En la intimidad con Dios

18 views
Skip to first unread message

CENTRO ANTI-BLASFEMIA

unread,
Oct 6, 2010, 3:51:35 PM10/6/10
to LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA
En la intimidad con Dios
di César Aníbal Villamil
Moisés fue uno de los hombres más importantes en la historia del
pueblo de Israel. Fue un libertador, un conquistador y un líder. Su
historia dio los elementos necesarios para escribir libros, hacer
películas, pintar un sinfín de cuadros y hasta para hacer una de las
esculturas más hermosas de la historia de la humanidad, el insuperable
«Moisés» de Miguel Ángel.

Sin embargo, la característica más importante en su vida fue su
relación íntima con Dios. De Moisés se dice que veía a Dios cara a
cara, como habla cualquiera a su compañero (Éxodo 33.11). Y es esa
relación íntima con Dios la que nos dejó uno de los eventos más
particulares del AT.

«Después descendió Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del
Testimonio en sus manos. Al descender del monte, la piel de su rostro
resplandecía por haber estado hablando con Dios, pero Moisés no lo
sabía» (Éxodo 34.29)

Estar en la presencia de Dios había transformado el rostro de Moisés y
él ni siquiera lo había notado. Estar en la presencia de Dios era algo
normal en su vida.

¡El que tenga oídos para oír, oiga!
Ocho veces en los evangelios y ocho veces en Apocalipsis, Jesús
utilizó esta frase para recordarnos que no es suficiente con tener
oídos, hace falta usarlos.

Siempre utilizaba esa frase para resaltar la importancia de la
enseñanza y para exhortar a sus oyentes a cumplir con ella. Y hubo dos
enseñanzas prácticas de la vida de Jesús, que hoy quisiera compartir
con ustedes.

Las Escrituras siempre resaltaron el oír y obedecer la Palabra de
Dios. A decir verdad, el gran mandamiento que el pueblo de Israel aún
hoy repite hasta el cansancio comienza con una exhortación a escuchar.

«Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu
Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y
estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las
repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y
andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las
atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus
ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas»
(Deuteronomio 6.4-9)

Nehemías y sus hombres recibieron elogios porque «estaban atentos al
libro de la Ley» (Nehemías 8.3)

Para Jesús, pasar tiempo con la Palabra era tan importante como pasar
tiempo en la oración.
Evidentemente Jesús lo hacía. Él se esforzaba deliberadamente para
pasar tiempo a solas con Dios; pasaba regularmente tiempo con Dios,
orando y escuchando.

Marcos 1.35 dice con respecto a Jesús: «Levantándose muy de mañana,
siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí
oraba».

Lucas 5.15-16 agrega: «Su fama se extendía más y más; y se reunía
mucha gente para oírlo y para que los sanara de sus enfermedades. Pero
él se apartaba a lugares desiertos para orar».

Si Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador sin pecado del mundo, pensó que
valía la pena buscar un tiempo especial para estar a solas con Dios,
¿no sería sabio que nosotros hagamos lo mismo?

No solamente pasaba tiempo orando a Dios sino que, como mencioné
antes, invertía tiempo en la lectura de la Palabra de Dios.

En medio de la tentación Jesús resistió repitiendo de memoria la
Palabra de Dios. Jesús no solamente leía las Escrituras sino que las
memorizaba. A cada tentación, nuestro Salvador respondió comenzando
con la misma frase: «Escrito está.»

Cuando en la sinagoga de Nazaret le dieron los rollos para que leyera,
Jesús ubicó el pasaje que quería leer, lo leyó y hasta lo interpretó,
pues dijo: «Hoy se ha cumplido esta escritura.»

Entonces vemos que Jesús tenía dos sanos hábitos: (1) El de la oración
y (2) El de la lectura bíblica.

Si nuestra meta es ser más como Jesús debemos tener un tiempo regular
para hablar con Dios y escuchar su Palabra.

Entonces, ¿de qué estamos hablando? ¿Del consabido devocional diario?
No. Estamos hablando de algo mucho más importante.

Un tiempo y lugar regulares para tu encuentro con Dios
En la Universidad donde estudiaba, en los EE.UU., había un lugar
apartado, desde donde se veía un río que corría muy por debajo de ese
lugar. A lo lejos, la ciudad, mostrando su belleza pero no sus ruidos
ni decadencias. Un lugar rodeado de árboles, plantas, ardillas,
pajaritos de los más variados colores y cantos. Una pérgola. Una mesa.
Un asiento. Y, especialmente, el más profundo silencio. Sólo se podía
escuchar el suave silbo del viento entre las hojas. Muchas veces
pasaba mis tardes en ese lugar. Muchas veces estudiando para un
examen. Muchas veces leyendo algún libro para mis estudios. Muchas
veces orando y estando a solas con Dios. Para hablar con él y escuchar
su voz.

¿Cuánto tiempo ha pasado, hermano, desde que le diste una porción de
tu tiempo, sin diluir y sin interrupciones, a Dios, para escuchar su
voz?

Selecciona un tiempo y un lugar y sepáralo para Dios. No es
obligatorio que sea algún momento especial del día. Para muchos será a
la mañana muy temprano. Para otros será a la noche, después de un día
atareado. Para otros será otro momento. Busca la hora y el lugar
apropiado y RESÉRVALO PARA EL SEÑOR. Pasa todo el tiempo que quieras.
Dale más importancia a la calidad que a la cantidad. Tu tiempo con
Dios debe durar lo suficiente como para que puedas decir lo que
quieras decir y que Dios te diga lo que te quiera decir.

Esto nos lleva al segundo recurso. Tiempo con la Palabra.

Dios nos habla por medio de la Palabra. El primer paso al leer la
Biblia es pedirle a Dios que nos ilumine para comprenderla cabal y
personalmente.

Antes de leer la Biblia, ora. No te acerques a las Escrituras buscando
tus propias ideas o para comprobar tus propias teorías, busca las de
Dios. Lee la Biblia con oración. También léela con cuidado. Ora,
leyendo la Biblia. Muchas veces los salmos pueden ayudarnos en nuestra
alabanza y adoración personal.

Salmos 1.1-2 dice: «Bienaventurado el varón… que en la ley de Jehová
está su delicia y en su Ley medita de día y de noche».

No es simple lectura de la Biblia, es deleitarse en ella.
Proverbios 2.4-5 dice: «Si la buscas como si fuera plata y la examinas
como a un tesoro, entonces entenderás el temor de Jehová y hallarás el
conocimiento de Dios.»

No es necesario que leas diez capítulos cada vez. Es más importante
que hagas lo del varón bienaventurado del Salmo 1: «Medita en lo que
lees. Aunque sea poca lectura. Emplea mucho tiempo en la meditación de
la Palabra de Dios».

Atesora cada idea, cada concepto, cada mandamiento, cada enseñanza.
Guárdalos en tu corazón. Anótalos en algún cuaderno y vuelve a
repasarlos en los días siguientes. Asegúrate de que quedarán en tu
corazón. Reflexiona varias veces sobre ellos.

Billy Graham dijo de su suegro:

«Nunca fue un hombre de letras, pero tenía la costumbre de comenzar su
día muy temprano y en oración y lectura profunda de la Palabra de
Dios. Cuando murió, después de una larga vida, Dios lo había
convertido en una biblioteca bíblica ambulante. Sus palabras
derramaban sabiduría.»

Cuando nos comunicamos con Dios a través de la oración y de la lectura
de la Biblia, es imprescindible que tengamos un corazón que escucha.

Si quieres ser como Jesús, deja que Dios se apodere de ti. Pasa tiempo
escuchándolo hasta que recibas su lección para el día. Luego,
aplícala.

C.S. Lewis decía:

«El momento en que se levanta cada mañana sus deseos y esperanzas para
ese día se le acercan en tropel como animales salvajes. La primera
tarea de cada mañana consiste en hacerlos retroceder; en escuchar esa
otra voz, tomar ese otro punto de vista, permitir que esa otra vida,
más grande, más fuerte, más tranquila, entre y fluya»

Cuando vayas a encontrarte con Dios no permitas que las ansiedades de
la vida te invadan. Entrégale sus cargas a Dios, espera en él, y él
hará.

Asimismo, entrégale a él sus pensamientos y sueños al ocaso. Cuando ya
el día terminó busca su rostro y déjate conducir serenamente por los
brazos de Dios. Descansa, literalmente, en él. Que tus últimas
palabras del día sean para él.
No tiene que ser nada armado, ni largo, ni teológico. Sólo dile que lo
amas y que descansas en él confiado, como un bebé en brazos de su
madre.

Deja que Dios te ame

Todos los que somos padres sabemos qué lindo es estar con los hijos.
Jugar con ellos. Desarrollar una relación. Cuando llegamos a casa
luego de un largo día, es reconfortante ver con qué amor nos reciben
nuestros hijos. Quieren jugar con nosotros. Quieren que los mimemos,
que los acariciemos y que les digamos cuánto los queremos. Ellos
quieren disfrutar del amor que les damos.

¿Has pensado alguna vez que Dios quiere hacer lo mismo con nosotros?
Quizás digas: “¡Él nunca me diría esas cosas!”. ¿No? Ya te las dijo.
¿Por qué no las repetiría?

Dios ya nos dijo:

«Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi
misericordia» (Jeremías 31.3)

En el NT agrega:

«Yo estoy seguro de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la
vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni los espíritus, ni lo presente,
ni lo futuro, ni los poderes del cielo, ni los del infierno, ni nada
de lo creado por Dios. ¡Nada, absolutamente nada, podrá separarnos del
amor que Dios nos ha mostrado por medio de nuestro Señor
Jesucristo!» (Romanos 8.38-39)

Un tesoro escondido desde los siglos en Sofonías 3.17 nos dice:

«Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti
con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos»

Leámoslo una vez más:

«Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti
con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos»

¿Quién personifica a la voz activa aquí? Es decir, ¿quién ejecuta la
acción? ¿Quién es el receptor de la acción?

Dicho de otra manera,

¿Quién es el que salva? DIOS
¿Quién es el que se gozará sobre ti? DIOS
¿Quién callará de amor? DIOS
¿Quién se regocijará sobre ti con cánticos? DIOS

Tendemos a pensar que nosotros somos los cantores y que es Dios a
quien cantamos. En la mayoría de los casos es así, pero evidentemente
hay ocasiones cuando no es así sino que es Dios quien nos canta
gozándose por nosotros. A veces, Dios quiere que nos quedemos callados
y quietos para gozarse sobre nosotros y amarnos con ese amor eterno e
indestructible que tiene para darnos.

¿Que no lo merecemos? Si es verdad. Tampoco Judas merecía que Jesús le
lave los pies minutos antes de concretar su traición, pero lo hizo.
Tampoco Pedro merecía que le prepare el desayuno luego de haberlo
negados tres veces, pero lo hizo.

Recordemos entonces:

• Un tiempo y lugar especialmente separados para Dios
• Una Biblia abierta sobre nuestro regazo
• Un corazón abierto para escuchar la voz de Dios y dejar que nos ame




http://www.bibbiablog.com/2010/10/05/en-la-intimidad-con-dios/?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+bibbiablog%2Fnewfeed+%28BIBBIABLOG%29&utm_content=FaceBook
Reply all
Reply to author
Forward
0 new messages