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(IVÁN): SIERVOS DE DIOS

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IVAN VALAREZO

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Dec 22, 2007, 8:29:31 AM12/22/07
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Sábado, 22 de diciembre, año 2007 de Nuestro Salvador
Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Feliz Navidad y un Prospero Año Nuevo 2008 para todos los
siervos y para todas las siervas de nuestro Padre Celestial y
de su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, como tú mismo mi
estimado hermano y como tú misma mi estimada hermana, en
todas las familias de las naciones de toda la tierra. Salud,
paz y mucha prosperidad para ti y para cada uno de todos los
tuyos, hoy en día y por siempre en tu hogar y en la nueva era
venidera: La vida eterna.)


(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)



SIERVOS DE DIOS:

Nadie es siervo de Dios sin Jesucristo en su corazón.

En el principio de la liberación de Israel, de las manos de
los egipcios antiguos, por ejemplo, para Moisés poder
comenzar a ayudar a su pueblo, "primero tenia que ser hecho
siervo del Altísimo". Porque como todo hombre de la tierra,
Moisés no conocía a Dios todavía: pues "lejos estaba de su
corazón nuestro Árbol de la vida eterna, el Cordero Escogido
de Dios", ¡nuestro salvador Jesucristo!

Y nuestro Padre Celestial lo llamo a Moisés, desde la cima
del Sinaí, para que sea creyente de su Árbol de vida eterna,
después de él mismo haberlo visto frente a frente, como
siempre ha sido en el cielo, sin saber en su corazón que era
nuestro Señor Jesucristo. Pues ahí mismo, estaba Él, tal cual
como Adán lo había visto en el paraíso, como un Árbol en
llamas (pero las llamas no hacían daño alguno a nada en todos
su alrededor).


Moisés veía las llamas, pero el fuego no se propagaba hacia
otros lugares, como cualquier fuego destructivo y consumidor,
por ejemplo, sino que permanecía en su mismo lugar de siempre
día tras día, para ser visto por todos en todos los lugares
de la tierra. Ciertamente, era nuestro Padre Celestial quien
llama a Moisés, como había llamado a Adán para que coma de su
fruto de vida eterna y viva infinitamente como su siervo fiel
y eterno en el reino de los cielos, para servicio a su nombre
muy santo.

Y nuestro Dios llamaba a Moisés incasablemente y como
siempre, por medio de las llamas del Árbol de la vida eterna,
lo cual, ciertamente, despertó una gran curiosidad sobre el
lugar, y "Moisés decidió acercarse a él", pero con mucho
temor en su corazón, como con gran temor a lo desconocido. Y
cuando Moisés comenzó acercarse al lugar, en donde estaba el
Árbol de la vida en vuelto en llamas, como el mismo fuego del
Espíritu Libertador que libero el reino del cielo de Satanás
y de sus ángeles rebeldes, nuestro Cordero Escogido, ¡nuestro
Señor Jesucristo!, entonces "confió ciegamente en su Dios,
sin conocerlo aún, para empezar su nueva vida en Israel".

Aquí, "Dios le hablo a Moisés, para hacerlo su siervo y para
llevar la sangre sacrificada de su Jesucristo a todo Israel y
liberarlos así del poder terrible del pecado y de sus
profundas tinieblas destructoras en sus vidas". Porque sin la
sangre del Cordero Escogido de Dios, entonces la salvación a
Israel era totalmente imposible alcanzarla en aquellos días y
para siempre. Y Moisés, después de haberle oído a nuestro
Padre Celestial revelarle esta gran verdad en su corazón y en
su espíritu humano, de la importancia de la sangre
sacrificada de su Hijo amado, nuestro gran rey Mesías,
entonces Moisés comprendió por fin de que tenía que actuar ya
y pronto, para liberar a Israel de su muerte segura.

Y fue por esta razón que Moisés se hizo siervo del Altísimo
por el poder de la sangre sacrificada, "recibiendo a si en su
corazón el llamado del Árbol Viviente encendido en las llamas
del cielo, pues ahora ardía en su mismo corazón y con gran
poder, también", para hacer de Jesucristo su fruto predilecto
para su nueva vida infinita. Porque para ser siervo del
Altísimo y así poder entonces ayudar a su pueblo escapar de
las manos de sus cautivadores y verdugos de la antigüedad,
entonces "Moisés tenia que haber tenido un encuentro personal
y, a la vez, fenomenal con el Árbol de la vida eterna", ¡el
gran rey Mesías de todos los tiempos!

Moisés después de haber oído a Dios todo lo que le tenia que
decir a él, por medio de su Árbol de vida envuelto en las
llamas del Espíritu Libertador del cielo, entonces "creyó en
su palabra, para empezar la salvación de todo Israel, cueste
lo que cueste". Ciertamente, el mensaje de aquellos días para
Moisés y para Israel entero "era simplemente que tenían que
creer en el poder sobrenatural de la sangre sacrificada del
Cordero de Dios, para ser hechos libres de sus enemigos y, a
la vez, ser hechos siervos eternos de su Dios y Fundador de
sus nuevas vidas eternas".

Entonces "Moisés creyó al mensaje de su Dios y de la sangre
sacrificada de su siervo fiel y justo, su Cordero Escogido,
el cual quita el pecado del mundo entero, del corazón del
hombre, la mujer, el niño y la niña", como en el que cree en
su corazón y así confiesa con sus labios su nombre salvador.
Y después de haber salido Moisés con Israel de Egipto,
cruzando el Mar Rojo, y al pie del Sinaí Dios mismo los llevo
a todos ellos, para "establecerlos como sus siervos eternos",
delante de él y de sus ángeles gloriosos del reino de los
cielos, para que sean testigos eternos, de lo que nuestro
Dios mismo había hecho con Israel.

Y sobre el Sinaí nuestro Dios volvió a llamar a Moisés "para
enseñarle muchas cosas muy importantes y secretas", para su
vida y para la vida de Israel de aquellos días y para los
nuevos días venideros, también, para entrar finalmente a sus
nuevas tierras, de las cuales Él mismo había escogido
soberanamente, para ellos y para sus hijos por venir. Aquí,
también, "nuestro Padre Celestial reafirmo a Moisés como su
siervo eterno", porque le dio del Espíritu de su Hijo amado y
de su Ley Viviente, para que le sirva sólo a él fielmente y
siempre y aún hasta más allá de la nueva eternidad venidera.

Ya que, "sin el Espíritu de la Ley del cielo entonces Moisés
no podía ser hecho siervo de su Dios, ni menos líder post-
mesiánico de su pueblo Israel". Así pues, Moisés acepto las
tablas de la Ley de nuestro Padre Celestial en sus manos y
las abrazo en su corazón, como para no soltarlas jamás,
porque eran verdaderamente el mismo Espíritu de la vida del
gran rey Mesías de todos los tiempos, ¡nuestro Señor
Jesucristo! (Y esto lo sabía muy bien en su corazón eterno
todo Israel, para gloria y para servicio indestructible de
nuestro Padre Celestial que está en los cielos.)

Entonces Moisés recibió de Dios: "el mismo Espíritu de su
gran rey Mesías en su corazón y en todo su cuerpo, también,
para ser transformado en el siervo fiel y confiable de
nuestro Padre Celestial, para hacer todas las cosas
necesarias, espiritualmente hablando, para llevar a Israel a
través del desierto hacia la tierra prometida de Canaán, por
ejemplo". Y desde aquellos días en adelante, "todos los que
reciben en sus corazones y en sus vidas el Espíritu de la Ley
de Dios y de Moisés, realmente, están recibiendo, ni más ni
menos, el mismo Espíritu de la vida sagrada del gran rey
Mesías del cielo y de la tierra, para ser hechos perfectos
siervos y perfectas siervas del Altísimo".

Porque de otra manera, "es imposible para cualquier hombre,
mujer, niño o niña ser hecho siervo o sierva del Altísimo, si
el Espíritu de la Ley de la nueva vida infinita, la cual
nuestro Dios desea que sea vivida por cada uno de nosotros
mismos desde el Sinaí, no está en nosotros", entonces
ciertamente no podemos ser sus siervos jamás. Y desde
aquellos días acá, entonces "el Espíritu de la Ley de nuestro
gran rey Mesías se ha regado por todos los lugares de las
naciones de la tierra, para que la humanidad entera reciba
infinitamente en su corazón y en toda su vida a su Hijo
amado, a su Árbol de vida eterna", ¡a nuestro salvador
Jesucristo!

Dado que, nadie que diga "amar a su Dios", pero no a su Ley
Santa e Infinitamente perfecta para bendecir el corazón y el
alma del hombre de toda la tierra, no podrá jamás ser
realmente llamado siervo de Dios, por más religioso o por más
humanitario que sea en toda la tierra. Porque para nuestro
Padre Celestial "nadie que no ame verdaderamente el Espíritu
de su Ley Infinita, realmente no le conoce a él, y si no le
conoce a él, menos va a conocer a su fruto de vida eterna",
su Hijo amado, ¡nuestro Señor Jesucristo!

Es decir, también, "el que cree en el Señor Jesucristo
entonces realmente es siervo de Dios, en el cielo y así
también en la tierra" para comenzar a vivir desde ya: "El
Espíritu de la nueva vida infinita del nuevo reino
celestial". Como los ángeles del cielo, por ejemplo, Lucifer
y sus seguidores no creyeron en el fruto de vida eterna, pues
entonces "no eran siervos de Dios ni de su nombre muy santo",
como los demás ángeles fieles (infinitamente fieles al
Espíritu de la Ley Viviente).

Es por eso, que "los ángeles caídos tuvieron que salir de la
presencia de Dios en el cielo para descender a los lugares
terribles de perdición y de destrucción eterna", como el
mundo de los muertos, el infierno, para esperar por el juicio
final de sus vidas pecadores y rebeldes al Espíritu del fruto
de vida eterna, ¡nuestro Señor Jesucristo! Podemos también
contemplar, por unos momentos, la vida de Adán y Eva en el
paraíso: "Pues ambos fueron creados perfectos en las manos de
Dios, como ángeles, para que lleven con ellos y sus
descendientes para siempre: su imagen y su semejanza
celestial, siempre llenos con toda la gloria del fruto de la
vida eterna de nuestro Señor Jesucristo".

Y todo estaba bien con Adán y Eva delante de Dios y de sus
huestes angelicales, desde el momento de sus formaciones
celestiales en las manos de Dios y hasta que fueron llevados
por Dios mismo: "al pie del Árbol de la vida". Porque
"nuestro Padre Celestial deseaba hacerlos sus siervos a ellos
y a cada uno de sus millares de descendientes", en toda su
vasta creación celestial.

Pero ¿que sucedió con ellos? Cuando Dios le dijo a Adán:
"Tienes que comer y beber del fruto del Árbol de la vida,
para ser mi siervo fiel y verdadero desde hoy mismo y para
siempre en la eternidad". Entonces Adán no quiso comer, ni
beber del fruto de la vida eterna, su Hijo amado, ¡el único
Árbol posible de la vida eterna en el cielo para todo ser
viviente!

Y al no querer, voluntariamente, participar del fruto del
Árbol de la vida para llevarlo a su boca y alimentar su
corazón, su alma, su espíritu y todo su cuerpo humano, como
alimentando la imagen y la semejanza de Dios que está en él,
entonces "Adán realmente estaba desistiendo de ser hecho
siervo de Dios y de su nombre santísimo". Aquí es cuando Adán
y cada uno de sus descendientes, realmente, "dejaron de ser
siervos de Dios y de su nombre muy santo, en sus corazones y
en sus cuerpos eternos", porque no podían alimentar sus
vidas, ni menos la imagen y la semejanza de Dos en sus almas
eternas, para gloria y para honra infinita de nuestro Padre
Celestial.

Y cuando Adán y Eva "dejaron a un lado el derecho espiritual
de ser hechos siervos de Dios, en un momento de oración, de
fe y de obediencia infinita a Dios, al rechazar el fruto del
Árbol de la vida eterna, entonces pasaron a ser siervos de
Satanás", sin saberlo para mal increíble y sumamente terrible
del linaje humano. En un segundo, "Satanás se los llevo con
él a seguir viviendo sus vidas rebeldes al nombre del Señor
Jesucristo en la tierra", para que posteriormente tengan una
nueva oportunidad en sus corazones de recibir el fruto del
Árbol de la vida, como la tuvieron en el cielo, por ejemplo,
para dejar de ser siervos de Satanás sino de Dios.

PIENSEN COMO EL SEÑOR JESUCRISTO

Haya en ustedes, mis estimados hermanos, esta forma de pensar
que existió siempre en nuestro Señor Jesucristo: "Pues en
todo fue humilde, aún cuando siendo Hijo legitimo del
Altísimo no consideró ser igual a Dios jamás, ni por un sólo
instante de su vida", como algo a qué atenerse, por ejemplo,
entre sus hermanos de Israel, sino todo lo contrario. Nuestro
Señor Jesucristo "siempre se despojó a sí mismo de esta gran
realidad espiritual de su vida santísima y sumamente
gloriosa, pues sólo así, tomo forma de siervo", como la de
cualquier hombre y hasta como la del mismo cordero que se
solía sacrificar diariamente sobre el altar para Dios; y
humillándose en condición de hombre, servia y glorificaba a
Dios fielmente.

De hecho, "ésta es la enseñanza que nuestro Señor Jesucristo
deseo transmitir a sus hermanos y hermanas de Israel, para
que comiencen realmente a conocer a su Dios y Fundador de sus
vidas", en esta vida y en la era venidera, también, para no
servir al mal jamás, sino sólo al bien (como el bien del
Árbol de la vida eterna). Porque nadie que no se niegue a si
mismo en esta vida, no podrá jamás ver (ni menos conocer) a
su Dios ni a su salvador celestial, ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Porque todos estamos llamados de parte de nuestro Padre
Celestial a alejarnos del espíritu del linaje pecador y
rebelde de Adán y Eva, únicamente para obedecer al llamado
divino del paraíso y de todos los tiempos: "de comer y de
beber por siempre del fruto del Árbol de la vida, su Hijo
amado", ¡el Cristo del cielo! Puesto que, "éste llamado es
fiel y verdadero de nuestro Dios y Creador de nuestras vidas
celestiales y terrenales, para volver a nacer y comenzar a
ver la vida eterna, desde ya", ya sea en el paraíso o en la
misma tierra de nuestros días: porque para nuestro Dios nada
es imposible para dar vida eterna a quien sea.

Porque realmente jamás existió un pecador en toda la tierra
que nuestro Padre Celestial no pueda bendecir su corazón y
toda su alma, también, "si primero y humildemente ha creído
en su Hijo amado, como el salvador de su vida", ¡nuestro
Señor Jesucristo! Y el que obedece a Dios conforme con el
Espíritu cumplido y sumamente honrado de la Ley, entonces
vive para su Creador: "ciertamente vive su alma eterna,
porque realmente ha creído: en el nacimiento, vida,
crucifixión, muerte y resurrección de su Hijo amado", ¡
nuestro Señor Jesucristo!

Además, "éste Espíritu de fidelidad de su Hijo amado se
transmite por completo en aquel hombre, mujer, niño o niña
que ha creído en él (como su gran rey Mesías) y en su vida
santísima, también, para servir fielmente a nuestro Padre
Celestial", en esta vida y en la venidera, eternamente y para
siempre. Ni más ni menos que, "esto es vida y salud eterna
para cualquiera que desee creer en su corazón en el Señor
Jesucristo, en todos los lugares de la tierra", comenzando
con Adán y Eva, por ejemplo, en el paraíso.

Ciertamente, el que cree en su corazón y así confiesa con sus
labios, de que el Señor Jesucristo es su Hijo amado, entonces
físicamente se ha hecho, en un momento de oración y de fe, en
un siervo fiel al Fundador de su nueva vida infinita: "como
ciudadano eterno de La Gran Jerusalén Santa y Perfecta del
cielo", por ejemplo. Es por eso, que es muy bueno "tener a
nuestro Señor Jesucristo viviendo en nuestros corazones desde
ya, para complacer a nuestro Padre Celestial en toda su
verdad, en toda su justicia y así también en todo su Espíritu
de amor y de vida infinita, de su nuevo reino celestial".

De otra manera, "el Dios y Padre Celestial de nuestros nuevos
cuerpos glorificados y de nuestras nuevas vidas infinitas de
la tierra y así también del cielo, pues, realmente jamás ha
de estar satisfecho con ninguno de nosotros", en nuestros
millares, en toda la tierra. Así pues, como nuestro Padre
Celestial, por ejemplo, no pudo jamás estar satisfecho con
Adán y Eva en el paraíso, "porque ninguno de ellos le
obedeció a Él, como su único Dios y Padre Celestial de su
vida eterna, por medio de su fruto de vida", ¡nuestro Señor
Jesucristo!

Porque para creer que nuestro Dios es uno, en el cielo y en
la tierra, entonces "tenemos que creer esta gran verdad
infinita, sólo por medio del Espíritu de fe, de su Hijo
amado", ¡nuestro salvador Jesucristo! De otra manera, nuestra
fe es vana, "si no creemos en nuestro Dios y en su Espíritu
Santísimo, por medio de su Árbol de vida ", (el fruto
perfecto de la vida infinita de cualquier ángeles del cielo y
así también de cualquier hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, comenzando con Adán y Eva en el cielo, por
ejemplo).

Es por esta razón, que "ni Adán ni Eva pudieron realmente ser
siervos de Dios jamás en el paraíso, aunque no lo creas así,
porque no creyeron en el fruto de la vida eterna, como
nuestro Dios los llamo a creer en él, para servirle fielmente
sólo a él (como su único Dios y Fundador de sus vidas
celestiales). Porque "todo aquel que cree en el fruto de la
vida eterna, realmente está creyendo en su Dios y Fundador de
su vida", ¡nuestro Padre Celestial! Y así también, hoy en
día, en todos los lugares de la tierra, "el hombre, por más
religioso o bondadoso que sea en todos los días de su vida,
no podrá ser siervo de Dios jamás, ni por un sólo instante,
si no cree en el Espíritu de su Hijo amado, su único fruto de
vida eterna", ¡nuestro Señor Jesucristo!

Porque "para nuestro Dios, nadie que no crea en su corazón y
así también que no confiese con sus labios el nombre sagrado
de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, entonces no podrá jamás
ser enemigo de sus enemigos eternos", como de las tinieblas
de Satanás y de sus ángeles caídos, en su corazón y en toda
su alma viviente, también, por ejemplo. Porque para nuestro
Dios "el que no está con su Hijo amado, entonces realmente no
podrá jamás estar delante de Él y de su santidad perfecta en
la luz de la nueva vida eterna", para complacerle a Él en
todo su espíritu de verdad, de amor, de su justicia infinita,
de su palabra creadora y de su Ley Viviente.

Porque nuestro Padre Celestial desea que todo hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera le complazca a él, "sólo
en el Espíritu viviente de su Ley Eterna", (la cual descendió
con Moisés de la cima del Sinaí, por ejemplo). Porque la
verdad es que "en el día que Dios le entrego su Ley Bendita a
Moisés, por ejemplo, entonces realmente, le estaba entregando
a él y a la humanidad entera la vida misma de su Hijo amado,
su Árbol de vida eterna, nuestro gran rey Mesías de todos los
tiempos", ¡el Hijo de David, el Cristo del cielo!

En verdad, éste es de quien en el paraíso, Adán y Eva pecaron
en contra de su Espíritu de vida eterna, "por no comer y por
no beber de él para servicio santo y justo a nuestro Padre
Celestial y a su nombre sagrado y sumamente honrado", en los
corazones de los ángeles del cielo, por ejemplo. Y, desde
entonces acá, "el Espíritu de la vida misma, pura y santa, de
su Hijo amado, de su Árbol de vida eterna, vive entre
nosotros y en nosotros, también, para ayudarnos a serles
infinitamente fieles a Él, a nuestro Dios, el único Creador
del cielo y de la tierra", -porque nuestro Dios nos ama para
su nueva eternidad venidera.

Además, porque para nuestro Padre Celestial "todo aquel que
cree en Él, por medio del Espíritu de fe y de invocación del
nombre sagrado de su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo,
entonces no sólo tiene su vida eterna asegurada con él, sino
también todo lo demás en la eternidad venidera", del nuevo
reino celestial. Y todo esto es, realmente, "sólo posible en
la vida de cualquier hombre o mujer, en recibir en el corazón
y así también confesar con sus labios el nombre sagrado del
Pan del cielo, nuestro Señor Jesucristo", (el único salvador
posible de Israel y de la humanidad entera, en esta vida y en
la nueva era venidera: ¡La vida eterna!).

Puesto que, su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, "es el
Espíritu de la Ley cumplida o la Ley es el Espíritu de
nuestro Señor Jesucristo infinitamente honrada en el corazón
de nuestro Padre Celestial y así también, en nuestros
corazones, en nuestros cuerpos y en nuestras almas
eternales", en esta vida y en la venidera, eternamente y para
siempre. Es decir, de que "el Espíritu de la Ley Divina es el
Espíritu del Árbol de la vida, el fruto bendito de nuestras
nuevas vidas infinitas o, también, podemos decir que el
Espíritu del Árbol de la vida es el Espíritu de la Ley de
Moisés y de Dios, en la tierra y así de igual, infinitamente
en el cielo".

Es por esta razón, que fuera de nuestro Señor Jesucristo
"entonces no tenemos Pan del cielo, ni menos agua para beber
de la vida eterna, en el paraíso, ni en la tierra, ni en la
nueva era venidera, también, por ejemplo", para siempre.
Porque "el que recibe al Señor Jesucristo en su corazón, para
nuestro Padre Celestial ha recibido en todo su ser viviente
el Espíritu de la Ley de Moisés y de Israel, totalmente
cumplida e infinitamente honrada para vivir desde ya la vida
eterna", en la tierra y así también en el cielo, libres de
los males del pecado de Satanás.

Y el que verdaderamente ama la Ley Divina en su corazón,
"realmente, está amando al Hijo amado de Dios, su único fruto
de vida y de salud infinita, para no ver la muerte jamás,
como Adán y Eva la vieron en sus días de vida en el paraíso y
así también en la tierra, sino que verán la vida eterna". Es
más, para nuestro Dios, "todo aquel que ha aceptado el
Espíritu de su Ley Divina en su corazón, para leerla día y
noche y por siempre en el cielo, verdaderamente, ha aceptado
en su espíritu al Espíritu de su gran rey Mesías, el Hijo de
David, nuestro Jesucristo": por ello, no vera la muerte
jamás, sino la vida eterna.

Ya que, para nuestro Padre Celestial "el que cree en su Ley
Viviente, realmente es su siervo desde ya y, también, para la
nueva eternidad venidera de la nueva vida infinita de Dios y
de su Espíritu Santo, sólo posible en el Espíritu de vida y
de salud celestial de su Árbol de vida, su Hijo amado", ¡
nuestro Señor Jesucristo! Es por eso, que "sin Cristo en su
corazón, entonces Adán ni ninguno de sus descendientes, en
sus millares, en todos los lugares de la tierra, no podrá ser
jamás su siervo (o su sierva) en esta vida", ni en la era
venidera, tampoco, eternamente y para siempre.

Y si esto es así, en el cielo con los ángeles y así también
lo fue con Adán y Eva en el paraíso, "pues no es sabio perder
más tiempo y comenzar a servirle a nuestro Dios, tal como él
desea ser servido por nosotros, por medio de nuestra fe y
nuestros ojos centrados en su Hijo amado", ¡nuestro salvador
Jesucristo! Y sólo así: "llegaremos a ser verdaderamente
siervos fieles a nuestro Dios en esta vida y en la venidera,
también: porque la sangre sacrificada de Cristo nos cubre
nuestros pecados infinitamente", como para vivir
continuamente desde hoy mismo en la vida eterna de La Nueva
Jerusalén Santa y Perfecta del cielo, por ejemplo: "libres de
toda condena del pecado", para siempre.

EL PRIMERO EN EL CIELO ES SIERVO DE TODOS:

Entonces nuestro Señor Jesucristo les enseñaba a sus
discípulos, en todos los lugares a donde era llevado por el
Espíritu Santo de Dios a predicar las buenas nuevas de Dios y
del nuevo reino de los cielos. Y les decía continuamente a
cada uno de ellos, con gran amor en su corazón santísimo:
"oigan bien todos ustedes: el que entre todos ustedes mismos
anhele ser el primero, entonces tiene que ser su servidor y
el siervo de sus hermanos, a la misma vez".

Porque "para ser grandes en el reino de Dios, primero tienen
que haber servido a los demás"; de otra manera, "no podrán
ser grandes jamás delante de su Dios y de sus ángeles en el
más allá", para siempre. Es decir, que "todo aquel que le
sirve a sus hermanos y a sus hermanas (siempre y cuando no
sea engañado, ni burlado por nadie), realmente (éste hombre o
ésta mujer) le está sirviendo al Dios de su nueva vida
infinita, el Creador del cielo y de toda la tierra", ¡al
Todopoderoso!

Y el gentío le oía al Señor Jesucristo de buena gana de sus
enseñanzas muy extrañas, por cierto, para con cada uno de
ellos: "puesto que jamás habían oído algo así de sus
antepasados, ni de sus catedráticos de aquellos días, por
ejemplo". Es decir, que realmente jamás les habían enseñado,
que "primero ellos tienen que ser siervos de los demás para
ser grandes delante de Dios y en el nuevo reino celestial:
Apoderarse de la vida eterna, para siempre".

Y nuestro Señor Jesucristo "se ponía él mismo, como ejemplo,
por ejemplo, para todos entonces continuar" en todos los días
de sus vidas por la tierra: "su única manera de ser y de
vivir, para entrar desde ya (o en cualquier momento) a la
vida eterna del nuevo reino celestial y de sus huestes
angelicales". Porque "siendo nuestro Señor Jesucristo el Hijo
amado de Dios, como el Árbol de la vida eterna del reino
celestial, por ejemplo, para todos los seres creados por la
palabra y por el nombre de Dios, como los ángeles,
arcángeles, serafines, querubines y demás seres santos,
entonces no demando alabanzas ni honras de ellos jamás, sino
sólo para nuestro Padre Celestial.

Y así también para todos los seres creados por las manos de
Dios en su imagen y conforme su semejanza celestial, "como
Adán y como cada uno de sus hijos, en sus millares, de todas
las familias, pueblos y reinos del mundo entero, no se hizo
mayor que ellos jamás, en ningún momento de su vida, sino que
fue humilde siempre". Es decir, que "no se jacto jamás de ser
el Hijo de Dios, sino que permaneció humilde delante de sus
hermanos para serviles y más no para ser servido por ellos,
en ningún momento de su vida mesiánica por todo Israel y más
aún hasta el día de su crucifixión fue sumamente humilde, oro
y perdono a sus enemigos incondicionalmente.

Porque nuestro Señor Jesucristo había descendido de Dios para
servir y así enseñar al hombre y a la mujer, al niño y a la
niña de Israel y de las naciones, ha servir a su Dios y
Fundador de sus nuevas vidas infinitas de la tierra y
entonces posteriormente entrar al nuevo reino de los cielos,
por ejemplo. Y esto es, como de la nueva vida única e
infinita de La Nueva Jerusalén Santa y Perfecta del cielo,
"en donde todos sirven día y noche al Creador de sus nueva
vidas, como nuestro Señor Jesucristo y como sus huestes
angelicales lo han venido haciendo así, desde los primeros
días de la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo".

Porque además, "nuestro Padre Celestial desea tener millares
de siervos, ni más ni menos, tal cual como su Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo, para por siempre gozarse en su
corazón glorioso y en su alma sumamente santísima de toda su
verdad, de todo su derecho y de toda su justicia infinita",
eternamente y para siempre. Y esto es algo muy glorioso para
nuestro Padre Celestial, "el tener siervos a su nombre muy
santo, no tanto como los ángeles del cielo sino como su mismo
Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo y su Árbol de vida
eterna, en sus millares, como tú y yo, hoy mismo, de todas
las naciones de la tierra", para la nueva eternidad venidera.

Porque "una vida así de gloriosa y grandiosa, nuestro Dios
jamás la ha vivido con sus millares de ángeles muy santos y
sumamente fieles a Él y a su nombre santísimo, sino que sólo
lo ha soñado en su corazón eterno", para que muy pronto se
haga una realidad infinita contigo y con tu ayuda idónea, por
ejemplo, mi estimado hermano. Y esto ha de ser realmente así
con su Hijo amado, nuestro Árbol de vida eterna y
gloriosamente infinito en nuestras vidas humanas: "gracias al
amor, a la misericordia y a la gracia del pacto eterno para
con cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
en la tierra y en el paraíso, también", eternamente y para
siempre.

Es por eso, que "nuestro Señor Jesucristo ha sido siempre muy
humilde desde el cielo delante de nuestro Padre Celestial y
delante de cada uno de nosotros, en todos los lugares de la
tierra, para que aprendamos a ser igual que él, desde ya", a
pesar de la terrible presencia del enemigo y de sus terribles
mentiras eternas, también. Porque "si nuestro Señor
Jesucristo es humilde delante de Dios y así también delante
de cada uno de sus seres creados, como ángeles del cielo y
así mismo como hombres, mujeres, niños y niñas de la
humanidad entera, entonces nosotros indistintamente debemos
ser como él y seguir sus pasos, para no sólo alcanzar la vida
eterna, sino también sus bendiciones infinitas".

En vista de que, "nuestro Padre Celestial desea que le
sirvamos a cada momento de nuestros días de vida por la
tierra, de la misma manera que deseaba que Adán y Eva le
sirviesen a él infinitamente, en el paraíso, comiendo y
bebiendo por siempre de su fruto de vida eterna", ¡nuestro
Señor Jesucristo! Y así ellos, ni ninguno de sus
ascendientes, "vuelvan jamás a tener sed, ni menos hambre" en
el paraíso, ni en la tierra, ni menos en la nueva vida
infinita del nuevo reino celestial.

Ahora, si la gente sufre sed y hambre en el paraíso y en toda
la tierra, ya no es culpa de nuestro Dios, sino de nuestros
antepasados, como Adán y Eva, por ejemplo: "porque no le
sirvieron a él, ni a su Hijo amado, su Árbol de vida, para
comer y para beber de su fruto de vida eterna siempre".
Entonces "cuando veas gentes sufrir hambre y sed es por culpa
del pecado de Adán y Eva, por inicio, porque comieron del
fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal,
para desobedecer el mandado de nuestro Padre Celestial y así
quebrantar la Ley de la vida eterna, en sus vidas y en la
vida de los demás.

Entonces debemos obedecer a nuestro Padre Celestial y a su
Espíritu Santo, "comiendo y bebiendo siempre de su Hijo
amado, su Árbol de vida eterna", para hacerle a Él siempre
feliz con cada uno de nosotros, y así ya no suframos más
hambre ni sed, por ejemplo, en la tierra, ni en el más allá,
tampoco, eternamente y para siempre. Y sólo entonces "el
corazón de nuestro Dios será enormemente alegre con cada uno
de nosotros y con cada uno de nuestros descendientes", en sus
millares, en la tierra y en el más allá, también: "porque
nuestro Dios sólo desea vivir en paz e infinitamente lleno de
su nueva felicidad, sólo conocida en su corazón santísimo,
para la eternidad".

Y para esto, para servir a nuestro Dios, "no sólo están los
ángeles, como de los que le sirven día y noche y sin cesar
jamás en el cielo, sino también nosotros mismo, como tú y yo,
hoy en día, por ejemplo, mi estimado hermano y mi estimada
hermana", en nuestros millares, en todas las naciones de la
tierra. Es decir, que "cada uno de nosotros, en todos los
lugares de la tierra, ha sido creado por sus manos santas y
llamado por su corazón sumamente glorioso para que le sirva a
Él, pero no por nuestra propia voluntad humana y pecadora,
sino por medio del poder sobrehumano de su Jesucristo", ¡
nuestro fruto de vida y de salud infinita!

Y si le servimos a él, como debe ser servido, como nuestro
Dios y como Fundador soberano de nuestras vidas terrenales y
de nuestras nuevas vidas infinitas del nuevo reino celestial,
entonces "todas las bendiciones de su corazón santísimo una a
una, las mismas que les entrego a su Hijo amado, son de
nosotros, también, para gozarlas por siempre". Es por eso,
"que tenemos que comenzar a servirle sólo a Él, desde ya,
para comenzar a vivir y ver la vida eterna, como debe de ser
vista y vivida por nuestras naturaleza humana y del cielo,
por ejemplo, con nuestro Señor Jesucristo viviendo en
nuestros corazones y en el paraíso, a la misma vez.

Porque la verdad es que "cuando nuestro Señor Jesucristo está
en nuestros corazones, para ser nuestro salvador, para ser
nuestro mediator, para ser nuestro mejor amigo día y noche y
por siempre en todos los días de nuestras vidas, en la
tierra, también está siendo lo mismo por nosotros en el
cielo. Es decir, que "él mismo está delante de nuestro Dios y
ante su Altar Sagrado para pedir por nosotros, para
interceder por nosotros, para alcanzar bendiciones de paz,
amor, gozo, felicidad y de muchas más bendiciones
celestiales, de las cuales nos serian totalmente imposible
alcanzarlas por nosotros mismos, sin su presencia en nuestras
vidas y en el cielo, al mismo tiempo".

Y quizás tú mismo te preguntes ahora mismo, por ejemplo, mi
estimado hermano y mi estimada hermana: ¿Cómo podemos
servirle a Dios, si él está en el cielo y nosotros en la
tierra? ¿Cómo podemos alcanzar con nuestras manos el fruto
del Árbol de la vida para comer y para beber de él, si está
en el epicentro del paraíso? Pues muy fácil, es por eso que
envió a su Hijo amado al mundo, para resolver este problema
imposible de alcanzar del hombre de toda la tierra, como de
los que aman a su Dios y su vida muy santa del cielo, por
ejemplo.

Y así entonces "nosotros mismos nos encontremos con nuestro
Jesucristo, espiritualmente hablando, en nuestros propios
corazones, creyendo en él y en su obra santísima, la cual
llevo acabo sobre la cima de la roca eterna, en las afueras
de Jerusalén, en Israel, para que le aceptemos en nuestros
espíritus y le confesemos con nuestros labios, para servicio
continuo de nuestro Dios". Es decir, que para nuestro Padre
Celestial y para su Espíritu Santo: "Todo aquel que cree en
su corazón y así confiesa con sus labios: el nombre bendito
de su Hijo amado, entonces no sólo ha cumplido con su Ley
Divina en su corazón, sino que también le es un sirvo fiel a
él y a su nombre sagrado, para siempre".

Y "esto ha de ser infinitamente real y verdadero en nuestras
vidas humanas, no sólo en la tierra sino también en el nuevo
cielo venidero de Dios y de sus huestes angelicales, por
ejemplo, eternamente y para siempre, para sólo vivir la vida
gozos y muy felices con nuestro Dios y con su Árbol de vida
eterna", ¡su Hijo amado! Porque los que creen en su Hijo
amado en sus corazones y le confiesan con sus espíritus
humanos de sus labios su nombre glorioso e infinitamente
sobrenatural, entonces "son sus siervos en la tierra y en la
eternidad, igual, tal cual como sus ángeles, o aún mejor que
todo esto, siervos fieles del Altísimo, como su mismo Hijo
amado", ¡nuestro Jesucristo!

NUESTRO PADRE CELESTIAL NO ES INJUSTO

Ciertamente, "nuestro Padre Celestial jamás ha sido injusto
para olvidar las obras y el amor que han manifestado por su
nombre muy santo en sus corazones y en su diario vivir en
toda la tierra", mis estimados hermanos y mis estimadas
hermanas. Porque claro está para nuestro Dios, "que ustedes
mismos verdaderamente han atendido a su llamado de amar a su
Hijo amado, en sus corazones y en sus espíritus humanos, a
pesar de la presencia terrible del mal de Satanás", para
gloria y para honra infinita de su nombre santísimo y,
además, "lo siguen haciendo así devotamente, sin apartarse de
su amor".

Les digo "que Dios mismo es muy feliz con cada uno de todos
ustedes, porque verdaderamente son sus siervos, al tener
viviendo en el altar de sus corazones y, además, muy sagrado
para nuestro Dios, el nombre muy amado de su Hijo Santo,
nuestro único salvador eterno de nuestras almas infinitas", ¡
nuestro Señor Jesucristo! Por ello, ustedes mismos, así como
los antiguos siervos fieles a su Dios y Fundador de sus
vidas, por ejemplo, por amor a la sangre sacrificada del
pacto del Cordero Eterno, su Hijo amado, sobre el altar de la
roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en Israel, "pues él
mismo los ama infinitamente, sin duda alguna en su corazón
sagrado".

Los ama tanto nuestro Dios, como no se lo podrán imaginar
jamás, "sólo piensen lo que el Señor Jesucristo hizo por cada
uno de nosotros, al entregarse a la violencia del dolor, el
sufrir y la muerte de la cruz, para matar al pecado y, a la
vez, para perdonar nuestras imperfecciones y así entonces
darnos vida en abundancia". Ciertamente, "esto significa que
nuestro Padre Celestial nos ama infinitamente en su corazón
muy santo, desde mucho antes de la fundación del cielo y de
sus cosas muy santas, pues como jamás ha amado a nadie así,
tanto como a su misma vida, tanto como a su mismo Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo", ¡el único Árbol de nuestra vida
eterna!

En verdad, "su amor por cada uno de nosotros, en nuestros
millares, en todos los lugares de la tierra, comenzando con
Adán y Eva en el paraíso, por ejemplo, no ha tenido comienzo
ni fin, desde tiempos inmemoriales y hasta nuestros días". Es
así de importante "que cada uno de todos nosotros es para
nuestro Padre Celestial en el cielo y así también en toda la
tierra y en su nueva vida infinita, de su nuevo reino
venidero, igual, como en La Nueva Vida Eterna de la Jerusalén
Santa y Perfecta del cielo".

Es decir, que "nuestras vidas (en su Jesucristo) son la
delicia de su corazón, si tan sólo creemos en su obra
sagrada, de derrotar a sus enemigos, como de los que están
arriba y como los que están abajo y, lógicamente, a cada una
de sus mentiras, también, para que ya no reine el mal, sino
únicamente el bien de Jesucristo". Porque nuestro Señor
Jesucristo siendo el siervo fiel y justo de nuestro Dios que
está en los cielos, pues sólo trajo bien del cielo para el
hombre, y sólo se llevo con él de regreso al cielo del bien
del hombre, la mujer, el niño y la niña, para gloria y para
honra del nombre santísimo de Dios y de su Espíritu Santo.

Es por eso, "que nuestro Padre Celestial se agrada de
nuestros corazones y de nuestro diario vivir porque son
delicias continuas para su corazón y para su alma santísima,
sólo por medio de su Hijo amado, ¡nuestro Señor Jesucristo! Y
esto ha de ser por siempre verdad en cada uno de todos
nosotros, si tan sólo amamos a nuestro Dios, "con tan sólo
invocar su nombre muy amado, el de su Hijo Celestial, nuestro
Señor Jesucristo, como nuestro único y suficiente salvador de
nuestras vidas, en esta vida y en la venidera, también",
eternamente y para siempre.

Y sólo así "nuestro Dios ha de ser victorioso sobre cada una
de las mentiras de sus enemigos, en sus millares, por
doquier, en nuestros corazones, en nuestras almas, en
nuestros cuerpos y espíritus humanos", también; por tanto,
sólo así "nuestros nombres han de ser inscritos en el Libro
de la Vida Eterna", del nuevo reino celestial. Porque "todos
los que creen en sus corazones y así confiesan con sus labios
el nombre sagrado de su Cordero Escogido, su siervo justo y
fiel, e infinitamente fiel hasta aún en el día de su muerte,
pues, están inscritos, infaliblemente, en su Libro Sagrado de
la Nueva Vida Infinita del nuevo reino celestial", en el más
allá. (Y esto se siente, espiritualmente hablando, en el
corazón y en toda el alma de cualquier hombre, mujer, niño o
niña de toda la tierra, cuando su nombre está inscrito para
vida eterna con la tinta sangre de Jesucristo, en el cielo.)

Es decir, también, "que cada uno de todos los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera (como de los
que han recibido en sus corazones y así confesado su nombre
santo con su espíritu de fe sobrenatural de sus labios), pues
entonces, están sus nombres inscritos en el cielo, en el
Libro de la Vida Eterna". Si, así es: "sus mismos nombres, en
sus millares, están anotados en el cielo para la eternidad
(como sus siervos fieles y justos, tal cual como su Hijo
amado), para vivir desde ya la nueva vida infinita", en su
nueva gran ciudad del cielo, ¡La Nueva Jerusalén de su
corazón muy sagrado y de la nueva eternidad venidera!

Y cada uno de nosotros vamos con Dios, por el único camino de
la verdad y de la vida, la cual nos conduce día y noche hacia
nuestro Padre Celestial que está en los cielos, para vivir
con él infinitamente su nuevo sueño dorado de su corazón
honrado: "Un mundo de siervos fieles a Él y a su nombre
santísimo". Y "cada uno de todos estos fieles a él y a su
nombre muy santo en sus corazones eternos es tal cual como su
Hijo amado, como su mismo Árbol de vida eterna", ¡nuestro
Señor Jesucristo! ¡Amén!

Y éste sirvo de Dios a quien nuestro Señor Jesucristo ha
lavado y comprado con su misma sangre sacrificada sobre la
cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en
Israel, eres tú mismo, mi estimado hermano y mi estimada
hermana, como Adán, como Eva, como cada hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad. Ya lo creo, por fin, un siervo
perfecto, fiel, puro y santo, como tú mismo, como tu hermano,
como tu hermana, como tu padre, como tu madre, exactamente
igual como su Hijo amado, ni más ni menos, nuestro Señor
Jesucristo, nuestro Dios te desea ver ya en el cielo, y
viviendo junto a él y a sus ángeles, para siempre. ¡Amén!

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y deshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Disponte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.


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http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx

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