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(IVAN): NUESTRO DIOS PRUEBA AL JUSTO, PERO DESPRECIA AL MENTIROSO

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IVAN VALAREZO

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Feb 23, 2008, 11:21:23 AM2/23/08
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Sábado, 23 de febrero, año 2008 de Nuestro Salvador
Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)


NUESTRO DIOS PRUEBA AL JUSTO, PERO DESPRECIA AL MENTIROSO:


Nuestro Padre Celestial prueba al justo siempre para medirlo
con su Espíritu Santo cuanto le ama, pero su alma desprecia
al mentiroso y al que ama la violencia, igual, para jamás
derramar ninguna de sus muchas y ricas bendiciones sobre
ellos sino su ira y sus juicios antiguos y eternos, para
siempre. Es por eso que "nuestro Padre Celestial está airado
contra el impío" todos los días de su vida pecadora en la
tierra; pues para él, "nuestro Dios ha creado y ha
reservado" cada uno de sus juicios justos, santos y
tremendamente terribles.

Y estos juicios de nuestro Dios son tan justos y
tremendamente terribles para los que le aborrecen y, además,
"no aman la vida santa de su unigénito", nuestro Señor
Jesucristo, que realmente no hay vocabulario humano para
describir sus juicios contra de ellos, pues vienen del más
allá con gran poder destructivo para el pecador y el
engañador de la tierra. Porque el que hace maldad "tiene su
día de juicio registrado con él", para darle su paga justa en
su día y sin más demora alguna, también, en el mismo cielo,
en donde empezó cada pecado de la humanidad entera,
comenzando con Eva y luego con Adán, por ejemplo.

Ciertamente, nuestro Padre Celestial no se tarda con el impío
"para darle su merecido en su día y en su hora", para que
entienda profundamente en su corazón perdido y engañado por
las tinieblas de Satanás y de sus muchos pecados, que "él es
un Dios justo y vengador de los que le aborrecen a él y a su
Ley Santísima". En verdad, nuestro Dios es un Dios
infinitamente vengador y justiciero en contra de cada una de
las mentiras y de las maldades de sus enemigos eternos, en
todos los lugares de la tierra, como "de los que no lo aman a
él, en el espíritu y en la verdad de su Árbol Celestial, su
Hijo Mesías", ¡nuestro Señor Jesucristo!

Porque los que le aman a él, en el espíritu y en la verdad de
la vida sagrada de su unigénito, entonces "verdaderamente le
aman infinitamente, porque el amor de Cristo es verdadero",
en la tierra y así también en la eternidad, tal como deseo
que fuese así desde siempre en el cielo, en el corazón de sus
seres muy amados. Porque los ángeles creados en el cielo y
así también todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, comenzando con Adán y Eva, realmente, fueron creados
en las manos de Dios y en el cielo también, "para que sean
por siempre y para siempre sus muy amados de su corazón", por
amor y servicio infinito de su nombre santísimo.

Y nuestro Padre Celestial no es así para con los que aman la
mentira, la calumnia y la maldad en sus corazones, pues su
espíritu inicuo proviene día y noche del fruto prohibido,
"para hacer siempre la voluntad de Satanás en sus vidas y en
contra de su prójimo y de los inocentes de todas las naciones
de la tierra, también". Por lo tanto, los que le aman a él
como Dios, por medio del Espíritu de fe, del nombre sagrado
de su unigénito, "son verdaderamente sus hijos e hijas en la
tierra, para comenzar desde ya a vivir sus nuevas vidas
eternas del paraíso", (aunque aún estén viviendo sus vidas de
siempre en el mundo en donde vivimos todos nosotros, por
ejemplo).

Porque nuestro Padre Celestial sólo se complace con el que
habla y hace siempre "la verdad y la justicia de su Árbol de
vida eterna", ni más ni menos, su Hijo amado del paraíso y de
toda la tierra, también, "para perdón, para sanidad, para
bendición y para salvación eterna de cada hombre, mujer, niño
y niña de la humanidad entera". En la medida en que, "nuestro
Padre Celestial los desea ver llenos de vida, de salud y de
poder en sus vidas", y más no muertos, como Satanás siempre
deseo que fuese así con Adán y con cada uno de sus
descendientes, en sus millares, en el paraíso y así también
en toda la tierra.

Y el que sufre día y noche y finalmente muere enfermo en sus
enfermedades de su corazón, de su alma y de su cuerpo, es
porque simplemente jamás ha creído en su corazón, ni ha
confesado con sus labios: "el nombre milagroso, misteriosos,
ungido y salvador de su Hijo amado", ¡nuestro Señor
Jesucristo! En verdad, esta persona sufrida, y perdida en las
tinieblas de sus pecados, "sólo conoce en su corazón la
voluntad de Satanás y más no la voluntad perfecta de su Dios
y Creador de su vida", quien es realmente desde el paraíso y
en la tierra, igual, nuestro Árbol de vida eterna, ¡nuestro
Salvador Jesucristo!

Dado que, "sólo el Señor Jesucristo es la perfecta voluntad
de nuestro Padre Celestial y de su Espíritu" en el corazón de
Adán y de cada uno de sus descendientes en el paraíso, en la
tierra y de nuevo de regreso al cielo, pero esta vez, a la
vida nueva y santa de La Nueva Jerusalén Imponente del cielo,
por ejemplo. Es por eso, que nuestro Dios nos ha dado a su
unigénito, para que lo amemos a él, "por medio su vida
virgen, consagrada a toda la verdad y la justicia infinita de
la Ley Eterna, para morir como el Cordero de Dios, y
levantarse al Tercer Día como el Santo de Israel y de la
humanidad entera", ¡el Hijo de David!

Porque "sólo Jesucristo podía nacer del vientre virgen de una
de las hijas de David", para vivir una vida totalmente
consagrada a la verdad, a la justicia y a la vida, la cual
siempre nos ha ofrecido la Ley de Dios y de Moisés, desde su
manifestación en las faldas del Sinaí, por ejemplo, a Israel
y a la humanidad entera. Ya que, cuando nuestro Padre
Celestial le dio las lajas de la Ley Eterna a Moisés, pues
entonces, "también le dio la promesa de que vendría a ellos
aquel que las viviría para cumplirlas, honrarlas y exaltarlas
en su vida en la tierra y así también en la nueva vida
infinita del nuevo reino celestial", ¡La Nueva Jerusalén
Inmortal del cielo!

Visto que, "fuera de nuestro Señor Jesucristo no tenemos
verdad ni justicia alguna, en esta vida ni en la venidera,
eternamente y para siempre", para vivir, cumplir, honrar y
así finalmente exaltar la Ley de nuestro Padre Celestial y de
Moisés en la tierra y en el cielo, para gloria infinita del
nombre muy santo de nuestro Creador Eternal. Por ello,
nuestro Padre Celestial ha hecho a su Árbol de vida eterna:
"la única verdad, la única justicia para perdón, para
sanidad, para bendición, para salud eterna y para salvación
del alma de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera".

Entonces el que cree en el Señor Jesucristo y confiesa su
nombre ungido por las bendiciones de nuestro Dios y de su
Espíritu Santo, pues posee en su corazón y en su espíritu
humano "las cualidades de la verdad, la justicia y el derecho
a levantarse al cielo para seguir viviendo la Ley Eterna a la
perfección en la eternidad venidera". Y, por lo tanto, no
podrá jamás morir en sus pecados, ni menos descender al
infierno o al lago de fuego, "porque la verdad, la justicia y
el derecho de vivir la Ley Bendita de la vida eterna, ni
ninguna otra cualidad divina del rey Mesías no puede
descender al infierno, ni menos quedarse en estos lugares
eternos, para siempre".

Es por eso que nuestro Señor Jesucristo les decía a sus
apóstoles y discípulos igualmente, una y otra vez y sin cesar
jamás: "Yo soy la verdad, el camino y la vida; pues entonces,
nadie podrá ver al Padre Celestial sin mi, en la tierra y así
también en el paraíso, eternamente y para siempre". Pero los
malos son de Satanás como para la vida violenta y tormentosa
del infierno, pues asimismo como los hijos de sus mismas
entrañas, por ejemplo; ciertamente "ellos no verán a Dios
jamás con sus ojos ni en sus corazones, como los que creen en
el Señor Jesucristo como su Árbol de la vida y de la salud
eterna, por ejemplo".

Pues los engañadores "son los que aman sus mentiras, sus
maldades y sus falsedades de siempre", para hacer el mal y
jamás el bien para con sus semejantes, como a nuestro Padre
Celestial le gustaría ver diariamente en cada uno de ellos,
en todos los días de sus vidas por la tierra, para que vivan
y no mueran jamás, ciertamente. Pero, desdichadamente, el de
corazón ciego, para con su Dios y para con su Árbol de vida
eterna, "va siempre por su camino de mal en peor para hacerse
mal a si mismo y a sus semejantes, sin darse cuenta nunca, ni
por un sólo instante, que hay un Dios en el cielo que lo ve y
lo escribe todo".

Puesto que, "nuestro Dios tiene todo registrado en sus libros
del cielo" de la vida de Adán y así también de cada uno de
sus descendientes, "para pedirles cuenta en el día final, por
cada una de sus palabras y de sus injustas acciones, hechas
primordialmente en contra de su Hijo amado y de su Espíritu
Santo sobre todas las cosas". Porque, con toda seguridad,
"nuestro Dios tiene un día de juicio final preparado para
todas las cosas", sean buenas o malas, grandes o pequeñas, en
el mismo cielo, como en el paraíso, por ejemplo, en donde
empezó todo y el mal del pecado con el hombre y con la mujer
al pie del Árbol de la vida eterna, ¡nuestro Salvador
Jesucristo!

Mientras tanto, para el vil de espíritu y malvado de corazón
"sólo quiere hacer una y otra vez lo mismo que Satanás ha
venido haciendo en contra de Dios y de su Jesucristo", para
que ya no haya más luz sino sólo tinieblas tras tinieblas en
todos los lugares del cielo y de toda la tierra, también.
Para que de esta manera "entonces el nombre santísimo de
nuestro Padre Celestial y de su unigénito", el cual es
misterioso y maravilloso en nuestras vidas, "no sea conocido
por el corazón del hombre, la mujer, el niño y la niña de la
humanidad entera", y así no será honrado jamás, como los
ángeles siempre lo honran en el cielo constantemente.

Por deducción, es importante para Satanás y sus profundas
tinieblas de cada uno de sus muchos pecados, maldades y
rebeliones en toda la tierra, que el nombre muy santo de
nuestro Padre Celestial y de su Hijo amado "no sean honrados,
como deben de ser honrados por los ángeles del cielo y así
también por la humanidad entera, también". Porque cada vez
que el nombre milagroso y sumamente misterioso de nuestro
Señor Jesucristo es honrado en el corazón de todos los seres
humanos, por ejemplo, "entonces las tinieblas dejan de ser y
desaparecen con sus males de muchos lugares de la tierra,
para no volver jamás hacer de las suyas a muchas gentes
inocentes, para siempre".

Y esto es lo que le agrada siempre a nuestro Padre Celestial:
"ver al hombre de toda la tierra lleno por siempre y para
siempre del Espíritu de salud y de vida eterna de su Hijo
amado, su Árbol de vida celestial del paraíso, de toda la
tierra y de La Nueva Jerusalén Santa y Gloriosa del cielo,
también". Porque Satanás sabe perfectamente que si el nombre
bendito, misterioso y maravilloso de nuestro Árbol de vida
eterna, es realmente honrado en los corazones de los que
dicen amar a Dios, Creador del cielo y de la tierra,
"entonces no habrá más pecados, maldades, enfermedades,
pobreza y tantos males más para afligir a la humanidad
entera, sino todo lo contrario".

Ciertamente, sólo habría justicia, buenas obras por todas
partes, salud, riquezas y muchas más ricas bendiciones del
cielo día y noche y por siempre hasta la nueva eternidad
venidera, para cada hombre, mujer, niño y niña de las
naciones del mundo entero: "para que todos conozcan que sólo
nuestro Dios es Dios del cielo y de la tierra, eternamente y
para siempre". Pero con los que se oponen a su fruto de vida
eterna, en sus corazones y en sus espíritus humanos, día y
noche, como Adán y Eva, por ejemplo, en el paraíso, entonces
"nuestro Dios vive enojado por su mala conducta y por su mala
manera de ser ante él y ante su Hijo Mesiánico", ¡nuestro
Salvador Jesucristo!

Pues para ellos tiene su copa de la ira rebosando, "para
dejarla caer poco a poco sobre sus enemigos eternos" y hasta
que sean totalmente consumados en su maldad y nadie los
vuelva a ver jamás, en la tierra ni menos en el más allá,
eternamente y para siempre. Porque la ira de nuestro Dios en
contra del pecado y sus mentiras, de maldades y de
maldiciones eternas, "es profundamente grande e insondable
para la mente y para el corazón del hombre", por lo cual,
sólo hay un lugar terrible y de destrucción total para cada
una de ellas, en el más allá, además, del infierno: ¡el lago
de fuego!

Por lo tanto, nuestro Dios no se tardara más en dejar caer
sus juicios del cielo lentamente, sobre los que no le aman a
él, "por amor, por justicia y por reverencia a la vida
santificada de su Jesucristo, "como un sacrificio de honra y
de gloria a él y a su nombre muy santo en los corazones de
todos ellos mismos". Pues la ira de Dios se enciende
inmediatamente, cada vez que ha llegado la hora del corazón
del hombre para honrar a su Hijo amado, "y no lo hace así,
pudiéndolo hacer a tal grado espiritual para satisfacer toda
verdad y toda justicia en su corazón y en su alma pecadora,
también, de una vez por todas y para siempre".

Pues el pecador peca cada vez más que antes, "cuando ignora o
retarda la verdad y la gloria eterna de la justicia sin igual
del unigénito en su corazón, nuestro Salvador Jesucristo",
dándole así crédito a los pecados y a las maldades de siempre
del espíritu de error y de rebelión de Satanás y de sus
ángeles caídos en la tierra. Y por este pecado mayor para
nuestro Dios, pues, "su ira se enciende a limites terribles,
por donde el mismo no se tardara en pagarle y darle
personalmente su merecido", sin más demora alguna y muy
pronto también, como cuando menos se lo espera, en su vida
pecadora y ciega a toda verdad de la antigüedad de Dios y de
su Jesucristo.

Por ello, nuestro Dios hará llover sobre los impíos brasas
ardientes del cielo: fuego, azufre y vientos tormentosos se
levantaran del centro de la tierra para los impíos y para los
malvados en todos los lugares: "por sus culpas, por sus
mentiras, por sus calumnias, por sus falsedades y por sus
muchos terribles crímenes, también". Porque el que no ama al
Árbol de la vida del paraíso en su corazón, "verdaderamente
ha traicionado vilmente a su Dios y Fundador de su vida, al
Todopoderoso", como Adán le tracio a él delante de su
Espíritu Santo y de sus huestes angelicales, por ejemplo,
para mal de su vida y para mal de su linaje humano también.

Ya que, en el día que Adán y Eva iban a conocer al Árbol de
la vida, nuestro Señor Jesucristo, entonces "estaban
supuestos a comer y a beber de él, delante de un gran numero
de testigos files y honorables del paraíso", pero no lo
hicieron así desdichadamente, como ya lo sabemos para
vergüenza de ellos mismos y de los suyos, también. Y nuestro
Padre Celestial ha de derramar sus juicios desde el cielo,
"porque tiene que hacerle justicia a su nombre santísimo y
así también a cada uno de sus seres creados por sus manos
sagradas", para entonces poder así empezar una vida
totalmente nueva y libre: ¡libre de las injusticias de la
mala vida de Satanás y de sus ángeles caídos!

Porque cada uno de sus seres creados, por sus manos santas,
"ha sufrido terribles violencias de Satanás y del mundo de
los perdidos", por el sólo hecho de llevar su imagen y su
semejanza celestial, como la misma imagen y como la misma
semejanza de su Árbol de vida en él o en ella de todas las
familias de la tierra. Por ello, nuestro Padre Celestial nos
prueba día y noche, porque desea saber en su corazón santo,
"si verdaderamente le amamos a él, tal como siempre ha
disfrutado el amor de su Árbol de vida", nuestro Señor
Jesucristo, en nuestros corazones de tierra, por ejemplo, y
en nuestras almas directamente descendientes de su alma muy
santa, también.

Y esto es algo muy importante para el hombre, de hoy y de
siempre, entender a fondo en su corazón y en su mente humana,
"para así entonces se acerque a su Dios y Creador de su vida
con gran confianza sobrenatural", para que lo bendiga
grandemente siempre en todo lo que necesite, en todos los
días de su vida. Porque nuestro Dios desea bendecir tu vida
grandemente, mi estimado hermano y mi estimada hermana, "pero
antes que nada tienes que aceptar a su Árbol de vida, para
que las tinieblas del pecado original de Adán y así también
de los que hayas cometido en tu vida cesen y salgan de ti, y
quedes infinitamente libre y limpio de todo mal".

Además, sólo nuestro Señor Jesucristo es el único fruto de
vida y de salud y, también, es quien puede librar del pecado
y de las tinieblas al corazón de cada hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera, "para que Dios y su Espíritu
Santo habiten en ti, en la tierra y así también en el nuevo
reino celestial". Porque es Dios quien pelea por tu bienestar
en contra de Satanás y en contra de las gentes de gran maldad
de toda la tierra día a día y sin cesar jamás, "para que
vivas por siempre confiado en tu Salvador y Fundador de tu
nueva vida infinita en la tierra y en el paraíso, también,
desde ya y para siempre".

Por lo tanto, "es nuestro Padre Celestial quien te sana de
tus males y aún de los males más terribles también", como de
los que siempre han afligido de tiempo en tiempo a la
humanidad entera, para mal y para muerte eterna de muchos
desdichados en todos los lugares de la tierra, de nuestros
días y de siempre. Porque es nuestro Padre Celestial y las
hojas y así también los frutos del Árbol de la vida del
paraíso que descienden progresivamente al mundo, y las cuales
"sanan día y noche a las multitudes de las naciones, por amor
al amor sagrado de su unigénito, nuestro Señor Jesucristo, y
por amor a cada uno de nosotros, también".

Es decir, para que nuestro Padre Celestial les perdone, los
sane y los bendiga profundamente con sus muchas bendiciones
del cielo y de la tierra, también, entonces Jesucristo tiene
que estar con ellos, para gloria y honra infinita de su
nombre santísimo en sus almas eternas, (el cual habita en
perfecta santidad en el corazón del rey Mesías, ¡nuestro
Salvador Jesucristo!) Porque para nuestro Dios es muy
importante saber que nosotros le amamos de verdad, en
nuestros corazones y en nuestras almas infinitas con su
Jesucristo, "para él entonces poder gloriarse en nuestras
vidas en la tierra y en el más allá, también", como en el
paraíso o como en la nueva vida infinita de su Gran Jerusalén
Monumental del cielo.

Y la única manera que nuestro Padre Celestial y su Espíritu
van a saber: si realmente le amamos como a nuestro único Dios
del cielo y de la tierra, "ha de ser únicamente por medio de
su fruto de vida eterna, viviendo ya en nuestros corazones y
en nuestro diario vivir por la tierra". Porque, ciertamente,
"no hay otra manera para nuestro Padre Celestial saber en su
corazón sagrado, de que nosotros le amemos a él", tal como su
Hijo amado siempre le ha amado desde siempre, como desde los
primeros días de la antigüedad y hasta nuestros días, por
ejemplo.

Es por eso que para nuestro Padre Celestial "el que no tiene
al Señor Jesucristo instalado en su corazón, entonces es por
que no le ama a él, de modo definitivo"; en verdad, esta alma
pecadora, y pérdida en sus hondas tinieblas, "está ya
viviendo en el fondo del infierno, sin haber muerto aún". Y
si esta alma no le ama a él, en el espíritu y en la verdad de
su Hijo amado, entonces "esto significa que en aquel hombre,
mujer, niño o niña no hay aún verdad ni menos justicia
alguna", en su corazón y en toda su vida, también, para
siempre, sino todo lo contrario.

Es decir, que en aquella alma perdida en sus propios pecados
"sólo existen tinieblas tras tinieblas en su vida por la
tierra y así también en el más allá", como en el mundo de las
almas perdidas sin Jesucristo y sin su perdón eterno en sus
corazones, por ejemplo, de Dios y de su Espíritu Santo, para
siempre. Porque sólo el Señor Jesucristo puede realmente
impartir verdad, derecho y justicia en la vida de cada ser
viviente del cielo y así también de la tierra: y-por ende-,
"sin Jesucristo en nuestros corazones, entonces nuestro Dios
no ve ninguna verdad, ni menos ninguna justicia, ni mucho
menos el derecho a vivir nuestra vida eterna en su reino
celestial".

En realidad, estamos mucho más que perdidos que Satán, sin el
Señor Jesucristo viviendo por nosotros en nuestros corazones
y sentado a la diestra de nuestro Padre Celestial en el reino
de los cielos, "porque nuestro Señor Jesucristo es el único
sumo sacerdote y, a la vez, nuestro único Cordero Inmolado
para expiar, compensar, pagar por nuestros pecados para
siempre". Verdaderamente, "nuestro Señor Jesucristo es
nuestra paga eterna por nuestros pecados, rebeliones e
impurezas en el altar de nuestro Padre Celestial y de su
Espíritu Santo", para que nuestros males sean borrados de
nuestras vidas para siempre y, entonces poder entrar a la
vida eterna pero ya, como desde hoy mismo, por ejemplo, sin
tener que volvernos polvo de la tierra jamás. (Este es el
verdadero poder redentor de nuestro Jesucristo milagroso,
misterioso, maravilloso e infinitamente glorioso en nuestras
vidas, para nuestro Padre Celestial y para su Espíritu Santo,
desde la antigüedad y hasta nuestros días, también.)

Por lo tanto, "nuestro Dios anhela día y noche vernos ya
viviendo con el Señor Jesucristo en nuestros corazones", para
que la obra de sus manos santas sea cumplida en cada uno de
nosotros, en nuestros millares, de todas las familias, razas,
pueblos, linajes, tribus y reinos de toda la tierra, "para
empezar a vivir la vida eterna ya". Porque en verdad,
necesitamos de los poderes sobrenaturales que nos brinda la
comida del cielo, el Árbol de la vida, "para entonces
nosotros verdaderamente poder amar a nuestro Padre
Celestial", en el espíritu y en la verdad de la vida santa
del paraíso y del reino celestial; de otra manera, estamos
perdidos en la nada eternal de las tinieblas infernales.

Además, "sin el Señor Jesucristo no podremos amar a nuestro
Dios jamás, en esta vida ni en la venidera tampoco";
ciertamente, estamos ciegos y perdidos en nuestras profundas
tinieblas de los pecados de nuestros antepasados, para
siempre, "para no ver nunca la luz de la verdad y de la
justicia, la cual alegra el corazón de Dios y del hombre
infinitamente". Pero si nuestro Señor Jesucristo entra en
nuestros corazones, como en esta hora, entonces todo esto
cambia automáticamente, milagrosamente y hasta
maravillosamente también, en cada uno de nosotros: "porque
habremos despertado de nuestras profundas tinieblas para
volver a nacer, no de las tinieblas de la carne de nuestros
padres sino de la luz del Espíritu del fruto del Árbol de la
vida".

Y cuando despertemos de nuestras profundas tinieblas,
entonces "ya no seremos los pecadores y viles como Adán y
Eva, por ejemplo, sino que seremos santos como nuestro Árbol
de vida eterna", para alegría infinita de nuestro Padre
Celestial y de su Espíritu Santo, rodeados de sus ángeles
alegres del reino de los cielos, por siempre y para siempre.
Y "esto significa que estaremos investidos del Espíritu del
poder sobrenatural del amor de nuestro Dios por su
unigénito" y, por tanto, por cada uno de nosotros mismos,
también en toda la tierra, "para jamás volvernos alejar de
él, ni menos dejarlo de amar", como Adán y Eva lo hicieron en
el día que le desobedecieron para mal eterno de muchos.

Ciertamente, "habremos nacido de nuestro de Dios y de su
Árbol de vida, en el poder sobrenatural de su Espíritu y de
sus muchos dones maravillosos y milagrosos, para envestirnos
de su amor y de sus grandes poderes": para jamás volver a
ofenderle a Él ni a su Ley Santa, sino que seremos totalmente
libres para servirle celestialmente y para siempre. Y esto ha
de ser, por fin, tal como él siempre lo soñó con cada uno de
nosotros, comenzando con Adán y Eva, por ejemplo, "como
cuando nos formaba en su corazón sagrado por primera vez,
desde mucho antes de la fundación del cielo y de la tierra,
para tenernos en este día, ¡listos para adorarle
celestialmente y por siempre!

Porque si podemos amar a quien él envió a la tierra para
enseñarnos de su palabra y de su voluntad santa, con el fin
de que nuestro pecados sean perdonados y así limpiarnos de
toda mancha de las hondas tinieblas de las enfermedades de
Satanás y hasta de la muerte eterna, también, entonces
"verdaderamente le amamos a él", ¡al Todopoderoso! Y este es
el amor que nuestro Padre Celestial buscaba desde siempre en
cada uno de nosotros, desde mucho antes de los primeros días
de la creación de todas las cosas, "para que le amemos y le
sirvamos por siempre y para siempre en el paraíso y en su
nuevo reino celestial, como La Nueva Jerusalén Gloriosa y
Perfecta del Mesías".

Porque ha sido nuestro Señor Jesucristo quien descendió del
cielo, para no sólo perdonarnos nuestros pecados y
rebeliones, sino también "para limpiarnos y librarnos día y
noche de los males escondidos de las hondas tinieblas del
espíritu de error y de gran maldad de Satanás y de sus
ángeles caídos, por ejemplo". Para que entonces ya no vivamos
más para Satanás por ninguna razón, sino "únicamente vivir
infinitamente para nuestro Padre Celestial que está en los
cielos"; es decir, también, para que "ya no vivamos más para
la carne del fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien
y del mal, sino para el Espíritu del Árbol de la vida", ¡
nuestro Salvador Jesucristo!

Porque "todo pecador vive su vida pecadora en la tierra por
el espíritu del fruto del árbol de la ciencia del bien y del
mal, como Adán y Eva en el paraíso, por ejemplo", lo
entiendan así o no, desde su primer día de vida en la tierra
y hasta que encuentra a Jesucristo en su corazón, por
ejemplo. Porque ciertamente "el hombre en la tierra nace en
el espíritu del primer pecado de Adán, para vivir sólo para
el árbol de la ciencia del bien y del mal", para que su vida
y toda su alma siempre vayan caminando por la tierra de mal
en peor y hasta que finalmente entra a su lugar eterno del
pecado, ¡el infierno!

Pero nuestro Dios se ha manifestado en nuestras vidas por su
Espíritu Santo, por su palabra, por su nombre muy santo y,
finalmente, "nuestro Dios se ha manifestado a cada uno de
nosotros día y noche y sin cesar jamás por su voluntad
perfecta en nuestros corazones": ¡su Hijo amado! Y esto
nuestro Padre Celestial lo hace así con cada uno de nosotros,
en nuestros millares, de todas las familias, razas, pueblos,
linajes, tribus y reinos de la tierra día y noche y sin
cesar, "para que le sirvamos celestialmente y para siempre,
en la tierra y así también en La Nueva Jerusalén Gloriosa y
Honrada del cielo, por ejemplo".

Fue por esta razón, también, que nuestro Dios, después de
haber creado a Adán en sus manos santas, entonces "deseaba
saber en su corazón si le amaba, como su corazón deseaba que
le amara profundamente", como su Hijo amado, como sus ángeles
del cielo y, ya lo creo perfectamente en mi corazón también,
como su Espíritu Santo, por supuesto. Y, además, aún nuestro
Padre Celestial desea ser amado sobrenaturalmente y
humanamente sobre todas las cosas más gloriosas del reino de
los cielos, en nuestros corazones y en nuestras almas
infinitas, es decir, ser amado por nosotros mismos: "por su
grandeza, por su santidad, por su rectitud, por su honradez
infinita, por su gloria, por su carácter sagrado y sin
igual".

Y nuestro Padre Celestial necesitaba saber y oír con sus
oídos "palabras de amor, palabras reverentes, palabras de fe
y de afecto humano hacia él, como palabras de vida, también,
por ejemplo", que salgan del corazón y de los labios de Adán,
pero no salía de él, nada de nada. Entonces Adán era como un
ser muerto aún para Dios (no quiero decir como un animal sin
vida o sin amor), "porque Adán no había conocido aún a su
Jesucristo, a su maná del cielo, o como su Árbol de la
salvación perfecta, en su corazón recién creado por las manos
de Dios y por las manos invisibles de su Espíritu Santo".

Por lo tanto, nada de amor salía de Adán ni de Eva menos,
sino muchas otras cosas muy buenas y muy gloriosas, también,
"pero jamás tan buenas ni tan gloriosas como el amor que
nuestro Dios buscaba en ellos para él y para su nombre muy
santo, por ejemplo". Y entonces la pregunta venia a nuestro
Dios una y otra vez: ¿Me ama Adán, como yo le amo a él? ¿Será
posible entonces que Adán y sus hijos e hijas me amen por
siempre y para siempre como me aman mi Espíritu Santo y mi
Hijo amado, mi único Árbol de la vida eterna, Jesucristo el
Mesías?

(Porque nuestro Padre Celestial y su Espíritu Santo crearon
al hombre por amor o en el Espíritu de su amor eterno para
ser amados por él y por su linaje humano infinitamente, como
hoy mismo contigo mi estimado hermano y mi estimada hermana.
Y, además, éste amor sólo nuestro Señor Jesucristo lo conoce
en todo y por todo, como nadie más en toda la infinita gloria
del reino de los cielos y en toda la tierra de toda la vida,
también, eternamente y para siempre.)

Y Adán no podía hablarle de amor a su Dios y Creador de su
nueva vida celestial, "porque no concia al Señor Jesucristo
como el dador de su nueva vida eterna", sino que Jesucristo
para Adán era tan sólo un árbol más entre los centenares de
árboles del paraíso. Como cuando el Señor Jesucristo caminaba
entre las multitudes de Israel, pues, para muchos,
desdichadamente: "nuestro Señor Jesucristo sólo era un hombre
más entre todos los hombres de Israel, por ejemplo". Éste ha
sido un error terrible para el corazón del hombre, desde
siempre y hasta nuestros días, también.

Pues no veían la gloria de nuestro Padre Celestial y de su
Espíritu Santo en nuestro Señor Jesucristo, "porque sus ojos
estaban cegados, cerrados y oscurecidos profundamente con las
terribles tinieblas de sus pecados y hasta del mismo Satanás,
también, por ejemplo". Por lo tanto, Adán estaba
terriblemente equivocado cuando vio a Jesucristo, así como
los antiguos de Israel, por ejemplo, cuando le veían o leían
Las Escrituras de los profetas sobre Él. Pues si, así fue,
Adán se equivoco con el Santo de Dios, "como todo pecador
religioso o no", aún cuando él mismo había sido creado en la
santidad y en el amor perfecto de Dios y del Espíritu Santo,
en el reino de los cielos.

Por ello, esta no era una pregunta que Dios le podía hacer a
Adán simplemente así por así no más, para conocer su
respuesta y única verdad: sino que también nuestro Dios tenia
que saber "si Adán le iba a ser fiel y obediente sólo a él, a
pesar de la presencia de Satanás y de sus muchos males, por
ejemplo". Y esto es de conocer a su Padre Celestial, como el
único Dios de su vida y como el único Dios del cielo y de
toda la tierra, también, eternamente y para siempre, por
ejemplo, en su corazón y en todo su ser viviente, "sólo por
medio de su fruto de vida, su gran rey Mesías del cielo", ¡el
Hijo de David!

Y así también es todo hombre, mujer, niño y niña de las
naciones de la tierra, sin amor verdadero para su Dios y para
su Espíritu Santo, "porque viven sus vidas día y noche sin el
Señor Jesucristo en sus corazones, y porque desconocen en
todo el Espíritu de la verdad de la antigüedad de nuestro
Dios y de su unigénito". Entonces para que Adán llegue a éste
estado espiritual, pues claro está, que "Adán mismo tenía que
conocer al Señor Jesucristo y tener una relación personal con
él, tal cual como la había tenido con su Dios y Creador de su
alma y de su cuerpo humano, por ejemplo", ¡nuestro único Dios
y Padre Celestial que está en los cielos!

Y, hoy en día, es el mismo problema en el corazón y en la
vida de todo ser viviente en todos los lugares de la tierra,
"de no conocer aún al Señor Jesucristo como su Árbol de vida
y de salud eterna, para bien de su vida y para bien de cada
uno de los suyos también, eternamente y para siempre".
Además, nuestro Padre Celestial crea a Adán y así también a
cada uno de sus descendientes, en el día de la creación del
linaje humano, "para que conozcan a su Hijo amado, a su Árbol
de vida, como su único y suficiente salvador de sus vidas, en
el paraíso, en la tierra y en la eternidad venidera igual,
eternamente y para siempre".

Porque fue nuestro Padre Celestial y su Espíritu Santo
quienes crearon al hombre, en su imagen y conforme a su
semejanza en el día de su creación; es decir que "Adán
conocía a Dios y a su Espíritu, pero no a Jesucristo como su
nueva vida infinita del nuevo reino celestial", el cual
nuestro Dios tiene planeado establecer en el cielo
infinitamente. Porque, además, fue nuestro Padre Celestial
quien le dijo a su Espíritu Santo: Descendamos a la tierra y
formemos al hombre en nuestra imagen y conforme a nuestra
semejanza celestial: "y desde aquel momento en adelante Adán
conocía muy bien a Dios y a su Espíritu Santo como a su único
Creador y Padre Celestial, pero no a Jesucristo todavía".

Pues ahora le tocaba la parte del Árbol de la vida o de su
Hijo amado, el gran rey Mesías del paraíso y de todos los
tiempos, ¡nuestro Señor Jesucristo!, "ha hacer su obra
gloriosa y magistral en la vida de Adán y de todo su linaje
humano, también, para darles vida y salud en abundancia
infinitamente a todos ellos". Y esto fue en aquel día, tal
como lo es hoy en día, en todos los lugares, en donde habita
el hombre, "ha hacer su parte gloriosa, su gran obra
espiritual y milagrosa, en el corazón y en el alma del hombre
con su fruto de vida, para terminar, para afinar la obra
infinita de nuestro Dios y de su Espíritu Santo".

Además, esto era que Adán tenía, y aún tiene, que comer y
beber del Árbol de la vida, nuestra única vida eterna del
paraíso, "para comenzar a amar a Dios y a su Espíritu Santo,
con el mismo poder de amor de nuestro Jesucristo", ¡el Santo
del cielo, de Israel y de las naciones de toda la tierra,
para siempre! Pues entonces, sin duda alguna, Adán tenia que
comer y beber del Señor Jesucristo guste o no le guste y
cuanto antes mejor, "para bendición de su vida y para
bendición de cada uno de los suyos, en sus millares, en la
vasta creación del reino celestial y de toda la tierra,
también, para siempre".

Y, por cierto, esto era algo sobrenatural y de gran fe
espiritual para su corazón eterno, que Adán sólo tenía que
hacer una sola vez y para siempre, "para satisfacer toda
verdad y de toda justicia del corazón sagrado del juez del
cielo y de toda la tierra", ¡nuestro Dios y Padre Celestial!
Para que no sólo él viviese con Dios y con su Espíritu Santo
por siempre, emanando amor de su corazón para nuestro Dios y
para su Ley Bendita, sino que también "cada uno de los suyos
harían lo mismo con sus corazones y con sus vidas, por
inicio, en la tierra y en la nueva vida infinita del nuevo
reino celestial".

Y así nuestro Dios sabría perfectamente en su corazón
sagrado, "de que Adán y así también todos sus hijos e hijas
le amarían sólo a Él, como el Dios del cielo, en el espíritu
de la verdad y de la justicia infinita de su Árbol de vida",
su unigénito, nuestro Salvador Celestial en la tierra y para
siempre en la eternidad. Porque "sólo por medio de su
Jesucristo es que nuestro Dios puede no solamente honrar su
nombre sagrado, sino que también puede conocer aún mayores
glorias y honras para su nueva vida infinita de su nuevo
reino venidero", para su alma sagrada y para su humanidad
celestial, en donde sólo habitara el Espíritu de su Ley y
amor en su total perfección.

Es decir, que cada ángel del cielo y así también cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, "únicamente
conocerá el amor, la paz, la verdadera gloria de la vida
eterna y sus muchas bendiciones del Árbol de la vida, nuestro
Salvador Jesucristo, para jamás conocer el mal, sino sólo el
bien eterno, por siempre y para siempre". Y nuestro Padre
Celestial desea verte ahí con todos sus santos del cielo
junto con su Árbol de vida eterna, "sirviéndole y amándole
celestialmente únicamente a él, porque sólo él es digno del
amor de tu corazón y de toda tu alma infinita, también, hoy
en día y por siempre, mi estimado hermano y mi estimada
hermana".

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado,
nuestro Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo
eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en tu vida,
de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre Celestial y de su
Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en tu vida, en
ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que
el fin de todos los males de los ídolos termine, cuando
llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los
ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando
día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de Dios.
En verdad, el fin de todos estos males está aquí contigo, en
el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en Él, en
espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas
los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, para la eternidad del nuevo reino de Dios.
Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de
sus ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano,
mi estimada hermana, has sido creado para honrar y exaltar
cada letra, cada palabra, cada oración, cada tilde, cada
categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor, cada
dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada
decoro, y cada vida humana y celestial con todas de sus
muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y de
la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de
Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y deshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Disponte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, para la eternidad.


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