(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)
(Felices Fiestas Julianas a todo Guayaquil 2007. Este libro
se lo dedico a cada una de sus familias, dentro y fuera de su
gran ciudad natal, en su mes de celebraciones culturales por
su independencia. Que nuestro Padre Celestial siga
bendiciendo a nuestros pueblos en todas nuestras ciudades
americanas, y que sólo la paz, el amor, la verdad, la
justicia, la unión en el Espíritu de Dios y su prosperidad
infinita reinen en nuestras familias día a día y por siempre,
en el poder glorioso de la invocación de nuestro salvador
celestial, ¡el Señor Jesucristo! ¡Felices Fiestas Julianas a
todos!)
UN NUEVO CORAZÓN DE DIOS EN NOSOTROS
Nuestro Dios necesita cambiar nuestros corazones y su
espíritu humano, también, no con cualquier corazón de ángeles
o de otros seres santos del cielo, sino por el mismo corazón
y espíritu sagrado de su Árbol de vida, ¡el Señor Jesucristo!
Ese es el corazón de Dios, y ese es el corazón que Dios soñó
para el hombre de su creación infinita. Porque sólo del
corazón, del espíritu de la sangre y de la vida del Señor
Jesucristo, ha de vivir en su nueva vida infinita del nuevo
reino de los cielos, en el más allá, y más no con el corazón
y con su espíritu rebelde de siempre de Adán y de Eva, en la
vida de sus descendientes, por ejemplo.
Ya que, esto es pecado y profundas tinieblas para nuestro
Dios, para su Espíritu Santo y para sus huestes angelicales
del reino celestial. Y sin el corazón y el espíritu de su
Hijo amado, nuestro Padre Celestial no desea vivir con ningún
ángel del cielo, ni con ningún hombre, mujer, niño o niña de
la humanidad entera, comenzando con Adán y Eva, por ejemplo.
Fue por esta razón, de que después de Dios haber creado al
hombre en sus manos santas, entonces luego lo llevo a la
presencia sagrada de su Árbol de vida eterna, para que de él
reciba, por medio de su fruto de vida, de su espíritu y de su
corazón santo, en su pecho y en toda su vida, también.
Y sólo así Dios iba a estar feliz y contento con Adán y con
cada uno de sus descendientes, en todos los lugares del
paraíso y de su inmensa creación, también. Porque Dios desea
vivir en perfecta paz, felicidad y gloria infinita de su
nueva vida del nuevo reino de los cielos, como la nueva
ciudad celestial del cielo, prometida a los patriarcas de la
antigüedad de Israel: La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del
gran rey Mesías y de sus pueblos eternos.
De hecho, esto era algo muy importante de Dios hacer en la
vida de Adán y de cada uno de sus descendientes, para así
entonces asegurarse, de que su espíritu de amor hacia Él y
hacia su nombre santo, iba a ser muy bien recibido y sin
problema alguno, en cada uno del corazón de ellos, para
siempre. Porque Dios necesitaba al hombre y a la mujer, que
le conociesen a Él, como su Dios y como su único Creador
Celestial, "por el espíritu de amor y de santidad infinita",
los cuales sólo pueden ser posibles y emanar del corazón
sagrado, del pacto eterno de la sangre milagrosa, de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!
Porque, además, nuestro Padre Celestial no puede esperar
gloria y honra del corazón del hombre, de la mujer, del niño
y de la niña de toda la tierra, si no tienen un corazón y un
espíritu en sus pechos, como el corazón y el espíritu noble
de su Árbol de vida, el gran rey Mesías, por ejemplo. Dado
que, es totalmente imposible que un ser viviente, como los
ángeles del cielo o como los hombres del paraíso o de la
tierra, entonces puedan realmente servirle a Él y a su nombre
santo, si el corazón y el espíritu del Señor Jesucristo no
están en ellos, en la tierra o en el reino de los cielos, por
ende.
Además, nadie podrá jamás conocer a Dios, ni menos
entenderle, como sólo el corazón sagrado del Señor
Jesucristo: "le conoce y le entiende, en su espíritu
sobrenatural e infinitamente glorioso, también". Y es por
ésta razón, que el hombre está en un grave problema
espiritual con su Creador, porque en su pecho no está el
corazón, ni el espíritu noble del Señor Jesucristo, el fruto
de la vida, el cual Dios le ofreció a Adán y a Eva, para que
ambos vivan y le conozcan, para servirle infinitamente en el
cielo.
Por lo tanto, no hay nada, ni nadie, en toda la gloria del
reino de los cielos y de la tierra, también, que
verdaderamente le pueda entregar éste corazón y con su
espíritu bendito del Señor Jesucristo, si no es el mismo
Espíritu Santo de Dios. Porque si hubiese existido alguien
además del Espíritu Santo y del Señor Jesucristo, que le
puedan proveer al hombre ese corazón y ese espíritu divino en
su pecho, para vivir y gozar la vida eterna, siempre
sirviendo a Dios y a su nombre santo, entonces ya hace mucho
tiempo atrás que Dios mismos lo hubiese revelado al mundo
entero.
Pero no es así; no hay nadie igual al Espíritu de Dios y al
Señor Jesucristo, para que pongan, por gracia y misericordia
infinita de Dios: un corazón y con su espíritu noble, igual
al del fruto de la vida eterna, del Árbol de vida de Dios, su
Hijo amado, ¡el Mesías del paraíso y de todos los tiempos!
Porque es sólo el Espíritu Santo, a través de la palabra, el
nombre y la obra sagrada de Jesucristo, la cual fue llevada
acabo sobre los árboles cruzados de Adán y Eva, sobre la cima
de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, para bendecir
al hombre de la tierra y así ninguno de ellos pierda su
bendición jamás.
Es por eso, que si nosotros deseamos complacer a Dios en
nuestras vidas, entonces tenemos que pedirle al SEÑOR que
"envíe a su Espíritu Santo" a nuestros corazones y a nuestros
espíritus humanos, también, para que nos bendiga día y noche,
con el corazón y con el espíritu bendito e infinitamente
obediente a la Ley de Dios, del Señor Jesucristo. Porque es
sólo el Espíritu de Dios quien puede realmente entrar en
nuestros corazones y en nuestros espíritus humanos, en
cualquier lugar y a en cualquier hora del día, para
transformarlos milagrosamente en el corazón y en el espíritu
sagrado del Árbol de la vida, nuestro único salvador
celestial, ¡el Gran Rey Mesías del paraíso y de la humanidad
entera!
Y sólo así entonces poseeremos en nuestros pechos un corazón
nuevo y un espíritu noble, mayor que los ángeles del cielo e
igual como el del Señor Jesucristo, para conocer a Dios y
agradarle a Él, en toda su verdad, sabiduría y justicia
infinita, en la tierra y en el cielo, para siempre. Es por
eso, que "el aceptar al Señor Jesucristo" en nuestros
corazones y en nuestros espíritus humanos, creyendo en él y
confesando su nombre milagroso con nuestros labios, es lo
correcto delante de Dios, de su Espíritu Santo y de sus
huestes celestiales, hoy en día y para siempre, en la
eternidad venidera.
POR ESO DICE EL SEÑOR: LES DARÉ UN CORAZÓN NUEVO Y UN
ESPÍRITU NOBLE
Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu noble dentro
de ustedes, en toda la tierra. Pues quitaré de su carne el
corazón rebelde y de piedra, para darles un corazón nuevo y
de carne santa, también, les decía nuestro SEÑOR a los
antiguos, porque deseaba que le amasen infinitamente, como su
Hijo amado y sus huestes celestiales le han amado sólo a él,
a través de los siglos y hasta nuestros días, por ejemplo. Es
por eso, que nuestro Dios siempre se mostró a los antiguos,
como un Dios misericordioso, perdonador del pecado y
abundante en amor y bondad infinita, para que le conozcan por
su nombre santo únicamente, en sus corazones y en sus
espíritus humanos.
Además, es por eso, que nuestro Dios ha creado muchas cosas
gloriosas en el infinito y así también en toda la tierra,
para la gloria venidera de su nombre santo, en su nuevo reino
de los cielos. Y desde que Dios decidió engrandecer su nombre
glorioso, en los corazones de todos sus seres creados del
reino de los cielos, entonces no ha dejado de crear muchas
cosas, y aun tiene planes para mayores cosas jamás pensadas
por los ángeles del cielo, ni por los hombres del paraíso o
de la tierra, de nuestros días, por ejemplo.
Es por eso, que nuestro Dios crea al hombre de toda la tierra
y luego a la mujer, como Adán y Eva en el paraíso, por
ejemplo, para que su nombre sea "sumamente glorificado en sus
corazones", sólo por medio del nombre sagrado del Árbol de la
vida, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Porque sin el
nombre del Señor Jesucristo viviendo en nuestros corazones,
entonces nuestro corazón no funciona, sino que se engaña a sí
mismo y se pierde infinitamente, en las profundas tinieblas,
ya existentes en su corazón, por las mentiras de Lucifer y de
la serpiente antigua del Edén, por ejemplo.
Y si nuestro corazón no funciona, como Dios lo preparo en el
pecho del hombre, en el día de su formación para que viva en
el paraíso, entonces "no le conocerá jamás, ni menos le
amara", como Él desea ser amado por el hombre y sus
descendientes, para vivir la vida infinita de su nombre
glorioso, en el nuevo cielo. Es más, nuestro Dios nos creo en
su corazón y con sus pensamientos más profundos y gloriosos
de su vida sagrada, para no sólo librarnos de las tinieblas y
darnos de su vida muy preciada, sino también para darnos su
mismo corazón, lleno por siempre de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, para alcanzar nuevas glorias para su nombre
santo.
Y esto es algo muy glorioso, por cierto, que Dios jamás "lo
ha hecho con ninguno de los ángeles" del reino de los cielos,
desde los primeros días de la antigüedad y hasta nuestros
días, por ejemplo, para alcanzar mayores glorias y honras a
su nombre santo, en el cielo y así también, en todos los
lugares de la tierra. Por lo cual, la lucha de nuestro Dios
para glorificar su nombre santo es cada vez mayor que antes,
para darnos una vida mejor de la que hayamos conocido con
Adán y Eva en el paraíso o de la tierra, de nuestros días,
por ejemplo.
En vista de que, nuestro Dios nos ha creado para alcanzar
grandes cosas en nuestros corazones y en nuestras vidas,
también, si sólo confiamos en él, por medio del fruto del
Árbol de la vida, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!
Además, nuestro Dios "lucha día y noche" por cada uno de
nosotros, de la misma manera que tuvo que luchar por Adán,
por ejemplo, en el día de su creación, para liberarlo de las
profundas cadenas de muerte eterna, de las profundas
tinieblas del corazón de la tierra y del más allá, también,
como el bajo mundo de la oscuridad.
Entonces nuestro Dios sabia muy bien, como un minero que
explota la tierra, en busca de minerales y tesoros
escondidos, pues así Dios encontró al hombre en el fondo de
la tierra, y lo levanto porque en él había gloria y honra
infinita para su vida y para su nombre santo, para siempre,
en la nueva vida infinita del cielo. Además, porque desde el
día que nuestro Dios nos libero, por medio de Adán, de las
profundas tinieblas del polvo de la muerte y con sus manos
sagradas, las cuales jamás las había ensuciado con el polvo
de la tierra, entonces lo hizo por mayor amor a su nombre
santo, que en el día que crea a los ángeles santos.
Es por eso, que Dios sé gloria infinitamente en la creación
del hombre en sus manos santas, como la obra mayor que haya
logrado en su vida sagrada en el reino de los cielos, y
también lo desea hacer asimismo en todos los lugares de la
tierra, pero con la ayuda idónea de su Espíritu santo y de su
Jesucristo. Y, hoy en día, nuestro Dios nos desea liberar a
un nivel más alto, para alejarnos de todas las profundas
tinieblas del polvo de la tierra y del mundo bajo de los
muertos para siempre, cuanto más lejos mejor, no con Adán
como en el principio, sino con su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo! Y esto es algo infinitamente glorioso para
cualquier alma, para cualquier corazón y para cualquier vida
infinita. (Y ésta es la misma vida tuya, mi estimado hermano
y mi estimada hermana, por la cual Dios la ha creado para su
gran obra final, de su nuevo reino venidero.)
Porque parece que cuanto más cerca nos mantenemos a la tierra
y sus tinieblas, el peligro de contaminarnos con sus pecados,
mentiras y maldades eternas, es cada vez mayor que antes, lo
cual hace que nuestras vidas peligren en caer en el mal
eterno, por ejemplo, como sucedió con Adán y Eva en el cielo,
para caer en la tierra. Y nuestro Dios no desea ver "el mal
del paraíso" volverse a repetir con ninguno de sus seres muy
amados, de todos los hombres, mujeres, niños y niñas de la
humanidad entera, que aman en sus corazones y en sus
espíritus eternos: su fruto de vida y de salud eterna, ¡el
Señor Jesucristo!
Entonces en el principio con Adán, nuestro Dios nos pudo
rescatar de las profundas tinieblas de la tierra, para vivir
con su imagen y con su semejanza perfecta en el paraíso y en
toda la tierra, también. Pero, hoy en día, Dios nos desea
rescatar de las profundas tinieblas del mundo bajo de los
muertos, como del infierno y el lago de fuego, nuestra
segunda muerte del alma, sólo por medio de su Hijo amado,
para darnos vida no sólo en la tierra, en el paraíso, sino
también en la nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo.
Porque Adán ascendió de las profundas tinieblas de la tierra,
por los poderes sobrenaturales de la mano de Dios, pero el
Señor Jesucristo descendió del cielo, de los lugares más
brillantes que el sol del más allá, de la vida gloriosa y
sumamente honrado del reino de los cielos, por ejemplo. Por
ello, con Adán regresamos al bajo mundo de la muerte, la
perdición eterna de las profundas tinieblas de las mentiras
del más allá de Lucifer y de sus ángeles caídos, pero no así
con Cristo. En verdad, con nuestro Señor Jesucristo viviendo
en nuestros corazones no es así, con ninguno de nosotros
jamás, por más pecadores que seamos delante de Dios, sino
todo lo contrario.
Ciertamente con el Señor Jesucristo somos "levantados" por
los poderes sobrenaturales de los árboles cruzados de Adán y
Eva, sobre la cima de la roca eterna, que descienden del
cielo, también, y que recibieron la sangre del pacto eterno
entre Dios y el hombre, para que entonces cada uno de
nosotros se levante al cielo más allá de los ángeles.
Entonces las tinieblas de la muerte eterna, de donde salimos
primero nos reclaman día y noche para que regresemos a ellas,
como en el principio, reclamo la vida de Adán, de Eva y de
sus descendientes, también.
Pero la luz del bien eterno del Árbol de la vida, del
Espíritu de Dios y de las huestes celestiales de nuestro
Padre Celestial, "nos reclama" así mismo, pero con mayor
clamor infinito del nombre de Dios, para que no volvamos
jamás a la oscuridad de antes, sino que ascendamos a la luz
del cielo, para la eternidad venidera. Porque nosotros no
somos de las tinieblas, aunque salimos de ellas, en el día de
nuestra formación en las manos de Dios, pues, somos de Dios y
de la gran obra infinita de sus manos santas, para su nueva
creación venidera y de su nueva vida celestial, la cual no
conocerá el pecado, ni el fin de las cosas, jamás.
Es por eso, que nuestro Dios seguirá haciendo estas cosas
maravillosas por nosotros, porque él es misericordioso para
con cada uno de nosotros, en toda la tierra; no queriendo
jamás que ninguno de nosotros vuelva a las tinieblas del más
allá o que muera en el pecado de su corazón, de no conocer al
Señor Jesucristo, sino todo lo contrario. Ciertamente, Dios
desea que nosotros, sin que falte ninguno, entonces veamos la
vida eterna, tal como él siempre la ha conocido a través de
los siglos, por medio de su Hijo, el Señor Jesucristo, en el
cielo, en la tierra y así también en su nueva vida infinita
de su nuevo reino celestial, como la gran Jerusalén Santa e
Infinita.
Puesto que, sólo el Señor Jesucristo es el Árbol de la vida,
en el reino de los cielos, en el paraíso, en la tierra y así
también en la nueva eternidad venidera del nuevo reino
celestial, de ángeles y de la nueva humanidad eterna e
infinita. Entonces "la meta" de nuestro Dios para con cada
uno de nosotros, de todas las familias, razas, pueblos,
linajes y reinos del mundo entero, es de "quitarnos" éste
corazón de piedra, que el pecado lo ha transformado en algo
horroroso y pecador, para él y para su vida sagrada del
cielo, por un corazón nuevo y con espíritu un noble.
Además, este corazón nuevo y con un espíritu noble, que
nuestro Dios nos ha dado, no ha sido tanto como el de Adán o
de Eva, en el paraíso, o como alguno de sus ángeles más
gloriosos y portentoso del reino de los cielos, sino que
mucho más que todo esto santo y glorioso para nuestro Dios.
Realmente ha sido el mismo corazón y con el mismo espíritu de
vida de la sangre sagrada de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, que nuestro Dios nos ha dado a cada uno de
nosotros, para que nos "elevemos" aun más alto aun que todas
las tinieblas, de donde nos rescato, para llenarnos de la luz
más brillante que el sol.
Por milagro, esta luz más brillante que el sol es de la misma
vida de siempre del Árbol de la vida, no tanto del reino de
los cielos, de hoy en día, por ejemplo, sino de una vida y de
un reino mayor que todos los anteriores, el cual no tendrá
fin jamás, como La Nueva Jerusalén Santa e Infinita. Además,
este nuevo reino no conocerá el fin jamás como los
anteriores, "porque el corazón y el espíritu de su gran rey
Mesías reinaran infinitamente, en nuestros corazones y en
nuestros espíritus, para no volver a pecar, ni menos
alejarnos de nuestro Dios, como Adán y Eva se alejaron en el
principio, para mal eterno de muchos delante de Dios".
Y, hoy en día, nuestro Padre Celestial, por los poderes
sobrenaturales del nombre sagrado de su Hijo amado y de su
Espíritu Santo, entonces está removiendo los corazones de
piedra y los espíritus rebeldes hacia él y hacia su Ley
Sagrada, de los pechos de todos los hombres, mujeres, niños y
niñas de la humanidad entera, porque los quiere santos. Y
nuestro Padre Celestial hace estas cosas maravillosas día y
noche, para darnos del corazón de carne y del espíritu
glorioso del gran rey Mesías, para que entonces le podamos
conocer a Él, como nuestro Dios y Creador de nuestras vidas,
en esta vida y en la venidera también, como en el nuevo más
allá.
Ya que, en el paraíso no conoceremos jamás a Dios, así como
en la tierra de nuestros días, si no es por medio de la
palabra y por la enseñanza del Señor Jesucristo, en nuestros
corazones y en nuestras vidas, también, las cuales vienen a
nosotros día y noche y hasta que la luz que está en nosotros
se encienda. Y esto ha de ser, como Dios mismo prometido a
los antiguos y a la humanidad entera, para nosotros "vivir
una vida larga y totalmente nueva", en la nueva vida venidera
del nuevo reino celestial de su Árbol de vida y de su
humanidad infinita, rodeados por siempre de sus huestes
celestiales del Espíritu Santo de Dios, por ejemplo.
Entonces mi estimado hermano y mi estimada hermana, si desde
hoy mismo deseases escapar de tu corazón de carne junto con
su espíritu rebelde a tu Dios y a su fruto de vida eterna,
para poder conocer las bendiciones gloriosas de una vida
sumamente perfecta y llena de ricos sabores de la vida
celestial, muy bien "lo puedes hacer", hoy. Lo puedes hacer
muy bien, en un momento de fe y de oración, si tan sólo crees
en tu corazón y así mismo confiesas con tus labios al Señor
Jesucristo, para comenzar a cambiar tu vida por la vida
santísima de Dios y de su mismo Árbol de vida, para que tus
ojos dejen de ver las tinieblas de siempre.
Ahora, al dejar tú de ver las tinieblas de siempre, de tu
corazón y de tu alma manchada por el pecado, sólo entonces
podrás ver la luz más brillante que el sol y que es, a la
misma vez, la misma vida de Dios y de los ángeles del cielo,
¡el Señor Jesucristo! Porque sólo el Señor Jesucristo es la
vida de Dios en todos los seres santos del cielo y así
también en toda la tierra, hoy en día y para siempre, en la
eternidad venidera. En otras palabras, para cambiar tu vida
de las tinieblas de Lucifer y de sus mentiras, a la luz de la
vida santa y eternamente glorioso de Dios y de su Espíritu
Santo, entonces lo único que tienes que hacer es "cambiar" tu
corazón de piedra, por el corazón y el espíritu de vida de su
Hijo, ¡el Señor Jesucristo!
Y sólo entonces conocerás en tu corazón, lo que jamás
pensaste conocer: "la verdadera vida infinita, por la cual
nuestro Dios te libero del lodo de la tierra, en el día de tu
creación, para formarte no sólo en su imagen y conforme a su
semejanza, sino mucho más que esto". Efectivamente, esto fue
para darte, en un día como hoy, por ejemplo, del corazón, del
Espíritu Santo y de la mente sagrada y sumamente gloriosa de
su Hijo amado, el Mesías, para que sólo veas la luz de la
nueva vida eterna y no tropieces nunca más en tus mismas
tinieblas de tu corazón y de siempre.
Por ende, si recibes al Señor Jesucristo en tu corazón, como
tu Mesías Celestial, como el Hijo amado de Dios, como el sumo
sacerdote de todos los tiempos, en el cielo y en la tierra y
como tu único y suficiente redentor, entonces habrás cambiado
tu corazón y su espíritu humano, por uno mejor. Y esto es
realmente un corazón y con su espíritu muy bueno para ti, el
cual ha descendido del cielo y de parte de Dios, en el pecho
del Señor Jesucristo para que vivas hoy e infinitamente, en
tu nueva vida celestial del nuevo reino de los cielos, como
en La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo, por
ejemplo.
TODO ES HECHO NUEVO EN EL SEÑOR JESUCRISTO
Entonces si alguno vive en la fe, de nuestro redentor, el
Señor Jesucristo, nueva criatura es para Dios, para su
Espíritu Santo y para sus huestes celestiales en el reino
celestial; ciertamente, las cosas viejas de su corazón
pasaron, para el olvido eterno; he aquí todas son hechas
nuevas, en la luz de una nueva vida angelical e infinita. Y
nuestro Dios hace todas estas cosas por nosotros, en todos
los lugares de la tierra, desde los días de la antigüedad y
hasta nuestros días, por ejemplo, porque nos ama, en el único
amor sobrenatural y eterno de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!
En efecto, éste es un amor sobrenatural, el cual nuestro Dios
mismo le manifestó a Adán y a cada uno de sus descendientes,
en su vida celestial del paraíso, pero la rechaza (el hombre)
por ignorancia, por "falta de conocimiento" en su corazón
sobre el Señor Jesucristo, su único verdadero amigo en el
cielo y en la tierra, para siempre. Porque si Adán hubiese
conocido al Señor Jesucristo, "como el Hijo de Dios", como el
fruto del Árbol de la vida, para su corazón y para su alma
eterna, entonces no le hubiese rechazado jamás, sino que le
hubiese hecho parte de su vida automáticamente, para la
eternidad venidera, sin jamás tener que conocer el pecado y
sus tinieblas.
Y así Dios hubiese sido muy feliz en el paraíso con Adán y
con cada uno de sus descendientes, también, en sus millares,
de todas las razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de toda
la tierra, para siempre. Pero como nosotros sabemos muy bien,
Adán rechaza el amor del Señor Jesucristo, y al rechazar por
error y por engaño el amor de Dios, como su fruto de vida y
de salud eterna, para seguir viviendo su vida celestial en el
paraíso, entonces dejo de vivir para Dios y para su nueva
vida infinita, de su nuevo reino celestial.
Aquí es cuando el hombre muere, en su corazón, en su
espíritu, en su alma, en su cuerpo y en su vida también,
angelical y terrenal; y Dios "comenzó a luchar por su
salvación", por medio de su Espíritu Santo y la vida gloriosa
y sumamente honrada de su Hijo, el Señor Jesucristo, ¡el
Árbol de su única vida eterna! Y es por esta razón, que no
sólo Adán muere sino también su esposa Eva y cada uno de sus
descendientes, en sus millares, y hasta tocar la vida
gloriosa y sumamente honrada del Árbol de la vida, el Mesías,
para sacrificar su vida dolorosamente sobre el madero y sobre
la cima de la roca eterna, en Jerusalén, en Israel.
Y sólo de ésta manera única y sobrenatural, entonces Dios
podía "destruir el pecado y rescatarlo de las profundas
tinieblas" de su mismo corazón infinitamente muerto y con su
espíritu rebelde también, porque el Señor Jesucristo no era
"rey y amigo", a la vez, en su vida del paraíso y de la
tierra, también, para siempre. Es por eso, que era de suma
importancia que el Señor Jesucristo dejase correr su sangre
santa, de su corazón y de sus venas por todo su cuerpo, como
"lavando y limpiando" al hombre de sus muchos pecados, para
darle vida en abundancia, en esta vida y en la venidera,
igual, para siempre.
Entonces sin más demora alguna el Señor Jesucristo, como un
"gran amigo y hermano" del hombre, a la vez, entonces entrega
su sangre sagrada en la tierra y en la misma ciudad escogida
por Dios mismo, para "salvar la vida" de sus muy amados por
Dios y por él mismo: el hombre y la mujer de la humanidad
entera. Y el Señor Jesucristo nace, vive para entrar en la
vida del hombre y de la mujer de Israel y de la humanidad
entera, para "cumplir infinitamente" la Ley de Dios y de
Moisés y así luego morir sobre los árboles cruzados de Adán y
Eva, sobre la cima de la roca eterna, para resucitar
gloriosamente en el Tercer Día.
Porque en el Tercer Día de la resurrección, no sólo
Jesucristo iba a resucitar de entre los muertos, venciendo
así al pecado y al ángel de la muerte, en sus mismas
profundas tinieblas del bajo mundo de los muertos, sino que
se levantaría glorioso con una nueva vida, llena de la Ley de
Dios y de Israel, para todos. Y esto es para todos los que
aman a Dios y a su Hijo amado, el Señor Jesucristo, por
supuesto, siempre rodeado de su Espíritu Santo y de sus
huestes celestiales, en el cielo y en la tierra, también,
para por fin cumplir una de las obras más sublimes de Dios,
una vez más, en el mundo. Porque después de nuestro Dios
haber dicho y hecho todo en la tierra, por culpa del pecado,
entonces desea transformar a la tierra en "un paraíso
angelical y celestial", para gloria de su nombre, y para
siempre, en el corazón y en el espíritu noble del hombre
salvo por la sangre del Señor Jesucristo.
Entonces era en la ciudad de Jerusalén, en donde el gran rey
Mesías tenia que entregar su vida por la vida del hombre, y
más no en otro lugar del mundo, para entonces él mismo poder
reinar sobre el trono de David, de acuerdo a la promesa hecha
a David mismo y a los antiguos patriarcas de Israel, por
ejemplo. Es decir, también que el Señor Jesucristo descendió
del cielo con "la luz y los poderes" sobrenaturales de
nuestro Creador, para no sólo darnos luz, desde la tierra
escogida por Dios mismo para esta gran obra, sino para
volvernos a dar vida en abundancia, en la tierra y en el
paraíso, también y luego "recogernos" para la nueva vida
infinita.
Porque la nueva vida celestial e infinita de Dios se acerca
cada vez al cielo y a toda la tierra, y el hombre tiene que
estar "preparado" para esta nueva vida venidera del nuevo
reino celestial, de su Árbol de vida, de su Espíritu Santo y
de sus huestes celestiales, envolviendo a la humanidad entera
para servir a Dios, infinitamente. Entonces Dios tenia que
enviar primero a su Espíritu Santo con grandes poderes y
autoridades muy especiales, por cierto, de su nombre santo,
para comenzar "la liberación" del hombre de la tierra y así
entregarle abiertamente a su Hijo amado, con todo su corazón
sagrado y con su espíritu noble, también.
Entregarle públicamente a su Hijo amado, como su "Cordero
Escogido", en su tierra escogida y sobre la cima de la roca
eterna, clavado a los árboles secos y sin vida de Adán y Eva,
para limpiarnos de nuestros pecados y males eternos, para que
podamos vivir, como Dios mismo y como los ángeles viven, con
sus corazones infinitamente muy felices. Y al mismo tiempo,
cada uno de nosotros, primero con el Señor Jesucristo, Adán y
Eva "levantados hacia el paraíso", para luego entrar a vivir
la paz y la gloria infinita del gran reino celestial, en la
nueva eternidad venidera de Dios y de sus hijos e hijas, de
la nueva humanidad celestial e infinita.
Entonces todo aquel que vive, en el espíritu del Señor
Jesucristo, es un "nuevo hombre", una nueva mujer, un nuevo
niño o una nueva niña, para Dios, para su Espíritu Santo y
para sus huestes celestiales; todas las cosas viejas de su
vida anterior ya no existen para Dios, como sus malas
palabras y sus malas acciones. Porque todas estas cosas
terribles, las cuales destruyen la vida del ángel y así
también la del hombre y la de la mujer de toda la tierra, son
del pecado que nació primero en el corazón de Lucifer y luego
en el corazón de los ángeles caídos y del hombre pecador, de
igual forma.
Es decir, también que cuando el pecado muere en nosotros, por
los poderes sobrenaturales del Señor Jesucristo, entonces
todas las mentiras, maldades, calumnias, engaños, falsedades,
"mueren" asimismo, en nuestros corazones, en nuestras vidas
del pasado, del presente y del futuro, para siempre. De
hecho, sólo las cosas buenas de Dios, "creadas" en el Señor
Jesucristo existen para Dios: como su verdad, su mente, su
justicia, su santidad, su inteligencia, su poder, su
sabiduría, su paz y sus muchas bendiciones sobrenaturales de
su nueva vida celestial, en la tierra y así también en el
paraíso y en el nuevo reino de los cielos.
Entonces el que vive creyendo en su corazón y así confiesa
con sus labios: el nombre y la vida del Señor Jesucristo,
para Dios es una nueva criatura, es decir, un nuevo ser
viviente, no de la tierra y de sus tinieblas, como su vida
pasada, sino "un ser santo", totalmente nuevo para vivir su
vida infinita, en el paraíso. Y para Dios no hay pecador o
pecador, que él no pueda cambiar su vida, por una vida nueva
y totalmente gloriosa, como si jamás "haya cometido" un solo
pecado o una sola maldad, en su corazón y en toda su vida,
también, en la tierra, en el paraíso y en el nuevo reino
venidero.
Es más, Dios puede hacer su vida tan santa y tan gloriosa, no
tanto como de los ángeles del cielo, aunque esto es algo muy
glorioso y noble para nuestro Padre Celestial, para su
Espíritu Santo y para su Árbol de vida infinita, sino mucho
más que esto. Realmente, Dios tiene el poder sobrenatural de
su palabra y de su nombre sagrado, para "cambiar la vida de
pecado", de cualquier hombre, mujer, niño o niña de la
humanidad entera, a que sea como la vida exacta, ni más ni
menos, como la de su Árbol de vida, su Hijo amado, ¡el
Mesías!
Y así vivir la vida gloriosa del Señor Jesucristo
infinitamente, aun cuando el pecador o la pecadora haya
pecado todos los días de su vida, desde el día que comenzó a
conocer lo bueno y lo malo, entonces en ese día, ese hombre o
esa mujer, ha de comenzar a conocer el amor de Dios, hacia su
nueva vida celestial. Y todo esto lo hace Dios, en la vida de
cualquier hombre, mujer, niño o niña de toda la tierra, si
tan sólo cree en su corazón y así confiesa con sus labios, en
una oración de fe, por ejemplo, el nombre sagrado del Señor
Jesucristo, para perdón de sus pecados y para bendición
infinita de su alma viviente.
Porque sólo en el nombre, glorioso y sumamente honrado del
Señor Jesucristo, es donde nuestro Dios ha "puesto su fe", su
amor, su verdad, su justicia, su santidad, su paz, su gloria
y su vida: llena de milagros, maravillas y de prodigios para
cada uno de sus hijos e hijas de las naciones, comenzando con
Israel, por ejemplo, como siempre. Es decir, también, que con
tan sólo nosotros creer en nuestros corazones y confesar con
nuestros labios el nombre sagrado e infinitamente milagroso
de nuestro salvador, el Señor Jesucristo, entonces todos los
poderes de los dones del Espíritu Santo "comenzaran a obrar"
en nuestras vidas día y noche y sin cesar, para derrotar al
enemigo y colmarnos de ricas bendiciones.
Y esto ha de ser, como en el principio de todas las cosas, en
el paraíso, por ejemplo, y así también en toda la tierra,
para limpiarnos de nuestros pecados y de sus tinieblas y, a
la vez, llenarnos de muchas bendiciones sobrenaturales del
paraíso y de la tierra, como de las que vemos y de las que no
(vemos). Entonces los que creen en el Señor Jesucristo son
nuevos hombres, nuevas mujeres, nuevos niños y nuevas niñas,
para Dios, para su Espíritu Santo y para sus huestes
celestiales del reino del cielo; todo lo de su corazón
antiguo pasa al olvido eterno, para dar paso a todo lo nuevo
de su corazón y de su nuevo espíritu noble.
VESTIRSE EN LA VERDAD Y EN LA JUSTICIA DEL NUEVO HOMBRE
Entonces "renuévense", todos ustedes, en el espíritu de su
mente, y vístanse del nuevo hombre flamante y glorioso, el
cual ha sido creado a semejanza divina de Dios, en justicia y
santidad de verdad perfecta e infinita, de su Espíritu Santo
y de su Árbol de vida eterna, ¡el Señor Jesucristo! Porque la
verdad es que cada uno de nosotros, "es perfecto en la sangre
y en el nombre sagrado de nuestro salvador celestial", en la
tierra y así también en el paraíso, eternamente y para
siempre.
(Tengo que volver a decir lo mismo una vez más, por razones
de "enfatizar" una gran verdad celestial: Esto es de que cada
uno de nosotros es perfecto, en "la sangre" y en "el nombre
sagrado" de nuestro eterno salvador, el Señor Jesucristo, en
el cielo, en la tierra y en el nuevo reino venidero, también,
eternamente y para siempre. Y esta verdad celestial e
infinita del SEÑOR y de su Hijo amado, el Señor Jesucristo no
la cambia nadie en el corazón de todos los hombres, mujeres,
niños y niñas de la humanidad entera, porque "el Espíritu de
Dios lucha" por cada uno de ellos día y noche y por siempre,
para salvaguardarlos del mal del enemigo eterno, Lucifer.)
Porque todos somos hechura de las manos de Dios, desde el
comienzo de todas las cosas, en el reino de los cielos, para
gloria infinita de Dios. Y si somos hechura de las manos de
Dios, entonces somos perfectos, indiscutiblemente,
eternamente para siempre, en la eternidad venidera del nuevo
reino de los cielos. Porque la verdad es que totalmente
imposible que las manos sagradas de Dios hayan creado algo
por error, sino todo lo contrario. Todo lo que Dios crea con
sus manos, fue bueno, santo, puro, perfecto, glorioso, como
la misma Ley de Moisés y de Israel, por ejemplo, fue escrita
con el dedo de Dios, para entregársela al hombre, como "la
mente del Mesías", sobre la cima del Sinaí y en las manos de
Moisés, también, para Israel y para las naciones.
De hecho, esta es una verdad, por la cual nuestro Padre
Celestial ha luchado mucho en contra de cada una de las
profundas tinieblas de la tierra y del más allá, también,
desde los primeros días de la antigüedad y hasta nuestros
días, por ejemplo, sin jamás cansarse de defendernos, de cada
uno de los males del enemigo eterno, Lucifer. Porque es
necesario que cada uno de nosotros conozcamos en nuestros
corazones, de una vez por todas y para siempre, de que "somos
perfectos" para Dios, tan perfectos como los ángeles y tan
gloriosos como el Árbol de la vida, porque así está escrito
en "la Ley de la sangre del Mesías", en el cielo y en la
tierra, también.
Además, esta es una lucha "en contra del enemigo", no sólo
con su palabra y con su nombre santo, sino con sus propias
manos, también, como un buen guerrero, como un buen luchador,
en el frente de batalla, como quien lucha por una verdad y
una justicia infinitamente justa, para el bien venidero de la
nueva eternidad celestial del hombre. Es decir, que las manos
de Dios junto con su Espíritu y los frutos de su Árbol de
vida y de salud eterna nos han formado, a cada uno de
nosotros, en nuestros millares, de todas las razas, pueblos,
linajes, tribus y reinos de la tierra, no a que seamos
pecadores, comenzando con Adán en el paraíso, sino para
"perfección".
Es más, desde el día que nuestro Dios nos crea en sus manos
santas, su corazón y su alma sagrada han sido muy felices,
por la maravilla de su gran obra celestial e infinita, de sus
manos eternas: el hombre y su humanidad infinita, en el
paraíso, en la tierra y así también para el nuevo reino de
los cielos. Y si esto es así, entonces no debemos, por nada
del mundo, dejarnos de engañar por las mentiras, las
artimañas del corazón y de los labios de Lucifer y de sus
ángeles caídos, en los corazones de gente de gran mentira, de
gran calumnia y de gran maldad, en muchos lugares de la
tierra, para dañar al hombre, como siempre.
Porque nosotros estamos llamados por Dios mismo: ha creer
sólo su verdad infinita, su justicia por su amor infinito,
los cuales se encuentran exclusivamente en el corazón, en la
sangre y en la vida gloriosa del Árbol de la vida, su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo! Es por eso, que es muy
importante para el corazón, para el alma, para el espíritu y
para el cuerpo humano, de todo hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, el Señor Jesucristo, ya sea en el
paraíso, en la tierra o en la nueva gran ciudad de Dios: ¡La
Jerusalén Santa e Infinita del cielo!
Porque el enemigo siempre nos va a decir todo lo contrario, a
lo que Dios y sus manos santas han hecho con cada uno de
nosotros, en los cielos, en el paraíso y, en estos días, en
las manos y vida gloriosa de su Espíritu Santo y de su Hijo
amado, el gran rey Mesías de todos los tiempos. Y el enemigo
de Dios hace todas estas maldades terribles en contra de
nosotros, para atacar y destruir "ese amor infinito entre
Dios y su Hijo amado", el cual es real y verdadero, en los
corazones de los ángeles del cielo y así también en los
corazones de todos los hombres, mujeres, niños y niñas de la
humanidad entera.
Por lo tanto, nosotros tenemos que defendernos, con "las
armaduras celestiales" de Dios y de su Espíritu Santo, las
cuales son poderosas en nuestros corazones y con nuestros
labios, cada vez que invocamos el nombre sagrado de nuestro
salvador, ¡el Señor Jesucristo!, para liberarnos y darnos
vida y bendiciones eternas a cada uno de nosotros, en toda la
tierra. Porque si no invocamos el nombre sagrado de nuestro
corazón, de nuestra alma eterna, de nuestra vida infinita,
para "ayudarnos y defendernos" de nuestros enemigos, como
Lucifer y sus ángeles caídos, por ejemplo, entonces
permanecemos en tinieblas eternas, como antes que Dios nos
rescatase del polvo de la tierra, para moldearnos en su
imagen y conforme a su semejanza eterna. Y éste es un mal
terrible, que un corazón humano con su espíritu noble de
parte de Dios, no desea jamás para sí mismo, ni aun para sus
enemigos, ni mucho menos para sus allegados.
Además, nosotros no tenemos ninguna otra ayuda del cielo y de
la tierra, que no sea nuestro mismo Creador de nuestras almas
y de nuestras nuevas vidas celestiales, en su Espíritu Santo
y en su Hijo amado, el Señor Jesucristo; es más, ni los
ángeles nos pueden ayudar, si Dios no se los permite. Es por
eso, que tenemos que confiar en nuestro Dios y en su palabra
santa, cada vez que damos un paso hacia delante en cualquier
lugar de toda la tierra y así también en nuestras nuevas
vidas infinitas, del nuevo reino de los cielos, como en La
Nueva Jerusalén Santa e Infinita del más allá.
Y tenemos que confiar en nuestro Dios y en su Jesucristo,
porque hemos sido llamados por Dios y por sus manos santas,
desde las profundas tinieblas de la tierra, para "creer para
todo y en todo" lo que es de Dios, sólo en el nombre sagrado
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Además, si comenzamos
a creer en otras cosas, que no sean de Dios y de su
Jesucristo, entonces nuestro corazón no funcionara jamás; y
si nuestro corazón no funciona, entonces no podremos ser
felices, ni menos vivir en la tierra, ni en el más allá, como
en el paraíso o como en el nuevo reino de los cielos, por
ejemplo.
En verdad, aun permanecemos en las profundas tinieblas del
más allá, como si estuviésemos muertos, "viviendo" en el
polvo de la muerte eterna, como del bajo mundo de las almas y
de los espíritus rebeldes e infinitamente perdidos, en el
infierno, porque jamás "honraron en sus corazones" a Dios, ni
a su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Pero si confiamos en
nuestro Dios, al igual que los antiguos confiaron en él y en
su nombre sagrado, entonces los dardos del enemigo, de sus
muchas mentiras, calumnias y maldades y hasta a veces
indescriptibles, "no nos harán daño", ni menos tocar nuestras
vidas, en la tierra, ni en el paraíso, en nuestras nuevas
vidas infinitas con el SEÑOR.
Es más, nada ni nadie nos podrá hacer ningún mal jamás,
porque "seremos" como los ángeles del cielo o como el mismo
Señor Jesucristo, "protegidos" por Dios y por su Espíritu
Santo, para siempre y, además, porque son ellos quienes no
tienen ningún enemigo en el infierno que pueda realmente
herir sus corazones, para hacerles daño y destruir sus vidas.
En verdad, "seremos invisibles" para el corazón, los ojos y
la mente (de muchas calumnias y de gran maldad) de Lucifer y
de sus ángeles caídos, hoy en día y por siempre en el más
allá, como en el paraíso o como en la nueva gran ciudad
celestial e infinita del cielo, La Jerusalén del gran rey
Mesías, ¡el Cristo!
Entonces si hoy mismo, mis estimados hermanos y mis estimadas
hermanas, comienzan a creer en su Dios y en su Jesucristo,
como debió de ser desde el comienzo de todas las cosas con
Adán y Eva en el paraíso y así también con cada uno de
ustedes, en todos los lugares de la tierra, entonces serán
transformadas sus vidas, ¡milagrosamente! Porque nuestro
Padre Celestial tiene poder para transformar sus vidas,
"milagrosamente, maravillosamente" y aun hasta con prodigios
de los cielos y de la tierra, para gloria y para honra
infinita de su nombre santo, no solo en la tierra, sino
también en el paraíso, para siempre.
Como en sus nuevas vidas celestiales, de su nuevo reino
venidero, en el más allá, de la nueva eternidad venidera,
para que vivamos por siempre felices con Él, cumpliendo su
verdad y su justicia infinita, "exclusivamente manifestada" a
cada uno de nosotros, en nuestros millares, en todas las
naciones de la tierra, en el nombre del Señor Jesucristo, por
ejemplo. Entonces todos ustedes están llamados, mis estimados
hermanos y mis estimadas hermanas, ha obedecer a su Dios y
Creador de sus vidas, "vistiéndose" como los ángeles del
cielo, en las vestiduras y con el corazón y el espíritu
infinitamente noble del Árbol de la vida, ¡el Señor
Jesucristo!
Porque solamente en el Señor Jesucristo: cada hombre, cada
mujer, cada niño y cada niña, "tiene una vestidura real y de
justicia infinita", para vestir y llevar con él o con ella,
en la tierra y así también, en su nueva vida infinita, del
nuevo reino de los cielos, en el más allá. Para entonces
disfrutar infinitamente en su pecho con "un corazón perfecto
y un espíritu noble", del fruto del Árbol de la vida, para
saborear y para gozar con el SEÑOR y con su Espíritu Santo:
la nueva vida infinita de la nueva eternidad celestial, en la
tierra y en el paraíso, también, día y noche y para siempre.
HOY, DIOS HA RECONCILIADO A LOS QUE CREEN EN SU HIJO AMADO
A ustedes también, aunque en otro tiempo estaban apartados y
eran enemigos eternos por tener "la mente ocupada", en las
malas obras del maligno, pues, ahora los ha reconciliado
nuestro Dios por los poderes sobrenaturales, de la misma vida
gloriosa y sumamente sagrada, de su Hijo amado, ¡el Santo de
Israel y de las naciones! Porque era sólo en la vida gloriosa
y perfectamente vivida de su Hijo amado, en la tierra
escogida de Israel y bajo la Ley Divina, por la cual Dios
mismo los iba a reconciliar con Él, en la tierra y así
también en el paraíso, para que sus vidas sean de Él y más no
del enemigo, Lucifer, por ejemplo.
Por lo tanto, todo aquel que cree en el Señor Jesucristo y en
su obra suprema, llevada acabo "al cumplir la Ley de Dios" en
Israel y sobre la cima de la roca eterna, entonces tiene vida
en Dios y en su Espíritu Santo, en la tierra y así también en
el paraíso, eternamente y para siempre. Porque cuando Adán se
aparto del fruto de la vida, el cual Dios mismo se la ofreció
a Él, para que le ame y así entonces le pueda conocer en su
corazón y en su alma, "lo hizo para el bien eterno", de cada
uno de sus descendientes, como hoy en día contigo y con cada
uno de los tuyos, también.
Es por eso, que es muy bueno que comas y bebas siempre del
fruto del Árbol, de la vida de Dios en la tierra, para que
luego puedas entrar a la vida eterna, en el paraíso y en su
nueva ciudad celestial e infinita del cielo, La Nueva
Jerusalén Eterna e Infinita de Dios y de su gran rey Mesías.
Entonces "nadie podrá jamás entrar" a la vida eterna del
nuevo reino de los cielos, si es que aun no ha comido y
bebido del fruto del Árbol de Dios, su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!
Así como Adán y Eva no pudieron permanecer en el paraíso,
porque no comieron, ni bebieron de su comida y de su bebida
eterna, el Señor Jesucristo, pues así también ha de ser Dios
contigo y con los tuyos, también, si no comes y bebes de su
Hijo amado, desde hoy mismo, por ejemplo, para vivir la
eternidad. Además, esta comida y bebida es una comida y
bebida santa y exclusivamente para los ángeles del paraíso,
para que el hombre coma y beba de él, también, en esta vida y
en la venidera, para empezar ya, la nueva vida de Dios y de
su Árbol de vida eterna, en el nuevo reino celestial.
De hecho, éste es un reino, en el cual no habrá más pecado,
ni el dolor por las profundas tinieblas de la tierra, ni del
más allá, también, para seguir "agobiando y perturbando"
nuestras vidas, como Lucifer lo ha venido haciendo así, desde
mucho tiempo atrás, con sus mentiras y maldades de su corazón
oscuro e infinitamente perdido, por ejemplo. Porque el
corazón de Lucifer lo único que piensa, desde el día de su
rebelión en el cielo con sus ángeles rebeldes, ha sido lo
mismo de siempre, de enfrentarse al Señor Jesucristo y
destruir su paz y su vida santa, llena de bendiciones, para
los ángeles fieles y para los hombres, mujeres, niños y niñas
de la humanidad entera.
Y estos son corazones y almas infinitamente fieles a Dios y a
su Jesucristo, porque "aman" la verdad y la justicia de Dios,
en su palabra, en su Ley Eterna, y en su nombre eternamente
honrado y sumamente glorioso, sobre todas las cosas, en el
cielo y por toda la tierra, también, para siempre. Entonces
es precisamente por ellos, por los cuales nuestro Padre
Celestial ha enviado a su Hijo amado, el Señor Jesucristo, al
mundo: ha luchar y, también, ha defenderlos sobre todas las
cosas del enemigo y de sus muchas maldades, en todos los
lugares de la tierra, para que luego entren a sus nuevas
vidas angelicales, del nuevo reino celestial.
Además, éste es un reino, el cual nuestro Padre Celestial ha
preparado en su corazón, todas sus cosas y con sus detalles
infinitos para los ángeles y así también para la humanidad
entera en su corazón y en sus pensamientos eternos, desde
mucho antes de la fundación, del reino de los cielos y la
creación de toda la tierra. Por lo tanto, esta
reconciliación, la cual nuestro Señor Jesucristo ha traído al
mundo, "la compro" con el precio sumamente caro del cielo y
de toda la tierra, también, la cual no la podía pagar nadie
con su oro, con su plata o con sus riquezas, sino sólo con
"la misma sangre sagrada" del Hijo de Dios, ¡el Señor
Jesucristo!
Porque sólo "la sangre bendita" del Señor Jesucristo puede
pagar el precio, del perdón del pecado y el regalo de vida
eterna, para todos los hombres, mujeres, niños y niñas de la
humanidad entera, en el paraíso y así también por toda la
tierra, eternamente y para siempre. Es por eso, que nuestro
Padre Celestial le ofreció a Adán y a Eva a comer y a beber
sólo del fruto de la vida eterna, el Señor Jesucristo, para
que puedan vivir infinitamente, sin jamás tener que pecar con
sus vidas, por engaño del enemigo o por error propio.
Pero esto fue algo que Adán y Eva jamás entendieron en sus
corazones, ni en sus espíritus humanos y hasta que fue ya
demasiado tarde para ellos y para los suyos, en todos los
lugares del paraíso y así también, en toda la tierra, de
nuestros días, por ejemplo. Y aunque Adán y Eva pecaron y
tuvieron que abandonar la tierra santa del paraíso, ni aun
así, "Dios jamás los dejo solos", en ningún momento de sus
vidas, en sus tierras celestiales o en la tierra, de nuestros
días.
Por lo tanto, nuestro Dios siempre estuvo con ellos, para
"ayudarlos a vencer" el pecado y cada una de sus profundas
tinieblas, en sus corazones y en sus vidas, para que no
pequen más, por medio de la sangre del cordero del sacrificio
rutinario, por ejemplo. Porque ambos, después de haber
pecado, tuvieron que ofrecer "un sacrifico de sangre" de los
mejores de los corderos de toda la tierra, por sus ofensas,
por sus pecados y por sus descendientes, también, "sobre el
altar del SEÑOR".
Entonces nuestro Dios siempre tuvo control de sus vidas, en
todos los días de sus andares por la tierra y hasta aun en
los momentos más terribles y de gran peligro de sus vidas,
también, por ejemplo. Y, hoy en día, es igual con nosotros;
nuestro Padre Celestial tiene poder sobre nuestras vidas,
para hacer muchas cosas gloriosas y sumamente santas, por las
cuales nos creo en el principio de todas las cosas, para que
"levantemos glorias y honras infinitas", desde nuestros
corazones hacia Él y hacia su nombre santo, que están en los
cielos.
Es decir, que nuestro Dios "sigue requiriendo" de cada uno de
nosotros, así como con Adán y Eva en sus días en el paraíso,
a que comamos y bebamos de su fruto del Árbol de la vida, ni
más ni menos, para que de nuestros corazones y de nuestras
vidas "suban" al paraíso: glorias y honras a su nombre santo.
Porque para esto nuestro Padre Celestial nos ha creado en sus
manos santas, de acuerdo al designio de su corazón sagrado
desde el principio, para que "seamos vasos de gloria y de
honra infinita", para Él y para su vida santa, la cual está
llena de las glorias celestiales e infinitas de sus huestes
angelicales del reino nuevo reino venidero.
Por lo tanto, nosotros tenemos que ser hechos hijos e hijas
de Él, por los poderes sobrenaturales de nuestra fe,
"centrada" en el espíritu de la sangre y de la vida gloriosa
de su Árbol de vida eterna, para que entonces seamos
transformados en seres santos, como sus ángeles o como su
mismo Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Porque nuestro Padre
Celestial requiere de nosotros, que seamos tan santos como
sus ángeles del cielo o tan santos como su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, para entonces él poder recibir "verdadera
gloria y suprema honra", para su nueva vida celestial e
infinita y para su nombre sagrado y eternamente glorificado,
en el nuevo reino de los cielos.
Y la única manera, por la cual nosotros vamos a ser esos
seres gloriosos y sumamente honrados para nuestro Dios y para
su nombre, a pesar de que hemos nacido en pecado y en
rebelión en contra de él y de su Ley Divina en la tierra, va
a ser por los poderes sobrenaturales del Señor Jesucristo
"actuando en nosotros". Porque son los poderes sobrenaturales
del nacimiento, de la vida, de la enseñanza, de la Ley, de
las sanidades, de milagros, de maravillas, de prodigios de su
vida santa y de su crucifixión y muerte, sobre los árboles
cruzados de Adán y Eva, sobre la cima de la roca eterna, en
las afueras de Jerusalén, "los que nos dan vida".
Además, nos seguirán dando vida y sanidad infinita a nuestros
corazones y a nuestras vidas, si tan sólo "creemos en
nuestros corazones" en su nombre sagrado y así le confesamos
en oración delante de nuestro Padre Celestial, para perdón de
nuestros pecados y para "salvación infinita" de nuestras
almas eternas, en la tierra y en el paraíso, también, para
siempre. Porque han de ser estos mismo poderes sobrenaturales
del más allá y de la sangre gloriosa del pacto eterno, los
que nos "levantaran hacia el cielo", sea que estemos vivos o
muertos, así como el Señor Jesucristo fue levantado del
corazón de la tierra, para presentarse "resucitado" a sus
discípulos y luego "muy santo" a nuestro Dios, en el cielo.
Y cuando llegue ese día glorioso y sumamente sagrado para
nuestro Dios y para nuestras almas infinitas, entonces "en
nuestros mismos cuerpos de siempre" hemos de ser
transformados al cuerpo perfecto y sumamente santo del Señor
Jesucristo, para que en aquel momento nosotros poder entrar
al reino de los cielos y ver a nuestro Creador, por vez
primera. Veremos al SEÑOR por primera vez para la nueva vida
infinita, aunque ya le hemos visto antes, con nuestros ojos,
con nuestros corazones, con nuestros espíritus y con nuestras
almas eternas, en el día de nuestra formación en el cielo,
porque fue él mismo quien nos rescata de nuestras primeras
tinieblas del más allá.
Pero no "le recordamos hoy", fácilmente, porque el espíritu
del pecado y de la rebelión mentirosa de Adán, por creer en
su corazón a las mentiras de Lucifer, de la boca de su esposa
Eva y de la serpiente del Edén, está en nosotros, hasta que
"Cristo nos rescate con su misma sangre", y esta vez será
para siempre. Porque sabemos muy bien en nuestros corazones,
ni aunque no los haya contado nadie, de que en el día que
veamos al SEÑOR entonces nuestro mismo corazón y nuestro
espíritu humano "cambiaran infinitamente", para jamás volver
a ser los mismos de antes, de la vida del pecado y del mundo
poco amistoso a Dios y a su Jesucristo, por ejemplo.
Entonces en el Señor Jesucristo ya no seremos los pecadores y
rebeldes a Dios y a su fruto del Árbol de la vida eterna,
sino que "seremos hechos", en un momento de fe y de milagro
celestial, en hijos e hijas de Dios, para su nueva vida
celestial del nuevo reino de los cielos, por inicio propio de
Dios mismo. Porque nuestro Señor Jesucristo nos habrá hecho
una copia exacta de él mismo, por inicio, como en el
principio con su imagen y con su semejanza, para que delante
de Dios seamos agradables a su vista, a su corazón, a su alma
sagrada y a su misma vida santísima, desde aquel día en
adelante y para miles de siglos venideros, también.
Al fin, seremos "los seres santos", de los cuales nuestro
Padre Celestial siempre soñó en su corazón y con su mente
sagrada formar, en sus manos y con la vida misma, ni más ni
menos, de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para su nueva
vida celestial e infinita del nuevo cielo venidero, de La
Gran Jerusalén Santa y Perfecta. En realidad, seremos como en
la perfecta imagen y perfecta semejanza de Dios, porque "el
Señor Jesucristo habrá transformado nuestras vidas y nuestros
espíritus humanos, con su propia vida y con su propio
espíritu noble", para nunca más volver a ser pecadores
rebeldes a Dios y a su Ley Bendita, sino obedientes a Él y a
su palabra viva.
Y como tenemos en cada uno de nosotros, la misma verdad,
vida, salud, paz, gloria, bendición, justicia, santidad,
perfección, inteligencia, poder, sabiduría, deidad, imagen,
semejanza, "corazón y derecho eterno", de ser llamados hijo e
hija de Dios, entonces por fin comenzaremos a gozar de la
vida eterna, por la cual nuestro Dios nos crea en el
principio, en el paraíso. Al fin, seremos, cada uno de
nosotros, "ese amor, ese servicio, esa vida", por la cual
nuestro Padre Celestial siempre busco en su Hijo amado, en su
Espíritu Santo y en cada uno de sus ángeles del cielo, para
empezar la nueva vida celestial e infinita del nuevo reino
sempiterno del más allá.
Y de esto es "la felicidad infinita del corazón sagrado" no
sólo de Dios, de su Espíritu Santo, de su Hijo amado, de sus
ángeles, sino también de cada hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, hoy en día y para siempre, en la nueva
vida infinita, con un mismo corazón y con un mismo espíritu
para todos. Entonces si antes estaban perdidos en sus
corazones y en sus espíritus rebeldes a Dios y a su
Jesucristo, pues, hoy en día, Dios mismo los ha "reconciliado
con Él y con su nombre sagrado", por medio del corazón y del
espíritu noble del gran rey Mesías de Israel y de las
naciones, ¡el Hijo de David!
EL VIEJO HOMBRE SE VA, EL NUEVO SE QUEDA PARA LA ETERNIDAD
Pues entonces no desmayen jamás, por ninguna razón, ni por el
pecado de nadie, ni menos por el pecado de Adán y Eva, porque
nuestro Dios "ya nos limpio" con la sangre pura y sagrada del
pacto eterno; más bien, aunque se va esfumando nuestro hombre
exterior, el interior, sin embargo, se va "desarrollando" día
y noche en Jesucristo. Porque cada uno de nosotros va hacia
delante, hacia la "transformación perfecta" de la imagen y de
la perfecta semejanza de nuestro Señor Jesucristo, por medio
de los poderes sobrenaturales de la sangre viviente del pacto
eterno, para alcanzar no sólo la vida eterna, sino también
cada gloria y honra infinita para nuestro Dios que está en
los cielos.
Ya que, nosotros hemos sido "extraídos" del polvo de la
tierra con las manos sagradas no de ángeles sino del mismo
Creador del cielo y de la tierra, para darnos vida en
abundancia, para entonces alcanzar glorias y santidades jamás
alcanzadas por los ángeles de los cielos, desde los días de
la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo. Porque en
el reino de los cielos y así también en todos los lugares de
la tierra y de su inmensa creación: Dios tiene glorias y
honras perfectas de santidades celestiales e infinitas, que
aun los ángeles no conocen, pero nuestro Dios si las conoce,
por que él es omnisciente, omnipotente y omnipresente; es
decir, que él lo sabe todo. Pues: ¡Sólo Él es Dios, desde la
eternidad y hasta la eternidad, para todos!
Y estas nuevas glorias, de gran honra y de perfecta santidad
para nuestro Padre Celestial, "alcanzaremos" cada uno de
nosotros, si tan sólo le somos fieles a su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo! Porque sólo en "el espíritu", de la sangre
y de la vida gloriosa y sumamente honrada del gran rey
Mesías, es que están todos los poderes de bendición y de
salvación infinita, para que cada uno de nosotros "alcance",
en nuestros corazones y con nuestros espíritus humanos, esas
glorias celestiales, de su nombre santo y de su vida
gloriosa, también.
Y esto ha de ser así, día a día y para siempre, no sólo en la
tierra sino también en nuestras nuevas vidas infinitas del
nuevo reino de los cielos, por ejemplo: siempre y cuando, "le
seamos fieles a Él y a su nombre santo", en nuestros
corazones, por medio de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!
Pues entonces, "estamos llamados por Dios mismo", por inicio
paradisíaco, ha comenzar a servirle a Él, en el espíritu y en
la verdad infinita de su Ley Viviente, la cual fue escrita,
cumplida, honrada y exaltada hasta lo sumo, desde el corazón
de la tierra y hasta lo más alto de los cielos de los cielos,
en el más allá.
Porque era necesario que la Ley Divina "saliese" del corazón
del mundo y de sus profundas tinieblas, por los poderes
sobrenaturales de la vida misma del Señor Jesucristo, en el
día de su "resurrección", para entrar a la tierra en los
corazones de la humanidad entera, y así levantarse hacia el
cielo con ella, para empezar la nueva vida infinita. Porque
de otra manera, sin que la Ley de Dios y de Israel "se
levante de las profundas tinieblas de la tierra", para
regresar al hombre: cumplida, honrada y sumamente exaltada,
en la vida del gran rey Mesías, entonces el comienzo de una
vida nueva para un nuevo reino celestial "era totalmente
imposible".
Ni mucho menos podríamos entregársela a nuestro Dios, a su
Espíritu Santo y a sus huestes celestiales, "escrita en
nuestros corazones", por la sangre del pacto eterno del Señor
Jesucristo, eternamente para siempre, también. Pero gracias
al Señor Jesucristo que no sólo descendió del cielo, por el
poder del Espíritu Santo, para entrar en el vientre virgen de
las profundas tinieblas, de la hija de David, en Israel, para
"nacer" como un ser santo, como él sólo lo puede ser, en la
tierra y en el cielo, sino que hizo mucho más que esto.
Nuestro Señor Jesucristo, en el día de su crucifixión y
muerte, sobre los árboles cruzados de Adán y Eva, y después
de haber derramado su misma vida y su sangre santa e infinita
por Israel, entonces "entro en el vientre virgen" de las
profundas tinieblas de la tierra, como para volver a nacer,
como Adán, pero más santo que él. Entró en el vientre virgen
de la tierra, como en el vientre de su madre biológica,
María, para que "en el Tercer Día levantarse él mismo
gloriosamente con las tablas de la Ley", infinitamente
honradas y cumplidas, para gloria de Dios y de su humanidad
infinita, en la tierra y así también en el nuevo reino
celestial y para siempre.
Es por eso, que nuestro corazón les debe mucho a Dios y a su
Hijo amado, el Señor Jesucristo, porque "han hecho tantas
cosas muy buenas" para cada uno de nosotros, en la tierra y
así también en el paraíso y en el nuevo reino de los cielos.
Y estas son cosas que ninguno de nosotros jamás pudo haber
hecho con nuestras vidas y almas pecadoras, en la tierra y en
el paraíso, a la Ley de Dios y de Moisés, por ejemplo, para
alcanzar una nueva vida infinita, sumamente rica en
bendiciones del nuevo cielo venidero, para ángeles gloriosos
y para la humanidad entera, también, por ejemplo.
Entonces ha sido nuestro Señor Jesucristo que no sólo nos "ha
entregado la vida eterna", la cual Adán y Eva perdieron en el
paraíso, cuando creyeron en sus corazones y comieron con sus
bocas del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del bien y
del mal, sino que también nos "ha dado de todo su ser santo".
Nos ha dado de todo su ser santo, sin escatimar nada de nada
de él y de su vida infinitamente gloriosa, desde los primeros
días de la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo,
como su corazón con su espíritu noble y sangre redentora,
para alcanzar el perdón, el fin de nuestra muerte y la
ganancia de la vida eterna.
Y esto es que nuestro salvador celestial nos "ha dado de su
perfección", de su santidad, de su amor, de su verdad, de su
justicia, de su pureza, de su gloria, de sus poderes, de su
sabiduría, de sus buenas y ricas oraciones hacia nuestro
Dios, además, de su carne, de su sangre, de su alma y
espíritu santísimo, también. Porque "nuestro redentor sabe
muy bien" que no viviremos nunca jamás en la tierra, ni menos
en el paraíso o en el nuevo reino de los cielos, si no somos:
de su carne, de su corazón, de su espíritu noble, de su
sangre, de su alma santísima y, por ende, de sus buenas y
ricas oraciones hacia Dios, también.
Entonces "no desmayen" mis estimados hermanos, porque si
nuestro hombre interior se va "desapareciendo" por el poder
del pecado y de sus tinieblas, no obstante, nuestro nuevo
hombre interior se va "engrandeciendo" día y noche y sin
cesar, si tan sólo le somos "fieles a Dios", por el amor y el
nombre glorioso de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Eso
es lo que Dios pide de ti, mi estimado hermano y mi estimada
hermana: un corazón nuevo y un espíritu noble en tu pecho
para él y para su nueva vida infinita en ti y en los tuyos,
también, hoy en día y por siempre en el cielo. Y no como el
corazón de carne que posees, hoy en día, en tu pecho: duro y
rebelde al Mesías del paraíso y de todos los tiempos, pues
entonces, sin más decir: te debes a ti mismo, para honra a
Dios: un corazón bueno y un espíritu noble, como el de su
Hijo, el Hijo de David, ¡el Cristo Celestial!
El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.
¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!
Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo.
LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS
Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un
tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en
tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre
Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un
fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es
verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán
atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de
Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí
contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo.
Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en
Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos
de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque
en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y
exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra,
cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de
bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad,
cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa
del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de
las naciones!
SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS
Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:
PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".
SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".
TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".
CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".
QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".
SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".
SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".
OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".
NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".
DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".
Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.
Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:
ORACIÓN DEL PERDÓN
Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.
Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:
NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.
¡CONFÍA EN JESÚS HOY!
MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.
YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.
- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.
Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):
Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.
QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.
¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?
¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?
Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:
Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.
Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.
Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.
El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.
El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.
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