Una historia de amor verde que no tuvo final feliz 
Esta es la planta que cuidé durante años, desde que la encontré naciendo en una pequeña grieta de una pared, afuera del apartamento. Decidí adoptarla y darle un hogar. Le adapté como matera un envase de plástico duro —no era una botella cualquiera—, originalmente comprado para lápices y dulces. Con cuidado, le amarré un alambre blanco recubierto para asegurarla y que no se cayera.
Pasamos años juntas. Incluso le hice un dibujo cuando estudiaba arte en el IPC. La regaba, la observaba, le hablaba. Era más que una planta: era un símbolo de cuidado, de resistencia, de conexión con lo vivo. Pensando que el sol directo y el aire fresco le harían bien, un día la puse afuera, en una ventana, sobre un murito. La aseguré con el mismo alambre blanco para que no cayera. Creí que era un acto de amor, deseando que ese entorno más natural le devolviera la fuerza. Pero no fue así.
Finalmente, terminó en manos de personas que no la apreciaron ni cuidaron como yo. Su final fue triste. Perderla me dolió profundamente.
Este post es un pequeño homenaje a ella, a todo lo que representó. 
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