¡Qué grande es Nuestro Señor Jesucristo!

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CENTRO ANTI-BLASFEMIA

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Sep 23, 2010, 11:53:58 AM9/23/10
to LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA
¡Qué grande es Nuestro Señor Jesucristo!
Durante su vida en la tierra, aunque era el Hijo de Dios, Cristo vivió
en humildad, se hizo todo para todos a fin de salvarnos.
Autor: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net



Jesucristo ha sido constituido el centro del universo. Todo fue creado
por Él y para Él, todo se mantiene en Él, y Jesucristo será el único
Soberano de todas las cosas en los siglos eternos. ¡Qué grande es
Nuestro Señor Jesucristo, y qué orgullosos estamos nosotros de su
gloria!

Durante su vida en la tierra, aunque era el Hijo de Dios, Jesucristo
vivió en humildad, se hizo todo para todos a fin de salvarnos a todos,
y sólo a partir de su resurrección aparece en todo el esplendor de su
grandeza. Sin embargo, aún no se ha manifestado toda la gloria suya.
Hemos de esperar al fin, cuando vuelva a dar la mano definitiva al
mundo y a cerrar la historia de todas las cosas. Sólo entonces veremos
sometidos a Jesucristo los seres todos del cielo y de la tierra, y
celebraremos su Reino que no tendrá fin.

Todo esto es muy bonito. Todo esto, entusiasma. Pero, ¿nos damos
cuenta de lo que nos exige?...

En la revolución mexicana, que cubrió de mártires nuestra América, un
joven de veintitrés años abandona su magnífico puesto en el Banco
Internacional de México y se enrola en las filas de los católicos que
luchaban por defender la Religión perseguida. Una bala perdida le
atraviesa las dos piernas, pierde el sentido, cae prisionero, y,
recobrado el conocimiento, le pregunta el coronel:
- ¿De qué partido es usted?
- Soy un defensor de Cristo Rey.
- ¿Qué grado tiene?
- Capitán primero.
- ¿Se rinde?
- No, no me rindo.
- Deme su revolver.
- Tómelo, y máteme si quiere. Pero antes déjeme gritar: ¡Viva Cristo
Rey!
El coronel disparó el arma, le destrozó al valiente muchacho la cabeza
con las balas, y con aquellos disparos le abría las puertas del Cielo,
el Reino glorioso de Jesucristo.

Como este joven mártir, nosotros, bien penetrados de la fe cristiana,
miramos en Jesucristo al Soberano que dicta leyes, al Jefe que
gobierna, al Juez que pedirá cuentas. Y nos rendimos ante Jesucristo.

Con la mentalidad democrática que rige nuestros pueblos, nos cuesta
aceptar un jefe absoluto, al que llamamos dictador; no nos sometemos a
nadie sino al pueblo soberano, como decimos; y jamás aceptaríamos una
justicia que no se rigiera por las normas que nosotros mismos le hemos
impuesto. Así es nuestra democracia, así pensamos, y esto es lo único
que aceptamos.
Pero ante Jesucristo hemos de cambiar de parecer.

Jesucristo no es un dictador que oprima a nadie ni un hombre sin
corazón. Es un Soberano lleno de amor que no busca sino nuestra
salvación.

Pero el único legislador es Jesucristo, y no una asamblea
constituyente, con diputados elegidos por nosotros.

El único que manda es Jesucristo, porque es el Señor.

El que tendrá la última palabra es Jesucristo, porque ha sido
constituido Juez de vivos y muertos.

Ante este Jesucristo nos jugamos la vida.
Aceptar a Jesucristo es aceptar su Persona, su doctrina y sus
mandatos.

Por desgracia, no todos aceptan a Jesucristo de manara incondicional.
Son muchos los que lo rechazan. No admiten a nadie que esté sobre sus
cabezas. No quieren a ninguno que les venga a fastidiar la vida de
placer a que se entregan...

El orgullo y la sensualidad son los dos grandes enemigos de Cristo.

Sin embargo, Jesucristo se ofrece y actúa como Salvador antes que
ejercer sus poderes de Juez.
Ha dejado su Iglesia en el mundo como signo del Reino y encargada de
llevar adelante el Reino de Dios hasta que Jesucristo vuelva. Y aquí,
en la Iglesia y su Vicario el Papa, es donde tropiezan también muchos.
Al aceptar a Jesucristo en su Persona y no en sus representantes ni en
su Iglesia, vienen a rechazar al mismo Jesucristo, que dijo:
- Id y enseñad... Con vosotros estoy... Quien os acoge a vosotros me
acoge a mí, y quien a vosotros rechaza me rechaza a mi y al Padre que
me envió.

Cuando nosotros hablamos así de Jesucristo y salimos con energía por
sus derechos, podemos dar la sensación de que nosotros somos más
rigurosos que el mismo Jesucristo. Pero esto es una equivocación
completa. Jesucristo no es nada riguroso, porque es Rey de amor y Rey
de paz.

Nuestra lengua puede subir un poco el tono, pero tampoco somos
rigurosos. Lo que nos pasa es que nos duele, como le dolía a Pablo, el
ver que hombres, hermanos nuestros, rehusan someterse a Jesucristo,
porque con ello hasta pueden poner en peligro su salvación. Y este
miedo nos hace cambiar un poquito la voz...

Nosotros, creyentes, no ponemos condiciones a Jesucristo. Que mande.
Que pida. Que nos gobierne por su Iglesia. No nos pide que dejemos el
puesto en el Banco ni que entreguemos la pistola al enemigo para que
nos abra la cabeza. Pero nos pide el amor del corazón, y se lo damos
entero. Nos pide la obediencia a su Iglesia, y no nos ponemos a
discutir. Y así, tranquilos, esperamos su venida, y hasta le pedimos
que la acelere, pues estamos impacientes de encontrarnos con Él: ¡Ven,
Señor Jesús!... .

Salvador Gurtiérrez de Mora, 19-Mayo-1927.

P. Pedro García Cmf

Catholic.net

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