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(IVÁN): JESUCRISTO ESCRIBE EL ESPÍRITU SANTO DE LA LEY EN NUESTROS CORAZONES:

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IVAN VALAREZO

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Aug 2, 2009, 1:11:06 PM8/2/09
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Sábado, 01 de agosto, año 2009 de Nuestro Salvador
Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)

(De nuestros corazones: el Pésame santo para las victimas
españolas. Nuestro amor y pésame son para las dos victimas
del bombazo terrorista, el cual sufrió días atrás toda
España, en su manera más cruel y cobarde, llena de fuego,
humo y destrozos por doquier en el lugar del crimen sin
sentido, cuando hicieron estallar los pistoleros a sueldo una
bomba donde había niños.

Oramos por sus familiares y amistades y, con la ayuda de
nuestro Señor Jesucristo, pedimos también por la seguridad de
sus compañeros de la Guardia Civil, para que nuestro Padre
celestial los proteja poderosamente de cualquier otro ataque
sin valor alguno de honor, ni honra, ni dignidad Divina de
los malvados sin corazón humano en sus vidas extrañas.
Evidentemente se ve que los que causan dolor y muerte y
destrozos por doquier, no conocen nada del amor eterno de
nuestro Padre celestial ni de la gracia infinita de su
Jesucristo, porque actúan con tanta crueldad hacia toda vida
humana y sagrada del Espíritu Santo de los mandamientos
gloriosos y de vida eterna para España y para la humanidad
entera. Abandonen ya la maldad. Queremos que los ataques
cobardes paren por completo, en todo lugar, para que niños y
gente inocente, que no tienen nada que ver con su manera de
vivir, no sufran más sus amenazas y males crueles de
destrucción a toda vida sagrada para nuestro Padre celestial
y Fundador de nuestro espíritu humano que está en los cielos.

Damos gracias, como todo amor y respeto, por las vidas de los
fallecidos, porque se levantaron al paraíso para regresar a
su hogar eterno, en el seno de nuestro Padre celestial, de
donde salieron en el día de su creación, para que vivan
felices siempre comiendo del fruto de la vida, ¡nuestro Señor
Jesucristo!, para seguir viviendo infinitamente la vida
angelical. Que nuestro Padre celestial los bendiga
grandemente a todos y los libre de todo mal siempre del
enemigo cruel con los poderes sobrenaturales de su Espíritu
Santo, en el nombre glorioso de nuestro Señor Jesucristo,
amen. )

JESUCRISTO ESCRIBE EL ESPÍRITU SANTO DE LA LEY EN NUESTROS
CORAZONES:

Moisés volvió a nacer "como creyente de Jesucristo" en el
Espíritu Santo de los mandamientos sobre el Sinaí, cuando
hablaba con el Señor Jesucristo, como el Cordero de Dios que
libera a Israel de Egipto, para que sea su siervo fiel a él,
así como lo fue en su día su padre Abraham y con su hijo
Isaac, por ejemplo. Porque la voluntad eterna de nuestro
Padre celestial era de hacer a cada uno los hebreos tan fiel
a él como su siervo Abraham, quien había vuelto a nacer no
del espíritu de Adán sino del Espíritu Santo de la venida al
mundo, de su prometido, su Hijo Jesucristo, en Isaac mismo y
en su día como el unigénito, por ejemplo.

Por fe, Abraham volvió a nacer en su día, creyendo en
Jesucristo, cuando creyó a la palabra de nuestro Padre
celestial que le iba a dar un hijo del vientre estéril de su
esposa Sara, y como le creyó a Dios de todo corazón, entonces
"le fue contado como justicia escrita en su corazón" con el
Espíritu Santo de los mandamientos. En otras palabras,
Abraham se salvó de la condena de todos sus pecados, porque
no solamente le creyó a Dios, cuando le prometió a su Hijo
Jesucristo que nacería en su vida, del vientre muerto y sin
vida de Sara su esposa, como la misma Israel condenada para
siempre a la esclavitud cruel de Egipto y sin salvación en
sus hijos.

Visto que, cuando Israel moría día a día entre sus verdugos
egipcios, como Sara mismo y sin hijos, entonces nuestro Padre
celestial les manifestó a su Hijo Jesucristo, quien ya vivía
entre ellos invisiblemente, pero siempre en silencio orando
por su liberación como su sumo sacerdote y, a la vez, como su
Cordero de la sangre del pacto eterno y libertador. Porque
para nuestro Padre celestial Sara, la esposa de Abraham, en
sí, era la misma Israel con su vientre estéril sin poder dar
hijos libertadores jamás, porque se encontraba bajo el poder
malvado de Satanás en la esclavitud egipcia para no ser libre
ni menos ver la vida eterna, en la tierra ni menos en el más
allá, para siempre.

Pero como Moisés no solamente vio a Jesucristo, sino que
también creyó en él de todo corazón, así como Abraham con su
esposa Sara estéril en su día creyó grandemente, entonces
aquí Moisés nació nuevamente del Espíritu Santo de los
mandamientos como el libertador de Israel de su cautividad
egipcia, pero sólo con la sangre del pacto eterno, ¡nuestro
Salvador Jesucristo! Y nuestro Padre celestial los libera
grandemente primero de Egipto, con milagros y señales, para
llevarlos al fondo del mar Rojo, (rojo como la misma sangre
salvadora del Rey Mesías), lo cual seria simbólicamente el
bautismo, derramamiento de la sangre santa y abundante del
Cordero Escogido de Dios que quita el pecado y su muerte de
sus vidas, para siempre.

Y con éste baño de sangre santa, simbólicamente hablando, en
las profundidades del mar no solamente sepultaban sus vidas
esclavizadas y condenas injustamente al infierno, sino que
serian tan limpios para recibir por escrito en sus corazones,
como Moisés mismo, el Espíritu Santo de la Escritura de los
mandamientos, para volver a nacer en la tierra prometida en
el tercer día. Y, por ello, luego el Señor dice, pondré el
Espíritu Santo de mis Diez Mandamientos en sus corazones para
que caminen por siempre pensando según mi voluntad santísima
para con todos ellos y sólo así cumplirán con mis decretos,
para ponerlos por obra cada día de sus vidas, por toda la
tierra.

Y nuestro Padre celestial les hablaba así a los hebreos
posteriormente, porque tenía en mente introducirlos en una
tierra gloriosa, en la cual, la iba a convertir en un paraíso
terrenal, llena de milagros, maravillas, prodigios y de
señales sobrenaturales a cada hora no sólo para todos ellos
sino también para las naciones. En la medida en que, para
vivir sagradamente en estas tierras divinamente escogidas
desde el cielo, entonces el hombre tiene que volver a nacer,
pero no del espíritu rebelde de Adán y Eva, sino del Espíritu
Santo de sus mandamientos, para que vivan en perfecta armonía
con él y con su Hijo Jesucristo, ¡el Árbol de la vida eterna!

Ya que, todos los que viven en el reino de los cielos, con
nuestro Padre celestial y con su árbol de la vida eterna,
tienen que tener desde ya el Espíritu Santo de los
mandamientos escritos en sus corazones por el mismo dedo de
Dios, para que piensen por siempre bien todo lo que van a
hacer en sus vidas. Y esto es, sin duda alguna, como los
ángeles mismos en todo lo que hacen día a día en su diario
vivir celestial, para gloria y para honra infinita del nombre
muy santo de nuestro Padre celestial y de su Hijo Jesucristo.

En vista de que, los que están llenos del Espíritu Santo de
los mandamientos ya no andan en contiendas ni en desacuerdos
de las cosas en el cielo o en la tierra, para siempre, porque
ya todo lo saben y todo lo conocen muy bien, gracias a la
llenura del Espíritu Santo de Dios, en sus corazones. En
verdad, nuestro Padre celestial quería tratar inicialmente a
todos los hebreos, empezando con el mismo Moisés, como a sus
mismos ángeles santos y fieles del reino angelical, para que
le sirviesen por siempre en el Espíritu y en la verdad
infinita de su Espíritu Santo de los mandamientos gloriosos,
glorificados grandemente sólo en su Hijo Jesucristo, ¡el
Libertador de Israel!

Por cuanto, en su corazón glorioso sólo deseaba verlos
felices y gozos como sus mismos ángeles, querubines,
serafines, arcángeles y demás seres santísimos y especiales
del cielo, como nuestro Señor Jesucristo, su unigénito, por
supuesto: Pues ésta felicidad le da más felicidad a su
corazón santísimo en todo momento, para empezar a bendecir en
gran medida todo lo que ama mucho. Pero para que esto sea una
realidad en sus vidas hebreas, entonces los hebreos tenían
que volver a nacer del mismo Espíritu Santo de sus
mandamientos, y esto era sólo posible escribiéndolos en sus
corazones, para que sus mentes estén saturadas en todas sus
verdades, glorias y santidades infinitas, para que todo lo
que hagan en sus vidas siempre sea para bien.

Y para escribir en sus corazones, en sus mentes y en su
espíritu humano su bendición, entonces nuestro Padre
celestial tenía que darles primeramente una vida sumamente
santísima de entre todos sus hermanos-una vida tan gloriosa
como la de los ángeles o como la de su Hijo Jesucristo, la
cual es como la de él mismo, ¡el Todopoderoso de Israel! Y
ésta vida ejemplar, santa, honrada, gloriosa, no se encuentra
en ningún hombre de toda la tierra, sino sólo en nuestro
Señor Jesucristo; porque nuestro Señor Jesucristo no
solamente salió de nuestro Padre celestial sino también del
Espíritu Santo de los mandamientos, para confiarnos esa vida
que necesitamos tener, para regresar a Dios y a su reino
angelical para siempre.

Éste es aquel de quien Moisés habló siempre en Egipto y por
todo el camino a la tierra prometida de Israel, asegurándoles
a los hebreos de que iba a nacer de entre ellos mismos, el
Santo de Israel, el Todopoderoso de nuestro Padre celestial,
el Hijo de David, ¡el Cristo! Y sólo a él tenían que oír
pacientemente en todo lo que les enseñaré en todos los días
de sus vidas y hasta aún más allá del fin de todas las cosas,
ya sea en la tierra y hasta en el mismo reino angelical, para
hacer bien siempre todo para gloria y para honra eterna de
nuestro Padre celestial.

Aquí, fue cuando Moisés les declaró abiertamente y sin rodeos
a sus hermanos los hebreos, de que entre ellos mismos uno se
levantara que será como él mismo, delante de nuestro Padre
celestial que está en los cielos, para que los guíe por
siempre hacia la vida eterna de La Nueva Jerusalén santa y
gloriosa del cielo. Y éste ser santo seria como "un Moisés
nuevo", pero mucho más lleno del Espíritu Santo de los
mandamientos en su corazón y en todo su ser santísimo, para
que vivan por sus huesos inquebrantables, por su carne santa
y por su sangre salvadora, en la tierra y en la vida infinita
de La Nueva Jerusalén santa y gloriosa del cielo.

Es decir, para que los guíe cada día de sus vidas con su
misma vida impecable por el camino de la verdad y la vida,
llena de milagros y de señales, asimismo como en sus días
Moisés guió a todo Israel fuera de Egipto para que pasase por
el bautismo de sangre roja del mar hacia la tierra prometida.
La tierra prometida de Dios a Abraham y sus hijos, la cual se
encontraba en el mismo desierto egipcio, esperando por ellos
desde la fundación del cielo y de la tierra, para que la
poseyeran todos los hijos e hijas de Dios, los que habían
vuelto a nacer del Espíritu Santo de los mandamientos como
Moisés mismo, en toda su humanidad personal.

O como nuestro Señor Jesucristo también, por ejemplo, porque
nuestro Señor Jesucristo nació santo del vientre virgen de la
hija de David, para vivir su vida consagrada grandemente al
Espíritu Santo de los mandamientos, sino que también para
entrar desde ya a la vida eterna, de La Nueva Jerusalén santa
y gloriosa del cielo, en donde todo es verdad cada día.
Además, ésta tierra prometida a todo Israel por nuestro Padre
celestial a Abraham, Isaac y Jacob se alegró grandemente
cuándo vio a Israel cruzar el río para entrar en su seno y,
por cierto, escogida por nuestro Padre celestial
primordialmente, para que su Hijo Jesucristo naciese en ella,
así como él mismo se lo había anunciado a Moisés
inicialmente.

Dado que, su Hijo Jesucristo iba a nacer no solamente del
vientre virgen de la hija de Sion, con los huesos
inquebrantables, la carne santa y la sangre del pacto eterno
llena de la nueva vida infinita de La Nueva Jerusalén
celestial, sino que también entraría a Israel con el Espíritu
Santo de los mandamientos escrito en su corazón, para
siempre. Es decir, también que nuestro Señor Jesucristo nació
en Israel ya con la Escritura del Espíritu Santo de los
mandamientos en su corazón consagrado, para que, de este
modo, cada uno de sus hermanos hebreos y así también cada
hombre, mujer, niño y niña de todas las naciones también
reciba por escrito el Espíritu Santo de los mandamientos, en
su corazón.

De otra manera, nuestro Padre celestial no podía jamás darles
a los hebreos ni a nadie la Escritura del Espíritu Santo de
los mandamientos en su corazón, como se lo había dado
inicialmente a Moisés sobre lo alto del Sinaí, para
convertirlo en un nuevo hombre con un nuevo corazón para él y
para su gran obra sobrenatural para todo Israel.
Verdaderamente, fue nuestro Señor Jesucristo a quien Moisés
vio cara a cara sobre el Sinaí, sin duda, para dialogar con
él de todo lo que nuestro Padre celestial deseaba hacer con
Israel, y fue él mismo y no otro quien escribió con su dedo
el Espíritu Santo de los mandamientos en su corazón, para que
nazca de nuevo para el reino angelical.

Pues esto siempre fue lo mismo que nuestro Padre celestial
deseó hacer con Adán y Eva sobre todo lo alto del paraíso
inicialmente, después de haberlos creado en su imagen y
conforme a su semejanza celestial, para que el Espíritu de la
Escritura de los mandamientos siempre esté con ellos en todo
momento y así también en sus descendientes, para siempre. Y,
hoy en día, nuestro Padre celestial desea hacer lo mismo
contigo, en líneas generales, y así también con cada uno de
todos tus hermanos, hermanas y parientes, para que no
solamente caminen a cada hora del día de un milagro a otro,
sino para que también crezcan espiritualmente a la estatura
de Dios y de su unigénito, ¡nuestro Salvador Jesucristo!

Porque ésta es la meta de nuestro Padre celestial para con
cada uno de todos los hebreos y así también para con cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, que la
Escritura del Espíritu Santo de los mandamientos sea escrita
por su mismo dedo glorioso en sus corazones, ¡invocando a
Jesucristo!, para que sean felices infinitamente. Además, en
ésta tierra escogida por nuestro Padre celestial para su Gran
Rey Mesías, el Hijo de David, iba a ser para que cada uno de
sus hijos e hijas sea llenó grandemente del Espíritu Santo de
sus mandamientos, pero escritos por su mismo dedo santo en
sus corazones y, además, sólo con la sangre bendita del pacto
eterno.

De otra manera, nuestro Padre celestial no podía jamás
escribir el Espíritu Santo de sus mandamientos en sus
corazones, como se lo había prometido inicialmente a su
profeta Ezequiel, por ejemplo, para que sus vidas cambiasen,
en un momento de fe y de oración, para que ya no sean
rebeldes como Adán y Eva, sino creyentes como sus ángeles del
cielo. Porque cuando nuestro Señor Jesucristo se encontró con
Moisés sobre el Sinaí, después de haber hablado por unos
momentos con él, entonces nuestro Señor Jesucristo escribió
el Espíritu Santo de sus mandamientos en su corazón, para que
vuelva a ser un nuevo hombre delante de Dios y de sus
hermanos los hebreos para la gran obra que tenia que cumplir
infinitamente.

Pues éste mismo cambio espiritual, nuestro Padre celestial
deseaba hacer con cada hombre, mujer, niño y niña de todas
las familias de las doce tribus de Israel en Egipto, para que
dejen de ser rebeldes como Adán y, por ende, fieles a él y a
su Jesucristo, por el desierto egipcio y ya viviendo en la
misma tierra prometida también. Porque si nuestro Padre
celestial lograba escribir el Espíritu Santo de sus
mandamientos gloriosos en sus corazones, con el espíritu de
fe y de gloria de su Hijo amado, el Hijo de David, entonces
muy bien nuestro Padre celestial podía comenzar a convertir a
toda la tierra de Israel en un paraíso glorioso y celestial,
de una vez por todas.

Y esto seria, en realidad, una vida totalmente nueva y llena
de grandes milagros y maravillas de amor, paz, gozo,
hermandad y felicidad infinita no sólo para los hebreos sino
también para la humanidad entera, para que ya no haya más
conflictos ni problemas de ninguna naturaleza, como guerras,
hambres, sequías, devastaciones, plagas y muertes de matanzas
increíbles, por ejemplo. Milagrosamente, sólo nuestro Padre
celestial puede cambiar todo esto en la tierra, pero
empezando con todo Israel, cuando la Escritura del Espíritu
Santo de los mandamientos sea realmente escrita por su propio
dedo en sus corazones, así como lo hizo inicialmente con
Moisés sobre el Sinaí con Jesucristo para cambiar su vida a
una vida nueva y obediente a él infinitamente.

Visto que, para esto nuestro Padre celestial los sacó
inicialmente de Egipto, para convertir a cada hombre, mujer,
niño y niña como Moisés mismo, lleno del Espíritu Santo de
sus mandamientos en su corazón y sobre todo lo alto del
Sinaí, para empezar una nueva vida santa y eterna, desde ya,
para convertir a la tierra en un paraíso sin igual. En
realidad, de entre todas las familias de todo Israel sólo a
Moisés nuestro Padre celestial pudo convertirlo como a su
Hijo Jesucristo, sobre el Sinaí y mucho antes de salir de
Egipto también hacia la tierra prometida, por ejemplo, en tan
sólo en un momento de fe y de obediencia a él por medio de
Jesucristo.

Además, nuestro Padre celestial deseaba hacer lo mismo con
cada hebreo y con cada hebrea, para seguir bendiciendo
grandemente a las demás familias de las naciones, pero su
rebelión en contra de Moisés y de nuestro Padre celestial lo
impidió todo, desdichadamente, que fuese así en sus días de
vida por el desierto y ya en la misma tierra de Israel
también. Y porque ninguno de ellos se dejó escribir el
Espíritu Santo de los mandamientos en su corazón, así como
nuestro Padre celestial ya lo había escrito en el corazón de
Moisés, para cambiar su vida pecadora y desobediente a él, a
una vida santa y obediente a su palabra y a su nombre santo,
entonces se enojó grandemente para abandonarlos.

Y de tanto tratar con cada uno de ellos y no lograr su
objetivo divino y salvador para con ellos, entonces los
abandonó a la voluntad malvada de sus enemigos, para que sean
derrotados y así perdiesen su protección divina y cada una de
sus bendiciones que les había otorgado durante los días de
sus vidas por el desierto egipcio. Ahora, esto no lo hizo así
fácilmente nuestro Padre celestial como si lo quisiese hacer
con mucho gusto, sino que la desobediencia de los hebreos era
tan grande y fuerte que él tenía que alejarse de ellos por
algún tiempo, para poder volver a empezar después una vez
más, es decir, si se arrepentían de su mala conducta para con
su Jesucristo. Porque sólo Moisés era Jesucristo para todo
Israel, para perdón, bendición, salud y salvación eterna,
delante de nuestro Padre celestial y del Espíritu Santo de
sus mandamientos.

Entonces cada vez que los hebreos se arrepentían de sus
faltas delante de nuestro Padre celestial, entonces
Jesucristo regresaba a ellos fielmente para escribir su
Espíritu Santo en sus corazones con su mismo dedo que había
escrito las primeras tablas de los mandamientos inicialmente
en el corazón de Moisés, para hacerlo un nuevo hombre para él
y para su gran obra salvadora. Pero no pasaba mucho tiempo,
cuando Israel nuevamente se volvía a rebelar en contra de
Moisés, lo cual resultaba en juicios y en castigos terribles
de enfermedades y hasta de muertes espantosas, en manos de
las naciones enemigas de su alrededor; y los hebreos morían
desprotegidos, porque les faltaba por escrito la escritura
del Espíritu Santo de los mandamientos en sus corazones.

En verdad, nuestro Padre celestial no lograba jamás escribir
con su dedo santo su Espíritu Santo de los mandamientos en
sus corazones rebeldes a Moisés (el Jesucristo del desierto
egipcio), a pesar de que habían visto a cada hora sus grandes
maravillas, milagros y hasta señales en los cielos y en la
tierra para ellos y no le obedecían nunca. Para que, de este
modo, por fin le obedezcan y se dejen convertir, de una vez
por todas y para siempre, del espíritu rebelde de Adán y Eva
al Espíritu Santo de sus mandamientos, infinitamente
cumplidos y glorificados en su árbol de la vida, nuestro
Señor Jesucristo, el Hijo de David, ¡el Gran Rey Mesías de
todos los tiempos!

Y así pacientemente nuestro Padre celestial siempre trató de
escribir repetidamente el Espíritu Santo de sus mandamientos
en sus corazones, pero los corazones rebeldes de los hebreos
y de las hebreas no se lo permitían nunca; el único que si se
dejó escribir el Espíritu Santo de los mandamientos en su
corazón, para convertirse en un nuevo hombre para él, fue
Moisés. Por esta razón, nuestro Padre celestial no permitió
jamás que ninguno de ellos entrase a su tierra prometida,
prometida con mucho amor de Jesucristo a Abraham, Isaac y
Jacob, sino que les dejó que muriesen alrededor de su ídolo
fundido en oro al pie del Sinaí, como el becerro sacrificado
que vieron anteriormente en las manos de Moisés y con su
sangre salpicando.

Sólo los hijos e hijas de los que salieron de Egipto entraron
a la tierra prometida para poseerla, poseerla con sus muchas
y gloriosas bendiciones de cada día y sin fin de milagros,
maravillas y de señales en los cielos y en la tierra, en el
nombre santísimo de su Gran Rey Mesías, el Cristo, ¡el Hijo
de David! Y cuando la tierra prometida a Israel entendió que
jamás entrarían en ella a los que nuestro Padre celestial
liberó de Egipto inicialmente, entonces se llenó de tristeza
que sus cielos dejaron de llover como antes y sus tierras
dejaron de dar de sus frutos en sus grandes abundancias hasta
nuestros días; todo cambió drásticamente en todo Israel, en
aquel día inesperado.

Porque los hebreos que habían entrado en ella, las tierras
donde nuestro Señor Jesucristo nacería del vientre virgen de
la hija de David, viviría su vida consagrada al cumplimiento
del Espíritu Santo de los mandamientos, revelaría sus
maravillas para con su pueblo, moriría por sus pecados para
resucitar en el tercer día para la vida eterna, no conocían a
su Salvador aún. Es decir, sin duda, que algo inesperado
sucedió en la tierra de Canaán en aquellos días, porque dejó
de ser como antes, llena de generosas lluvias del cielo y
frutos de sus tierras, para alimentar a sus habitantes y
llenar sus almacenes de sus granos, por ejemplo; su
Jesucristo no estaba en los corazones de los que entraban a
Israel, desafortunadamente.

Entonces Israel que nuestro Padre celestial había escogido
con tanto amor de Jesucristo para los hebreos refugiarse de
Egipto con sus ejércitos que llenaban la tierra, pues habían
quedado postrados alrededor del ídolo abominable al pie del
Sinaí, ante los ojos de nuestro Padre celestial, pues sufría
grandemente la ausencia de su Jesucristo en sus corazones,
como hasta nuestros días, por ejemplo. Porque la verdad es
que la tierra prometida que nuestro Padre celestial les había
prometido a Abraham, Isaac, Jacob y así también a cada uno de
sus hijos que salían de la cautividad egipcia era, en sí, un
paraíso no solamente lleno de bendiciones sin fin sino
también de legiones de ángeles gloriosos, para el servicio
constante de la humanidad entera.

Porque todos los ángeles, arcángeles, serafines, querubines y
demás seres muy santos del reino angelical, sirven a nuestro
Padre celestial, pero también están listos para bendecir y
ayudar en todo a los que serán herederos de la vida eterna
(los que tiene el Espíritu Santo de los mandamientos escritos
en sus corazones). Porque la verdad es que nuestro Padre
celestial quería hacer de Israel un paraíso terrenal, mucho
mayor que el mismo paraíso de Adán, lleno de milagros y de
prodigios para los hebreos y para las familias de las
naciones también; lo que tenia nuestro Padre celestial para
Israel era de gran extensión espiritual, si sólo obedecían a
Moisés, su Jesucristo simbólico.

Porque si los hebreos antiguos obedecen a Moisés por todo su
camino por el desierto egipcio, así como lo habían obedecido
para desatarse de su cautiverio egipcio, entonces también
hubiesen obedecido fácilmente a nuestro Señor Jesucristo, su
Gran Rey Mesías, cuando lo vieran a él cara a cara como a
Moisés mismo, para cumplir con toda justicia y verdad
celestial en sus vidas. En la medida en que, el obedecer a
nuestro Señor Jesucristo, como nuestro sumo sacerdote, como
nuestro Cordero de la sangre expiatoria, para nuestro Padre
celestial y así también para sus ángeles fieles y gloriosos
del reino angelical, en sí, es obedecer el Espíritu Santo y
obediente de los mandamientos, en la tierra y en el cielo,
para siempre.

Pero la historia es otra, como ya la conocemos por la
Escritura, porque los hebreos antiguos jamás obedecieron de
buena voluntad a Moisés en ninguna de sus palabras, y sólo
obedecían cuando nuestro Padre celestial se manifestaba en
contra de ellos con sus juicios, por culpa de sus rebeliones
en contra de su voluntad suprema, su siervo ungido como
Jesucristo, ¡Moisés! Y los hebreos antiguos no podían jamás
obedecer a Moisés en ninguna de sus palabras, como Dios
manda, porque ninguno de ellos había recibido en su corazón
por escrito de nuestro Padre celestial el Espíritu Santo de
sus mandamientos, es decir, que Moisés era del Espíritu de
Dios cuando los hebreos seguían siendo del espíritu de error
de Adán y Eva.

Y esto generaba un gran conflicto en todo lo que se decía o
hacia en la presencia de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo, su Ángel sagrado, con Moisés y con los hebreos,
sin duda alguna, lo cual causaba que su ira santísima se
encendiera grandemente en contra de todo Israel para
abandonarlos a la voluntad malvada de sus enemigos. En
verdad, si los hebreos antiguos hubiesen tenido un poco de fe
para obedecer a la palabra de nuestro Padre celestial, en la
boca de Moisés, entonces ellos perfectamente hubiesen nacido
del Espíritu Santo de los mandamientos, para no seguir
ofendiéndole (a Moisés/Jesucristo), sin duda alguna, y hasta
por fin así entrar de lleno a la tierra prometida, sin
problemas.

Es decir, también de que si los hebreos antiguos obedecen
fielmente a la palabra de nuestro Padre celestial de la boca
de Moisés, entonces ellos hubiesen recibido la Escritura del
Espíritu Santo de los mandamientos en sus corazones, para no
solo entrar a la tierra prometida sino también para ver
inmediatamente al Hijo de Dios y sin tropiezo alguno. Porque
si todos los hebreos reciben por escrito del dedo de Dios el
Espíritu Santo de los mandamientos, así como Moisés lo
recibió inicialmente de nuestro Señor Jesucristo en su
corazón sobre todo lo alto del Sinaí, entonces nuestro Padre
celestial, sin demora, les hubiese otorgado a su Hijo
Jesucristo en persona por el vientre virgen de una de sus
hijas.

Porque esto era algo glorioso, por lo cual nuestro Padre
celestial lo hubiese hecho con todo Israel prematuramente,
pero si tan sólo les hubiesen sido fieles a su siervo Moisés,
quien no solamente era el ejemplo devoto de Jesucristo sobre
el Sinaí y en Egipto, sino que también seria así mismo como
nuestro Señor Jesucristo literalmente paso a paso por todo
Israel posteriormente. En otras palabras, nuestro Padre
celestial hizo tan similar la vida de Moisés a la de nuestro
Señor Jesucristo no sólo en todo Egipto días antes de su
escape, sino que también lo fue así por todo el camino del
desierto, porque el Espíritu Santo de los mandamientos estaba
escrito en su corazón desde el Sinaí, por la mano de Dios
mismo. Pues es el Espíritu Santo de los mandamientos escritos
en su corazón lo que cambia al hombre pecador para que sea
como Jesucristo-esto fue lo que le sucedió a Moisés sobre el
Sinaí, sin duda alguna: el nuevo nacimiento espiritual y
salvador de Dios, para el alma viviente del hombre.

Y nuestro Padre celestial transformó el corazón de Moisés
para que sea como el de su Hijo Jesucristo desde el primer
día del encuentro histórico sobre el Sinaí, fue para que
todos los hebreos también sean convertidos como él mismo,
como su Jesucristo, para que salieran de Egipto y entrasen en
tres días a la tierra prometida, pero libre de problemas. No
obstante, esto jamás sucedió, como lo revela la Escritura,
porque ninguno de ellos no solamente no recibió por escrito
del dedo de Dios el Espíritu Santo de los mandamientos, sino
que tampoco le fue fiel como Moisés a nuestro Padre celestial
por todo el camino a la tierra prometida a todo Israel, el
Israel de todos los tiempos.

Además, por culpa de los hebreos antiguos, cuando Moisés muy
bien podía entrar a la tierra prometida a sus padres, ya que
en su corazón estaba escrito el Espíritu Santo de los
mandamientos, nuestro Padre celestial no lo dejó entrar
tampoco, sino que murió a las puertas de la misma para unirse
a sus padres posteriormente, en el más allá. Y nuestro Padre
celestial no dejó jamás a Moisés entrar a la tierra
prometida, aunque él estaba limpio del espíritu abominable,
del becerro fundido en oro al pie del Sinaí, fue para que los
hijos e hijas de los hebreos no lo convirtiesen a él en uno
de sus ídolos abominables y de tropiezo después de muerto.

Y así la tierra de Israel no se contaminaría jamás con su
muerte y las adoraciones subsiguientes de todos los hebreos
hacia él y su tumba; porque la tierra de Israel fue dada a
los hebreos para que nazca entre ellos su Hijo amado, por el
poder sobrenatural de su Espíritu Santo, del vientre virgen
de la hija de Sion. Y éste Hijo de la hija de David tenia que
nacer en una tierra santa y libre de toda clase de adoración
a ídolos, tumbas e imágenes, de patriarcas o de hombres de
renombre del pasado, para que así no haya ningún tipo de
contaminación alguna hacia el sacrificio santo y supremo
sobre el monte santo de Jerusalén y su resurrección
sobrenatural.

Dado que, el sacrifico santo y glorioso sobre la cima del
monte santo de Jerusalén tenia que ser libre de toda
contaminación de Satanás y de sus ídolos, tumbas e imágenes
de siempre, para que el Espíritu Santo de los mandamientos y
de su sangre santísima fluya para todo Israel y así también
para todas las naciones su resurrección inmortal. Y, además,
para mantener éste sacrificio santo y glorioso de su Hijo
amado sobre el monte santo de Jerusalén, en todo Israel,
entonces los hebreos juntos con sus hijos e hijas tenían que
ser llenos del Espíritu Santo de los mandamientos,
infinitamente cumplidos y glorificados por el Hijo de David,
¡el Cristo!

Pero como los hebreos antiguos no solamente rehusaron
servirle a nuestro Padre celestial alrededor del sacrificio
santo y glorioso de su Hijo Jesucristo, quien había muerto
por sus pecados y, a la vez, resucitado en el tercer día para
vida eterna, entonces tampoco pudo escribir su Espíritu Santo
en sus corazones, como lo había hecho con Moisés inicialmente
sobre el Sinaí. Porque todo aquel que creé en su corazón y
así confiesa con sus labios el nombre santo del Hijo de Dios,
nuestro Señor Jesucristo, entonces su nombre no solamente es
escrito en el libro de la vida en el cielo, sino que en su
corazón nuestro Padre celestial escribe con su dedo el
Espíritu Santo de los mandamientos para jamás borrarlo.

Considerando que, así como Moisés recibió en su corazón la
Escritura del Espíritu Santo de los mandamientos sobre todo
lo alto del Sinaí, pues así también cada hombre, mujer, niño
y niña de Israel y de las naciones de toda la tierra, sin
duda, tiene que recibir en su corazón la Escritura eterna del
mismo Espíritu Santo de los mandamientos glorificados. Por
esta razón, el sacrificio santo de nuestro Señor Jesucristo,
como el sumo sacerdote de Dios y, a la vez, como el Cordero
Escogido de la sangre reparadora del pacto eterno, sobre los
árboles clavados de Adán y Eva, tenia que permanecer santo y
libre de toda contaminación de ídolos, tumbas, imágenes de
hombres de renombre del pasado hebraico.

Para que de esta manera no solamente siempre le sirviesen a
nuestro Padre celestial alrededor de su sacrificio de sangre
santa y salvadora sino también cada hombre, mujer, niño y
niña de todas las familias de las naciones del mundo entero,
para fin del pecado y el comienzo de una vida nueva y eterna,
llena de milagros y de maravillas sin fin. Entonces desde los
días de la antigüedad y hasta nuestros días han sido las
mentiras usuales y crueles de los malvados de Satanás, los
que no solamente han mantenido a todo Israel lejos de su
sacrificio santo y eterno y de su resurrección salvadora del
tercer día, sino que también a todos los demás hombres en
todas las familias de las naciones.

Realmente, siempre ha sido Satanás con sus malvados de
siempre que ha oscurecido no solamente el gran escape de
Israel del cautiverio egipcio, sino que también ha oscurecido
la vida de nuestro Señor Jesucristo entre todos ellos como el
Ángel del SEÑOR, como el Salvador y gran Rey Mesías de Israel
y de la humanidad entera, para matar el evangelio celestial.
Y esto es también que nuestro Señor Jesucristo luego siguió
viviendo entre todos los hebreos antiguos, como el sumo
sacerdote y Cordero de Dios que quita el pecado y sana sus
vidas de todos los males de cada día de sus vidas por el
desierto y hasta en sus mismas nuevas vidas encontradas al
fin, en la tierra del evangelio eterno, Israel.

Desdichadamente, todos estos males terribles que le
sucedieron a los hebreos antiguos, simplemente fue porque no
recibieron por escrito en sus corazones el Espíritu Santo de
los mandamientos, así como Moisés lo recibió inicialmente del
SEÑOR sobre el Sinaí para nacer nuevamente y así ser una
persona nueva, para Dios y para su gran obra sobrenatural de
creer en Jesucristo siempre. Porque para creer en nuestro
Padre celestial por medio de su Hijo Jesucristo, nosotros
tenemos que tan solamente invocar su nombre santo y milagroso
con nuestros labios, creyendo en nuestros corazones de que él
es el Hijo de Dios, el evangelio antiguo y todopoderoso, para
perdón de nuestros pecados y bendiciones infinitas para todas
las cosas que necesitemos de él cada día.

Y, después de todo, Satanás quería aún destruir por completo
la obra de nuestro Padre celestial no solamente con Moisés y
los hebreos antiguos sino también con sus hijos y nuestro
Señor Jesucristo en toda su nueva vida santa y gloriosa en
todo Israel, y esto lo lograría Satanás contaminándolo todo
con mentiras y mucho más mentiras crueles que antes. Y esto
es de contaminar completamente el nacimiento santo y virgen
de nuestro Señor Jesucristo y su vida consagrada al Espíritu
Santo de los mandamientos en todo Israel y, sobre todo,
contaminar el sacrificio de la sangre expiatoria y del pacto
eterno del evangelio, para que el pecado no termine jamás ni
menos sus violencias infernales en contra de la humanidad
entera.

Pero antes que todo esto sucediese, entonces Satanás no
solamente los iba a mantener alejados a los hebreos del
sacrificio santo y glorioso de nuestro Señor Jesucristo,
sobre el monte santo de Jerusalén, sino que también los iba a
crucificar a cada uno de ellos para así oscurecer con sus
muertes la muerte y resurrección gloriosa de nuestro Señor
Jesucristo. Porque si Satanás lograba crucificar a cada
hombre, mujer, niño y niña de todos los hebreos en todo
Israel, entonces quién iba a poder señalar cuál era el
verdadero sacrificio y sangre santa y salvadora de nuestro
Señor Jesucristo delante de todas las naciones de la tierra,
para que sean redimidas de sus pecados al fin, como dice la
Escritura.

Además, Satanás tenia a los romanos listos para crucificar a
cada uno de los hebreos, si se daba la hora para hacerlo así,
pues asimismo como lo habían hecho muchas veces con sus
hermanos, incluyendo a Jesucristo, pues lo harían con el
resto de Israel también, sin demora, para que la gran obra
redentora de Dios muriese en un gran holocausto infernal.
Porque la verdad es que si Satanás no pudo acabar con el Hijo
de Dios con sus mentiras crueles, como lo había intentado
varias veces por el desierto y sobre lo alto del templo de
Jerusalén, pues ahora sólo le quedaba destruir con todo
intento de Dios de salvar a Israel y a la humanidad entera,
en un gran holocausto endiablado.

Porque la verdad es también que para Satanás oscurecer la
verdad en la historia de la tierra, de Israel y así también
en la mente de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, era entonces simplemente crucificar a los
hebreos en todo Israel y así por fin oscurecer para siempre
éste gran sacrificio Salvador del Hijo de Dios. Porque si ya
no existe Israel, entonces Satanás podía borrar para siempre
su nombre y los nombres de sus hijos de debajo del cielo y de
sobre toda la tierra también, para que jamás se vuelvan a
mencionar su historia muy leída, ni mucho menos invocar cada
día, el nombre bendito y salvador de su Hijo amado, ¡nuestro
Libertador Jesucristo!

Porque si Israel ya no existe sobre toda la tierra, entonces
tampoco se podría hablar jamás a la humanidad entera del
árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo, para perdón de
pecados y bendiciones sin fin de sanidades milagrosas, de
todas las enfermedades y de sus muertes terribles en la
tierra, en el infierno y el lago de fuego, por ejemplo. Así,
Satanás hubiese acabado con la gran historia de Abraham,
Isaac, Jacob y sus descendientes en toda la tierra, para que
el evangelio eterno no se vuelva a mencionar jamás ni menos
el nombre glorioso y sobrenatural de nuestro Salvador
Jesucristo, como el Hijo de Dios y único Gran Rey Mesías
posible para Israel y para la humanidad entera.

(Sin duda, seria como el Holocausto europeo, cuando Satanás
con sus malvados asesinó millones de judíos y gentiles, por
igual, con el fin de exterminar de sobre toda la tierra no
sólo a Israel sino también al evangelio eterno de nuestro
Padre celestial; y después de consumado todo diabólicamente,
entonces negarlo cada día y hasta que la gente lo olvide
todo. Porque todos los ataques terribles que toda la
humanidad israelí ha sufrido a través de los tiempos y,
especialmente en nuestra era, en si, como en Europa, ha sido
para no sólo acabar con ellos sino con el evangelio del
perdón y de la salvación infinita del sacrificio del Hijo de
Dios, para perdón y salvación eterna del alma viviente del
hombre.

Porque es ésta salvación eterna, de modo definitivo, la que
escribe cada día el Espíritu Santo de los mandamientos
obedecidos, cumplidos y glorificados grandemente por nuestro
Salvador Jesucristo en el corazón del hombre, de la mujer,
del niño y de la niña de Israel y de toda la tierra para
siempre, para gloria y para honra infinita de nuestro Padre
celestial. Por esta razón, Satanás quiso destruir a Israel en
Egipto, por el desierto y así también al Hijo de David en la
misma tierra de Israel con sus mentiras de siempre, para que
la Escritura del Espíritu Santo de los mandamientos del plan
de salvación de nuestro Padre celestial no llegue jamás a los
corazones de todas las familias de las naciones.)

Pero nuestro Padre celestial fue mucho más sabio que Satanás
y, una vez más, los sacó con sus manos santas a los hebreos a
vivir en otras naciones, para esconderlos, para que Satanás
no contaminase el sacrificio santo y salvador de nuestro
Señor Jesucristo con la crucifixión de cada uno de sus
hermanos y de sus hermanas en todo Israel. Aquí, nuestro
Padre celestial volvió a liberar a Israel de una muerte
segura, para que sigan viviendo y hasta el fin no solamente
de toda vida humana en la tierra sino también del nuevo
milenio venidero, en el cual Dios mismo dejará que su
Jesucristo viva con ellos a su lado, como lo deseó hacer así
inicialmente en Israel, después de Egipto.

Entonces hasta el fin de volver a encontrarse con su hermano
Jesucristo, en vida o en visión, quien no solamente nació
santo del vientre virgen de la hija de David, sino que vivió
su vida consagrada para obedecer infinitamente el Espíritu
Santo de los mandamientos, para que al fin sea escrito en sus
corazones con tan sólo invocar su nombre todopoderoso. Porque
el mandato de nuestro Padre celestial hacia su Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo, como Rey Mesías de todo Israel y de
las naciones, es que no solamente él tiene que escribir su
Espíritu Santo de los mandamientos en los corazones de sus
hermanos sino también de todos los demás hombres, mujeres,
niños y niñas de la humanidad entera.

Porque, de una manera u otra, nuestro Padre celestial volverá
a Israel en paz, en cautiverio o en hostilidades, para que de
sus ruinas volver a llevar acabo lo que siempre soñó hacer
con Israel y sus habitantes, desde el comienzo de todas las
cosas en Egipto: un paraíso terrenal, para gloria de su
nombre santo sobre todas las naciones de la tierra. Y así, al
fin, vivir cada día feliz como con sus ángeles fieles con
cada hombre, mujer, niño y niña de Israel y de las naciones
de la humanidad entera, con el Espíritu Santo de sus
mandamientos escrito en sus corazones eternos, los cuales
fueron grandemente glorificados, obedecidos y exaltados en
todo lo alto de Israel, ¡gracias a nuestro Salvador
Jesucristo!

Ahora, todos a leer cada día el Espíritu Santo de Los Diez
Mandamientos delante de nuestro Padre celestial, para que
permanezca escrito en nuestros corazones, como él quiere
desde siempre: y así nos bendiga a cada hora con sus
milagros, maravillas y prodigios gloriosos al creer en
nuestros corazones e invocar con nuestros labios a su
Jesucristo. Porque el creer en el corazón e invocar con
nuestro labios al Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, en
sí, es cumplir para siempre con toda verdad, justicia y
santidad infinita de nuestro Padre celestial guardada en el
Espíritu Santo de sus mandamientos de bendiciones sin fin y
de vida eterna sin igual para Israel y para las naciones por
igual.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.

LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):

"'¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen
de fundición, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresión a la Ley perfecta de nuestro Padre celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su prójimo!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
huérfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'

"'¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'

"'¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poniéndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dirá: '¡Amén!'

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

SÓLO ÉSTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin más demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque sí perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁS TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Sí tu respuesta fue Sí, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


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