Altibajos del alma

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nuevo caminante

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Jan 2, 2009, 7:23:24 PM1/2/09
to Meditacion y Oratioterapia en Managua y Medellin
ALTIBAJOS DEL ALMA
Quiero descubrir mis estados de alma ante ti, Señor, y ante mí mismo,
que bien lo necesito. Quiero aprender cómo tratarme a mí mismo cuando
estoy de buen humor y cuando estoy de mal talante, cómo capear mi
optimismo y mi pesimismo, cómo reaccionar ante la alegría espiritual y
el desaliento humano; y, sobre todo, cómo dominar la marea de
sentimientos, los cambios de humor, las tormentas repentinas y los
gozos inesperados, la luz y las tinieblas, y, por encima de todo ello
y a través de todo, la incertidumbre que nunca me deja saber cuánto va
a durar un estado de alma y cuándo se va a precipitar el sentimiento
opuesto con violencia de huracán.
Vivo a merced de mis sentimientos. Cuando me siento alegre, todo
parece fácil, la virtud se hace natural, el amor brota espontáneo, y
concibo una firme seguridad de que así ha de ser ya siempre en mi
vida. Si, me digo a mí mismo, ya he llegado por fin, ya estoy maduro
en el espíritu, ya me domino; he sufrido altibajos, pero ya estoy
sereno, ya sé lo que viene en la vida y nada ha de sacudirme ya. Soy
un veterano y sé dónde estoy. Con la gracia de Dios, seguiré firme y
constante.
Tú que me conoces bien, Señor, has puesto estas palabras en mis labios
al invitarme a recitar el Salmo: «Yo pensaba muy seguro: no vacilaré
jamás». Sí, esa era mi falsa confianza, mi prematura jactancia. Yo
creía que no volvería a vacilar jamás. Bien equivocado estaba, y bien
pronto lo iba a verificar.
Tu Salmo continúa como lo hace mi vida: «Pero escondiste tu rostro y
quedé desconcertado». Volvía estar peor que antes. No valgo para nada;
no aprenderé nunca; después de tantos años, vuelvo a estar como cuando
empecé; cualquier viento me lleva para arriba o para abajo sin que yo
pueda hacer nada; tan pronto entusiasmado como desesperado; no sé
orar, no sé guardar la paz del alma, no sé tratar con Dios, y mucho
menos conmigo mismo; no sé nada, y nunca aprenderé nada; lo mismo da
que lo eche todo a rodar y me conforme con una existencia rutinaria
por los bajos de la vida. Las estrellas no se hicieron para mí.
Cuando me va mal, me desespero, me olvido de que antes me había ido
bien y me convenzo de que ya nunca volverá a sonreírme la vida; y
cuando me va bien, me olvido también de que antes me ha ido mal, y
presumo con seguridad absoluta que ahora ya siempre me irá bien, que
no hay nada que temer y que la batalla está ya ganada para siempre. Me
falla la memoria, y eso me multiplica el sufrimiento. Si me acordase
de los días de sol cuando llueve, y de los días de lluvia cuando hace
sol, podría obtener un equilibrio medio de realismo sano. Pero me
olvido, y paso del abismo a las cumbres y de las cumbres al abismo con
penosa rapidez. Soy esclavo de mis sentimientos, juguete de la brisa,
muñeco de humores. Caliente en verano y frío en invierno. Me falta la
firme perseverancia del seguidor fiel que sabe de mareas altas y
mareas bajas y consigue la ecuanimidad con la paciencia de la fe. Yo
vacilo, tropiezo y caigo. Necesito equilibrio, perspectiva, paciencia.
Necesito la sabiduría de ver las cosas desde lejos para encajar mejor
los altos y los bajos.
Esa es mi oración: Que cuando me vaya bien, me acuerde de que antes me
ha ido mal; y que cuando me vaya mal, confíe que pronto me volverá a
ir bien. Entonces si que «te daré gracias por siempre, Señor, Dios
mío».

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