Que la señora Villarán hiciese muy bien en no rendirse pese a la hecatombe del jueves, empero, no quiere decir que ella no tuviese responsabilidad en la misma. (Fotos: El Comercio)
La señora
Villarán ha logrado desalojar el mercado mayorista de
La Parada. Luego del sangriento e impactante desastre del jueves pasado, podría haber cedido y vuelto al “diálogo” –de hecho, en sus ambivalentes declaraciones desde Nueva York dio la impresión de que estaba contemplando con seriedad esa opción–. Sin embargo, no lo hizo. Insistió en imponer la ley y, finalmente, con una mejor operación por parte de la policía, logró hacerlo. Eso es algo que a nosotros nos alegra y por lo que la felicitamos con sinceridad.
Que la señora Villarán hiciese muy bien en no rendirse pese a la hecatombe del jueves, empero, no quiere decir que ella no tuviese responsabilidad en la misma y, por lo tanto, en el altísimo costo que finalmente ha tenido el traslado a Santa Anita. La tuvo y muy grande, por dos motivos.
El primero, porque hace dos años, cuando subió al cargo, tenía a los 250 mayoristas que manejan el 90% del negocio en La Parada a favor del traslado a Santa Anita. Villarán pudo entonces mudar el mercado pacíficamente y no lo hizo a causa de lo que demostró ser una falsedad: dijo que Santa Anita no podía ser inaugurada como se la había dejado la gestión anterior porque faltaban pabellones, y que ella los construiría. Dos años después, inauguró el nuevo mercado con exactamente el mismo número de pabellones pero con la mayoría a favor del traslado ya disuelta: el tiempo había sido usado por quienes tenían intereses económicos en impedir este traslado para hacer labor de zapa y destruir la mencionada mayoría, logrando que nadie se mudase cuando Villarán finalmente dijo “ahora”. Acto seguido, ella entró en un período de vacilaciones y contradicciones –llegando incluso a declarar que “nunca” había “hablado de trasladar La Parada”– que solo envalentonó a sus enemigos del mercado.
El segundo, porque, como lo ha reconocido la propia alcaldesa –y como correspondía– ella había coordinado cercanamente con la policía cómo iba a ser la operación y le había parecido muy bien cómo había sido planteada. Esto, porque no esperaba una respuesta violenta –sabe Dios por qué no– si cerraba las vías de suministro de los comerciantes de La Parada (“esto nunca debió suceder [...] una turba armada y violenta arremetió contra una operación pacífica, sin armas, de cierre de acceso de camiones…”). Sobre la base del mismo razonamiento, la alcaldesa llegó a declarar, pese al desastre y para la perplejidad general, que la operación había sido “perfectamente planificada”.
Por otra parte, también ha quedado una gran incógnita en el aire sobre la coincidencia de la operación con el día en que el Reniec acabaría el conteo de las firmas para pedir la revocación. ¿Presionó la municipalidad a la policía para ejecutar la operación ese día (en lugar, por ejemplo, del próximo feriado, cuando muchos de los comerciantes habrían viajado a provincias) porque buscaba un éxito grande que hiciese olvidar que se habían logrado contar las 400.000 firmas válidas a favor de la revocación? Villarán y sus lugartenientes juran que no sabían cuándo se realizaría el bloqueo-desalojo, pero eso no se condice bien con las declaraciones que todos ellos han hecho en el sentido de que venían en constante coordinación con la policía. Si coordinaban constantemente sobre la operación pero la policía no les informó su decisión de algo tan central como la fecha en que se llevaría a cabo, ¿de qué trataban sus coordinaciones? Y no es solo raro que la policía “no les haya dicho”; lo es aún más que ellos no se lo hayan preguntado.
Villarán, en suma, no ha salido cubierta de gloria, como lo pretenden algunos, de todo este episodio. Tuvo la victoria final, pero esa victoria final fue obtenida a un costo terrible que hubiera podido ser evitado si no hubiese sido por sus torpezas –y por lo que aparentemente fueron maniobras de manipulación política–. Con todo, sin embargo, una vez que finalmente se decidió por ello, sí tuvo el mérito de insistir con no ceder frente al chantaje de la violencia y con imponer el Estado de derecho, y eso es algo suficientemente raro entre nuestras autoridades como para devolvernos, cuando ya creíamos haberla perdido toda, una pequeña esperanza sobre el futuro de su gestión