Llegexo a El África de Thomas Sankara de Carlo Batá, Txalaparta, 2011.
Fue un militar que repudiaba la guerra, un hombre que consideraba la
liberación integral de la mujer como un paso ineludible para cualquier
revolución. Sin liberación de la mujer, sin el cambio de de la
relación de dominación ejercida por el hombre no habrá revolución:
"Para ganar una lucha que es común a la mujer y al hombre hay que
conocer todos los detalles de la cuestión femenina, tanto a nivel
nacional como universal, y entender que la lucha de mujer burkinabé se
junta a la lucha universal de todas las mujeres, y, más en general, a
aquella por la rehabilitación total de nuestro continente". "No
importa lo oprimido que pueda estar el hombre, siempre tiene a otro
ser humano que oprimir: su mujer".
Para Sankara, la situación social e histórica de la mujer era un
tema central en su visión política. En 1986 envió un fax al Congreso
Mundial de Prostitutas, afirmando que se haría cargo "llevar vuestras
resoluciones a cualquier foro internacional", subrayando que "es
únicamente con la lucha como podéis arrancar vuestro derecho de
substraeros a los métodos policiales y persecutorios que quieren
marginaros, para organizar y proteger lo que las sociedades injustas
quieren presentar como vuestro trabajo."
El 8M vuelve a la calle tras dos años de pandemia y con el desafío de
mantener viva la protesta
Marta Borraz / Ana Requena Aguilar
El movimiento feminista lleva días calentando motores para el primer
8M de la 'nueva normalidad', con un escenario más parecido a como era
todo antes de la pandemia de COVID-19. Si en 2021 la jornada dejó una
sensación extraña, cargada de anhelo por la potencia movilizadora de
años anteriores, este martes el feminismo vuelve a tomar las calles
con la vista puesta en recuperar el espacio público. El gran reto es
mantener viva la protesta en medio de una crisis que ha evidenciado y
agrandado la desigualdad, y con dos años de pandemia a las espaldas.
Una pandemia de consecuencias aún difíciles de medir y que ha dejado,
además, mucho cansancio.
SABER MÁS
Asumen las convocantes que la movilización de este 8M será menos
multitudinaria que las anteriores. La COVID-19 ha dejado un poso de
desánimo, desmovilización social y cansancio que pueden influir en
cuántas mujeres acaban finalmente saliendo a las calles. No obstante,
el feminismo llegó para quedarse de distintas formas. La mecha ya se
había prendido, pero las huelgas y manifestaciones masivas de 2018
abrieron un nuevo espacio para el feminismo que ya no ha dejado de
ocupar. No solo en las calles o en la agenda social y política,
también y, fundamentalmente, en el día a día.
La pandemia estalló en ese momento de eclosión feminista. El 8M de
2020 –solo seis días antes de que se declarara el confinamiento en
España– exhibió músculo, aunque con menor asistencia que otros años.
Muy pronto se convirtió en un símbolo para los sectores conservadores,
que lo utilizaron para criminalizar al feminismo y desacreditar la
gestión del Gobierno. La idea siguió agitándose hasta un año después,
con el mundo sumido en una crisis sanitaria, económica y social sin
precedentes. Las feministas querían volver a las calles, con distancia
y respetando las restricciones vigentes para otras movilizaciones que
ya se estaban celebrando entonces. Y así fue en toda España, menos en
Madrid.
Los mensajes más repetidos por las autoridades sanitarias
desaconsejaban las movilizaciones, pero finalmente las de la Comunidad
de Madrid fueron las únicas que se prohibieron. No solo la de la
capital, habitualmente la más multitudinaria, también las de los
pueblos o ciudades más pequeñas. Todas vetadas como si fueran una. A
día de hoy, el Tribunal Constitucional ha aceptado tres de los
recursos interpuestos por la Comisión 8M, que considera que se
vulneraron derechos fundamentales.
No significa que el 2021 no estuviera marcado por la reivindicación.
Conscientes de que debían reinventarse, las feministas convocaron
acciones simbólicas y caceroladas desde los balcones; animaron a
'vestir' con pancartas o carteles morados las ventanas y a ocupar las
redes sociales con reivindicaciones. El 8M más atípico en Madrid acabó
con marchas improvisadas; algunas mujeres desafiaron las prohibiciones
y cortaron calles del centro de la capital mientras que en distintos
barrios se celebraron "paseos feministas" en grupos.
Hubo contención, pero también hubo 8M en las principales ciudades
españolas. Con mascarillas y cordones morados o señales en el suelo
para garantizar la distancia de seguridad, las feministas reclamaron
su presencia en la calle en Barcelona, Bilbao, Valencia, Santiago de
Compostela, Valladolid, Murcia o Sevilla. Entonces, en todas estas
ciudades hubo una convocatoria unitaria, algo que también ha cambiado
este año. En algunas, el feminismo marchará partido en dos ante la
escisión de un sector contrario al derecho a la autodeterminación de
género que avala el anteproyecto de Ley Trans aprobado hace unos meses
por el Gobierno.
Por qué la división
Esa es otra de las claves de este 8M. La historia del feminismo es
también una historia de disensos y posiciones diversas. Hasta hace
poco, el tema especialmente controvertido para el movimiento era la
prostitución. Más allá de abolición, regulación de derechos o
prohibición, las posiciones sobre qué hacer con la prostitución han
convivido siempre con matices y polémicas. En las manifestaciones del
8M era habitual ver bloques abolicionistas, ocupados por activistas y
asociaciones especialmente enfocadas en la abolición de la
prostitución. Este año, ese posicionamiento ha ido un paso más allá y,
sobre todo, se ha mezclado con otro reclamo, que ha ocupado la
centralidad del debate feminista en los dos últimos años: la crítica a
las leyes trans y la autodeterminación de género.
Muchas de las manifestaciones que tienen como lema central el
abolicionismo reivindican la lucha contra las normas trans y la
autodeterminación de género que, consideran, "borran" a las mujeres e
implican una tergiversación de la agenda feminista. Esos grupos han
decidido convocar sus propias marchas porque consideran inaceptable
compartir manifestación con quienes, aseguran, no respetan los
principios feministas. A pesar de que en 2019 el PSOE incluyó la
autodeterminación de género en una proposición de ley y pese a que el
partido había impulsado iniciativas similares en al menos diez
comunidades, tras la llegada de Unidas Podemos al Ministerio de
Igualdad el partido cambió inicialmente su posición y la brecha en el
feminismo respecto a este tema se avivó. Finalmente, el Gobierno de
coalición aprobó el primer trámite de la Ley Trans, que incluye la
autodeterminación de género.
Y es que el trasfondo del conflicto es político: en pleno auge del
feminismo, que el Ministerio de Igualdad, una bandera clásica del
PSOE, cayera en manos de Unidas Podemos, avivó la batalla por llevar
la voz cantante en materia de feminismo e igualdad. Los bloques
partidistas no son unitarios: muchas simpatizantes, militantes y
cargos orgánicos del PSOE, aun reivindicando la impronta socialista en
las políticas de igualdad, no comparten el tono de una parte del
feminismo contra las leyes trans. En Unidas Podemos han asomado
algunas voces discordantes con la Ley Trans del Gobierno, aunque no ha
habido, de momento, un movimiento de contestación interno con tanta
fuerza como en el PSOE.
Tanto el PSOE como Unidas Podemos han anunciado su intención de acudir
a la manifestación convocada por la Comisión 8M en Madrid; es decir,
por la organizada habitualmente, que se declara incluyente y que busca
movilizar desde lo que se comparte. También los sindicatos
mayoritarios, CCOO y UGT, acudirán a la marcha del 8M.
El conflicto tiene parte de generacional, aunque estas fricciones
entre generaciones no son suficientes para entender la brecha salvo
que se sumen el resto de factores. Sí hay, en general, una tensión
entre las generaciones de feministas que proceden de una escuela de
pensamiento más clásica, muy arraigada en España, y las generaciones
posteriores, más jóvenes, que entienden –y viven– el feminismo
incorporando otros puntos de vista y aliándose de manera natural con
otras reivindicaciones.
Es, sin duda, una generalización, porque ya en las generaciones de
feministas que lucharon durante el final del franquismo y el inicio de
la democracia existían diferencias y matices sobre asuntos relevantes.
También porque hoy en día hay jóvenes feministas que toman el
abolicionismo y la crítica a lo trans como parte intrínseca de su
feminismo.
La diferencia fundamental radica en quién ostenta ahora el altavoz. Si
en las décadas anteriores, el feminismo que se institucionalizó
procedía de esa corriente más clásica –y por tanto fue el que pudo
marcar la agenda y el que más eco político y mediático tenía– las
cosas han cambiado mucho en los últimos diez años. Las redes sociales,
la extensión de los feminismos autónomos –tanto en barrios como al
calor de asambleas y movimientos sociales–, la llegada de generaciones
jóvenes con influencias diversas y, finalmente, el aterrizaje
institucional de feministas de procedencia más variada, cambió el mapa
y quiénes estaban en él.
Con esta escisión, incomprensible para muchas y que amenaza con
desanimar la participación de unas cuantas, y una pandemia mediante,
el 8M vive un año extraño, a camino entre la nostalgia y lo que está
por venir.
* * *
América Latina y la guerra de Ucrania
Ignacio Ramonet* (La Jornada)
En nuestro mundo globalizado e interconectado, un conflicto de la
envergadura de la guerra de Ucrania tiene obviamente consecuencias
planetarias. Desde el inicio de las hostilidades, el 24 de febrero
pasado, las dos hiperpotencias nucleares del planeta han iniciado un
peligrosísimo pulso. Washington, la Unión Europea, la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y todos sus aliados –incluidas las
megaempresas digitales GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple,
Microsoft)– han prometido ahora, en respuesta a la invasión de
Ucrania, aplastar a Rusia, aislarla, descuartizarla. Consecuencia:
esto se está convertiendo en una guerra mundial de nuevo tipo. Un
hiperconflicto híbrido que por el momento, en su arista militar, se
está desarrollando en un teatro concreto y local: el territorio de
Ucrania. Pero que en todos los demás frentes –político, económico,
financiero, monetario, comercial, mediático, digital, cultural,
deportivo, espacial, etcétera– se ha transformado en una guerra
mundial y total.
Latinoamérica no es un actor relevante en el escenario donde se
desarrollan las principales tensiones geopolíticas ligadas al
conflicto Rusia-Ucrania. Excepto en sus relaciones con Cuba, Venezuela
y Nicaragua, Moscú no dispone en la región, ni de lejos, de la
influencia que siempre ha tenido Washington y que últimamente ha
conseguido Pekín. Por ejemplo, en 2019, para que nos podamos hacer una
idea, Sudamérica exportó bienes y servicios por un valor de 66 mil
millones de dólares a Estados Unidos y de 119 mil millones a China,
pero apenas de 5 mil millones a Rusia.
Obviamente, como al resto del mundo, esta nueva situación global
impacta a América Latina y el Caribe, sobre todo por sus repercusiones
económicas. Los precios de todas aquellas materias primas de las
cuales Rusia y Ucrania son importantes productores se han disparado,
en particular el petróleo y el gas, pero también varios metales:
aluminio, níquel, cobre, hierro, neón, titanio, paladio, etcétera;
algunos productos alimentarios: trigo, aceite de girasol, maíz... y
también los fertilizantes. Todos los países importadores de estos
insumos se van a ver fuertemente afectados.
En un contexto mundial de inflación en alza (véase “Lo que subyace a
la ‘amenaza’ de inflación”, en
https://cutt.ly/OAvsyr8), estos
incrementos de costes contribuirán en algunas naciones a una fuerte
subida de los precios, muy particularmente en los transportes, la
electricidad, el pan y otros productos alimentarios. En sociedades
latinoamericanas que acaban de ser ya fuertemente golpeadas por las
consecuencias de la pandemia del covid no es imposible, por
consiguiente, que en varios países se produzcan protestas populares
contra el aumento del coste de la vida (véase el artículo de Ernesto
Samper Un ex presidente toma la palabra, en
https://cutt.ly/xAvsdES).
Inversamente, los estados exportadores de hidrocarburos, minerales o
cereales –por ejemplo, Venezuela, Chile, Perú, Bolivia, Argentina o
Brasil– se verán beneficiados de la importante subida actual de los
precios.
Las nuevas sanciones impuestas a Moscú y el cierre del espacio aéreo
en todo el Atlántico Norte a los aviones rusos afectará también, en
particular, a las potencias turísticas del Caribe, en particular a
Cuba y República Dominicana. Para ambos países, Rusia fue en 2021,
respectivamente, el primer y segundo emisor de turistas. La guerra de
Ucrania les podría hacer perder, este año, unos 500 mil visitantes y
miles de millones de dólares...
Últimamente, Moscú ha tratado de acercarse a la región por varias
vías, incluso con ocasión de la crisis sanitaria durante la pandemia
de covid-19. Cuando las naciones ricas acapararon las vacunas, el
Kremlin supo responder presente: la Sputnik V fue la primera vacuna en
llegar (aunque no gratuitamente) a Argentina, Bolivia, Nicaragua,
Paraguay y Venezuela. En el aspecto geopolítico, desde hace años
Vladimir Putin ha tenido la habilidad de aportar apoyo político y
diplomático a gobiernos de la región sancionados por Washington, como
los de Venezuela, Cuba y Nicaragua, los cuales, como parte de su
estrategia de resistencia frente a las medidas estadunidenses, han
intensificado las relaciones con Rusia, incluso en el aspecto militar.
Recordemos que, cuando fue subiendo la tensión en las semanas
anteriores a la guerra, hubo aquellas declaraciones del viceministro
ruso de Exteriores, Serguéi Riabkov, que no descartó un despliegue
militar en Cuba y Venezuela como respuesta a la política de Washington
en Ucrania. El consejero de Seguridad Nacional estadunidense, Jake
Sullivan, le respondió que si Rusia avanzaba en esa dirección, Estados
Unidos lidiará con ello de forma decisiva. En ese sentido, el
presidente de Colombia, Iván Duque –único país latinoamericano con
estatus de socio extracontinental de la OTAN–, durante su reciente
visita a la sede de la Alianza Atlántica, en Bruselas, expresó su
preocupación por la profundización de la cooperación entre Rusia y
China, incluido su apoyo a Venezuela. Y declaró en días posteriores
que confiaba que la asistencia militar de Rusia a Venezuela no se
utilice para amenazar a Colombia... Por su parte, el canciller ruso,
Serguéi Lavrov, declaró que Moscú reforzará su cooperación estratégica
con Venezuela, Cuba y Nicaragua en todos los ámbitos.
En los días que precedieron al inicio de la guerra, Putin recibió
sucesivamente en el Kremlin, con gran cordialidad, a dos importantes
mandatarios sudamericanos: Alberto Fernández, de Argentina, y Jair
Bolsonaro, de Brasil. El primero ofreció al presidente ruso que su
país sea la puerta de entrada de Moscú a América Latina... Putin le
respondió que Argentina debe dejar de ser satélite de Washington y
cesar de depender del Fondo Monetario Internacional (FMI). A
Bolsonaro, el mandatario ruso le propuso la construcción de varias
centrales nucleares y la dinamización de una alianza tecnológica entre
ambos países en áreas punta como biotecnología, nanotecnología,
inteligencia artificial y tecnologías de la información.
Días después, Rusia invadía Ucrania... Varios mandatarios
latinoamericanos –en particular el presidente Nicolás Maduro, de
Venezuela– declararon entender la exasperación de Moscú frente a las
constantes provocaciones de Estados Unidos y de la OTAN. Pero ningún
país de la región se alineó de modo incondicional con las posiciones
del Kremlin. Todos, en última instancia, de una manera o de otra,
incluidos Cuba, Venezuela y Nicaragua, defendieron el derecho
internacional, la Carta de las Naciones Unidas y abogaron por un
entendimiento diplomático para resolver la crisis por medios pacíficos
y diálogo efectivo que garantice la seguridad y soberanía de todos,
así como la paz, la estabilidad y la seguridad regional e
internacional.
A pesar de la intensa actividad diplomática desplegada por el
presidente Putin para explicar su punto de vista, en conversaciones
telefónicas directas con diferentes líderes latinoamericanos, cuando
llegó la hora de la verdad, el 2 de marzo pasado, en la Asamblea
General de la ONU, con ocasión del voto de una resolución de condena
contra la invasión de Ucrania, Rusia apareció singularmente aislada.
Apenas cuatro estados en el mundo (Bielorrusia, Siria, Corea del Norte
y Eritrea) apoyaron su guerra contra Kiev. En América Latina no pudo
contar con un solo voto favorable.
* Tomado de Le Monde Diplomatique