Hay libros que son difíciles de leer, y relatos que son complejos de escribir, en mi caso me cuesta leer Pedro Paramo de Juan Rulfo, lo he iniciado muchas veces, pero no he logrado terminarlo. Te comparto un relato que me ha sido complejo escribir: RESPIRANDO BAJITO, espero lo disfrutes y me cuentes si llegas al final si tuviste que contener el aliento. Compártelo
RESPIRANDO BAJITO
Por: Carlos Arturo Arias Castañeda
30 de junio de 2025
¿Cómo iba a imaginarlo?, ¿cómo iba a sospechar que tenía tanto enemigos aquí?, solo por ser el nuevo, el desconocido. Apenas si cumplía dos meses de haber llegado desplazado de mi pueblo a esta ciudad…bueno, a la zona más marginada de esta ciudad, y al parecer todos los muchachos del área me “tenían ganas”. ¿Por qué?, eso realmente ni ellos mismos lo saben, así pasa en los sectores vulnerables, algunos te odian solo porque no te conocen, porque sos joven y no sos del combo de ellos. Apenas llegás y ya estás en la mira, estás etiquetado como miembro de cualquier pandilla solo para justificar la agresión. ¡Si no sos amigo, sos enemigo!, es una filosofía simple y cruel, es el principio de las fronteras invisibles en algunos sectores populares de este país.
Aquel fatídico día volvía solo a casa después de haber acompañado a papá a hacer varias diligencias. De la parada del bus al inicio de la invasión donde habíamos llegado, víctimas del conflicto armado en la zona rural, se contaban varias cuadras y desde allí había que atravesarla toda por entre callejones, cual laberinto, hasta nuestro rancho que lindaba con un cañaduzal. Al descender del autobús un mal presentimiento se apoderó de mí, era casi el medio dia y las calles se veían desoladas.
Al acercarme a la frontera del asentamiento noté que un grupo como de diez pelados, que no pasaban de los quince años, se encontraban escondidos en las esquinas, vigilando la única salida y entrada de la invasión donde vivía, como esperando a alguien, cual animales acechando su presa. Tuve la intención de devolverme a buscar un espacio seguro, pero fue tarde, ellos me descubrieron. Mi reacción instintiva fue seguir caminando normal hacia mi casa, tratando de aplicar la máxima de mi mamá: “el que nada debe, nada teme y Dios todopoderoso lo protege”. Pensé, esto no es conmigo, yo no los conozco ni les he hecho nada, entonces paso tranquilo sin mostrarles miedo.
De un momento a otro me vi rodeado por ese grupo de desconocidos, lo único que recuerdo en medio de mi confusión fue que uno de ellos dijo: guárdame esto para que le lleves a los de la “Ponceña”, deciles que es de parte de los “Lc”. Acto seguido sentí que una mano tomó mi hombro por la espalada mientras un objeto cortopunzante entraba y salía velozmente de la misma atravesando un riñón, pero sin salir al abdomen. ¡Todos huyeron¡, yo quedé estupefacto, en medio de la nada. Aunque no había asomo de sangre, sabía que estaba gravemente herido,.
Empecé a debatirme entre si salir sólo para urgencias de un hospital o ir primero a casa a avisar. Era probable que mi familia no se diera cuenta durante el resto del día de lo que me había ocurrido porque nadie me conocía y me angustiaba que ellos se preocuparan al notar que no llegaba con el paso de las horas. Además, no sabía a dónde ir, ni tenía un solo peso para desplazarme. Decidí entonces emprender la odisea de atravesar, malherido, el laberinto que me conducía a casa.
Pese a que la adrenalina producida por el susto de haberme visto acorralado por una pandilla y a que el deseo de llegar a casa con vida me impulsaban a moverme, la gravedad de mi condicion empezó a hacer mella en mi actividad respiratoria, cardiaca y cerebral. La hipoxia que empecé a experimentar no solo hizo que respirara bajito, sino que empezara a nublárseme la vista y a caminar como con pies de plomo. Tuve que poner mis manos estiradas hacia el frente para evitar chocarme con las paredes, intentaba palparlo todo porque ya no calculaba la profundidad o la distancia de las cosas.
Conocía la pobreza desde niño porque del pueblo de dónde vengo esa es la condicion natural de todos sus habitantes, sin embargo, nada se compara con la pobreza extrema que se sufre en los cinturones de miseria que se forman en la ciudad. Una cosa es ser pobre en el campo, donde a pesar de vivir en una casa humilde no te falta nada, otra es ser pobre en la ciudad donde la pobreza es acompañada de la carencia total. En eso pensaba, mientras recogía mis pasos por las calles de tierra y ranchos hechos de tablas, esterillas, plásticos o latas, cubiertos por techos de cartón que se encontraban camino a mi hogar.
Intentaba mantenerme con vida mientras llegaba a casa, pero el esfuerzo era sobrehumano. Varias veces caí ante la mirada indolente e indiferente de muchas personas que me seguían como en procesión, esperando donde iba a terminar mi calvario. Cada vez lograba levantarme con mayor dificultad para continuar. Sabía que mientras respirara tendría esperanza, así que, aunque me faltaba el aire trataba de respirar bajito para estirar cada soplo que entraba a mis pulmones.
Seguía pensando en la pobreza extrema en la ciudad, en la pobreza extrema de la mentalidad de muchos adolescentes y jóvenes de la ciudad que encuentran en la violencia y en la delincuencia un modo de recreación, algunos se reúnen para planear como hacer daño solo por deporte, en formas de causarse daño con y a otros jóvenes que no conocen solo por un placer malévolo, igual que la guardiana nazi Dorothea Binz quien asesinó a más de 100.000 judíos en los campos de concentración, incluso sin que le fuera ordenado hacerlo, lo hacia con indolencia y cinismo.
Así ocurre con algunos jóvenes pandilleros que no reciben ningún beneficio económico, ni encuentran una oportunidad de salir de su condicion de pobreza con las fechorías que hacen, odian solo porque quieren, causan daño solo porque pueden, porque no tienen nada mas que hacer, porque nadie los controla. Pensaba mientras gastaba mi último aliento en ¿cómo puede una madre dormir tranquila mientras sus hijos pequeños están en la calle a medianoche haciendo daños?, ¿en qué momento fracasamos como sociedad?
A pesar de que mi respiración intentaba agitarse, yo trataba con esfuerzo de mantenerla lenta y superficial, así logré divisar mi rancho. Se veía enterrado porque el relleno de la calle era mas alto que el del interior de la vivienda. Siempre me causaba gracia que estando parado afuera el techo apenas si alcanzaba la altura de mi pecho y estando dentro casi que lograba tocarlo con la cabeza. Debo confesar que sentí alivio al ver el reflejo de las latas, que formaban las paredes, en mis pupilas. Agonizaba y probablemente no llegaría a un hospital, pero morir rodeado de los míos me daba mucha tranquilidad.
Caí a pocos metros de la entrada y ya no pude levantarme más, ni gritar ¡mamá, mamá, aquí estoy!, me arrastré como pude hasta tocar la puerta…estando allí pude ver con claridad, mi visión borrosa y el llanto en los ojos no me permitió ver cuando estaba lejos que se encontraba puesto el candado… !no había nadie en casa!