La España transformable
Arturo Puente
"Como persona de izquierdas, me niego en redondo a decir que algo no es transformable. No sé qué calidad cultural o social superior tiene el pueblo catalán en relación con otros pueblos. Se ve que nosotros sí podemos transformar las cosas y los otros no pueden. Este es un discurso pueril. creo que España es transformable y creo que vale la pena luchar por transformarla. Si esta transformación conlleva la creación de una realidad plurinacional, creo que vale la pena que Cataluña sea dentro de esta realidad. si esto no es así, puedo entender la posición de independencia. no sé si me haría independentista, pero la puedo entender ". Xavier Domènech, entrevista en Caminos por la hegemonía, de Sergi Picazo en Icaria Editorial.
El llamado proceso soberanista catalán celebrará este mes de septiembre 4 años. El ciclo que abarca desde el comienzo de la reforma estatutaria hasta hoy ya comprende 12. Durante este periodo el eje nacional se ha ido imponiendo en el debate político catalán, poco a poco y con vaivenes, hasta hacerse casi omnipresente. Las elecciones del 27-S son indescifrables sin entender el total protagonismo del hecho nacional.
Es evidente que la cuestión nacional se impone porque hay un problema no resuelto al respecto, nacido del bloqueo de España a la libre capacidad de decisión de los catalanes. Pero, a pesar de ello, la preeminencia de este eje fastidia un porcentaje nada despreciable de la sociedad, y no me refiero únicamente de los que abogan con claridad para mantenerse en España, sino en diferentes grupos para los que el debate dependencia / independencia ni es la principal de sus preocupaciones ni guía su acción política.
Esto ha hecho que desde muchos de estos espacios se haya optado por obviar el eje nacional. A pesar de ser comprensible por la saturación, puede conllevar altos riesgos. La cita de Domènech, líder de En comú Podem en el Congreso, es buena muestra de ello. "Se ve que nosotros sí podemos transformar las cosas y los otros no pueden", dice. Obvia el hecho nacional y con ello, en mi opinión, dos cosas de suma importancia. La primera es que "los otros" pueden transformar las cosas tanto como los catalanes, si no más. Con la diferencia que transforman de acuerdo a sus intereses, en este caso, sus intereses nacionales. La segunda es que España, de hecho, ya se está transformando, no ha dejado de hacerlo en los últimos 12 años. ¿En qué sentido? De nuevo, de acuerdo con los intereses nacionales mayoritarios de los españoles, como no podría ser de otra manera.
Empezamos por la primera cuestión, la capacidad de transformar España. Dice Domènech, en condicional, que tal vez la transformación de España "conlleva la creación de una realidad plurinacional". Vamos a los hechos. En la década pasada hubo dos proyectos coetáneos de transformación de España en una vía federalizante: la reforma del Estatuto de Cataluña, promovida sobre todo por Pascual Maragall, y la reforma del Estatuto Vasco, el llamado " Plan Ibarretxe ". Ambos proyectos tuvieron serios problemas para encajar las mayorías internas en Cataluña y País Vasco con la mayoría parlamentaria española, que entonces, por cierto, ostentaba el PSOE de Zapatero. El Plan Ibarretxe cayó directamente en el Congreso. El Estatuto avanzó más a base de rebajas, pero quedó finalmente mutilado al Tribunal Constitucional, con una sentencia de interpretación restrictiva que cerraba cualquier vía federal o plurinacional dentro de la actual Constitución.
Puede alegarse que esta era la situación hace 10, 6 o un año, y que la situación desde entonces ha cambiado. Pero miremos la composición parlamentaria. Sin ánimo de menospreciar el terremoto -real e importantísimo que suponen los 65 escaños de Podemos y las confluencias-, lo cierto es que un texto estatutario como el que salió del Parlamento volvería a necesitar las mismas rebajas que en 2006 para ser aprobado en el Congreso. Y, con la doctrina constitucional establecida por el TC, bien podría esperarse una sentencia similar a la de 2010.
Si se considera que los objetivos federalizantes del Estatuto catalán son objetivamente mejores, más democráticos, incluso buenos para el conjunto de España, es lógico que se pregunte, como lo hace Domènech, "qué calidad cultural o social superior tiene el pueblo catalán con relación a los otros pueblos ". El problema es que la premisa es falsa. El Estatuto catalán o la plurinacionalidad en España, no son objetivamente ni mejor ni peor, no denotan ninguna calidad cultural ni social superior. Sólo son respuestas diferentes para unos determinados intereses nacionales de los ciudadanos. Por tanto, no es que los catalanes sean mejores, no es que ellos puedan transformar la realidad y el resto no. Simplemente muestran unas preferencias diferentes que, al no encajar en el statu quo, necesitan la transformación que promueven.
Pero el error no acaba aquí. Porque la segunda cosa que te pierdes cuando evitas mirar el hecho nacional es que España ha vivido una transformación bastante acusada en términos de articulación territorial durante los últimos años. Desarrollar los detalles del proceso recentralizador que vive España, por cierto más silencioso pero también más exitoso que el Proceso catalán, me ocuparía demasiado, pero lo resumiré en una imagen que creo bastante contundente: hoy hay 14 comunidades autónomas españolas intervenidas por Hacienda, es decir, sin autonomía económica.
No es ningún escándalo. Si miramos el último barómetro del CIS de marzo, una mayor descentralización sólo convence al 22% de los encuestados, mientras que el 27% apuesta por una mayor centralización. Mientras tanto, casi el 40% opina que las CCAA están bien como están -recordemos: 14 de ellas intervenidas-. Tenemos, por tanto, un proceso de recentralización que no parece ser mal visto por la inmensa mayoría de los españoles. La descentralización ni siquiera aparece como una gran preocupación para los votantes de Podemos y sólo 1 de cada 3 se decanta por ella.
Los españoles, en conjunto, parecen tener un consenso respecto a la articulación territorial que desean: como hasta ahora o, en todo caso, más centralizada. En consecuencia, esto es lo que el Estado está promoviendo desde hace años. La pregunta pues no es si España puede transformarse. Es evidente que sí. Lo está haciendo. La pregunta es si España puede transformar sus intereses nacionales de tal manera que acaben convergiendo con los intereses nacionales catalanes. Y la verdad es que todo indica que no, que se transforman, ambos, en sentidos divergentes.
Domènech persigue un objetivo loable -tanto como Montoro en centralizar o Puigdemont en buscar la independencia- cuando se propone transformar España. Le deseo la mejor suerte porque yo también creo que en España le conviene una transformación nacional y de articulación territorial para evolucionar hacia un cambio real. Lo que no podemos hacer, ni él ni yo, es confundir los deseos con la realidad y obviar que los españoles muestran unas aspiraciones nacionales contrarias a ello, y que son tan legítimas como las de los federalistas, los independentistas o las de cualquiera.
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Gabriel