"Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y
yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero
el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después
se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis
palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre
consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. La Santísima Virgen
María fue la buena tierra abonada en donde el Padre Eterno plantó su Vid. Y la Cruz fue el lagar donde esa
Vid se transformó en el mejor Vino."
(San Juan 15,5-8)
Si quieres ser buen
discípulo del Señor, no puede separarte de la Vid que está eternamente unida a su Tierra. No te
separes del Señor separándote de su Iglesia. No te separes del Señor
separándote de su Madre.
No se puede el
sarmiento dar fruto si es cortado. Acabará secándose y dando frutos amargos y
secos. Las hojas del sarmiento mantienen su estructura aunque este haya sido
cortado. Se pueden hasta mantener verdes unos días dando apariencia de vida.
Pero al final se ponen amarillas y quebradizas. Parecen completas pero viene el
viento y se rompen en mil pedacitos.
Para dar fruto
abundante hay que estar unidos a Cristo. Y esa unión incluye a todo su Cuerpo
Místico del cual El es cabeza. Y uno no tiene muchos cuerpos como Cristo, la cabeza
no tiene infinidad de iglesias. Tiene un Cuerpo y una Iglesia. Y solo esa
Iglesia da fruto abundante en la Eucaristía. No hay Eucaristía sin Iglesia. No hay
vino sin racimos vivos.
No podemos ir por la
vida buscando una salvación personal diciendo ser católicos sin ir a la Iglesia. No podemos
decirnos católicos si desobedecemos o ignoramos al Papa elegido por Cristo. No
podemos decir que amamos a María si ignoramos cada domingo el encuentro con su
Hijo, el Señor Resucitado y Eucaristizado. No nos salvamos solos. Nos salvamos
en racimo, en comunidad, en Iglesia. Cada uno con su fe y sus obras, pero
juntos en camino.
Santa Maria, Madre de
los racimos, haz que nuestras uvas sean llenas de amor a Dios y a la Iglesia y a los hermanos,
para que un día, vertidos en el lagar del Cielo, se manifieste plenamente la
abundancia del fruto para la mayor Gloria de nuestro Padre
Dios.
Que Dios los bendiga y Santa María les sonría,