Los catalanes hacen cosas
Ignasi Aragay
Hace tiempo que me obsesiona la frase reveladora de Rajoy: "Los catalanes hacen cosas". Como si fuéramos unos españoles peculiares, excéntricos. No ya porque hablamos otro idioma, sino porque somos activos. Hacemos cosas! Es una frase que sobre todo dice mucho de quien la dice: se ve que para un español, lo que sería normal es no hacer muchas cosas, hacer lo mínimo. Seríamos la otra cara de una inactiva normalidad. Él mismo, el todavía inquilino de la Moncloa, es el paradigma de esta pasividad secular, tan interiorizada que le sale del alma elogiar los que la contradicen.
Tiene el no hacer bien arraigado. Lo hemos vuelto a comprobar con su renuncia a la investidura. Ha cedido toda la iniciativa a los rivales. Se ha quedado esperando a verlas venir, inalterable a las críticas, incluso de los suyos. Le pillamos diciendo que le sobraba tiempo. Uno fácilmente se lo puede imaginar en el despacho, ocioso, fumándose un cigarro mientras lee el Marca. Como un hidalgo que acepta la fatalidad del destino, incapaz de ponerse a trabajar para cambiarlo. Ya vendrán a mí, yo he ganado ... Yo descubrí América: sí, el gallego Rajoy encarna perfectamente el tópico de que el oro americano estropeó Castilla.
Y, mientras tanto, los catalanes hicimos la Revolución Industrial y la Renaixença, y seguimos haciendo cosas porque sabemos que nadie, ni desde Madrid ni desde Bruselas, nos regalará nada. Durante un par de siglos bien buenos intentamos reformar, activar, modernizar aquella España paralizada en el tiempo, dormida, dominada por un grupo de impasibles señores Rajoy, bien establecidos sobre la pobreza de los demás. Hasta que nos hemos cansado de hacer cosas para los demás y ahora las queremos hacer para nosotros. Para nosotros, no contra nadie. Ya no somos el despertador de España. Somos y nos vemos como unos europeos más, por cierto, más conscientemente europeos que muchos. Sencillamente nos hemos despertado de la pesadilla de Sísifo, siempre cargando la piedra reformista peninsular, una piedra que nos acababa aplastando con una guerra, una dictadura, una sentencia del Tribunal Constitucional.
"Los catalanes hacen cosas". Efectivamente, y las seguiremos haciendo. Hacer es nuestra manera de ser. Tenemos un espíritu más laborioso que especulador. El filósofo José Ferrater Mora, él mismo un especulador muy laborioso -piénsese sólo en su unipersonal e ingente Diccionario de filosofía -, definía tres formas de vida catalana: la cordura, la medida y la ironía. Ya es eso: un pragmatismo amable, esforzado. Como diría Gaziel en Qué clase de gente somos, somos más Sancho Panza que Quijote. Nos atrae irresistiblemente lo que es "razonable, sensato, práctico, productivo y pacífico". Y no es que ahora queramos ser, de repente, un pueblo remolcador, conquistador, heroico. El proceso no es una locura quijotesca. Al contrario, es un ataque de realismo. Hemos decidido dejar de ser arrastrados en la España quijotesca anclada en una paralizadora e imaginaria grandeza, ahora hecha de AVEs. Porque el problema no es el quo vadis, Catalonia?, sino el quo vadis, Hispania?. ¿Va hacia adelante o hacia atrás, España? ¿Se volverá a cerrar en el unitarismo castrador o aceptará de una vez su diversidad creadora? Todo apunta atrás. Y Cataluña esta vez no la seguirá y bajará del carro destartalado.
En fin, puestos a desear, convendría que los españoles abandonaran el secular y vividor rajoyisme de no hacer ni dejar hacer y se pusieran ellos también a hacer, de cosas, en lugar de mantener la obsesión por decirnos qué debemos hacer los catalanes, qué podemos hacer y qué no podemos hacer. Alma inquisitorial. Prohibir, no premiar. Cuando reclamamos el derecho a decidir no pedimos sino que nos dejen hacer nuestro camino, sin imposiciones. En definitiva, el derecho a ser para poder hacer. Mire por dónde, señor Rajoy, los catalanes queremos hacer aún más cosas.
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Gabriel