Un hombre de fe
Raul Zibechi
ALAI AMLATINA, 18/11/2014.-
“Disculpe
Pepe, pero Bergoglio es un conservador”. No recuerdo si dije
“facho”.
José María Di Paola, padre Pepe para los del barrio, pelo largo,
ropa informal, 46 años de edad de los cuales diez en la villa 21 o
villa de Barracas, me miró con aire de desconcierto, como si no
terminara de creerse aquella frase.
Sentado en la iglesia Nuestra Señora de Caacupé, construida por los
emigrantes paraguayos en minga los fines de semana, me respondió con
la misma serenidad y parsimonia con la que me había relatado cómo
construyeron el templo. Cada domingo, las mujeres preparaban la
comida mientras los varones levantaban la iglesia, ladrillo por
ladrillo, hasta que un buen día decidieron ponerle el nombre de “su”
virgen, como para decirle a la ciudad que era parte de sus vidas.
“Bergoglio”, dijo refiriéndose al entonces arzobispo de Buenos
Aires, “viene a la villa en micro, baja en la parada, camina hasta
la iglesia y toma mate con los vecinos. No viene en el coche del
arzobispado. Conoce nuestro trabajo, apoya a los curas villeros que
vinimos a aprender de la gente, no a decirles lo que tienen que
hacer”. Mientras hablaba, los muros de la parroquia despedían la
sonrisa eterna del padre Mujica, el cura-mártir de todos los pobres
de la ciudad porteña, asesinado por la Triple A hace cuatro décadas.
Cinco años después de aquella lección de humildad de Pepe, no me
pareció nada sorprendente que Francisco recibiera a los movimientos
sociales del mundo, entre ellos al Movimiento Sin Tierra de Brasil,
que los militares brasileños y la prensa derechista del Uruguay
(como El País y El Observador), consideran como subversivos.
No sólo los recibió. Dijo: “No se contentan con promesas ilusorias,
excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos cruzados la
ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o,
si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de
anestesiar o de domesticar. Esto es medio peligroso. Ustedes
sienten que los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se
organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa
solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los
pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos
tiene muchas ganas de olvidar”.
Les propuso “luchar contra las causas estructurales de la pobreza”,
advirtió contra “estrategias de contención que únicamente
tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e
inofensivos” y terminó con un “sigan con su lucha”, porque nos hace
bien a todos.
Francisco Bergoglio no es un revolucionario. Es un hombre de fe,
conservador, que se diferencia de los políticos de izquierda en un
pequeño detalle: pisa el barro, no le teme a los pobres, se siente
feliz con ellos, no los quiere domesticar ni utilizar, confía que en
la pobreza, y sólo en ella, puede haber dignidad y comunión.
Pepe tenía razón.
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