Bon dia!
Mentre a l'Argentina arriben el preus a la lluna i a Buenos Aires
detenen "manu militari" als que demanen almoina pels carrers -un dels
treballs d'Hèrcules- Bolivia té unes taxes de creixement
importants. Clar, allà no ha entrat cap estranger parlant anglès a
dir-los-hi com s'ha de fer.
Los villanos de siempre
Por Atilio A. Boron
Poco resta por agregar a todo lo que ya se ha dicho, y se venía
diciendo, del caso Assange. Una operación absolutamente violatoria del
derecho internacional tal como lo estableciera el Grupo de Trabajo de
la ONU contra las Detenciones Arbitrarias que, ya en una extensa
resolución fechada el 4 de diciembre de 2015, establecía que la
detención del fundador de la WikiLeaks era arbitraria e ilegal y debía
ser puesto en libertad. No sólo eso, en su numeral 100 requería que
“los gobiernos de Suecia y el Reino Unido … garantizaran la situación
del Señor Assange para asegurar su seguridad e integridad física,
facilitar el ejercicio de su derecho a la libertad de movimientos de
manera lo más expedita posible y para asegurar el pleno disfrute de
los derechos garantizados por las normas internacionales relativa a la
detención de personas”.
En un sistema internacional en el cual cada vez con más frecuencia se
atropella la legalidad laboriosamente construida desde fines de la
Segunda Guerra Mundial no sorprende para nada lo ocurrido. En esta
verdadera tragedia para la humanidad –porque eso es lo que significa
la persecución de Julian Assange– hay unos cuantos villanos.
Uno, Lenín Moreno, (a) “Judarrás”, repugnante síntesis de Judas y
Barrabás que le privó al australiano nacionalizado ecuatoriano del
asilo diplomático concedido hacía ya siete años poco después que
aquél, privado de acceso a internet y telefonía, habría supuestamente
sido quien sacó a la luz pública los turbios negociados de Moreno. Lo
de “Judarrás” es además doblemente detestable porque ni siquiera tuvo
la valentía de expulsarlo de la sede de la embajada ecuatoriana en
Londres sino que solicitó a la Policía Metropolitana que, violando su
inmunidad diplomática, entrase a dicho recinto a apresar por la fuerza
al asilado. Pocas veces se ha visto un ejemplo de tanta vileza y
servilismo ante las órdenes del imperio, deseoso de propinar un
escarmiento ejemplar a Assange como señal intimidatoria a los muchos
que como él quieren garantizar el derecho a la información, componente
esencial de un orden político democrático.
Segundo, la Casa Blanca es el otro villano, que desde los tiempos del
“progre” Barack Obama hizo lo imposible para lograr que Assange fuese
extraditado a los Estados Unidos. Si esto llegara a ocurrir al
periodista le espera, en caso de que esa solicitud sea aceptada, el
sometimiento a “durísimas técnicas de interrogación” (eufemismo para
evitar decir torturas), una interminable sucesión de juicios y
acusaciones, la cárcel y, probablemente, su asesinato en una bien
orquestada “riña de convictos” en una prisión poblada de hampones,
narcos y criminales de la peor especie. Su eventual deceso en una
pelea de reos evitaría a Estados Unidos la acusación de haber
condenado a muerte a un hombre que quiso que la verdad fuese conocida.
Tercero, los impresentables “representantes del pueblo” en la Cámara
de los Comunes del Reino Unido y los congresistas de Estados Unidos.
Los primeros estallaron en grandes manifestaciones de júbilo cuando la
primera ministra Theresa May informó del arresto de Assange. Otro
tanto ocurrió en el Senado y la Cámara de Representantes del Congreso
de EE.UU., constituido en buena parte por politiqueros que se
enriquecieron en su función legislativa protegiendo a los lobbies y
las empresas que financiaron sus carreras políticas y condenando a la
mayoría de la población de su país a crecientes penurias económicas al
punto tal que “el 1 por ciento más rico de EEUU detenta mayores
ingresos que el 90 % de la población”. Estos personajes son los que
hicieron posible que el asalariado medio de ese país “necesitate
trabajar más de un mes para ganar lo que un CEO gana en una hora.”
Bien: esta es la gentuza que celebró con alborozo la detención de
Assange. (Ver estos y otros datos en: Nicholas Kristof: “An Idiot’s
Guide to Inequality” en New York Times, 23 de julio, 2014 y en la nota
de William Marsden, “Obama’s State of the Union speech will be call to
arms on wealth gap”, en
https://o.canada.com/news, 26 enero 2014.)
Cuarto y último, los gobiernos europeos que consienten no sólo este
ataque de Washington al libre flujo de la información y la
imprescindible transparencia de la gestión pública sino que admiten,
como indignos vasallos, que los deseos de la Casa Blanca y las leyes
que dicte el Congreso de ese país posean validez extraterritorial y se
apliquen en sus propios países sin intentar el más mínimo asomo de
protesta o resistencia. En ese sentido, su bochornoso acompañamiento
de las decisiones de Washington: desde el caso Assange hasta las
sanciones económicas a Rusia; o desde la criminal campaña en contra de
Kadafi en Libia hasta la brutal agresión a Siria; o desde el bloqueo a
Cuba hasta la payasesca opereta montada en torno a la figura de Juan
Guaidó en Venezuela, hablan bien a las claras de que el arte del buen
gobierno es algo que parece haberse perdido en una Europa que arrojó
por la borda toda pretensión de soberanía y dignidad nacionales y
resignada a cumplir el deshonroso papel de compinche de cuanta
tropelía desee perpetrar el emperador de turno.
* * *
La derecha destruye a nuestros países
Por Emir Sader
¿Qué es lo que tiene para proponer la derecha latinoamericana a
nuestros países? ¿Por qué se ha empecinado y sigue empecinándose tanto
para retomar o mantener el control de los gobiernos? ¿Qué es lo que
tiene para presentar en las elecciones de octubre de este año en
Argentina, Uruguay y Bolivia?
Tomando a Argentina y a Brasil como referencias, la derecha solo tiene
como programa y como objetivo la destrucción de los países, de su
patrimonio nacional, de los derechos de los trabajadores, de las
políticas sociales, de las políticas de soberanía externa. Solo busca
bajar el perfil político de nuestros países, para que la política
externa norteamericana vuelva a predominar, de forma soberana, en el
continente.
Tomemos la situación de esos países hace cinco o diez años y
comparemos con lo que viven ahora, para evaluar qué tipo de
alternativa tiene la derecha para esos países y, por consecuencia,
para los otros países del continente a que pretende gobernar. Los
Kirchner sacaron a la Argentina de la peor crisis de su historia,
haciendo que la economía volviera a crecer, que la exclusión social
disminuyera de forma significativa, que los argentinos volvieran a
enorgullecerse de su país y a creer en un futuro mejor para la
Argentina.
Lula ha conducido el período más virtuoso de la historia brasileña,
país que ha pasado de ser el más desigual del continente más desigual,
a referencia mundial en el combate contra el hambre y la exclusión
social. Hizo que la economía brasileña superara la recesión heredada
de Cardoso y creciera con políticas de distribución de renta. Nunca la
imagen de Brasil en el mundo se había vuelto tan positiva.
En pocos años, desde el comienzo del gobierno de Macri y del gobierno
de Temer, Argentina y Brasil han cambiado radicalmente, en todo, y
siempre para peor. Las economías de los dos países han retornado a
recesiones similares a las que habían tenido como resultado de las
políticas neoliberales de los años 1990 y cae en picada el Producto
Bruto de los dos países. La estructura productiva de las dos economías
se deshace, frente al avance impetuoso del capital financiero. Las dos
economías son dirigidas directamente por representantes de los bancos
privados, que desmontan al Estado y la estructura industrial que los
dos países habían construido a lo largo de décadas.
Nunca los trabajadores y la población en general han estado tan
desprotegidos de sus derechos. Son docenas de millones de desempleados
estructurales, ya sin esperanza de retomar sus puestos de trabajo. Son
sindicatos debilitados en su capacidad de negociación y de defensa de
los derechos históricos de los trabajadores. La gran mayoría de los
trabajadores ya no tiene ni empleo formal, ni contrato de trabajo.
Trabajan a destajo, según las necesidades avasallantes del gran
capital. Las pequeñas y medianas empresas languidecen o sencillamente
desaparecen, dejando lugar a economías totalmente controladas por el
gran capital monopolista, en el cual el poder del capital financiero
privado es hegemónico.
La desesperanza y el desaliento sobre el destino de los países y la
vida de la gente vuelven a imponerse. La proyección internacional del
liderazgo de los presidentes de esos países dan lugar a la vergüenza
de la imagen, dentro y fuera de los países, de sus presidentes. El
fracaso de los gobiernos sucede al éxito de los gobiernos que los han
antecedido.
¿Para eso la derecha argentina y la brasileña han lanzado mano de
todos sus instrumentos, legales e ilegales, para tumbar a gobiernos
populares y democráticos, y retomar al gobierno? ¿Para destruir el
patrimonio público, para quitar derechos a los trabajadores, para
terminar con las políticas de inclusión social?
Uruguayos, argentinos y bolivianos tienen frente a sus ojos lo que
gobiernos de izquierda han hecho en países de la región, en
comparación con lo que gobiernos de derecha hacen en países como
Argentina y Brasil. ¿Qué futuro quieren para sus países?