
Durante casi un siglo, Colombia ha sido un país que camina en la cuerda floja entre la soberanía y la subordinación a Estados Unidos. En 2025, esa cuerda se tensó al máximo: de un lado, Donald Trump reinstalado en la Casa Blanca, usando el garrote del proteccionismo; del otro, Gustavo Petro, decidido a demostrar que Colombia puede decir “no” sin temblar.
El resultado ha sido un torbellino diplomático, comercial y simbólico que en apenas diez meses dejó claro que el eje Bogotá–Washington ya no se sostiene como antes.
El 26 de enero de 2025, Trump desató la primera ofensiva: aranceles del 25 % sobre las exportaciones colombianas, en castigo por la negativa de Petro a recibir vuelos con migrantes deportados desde EE. UU.
Fue una jugada política, pero también un mensaje: “si no obedeces, pagas”.
La respuesta de Petro llegó al día siguiente, el 27 de enero, con un anuncio espejo: Colombia también impondría aranceles del 25 % a los productos estadounidenses.
Por primera vez en décadas, un presidente colombiano no se agachó ante Washington.
La prensa internacional habló de “choque de egos”, pero el fondo era más profundo: Petro se estaba midiendo frente al imperio, apostando a una narrativa de dignidad nacional que en otros tiempos habría sido castigada con aislamiento.
El 1 de abril de 2025, Petro afirmó que los aranceles de Trump “no afectarían al país” y que era hora de “dejar el tutelaje norteamericano”.
Era un discurso que sonaba valiente, pero que también tenía algo de voluntarismo: Colombia sigue dependiendo de EE. UU. para más del 25 % de sus exportaciones y para parte de su cooperación militar.
Sin embargo, la frase caló en muchos sectores progresistas: por fin un presidente hablaba con tono soberano.
El problema es que la dignidad, en política exterior, cuesta caro.
El 16 de septiembre, Trump declaró que Colombia y Venezuela habían “fracasado en la lucha contra el narcotráfico”.
Era el regreso del viejo libreto de Washington: culpar al sur para justificar sus operaciones.
Petro respondió que la “guerra contra las drogas fue una excusa para destruir selvas y campesinos”, y advirtió que Colombia no aceptaría operaciones militares extranjeras sin consentimiento.
Apenas un mes después, esa advertencia sonaría profética.

El 18 de octubre de 2025, un ataque estadounidense en el mar Caribe dejó muerto a Alejandro Andrés Carranza Medina, a quien Petro presentó como “un pescador colombiano inocente”.
Trump defendió la acción diciendo que fue un operativo antinarcóticos y que la lancha actuó de forma “amenazante”.
Petro reaccionó con indignación y ordenó investigar a fondo, acusando a Estados Unidos de violar la soberanía nacional.
El país se polarizó: unos vieron en el mandatario una defensa legítima; otros, un intento de victimizar al gobierno.
Luego, medios como El Tiempo y El País de Cali revelaron que el supuesto pescador tenía antecedentes por robo de armas.
El relato se enturbió, pero el daño político ya estaba hecho.
El episodio tuvo un efecto inmediato: la confianza diplomática se quebró.
Y con ella, el último hilo que sostenía la cooperación bilateral.
El 19 de octubre de 2025, Trump cruzó la línea: llamó a Petro “líder ilegal del narcotráfico” y anunció el retiro parcial de la ayuda económica a Colombia.
Era más que una ofensa: un intento de reducir la política colombiana al estigma del narco.
Petro respondió diciendo que Trump estaba “engañado por sus asesores” y que Colombia “no aceptará chantajes de ningún país”.
El tono fue digno, pero también incendiario.
En pocas horas, el lenguaje diplomático había sido sustituido por una pelea de patio global, amplificada por redes, medios y discursos nacionalistas.
En el fondo, lo que estamos viendo no es solo una disputa entre dos líderes temperamentales.
Es el síntoma de un cambio histórico: el fin de la obediencia automática de Colombia hacia Estados Unidos.
Petro, con todos sus errores, está intentando afirmar un nuevo paradigma: el de un país que busca definir su lugar sin tutores.
Trump, fiel a su estilo, está reinstalando el miedo como instrumento político: miedo a perder mercados, miedo a sanciones, miedo a la venganza.
Y Colombia, atrapada entre ambos, oscila entre la dignidad y la dependencia.
El caso del “pescador muerto” es solo una metáfora: un país pequeño, entre dos fuerzas descomunales, intentando no hundirse.

De enero a octubre de 2025, Petro y Trump protagonizaron una de las tensiones diplomáticas más intensas en la historia reciente de América Latina.
Las palabras ya dejaron cicatrices: el comercio resentido, la cooperación en pausa, la opinión pública dividida.
Pero también quedó una enseñanza: Colombia ya no es la misma.
Tal vez por primera vez en mucho tiempo, la palabra soberanía dejó de ser un discurso y se volvió una acción, aunque sea una acción peligrosa.
El desafío será sostener esa dignidad sin caer en el aislamiento, construir respeto sin romper puentes.
Porque en el mundo de Trump, los países que se atreven a levantar la voz suelen pagar un precio alto.
Y Petro, guste o no, decidió pagarlo.
AP News – Trump calls Colombia's Petro an “illegal drug leader” (19 oct 2025)
The Guardian – Trump calls Colombia president “illegal drug dealer” (19 oct 2025)
Infobae – Petro pidió investigar bombardeo de EE. UU. (19 oct 2025)
El Tiempo – “Coroncoro”, el pescador defendido por Petro, estuvo preso por robo de armas (19 oct 2025)
El País (Colombia) – Prontuario criminal del pescador defendido por Petro (19 oct 2025)
Barrons – Petro dice que Trump está engañado por asesores tras retiro de ayuda (19 oct 2025)
Reuters – Trump ordena imponer aranceles del 25 % a Colombia (26 ene 2025)
Infobae – Petro respondió con un arancel del 25 % para EE. UU. (27 ene 2025)
Cinco Días – El café alcanza nuevos máximos tras las tensiones diplomáticas (27 ene 2025)
Infobae – Gustavo Petro aseguró que si Trump impone aranceles “no afectará al país” (1 abr 2025)
Reuters – EE. UU. dice que Colombia y Venezuela fallaron en la lucha contra el narcotráfico (16 sep 2025)
