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(IVÁN): OH, SÍ ESCUCHARAS LA VOZ DEL ESPÍRITU SANTO DE MIS DIEZ MANDAMIENTOS:

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IVAN VALAREZO

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May 17, 2009, 8:27:00 PM5/17/09
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S�bado, 16 de mayo, a�o 2009 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoam�rica


(Cartas del cielo son escritas por Iv�n Valarezo)


OH, S� ESCUCHARAS LA VOZ DEL ESP�RITU SANTO DE MIS DIEZ
MANDAMIENTOS:


Si tan s�lo hubieran estado atento a mis Diez Mandamientos,
les dec�a nuestro Padre celestial a la Casa de Israel,
entonces su paz habr�a sido como un r�o ancho y lleno de vida
eterna para bendecir grandemente sus vidas y de la humanidad
entera, y su justicia sobresaltar�a como las olas del mar
entre las naciones de toda la tierra. Claramente, todo seria
bendici�n para las familias de las naciones, porque el mismo
esp�ritu de paz y de justicia de nuestro Padre celestial, por
amor a su Jesucristo, saldr�a para bendecir grandemente con
amor y verdad al mundo entero, para que todo sea luz y m�s no
tinieblas, tinieblas por culpa de los que no le conocen a �l
a�n tristemente.

Visto que, el no conocer al Padre celestial y a su Hijo amado
en el Esp�ritu Santo de su amor antiguo por Sus Mandamientos,
en realidad, es tiniebla en el coraz�n del hombre, de la
mujer, del ni�o y de la ni�a de todas las familias de las
naciones de la tierra; y esto es peligroso, por no decir
maldici�n. Porque cuando la gente muere en pecado, muere en
maldici�n eterna, por no haber honrado en su coraz�n al Hijo
de Dios, para que as� el Esp�ritu Santo de la Ley sea
enriquecido grandemente en su alma, como Dios manda, para
gloria y honra infinita de su nombre santo, entonces el mismo
hombre se convierte en pecado eterno infelizmente.

En la medida en que, para esto inicialmente nuestro Padre
celestial crea al hombre en su imagen y conforme a su
semejanza celestial, para enriquecer el Esp�ritu Santo de Sus
Diez Mandamientos en su vida y en la vida de todos los suyos,
en toda su creaci�n celestial. Pero cuando el hombre muere en
el pecado, de no haber honrado el Esp�ritu Santo de su Ley
viviente, por medio de su Hijo Jesucristo, entonces sus
problemas y dem�s pecados no terminan con su muerte, sino que
se empeoran, es decir, que comienzan con mayor fuerza que
antes para jam�s terminar en la eternidad; y esto es el
tormento eterno.

Y el pecador y as� tambi�n la pecadora morir�n en sus
pecados, si Jesucristo no es el Hijo de Dios en sus
corazones, porque el Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos
no podr� jam�s ser glorificado grandemente en sus vidas en la
eternidad; porque s�lo el Se�or Jesucristo puede glorificar
grandemente el Esp�ritu de la Ley, dentro y fuera del hombre.
De otra manera, no hay posibilidad alguna para glorificar,
exaltar, honrar y enriquecer el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos no solamente en la vida del hombre, de la mujer,
del ni�o y de la ni�a de todas las familias de las naciones,
sino tambi�n en la tierra y en el para�so.

Porque la verdad es que el pecado de Ad�n y Eva a�n est� en
el para�so, y s�lo Jesucristo lo puede borrar, es decir, si
honramos y enriquecemos nuestras vidas, por dentro y por
fuera, con el Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos, para
que el pecado rebelde del para�so ya no nos aseche m�s, sino
que muera para siempre. Ahora, s� en el coraz�n del hombre
hay tiniebla, por no conocer el Esp�ritu Santo de amor y de
justicia santa de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo, por Sus Mandamientos eternos, entonces no hay
bendici�n posible en su vida ni en la vida de ning�n hombre,
mujer, ni�o o ni�a en toda la familia, pueblo o naci�n.

Cuando la realidad siempre ha sido que nuestro Padre
celestial ha deseado bendecir al hombre con todas las fuerzas
de su coraz�n santo, con todas las fueras de su alma bendita,
con todas las fuerzas de su vida gloriosa y con todos los
poderes y autoridades sobrenaturales de su nombre muy santo,
por amor a su Jesucristo, �el Santo de Israel! Ahora, para
que el coraz�n, el cuerpo y alma viviente del hombre y de la
mujer comiencen a recibir estas grandes bendiciones antiguas
de nuestro Padre celestial y de su fruto de vida eterna del
�rbol de la vida, entonces tenemos que enriquecernos del
Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos; por eso, Jesucristo
es importante en nuestras vidas de cada d�a.

Francamente, sin el Se�or Jesucristo en nuestro diario vivir
por toda la tierra, entonces el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos no podr� jam�s ser enriquecido en nuestros
corazones, en nuestros cuerpos y almas vivientes, sino que
viviremos por siempre, como Satan�s y el vaticano,
burl�ndonos del Esp�ritu de la Ley divina, para maldici�n y
m�s tinieblas del mundo entero, por ejemplo. En realidad, en
el d�a que nuestro Padre celestial nos crea en sus manos con
la ayuda id�nea de su Esp�ritu Santo, entonces nos creo con
todas las fuerzas de su amor sant�simo, con todas las fueras
de su alma gloriosa, con todas las fuerzas de su vida
sant�sima y sumamente feliz, en su imagen y conforme a su
semejanza celestial.

Y nos crea uno a uno como �l mismo, para que seamos
exactamente como su Hijo Jesucristo, lleno del Esp�ritu Santo
de Sus Diez Mandamientos, sumamente honrados y perfectamente
glorificados, para que no solamente le sirvamos
constantemente delante de su presencia santa, en su nombre
glorioso, sino tambi�n para que vivamos con �l infinitamente
en la eternidad de la felicidad celestial. Porque s�lo el
Hijo de David no solamente escribi� las primeras tablas de
Los Diez Mandamientos con sus propias manos heridas, sino que
s�lo �l las puede glorificar grandemente a cada hora de su
vida gloriosa del cielo y tambi�n de su vida milagrosa y
sumamente intachable en todo Israel, para ponerle fin al
pecado de Ad�n y Eva.

Por esta raz�n, s�lo el Esp�ritu bendito de nuestro Se�or
Jesucristo nos puede dar constantemente y sin l�mite alguno
todo el Esp�ritu Santo, lleno de amor, gloria, maravillas,
prodigios, milagros, sanidades, riquezas, autoridades,
alegr�as y bendiciones sin fin, de Los Diez Mandamientos
totalmente glorificados en el para�so y sobre todo Israel, �
gracias a su sangre infinitamente intachable y bendita!
Porque s�lo la sangre bendita de nuestro Se�or Jesucristo no
solamente fue derramada en las afueras del monte santo de
Jerusal�n, en Israel, para fin del pecado y de todas las
hostilidades del maligno en nuestras vidas humanas, sino
tambi�n en las afueras del reino angelical, del para�so y de
La Nueva Jerusal�n santa y bendita del cielo.

Verdaderamente, s�lo la sangre santificada de nuestro Se�or
Jesucristo se derramo grandemente en las afueras del monte
santo de Jerusal�n, sino tambi�n sobre el altar antiguo de
nuestro Padre celestial en el reino angelical, en el para�so
y en La Nueva Jerusal�n grandiosa y eterna del cielo; por
ende, la sangre de nuestro Se�or Jesucristo reina fielmente
para todos nosotros infinitamente. Es decir, que ninguna de
las sangres derramadas de los hombres y de los animales del
sacrificio temprano y tard�o sobre de los altares de Israel
jam�s han subido a la presencia santa de nuestro Padre
celestial, para derramarse tambi�n sobre su altar sant�simo,
como s�lo la sangre de su Hijo amado lo ha hecho, en su d�a y
sin demora.

Y �sta sangre sant�sima del Gran Rey Mes�as, derramada
delante de nuestro Padre celestial sobre su altar antiguo, no
solamente cubre los pecados de Ad�n y Eva, sino tambi�n de
cada uno de todos nosotros, de los que nacieron en el pasado,
de los que hemos nacido en la presente era, y de los que
nacer�n en las futuras generaciones venideras. Y nuestro
Padre celestial quiso que sea as� no solamente con Ad�n y Eva
en el para�so, al comer del fruto del �rbol de la vida,
nuestro Se�or Jesucristo, sino tambi�n con todos nosotros, en
nuestros millares, de todas las familias de las naciones del
mundo entero, comenzando con Israel, como Dios manda, por
supuesto.

Porque es la sangre del Gran Rey Mes�as, la cual no solamente
nos limpia de todo pecado y tinieblas de Satan�s, sino
tambi�n que los echa fuera y lejos de nosotros para siempre,
para que nos presentemos cada d�a y por siempre delante de su
presencia santa como si jam�s hubi�semos pecado, ni mucho
menos que hayamos nacido en �l. Porque todos los que nacen
por voluntad humana y del vientre de la mujer, entonces, por
inicio, nacen bajo los poderes terribles del pecado y de sus
muchas maldiciones, para alejarnos de Dios y destruir
nuestras vidas en el fuego eterno del infierno-porque el
Esp�ritu Santo de Los Mandamientos no ha sido glorificado ni
menos enriquecido en nuestras vidas jam�s.

Pero con la aceptaci�n de la sangre bendita de nuestro Se�or
Jesucristo en nuestras vidas de cada d�a, la cual no
solamente vivi� en perfecta santidad en el cielo con los
�ngeles y en la tierra con Israel, sino que tambi�n cumpli�
para glorificar grandemente el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos, algo que ni Mois�s jam�s pudo lograrlo. Ahora,
cuando nuestro Se�or Jesucristo es aceptado,
incondicionalmente, sino s�lo por el esp�ritu de fe en
nuestro Padre celestial y en nuestros corazones, entonces el
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos entra a nuestras
vidas inmediatamente, para quedarse para siempre con cada uno
de todos nosotros, para jam�s volverse a ir de su lugar
eterno de nuestras almas vivientes.

Es decir, tambi�n, que cuando nuestro Se�or Jesucristo entra
en nuestras vidas para tomar asiento en el trono de nuestros
corazones y de toda nuestra vida humana, entonces no
solamente el Esp�ritu Santo de la Ley entra en nuestras
vidas, sino que tambi�n podemos o�r su voz para que nos gu�e
cada d�a hacia toda verdad terrenal y celestial. Porque el
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos es el mismo Esp�ritu
de verdad, el cual nuestro Se�or Jesucristo no s�lo se lo
prometi� a sus ap�stoles y disc�pulos, como el Consolador que
los guiar�a d�a a d�a a toda verdad siempre: sino que tambi�n
se los dio a todos los que creyeran en el, por su predicaci�n
y testimonios personales.

En otras palabras, el Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos
no s�lo se lo dio a Mois�s para que Israel lo recibiese como
los mandatos, decretos y preceptos eternos de una base santa
e intachable, para vivir una vida gloriosa y libre de Satan�s
y de sus mentiras de siempre, sino mucho m�s que esto a�n.
Nuestro Padre celestial le dio el Esp�ritu Santo de Los
Mandamientos a Israel y a la humanidad entera, para que
comenzaran a conocer la misma vida santa y sin maldad alguna
del Rey Mes�as, para que no s�lo Israel sino tambi�n todos
los dem�s, oyeran la voz del Esp�ritu de Dios y de su Rey
Mes�as cada d�a y para siempre.

Es decir, tambi�n que nuestro Padre celestial le dio el
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos a Israel y as�
tambi�n a todas las naciones, para que �l les hablara cada
d�a y cada noche de parte de �l y de su Gran Rey Mes�as, por
su camino por el desierto, en Israel y hasta siempre en la
eternidad celestial. Ahora, si el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos no te est� hablando, como Dios manda, entonces
esto simplemente significa que el Rey Mes�as, nuestro
Salvador Jesucristo, no est� sentado en el trono de tu
coraz�n y de toda tu vida, para que nuestro Padre celestial
te bendiga rica y grandemente con sus bendiciones sin fin,
del cielo y la tierra.

Es decir, que si tus enemigos reinan en tu vida, como Satan�s
y sus �ngeles ca�dos y dem�s malvados mentirosos, porque el
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos no te est� hablando
a�n, como Dios manda, entonces la muerte con sus maldiciones
eternas reina, sin duda alguna, no s�lo en tu vida sino en la
de los tuyos tambi�n, infelizmente. Pero si el Gran Rey
Mes�as reina en tu vida, como el Hijo de David o como el
Se�or Jesucristo, por ejemplo, el Santo de Israel, entonces
la vida eterna con todas sus ricas bendiciones reina
grandemente en tu vida y en la de los tuyos tambi�n, para
gloria y honra del nombre muy santo de nuestro Padre
celestial.

Esto s�lo podr�a significar en tu vida de cada d�a, que no
solamente la gracia y la misericordia infinita del amor santo
de nuestro Padre celestial, de su Hijo Jesucristo y del
Esp�ritu Santo de Sus Mandamientos infinitamente glorificados
y cumplidos en tu vida te seguir�n paso a paso y hasta aun
m�s all� de la eternidad, sino mucho m�s a�n. Esto significa
que tambi�n nuestro Padre celestial con los poderes y
autoridades sobrenaturales de su nombre sanador y de su
Esp�ritu Santo de su Ley viviente, pues a cada hora te
colmara y sin cesar jam�s de grandes milagros, maravillas y
de prodigios sin fin del cielo y de la tierra, sin duda
alguna, para que seas rico infinitamente en tu Dios.

Porque la promesa de nuestro Se�or Jesucristo para con sus
disc�pulos fue, de que si �l era levantado al cielo, entonces
le rogar�a a nuestro Padre celestial para que nos enviara la
promesa de su Esp�ritu Santo, el Esp�ritu de la verdad- (el
Esp�ritu de la verdad es el cumplimiento perfecto del
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos en el hombre). Ya
que, �ste Esp�ritu de Dios es el mismo Esp�ritu Santo de
todas las fuerzas de la verdad, de todas las fuerzas de la
justicia y de todas las fuerzas de la salvaci�n y de la vida
gloriosa e intachable de Los Diez Mandamientos, para bien de
Israel y de las naciones de la humanidad entera, sin duda
alguna.

Es decir, que si el Se�or Jesucristo est� en nuestros
corazones, pues entonces tambi�n est� el Esp�ritu Santo de
Los Diez Mandamientos infinitamente glorificado en nuestro
esp�ritu humano, y esto es para empezar a o�r seriamente su
voz cada d�a de nuestras vidas terrenales y de nuestras
nuevas vidas celestiales, por ejemplo, de La Nueva Jerusal�n
santa y amada del cielo. Porque la verdad es que el Esp�ritu
Santo de Los Diez Mandamientos vive para hablarnos, de parte
de nuestro Padre celestial y de su �rbol de la vida, cada d�a
de nuestras vidas humanas por toda la tierra y de La Nueva
Jerusal�n santa y bendita del cielo, por ejemplo.

Ahora, si el Esp�ritu Santo de la Ley no te habla, despu�s de
haberla guardado fielmente por muchos a�os, pues entonces no
s�lo ser� porque no solamente no est� cumplida y honrada en
tu vida, sino porque a�n no has comido del fruto de la vida,
por lo tanto, no eres digno de ninguna de sus bendiciones
saludables a tu alma viviente. Porque el Esp�ritu Santo de la
Ley ha querido hablarle al hombre de toda la tierra,
comenzando con Israel, desde el mismo d�a que fue tocada por
las manos de Mois�s: pero como el esp�ritu humano del hombre
es rebelde hacia Dios y hacia su Hijo Jesucristo, el Cordero
Inmolado, pues entonces no les puede hablar, como Dios manda.

No es que no desee hablarles o bendecirlos con sus muchas y
ricas bendiciones del cielo y de la tierra, por los poderes
sobrenaturales de sus palabras y significados sagrados, sino
porque el esp�ritu humano del hombre es tan rebelde como Ad�n
y Eva en sus d�as en contra del fruto de vida eterna del
para�so, por ejemplo. Pero si el hombre cambia su conducta
hacia su Dios y su Rey Mes�as, nuestro Se�or Jesucristo,
entonces el Esp�ritu Santo se sentir�a satisfecho con el
esp�ritu humano del hombre y de la mujer, para empezar a
hablarles libremente de todo lo que necesiten o tengan que
saber, de parte de nuestro Padre celestial y de su �rbol de
la vida.

Porque la verdad es que el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos desea hablarle a cada hora del d�a y de la noche
al hombre, a la mujer, al ni�o y a la ni�a de todas las
familias de las naciones de la tierra, pero s�lo por medio de
la vida sant�sima de su Hijo amado, �nuestro Salvador
Jesucristo! Dado que, s�lo �l puede impartirle al hombre y a
todo su esp�ritu humano no solamente todo el perd�n eterno de
sus pecados de parte de nuestro Padre celestial, sino tambi�n
todo su amor, lleno de toda verdad, de toda justicia y de
toda santidad inmortal, como la misma santidad de nuestro
Se�or Jesucristo y de sus millares de �ngeles del cielo.

Y �sta santidad angelical de nuestro Rey Mes�as es la que
est� infinitamente llena de toda perfecci�n, de toda
sabidur�a, poder e inteligencia, adem�s de muchas cosas m�s
gloriosas y grandiosas, como las que bendicen grandemente la
vida del hombre con milagros y con maravillas sin fin de cada
d�a, no s�lo en Israel sino tambi�n en las naciones del mundo
entero. Porque nuestro Se�or Jesucristo fue clavado sobre los
palos secos de Ad�n y Eva, los primeros gentiles de la
humanidad entera, para no solamente recibir la sangre del
perd�n y de la vida eterna de nuestro Se�or Jesucristo, el
�rbol de la vida, sino porque �sta era la �nica manera que
pod�an ser redimidos para Dios una vez m�s para la eternidad.

En otras palabras, Ad�n y Eva, una vez que rechazaron el
fruto de la vida al comer del fruto prohibido en el para�so,
entonces ya no pod�an retractarse de lo que hab�an hecho;
ellos ya no pod�an volver a tener la oportunidad de recibir
al Se�or Jesucristo en sus vidas, es decir, que no pod�an
confesar a Jesucristo con sus labios. En el para�so, una vez
que se rechaza al Se�or Jesucristo, entonces ya no tienen una
segunda oportunidad para retractarse de su error o rebeli�n,
para recibir al Se�or Jesucristo; este pecado es como el
pecado imperdonable hecho en contra del Esp�ritu Santo de
Dios, por ejemplo.

Es m�s, esto fue lo que le sucedi� a los �ngeles ca�dos en
sus vidas celestiales, comenzando con Lucifer, por ejemplo,
una vez que rechazaron al Se�or Jesucristo como su fruto de
vida eterna, entonces ya no tienen una segunda oportunidad
para honrar al Se�or Jesucristo, como el Esp�ritu Santo de la
Ley viviente, por ejemplo, delante de nuestro Padre
celestial. Por esta raz�n, una vez que Ad�n y Eva pecaron,
entonces tuvieron que no solamente salir del para�so, porque
comenzaron a pecar y morir, sino que descendieron a vivir el
resto de sus d�as en la tierra con sus hijos e hijas, para
vivir la crueldad y la maldad del pecado, del pecado de no
tener a Jesucristo en sus vidas.

Pero aunque Ad�n y Eva pecaron, as� mismo como los �ngeles
ca�dos, por ejemplo, nuestro Padre celestial los ama tanto,
que les dio una oportunidad m�s para cumplir el Esp�ritu
Santo de Sus Diez Mandamientos en sus vidas y en la vida de
sus reto�os, recibiendo a su Hijo Jesucristo en sus
corazones, con tan s�lo invocar su nombre sant�simo. Ad�n y
Eva, despu�s de muertos por muchos a�os, tuvieron la
oportunidad una vez m�s, como en el para�so, de comer del
fruto del �rbol de la vida, Jesucristo: pero esta vez lo
recibieron con espinas sobre el Moriah con Abraham e Isaac y
finalmente con clavos sobre el monte santo en las afueras de
Jerusal�n, para fin del pecado.

S�lo as� Ad�n y Eva pudieron no solamente recibir por fin el
Esp�ritu cumplido de la Ley divina, algo que ten�an que hacer
en el para�so inicialmente, con s�lo comer del fruto del
�rbol de la vida, sino que fue clavado a sus pies y a sus
manos la �nica verdad celestial de Dios y de su Hijo
Jesucristo, para la eternidad. As� pues, cada hombre, mujer,
ni�o y ni�a de todas las naciones de toda la tierra,
comenzando con Israel, tenia que recibir con clavos "la
verdad infinita" de nuestro Padre celestial y de su Esp�ritu
Santo de Los Diez Mandamientos, �nuestro Se�or Jesucristo!

Mejor dicho, para que el Esp�ritu Santo de la Ley viva,
infinitamente cumplido en la vida del hombre, al no poder
honrarla y cumplirla justamente para gloriarla grandemente
delante de nuestro Padre celestial, pues la soluci�n
simplemente era clavarla en su coraz�n, en su cuerpo, en su
alma y en su esp�ritu humano con clavos de la vida misma de
Jesucristo. De otra manera, no solamente el Esp�ritu Santo de
la Ley de Dios jam�s pod�a cumplirse ni menos honrarse en sus
vidas, sino que no habr�a jam�s amor, ni verdad, ni justicia,
ni santidad, ni perfecci�n, ni mucho menos vida de felicidad
y de paz alguna en Ad�n ni en ninguno de los suyos para
siempre, en toda la tierra.

Seriamente, sin nuestro Jesucristo viviendo en nuestros
corazones con su sangre resucitada en el tercer d�a y
sumamente santificada en los poderes sobrenaturales del
Esp�ritu Santo de la Ley cumplido, entonces no solamente no
podemos volver a nacer para la vida angelical, sino que jam�s
podremos ser hijos de Dios, ni tampoco regresar al para�so ni
entrar a la Jerusal�n celestial. Es decir, que para nuestro
Padre celestial y as� tambi�n para sus �ngeles, arc�ngeles,
serafines, querubines y dem�s seres ser�ficos, sin Jesucristo
viviendo en nuestros corazones y vidas terrenales, no
solamente no hemos cumplido, ni menos glorificado, el
Esp�ritu Santo de la Ley divina, sino que la seguimos
maltratando como Satan�s y como el vaticano siempre lo han
hecho, por ejemplo.

Y nuestro Padre celestial no desea ver al Esp�ritu Sant�simo
de Sus Diez Mandamientos sufrir el maltrato y deshonra de
Satan�s y de los malvados de la historia religiosa de las
naciones del mundo, sino todo lo contrario; nuestro Padre
celestial desea ver las tablas de Sus Mandamientos escritas
en nuestros corazones con la misma vida intachable de su
Jesucristo �nicamente. Para que entonces su Esp�ritu Santo de
su Ley viviente no solamente nos hable, como �l s�lo lo sabe
hacer al coraz�n y alma viviente del hombre, de la mujer, del
ni�o y de la ni�a de todas las familias de las naciones, sino
que tambi�n nos llene de sus muchas y gloriosas bendiciones
sin fin de cada d�a.

Oh, si �nicamente atendieras al Esp�ritu Santo de Mis Diez
Mandamientos, le dec�a nuestro Padre celestial a los hebreos
antiguos, entonces tu paz correr�a como un r�o caudaloso,
lleno de vida eterna para la humanidad entera, y tu justicia
entre las naciones seria tan viva como las olas del mar para
hacer sobresaltar el amor y la verdad celestial para siempre.
Nuestro Padre celestial ten�a en su coraz�n santo y en su
mente gloriosa: glorificar grandemente el Esp�ritu Santo no
solamente de Sus Diez Mandamientos, sino tambi�n a quien los
cumplir�a grandiosamente para glorificarlos no solamente en
su vida mesi�nica en todo Israel para siempre para salud y
para vida eterna, sino tambi�n en el esp�ritu humano de todas
las naciones.

(En verdad, nuestro Padre celestial planeaba hacer grandezas
en Israel y sobre las naciones de toda la tierra, pero Israel
tenia su coraz�n en otras cosas y m�s no en el Esp�ritu Santo
de Sus Diez Mandamientos para cumplirlos y honrarlos
cabalmente en su vidas, obedeciendo as� al �ngel del SE�OR de
todos los tiempos, �el Gran Rey Mes�as celestial! Porque el
Gran Rey Mes�as siempre estuvo con ellos, as� como el
Esp�ritu Santo de la Ley viviente, por ejemplo, pero sin
jam�s hacerle caso en todas las cosas que nuestro Padre
celestial les ense�aba con sus milagros y maravillas
sobrenaturales, para que le obedecieran y le siguieran d�a a
d�a fielmente hasta entrar a la vida eterna del cielo. Hoy,
nuestro Padre celestial sigue buscando de Israel, lo mismo de
siempre, que el Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos sea
infinitamente honrado y por fin glorificado en sus corazones,
pero �nicamente con la sangre del pacto eterno (la cual se
derramo en su d�a sobre su altar celestial, desde la cima
santa, en las afueras de Jerusal�n, para todas las naciones).

En la medida en que, el obedecer al Esp�ritu Santo de Sus
Diez Mandamientos, en s�, es mayor que todos los sacrificios
juntos y de sus sangres derramadas por tierra, de los cuales
todo Israel emprendi� desde su inicio delante de nuestro
Padre celestial y de su Gran Rey Mes�as, �nuestro Salvador
Jesucristo! Por lo tanto, el coraz�n del hombre que obedezca
a su Hijo amado, nuestro Se�or Jesucristo, entonces est�
obedeciendo fielmente al Esp�ritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, para que sea glorificado grandemente en su vida
y en la de los suyos tambi�n cada d�a por la tierra y as�
tambi�n para la nueva eternidad venidera.

O tambi�n podr�amos decir, de que todo aquel que obedece
fielmente en su coraz�n al Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos de nuestro Padre celestial, en verdad, tiene al
Gran Rey Mes�as viviendo ya en su vida de cada d�a, para
honrar y complacer por siempre a la voluntad santa de su
Hacedor y Fundador de su vida, �nuestro Padre celestial!
Porque nuestro Padre celestial jam�s dar� por inocente a todo
aquel que no acepte en su coraz�n a su Hijo amado, el Hijo de
David, no s�lo para cumplir su voluntad santa y gloriosa de
la vida eterna de su Ley intachable de La Nueva Jerusal�n
santa e infinitamente honrada del cielo, sino que no podr�
ser llamado su hijo jam�s.

Entonces todo aquel que no se convierte en su hijo al aceptar
a su Jesucristo en su coraz�n, como su �nico y suficiente
salvador, pues, no solamente no podr� volver a nacer jam�s
del Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos, sino que su
nombre ser� borrado del libro de la vida (es decir, s� es que
est� escrito en �l a�n). Porque la verdad es que todo aquel
que nace en la tierra, nace con su nombre escrito en el libro
de la vida del cielo; podemos recordar que nuestro Se�or
Jesucristo les dijo a sus ap�stoles, por ejemplo: Dejen que
los ni�os vengan a m�, porque de ellos es el reino de los
cielos.

Sin embargo, si no aceptan al Se�or Jesucristo como su
Salvador personal de sus almas vivientes, por una raz�n u
otra, entonces sus nombres son borrados del libro del cielo,
por su culpa, por su pecado, de no tener el Esp�ritu Santo de
Los Mandamientos glorificados y cumplidos en sus vidas, por
medio de la vida mesi�nica de Jesucristo. Porque s�lo los que
aman a nuestro Padre celestial y a su Esp�ritu Santo de Sus
Diez Mandamientos, por medio del pacto eterno del esp�ritu de
la sangre y de la vida gloriosa y sant�sima del Hijo de
David, podr� mantener su nombre escrito en el libro de la
vida.

De otra manera, sin el Se�or Jesucristo viviendo en su
coraz�n, como Dios manda, no podr� retener su nombre en el
libro de la vida, sino que ser� borrado; porque su nombre
ahora est� perdido entre las llamas eternas del fuego eterno
del infierno, por haber deshonrado en su vida al dador de la
vida eterna, �nuestro Se�or Jesucristo! Por eso, siempre es
bueno invocar el nombre bendito de nuestro Se�or Jesucristo
cada d�a de nuestras vidas por toda la tierra, para que
nuestro Padre celestial junto con su Esp�ritu Santo de Sus
Diez Mandamientos y sus huestes angelicales en el reino
celestial se sientan profundamente complacidos con cada uno
de nosotros, para que sus bendiciones se cumplan sin demora.

Puesto que, nuestro Padre celestial crea inicialmente a su
Nueva Jerusal�n santa y gloriosa del cielo, para que viva con
�l todo hombre, mujer, ni�o y ni�a de todas las naciones
redimidas, pero siempre llenos del Esp�ritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, infinitamente cumplidos en la vida gloriosa de
su Hijo Jesucristo en Israel, para bien eterno de toda la
tierra. Porque la tierra tiene que ser bendecida grandemente
con nuevos cielos y con nueva vida eternal por nuestro Padre
celestial y por el Esp�ritu cumplido de Sus Mandamientos,
pero s�lo si el hombre y la mujer honran en sus vidas al
Se�or Jesucristo, como su �nico y suficiente salvador de sus
almas vivientes; si no, no hay bendici�n para la tierra
jam�s.

Por ello, la predicaci�n santa de cada d�a de los profetas de
la antig�edad y de los hijos e hijas de Dios de hoy en d�a,
por ejemplo, por toda la tierra, tiene que continuar, para
que las gentes sean perdonadas y sanadas de sus pecados y de
los �ngeles ca�dos que atacan continuamente sus vidas, sin
misericordia ni tregua alguna. Porque cuando los �ngeles
ca�dos atacan al hombre y a la mujer de toda la tierra, en
verdad, est�n atacando al Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos, para que jam�s sea honrado, ni menos exaltado
en sus vidas, por los poderes sobrenaturales de su �rbol de
la vida, �nuestro Salvador Jesucristo!

Pero cuando nuestro Se�or Jesucristo es recibido en el
coraz�n del hombre, de la mujer, del ni�o y de la ni�a de
toda la tierra, entonces el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos es infinitamente honrado y glorificado
grandemente en sus vidas; por tanto, esto alegra grandemente
a nuestro Padre celestial y a sus huestes angelicales en el
cielo. Porque siempre nuestro Padre celestial ha manifestado
desde el cielo su gratitud hacia su Hijo amado, nuestro Se�or
Jesucristo, se�al�ndolo a trav�s del cielo azul de Israel,
para decirle al mundo entero de naciones: �ste es mi Hijo
amado en quien tengo complacencia.

S�lo a �l oigan y hagan por siempre todo lo que les ordene
hacer, para bendici�n de sus vidas y para gloria y honra de
mi nombre santo, el cual le di para bendecir a Israel y a las
naciones en la tierra y en la eternidad venidera para
siempre, del nuevo reino venidero. En verdad, desde el d�a
que Mois�s recibi� las primeras tablas de Los Diez
Mandamientos, nuestro Padre celestial por vez primera vuelve
a darnos su voz desde el cielo azul de Israel, para hablarnos
con su coraz�n lleno de gozo y gran felicidad, porque el
Esp�ritu Santo de su Ley viviente ha sido honrado al fin en
todo Israel.

Y esta vez nuestro Padre celestial nos habla desde lo alto
del monte, para decirle a sus siervos antiguos como Mois�s,
El�as, Juan, Pedro y en fin a todos sus disc�pulos y las
familias de todas las naciones, de que por fin se sent�a
complacido con su esp�ritu humano, gracias a su Jesucristo,
el �nico cumplidor posible de la Ley divina. Hoy en d�a,
cuando nuestro Padre celestial es alegre en el cielo,
entonces es porque el hombre y la mujer de la tierra est�n
honrado el esp�ritu de la sangre y de la vida gloriosa de su
Hijo amado en sus corazones, quien, sin escatimar su propia
vida sant�sima, ha honrado y exaltado grandemente el Esp�ritu
Santo de Sus Diez Mandamientos.

Y si nuestro Padre celestial es alegre en el cielo, por
nuestras buenas acciones y fe, en el nombre bendito de su
Hijo Jesucristo, entonces su Esp�ritu Santo de Sus Diez
Mandamientos nos conceder�, enseguida, cada una de sus
asombrosas bendiciones de milagros y maravillas cada d�a,
para sanar nuestras vidas y nuestras tierras tambi�n,
escap�ndose por milagro de todo peligro. Por eso, es bueno
tener al Se�or Jesucristo en nuestros corazones por amor a la
tierra, para que Sus Mandamientos no solamente sean cumplidos
en nuestras vidas, sino tambi�n glorificados grandemente,
para que nuestro Padre celestial est� alegre en el cielo con
sus �ngeles y as� nos envi� m�s de sus ricas bendiciones,
para enriquecer nuestras vidas y la tierra tambi�n.

(Hoy, si deseas complacer grandemente en tu coraz�n y en toda
tu vida tambi�n a nuestro Padre celestial que est� arriba,
entonces tienes que hacer lo que es su voluntad m�s santa
para ti, y esto es de recibir en tu coraz�n, antes hoy que
ma�ana, a su Hijo amado, nuestro Se�or Jesucristo, como tu
�nico y suficiente salvador.) Porque el recibir al Se�or
Jesucristo en tu coraz�n, cumples con la voluntad perfecta
del la Ley viviente, para llenar tu vida de cada una de sus
muchas y ricas bendiciones eternas, de milagros y de
maravillas, para no solamente enriquecer tu vida sino tambi�n
la de los tuyos y de tus amistades, en todos los lugares de
toda la tierra.

Y s�lo as� finalmente nuestro Padre celestial ha abierto
desde ya, una era totalmente nueva de vida y de salud eterna
para Israel y para la humanidad entera, de todos ellos que lo
aman a �l en el esp�ritu y en la verdad celestial del
Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos cumplidos, el Hijo de
David, �nuestro �nico Salvador Jesucristo! En la medida en
que, fuera de Jesucristo, el Esp�ritu Santo no tiene a otro
Rey Mes�as ni salvador para nuestras vidas, en esta vida ni
en la venidera tampoco, eternamente y para siempre, del
para�so, de la tierra y de la nueva vida eterna de La Nueva
Jerusal�n santa y colosal del cielo.

En realidad, ha sido s�lo nuestro Se�or Jesucristo, como el
Hijo de David, quien realmente ha entrado y salido del
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos para ponerle fin al
pecado y as� por fin darnos bendiciones, salud y todas las
riquezas de la vida eterna, en la tierra y en el para�so y
para siempre en la eternidad venidera. Por esta raz�n,
nuestro Padre celestial llama inicialmente a Ad�n y Eva a
comer del fruto del �rbol de la vida, nuestro Se�or
Jesucristo: porque s�lo �l no solamente escribe con el
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos nuestra salvaci�n y
nuestra justificaci�n delante de nuestro Padre celestial,
sino que tambi�n s�lo �l puede seguir glorific�ndolo
progresivamente en nuestros corazones para siempre.

Y esto es de glorificarlo grandemente en la vida de los
�ngeles, arc�ngeles, serafines, querubines y dem�s seres muy
santos del cielo, por ejemplo, y as� tambi�n de cada hombre,
mujer, ni�o y ni�a de la humanidad entera, para que las
mentiras de Satan�s mueran para siempre, en el para�so y as�
tambi�n en todas las naciones de la tierra. Porque nuestro
Se�or Jesucristo no s�lo naci� del vientre virgen de una de
las hijas de David, por los poderes sobrenaturales del
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos para fin del pecado y
salvaci�n de Israel y de la humanidad entera, sino tambi�n
para purificar los lugares celestiales; porque s�lo
Jesucristo puede limpiar el cielo y la tierra de todo pecado.

Adem�s, nuestro Se�or Jesucristo es todopoderoso en el cielo
y en la tierra en contra de todo pecado, de toda mentira, de
toda maldad, de toda infamia, de toda calumnia de Satan�s y
de sus �ngeles ca�dos en el coraz�n rebelde de todos los
malvados, de toda la tierra; s�lo nuestro Se�or Jesucristo
nos limpia diariamente, de las maldades infernales. De otra
manera, nuestro Padre celestial no solamente jam�s podr�a
ponerle fin al pecado en el reino de los cielos, en el
para�so, en la tierra y hasta en el mismo infierno y en el
lago de fuego, por ejemplo, sino que tampoco jam�s podr�a
realizar su sue�o de una nueva Jerusal�n angelical, llena de
vida eterna para la humanidad entera.

Fue por esta raz�n que nuestro Padre celestial inicialmente
escogi� la tierra prometida de Israel, para no solamente
cumplir con el Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos, sino
tambi�n para ponerle fin al pecado no solamente de Ad�n y
Eva, sino tambi�n de cada uno de sus hijos e hijas, en sus
millares, de todas las familias de las naciones de toda la
tierra. Y as� nuestro Padre celestial podr�a empezar a
bendecir no solamente cada hombre, mujer, ni�o y ni�a de la
Casa de Israel de todos los tiempos, sino tambi�n a cada una
de las familias de las naciones con el esp�ritu de paz y
verdad que emanan del Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandamientos
grandemente glorificados en el �rbol de la vida.

Y �ste �rbol de la vida, no solamente es del para�so
originalmente, sino tambi�n de Israel y de La Nueva Jerusal�n
santa y gloriosa del cielo, en donde todo es paz, amor,
verdad y justicia eterna para los que aman a Dios, en el
esp�ritu y en la verdad gloriosa de la vida sant�sima y
sumamente glorificada de su Hijo Jesucristo. Adem�s, el �nico
lugar en donde Satan�s jam�s ha pisado, ni mucho menos sus
mentiras han tocado su vida santa y sumamente gloriosa, como
toco la vida del reino angelical, el para�so y la tierra del
hombre: en verdad, ha sido �nicamente La Nueva Jerusal�n
santa y perfecta del cielo; y, presentemente, nuestro Padre
celestial desea mantenerla as�, para la eternidad.

Por eso, nuestro Padre celestial no solamente llama a Ad�n y
Eva a comer del fruto del �rbol de la vida, nuestro Se�or
Jesucristo, el Esp�ritu Santo de la perfecta vida eterna de
La Nueva Jerusal�n celestial, sino que tambi�n llama a cada
uno de sus reto�os, como t� y yo hoy en d�a, para que
ascendamos al cielo desde hoy. Pero esta vez tenemos que
regresar a nuestras verdaderas vidas del para�so llenos del
Esp�ritu Santo de Los Diez Mandamientos, infinitamente
glorificados en la vida de nuestro Se�or Jesucristo, el �nico
�rbol de la vida de esta nueva vida santa y eterna del nuevo
reino sempiterno de nuestro Padre celestial, su Esp�ritu
Santo, sus �ngeles y su humanidad entera.

De otra manera, sin el Esp�ritu Santo de Los Diez
Mandamientos infinitamente glorificados en la vida de nuestro
Se�or Jesucristo, entonces nadie podr� jam�s entrar a la vida
santa y sumamente gloriosa de La Nueva Jerusal�n celestial,
libre de toda mentira, prometida inicialmente a Abraham y a
sus descendientes de naciones sin fin de toda la tierra,
comenzando con Israel, por supuesto. Por esta raz�n, el
Esp�ritu Santo siempre les manifest� a los siervos de nuestro
Padre celestial que nadie impuro podr�a jam�s no solamente
presentarse delante su presencia santa en la tierra o en el
para�so, sino que tampoco podr�a entrar a La Nueva Jerusal�n
gloriosa del cielo; �sta es una tierra infinitamente sagrada,
jam�s conocida ni menos tocada por Satan�s.

De un modo u otro, nada sucio jam�s entrara en esta ciudad
celestial de nuestro Padre celestial y de su �rbol de la vida
eterna para siempre, s�lo los que aman a nuestro Padre
celestial en el Esp�ritu Santo de Sus Diez Mandatos
gloriosos, infinitamente honrados y exaltados en la vida
bendita de su Hijo amado, �nuestro Se�or Jesucristo! Es m�s,
en �sta ciudad celestial del m�s all�, Satan�s desear�a
entrar en ella y as� tambi�n cada uno de sus �ngeles ca�dos y
hasta los malvados y mentirosos de siempre de toda la tierra,
pero no podr� entrar en ella jam�s; porque nada sucio la
podr� tocar, ni menos contaminar, para siempre.

Es decir, que Satan�s ni ninguna de sus mentiras jam�s ha
entrado en ella, desde el d�a de su creaci�n, millones de
a�os atr�s, y hasta nuestros d�as: no obstante, s�lo los que
aman a nuestro Padre celestial, por medio de su Hijo amado,
entraran en ella por fin, para encontrarse con su verdadera
vida celestial, por vez primera. Por eso, nuestro Padre
celestial desea que comamos y bebamos de su fruto de vida
eterna, nuestro Se�or Jesucristo, para que nuestra carne ya
no sea la carne rebelde a Jesucristo de Ad�n y Eva, y que
bebamos siempre de la sangre bendita de la copa de vida
eterna tambi�n, porque es verdadera bebida para no tener sed
jam�s.

Y, adem�s, para que nuestra vida, por los poderes
sobrenaturales del Esp�ritu de vida y de salud eterna de su
sangre viviente, ya no sea la de Satan�s en la que nacimos en
el mundo, sino la de su Hijo Jesucristo, el �rbol vivo de Los
Diez Mandamientos infinitamente glorificados, en la que
volvimos a nacer-pero esta vez-en el para�so. Porque as� como
nuestro Se�or Jesucristo tuvo que nacer como el Rey Mes�as, o
el Hijo de David, por los poderes sobrenaturales del Esp�ritu
Santo de Los Diez Mandamientos del vientre virgen de la hija
de David; as� pues tambi�n cada uno de nosotros.

Y esto es comenzando con Ad�n y Eva clavados con el cuerpo
sant�simo del Cordero Escogido de Dios sobre los palos
antiguos sobre la cima de la roca eterna, en las fueras de
Jerusal�n, para volver a nacer a�n muertos ya por muchos a�os
atr�s: pero esta vez renacieron s�lo por los poderes
sobrenaturales del Esp�ritu cumplido de la Ley viviente. Y
�sta es una vida sumamente gloriosa y, a la vez, llena del
Esp�ritu Santo del cumplimiento honrado y sumamente
glorificado de Los Diez Mandamientos en la vida sant�sima de
nuestro Se�or Jesucristo y as� tambi�n de Ad�n y de cada uno
de sus reto�os, comenzando con Eva, su esposa, por ejemplo,
para vivir por fin la grandiosa vida eterna del cielo.

El amor (Esp�ritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su
Jesucristo es contigo.


�Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


D�gale al Se�or, nuestro Padre celestial, de todo coraz�n, en
el nombre del Se�or Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Se�or. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, tambi�n, para
siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Se�or Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad d�a y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'�Maldito el hombre que haga un �dolo tallado o una imagen
de fundici�n, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresi�n a la Ley perfecta de nuestro Padre celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'

"'�Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su pr�jimo!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que desvi� al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
hu�rfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que a escondidas y a traici�n hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�
Am�n!'

"'�Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dir�: '�Am�n!'

"'�Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poni�ndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dir�: '�Am�n!'

LOS �DOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los �dolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre celestial y de su
Esp�ritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
�sta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quiz� que
el fin de todos los males de los �dolos termine, cuando
llegues al fin de tus d�as. Pero esto no es verdad. Los
�dolos con sus esp�ritus inmundos te seguir�n atormentando
d�a y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males est� aqu� contigo, en
el d�a de hoy. Y �ste es el Se�or Jesucristo. Cree en �l, en
esp�ritu y en verdad. Usando siempre tu fe en �l, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los �dolos y de sus huestes de
esp�ritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos tambi�n, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de d�a en d�a
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus �ngeles santos. Y t� con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oraci�n, cada tilde, cada
categor�a de bendici�n terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada se�or�o, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del d�a de hoy y de
la tierra santa del m�s all�, tambi�n, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, �el Se�or Jesucristo!, �El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

S�LO �STA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la �nica ley santa de Dios y del Se�or Jesucristo en
tu coraz�n, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo as�, desde los d�as de la antig�edad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendr�s otros dioses delante de m�".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te har�s imagen, ni ninguna semejanza
de lo que est� arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinar�s ante ellas
ni les rendir�s culto, porque yo soy Jehov� tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generaci�n de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomar�s en vano el nombre de Jehov�
tu Dios, porque �l no dar� por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acu�rdate del d�a del s�bado para
santificarlo. Seis d�as trabajar�s y har�s toda tu obra, pero
el s�ptimo d�a ser� s�bado para Jehov� tu Dios. No har�s en
ese d�a obra alguna, ni t�, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que est�
dentro de tus puertas. Porque en seis d�as Jehov� hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
repos� en el s�ptimo d�a. Por eso Jehov� bendijo el d�a del
s�bado y lo santific�".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus d�as se prolonguen sobre la tierra que Jehov� tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometer�s homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometer�s adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robar�s".

NOVENO MANDAMIENTO: "No dar�s falso testimonio en contra de
tu pr�jimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciar�s la casa de tu pr�jimo; no
codiciar�s la mujer de tu pr�jimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
pr�jimo".

Entr�gale tu atenci�n al Esp�ritu de Dios y d�shazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, tambi�n. Hazlo as� y sin m�s demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
�dolos y de sus im�genes de talla, aunque t� no lo veas as�,
en �sta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
tambi�n. Y t� tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los d�as de la antig�edad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el d�a de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que s�lo �l desea ver vida y vida en
abundancia, en cada naci�n y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Se�or
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oraci�n de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACI�N DEL PERD�N

Padre nuestro que est�s en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo as� tambi�n en la tierra. El pan nuestro de cada d�a,
d�noslo hoy. Perd�nanos nuestras deudas, como tambi�n
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentaci�n, mas l�branos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Am�n.

Porque s� perdon�is a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
celestial tambi�n os perdonar� a vosotros. Pero si no
perdon�is a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonar�
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Se�or Jes�s dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR M�". Juan 14:

NADIE M�S TE PUEDE SALVAR.

�CONF�A EN JES�S HOY!

MA�ANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MA�ANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL D�A DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
�ste MUNDO y su MUERTE.

Disp�nte a dejar el pecado (arrepi�ntete):

Cree que Jesucristo muri� por ti, fue sepultado y resucito al
tercer d�a por el Poder Sagrado del Esp�ritu Santo y deja que
entr� en tu vida y sea tu �NICO SALVADOR Y SE�OR EN TU VIDA.

QUIZ�S TE PREGUNTES HOY: �QUE ORAR? O �C�MO ORAR? O �QU�
DECIRLE AL SE�OR SANTO EN ORACI�N? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios m�o, soy un pecador y necesito tu perd�n. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi coraz�n y a mi vida, como mi SALVADOR.

�Aceptaste a Jes�s, como tu Salvador? �S� _____? O �No
_____?

�Fecha? �S� ____? O �No _____?

S� tu respuesta fue S�, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada d�a para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los d�as en el nombre de JES�S. Baut�zate
en AGUA y en El ESP�RITU SANTO DE DIOS, adora, re�nete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los dem�s.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecost�s o pastores del
evangelio de Jes�s te recomienden leer y te ayuden a entender
m�s de Jes�s y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos est�n disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librer�a cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librer�as cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros est�n a tu disposici�n, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer m� libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre celestial y de su
Hijo amado y as� comiences a crecer en �l, desde el d�a de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusal�n d�a a d�a y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque �sta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvaci�n eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Esp�ritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusal�n". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, dir� yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusal�n". Por causa de la casa de Jehov� nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: implorar� por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Esp�ritu de Dios a toda la humanidad, dici�ndole y
asegur�ndole: - Qu� todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehov� de los Ej�rcitos, �el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
coraz�n, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


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