(Feliz día de las Madres de toda nuestra América eterna y de
todas nuestras naciones hermanas del mundo entero también.
Que nuestro Padre celestial las bendiga grande y ricamente en
el Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos, infinitamente
cumplidos en el nacimiento virgen, en la vida célebre, en la
crucifixión santísima y en su resurrección gloriosa del
tercer día de la tierra de Israel, para bien eterno de muchos
(en Israel y en todas las familias de las naciones del mundo
entero). Por eso, le pedimos fielmente a nuestro Padre
celestial en el nombre glorioso de nuestro Señor Jesucristo,
que les conteste cada una de las oraciones, ruegos,
peticiones, suplicas y mediaciones, de las que tengan delante
de Él, para que todo lo que le pidan a Él, entonces les sea
concedida inmediatamente y grandemente también. Porque
nuestro Padre celestial jamás se ha olvidado de ninguna de
ellas, pues él mismo las tiene a todas vivas en su corazón
santísimo, por amor a su Jesucristo. Por lo tanto, él las ama
grande y ricamente en el Espíritu Santo de Sus Mandamientos
sagrados, los cuales fueron glorificados eternamente y para
siempre en la vida de su Hijo amado, nuestro Salvador
Jesucristo: para que no sólo jamás les falte ningún bien sino
para que regresen desde ya a sus lugares de sus primeros
pasos, al paraíso.
El paraíso de Adán y Eva, en donde cada una de nuestras
madres debió darnos a luz, pero como Adán peca grandemente en
contra del fruto de la vida eterna, el Espíritu Santo del
árbol de la vida de Los Diez Mandamientos eternos, entonces
tuvimos que descender a la tierra para nacer en ella. Pero
nuestro Padre celestial es Todopoderoso, y nada le es
imposible; porque nosotros podemos nacer, hoy en día, por su
voluntad divina, en el paraíso celestial, sí tan sólo
invocamos el nombre bendito y salvador de su Hijo amado, el
Hijo de David, para volver a nacer no en la tierra en donde
nacimos, sino en el nuevo reino angelical. Por eso, en este
día, le pedimos muchas y grandes bendiciones de amor, salud,
riquezas y paz para nuestras madres queridas, que no
solamente son amadas en la tierra por nosotros sus hijos,
sino también en el reino de los cielos, por nuestro Padre
celestial, por su Hijo Jesucristo y por su Espíritu Santo.
Pues entonces les deseamos muchas felicidades y grandes
lluvias del cielo de bendiciones, alegrías, paz, sabiduría,
poder y de salud sin fin para sus vidas eternas, en este día
de la madre a todas las madres con sus hijos e hijas en todos
los hogares de nuestras naciones hermanas, de la humanidad
entera. ¡Amén!)
(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)
PERMANECER EN JESUCRISTO ES VIVIR EN EL AMOR DE LA LEY DE
DIOS:
Sí guardan mis mandamientos, entonces serán mis verdaderos
discípulos, para permanecer en mi amor salvador: así como yo
también guardo los Diez Mandamientos de mi Padre celestial y,
por tanto, permanezco en su amor fraternal-les aseguraba
Jesucristo a sus discípulos-para bien de sus vidas y de sus
hijos para miles de generaciones venideras, de la nueva
eternidad celestial. Y el que no permanece en el Señor
Jesucristo, entonces simplemente "jamás podrá conocer de
veras el amor antiguo y sumamente glorioso de nuestro Padre
celestial hacia su Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos
celestiales", en la tierra y en el paraíso, para siempre.
Es decir, que jamás podrá entrar a la nueva vida eterna del
nuevo reino sempiterno, de nuestro Padre celestial y de sus
huestes angelicales, donde el árbol de la vida, nuestro Señor
Jesucristo, seguirá reinando grandemente, como de costumbre,
sobre la vida de todos para siempre, ángeles del cielo y
hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera. En
verdad, el que no permanece en el amor salvador de nuestro
Señor Jesucristo, entonces no solamente no cumple, ni lo
cumplirá jamás, el Espíritu Santo de la Ley divina, sino que
no puede amar verdaderamente a nuestro Padre celestial que
está en el cielo, ni menos podrá gozar de sus bendiciones
básicas de cada día y de cada noche.
Como, por ejemplo: bendiciones de perdón, paz, salud
constante y, de muchas cosas más a la vista y escondidas,
como la misma vida eterna (la cual está escondida por
nuestros pecados), y esto será así cada día, no solamente
para el que cree sino también para los suyos, en dónde sea
que se encuentren, hoy en día, en toda la tierra. Por eso, lo
mejor que nosotros podemos hacer, en nuestras vidas por toda
la tierra, es, sin duda, el recibir al Señor Jesucristo en
nuestros corazones, como el Hijo de David, el Salvador y Rey
Mesías de nuestras vidas, por ejemplo, para que vivamos
cumpliendo cada día y para siempre con el Espíritu Santo de
Los Diez Mandamientos perpetuos.
Por cuanto, ha sido sólo nuestro Señor Jesucristo quien
realmente nació del vientre virgen de la hija de David, de la
tribu de Judá, en Israel, para vivir el Espíritu Santo de la
Ley viviente y así cumplirlo justamente día a día por cada
uno de nosotros, en nuestros millares, delante de nuestro
Padre celestial que está en el cielo. Y, además, nuestro
Señor Jesucristo pudo vivir y, a la vez, cumplir cada
palabra, cada letra, cada tilde y cada significado eterno del
Espíritu Santo de la Ley bendita, porque él mismo es ese
Espíritu de la Ley y su significado de vida, bendición, salud
y salvación eterna, en la tierra y en el cielo para todo ser
viviente para siempre.
Entonces sólo nuestro Señor Jesucristo conoce perfectamente
el Espíritu Santo de la Ley viva para vivirlo y, justamente,
para cumplirlo en toda su verdad, justicia y santidad sin fin
en su vida santísima y así en la vida no solamente de ángeles
sino también en la vida de cada hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, comenzando por Israel. Porque cuando
nuestro Padre celestial le entrega a Moisés las primeras
tablas de la Ley, en si, fue para injertar en Israel la vida
santísima del Hijo de David, el Santo de Dios y de Israel,
nuestro Señor Jesucristo, para que desde ya comiencen a gozar
de su vida y de su presencia santa cada día de sus vidas para
siempre.
Porque seria solamente el Espíritu del Rey Mesías quien les
enseñaría de parte de nuestro Padre celestial cada una de sus
enseñanzas divinas, para que no mueran pecadores y en sus
tinieblas de mentiras mortales, como enfermedades y muertes
infernales, sino para que viviesen siempre bajo la tutela y
conocimiento de Dios mismo, el Fundador de su nueva nación
angelical. Y ésta nación celestial es un mundo nuevo,
habitado no sólo por las tribus de Israel, desde su
nacimiento y hasta su última familia formada, sino también de
todas las familias de las naciones de toda la vida de la
tierra-tal como nuestro Padre celestial le prometió
inicialmente a Abraham que seria así, el padre de muchas
naciones para siempre.
Además, nuestro Señor Jesucristo no sólo hizo todo esto para
gloria y honra del nombre santo de nuestro Padre celestial,
sino también para vida y salud eterna de cada hombre, mujer,
niño y niña de toda la tierra, comenzando con Adán y Eva
sobre la cima santa de Jerusalén, para que la mentira muera y
la verdad viva por siempre. Porque sólo así las mentiras de
Satanás, en la vida del hombre, podían morir finalmente,
sobre los árboles secos de Adán y Eva y sobre la cima de la
roca eterna, en las afueras de Jerusalén, con el Señor
Jesucristo crucificado y, juntamente, sangrando sobre ellos y
sobre sus retoños también para generaciones venideras, para
que sean liberados grandemente para siempre.
En éste día glorioso de nuestro Padre celestial y de su Hijo
Jesucristo, la mentira fue quitada de la vida del hombre y de
la mujer, para clavar sobre ellos y sobre sus descendientes:
la verdad del cielo (la cual jamás morirá en la nueva vida
eterna de los ángeles del cielo y así también de la humanidad
entera). Porque sólo así nuestro Padre celestial podía
injertar no solamente la vida de nuestro Señor Jesucristo, la
cual es la vida eterna del cielo presentemente, sino también
la del Espíritu Santo del cumplimiento glorioso de su Ley
viviente, para que el espíritu de error y mentiroso ya no
reine más en nuestras vidas sino sólo su verdad celestial, ¡
su Jesucristo!
Por esta razón, nuestro Padre celestial no solamente llama a
Adán y Eva inicialmente en el paraíso a obedecer el Espíritu
Santo del árbol de la vida, su Ley viviente, nuestro Señor
Jesucristo, sino también a comer y beber de él cada día, para
que ya no tengan hambre ni sufran sed alguna en todo sus
seres vivientes y celestiales infinitamente. Porque sólo
nuestro Señor Jesucristo es el verdadero cumplimiento y,
además, la glorificación celestial del Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos, en la vida de nuestro Padre celestial y
así también de cada ángel del cielo y de cada hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera.
En otras palabras, lo que nuestro Padre celestial les estaba
diciendo a Adán y Eva, en sí, era de que estaban llamados a
comer y beber del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos,
del paraíso y de toda la tierra también, para que no sufran
jamás las aflicciones del pecado ni menos ninguna de sus
muchas enfermedades mortales del más allá. Nuestro Padre
celestial quería darles de comer de la carne inmolada y de
beber de la sangre del pacto de vida eterna a Adán y así
también a cada uno de sus hijos e hijas, comenzando con Eva,
su primera esposa: para que su carne y su sangre sean
cambiadas milagrosamente a la de su Hijo amado, ¡nuestro
Señor Jesucristo!
Y sólo así ellos ya no podían jamás pecar en contra del
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos con sus pensamientos,
ni mucho menos con sus palabras o con sus acciones, sino que
los podían cumplir, exaltar, honrar, glorificar y demás, sin
jamás transgredir en contra de ella, en el paraíso o en
cualquier lugar de toda la creación celestial. Porque la
verdad es que la carne santa de nuestro Señor Jesucristo y
así también su sangre reengendradora jamás podrán pecar en
contra del Espíritu Santo de la Ley viviente, sino sólo
cumplirla; pero la carne y la sangre pecadora de Adán y Eva
en cada hombre, mujer, niño y niña si pueden pecar cada día
en contra de ella infinitamente.
Por eso, el que obedece a la palabra de nuestro Señor
Jesucristo, no sólo está obedeciendo a su Padre celestial que
está arriba, sino también obedece grandemente el Espíritu
Santo de la Ley eterna-y esto es gloria y honra del hombre,
de la mujer, del niño y de la niña cada día de sus vidas por
toda la tierra. Dado que, el que vive lleno del Espíritu
Santo de Los Diez Mandamientos, entonces el espíritu de error
y pecador de Satanás ya no tiene poder alguno, en su vida del
paraíso y así mismo en cualquier lugar de toda la creación
celestial, de Dios y de su árbol de la vida eterna, su Hijo
amado, ¡nuestro Señor Jesucristo!
Por lo tanto, los pecados, maldades, falsedades, mentiras y
muertes de Satanás y de sus espíritus inmundos ya no tienen
poder alguno sobre su vida, ni menos tienen razón alguna para
acercarse a él o a ella, en todos los días de su vida y de
los suyos también en toda la tierra, para siempre. Es decir,
de que donde está el espíritu de la carne inmolada y de la
sangre del pacto eterno entre Dios y el hombre, entonces está
el Espíritu Santo de los Diez Mandamientos bendiciendo su
vida grandemente a cada hora: así pues, el espíritu de error
de Satanás ya no puede estar ni menos acercarse a ésta nueva
vida del hombre.
Porque la verdad es que sólo nuestro Señor Jesucristo es la
llenura del Espíritu Santo de la Ley viviente en el paraíso
con los ángeles y así también con cada hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera, comenzando con Adán y Eva sobre
la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, para
muerte del pecado. Es decir, que cuando comemos y bebemos en
oración de la carne de nuestro Señor Jesucristo y de su copa
de vida, entonces estamos comiendo y bebiendo de toda la
verdad y de toda la justicia de la vida santa e infinitamente
gloriosa del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos,
sumamente cumplidos e infinitamente glorificados, para sanar
todas nuestras almas vivientes.
Porque sólo con el Espíritu de la Ley de nuestro Padre
celestial viviendo ya en nuestros corazones y en nuestras
almas eternas, sumamente glorificado y honrado por el
nacimiento virgen, por la vida sanadora, por la muerte santa
y por la resurrección gloriosa de nuestro Señor Jesucristo,
podremos entonces regresar al paraíso para retomar nuevamente
nuestras vidas celestiales para la eternidad. Visto que, en
la vida santa de los ángeles, del paraíso de Adán y Eva y de
la Nueva Jerusalén glorificada del cielo, en verdad, desde la
eternidad y hasta la eternidad: sólo se vive cada día
únicamente del Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, para
glorificar continuamente el nombre glorioso de nuestro Padre
celestial en nuestras vidas, humanas y angelicales.
Formalmente, sin el Espíritu de la Ley viviente nadie jamás
podrá regresar al Dios de su nuevo vida eterna, en la tierra
ni menos en el más allá, como en el reino angelical, el
paraíso o La Nueva Jerusalén celestial; es más, es totalmente
imposible para el hombre ver a Dios, sin la Ley cumplida en
su vida por Jesucristo. Por eso, nuestro Padre celestial
envió a Israel a su Hijo amado, para que nos enseñará cada
día de nuestras vidas cada una de las enseñanzas no tanto de
sí mismo sino las de Él y las de su Espíritu Santo de la Ley
sagrada, para que muera el pecado y viva por siempre la
verdadera vida eterna, en todos nosotros.
Por esta razón, nuestro Señor Jesucristo nos decía a todos
nosotros, por medio de sus apóstoles y discípulos, por
ejemplo, de que sí nos mantenemos firmes en sus enseñanzas,
entonces "permanecemos vivos" en su amor todopoderoso: así
como él mismo guarda cada día el Espíritu de la Ley viviente,
para permanecer resucitado en el amor santísimo de su Padre
celestial. Porque, por amor, no solamente a Israel sino al
mismo Espíritu Santísimo de Sus Diez Mandamientos gloriosos,
fue que nuestro Padre celestial envió a su Hijo amado a nacer
del vientre virgen de una de las hijas de David, para que el
Espíritu eterno de su voluntad antigua sea cumplida y
exaltada en su vida milagrosa, para bien eterno de todos
nosotros.
Entonces fue sólo por medio del nacimiento milagroso de
nuestro Señor Jesucristo, por medio del Espíritu Santo de la
Ley viva, del vientre virgen de la hija de David, que no sólo
Satanás fue finalmente derrotado contundentemente sino
también cada una de sus mentiras y falsedades eternas, en la
vida del hombre y para siempre para la eternidad celestial.
Es decir, que nuestro Padre celestial inicialmente derrota a
Satanás y a sus mentiras crueles, de las que entraron en el
corazón de Adán y Eva y así también en el corazón de cada uno
de sus retoños por toda la tierra, sólo con el nacimiento
virgen de su Hijo amado del vientre virgen de la hija de
David.
Ya, con éste nacimiento virgen del Rey Mesías de Israel,
Satanás estaba completamente juzgado y condenado por nuestro
Padre celestial, para que su espíritu de error y mentiroso
saliera por fin de la vida del hombre: para que en su lugar
entre no solamente su Jesucristo sino también él mismo
(nuestro Creador) con sus bendiciones eternales y
todopoderosas de cada día. Por eso, nuestro Señor Jesucristo
les aseguraba a sus discípulos, diciéndoles: Sí ustedes
verdaderamente obedecen a mi palabra, entonces yo y mi Padre
celestial vendremos a ustedes para hacer morada en sus
corazones, para que todos vean que ustedes son hijos
legítimos de Dios para siempre.
Y sí permanecen en mi, como dice la Escritura, entonces serán
verdaderamente libres de los males del pecado y de las
tinieblas dé Satanás y de sus ángeles caídos en la tierra y
en el más allá, eternamente y para siempre; y nada les será
imposible en sus vidas para siempre, porque serán
verdaderamente mis discípulos para hacer mis obras cada día.
En la medida en que, todo aquel que invoca el nombre santo
del Hijo de Dios, nuestro Salvador Jesucristo, en verdad,
está invocando y, juntamente, cumpliendo no solamente la
voluntad perfecta de su Dios y Fundador de su nueva vida
eterna, sino que también: cumple grandemente con el Espíritu
Santo de la Ley viviente en su vida para la eternidad.
Porque ésta es la obra de mi Padre celestial que está en el
cielo, de que crean en aquel que él mismo señalo con su mismo
dedo santo, con el cual escribió Sus Diez Mandamientos, para
que descendiera del cielo, como el pan de vida eterna para
todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera. Dado
que, sí nuestro Señor Jesucristo no se injerta a Israel, por
medio del Espíritu Santo de la Ley viviente, desde el Sinaí y
del vientre virgen de la hija de David, entonces no solamente
Satanás no podía ser derrotado jamás, sino que tampoco
nuestro Creador podía entrar en el corazón, ni menos en la
vida, del hombre de la humanidad entera.
Porque la verdad fue inicialmente que, una vez que nuestro
Padre celestial crea al hombre en su imagen y conforme a su
semejanza celestial, entonces deseaba entrar en él, para
vivir cada día con él en el cielo y en toda su nueva creación
celestial (la cual tenia planeado crear para Él mismo y para
su nueva humanidad infinita de naciones). Porque todo hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, sin hacer
excepción de persona alguna, nuestro Padre celestial los crea
inicialmente en su seno, para que vivan con él y con sus
huestes angelicales en su nuevo reino angelical, comiendo y
bebiendo por siempre de su Hijo amado, como su único Espíritu
Santo de su Ley viva.
Visto que, sólo así cada uno de ellos no solamente iba a ser
lleno del espíritu de gozo y de la felicidad eterna, sino que
también podía continuar viviendo en su nueva vida bendita y
sumamente gloriosa, gracias por la obra progresiva de
Jesucristo: pero esta vez con nuestro Padre celestial dentro
de su corazón y de toda su vida también. Y sólo así entonces
nuestro Padre celestial permanecería infinitamente en el
corazón y en la vida del hombre, de la mujer, del niño y de
la niña de todas las naciones, para quedarse a vivir con
ellos cada día de sus vidas en el paraíso, en la tierra y así
también en La Nueva Jerusalén santa y gloriosa del cielo.
Es decir, que ha sido nuestro Padre celestial quien
inicialmente no solamente desea crear al hombre y a la mujer
en su imagen y conforme a su semejanza celestial, sino que
también decidió vivir en el corazón y en la vida de cada uno
de ellos y de sus retoños en su nuevo reino celestial y para
siempre en la eternidad. Por eso, nuestro Señor Jesucristo
les decía a las multitudes, una y otra vez y sin cesar: Sí
guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor salvador-
así como yo mismo permanezco en el amor eterno de mi Padre
celestial que está en el cielo-porque permanezco
continuamente en su amor divino, por su Ley viva de cada día.
Porque es por amor al Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos
que nuestro Padre celestial inicialmente no solamente crea al
hombre en su imagen y conforme a su semejanza celestial, sino
también a cada uno de sus retoños, comenzando con Eva, para
que juntos aprendan a amarle a él, en el espíritu y en la
verdad de sus Mandamientos inmortales. Y esto es, hoy en día,
tal como en tiempos antiguos, de amarle grandemente a Él cada
día de nuestras vidas y sin cesar jamás también, cómo nuestro
único Dios y Fundador de nuestras nuevas vidas infinitas:
pero sólo por medio de su fruto de vida y de salud eterna, su
Hijo amado, el Hijo de David, ¡nuestro Salvador Jesucristo!
Además, nuestro Padre celestial desea ser amado por cada uno
de nosotros, en nuestros millares, en toda la tierra,
comenzando con Israel, así como se lo pidió inicialmente a
Adán y Eva en el paraíso: porque su Hijo amado está lleno
grandemente del Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos
eternos, completamente glorificados y santificados como su
mismo nombre santísimo, por ejemplo. Y nuestro Señor
Jesucristo no solamente nació del Espíritu Santo de la Ley
del vientre virgen de la hija de David, sino que también los
cumplió grandemente por amor a Israel y a la vida de todas
las naciones, para posteriormente morir crucificado por el
pecado de todos y resucitar en el tercer día por el mismo
Espíritu Santo de Dios.
Porque el Espíritu Santo de la Ley jamás murió inicialmente,
aunque Satanás hizo que Israel pecara en contra de ella al
fundir un becerro de oro con las joyas de los egipcios y así,
en el acto, descendieron sus primeras tablas santas al
submundo, crucificadas sobre el Sinaí, por tanto, heridas y
desfiguradas mortalmente por el pecado pagano de Israel. Y
porque Israel, en su ceguera y engaño espiritual infiel:
desfigura y envía las primeras tablas de la Ley, despedidas
de las manos de Moisés, al corazón de la tierra: pues
entonces Dios quiso, en su justo juicio, dejar correr la
sangre de Israel completamente al pie del Sinaí, en el mismo
lugar donde peca traidoramente en contra de su Ley bendita.
Verdaderamente, nuestro Padre celestial quería crucificar a
Israel, haciéndolos sangrar, así como ellos mismos
posteriormente, y por las manos de los romanos, crucificarían
a su Hijo Jesucristo sobre lo alto de su monte santo, en las
afueras de Jerusalén, para fin del pecado; pero Moisés se
opuso terminantemente, intercediendo por ellos (así como
Jesucristo siempre intercede por todo Israel, por ejemplo).
En este día, nuestro Padre celestial pensó seriamente en
salvar a su Jesucristo de una muerte segura en las manos no
solamente del Consejo de los sacerdotes Levitas y demás
lideres israelíes y hasta de los pecadores de las naciones,
haciendo que todo Israel muriese en lugar de su Hijo amado
sobre el Sinaí; pero Moisés no estuvo de acuerdo.
(En verdad, nuestro Padre celestial desea primero crucificar
a todo Israel antes que crucificar a su Hijo Jesucristo sobre
lo alto de su monte santo, ya sea sobre lo alto del Sinaí, en
aquel día muy peligroso para todo Israel y para la humanidad
entera, o sobre la cima del monte santo antiguo, en las
afueras de Jerusalén, en Israel. Es decir, que nuestro Padre
celestial quiso crucificar sobre todo lo alto del Sinaí a
cada hebreo y así también a cada uno de sus hijos para todas
las generaciones venideras, y así no crucificaría al fin a su
Hijo Jesucristo, como sucedería posteriormente en su día, en
las afueras de Jerusalén, en Israel, para fin del pecado y
del diablo.)
Pero Moisés ruega al SEÑOR, para que desistiera de llevar
acabo su juicio justo y sagrado en contra de Israel, para que
las naciones no se burlen de él después de haberlos sacado de
Egipto para entonces crucificarlos sobre el Sinaí: ya que no
pudo hacer que obedecieran y honraran el Espíritu Santo de su
Ley viva, ¡a su Cordero Inmolado! Y nuestro Padre celestial
le decía a Moisés, déjame hacer lo que quiero hacer con este
pueblo hoy mismo; ellos tienen que morir por haber ofendido
el Espíritu de la Ley viviente, la vida santísima del Cordero
Inmolado del mundo entero, y de ti haré una gran nación,
mejor que ellos, para que el Espíritu Santo de mi Ley sea
infinitamente honrado.
Pues para esto he descendido del cielo con mi Ley viva, para
que sea honrada y dé fruto de vida y de salvación eterna en
abundancia a todos los que crean en ella, en esta vida y en
la venidera también, eternamente y para siempre-le aseguraba
nuestro Padre celestial a Moisés-. Déjame, pues, hacer una
nación de ti: una nación que me ame en el espíritu y en la
verdad viviente de Mis Diez Mandamientos, para que el pecado
muera con todos los poderes malvados de las mentiras y
falsedades de Satanás; yo mismos, pues, haré de ti una nación
nueva, la mejor del mundo para que habite en mi tierra
escogida.
Porque yo borrare de mi libro todo aquel que peque en contra
de mí y de mi Cordero Inmolado, con falsedades y mentiras
malvadas de Satanás y de sus espíritus inmundos; yo haré una
nueva nación de ti, desde hoy mismo: si sólo me dejas llevar
a cabo el juicio que tengo en contra de todo Israel, por este
pecado terrible. No, mi SEÑOR Santo, si los borras a ellos de
tu libro, por haber pecado en contra de tu Ley, el Espíritu
viviente de tu Rey Mesías, pues entonces borra también mi
nombre con el de ellos; aunque deseo quedarme contigo y
servirte todos los días de mi vida en la tierra y así también
infinitamente en tu nuevo reino angelical.
Y el SEÑOR le dijo a Moisés: Está bien, he oído tu oración;
al fin, voy hacer como tú me pides con toda esta gente que ha
pecado en contra del Espíritu Santo de la vida gloriosa de su
Gran Rey Mesías y único Salvador posible para sus vidas, en
la tierra y en la eternidad, para siempre. Pero el alma que
pecare, me dará cuenta de su pecado en el día del juicio de
todas las cosas; yo no daré por inocente al malvado, jamás,
por ninguna razón; el que peque en contra del Espíritu Santo
de la Ley viviente de la vida gloriosa del Rey Mesías, pues,
que muera irremisiblemente. Dios no puede ser burlado jamás
por la mentira de nadie, ni de ninguna nación o naciones,
para siempre.
Porque todo aquel que peque en contra del Espíritu Santo de
Los Diez Mandamientos tendrá que darme cuenta en el día del
juicio final por su pecado, por su culpa, y, al final, ha de
morir por su maldad, si no se encuentra en él la pureza del
Espíritu Santo de vida y de salud eterna del Mesías de toda
la Ley viviente. Puesto que, del mismo Espíritu Santo y
virgen de los Diez Mandamientos en su día y sin demora:
saldrá, nacerá, vendrá y se vera vivo y sumamente glorificado
para gloria eterna de nuestro Padre celestial, al Rey Mesías
prometido: prometido inicialmente a Abraham, Isaac, Jacob y a
los patriarcas y demás familias por sus tribus de todo Israel
y las naciones.
Y así fue que el SEÑOR desistió en su ira ardiente para
vengarse de Israel, para quitarlos de su presencia santa por
ser los primeros que pecaron gravemente en contra del
Espíritu Santo de Sus Diez Mandamientos, para mal de sus
vidas y la de muchos, desdichadamente, por todas las naciones
de la tierra. Porque si Israel no hubiese cometido tan grave
pecado en contra del Espíritu Santo de las primeras tablas de
la Ley, entonces el Mesías, el Hijo de David, se hubiese
manifestado de inmediato-es decir-que Israel se hubiese
convertido en un paraíso terrenal con el Mesías viviendo ya
en sus tierras, como Dios manda, para bien eterno de todos
nosotros.
Porque es la presencia gloriosa del Rey Mesías lo que
convertirá milagrosamente, en un amén, a la tierra
conflictiva de Israel, como la misma tierra prometida de la
bóveda celeste que nuestro Padre celestial no solamente soñó
darles a los israelitas inicialmente, sino también a las
naciones, para que el Espíritu Santo de su Ley sea
glorificada grandemente para siempre. Porque, para nuestro
Padre celestial, todo aquel que se rebela en contra de la
presencia santa del Espíritu Santo y sumamente milagroso de
las primeras tablas de Los Diez Mandamientos, como los
antiguos hebreos lo hicieron erróneamente en sus días y
engañados por Satanás, entonces se están rebelando fatalmente
en contra del Rey Mesías, el Hijo de David, para mal eterno.
Porque en el principio los primeros hebreos de Egipto se
rebelaron erróneamente en contra del Espíritu Santo de los
Mandamientos, sin saber lo que hacían, para que descendieran
crucificados, quebrantados, desfigurados y transgredidos al
infierno; así, pues, también nuestro Señor Jesucristo
descendió al bajo mundo, crucificado, quebrantado y
desfigurado por el pecado de Israel- ¡para resucitar en el
tercer día gloriosamente! Es decir, que de la presencia santa
de nuestro Padre celestial, las primeras tablas de la Ley
salieron despedidas de las manos de Moisés, para descender
crucificadas, deshonradas, desfiguradas al submundo: porque
Israel las rechaza erróneamente por culpa de un becerro de
oro-la mentira de Satanás, como cualquier obra pagana del
vaticano de siempre para mal eterno de muchos ingenuos.
Así, pues, también nuestro Señor Jesucristo descendió
sangrando, crucificado y todo desfigurado de pies a cabeza al
corazón del mundo, por culpa del pecado de rechazo no sólo de
Israel sino también, esta vez, de todas las naciones, para
que sus pecados se queden en el infierno y más no la Ley, ni
menos nuestro Rey Mesías, ¡el Hijo de David! Porque la verdad
es que, el Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos es la vida
santísima del Hijo de David; o, podemos decir también, sin
equivocarnos jamás, de que el Hijo de David es la misma vida
santa y sumamente gloriosa del mismo Espíritu Santo de Los
Diez Mandamientos, en el cielo y en toda la creación divina,
para siempre.
Por eso nuestro Padre celestial llama inicialmente a Adán y
Eva a que coman y beban fielmente del fruto de la vida (el
cual es el mismo árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo),
en las afueras del paraíso o en las afueras de Jerusalén, en
Israel, o en las afueras de La Nueva Jerusalén santa y
gloriosa del cielo. Para que todo aquel que coma y beba de
él, entonces no vuelva a tener hambre ni sed, es decir, para
que jamás vuelva a sufrir el mal de Satanás y de sus muchas
enfermedades crueles, para que no muera perdido en sus
tinieblas, en la tierra ni en el infierno ni menos en el lago
de fuego eterno, por ejemplo.
Ya que, el que come y bebe del Señor Jesucristo, así como
nuestro Padre celestial les ordeno inicialmente a Adán y Eva
en el paraíso: o, como les mando, por inicio, a sus apóstoles
sobre su mesa de la cena del fruto de la vida de Israel, pues
entonces serán verdaderamente libres de Satanás y finalmente
llenos de la vida eterna. Para que, de este modo, Satanás ya
no les haga tener hambre ni sed jamás, en esta vida ni en la
venidera para siempre, para satisfacer los deseos mundanos de
la carne pecadora, para tropiezo y muerte de sus almas
vivientes en la tierra y en el más allá también (como le
sucedió a Adán en el paraíso, por ejemplo).
Hoy, el llamado a obedecer a Jesucristo de nuestro Padre
celestial, para con cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, comenzando con Israel, es el mismo
(llamado) de siempre (como el que les hizo primeramente en su
día a Adán y Eva, por ejemplo), para que no vivan enfermos,
sino llenos de vida y de salud eterna cada día. En verdad,
nuestro llamado celestial de bendición y de salvación eterna,
de parte de nuestro Padre celestial, para amar, comer y beber
de su fruto de vida eterna, nuestro Señor Jesucristo, es tan
santo y tan importante, crucial, decisivo, esencial, hoy en
día, como lo fue en su día para Adán y Eva en el paraíso, sin
duda alguna.
Y esto es, hoy en día, de que tenemos que comer y beber del
árbol de vida de Israel y las naciones, para perdón, para
bendición, para sanidad, para liberación, para salvación y
demás, ya sea en las afueras del paraíso, en las afueras de
Jerusalén, o en las afueras de La Nueva Jerusalén santa y
gloriosa del cielo. Por esta razón, nuestro Señor Jesucristo
les dijo abiertamente a sus discípulos, en todo Israel, por
ejemplo: Yo soy la puerta de las ovejas; ellas oyen mi voz y
me siguen, porque me conocen.
En serio: Nadie, nunca, puede venir a mí, a no ser que sea
enviado directamente y por voluntad divina por mi Padre
celestial que está en el cielo. Por lo tanto, sólo yo soy la
puerta del cielo, y todo aquel que entre por mí, entrara y
saldrá libremente, para hallar pastos y descanso para su alma
viviente. (Ésta puerta del reino de los cielos está abierta
para ti, mi estimado hermano y mi estimada hermana: sólo
tienes que invocar el nombre milagroso y todopoderoso de su
Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, para pasar por ella
hacia tu perdón, bendición, salud y salvación eterna con
todas las demás cosas que desee tu corazón delante de nuestro
Padre celestial.)
Y cómo nuestro Señor Jesucristo no hay más verdad y camino
hacia la salud y la vida de cada hombre, mujer, niño y niña
de la tierra y así también del paraíso (como en el paraíso
con Adán y Eva), para que nuestro Padre celestial se sienta
complacido con nosotros hoy y en la eternidad: pues entonces
tenemos que recibirlo siempre. Por eso, como el Señor
Jesucristo les decía a los gentiles y hebreos de Israel,
incluyendo a los lideres religiosos de aquellos días y de
siempre: Sí guardan mi palabra, la cual yo mismo les he
manifestado de parte de mi Padre, entonces permanecerán en mi
amor salvador-así como yo guardo su Ley santa y permanezco en
su amor antiguo.
Y todo aquel que permanece día a día en el amor salvador de
nuestro Señor Jesucristo, entonces el mismo amor antiguo de
nuestro Padre celestial se engrandecerá sobre su vida, para
colmarlo de bienes y de bendiciones sin fin, en esta vida y
en la venidera también, eternamente y para siempre, para
gloria y honra de su nombre muy santo. Concretamente, todo lo
que le pedía al Padre celestial, en el Espíritu de amor y de
verdad sagrada de su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo,
entonces le será concedido inmediatamente (lo que le haya
pedido), en oración y en fe; y, por tanto, nada le será
imposible jamás, en esta vida ni en la venidera, para él y
para los suyos. ¡Amén!
El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su
Jesucristo es contigo.
¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!
Dígale al Señor, nuestro Padre celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.
LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y
noche, (Deuteronomio 27: 15-26):
"'¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen
de fundición, obra de mano de tallador (lo cual es
transgresión a la Ley perfecta de nuestro Padre celestial), y
la tenga en un lugar secreto!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'
"'¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su
madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad
de su prójimo!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del
huérfano y de la viuda!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre,
porque descubre la desnudes de su padre!' Y todo el pueblo
dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier
animal!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su
padre o hija de su madre!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que se acueste con su suegra!' Y todo el
pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte
a su semejante, sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡
Amén!'
"'¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente,
sin causa alguna!' Y todo el pueblo dirá: '¡Amén!'
"'¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley,
poniéndolas por obra en su diario vivir en la tierra!' Y todo
el pueblo dirá: '¡Amén!'
LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS
Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!
SÓLO ÉSTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS
Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:
PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".
SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".
TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".
CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".
QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".
SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".
SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".
OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".
NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".
DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".
Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin más demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.
Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:
ORACIÓN DEL PERDÓN
Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.
Porque sí perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.
Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:
NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.
¡CONFÍA EN JESÚS HOY!
MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.
YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.
- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.
Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):
Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.
QUIZÁS TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.
¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?
¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?
Sí tu respuesta fue Sí, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:
Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.
Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.
Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.
El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.
El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.
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