Con María, aprendiendo de su admirable Asunción

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Sep 23, 2010, 11:52:36 AM9/23/10
to LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA
Con María, aprendiendo de su admirable Asunción
Desde el día de la Asunción pude ser más plenamente madre de todos,
fuera ya de los límites del tiempo.
Autor: María Susana Ratero | Fuente: Catholic.net



Toda tu vida, María Santísima, es para tus hijos enseñanza y camino.
Al meditar sobre tus días, tus pasos, palabras, silencios y gestos de
amor, hallamos respuesta a nuestro dolor, nuestras dudas, tristeza o
soledad. Desde tu ejemplo y compañía aprendemos a caminar, en el alma,
los senderos de tu Hijo.

Y no sólo es tu vida la que nos enseña, Madre, sino también los
hermosos regalos con que el Padre, enternecido de amor por tu gracia y
fidelidad, te ha adornado.
Uno de esos regalos es tu Admirable Asunción.

¡Ay, Madre, cuánto me gustaría pedirte que me dejaras caminar cerca de
ti en ese último día! Sí, ese último día tuyo entre nosotros en que el
sol te habrá besado con más fuerza y las flores se deshicieron en
perfumes para acompañarte... ¡Y los pájaros!!! Seguro se habrán
alborotado en los árboles cercanos, acomodándose en los mejores sitios
para deleitarte con sus gorjeos...

Madre, el más pequeño de los pajarillos es más digno que yo de hacerte
compañía. Pero aún así, desde mi nada, mi alma se atreve a soñar que
te despide en un mediodía pleno de perfumes y trinos.

- Hija, aunque me acompañases y despidieses, como tú dices, de poco te
serviría si no intentas meditar el significado de este regalo de amor
de Dios en tu propia vida.

-¿Cómo se hace eso Señora?

- Intentaré explicarte. Desde el día de la Asunción pude ser más
plenamente madre de todos, fuera ya de los límites del tiempo. Y no
solamente Madre para que me llames en los problemas temporales que te
inquietan sino, por sobre todo, Madre para acompañarte en el camino
hacia mi Hijo. Madre para que comprendas que, a cada instante, Dios te
está dando oportunidades para que le descubras, para que te venzas en
aquellos defectos que más opacan tu corazón. Quiero que un día todos
estén aquí, en la gloria de Dios Padre. Poder abrazarlos y decirles
cuanto les he amado, cuanto les amo.

- ¿Podré, entonces, abrazarte un día, María?

- Querida, eso no depende de mí, sino de ti. Yo puedo ayudarte y, de
hecho, lo hago. Por ejemplo, te he dado a ti, a todos, el Santo
Escapulario del Carmen. Pero por sí mismo no puede salvarte. Eres tú
la que debe conservarse, el mayor tiempo posible, en estado de gracia.
Mi Hijo les ha dejado el Sacramento de la Reconciliación y se ha
quedado con ustedes en la Eucaristía. Los medios están, hija. Pero, si
los aprovechas o no, si los valoras o no, ésa es ya tu propia
decisión. El camino es tuyo ¿comprendes? Nadie puede recorrerlo por
ti. Y el camino es interior. Es más difícil para ti llegar a descubrir
las profundidades de tu corazón que trepar una montaña para llegar a
un santuario. Y muchas veces eliges la montaña ¡Y no te bastaría toda
la cordillera si no te decidieras a conocerte a ti misma y cambiar de
ti lo que te aleja de mi Hijo! ¿Puedes comprender?

- Ay Madrecita... cuánto debo caminar, aún, hacia los desconocidos
paisajes de mi corazón.

- Debes saber que allí encontrarás cosas hermosas, como por ejemplo
los dones que el Espíritu Santo te ha dado en el Santo Bautismo y aún
no has utilizado. ¡Úsalos antes de que te sean quitados! También
hallarás vanidades, egoísmos y rencores ¡Arráncalos antes de que te
ahoguen! Entonces hija, estarás caminando hacia el corazón de Jesús.
Hacia mi corazón. Ambos te esperamos al final del camino. Sé que no
será tarea fácil, que algunas veces tendrás pequeñas victorias y otras
sentirás que no puedes avanzar ni un paso. No te angusties hija, tú
sólo mantén el deseo de caminar hacia Jesús, que Él te irá proveyendo
los medios. Eres libre, hija. Nadie puede impedirte recorrer este
camino. Aunque estés lisiada y postrada en una cama puedes realizar,
dentro de ti, excursiones que no lograría el mejor de los alpinistas.


Voy comprendiendo, Madre, voy comprendiendo... poco a poco. No me es
fácil, pero sé que estás allí, detrás de cada alegría y de cada
dolor.

Se que tu Asunción es “una anticipación de la resurrección de los
demás cristianos”(*). Y, al imaginarte en ese día pleno de trinos,
flores y sol sereno, hallo las fuerzas para caminar según tus
consejos.
Madre, debo ahora comenzar a armar la mochila para la peregrinación a
mi interior. Para ello, consultaré con los que puedan aconsejarme.

Hablare con mi sacerdote, le pediré su consejo y guía. Seguro me
recomendará buenos libros que serán como carteles luminosos en medio
de la noche señalando el camino. Además, no debo olvidar la mejor de
las brújulas. El Santo Rosario.

- Ve, hija, ve. No tengas miedo. Alimenta tu alma con la Santa
Eucaristía, y alivia tu carga con la Confesión. Sé que será éste el
mejor de tus viajes.
Es hora de partir. Te abrazo con el alma y me sonríes.

- Feliz fiesta de la Asunción, Madre querida.

- Feliz viaje, hija mía.

(*)Catecismo de la Iglesia Católica


NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en
mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella,
basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos
sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca.
El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones
parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención
sobrenatural alguna."

María Susana Ratero.

Catholic.net

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