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Una boda próxima. Un periódico que aún se imprime a mano. Un teatro de títeres que atraviesa las generaciones. Un pueblo donde el tiempo no avanza, sino que gira, como si todo —el amor, la muerte, la memoria— pudiera repetirse sin desgastarse. Allí, los gestos mínimos tienen un peso secreto, los vínculos se heredan como las casas y hasta el olvido parece pactado de antemano. ¿Y si ya todo estuviera escrito, incluso lo que estamos por vivir?
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Esa es la pregunta que atraviesa las más de seiscientas páginas de Doscientos años de amor, la primera novela del autor español Rubén Torres de Mesa, en la que una comunidad cerrada y entrañable cobra vida a través de más de un centenar de escenas breves, cargadas de humanidad, ternura y sentido. Con un estilo pausado y lírico, el libro traza la historia de Gonzalo Tenorio, joven heredero de la imprenta del pueblo, y de los múltiples personajes que orbitan a su alrededor en vísperas de su boda. Una meditación sobre el destino, el paso del tiempo, la palabra impresa y la posibilidad —o el consuelo— de que todos seamos, sin saberlo, personajes de una novela que nos ha contado bien.
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“La escritura de Torres de Mesa se apoya en musicalidad de lo cotidiano, en el ritmo de lo que se repite sin aburrir. Los giros argumentales se muestran a través de revelaciones íntimas y en algún punto, con la maestría que le ha legado la experiencia, el autor ensaya un repliegue metanarrativo: se descubre, en la realidad interna de la novela, una circunstancia de la que no hablaré para no estropear la (grata) sorpresa”, escribe el venezolano Jorge Gómez Jiménez en su reseña sobre el libro Doscientos años de amor, de Rubén Torres de Mesa.
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