Para ser la Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante" (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios.
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:
... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (DS 2803).
Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. El la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4).
Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" ("Panagia"), la celebran como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura" (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
"Hágase en mí según tu palabra..."
Al anuncio de que ella dará a luz al "Hijo del Altísimo" sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 28-37), María respondió por "la obediencia de la fe" (Rm 1, 5), segura de que "nada hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf. LG 56):
Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, "por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar "el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe". Comparándola con Eva, llaman a María `Madre de los vivientes' y afirman con mayor frecuencia: "la muerte vino por Eva, la vida por María". (LG. 56).
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Del Beato Juan Pablo II
“Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de
bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo, por cuanto nos ha eligió en
él antes de la fundación del mundo.” (Ef 1,3-4) La carta a los Efesios, hablando
de la “riqueza de gracia” con que el Padre nos ha bendecido (cf Ef 1,7) añade:
“En él tenemos por medio de su sangre la redención”. Según la doctrina formulada
en los documentos solemnes de la Iglesia, esta “gloria de la gracia” se ha
manifestado en la Madre de Dios por el hecho que ella ha sido “rescatada de
manera sobre eminente”. (Papa Pio IX)
En
virtud de la riqueza de la gracia del Hijo Bienamado, en virtud de los méritos
redentores de aquel que debía ser su Hijo, María fue preservada de la herencia
del pecado original. Así, desde el primer momento de su concepción, es decir,
desde su existencia, pertenece a Cristo, participa de la gracia salvífica y
santificante y del amor que tiene su fuente en el “Hijo bienamado”, en el Hijo
del Padre eterno que, por la encarnación, es su propio Hijo. Por esto, por el
Espíritu en el orden de la gracia, es decir, de la participación en
la naturaleza divina, María recibe la vida de aquel al que ella misma, en el
orden de la generación terrena, da la vida como madre... Y porque María recibe
esta vida nueva en una plenitud que conviene al amor del Hijo hacia su Madre –y
pues a la dignidad de la maternidad divina- el ángel de la Anunciación la llama
“llena de gracia."
Redemptoris Mater 7,10
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