Google Groups no longer supports new Usenet posts or subscriptions. Historical content remains viewable.
Dismiss

(IVÁN): EL CREE EN JESUCRISTO NACE DE NUEVO PARA DIOS

0 views
Skip to first unread message

IVAN VALAREZO

unread,
May 24, 2008, 1:23:15 PM5/24/08
to

Sábado, 24 de mayo, año 2008 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica

(Feliz cumpleaños Israel, por tus sesenta nuevos años de
juventud eterna; Israel, has vuelto a nacer de entre las
naciones de la tierra, como Dios manda, para que vivas por Él
y para Él una vez más, y esta vez para siempre. Pues espero
que esta vez camines con el SEÑOR infinitamente en la nueva
eternidad celestial, de La Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa
del cielo, prometida a ti desde tus días de vida en la tierra
de Egipto, por Dios mismo y por tu Ángel Guardián. Aquel
Ángel Guardián que no te deja quieto ni por un momento, desde
que se presento en tu vida, para volverte a dar vida: Justo
como en el comienzo y entre un gran incendio formidable sobre
el Sinaí, para que Moisés y tú veas su gloria eterna en tu
libertad infinita, nuestro gran rey Mesías de todos los
tiempos, ¡el Hijo de David! Pues Feliz cumpleaños en tu nuevo
nacimiento mesiánico, hoy y por siempre en la nueva eternidad
celestial de Dios y de sus huestes angelicales: ángeles
fieles de los cuales cantan y adoran incansablemente a Dios y
a la sangre purificadora del pacto eterno de su Árbol de la
vida eterna por ti y por los tuyos también, desde siempre y
para siempre! ¡Amén!)

(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)


EL CREE EN JESUCRISTO NACE DE NUEVO PARA DIOS:

En Adán nacimos, por inicio, en su carne y en su sangre
transgresora del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos del
paraíso para morir condenados: sin embargo, en el Señor
Jesucristo "renacemos por los poderes sobrenaturales del
mismo Espíritu de Los Diez Mandamientos", pero cumplidos por
su sangre purificadora sobre la cima del monte santo de
Jerusalén, para vida eterna de todos. En otras palabras, en
la sangre de Adán vivíamos en la amenaza constante del ángel
de la muerte: pero en el Señor Jesucristo vivimos en el
Espíritu Santo de la salud y de la vida eterna del nuevo
reino de los cielos, para jamás sufrir la muerte, sino vivir
infinitamente saludables en la eternidad, libres de las
mentiras de Satanás.

En vista de que, es sumamente necesario que todos los que
nacen, por inicio, en la tierra, en el espíritu de error y de
rebelión de Adán, violando así el Espíritu de Los Diez
Mandamientos, "pues vuelvan a nacer para entrar a la nueva
vida eterna". Y nadie podrá jamás volver a nacer del Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos, si no cree en el nombre
sagrado del Señor Jesucristo, ¡nuestro único Salvador
Celestial!; por eso la predicación incesante del evangelio
eterno entre las familias de las naciones y de sus diversas
religiones, por ejemplo. Para que sus nombre sean escritos
"en el libro de la vida eterna".

Es por eso que todos están llamados por nuestro Padre
Celestial personalmente "a volver a nacer de nuevo", pero
sólo del fruto del Árbol de la vida celestial, nuestro Señor
Jesucristo, "ya sea en el paraíso o en la tierra de nuestros
días, por ejemplo". Porque esta es la única manera por la
cual, la nueva vida eterna del nuevo reino inmortal, como de
La Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo, podrá
realmente empezar en su día perpetuo, "para que los pueblos y
las naciones con sus lenguas autóctonas oren y alaben a
nuestro Creador infinitamente, sólo en el nombre de su
Redentor Jesucristo".

Y sólo así nuestro Creador empezara su nueva vida infinita,
pero esta vez con el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
infinitamente cumplidos, como escritos por el mismo dedo de
Dios, en el corazón de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, "para jamás volver a pecar en contra de él
ni de su Árbol de la vida". Y desde entonces acá, a todos los
que recibieron al Señor Jesucristo en sus corazones, como
Dios manda, como a los que tan sólo creen en su nombre
antiguo y misterioso, "pues a ellos nuestro Hacedor les dio
derecho de ser hechos hijos e hijas de su alma santísima en
esta vida, para entrar a la eternidad venidera desde ahora".

Y estos son de los cuales nacen por el espíritu de la fe, no
de sangre humana, ni menos de la voluntad de la carne de
Adán, ni de la voluntad de ningún varón de la tierra, como de
sus padres, por ejemplo, "sino de la voluntad perfecta y
santísima de nuestro único Dios", ¡el Creador del cielo y la
tierra! Porque para todo aquel que desee creer en su Dios y
Fundador de su vida, entonces tiene que creer en Él, sólo por
medio de la invocación salvadora de la sangre santificadora
de su Hijo amado, ¡nuestro Salvador Jesucristo!; de otra
manera, "no es posible creer en Dios jamás en esta vida ni en
la venidera también, eternamente y para siempre".

Por eso, nuestro Dios requiere del hombre, de la mujer, del
niño y de la niña de la humanidad entera, volver a nacer, no
del espíritu de error de sus antepasados, por más bondadosos
que hayan sido en sus vidas pasadas, "sino del Espíritu Santo
de las ordenanzas santas, como de él mismo o de su
unigénito", ¡nuestro Señor Jesucristo! Porque todo aquel que
nace para Dios, "entonces vuelve a nacer en el Espíritu
inviolable de Los Diez Mandamientos infinitamente cumplidos,
únicamente en el cuerpo, en la carne, en el Espíritu de la
sangre sacrificada del Árbol de la vida", como en el paraíso
y así también como sobre el monte santo de Jerusalén, en
Israel, ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Porque nuestro Señor Jesucristo descendió del cielo en su
día, y de acuerdo a la Escritura, para ser el primero en
nacer santo del vientre virgen de la hija de David, María y
de la tribu de Judá para la humanidad entera; porque "sólo
Jesucristo es el primero y el último entre todos los hombres
del paraíso y de la tierra". Ahora nuestro Señor Jesucristo
descendió del paraíso para nacer del hombre de la tierra,
pero sin el pecado de Adán, para no mentir jamás, sino sólo
hablar de la verdad infinita de su Padre Celestial y de su
Espíritu Santo, "como del libro de la verdad del cielo, para
bien de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera".

Puesto que, ha sido nuestro Padre Celestial quien ha
instalado a su rey Mesías sobre el monte santo, de acuerdo a
la Escritura, morada de justicia eterna de Jerusalén, en
Israel, para que sea rectitud, hermosura y salvación infinita
para el mismo Israel y para las familias de las naciones de
la humanidad entera. De aquí que, el libro de la verdad del
cielo sólo nuestro Señor Jesucristo fue encontrado
infinitamente justo delante de Dios, "para romper su sello y
abrirlo, para que sea leído únicamente por Él", para
bendición infinita de cada hombre, mujer, niño y niña de
Israel y de las naciones de toda la tierra.

Visto que, todo aquel que nace del espíritu de la sangre,
manchada por el pecado de Adán, entonces nace en el mundo
sólo para conocer el mal y sus dolores, de enfermedades,
dificultades terribles y hasta la misma muerte del infierno y
del lago de fuego, "para jamás volver a nacer del Espíritu
Santo, ni menos conocer la felicidad celestial". Porque para
Dios, todo aquel que nace de la sangre rebelde de Adán, en
verdad peca en contra del Espíritu de Los Diez Mandamientos
del paraíso, para maldición y condena eterna en la tierra y
en el lago de fuego: "en donde habita el espíritu de toda
mentira y de toda injusticia de Satanás y de sus ángeles
caídos, por ejemplo".

Pero los que nacen del Espíritu del Árbol de la vida, el Hijo
de Dios, entonces vuelven a nacer milagrosamente en el
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, infinitamente
cumplidos en la sangre bendita del Señor Jesucristo, "para
jamás ser violados en la tierra, ni menos en la eternidad,
sino venerados por siempre y para siempre por las naciones
eternas". Es por eso que el espíritu de error lucha día y
noche con el espíritu humano del hombre y de la mujer en su
corazón, "para que jamás conozca el verdadero Espíritu de Los
Diez Mandamientos, infinitamente cumplidos en la vida
gloriosa del Hijo de David", ¡el Cristo del paraíso y de la
eternidad venidera!

Es decir, que todo el mal que el corazón de Satanás desea que
haga el pecador, pues eso es lo que hace todos los días de su
vida inhumana por toda la tierra, "para desobedecer
constantemente a nuestro Dios y el Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos", con el fin de desacreditar la vida del Hijo de
Dios, ¡nuestro Salvador Jesucristo! Y esta es una lucha
constante de Satanás y de su espíritu de error de
desacreditar el Espíritu santísimo y sumamente glorioso de
las ordenanzas y decretos de Dios y de Moisés, en la vida del
Señor Jesucristo primordialmente y así también en el corazón
de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera.

Dado que, cada vez que el Espíritu inviolable de Los Diez
Mandamientos es deshonrado, "pues entonces el Hijo de Dios es
deshonrado seguidamente para desgracia de muchos", como de
los que aún no conocen en sus corazones: la verdad y la
justicia infinita de nuestro Padre Celestial y de su Espíritu
Santo, para bien eterno del espíritu de la humanidad entera.
Es por eso que el Espíritu de la sangre viviente del fruto
del Árbol de la vida es de suma importancia en nuestras
vidas, "para derrotar cada vez que sea posible cada una de
las profundas tinieblas de Satanás, mucho antes que sea
consumada en el corazón del hombre y de la mujer de toda la
tierra".

Porque las tinieblas de Satanás y así también de las gentes
de la mentira eterna no dejan de deshonrar el Espíritu de Los
Diez Mandamientos, porque cada vez que el Espíritu de Los
Diez Mandamientos es atacado, "entonces también el Señor
Jesucristo es atacado de manera parecida, para tristeza de
los ángeles y mal de la humanidad entera también". Es decir,
que esta lucha de atacar y de deshonrar a Dios y a su
Jesucristo ha sido siempre de parte de Satanás y de sus
secuaces, por medio de los ataques al Espíritu de Los Diez
Mandamientos, "para que los ángeles no vivan en paz en el
cielo ni menos las naciones en toda la tierra, para mal de
muchos".

Y es por eso que hay tantos problemas en toda la tierra,
porque Satanás y el espíritu de error están activos
constantemente, "atacando siempre todo lo que es del Espíritu
de las ordenanzas de Dios y del rey Mesías, en el corazón y
en las vidas de las familias de todas las naciones,
comenzando con Israel, por ejemplo". Para que el Señor
Jesucristo no sea glorificado, como es debido, en la vida de
todas las familias, razas, pueblos, naciones, religiones y
lenguas del mundo entero, "y así cada pecador no vuelva a
nacer jamás del Espíritu obediente del Señor Jesucristo",
sino que permanezca en el espíritu de desobediencia eterna de
Adán, por ejemplo, para morir en el infierno posteriormente.

Y así todos mueran en sus profundas tinieblas de siempre,
"sin jamás llegar a conocer al dador de sus nuevas vidas
eternas", en la tierra ni menos en el más allá, como en el
paraíso o como en La Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del
cielo: en donde todo es gloria infinita para el Espíritu de
Los Diez Mandamientos celestiales. Además, es la sangre
expiatoria del Cordero Escogido de Dios, "la cual cumplió
cabalmente con el Espíritu de Los Diez Mandamientos" no sólo
para gloria y honra de su nombre muy santo en el corazón del
Señor Jesucristo, sino también "para gloria y honra eterna en
el corazón de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera". Esa es la única salvación posible de Dios y de su
rey Mesías para Israel y para la humanidad entera,
eternamente y para siempre.

Para que así todos vivan por siempre felices sus días de vida
por toda la tierra, como si ya estuviesen viviendo sus nuevas
vidas eternas del paraíso, "libres de los males y las
enfermedades de muerte eterna de Satanás y de sus huestes de
ángeles caídos y de gran maldad, por ejemplo". Porque ese es
el poder supremo de nuestro Dios en la vida del hombre, en la
humanidad entera, la sangre santificadora de nuestro Señor
Jesucristo, para perdonar pecados a cada ahora del día, como
el sacrificio diario de la antigüedad y simultáneamente
protegernos de los males terribles de Satanás y de sus gentes
de gran decepción infernal del más allá.

Porque debemos recordar que el pecado nació en el más allá,
en el corazón de Lucifer y de sus ángeles caídos, en el día
que se rebelaron en contra de Dios y de su Jesucristo, y
luego nació en el corazón de Eva y seguidamente en el corazón
de Adán, para mal eterno de su linaje humano en toda la
tierra. Entonces las mentiras de Satanás entran en la vida
del hombre de toda la tierra a toda hora del día y de la
noche, como les sucedió a Adán y a Eva en el paraíso, por
ejemplo, "para destrucción de sus vidas celestiales, si no
viven en la protección santa y gloriosa del Espíritu de la
sangre bendita del Señor Jesucristo".

Y esto es muerte avisada para cualquier ser viviente de todas
las familias, pueblos y naciones de la tierra, para que nadie
sufra el mal del pecado ni de su muerte, sino todo lo
contrario; "que todos vivan en el Espíritu de la vida eterna,
como Dios manda, de su Hijo amado", ¡nuestro único Árbol de
la vida celestial! Porque es el Árbol de la vida, el Espíritu
de Los Diez Mandamientos infinitamente cumplidos y honrados
en el paraíso y así también en Israel y en toda la tierra,
"sí tan sólo las naciones aman al Señor Jesucristo, como el
Hijo de Dios, como el Cordero Escogido y como el sumo
sacerdote", ¡el único Salvador posible del mundo entero!

Ya que, es la sangre sacrificada de nuestro Salador
Jesucristo, "la cual nos santifica cada día y nos da vida
eterna día y noche y, a la vez nos aleja de los males habidos
y por haber de Satanás y de sus gentes de gran maldad
infinita, en la tierra y en el más allá también, eternamente
y para siempre". Porque sin el derramamiento de la sangre
expiatoria del Hijo de David, sobre la cima del monte santo
de Jerusalén, en Israel, "entonces no hay ninguna expiación
posible de pecado para ningún hombre, mujer, niño y niña de
Israel ni de ninguna de las naciones de toda la tierra",
eternamente y para siempre; y esto es muerte eterna, desde
siempre para siempre. Es decir, que no es posible que sus
nombres sean escritos en el libro de la vida jamás, sin creer
en la sangre santificadora de Jesucristo, derramada sobre el
monte santo de Jerusalén, para justicia, verdad y gloria
eterna de nuestro Padre Celestial que está en los cielos.

Y, por lo tanto, nadie jamás podrá escapar el poder terrible
y constante de la mancha del pecado, a no ser que vuelva a
nacer de nuevo de Dios, pero si el alma del hombre no cree en
el Hijo de Dios, entonces ¿cómo podrá volver a nacer del
Espíritu de la Ley divina? Sin duda alguna, esto es
totalmente difícil de alcanzarlo para el hombre del mundo
entero, porque está rayando lo imposible con su espíritu
humano, al tratar de nacer de nuevo pero sin Jesucristo en su
corazón, como el único salvador de su vida; "es por eso que
Dios tenía que actuar para bien del hombre y pronto, tan
pronto como hoy contigo".

Como quiera que, el hombre tiene que volver a nacer
milagrosamente en el espíritu no del error de Adán y Eva,
como en el principio de todas las cosas y de la humanidad
entera, por ejemplo, sino del Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos inviolables de nuestro Salvador Jesucristo, el
Santo de Israel y de las naciones. Por ello, nuestro Dios le
dio a Moisés la luz del Árbol de la vida sobre el Sinaí, y
luego le dio las lajas de Los Diez Mandamientos, para que
Israel entre en sus tierras y cumpla cabalmente con el
Espíritu de la Ley, y exclusivamente en la vida gloriosa del
Mesías, derramando su sangre expiatoria sobre el monte santo
de Jerusalén.

Dado que, sin el derramamiento de la sangre purificadora
sobre el monte santo de Jerusalén, entonces el Espíritu Santo
de Los Diez Mandamientos infinitamente cumplidos en el gran
rey Mesías de todos los tiempos, el Hijo de David, "no se
hubiese regado sobre la tierra de las naciones, para perdón y
para poder infinito de volver a nacer de su Espíritu
inviolable". Porque nadie puede hacer que el hombre vuelva a
nacer, sino sólo nuestro Jesucristo, pues para esto descendió
del cielo, "para que hoy mismo vuelvas a nacer del Espíritu
Santo de las ordenanzas y preceptos eternos de nuestro
Creador"; por lo tanto, las naciones y sus religiones no
pueden hacer a sus familias volver a nacer, sin Jesucristo en
sus doctrinas y enseñanzas.

En verdad, este es un milagro infinito, el cual sólo Dios lo
puede hacer por nosotros, en su Jesucristo, el cual que una
vez que se realiza en la vida del hombre, entonces "no cesa
de hacer nacer milagros en la vida del hombre, de la mujer,
del niño y de la niña de la humanidad entera". Y esto es
gloria infinita desde ahora, la luz de la nueva vida eterna
de Dios y de su Árbol de la vida en el corazón del hombre
para siempre, y para vivirla únicamente en la nueva eternidad
venidera; realmente, "esta es una vida totalmente libre de
Satanás, por lo tanto, una vida muy dulce para el hombre
honrarla y gozarla infinitamente". Esto es justicia eterna
para nuestro Padre Celestial, el que todo aquel que crea en
la sangre purificadora de su Jesucristo, entonces viva para
contarlo en la tierra y en la eternidad venidera de su nuevo
reino sempiterno también, "lleno de verdad, derecho,
justicia, gozo y alegría infinita para cada uno de nosotros y
de todas las familias de la tierra".

Es más, ésta nueva vida, la cual el nuevo nacimiento de la
sangre expiatoria del Señor Jesucristo nos da a cada uno de
nosotros, en toda la tierra, "no tiene nada que ver con Adán
ni mucho menos con Satanás", por eso es que es una vida
sumamente limpia, pura e infinitamente santa, para gozarla
desde ahora y para siempre. Porque todo aquel que desee ver
la vida eterna y entrar en el nuevo reino de Dios, para vivir
su nueva vida celestial, desde ahora y para siempre, entonces
"tiene que haber nacido de nuevo del Espíritu Santo de la Ley
de Dios, libre de toda culpa y de toda mentira de Satanás y
de sus ángeles caídos también, por ejemplo".

Y esto era sólo posible en la vida santísima de su Árbol de
la vida eterna, su unigénito, nuestro Salvador Jesucristo del
paraíso; porque sólo nuestro Jesucristo podía descender del
cielo, sin él jamás mancharse con el espíritu del pecado de
Adán, "para darle vida y salud en abundancia no sólo a
Israel, sino a las naciones con sus familias eternas
también". En realidad, esto es algo que ningún hombre podía
alcanzarlo en su vida, ni tampoco ningún ángel del cielo
podía hacerlo por él, sino sólo el Espíritu Santo de las
ordenanzas divinas de Dios y de Moisés, "manifestada a Israel
y a las naciones exclusivamente en el Hijo de Dios", ¡nuestro
Salvador Jesucristo!

Ya que, sólo el Señor Jesucristo descendió del cielo con el
Espíritu Santo de la sangre bendita e infinitamente
expiatoria, para llevar a cabo victoriosamente el sacrificio
sin igual sobre la cima del monte santo de Jerusalén, "para
fin del pecado y el cumplimiento de la Ley inmortal del
paraíso y de La Nueva Jerusalén Perfecta del cielo, por
ejemplo". Porque nadie podrá entrar jamás a la nueva ciudad
del cielo de Dios y de su Árbol de vida sin haber cumplido
cabalmente con el Espíritu de la Ley divina, sólo posible
hoy, como en la antigüedad, en la sangre santificadora y
purificadora del Señor Jesucristo, ¡el Rey de reyes y Señor
de señores! Y cuando Jesucristo nació del vientre virgen de
la hija de David, entonces nos entrego a nosotros la sangre
añorada por toda la tierra, la que se perdió en Adán en el
paraíso para desdicha de muchos; y hoy la tenemos a nuestro
alcance, "como en nuestros labios, como en nuestros corazones
y almas infinitas también, únicamente para vivirla
infinitamente".

Para que de esta manera muy santa, y de acuerdo a la
Escritura, entonces nosotros volvamos a tener vida, no de la
vida manchada por los pecados y las mentiras de Satanás, sino
libres de todos estos males terribles del más allá, "para
sólo conocer los bienes eternos e innumerables del fruto del
Árbol de la vida", ¡nuestro Señor Jesucristo! Porque una vida
sin el Espíritu deshonrado de Los Diez Mandamientos, sino
llena con el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
infinitamente honrados en nuestro Señor Jesucristo y en
nuestros corazones, "entonces los milagros juntos con sus
bendiciones eternas no cesan de entrar en nuestras vidas a
cada hora del día y por siempre en la eternidad". Ya esto es
un milagro glorioso en tu vida mi estimado hermano, sí tan
sólo le crees a tu Dios y a su Jesucristo, como dicta la
Escritura.

Es por eso que la sangre expiatoria del Señor Jesucristo es
tan buena en cada uno de nosotros, y tan rica en bendiciones
y milagros sobrenaturales a la vez, como siempre lo fue en la
vida de nuestro Señor Jesucristo en el paraíso, en Israel, y
por siempre será así, sin duda, en La Nueva Jerusalén
Celestial del nuevo reino venidero. Porque "solamente ésta es
la verdadera sangre santísima y expiatoria para el verdadero
sacrificio celestial y eterno del cielo", el cual no se pudo
lograr jamás en el paraíso por culpa de Adán, pero en Israel
si, para no sólo limpiarnos de nuestros pecados, sino darnos
vida y salud en abundancia, ¡gracias a las misericordias
infinitas de nuestro Padre Celestial!

Porque nuestro Dios es bueno infinitamente para los que le
aman a él, sólo por medio del nombre sagrado de su
Jesucristo; dado que "sólo la sangre purificadora del Señor
Jesucristo nos limpia de toda maldad, calumnia, falsedad y de
la muerte eterna del ángel de la muerte y de las impurezas
terribles de Satanás". Además, ésta sangre es muy santa e
inmortal, la cual nos bendice día y noche y sin cesar jamás
en la tierra y en la nueva vida eterna de Dios y de sus
huestes angelicales, "sí tan sólo le somos fieles a Él, en el
Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos cabalmente cumplidos
en la vida de su Hijo amado", ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Y como el Espíritu de Los Diez Mandamientos vive, "así pues
también nuestro Salvador celestial vive en perfecta gloria,
sentado a la diestra de nuestro Creador", para interceder por
cada uno de nosotros, de los que creemos en él y confesamos
con nuestros labios sus glorias inmortales, desde siempre y
para siempre en la tierra y en la nueva eternidad celestial.
Porque sólo la sangre del Árbol de la vida nos podía dar vida
y salud en abundancia, para poder vivir con nuestro Padre
Celestial, con su Espíritu Santo y con cada uno de sus
ángeles celestiales; y sin la sangre del Señor Jesucristo,
"entonces no podíamos tener vida ni menos salud infinita,
para vivir felices con nuestro Dios, eternamente y para
siempre".

En verdad, sin la sangre del Señor Jesucristo en nuestras
vidas somos presas fáciles a cada hora del día y de la noche
para Satanás y para sus gentes de la gran maldad y de la
decepción infernal, en la tierra y en el infierno también. Y
es por eso que la vida de muchos ha sido cortada mucho antes
de sus días de vida por la tierra, como en la flor de la
vida, delante de Dios y de su Jesucristo, desdichadamente;
pero nuestro Dios es un Dios justo, para juzgar con justicia
para bien de cada uno de ellos y hacerlos nacer una vez más.
Pues no importa cuando murieron, ni en manos de que enemigos
murieron en sus días de muerte, sin embargo, nuestro Dios
mismo los levantara a una nueva vida gloriosa, llena de días
largos y sin fin del cielo y la tierra, para que conozcan que
sólo él es el SEÑOR de sus almas infinitas, desde siempre y
para siempre.

Porque sólo ésta es la sangre santísima y expiatoria, la
cual, de acuerdo a la Escritura, tenía que ser derramada por
el Hijo de David sobre la cima del monte santo de Jerusalén,
"para ponerle fin al pecado y así cumplir fielmente con el
Espíritu de Los Diez Mandamientos eternos, para el
renacimiento de Israel y de las naciones eternas, también".
Porque una vida sin el Espíritu de Los Diez Mandamientos
cumplidos cabalmente en nuestro Señor Jesucristo, entonces no
es vida, sino otra cosa terrible, por decir lo menos posible;
"y nuestro Dios no desea este mal terrible para ninguno de
sus amados, como tú y yo, hoy en día mi estimado hermano,
sino sólo el renacimiento eterno de su Jesucristo en
nosotros".

Es decir, que la vida eterna que nuestro Padre Celestial
desea para Adán y así también para cada uno de sus
descendientes, en sus millares, de todas las familias, razas,
pueblos, linajes, tribus y reinos de la tierra, "está hoy
mismo, como en la antigüedad, solamente en el cuerpo santo y
vida gloriosa de su Hijo amado", ¡nuestro Salvador
Jesucristo! Y fuera del Señor Jesucristo ya no hay vida para
nadie en el paraíso, ni en la tierra, ni mucho menos en La
Nueva Jerusalén Colosal, "en donde Abraham, Isaac, Jacobo y
sus descendientes de la antigüedad juntos con muchos pueblos,
naciones y reinos, viven muy felices y en la eterna gloria de
amar mucho más que antes a nuestro Creador Celestial".

Porque para nuestro Padre Celestial "sólo los que aman su
fruto de vida eterna, la sangre sacrificada, han de pisar la
tierra santa y ver los cielos con sus mares gloriosos de La
Nueva Jerusalén Celestial", y más no los que deshonran el
Espíritu de las ordenanzas perfectas y justas de nuestro
Padre Celestial y de su Espíritu Santo, por ejemplo. Porque
sólo esta sangre santísima nos da vida y salud eterna día y
noche y por siempre en la nueva eternidad venidera del nuevo
reino de Dios y de su gran rey Mesías, como en La Nueva
Ciudad Seráfica de David, "para que los pueblos y las
naciones con sus lenguas autóctonas adoren y glorifiquen
infinitamente a su Creador celestial".

Por ello, sin ésta sangre santísima, entonces Israel ni
ninguna nación podía jamás hacer expiación por sus pecados,
para perdón, sanidad y salvación de sus almas infinitas, en
esta vida ni en la venidera, para siempre; "porque sólo la
sangre del Señor Jesucristo es la verdadera sangre del
sacrificio sin defecto alguno, para el pacto del perdón y la
salvación del hombre". En verdad, sin la sangre sacrificada
del Señor Jesucristo, "entonces ninguno de nosotros hubiese
podido jamás escapar los terribles embates de las profundas
tinieblas de Satanás y de sus ángeles caídos", como cada vez
que se acerca a nosotros con sus mentiras, problemas,
acusaciones falsas y enfermedades rebeldes, por ejemplo, para
desgarrar nuestras vidas como si fuésemos carne para comer.

Ciertamente, fue por el Espíritu de esta sangre y vida
gloriosa y antigua, por la cual Moisés pudo liberar a Israel
de las cadenas de esclavitud de Egipto, "para que salgan de
sus casas a cruzar el mar rojo por tierra seca, por la cual
ningún mortal había pisado jamás", camino al Sinaí y
finalmente pasar a la tierra escogida de Canaán. Porque en
Canaán estaba la Jerusalén escogida por Dios, "en donde su
monte santo levantaría en su día el cuerpo inmortal de su
Hijo amado, de acuerdo a los profetas y la Escritura",
sangrando sangre santa y expiatoria para perdón de pecados y
salvación infinita no sólo de Israel, sino de todas las
naciones también.

Porque sólo por la fe, en el gran rey Mesías de todos los
tiempos, el Hijo de David, entonces no sólo Israel volvería a
nacer no del Espíritu deshonrado de Los Diez Mandamientos de
Adán, "sino del Espíritu Santo e infinitamente honrado de Los
Diez Mandamientos en el Hijo de David, nuestro Señor
Jesucristo, para vivir la vida eterna desde ahora". Y esto
seria, como hoy en día y por siempre, por ejemplo, por medio
del evangelio eterno, "sí sólo las naciones invocan con sus
propias lenguas nativas el nombre salvador del Señor
Jesucristo", para gloria y honra suprema del Espíritu Santo
de Sus Diez Mandamientos inviolables de vida y de salud
eterna de la nueva vida celestial e infinita del cielo.

Porque la verdad es que, como en los días de Israel y de sus
sumos sacerdotes, como Aarón, por ejemplo, que tenían que
hacer sus sacrificios y holocaustos continuos día y noche
delante de Dios, para bien de sus vidas de aquellos días y
para bien eterno de generaciones futuras, también, para fin
del pecado y gloria eterna de Dios en toda la tierra. Para
que así el hombre no siga viviendo su vida pecadora de las
profundas tinieblas de Satanás, "sino que despierte a la luz
santa y verdadera del nuevo reino de los cielos, como el
despertar a la nueva luz santa e infinita de La Nueva
Jerusalén del rey David", ¡nuestro Señor Jesucristo!

En otras palabras, los sacrificios, ofrendas e incendios
grandiosos de los altares de Israel, "fue realmente cada vez
para honrar y exaltar el Espíritu Santo de la sangre
expiatoria del Cordero de Dios para destruir el pecado, el
ángel de la muerte y hasta el mismo infierno en su día, en el
lago de fuego", para fin de toda vida pecadora. Porque cada
sacrificio y cada gran incendio de ofrendas que Israel
siempre presento delante de Dios y sobre sus altares santos,
como en el lugar santo de los santos del tabernáculo,
"siempre fue del Espíritu inviolable de la sangre expiatoria
del Señor Jesucristo, la cual cumpliría cabalmente Los Diez
Mandamientos en Israel", para bendición y salvación infinita
de la humanidad entera.

Y sin el Espíritu de la sangre santísima y expiatoria del
Señor Jesucristo, "entonces Moisés jamás hubiese visto el
Árbol de la vida eterna, chispeando luces del gran incendio
del sacrificio eterno de sangre sobre el Sinaí, para avisarle
a Israel que su Dios no los había olvidado para redimir sus
vidas de la vida cruel y de esclavitud eterna de Egipto". Es
decir, que la sangre expiatoria y purificadora del Árbol de
la vida viene salvando al hombre de la ira de Dios y del
fuego eterno del infierno, desde sus primeros días de vida en
el paraíso y así también desde sus primeros días de vida en
la tierra, por ejemplo, y hasta nuestros días con toda
seguridad.

Por lo tanto, la sangre del Señor Jesucristo jamás deja de
ser importante para nuestro Padre Celestial y así también
para la humanidad entera, comenzando con Israel; porque la
sangre del Señor Jesucristo está tan viva hoy en día y como
siempre, "para expiar por nuestros pecados diariamente, y
llenarnos de bendiciones infinitas de la nueva vida eterna
del cielo". Por ello, el que rechaza la sangre del Hijo de
David, entonces peca terriblemente, y ya no hay más sangre
santísima para el sacrificio del perdón de sus pecados
delante de nuestro Padre Celestial y de sus ángeles
celestiales, "sino sólo condena y castigos sin fin para su
alma pecadora en el infierno candente, violento e
infinitamente tormentoso".

Porque para nuestro Creador todo aquel que no ama el Espíritu
de la sangre bendita de su Jesucristo, como religiones falsas
y peligrosas, "entonces no ama su misma existencia ni menos
la nueva vida de su nuevo reino celestial", como la nueva
vida prometida a los hebreos y la humanidad entera, de La
Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo, por ejemplo. Y
esto es rebelión para muerte en la tierra y en el infierno
para cualquier pecador y pecadora, así como lo fue en la
antigüedad, "así pues también lo es en nuestros días para
desdicha de muchos, como de los que caminan aún en sus
tinieblas de siempre y sin el amor de la sangre expiatoria de
Jesucristo en sus corazones".

Porque sólo la sangre del Señor Jesucristo es el verdadero
Espíritu de vida y de salud eterna, la cual no sólo cumplió
con Los Diez Mandamientos, "sino que también derroto por fin
a Satanás y su pecado a sus muertes seguras del lago de
fuego, para jamás volver a ofender a nuestro Dios ni a su
palabra santa, en nuestras vidas". Es decir, que cada
mentira, cada maldad, cada infamia y, por lo tanto cada
enfermedad y su muerte eterna en la tierra y en el infierno
"ya han sido vencidas por Dios mismo, en nuestras vidas de
cada día, gracias a la sangre expiatoria del sacrificio
supremo de nuestro gran rey Mesías de todos los tiempos", ¡el
Señor Jesucristo!

Por ello, con la sangre santísima y milagrosa del Señor
Jesucristo viviendo en nuestras vidas, entonces "somos más
que vencedoras para nuestro Padre Celestial y para su Ley
santa ante toda mentira, maldad, enfermedad y muerte eterna
en la tierra y del más allá también, eternamente y para
siempre". Es por eso que hoy en día, como en la antigüedad
con Israel y sus familias, por ejemplo, "tenemos abundancia
de milagros, maravillas y prodigios sobrenaturales en
actividad, actuando a nuestro favor en los cielos y en la
tierra, para bendecir nuestras vidas y así llenarnos de salud
eterna", para el servicio constante a nuestro Padre Celestial
y a su Espíritu Santo.

Porque es la sangre expiatoria, la cual nos acerca a nuestro
Creador y a su Espíritu Santo cada vez más, "para que los
poderes sobrenaturales del cielo y de la tierra se
manifiesten siempre a favor de nosotros", en todos los
lugares de la tierra, para librarnos de los males de Satanás
y de sus enfermedades terribles, por ejemplo. Y sólo así
entonces empezar a gozar de muchas bendiciones de los lugares
altos del cielo y de la tierra y hasta de sus profundidades y
alturas también, "porque nuestro Dios no sólo nos ha dado de
su misericordia y salvación infinita, sino que también nos ha
dado todas las cosas en la vida santísima de la sangre
sacrificada de su Hijo amado".

En verdad, la sangre expiatoria del Señor Jesucristo no sólo
nos hace volver a nacer del Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos para cumplir con toda verdad y justicia
celestial y así finalmente entrar a la vida eterna, sino que
es además de todo esto, "nuestra medicina perfecta para
destruir todos los males de Satanás, en nuestro diario
vivir". Por lo tanto, hay poder infinito de vida y salud para
cada uno de nosotros, en nuestros millares, en todos los
lugares de la tierra, "únicamente en la sangre santísima y
expiatoria de nuestro Señor Jesucristo"; y sin nuestro Señor
Jesucristo no hay poder alguno de vida ni menos de salud para
ninguno de nosotros, para siempre.

Es decir, también, que con el Señor Jesucristo en nuestras
vidas, entonces gozamos día y noche de muchas bendiciones de
nuestro Padre Celestial, como de las que se ven y de las que
no (se ven), "para enriquecer nuestras vidas cada vez más que
antes, para alcanzar nuevas glorias infinitas en nuestras
vidas para nuestro Padre Celestial y para su Jesucristo".
Porque "sin la sangre purificadora del Señor Jesucristo en
nuestras vidas, entonces jamás alcanzaremos ninguna verdad
salvadora", ni mucho menos gozaremos de ninguna justicia
infinita para poder entrar a vivir con nuestro Padre
Celestial y con su Árbol de vida, la nueva vida celestial de
La Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo.

Entonces lo primero que nuestro Dios ve, cuando mira a la
tierra desde su altar santísimo o desde su trono infinito, es
la sangre del hombre, "para ver con sus propios ojos, sin que
ningún ángel ni nadie le tenga que decir nada, sí está limpia
o manchada por el pecado de Adán y Eva, por ejemplo". Porque
es la sangre pecadora de Adán la que nos aleja de Dios, "pero
sólo la sangre sacrificada del Señor Jesucristo es la cual
cumplió con Los Diez Mandamientos eternos, y la que nos
acerca cada vez más a Él que está en los cielos", para
nosotros entonces hallar diariamente gracia y misericordia
infinita para nuestras vidas frágiles, en toda la tierra.

Ahora sí la sangre del hombre está manchada por el pecado,
entonces su mirada se aleja de él, con mucho dolor en su
corazón glorioso: "porque nuestro Dios es un Dios santísimo y
no puede mancharse con el pecado de nadie". Es por eso que la
sangre de Jesucristo es indispensable en nuestras vidas, para
que Dios viva alegre con nosotros perennemente y más no
enojado o irritado, por ejemplo, para mal de muchos en toda
la tierra. Porque sólo el Espíritu de la sangre santísima le
da mucha alegría a nuestro Dios y a su Espíritu Santo para
quedarse con nosotros y así bendecirnos en cada momento de
nuestras vidas, para no sólo resolver nuestros problemas
diarios, "sino también para darnos bendiciones de muchas
cosas que ni aún nos imaginamos tener, pero nuestro Dios nos
las da como quiera". Y nuestro Dios nos da lo que no podemos
alcanzar ni menos tener jamás, porque él es bueno para con
los que le aman a él, por medio de la sangre purificadora de
su Árbol de la vida, su Hijo amado, ¡nuestro Salvador
Jesucristo!

Además, nuestro Dios hace todas estas misericordias
sobrenaturales por cada uno de nosotros diariamente, como en
la antigüedad con Israel, llenas de su amor y de su Espíritu
Santo, porque nos ama grandemente, "como jamás nadie nos ha
amado tanto, ni mucho menos nos podrá amar así en la
eternidad, por amor al nombre santísimo de su Hijo amado", ¡
nuestro Salvador Jesucristo! Por ello, sí nuestro Padre
Celestial ve la sangre del Señor Jesucristo en nosotros,
entonces sus ojos se alegran y así también su corazón y toda
su alma santísima, "para darnos no sólo el perdón de nuestros
pecados cotidianos, sino también cada una de sus más ricas
bendiciones de salud y de salvación, para que jamás nos falte
ningún bien eternal".

Por cuanto, cuando nuestro Padre Celestial ve la sangre
santificadora de su Hijo amado en cada uno de nosotros, en
todos los lugares de la tierra, entonces sabe muy bien en su
corazón santísimo, "que hemos nacido de nuevo del Espíritu
Santo de Sus Diez Mandamientos gloriosos e infinitos, para
salud y vida eterna de nuestros cuerpos y espíritus humanos".
Realmente, con la sangre viviente y antigua de nuestro Señor
Jesucristo instalada en nuestros corazones, por nuestra fe
infinita en nuestro Hacedor, "entonces Satanás pierde todo
poder maligno en nuestras vidas y en la de los nuestros
también, (y esto es verdad en nosotros únicamente desde el
momento que confesamos y amamos a nuestro Jesucristo en
nuestros corazones infinitos, por ejemplo).

Para que a tal grado, entonces Satanás ya no se acerque más a
nosotros para hacernos daño con su espíritu de maldad y de
rebelión hacia el fruto de vida eterna del paraíso, como
cuando vivíamos sin el conocimiento santísimo del Espíritu
bendito del nombre y de la sangre expiatoria de nuestro
Salvador Jesucristo, en nuestros corazones eternos. Por lo
tanto, es la sangre santísima de nuestro Señor Jesucristo la
que hace la gran diferencia entre Dios y el hombre de la
tierra, "para no sólo perdonarle sus pecados, sino también
para entregarle cada una de sus bendiciones celestiales y
terrenales" (las cuales le pertenecen a él y a los suyos, por
inicio divino, desde siempre y para siempre).

Y estas bendiciones de nuestro Dios son las mismas
bendiciones que su Espíritu y así también su Árbol de vida,
nuestro Salvador Jesucristo, junto con sus ángeles se gozan
en cada una de ellas día y noche y por siempre en la
eternidad celeste; "porque nuestro Dios es felicidad y así
también nosotros, si solamente vivimos con Él junto con su
Jesucristo". Es decir, también, que únicamente la obediencia
perfecta de nuestro Dios en nuestros corazones, ya sea en el
paraíso, en la tierra o en La Nueva Jerusalén Santísima y
Gloriosa del cielo, "es, sin duda alguna, el Espíritu de la
sangre viviente y expiatoria de nuestro fruto de vida y salud
eterna", ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Y sin el Espíritu de la sangre del pacto eterno entre Dios y
el hombre en nuestras vidas, entonces vivimos en constante
desobediencia a nuestro Jesucristo, "para maldición y condena
eterna de nuestros corazones y de nuestras almas infinitas,
para vivir una vida pecadora no sólo en la tierra, sino
también en el mundo de los muertos", ¡en el infierno eterno!
Entonces sólo la sangre bendita y sacrificada del Señor
Jesucristo sobre todo lo alto del monte santo de Jerusalén,
en Israel, "obedece cabalmente a nuestro Padre Celestial y a
cada uno de sus preceptos eternos", y más no así en ninguno
de nosotros, con la sangre manchada por el pecado rebelde a
Jesucristo de Adán y Eva, por ejemplo.

Y esto significa que todos están viviendo en las mismas
profundas tinieblas de siempre, como de las cuales nuestro
Creador nos libro primeramente del fango en sus manos santas,
cuando nos formaba en su imagen y conforme a su semejanza
celestial, su unigénito, el Salvador de nuestras almas
eternas, para alcanzar nuevas glorias infinitas jamás
alcanzadas ni aun por los ángeles santos. Porque la verdad es
que en nuestras vidas hay glorias y santidades jamás
alcanzadas por nadie aún, ni siquiera por los ángeles más
poderosos del cielo, "de las cuales nuestro Dios las instalo
en nuestras almas infinitas, en el día que nos formaba en sus
manos sagradas, para el servicio santísimo de su nombre muy
amado en la eternidad", ¡nuestro Señor Jesucristo!

Es decir, que nuestro Padre Celestial nos forma en su imagen
y conforme a su semejanza celestial "para que seamos
inseparables de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado,
nuestro gran rey Mesías de todos los tiempos, el Hijo de
David", ¡nuestro Salvador Jesucristo! Y es únicamente Satanás
quien nos separa de Jesucristo con sus mentiras de siempre en
nuestros corazones. Es por eso que cada uno de nosotros es
muy importante para nuestro Dios y para su Espíritu Santo,
"para amar a su Hijo amado, nuestro único Árbol de la
libertad eterna, con todas las fuerzas de nuestros corazones,
de nuestras almas, de nuestras vidas y de nuestras mentes,
para vivir en perfecta armonía con su Ley viviente,
eternamente y para siempre".

Porque para nuestro Padre Celestial no hay otra Ley mayor que
no sea su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y así también
para cada uno de nosotros, de todos los hombres, mujeres,
niños y niñas de la humanidad entera, en el paraíso, en la
tierra y en La Nueva Jerusalén Celestial, por ejemplo.
Verdaderamente, somos tan importantes para nuestro Padre
Celestial y para su Espíritu Santo, cada uno de nosotros, en
nuestros millares, de todas las razas, familias, pueblos,
naciones, tribus y reinos de la tierra, "que nuestro Dios nos
ha bendecido grandemente a sus anchas infinitas en los
lugares celestiales, gracias a la sangre expiatoria de su
único Hijo amado", ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Es decir, que nosotros tenemos poderes sobrenaturales obrando
a nuestro favor día y noche en el cielo y en la tierra,
gracias al Espíritu del nombre y de la vida sagrada de
nuestro Señor Jesucristo, "para que no sólo nuestros pecados
no nos destruyan, sino para protegernos del mal constante del
enemigo, y así bendecirnos grandemente cada día y por
siempre". Porque nuestro Dios no crea al hombre en sus manos
santas en su imagen y conforme a su semejanza celestial para
que sufra la escasez de las cosas, como las muchas
maldiciones eternas del mundo de los muertos (como la sed
constante por la sangre purificadora y el hambre insaciable
por el pan del cielo, Jesucristo), sino todo lo contrario.

En verdad, cuando el hombre sufre, como siempre lo vemos
sufrir en toda la tierra, es porque Satanás lo está atacando
terriblemente y siempre a traición, "de la misma manera que
ataco a Dios y a su Jesucristo en el cielo, como en el día de
la rebelión de los ángeles caídos, para usurpar el trono de
Dios, por ejemplo". Y nuestro Dios no desea que Satanás nos
ataque, ni que se acerque a ninguno de nosotros por ninguna
razón, ni aun por culpa de nuestros pecados, "porque el
Espíritu Santísimo de la vida y de la sangre expiatoria de
nuestro Señor Jesucristo nos protege constantemente y por
siempre en todos los días de nuestras vidas y en toda la
tierra".

Porque con el Señor Jesucristo en nuestros corazones, no sólo
tenemos el sello de propiedad de la santidad de nuestro Padre
Celestial en nuestros espíritus y cuerpos humanos, "sino que
somos constantemente llenos del Espíritu Santo de Dios y de
sus dones sobrenaturales también, para servicio infinito al
nombre santo de nuestro Creador celestial". Entonces nuestro
Dios crea al hombre y a los suyos, para que sea feliz y jamás
le falte ningún bien del cielo ni de la tierra, en esta vida
ni en la venidera también, ni para que no sea presa de
Satanás ni de ninguno de sus enemigos eternos tampoco, ni
mucho menos presa fácil de las bestias de la maldad eterna.

Por ende, es la sangre del Árbol de la vida, nuestro Señor
Jesucristo, la que nos hace el corazón y el alma feliz cada
día, así pues como el corazón y el alma de nuestro Dios son
felices también, "porque la verdad, el derecho y la justicia
celestial reinan sublimes en nuestras nuevas vidas eternas y
celestiales también", ¡gracias a Jesucristo! Entonces el que
no tiene el espíritu de la sangre viviente del Señor
Jesucristo en su corazón y en su espíritu, para expiar por
sus pecados delante de Dios constantemente, "entonces no sólo
no es feliz, sino mucho más que esto; verdaderamente, esta
alma sufre y muere cada día, como ya viviendo en el infierno,
sin el pan del cielo, ¡Jesucristo!".

Es decir, que está alma perdida vive su vida por toda la
tierra, como la peor de los pecadores delante de Dios y de
sus huestes angelicales, "porque Satanás la tiene engañada,
como cuando engaño a Adán y a Eva en el paraíso, para mal de
su vida y de los suyos también, para desdicha de nuestro
Creador celestial". Es decir, también, que el alma del hombre
vivirá eternamente en la oscuridad del mundo de los muertos y
entre los tormentos del lago de fuego, para jamás conocer la
felicidad de la vida en su corazón ni menos en su alma
maravillosa, por ejemplo, "cuando muy bien pudo haber
conocido la felicidad celestial, sí tan sólo invocase a
Jesucristo al instante".

Porque es la invocación del nombre misterioso del Señor
Jesucristo lo que hace la gran diferencia espiritual en el
corazón y en toda la vida del hombre en todos los lugares de
la tierra y a cualquier hora del día también, "para que sus
problemas comiencen a solucionarse, y así su vida comience a
enriquecerse en el Espíritu de Dios". Porque sólo nuestro
Dios sana y salva al hombre, a la mujer, al niño y a la niña
de sus peores males y tormentos de sus vidas, en la
invocación del nombre bendito y misterioso de nuestro Señor
Jesucristo, "para que todo lo que sea tristeza entonces se
convierta a la felicidad eterna del cielo, como viviendo ya
en la eternidad angelical".

Por lo tanto, la ley de la tierra y así también del paraíso,
"es de que, sin duda alguna, todo aquel que no invoque el
nombre misterioso del fruto del Árbol de la vida y de la
felicidad eterna, el Hijo amado de Dios, nuestro Señor
Jesucristo, entonces muere irremisiblemente desde ya y día a
día y sin haber muerto físicamente todavía". Y esta es una
muerte triste y lenta para Dios y para los demás también,
"porque habiendo tanto poder en el nombre del Señor
Jesucristo y en su Espíritu Santo, para no sólo resolver
problemas y sanar enfermedades y aún hasta las más rebeldes,
por ejemplo, sin embargo, el hombre muere aun así en las
mentiras crueles del enemigo de Dios, Satanás".

Porque la verdad es que el hombre y así también la mujer
muere día a día, sin tener que morir por causa de ningún
pecado, "porque hay poderes sobrenaturales obrando siempre
para bien de sus vidas, en esta vida y en la eternidad, para
que no mueran jamás, sino que vivan por siempre y para
siempre en el cielo". Porque el que no ama la sangre
expiatoria y todopoderosa de su Hijo amado, "entonces para
nuestro Padre Celestial y así también para todos los seres
vivientes del reino de los cielos, ha muerto para siempre,
para jamás cumplir las ordenanzas de Dios y de Moisés, ni
muchos menos conocer jamás la felicidad de la nueva vida
eterna del cielo".

Y nuestro Dios no quiere la muerte del impío, sino su
arrepentimiento para que viva para siempre con él en su nuevo
reino celestial e infinito de La Nueva Jerusalén Santa y
Gloriosa del cielo; por ello, "el que rechaza la sangre
expiatoria de Jesucristo por falta de entendimiento en su
corazón, pues esta muerto en sus delitos y pecados
infinitamente". Entonces esto es muerte eterna en tu corazón,
ciertamente, mi estimado hermano y mi estimada hermana, si no
amas a Jesucristo en tu vida; es decir, también, "que después
de tu muerte, sin Jesucristo en tu corazón, realmente ya no
hay vida para tu alma viviente delante de Dios y de su fruto
principal de la vida eterna", ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Empero, nuestro Dios no crea al hombre con cada uno de los
suyos en sus manos santas, para que sufra y muera cada día de
su vida en la tierra ni menos en el más allá, "sino para que
viva y goce infinitamente de su imagen y semejanza celestial,
para que así sólo conozca la vida celestial y sus glorias
interminables". Ahora el que sufre día a día en la tierra,
así como Adán y Eva sufrían en el paraíso, por ejemplo, por
falta de la sangre expiatoria de Jesucristo en sus corazones,
"pues entonces será porque no conocen aún en sus corazones
eternos al dador de sus vidas, el Santo de Israel y de la
humanidad entera", ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Así pues, si desde hoy mismo comienzas a creer en tu corazón
en el Señor Jesucristo, como los antiguos creyeron en él y
así también los ángeles celestiales, "pues claramente
comenzaras a gozarte en tu vida de muchas de las cosas
gloriosas que nuestro Dios creo para todos los que le aman a
él", ¡sólo por medio de su Jesucristo! Y la primer bendición
que nuestro Creador te dará a tu corazón y a tu cuerpo humano
también, ha de ser, sin duda alguna, el nuevo nacimiento de
tu corazón y de tu alma infinita, en el Espíritu inviolable
de su Ley viviente; "porque esta Ley santa es la nueva vida
eterna, para sólo los que le aman a Él en su Jesucristo".

Porque todos hemos nacido en el espíritu de Adán, el cual
quebranta el Espíritu de Los Diez Mandamientos primero, al no
comer del fruto del Árbol de la vida, nuestro Señor
Jesucristo, en el día que nuestro Dios lo llevo delante de su
Hijo amado, para que coma y beba de Él, por siempre, para
salud y para vida eterna. Y nuestro Padre Celestial hizo esto
con Adán primero, antes que todas las cosas gloriosas del
paraíso, "porque el Espíritu de la Ley solamente podía ser
honrada y cumplida en la vida humana de la sangre expiatoria
y todopoderosa de su Hijo amado", ¡nuestro Salvador
Jesucristo!

Y lo mismo es verdad, hoy en día, para contigo y para con
cada uno de los tuyos también, en tu hogar y en cada uno de
los hogares de todas las familias de las naciones de toda la
tierra también, "para que vuelvan a nacer de Dios, cumpliendo
así el Espíritu Santo de sus ordenanzas infinitas, para salud
eterna". Pero esta vez el alma del hombre no volverá a nacer
de Adán ni de sus antepasados, sino sólo del Espíritu divino
de la vida gloriosa y sumamente santa a la vez, llena
infinitamente de la honra de la Ley Dios, "para que viva
desde ya la vida eterna y con sus muchas bendiciones
infinitas del cielo y la tierra".

Pues dale gloria a tu Dios y Fundador de tu vida eterna, mi
estimado hermano, sin demora, porque sólo Él ha hecho que tu
vida no se pierda en Adán, "sino que la encuentres hoy mismo
en la sangre santísima y sacrificada sólo por ti, sobre el
monte santo de Jerusalén, para jurarte vida y salud eterna
hoy mismo y para siempre". ¡Amén! No tarde más, alégrate con
la sangre expiatoria del Señor Jesucristo en tu corazón y
corriendo por todas tus venas para limpiarte de tus pecados y
sanarte de tus enfermedades y aun hasta de las más rebeldes
de tu vida, para que goces de salud y del nacimiento infinito
de la paz de una vida celestial, desde ahora y para siempre.
¡Amén!

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen
de fundición, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresión a la Ley perfecta de nuestro Padre Celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su prójimo!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
huérfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poniéndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dirá: '¡Amén!'

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


http://www.supercadenacristiana.com/listen/player-wm.asp?
playertype=wm%20%20///

http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx

http://radioalerta.com


0 new messages