Sigue la estrella que brilla para ti

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CENTRO ANTI-BLASFEMIA

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Jan 6, 2011, 2:42:26 PM1/6/11
to LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA
Sigue la estrella que brilla para ti
La estrella de nuestra vida es Dios, si lo buscamos, nuestra vida
siempre estará iluminada.
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net


Todos hemos oído contar la leyenda del joven escalador, que aquel fin
de semana se echó la mochila a la espalda y se fue a caminar, a
caminar lejos... Sube a las alturas y descubre horizontes cada vez más
vastos, más lejanos, y también más encantadores y maravillosos.
¡Adelante, adelante!, se dice a sí mismo. Llega ya el anochecer, y se
encuentra en la cima de una montaña altísima. A sus pies, un abismo
inmenso que le detenía los pasos.

¡Bueno! Me quedaré aquí. En esta altura pasaré la noche, y mañana
veremos.
Desenrolla su tienda de campaña, y a dormir. De repente, al querer
despedirse de las estrellas que van a velar su sueño, contempla en la
lejanía una estrella de singular belleza. Nunca había visto una
estrella semejante. Le pareció que había explotado una estrella
novísima, y se dijo:
¡Esa estrella será mía! ¡Yo no me la pierdo! Voy a clavar allí mis
pies, mejor que una bandera, y esa estrella no me la quita nadie. ¡Esa
estrella será mía, será mía!...

Pero no podía esperar al día siguiente. El camino de una estrella sólo
se puede seguir de noche. Y antes había contemplado el abismo inmenso
que tenía a sus pies. ¿Quién lo podía saltar? Era un imposible. ¿Qué
camino seguir para vadearlo? No se veía ninguno. Y la estrella seguía
allí en el horizonte, donde se juntan casi el cielo y la tierra,
llamándole como un desafío:
¡Ven! ¡Acércate hacia aquí! Y después, sube, sube...

Ante el imposible, el muchacho empieza a llorar calladito, como si se
avergonzara de sus lágrimas. Cuando, de repente, ve a su lado un niño
luminoso, que le pregunta:
¿Por qué lloras?

Porque quiero llegar hasta aquella estrella y no puedo, no puedo pasar
este abismo y acercarme allí.

¡Si es muy fácil cruzar este abismo! Si quieres, te llevo yo.

¿Tú? ¿Tú, un niño tan pequeño, me llevas hasta aquella estrella? Pues,
¿quién eres tú?

Aquella estrella es Dios, y yo soy la oración ¿Quieres que te lleve yo
en un instante?...

La leyenda hermosa no necesita explicación ninguna, porque es
clarísima la lección que de ella se desprende.

Dios, ese Dios en quien pensamos como término de todas nuestras
ilusiones, se nos presenta, igual que al joven escalador, como algo
grande y deslumbrador, de hermosura singular y término de todas
nuestras aspiraciones. ¡Dios tiene que ser mío! Hasta que descanse en
Él, no estaré nunca en paz, nos decimos tantas veces. Pero, ¿está Dios
tan lejos que no lo podremos alcanzar nunca?

Es cierto que entre Dios y nosotros existe un abismo insondable,
porque Dios está sobre todas las cosas. Y, sin embargo, en nuestras
manos tenemos el poder para agarrarlo, para asirnos a Él, para
meternos en Él, para no soltarlo nunca.

La oración, que en nuestros días es un signo inequívoco de renovación
en la Iglesia, es para nosotros algo ya tan familiar, que, gracias a
Dios, pronto no vamos a saber prescindir de ella.

La oración, que nos puede salir del corazón y de los labios en cada
momento, si nosotros queremos, nos une con nuestro Dios y nos hace
vivir en Él más que en nosotros mismos.

La oración es la respiración de la vida cristiana. ¿Quién tiene mejor
salud que quien respira bien, con unos pulmones siempre oxigenados,
con una sangre siempre pura?

La oración es un consuelo singular en medio de las dificultades.
¿Quién triunfa en la vida como aquel que siempre cuenta con Dios?

La oración es unión con Dios. ¿Quién tiene más segura su salvación,
que aquel que no hace más que hablar con Dios, y se sumerge de
continuo en la vida divina?

La oración, por otra parte, no es privilegio de algunos nada más. La
oración es de todos.

Es del niño, que le habla a Dios con candor de ángel.

Es de la persona adulta, que se siente tanto más pequeñita ante Dios
cuanto más crece.

Es de esa persona santa, que no sabe vivir sin su Dios día y noche.

Es de esa persona que siente sobre sí toda la carga insoportable de la
culpa, y descubre que Dios, y sólo Dios, es quien la comprende, la
sigue amando y la quiere salvar.

La oración no es una ciencia misteriosa que necesite de muchas
explicaciones. Lo sería, si Dios no la hubiera hecho tan fácil para
nosotros. Y digo para nosotros, los cristianos, que desde nuestro
Bautismo llevamos dentro el Espíritu Santo, cuya acción dentro del
alma se manifiesta precisamente por la oración.

El Espíritu Santo es quien nos enseña a orar, a dirigirnos a Dios
nuestro Padre, a clamar continuamente por el Señor Jesús. San Pablo lo
dice con palabras que llegan a emocionar, cuando nos asegura que
nosotros no sabríamos ciertamente cómo dirigirnos a Dios, pero el
Espíritu Santo ora de continuo en lo más secreto del corazón con
gemidos inenarrables...

Llevar una vida de oración es llevar una vida escondida en Dios.

Es hacerse con el Dios creador de las estrellas.

Y dirigir una oración a Dios cuesta menos, mucho menos, que escalar
una alta montaña y vadear un abismo muy hondo.
Elevar una oracioncita a Dios no cuesta nada, nada.

Ahora mismo lo podemos hacer, y lo hacemos, cada uno de nosotros.



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