer de su fruto de vida eterna, Jesucristo, para mal eterno
de todos".

Entonces sólo con una sangre nueva y sumamente santa y
gloriosa del Hijo de David, no sólo él mismo podía nacer en
la tierra libre del pecado de Adán, "sino que también cada
uno de sus descendientes, al creer en su nombre santo, para
volver a nacer en el paraíso literalmente, pero esta vez
libre del espíritu de la sangre pecadora de Adán". Porque es
la sangre pecadora de Adán en nuestras venas la que ofende
constantemente a Dios y a su Ley santísima y, por tanto, nos
maldice y enferma siempre, "y más no así con la sangre
santísima y expiatoria del Señor Jesucristo, el Santo de
Israel y de la humanidad entera, pues ella nos salva y nos
llena de bendiciones abundantemente".

Ya que, sin el Espíritu de la vida y de la sangre expiatoria
del gran rey Mesías no podíamos jamás volver a nacer, ni
mucho menos vivir en paz con nuestro Dios y con su Espíritu
Santo para siempre, en la tierra ni menos en el nuevo reino
celestial. Y, ahora si el Espíritu de Dios entro en el
vientre virgen de la hija de David, para que a los nueve
meses de embarazo el Hijo de David naciese en la tierra
prometida de Israel, cumpliendo así la promesa de Dios de
salvar a Israel de sus pecados con su rey Mesías, "pues
entonces Jesucristo es tu Mesías también infinitamente".

Y sí recibes, hoy en día, al Señor Jesucristo en tu corazón,
como tu Mesías (el único Salvador perfecto de tu vida), pues
entonces ya no estás viviendo en el espíritu de error ni de
las maldiciones eternas de Satanás, sino todo lo contrario.
Realmente "estás viviendo en el Espíritu de la vida y de la
sangre santísima e intercesora por ti, la cual clama a Dios
con su voz santísima día y noche, para que jamás te falte
ninguno de sus muchos favores celestiales, terrenales e
infinitos, por ejemplo, en tu vida ni en la vida de los tuyos
tampoco". Porque para esto nos dio su sangre santísima y
misteriosa nuestro Señor Jesucristo, "para que su misma
sangre santa venga a ser nuestra sangre de vida, de salud, de
paz, de felicidad y de bendiciones eternas y, a la vez clame
por nosotros diariamente ante nuestro Hacedor, y así no nos
falte ningún bien del cielo, ni de la tierra, jamás".

Dado que, la promesa de salvación y de bendición eterna viene
hacia cada uno de nosotros, aun cuando no habíamos nacido en
la tierra, por nuestro Padre Celestial, "para tocar nuestras
vidas en un día como hoy, por ejemplo, llena de amor, paz,
gozo y felicidad infinita del Espíritu de Los Diez
Mandamientos infinitamente cumplidos para todos nosotros y
para siempre". Porque sin el cumplimiento cabal del Espíritu
de las ordenanzas de Dios y de su Espíritu Santo, entonces la
posibilidad de una vida nueva en la tierra y en el nuevo
reino sempiterno es totalmente imposible; pero gracias a
nuestro Señor Jesucristo, "porque él sí cumplió con el
Espíritu de la Ley, para siempre y para todos nosotros
también, con certeza".

Es más, nadie podría jamás cumplir el Espíritu de Los Diez
Mandamientos en todos los días de su vida, salvo nuestro
Salvador Jesucristo, "para ponerle fin a la sangre de Adán y
así finalmente empezar la nueva vida infinita con la sangre
de Jesucristo, sólo soñada por Dios mismo desde la
antigüedad, para La Nueva Jerusalén Celestial y Soberana, por
ejemplo". Es por eso que el nacimiento virgen del Espíritu de
Dios en el vientre de la hija de David era necesario, para
darnos al gran rey Mesías de todos los tiempos, el Hijo de
David, "y así entonces hacernos infinitamente parte de su
carne santa y de su sangre sacrificada, llena de vida eterna
para todo el mundo y para siempre".

Es decir, también, que al fin del embarazo de la joven
virgen, "quien rompió su virginidad, y salió de ella, fue,
sin duda alguna, el mismo Espíritu de Dios hecho carne y
sangre reparadora, como el único prometido de Dios para
Israel desde la antigüedad, para darnos el Hijo de Dios", ¡el
único Salvador posible de Israel y del mundo entero! Y esta
es la única salvación posible y eterna de Dios y de su
Espíritu Santo, hoy en día, para cada uno de nosotros, de
todas las familias, naciones, pueblos, pueblos, linajes,
tribus y reinos de la tierra, "para así no seguir viviendo en
el poder del pecado ni de la muerte eterna de Satanás, sino
todo lo contrario".

Y esto es de vivir día y noche y por siempre, como de ahora
en adelante, y en la eternidad venidera también, "únicamente
en el milagro glorioso y salvador del Espíritu Santísimo de
la carne y de la sangre santificadora del Señor Jesucristo,
su Hijo amado", ¡el Santo de Israel y de la humanidad entera!
Porque esta es la única manera correcta de vivir delante de
nuestro Creador para Adán y así también para cada uno de
nosotros, de todas las familias, razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos del mundo, "para que la sangre del Señor
Jesucristo bendiga su nombre santísimo, y más no lo ignore
como siempre lo ha hecho la sangre rebelde de Adán".

Porque cada uno de nosotros, comenzando con Adán en el
paraíso, fue creado en las manos de Dios, en su imagen y
conforme a su semejanza divina, "para ser por siempre y para
siempre tal cual como el Señor Jesucristo ha sido en su vida
santísima del reino celestial delante de Él y de su Espíritu
Santo, por ejemplo". Es decir, también, que cada uno de
nosotros es una copia exacta del Señor Jesucristo delante de
Dios, "sí tan sólo invocamos su nombre salvador y creemos en
su obra santísima", la cual lleva acabo sobre el monte santo
de Jerusalén, para fin de la sangre rebelde de Adán y el
comienzo de la sangre obediente y expiatoria en todos
nosotros.

Entonces sólo esa es la voluntad perfecta de nuestro Padre
Celestial y de su Espíritu Santo para con cada uno de
nosotros, en nuestros millares, en todos las familias de las
naciones de la tierra, "de exclusivamente llevar la santidad,
la verdad y la vida santa y perfecta de su Hijo amado para
siempre, en la tierra y en el cielo". Porque es la sangre
santísima y expiatoria del Señor Jesucristo la cual nos da
vida y salud infinita día a día, "porque clama con su voz
favorecedora por cada uno de nosotros continuamente delante
de nuestro Padre Celestial, para que ningún mal del enemigo
jamás nos haga daño a nosotros ni a ninguno de los nuestros,
por ejemplo".

Porque es la sangre rebelde de Adán, la cual nos lleva por el
camino de la maldición eterna por su voz mentirosa, para
enfermarnos y finalmente dejarnos caer a nuestra mala suerte
eterna en el infierno, por ejemplo, para jamás volver a
conocer el amor, la verdad y la justicia de Dios y de su
Jesucristo en nuestras vidas. Es decir, que con el Señor
Jesucristo ya viviendo en nuestras vidas, "entonces para
nuestro Hacedor cada verdad, cada santidad, cada justicia,
cada milagro, cada maravilla, cada prodigio y cada poder
sobrenatural que haya salido de Él, absolutamente viene a ser
de nosotros también infinitamente"; porque para esto nos creo
Dios, "para que seamos como su Jesucristo en todo y para
siempre".

Es por eso que debemos estar llenos del Espíritu Santo de la
sangre aclamadora y viviente del Señor Jesucristo, para que
estemos siempre felices y ricos en santidad delante de
nuestro Dios y de su Espíritu Santo, y más no pobres y
maldecidos por Satanás y por su gente del engaño eterno, por
causa de la sangre mentirosa de Adán en nosotros. Además, el
día se acerca ya, "cuando cada uno de nosotros seamos
revestidos de los huesos, de la carne, de la sangre y de la
vida santísima de nuestro Señor Jesucristo", tal cual como
Dios nos crea inicialmente en el cielo, en su imagen y
conforme a su semejanza celestial, para jamás volver a
conocer el mal, sino sólo el bien.

Y es el Espíritu de esta sangre santísima de Jesucristo que
está en los cielos, "la que nos devuelve la vida eterna hoy",
la cual Satanás se la quiso robar para él, para que no
solamente no sea salpicada sobre el altar del monte santo de
Jerusalén para fin del pecado, sino también para que no sea
salpicada sobre nosotros jamás. Porque es en la sangre del
Señor Jesucristo, "en donde nuestro Padre Celestial nos ha
dado su misma vida eterna, es decir, una vida mayor y muy
poderosa de la que Adán y Eva perdieron en el paraíso, al
comer rebeldemente del fruto prohibido para mal de sus vidas
y de la de sus hijos por doquier, por ejemplo".

Entonces cuando invocamos al Señor Jesucristo como nuestro
único y suficiente salvador de nuestras vidas, "lo que
estamos haciendo es volver a nacer en nuestros corazones y en
nuestros espíritus humanos", de acuerdo a la voluntad
perfecta de Dios, para ser hechos sus hijos, "de la misma
manera cuando el Señor Jesucristo nació de la hija de David,
por ejemplo". Por ello, cuando recibimos a Jesucristo como
nuestro salvador personal de nuestras almas infinitas, no
sólo nos perdona y nos libera instantáneamente de los males
del infierno, "sino que nos hace nacer de nuevo, pero en su
mismo Espíritu Santo, para darnos vida y salud infinita, como
sí hubiésemos nacido del vientre virgen de su madre
biológica, por ejemplo".

Entonces era necesario que el Ángel del Señor entrase en el
vientre virgen de la hija de David, "para darnos ese nuevo
nacimiento sin igual de vida y de salud eterna, y sólo así
cada uno de nosotros pueda volver a nacer del vientre virgen
también, pero sin la sangre pecadora de Adán", para seguir
infinitamente la vida eterna de Jesucristo. Además, sólo así
no sólo escaparemos del poder del infierno sino también de
cada una de las profundas tinieblas de la misma muerte eterna
del ángel de la muerte y de Satanás, "para entrar por fin a
la vida eterna y aun mientras vivimos en el mundo, como sí ya
viviéramos en el paraíso y con nuestro Árbol de la vida, por
ejemplo".

Porque los que nacen de Adán viven en la vida de los
problemas de Satanás para morir en el infierno, pero los que
vuelven a nacer del Espíritu de Dios, al invocar al Señor
Jesucristo en un momento de fe y de oración, pues entran al
instante a vivir sus nuevas vidas infinitas y con todos sus
poderes celestiales del paraíso. En otras palabras, el que
nace en la tierra nace para vivir la vida pecadora y rebelde
de Adán hacia Dios y hacia su fruto de vida y de salud, "pero
los que vuelven a nacer en el Señor Jesucristo, en realidad
nacen en la vida riquísima del Árbol de la vida del paraíso,
para no enfermarse ni menos morir jamás".

Y sólo así podremos estar para siempre, en esta vida y en la
venidera también, "en el Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos cabalmente cumplidos en la vida sagrada de
nuestro Señor Jesucristo", para jamás volver a conocer la
amenazada de la muerte del infierno, sino únicamente la vida
santísima del paraíso y de La Nueva Jerusalén Colosal del
cielo. Pues para esto nuestro Padre Celestial nos crea en sus
manos santísimas en el reino de los cielos, en su imagen y
conforme a su semejanza celestial, "para jamás conocer la
amenaza de la muerte eterna del infierno ni de sus
maldiciones infinitas, sino sólo conocer la vida eterna del
Árbol de la vida, su Hijo amado", ¡nuestro Salvador
Jesucristo!

Porque toda la verdadera vida personal de nuestro Padre
Celestial, sólo se encuentra en su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo; "y sin nuestro Señor Jesucristo para nuestro
Padre Celestial y así también para el hombre de la tierra no
hay vida que valga en esta vida ni en la venidera tampoco,
eternamente y para siempre". Porque sólo el que está en el
Señor Jesucristo puede permanecer delante de Dios y de su
Espíritu Santo, "ya sea en el paraíso, en la tierra y así
también en la nueva era venidera, como en La Nueva Jerusalén
Colosal e Infinita, en donde todo es paz, amor y vida
abundante y alegría sin igual para los hijos de Dios".

Sí, sólo los que están en el Señor Jesucristo, para nuestro
Padre Celestial y para su Espíritu Santo junto con sus
huestes angelicales del cielo, es, en realidad, un recién
nacido en la tierra para entrar desde ahora, a la nueva vida
infinita de La Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo. Y,
de ahora en adelante, eres una nueva criatura infinita, como
de costumbre, pero esta vez lleno de vida y de los poderes
sobrenaturales de la sangre santísima y sumamente
purificadora del Árbol de la vida, tal como Dios deseo que
fuese así contigo y con Adán, desde el principio de todas las
cosas y del linaje humano en el paraíso.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen
de fundición, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresión a la Ley perfecta de nuestro Padre Celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su prójimo!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
huérfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poniéndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dirá: '¡Amén!'

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


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