Drogadictos de quienes no se habla
Por: Arturo Guerrero 25 Ene 2019 - ElEspectador
¿Qué clase de droga adictiva es el poder? ¿Por qué vuelve locos a los hombres? ¿Por qué esta sustancia alucinógena los convierte en dioses de sí mismos? Estas preguntas están en la base de todas las teorías de las ciencias políticas, que de ciencias tal vez tengan lo mismo que la astrología tiene de astronomía.
Sobre el altar del poder se asan y chamuscan en sacrificio la familia, la ética, los amigos, las ideologías, las causas altruistas. El único valor sobreviviente es el interés personal. Y el interés es insaciable; mientras más se complazca, más sed seca el gaznate del prepotente.
El narcótico del poder resulta más incisivo que las sustancias naturales y químicas que infestan los mercados prohibidos. Pero el poder es legal, no es perseguido, más aún es el tronco en torno del cual giran las constituciones y las leyes. Cómo será de aceptado que los pichones de tirano aseguran que todo colombiano aspira a ser presidente de la República. Así, respiran por su propia herida.
Al respecto no hay estadísticas. Si se hicieran, concluirían que el poder es la adicción más mortífera del país. La libido del poder mata más gente que el cáncer y la depresión sumados. Esta epidemia se cuela por los intersticios de todas las clases sociales, profesiones, edades, géneros. No se salva ni el gato.
Un candidato a la segunda posición nacional es denunciado públicamente por su exesposa quien le enrostra maltrato sicológico, incumplimiento económico con sus hijos, consumo de licor y otras hierbas. En el momento de recapitular sus quejas, la intrépida ofendida atribuye su mayor amargura a la voracidad por el poder en que cayó quien fue su marido durante 20 años. En su orden de prioridades primero estaba el poder, relegada quedaba la familia y todo lo demás.
Una grabación acuciosa pone en su sitio al recién posesionado director de un medio de comunicación estatal. Primero negó haber instaurado censura contra el presentador de un contenido exitoso. Su propia voz, ahora, lo desdice y lo muestra como un insuflado emperador que interroga y da órdenes arbitrarias a un séquito de asesores temblorosos. Es el pequeño tirano que consiguió trepar.
Este par de casos no pertenecen a la cúspide del poder. No tratan sobre Trump, Putin, Kim Jong-un, Maduro ni sobre nuestro espécimen tropical. Son relevantes porque ilustran acerca de los primeros o segundos pasos de los contagiados por la adicción al poder. A estos polluelos de déspota les han brotado las primeras plumas y se creen ya águilas caudales.
Es hora de declarar la ambición de poder como asunto de salud pública. Con el agravante de quienes sufren de semejante dolencia son o serán responsables de la conducción de extensas sociedades. Habría que inventar una cura para desintoxicar a estos enfermos, no sea que su locura nos siga manteniendo en la afligida situación de estirpes condenadas a cien años de soledad.