Proteger al amor matrimonial

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CENTRO ANTI-BLASFEMIA

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Oct 6, 2010, 3:58:01 PM10/6/10
to LA SAGRADA BIBLIA Y LA VIDA CRISTIANA
Proteger al amor matrimonial
El amor verdadero no busca la independencia; no busca la "liberación"
de todos los vínculos y responsabilidades. Al contrario, impulsa a
actuar justo al revés: se entrega, y no anhela nada más que atarse
para siempre a quien quiere ¡y no dejarle nunca más
Autor: Jutta Burggraf | Fuente: Sontushijos.org


El amor verdadero no busca la independencia; no busca la "liberación"
de todos los vínculos y responsabilidades. Al contrario, impulsa a
actuar justo al revés: se entrega, y no anhela nada más que atarse
para siempre a quien quiere ¡y no dejarle nunca más!

Alianza objetiva

Estos son los grandes deseos, los grandes impulsos naturales del amor.
Sin embargo, todos conocemos las flaquezas de nuestra naturaleza: hoy,
sentimos gran pasión por una persona; mañana, quizá, por otra. Por
eso, no bastan los deseos de fidelidad; no bastan las promesas
secretas o clandestinas. Hace falta llegar a una alianza objetiva:
comprometerse también cara a la sociedad, lo que se traduce en este
caso en contraer un matrimonio.

Esta alianza es una protección del amor. Es como decir a otra persona:
"Yo te quiero verdaderamente, y siempre quiero quererte. No sé todo lo
que pasará a lo largo de la vida. A lo mejor, hay tentaciones y
conflictos. Pero tengo la voluntad de superarlas, y para probártelo,
te doy una promesa oficial."

Conocemos los grandes navegantes de la mitología griega. Estos
prometían a sus amigas y amantes volver a casa, después de algún
tiempo de aventuras y trabajos, pero nunca volvían. En el mar,
escuchaban los cantos de las sirenas, quedaban fascinados y cambiaban
de rumbo para estar con ellas. Las mujeres no los veían nunca más...

Pero hubo uno -Ulises- que previó el peligro. Quiso que sus compañeros
le ataran al mástil de la nave. Cuando pasaron por la isla de las
sirenas, también él escuchó su canto maravilloso, también él se quedó
fascinado, pero no podía seguir las voces y los cantos de las sirenas,
ya que estaba atado. Así, las sirenas no pudieron seducirle. Fue el
único que volvió a casa.

Toda persona -incluso el más acérrimo crítico del matrimonio- anhela,
si es sincero consigo mismo, tener alguien en quien poder abandonarse
completamente, alguien que siempre esté con él, pase lo que pase, que
confíe en él también cuando todo está en contra suya; también cuando
sufre fracasos y enfermedades, cuando se hace mayor y más débil.

Nuevos retos

Cada uno desea, en el fondo de su corazón, tener una persona segura,
de confianza, a su lado. ¿Porqué, entonces, experimentamos hoy, que
tantos hombres y mujeres rechazan de lleno el matrimonio? Muchos de
ellos, quizá, no rechacen el matrimonio "en sí", sino un tipo de
matrimonio lleno de mentira y de traición tras una imagen respetable.
Rechazan a los matrimonios que se cierran, ponen barreras, no tienen
amigos, viven una vida cómoda y aburguesada. Hay quienes buscan nuevos
caminos, más interioridad y autenticidad, y -por desgracia-terminan
frecuentemente en la confusión.

La crítica es dura, pero nos puede servir para plantear de nuevo la
vida matrimonial. Es decir, el matrimonio no es anacrónico, pero
tampoco debemos vivirlo de un modo que llaman "burgués", con estrechez
de miras y falsedad, mirando más el aspecto externo que el amor
verdadero entre las personas que lo componen.

Uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo consiste en demostrar
que el matrimonio es atractivo, también para los hombres y las mujeres
de nuestro tiempo. Y que, realmente, es el amor el que reina entre los
esposos. Conviene demostrar, en definitiva, que la fidelidad
matrimonial es posible y que lleva a una felicidad mucho mayor que el
amor "espontáneo": éste puede ser muy apasionante, pero queda
inmaduro, si huye de la entrega definitiva. Hoy en día, hacen falta
parejas que sean un ejemplo de que el matrimonio, como vida en común
indisoluble, es la mejor garantía para la felicidad de toda la
familia, y para ellos mismos, en la juventud, en la madurez y en la
ancianidad.

El matrimonio no es anacrónico en absoluto. Pero es un reto -hoy más
que nunca- mantenerse unidos uno al otro, también en tiempos de crisis
o de poca comprensión. Todo matrimonio pasa por crisis, igual que toda
persona, cuando crece, experimenta sus crisis de desarrollo. Es muy
normal, que haya momentos duros en la vida. Uno nota monotonía,
desazón, quizá la falta de una plena realización profesional; ve que
los planes se derrumban y que los hijos son muy distintos de lo que se
deseaba. A veces, con los años aparece el remordimiento de no haber
dado al otro todo lo que se le podía haber dado... Pero, toda crisis
trae consigo un cambio, y puede ser un cambio hacia una madurez mayor,
hacia una confianza más plena.

El día de la boda no es la última estación, sino al contrario, es el
comienzo de la verdadera aventura de la vida del amor. Si se tiene la
conciencia clara de que el matrimonio dura hasta la muerte, entonces
se esfuerza uno mucho más para hacer de él una empresa atractiva.

Consejos concretos

¿Cómo se puede llegar a superar las dificultades? ¿Cómo se puede
conseguir que el matrimonio sea feliz? No hay recetas fijas. Pero
podemos reflexionar sobre lo que puede facilitar la vida cotidiana.

1. Amor decidido. Si, al contraer matrimonio, los cónyuges son
conscientes de que toman una decisión de por vida y tienen la firme
voluntad de permanecer unidos hasta el final, pase lo que pase, en
tiempos de sol y de lluvia, de nieve, hielo y tormenta, entonces
pueden desarrollarse libremente, en un clima de seguridad y de
confianza.

Conviene perder el miedo a las crisis. Conflictos y divergencias de
opiniones existirán siempre allí donde varias personas viven en
estrecho contacto. Lo decisivo es la actitud que se adopta ante
aquellas situaciones difíciles: aprovechar la oportunidad de estrechar
los lazos de unión, superando juntos las dificultades, buscar el
camino de la reconciliación. A menudo, esta disposición a perdonar es
la única esperanza en el camino hacia un nuevo comienzo. Con los años
un cónyuge va amando al otro más y más porque quiere amarle, porque se
ha decidido por el otro de por vida, y está dispuesto a soportar
desilusiones.

2. Respeto mutuo. Hoy en día, casi nadie duda de que el hombre y la
mujer se encuentran en el matrimonio uno junto al otro con la misma
dignidad, para enfrentarse unidos a la vida: que son, en definitiva,
de la misma altura; que tienen los mismos derechos y deberes. Hay, a
veces, mucha independencia social y económica entre los cónyuges y, a
la vez, una gran dependencia afectiva, que los une de un modo casi
enfermizo. Pero sólo aquel que es interiormente libre y autónomo puede
entregarse a los demás. Por tanto, hay que reconocer también la
necesidad de mantener una sana distancia en el matrimonio. La vida en
común no debe convertirse en una atadura o cárcel que restringe la
libertad del otro. Un cónyuge no puede quitar al otro el aire para
respirar, la posibilidad de desarrollarse y llevar adelante
iniciativas propias, pensamientos o planes personales: para llegar a
una profunda unidad, es necesario seguir siendo dos personas
individuales.

No se ama al otro, mientras no se le ama en sí mismo. El "tú" no es la
prolon­gación del "yo". El "tú" es el misterio del otro que pide ser
afirmado en sí mismo. No existe verdadero amor entre un hombre y una
mujer, si no se experimenta -incluso en este amor, que hace de ambos
una sola carne- un cierto desapego.

3. Apertura a la vida. Un matrimonio en el que el marido y la mujer
viven pendientes sólo el uno del otro, y en sus vidas no hay lugar
para nadie más, acabará por cansarse y amargarse. Un matrimonio
verdaderamente feliz descubre continuamente nuevos horizontes, está
abierto a otras personas, también a una futura descendencia. Tiene el
valor de transmitir la vida, de conservarla, de amarla y de velar por
su desarrollo.

Pero, si la unión sexual se entendiera exclusivamente como la
procreación de descendientes, se denigraría al cónyuge al tratarlo
como un simple medio; en última instancia se abusaría de él. Esto ha
sido reconocido generalmente en nuestro tiempo de manera muy clara.
Más, de la misma manera se humilla al cónyuge si se hace de él un mero
objeto de placer. En cambio, si están integrados en el amor
matrimonial tanto el deseo de tener hijos como la búsqueda de la unión
sexual, se puede considerar conseguida la relación.

La fecundidad hace del matrimonio una familia. Por supuesto, los hijos
traen consigo desorden e incomodidades para la vida de la pareja,
hasta entonces tran­quila, ordenada y controlable. Pero en vez de
considerar la maternidad como una esclavitud, hace falta convencerse
de nuevo, de que existe una felicidad más profunda que la de la
satisfacción por el dinero y el éxito; que no sólo los padres ayudan a
los hijos, sino que también los hijos ayudan a sus padres a madurar
espiritualmente (precisamente a través de las preocupaciones que
aquellos originan). Los adultos pueden aprender mucho de sus hijos.

4. Sentido del humor. La mejor educación es la convivencia familiar
alegre y armónica. "Cuando hayas estado un día entero sin reír, habrás
perdido totalmente ese día". Este lema es muy importante precisamente
para la vida cotidiana de la familia. Las personas carentes de humor e
incapaces de reír llevan una vida poco atractiva. Los matrimonios y
las fa­milias, que han dejado de reír, están perdidas.

En cambio, el que tiene sentido del humor, puede olvidarse de sí
mismo, y de este modo está libre para los demás. Todos tendemos a
veces a plantearnos problemas existenciales por cosas insignificantes,
y esto afecta a las relaciones entre los hombres. Debemos esforzarnos
por no contemplar las múltiples cosas pequeñas de la vida cotidiana
desde su aspecto negativo. Cada cosa, como es sabido, tiene dos caras,
y vale la pena centrar la vista en aquella cara de la que podemos
reírnos a gusto, o al menos sonreír.

Una persona que se siente querida por su familia, también es capaz de
amar; recibe fuerza y apoyo para la lucha diaria. Sólo el que se
siente feliz, puede regalar paz, alegría y optimismo a otros; sólo
quien se siente protegido, puede ofrecer apoyo y fortaleza. Únicamente
quien tiene iniciativa, puede transmitirla y atreverse a cambiar el
mundo. En una familia sana, los miembros serán capaces de desprenderse
unos de otros y lanzarse activamente al mundo con generosidad. Están
abiertos a los problemas de los demás, saben lo que es la amistad, y
están dispuestos a gastarse en servicio al prójimo, desinteresadamente
y sin miedo a interrumpir con ello la tranquilidad de la tarde.

Comentarios al autor: jbur...@unav.es

Jutta Burggraf: Doctora en Psicopedagogía. Doctora en Sagrada
Teología.
Profesora Agregada de Teología dogmática.
Áreas de investigación e intereses: Teología de la creación, Teología
ecuménica, Teología feminista.
Especialista en temas de familia y matrimonio.



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