El 29 de decembre de l'any 1896 naixia David Alfaro Siqueiros, un dels
tres grans muralistes mexicans junt a Diego Rivera i José Clemente
Orozco.
Amb setze anys es va afiliar a l'exèrcit constitucionalista per
lluitar per la Revolució mexicana el que el va portar a descobrir "les
masses treballadores, els obrers, camperols, artesans i els
indígenes... (i sobre tot), les enormes tradicions culturals del
nostre país, particularment en el que fa referència a les
extraordinàries civilitzacions precolombines." Acabaria afiliat al
Partit Comunista de Mèxic.
Resignados a una larga guerra
Rafael Poch
El 5 de diciembre Ucrania atacó dos bases de la aviación estratégica
nuclear rusa, en Riazán y Sarátov, a centenares de kilómetros de su
frontera. Inmediatamente después, el secretario de Estado de Estados
Unidos, Antony Blinken, dijo que Washington “ni anima ni contribuye a
que los ucranianos ataquen territorio ruso”, pero fuentes militares
americanas y rusas apuntan que esos ataques, con viejos artefactos
soviéticos TU-141 de los años setenta reconvertidos en misiles de
crucero, han sido posibles gracias a modernos sistemas de comunicación
y navegación satelitales de Estados Unidos. El 16 de diciembre, la
agencia Tass mencionaba a una empresa de Arizona como fabricante de
los sistemas utilizados en diversos ataques a territorio ruso e
incluso citaba el nombre del aeropuerto polaco (Rzeszow), en el que se
habrían hecho las pruebas y montajes de los aparatos.
La implicación directa e intensa de recursos militares de la OTAN en
Ucrania, no solo armas y dinero, sino también fuerzas especiales y
todo tipo de recursos electrónicos y de posicionamiento de última
generación, no solo desde el inicio de la invasión sino desde
inmediatamente después del cambio de régimen en Kiev del invierno de
2014, es algo conocido y admitido:
“Lo que hicimos a partir de 2014 fue crear las condiciones”, explicó,
entre otros, el jefe de operaciones especiales, Richard Clarke, en
agosto en una entrevista con David Ignatius en The Washington Post.
“Cuando los rusos invadieron en febrero llevábamos siete años
trabajando con las fuerzas especiales ucranianas, con nuestra
asistencia crecieron en número y sobre todo crearon capacidad tanto en
combates de asalto como en operaciones de información”.
Atacar las bases rusas es perfectamente legítimo para Ucrania, tanto
más cuando los bombarderos estratégicos rusos TU-95 han lanzado
misiles contra objetivos ucranianos tras despegar de esas bases, pero
desde el punto de vista de la dialéctica de las superpotencias
nucleares, es una jugada de alto riesgo. Produce escalofríos imaginar
que China o Rusia hicieran posible con su tecnología militar ataques
de México a una base nuclear de Estados Unidos en California o
Minnesota. Y eso es el equivalente a lo que está ocurriendo.
Los dirigentes rusos saben a lo que se exponen si atacaran satélites
de Estados Unidos
Un funcionario del Ministerio de Exteriores ruso dijo que la
utilización de satélites de Estados Unidos convierte a su vez esos
recursos en legítimo objetivo militar ruso, y un conocido analista
militar chino del portal
guancha.cn ha recomendado a los rusos que no
se metan en tal “peligro mortal”. Putin convocó al Consejo de
Seguridad nacional tras los ataques del 5 de diciembre, pero,
afortunadamente, los dirigentes rusos saben a lo que se exponen si
atacaran satélites de Estados Unidos y parecen coincidir más con el
analista chino que con su elocuente diplomático.
Ese es el tipo de insensata ruleta al que se está jugando en Ucrania.
Ilustra perfectamente la múltiple y contradictoria naturaleza de esta
guerra. Múltiple porque la criminal invasión rusa de Ucrania, que
tantos sufrimientos está causando a la población civil, no habría sido
posible sin los elementos de guerra civil que el cambio de régimen de
2014 desencadenó en el interior de Ucrania, mediante la imposición de
la narrativa nacionalista antirrusa y atlantista a los grandes
sectores de la población que no estaban de acuerdo con ella,
especialmente, pero no solo, en Crimea y en el Donbás. Lo uno no
habría sido posible sin lo otro.
Contradictoria, porque con esa importante reserva, uno puede defender
el legítimo derecho de los ucranianos a su soberanía e integridad
territorial y oponerse al mismo tiempo a la guerra por procuración que
Estados Unidos y la OTAN están llevando a cabo en Ucrania contra
Rusia, con China en mente. A estas alturas resulta imposible hacer
pasar por abstracta especulación este planteamiento, abiertamente
suscrito sin el menor tapujo por sus protagonistas. El último de ellos
en explicarlo ha sido el comandante del Stratcom, Charles Richard, uno
de los máximos jefes militares de Estados Unidos:
Ucrania es un campo de pruebas en el que se están midiendo las capacidades rusas
“Esta crisis de Ucrania en la que ahora estamos es solo un
calentamiento. La gran crisis (‘the big one’) está por venir y no
tardaremos mucho en ser puestos a prueba de formas que no hemos
conocido en mucho tiempo”, explicó Richard en una conferencia a
principios de noviembre. Ucrania es un campo de pruebas en el que se
están midiendo las capacidades rusas y “probando y observando nuevos
avances en tecnología y adiestramiento que están cambiando la forma de
combatir”, explica el New York Times.
Este es el aspecto esencial que impide a la izquierda abrazar la causa
ucraniana al lado de quienes acaban de incendiar el Oriente Medio
desde Libia a Afganistán, pasando por Siria, Yemen e Irak con el
resultado de más de tres millones de muertos y cuarenta millones de
desplazados y refugiados, y que ahora calientan motores para la
tercera guerra mundial. Y este es, precisamente, el panorama que
determina la posición mayoritaria del Sur global en este conflicto,
mientras en Europa una pseudoizquierda de derechas (la divisoria entre
izquierda y derecha es el apoyo al neoliberalismo y al belicismo)
baila al son de los tambores de guerra y del militarismo envuelta en
la bandera ucraniana.
La mayoría de los países del mundo han condenado en la ONU la agresión
rusa a Ucrania y al mismo tiempo se han desmarcado de las sanciones
contra Rusia diseñadas para “arruinar” a ese país (según la ministra
de exteriores alemana, Annalena Baerbock) y “desmantelar paso a paso
la capacidad industrial de Rusia” (en palabras de Ursula von der
Leyen), por citar solo a dos políticas europeas, fallidas
protagonistas de unas sanciones tan ruinosas para la UE como
beneficiosas para Estados Unidos, económica y geopolíticamente. Aún
menos consenso obtiene en el mundo la línea occidental de armar sin
límite a Ucrania y la mala fe negociadora demostrada en los acuerdos
de Minsk de 2015, cuyo objetivo era “ganar tiempo” (Angela Merkel en
declaraciones a Die Zeit) con el fin de “crear unas fuerzas armadas
poderosas” (Petro Poroshenko, expresidente de Ucrania), y en el
manifiesto desinterés por una solución de paz negociada demostrado en
los últimos meses. ¿Qué pasa mientras tanto en Moscú?
Sesión de noche en el primer canal de la tele rusa. Aquellos rostros
irritados de estrellas fachas de la televisión, aquellos semblantes
cabizbajos de patrióticos expertos y analistas de los meses de
septiembre y octubre con motivo de la exitosa contraofensiva
ucraniana, han dado lugar a otra cosa. Ahora los mismos personajes
desprenden una chulesca confianza. Anuncian un próximo giro de la
situación en el frente. La economía rusa funciona, se adapta, las
relaciones exteriores se transforman y estrechan. El comercio ruso con
China no solo no se encoge, sino que aumenta dinámicamente, confirma
The Wall Street Journal. Las sanciones son impotentes. En Europa
crecen las tensiones y las dificultades. Privada de energía eléctrica,
Ucrania se vacía y envía allá a sus centenares de miles de refugiados
que se harán cada vez más engorrosos. La sociedad rusa se conforma con
las versiones oficiales, como hacía la sociedad americana con la
guerra de Irak, tragándose los argumentos justificatorios con la misma
tranquilidad. Los Patriot que los americanos van a entregar a Ucrania
son modelos antiguos, no demasiado eficaces y carísimos, se dice.
¿Cuánto tiempo podrán aguantar americanos y europeos tan ruinosa
subvención de guerra? En Estados Unidos, el establishment está
dividido, con el Departamento de Estado dispuesto a continuar la
guerra hasta el último ucraniano y el Pentágono, mucho más cauto, como
si se tomara en serio lo de la “ofensiva de invierno” rusa. Hasta el
jefe del Estado Mayor del ejército, el general Mark Milley, advertía
en noviembre que no hay victoria a la vista en esta guerra… Por lo
demás, el parte diario de ataques ucranianos indiscriminados contra
ciudades del Donbás (escuelas, hospitales), condecoración de heroicos
defensores de la patria, y un Putin relajado y en plena forma copando
largos segmentos del telediario. ¿Occidente se cansará?
En Afganistán tardaron veinte años en cansarse de aquella guerra
absurda en la que se gastaron 2,3 billones de dólares, y cuando lo
hicieron fue para concentrarse mejor en la actual jugada contra Rusia
y China, por lo que el asunto tampoco pinta bien para Moscú. Incluso
si los militares, apoyados por Washington, acaban desplazando a
Zelensky en Kiev con miras a una negociación, será muy difícil que
Ucrania acepte lo que los rusos definen como “las realidades sobre el
terreno”: cederles los 100.000 kilómetros cuadrados que ocupan, de los
600.000 que tiene Ucrania. Y todo lo que no sea eso –y puede ser mucho
menos– sería una derrota para Rusia, cuyo régimen se juega su
existencia en esta guerra. Respecto a Occidente, cualquier paz con
aspecto de victoria rusa confirmaría su declive ante la mayoría del
mundo. Así que todo apunta hacia una larga guerra.
Con ese pronóstico, la pregunta es quién podría remediarlo, ¿quién
podría mediar?
El mejor terreno para afianzar su mandato Lula lo tiene en la política exterior
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, tomará posesión de
su cargo el 1 de enero. Su reconocimiento del Estado palestino en las
fronteras de 1967, secundado por media docena de países
latinoamericanos, su exitosa mediación con Irán, que hizo posible el
acuerdo nuclear del que Estados Unidos se desdijo, y, sobre todo, su
liderazgo en la integración continental suramericana y consolidación
de los países emergentes con objetivos comunes de integración
política, reforma de las “instituciones internacionales” de Occidente
y desdolarización, enfureció al imperio y explica, según su propia
versión, el golpe seguido de encarcelamiento que Lula sufrió en Brasil
en 2018. Ahora sus circunstancias son muy diferentes a las que le
llevaron al poder en 2003: ha ganado las elecciones por los pelos, no
hay una buena coyuntura expansiva para el reparto de renta sino al
contrario, y, además, tiene enfrente a una poderosa extrema derecha
bolsonarista con enorme respaldo social. Como ha apuntado Steve
Ellner, el mejor terreno para afianzar su mandato Lula lo tiene en la
política exterior: volver a afirmar un liderazgo brasileño al frente
de un gran movimiento internacional de países no alineados.
El conflicto de Ucrania, la demostrada incapacidad de las potencias
por resolverlo y su común apuesta por una larga y desastrosa guerra
que no parece poder tener vencedores, ofrece a Lula un reto para
demostrar su credibilidad a la hora de alcanzar un acuerdo con el
respaldo de la verdadera “comunidad internacional” que desde la ONU ha
marcado la línea: condena de la invasión rusa y, al mismo tiempo,
oposición a una guerra del hegemonismo occidental que debilite el
papel ruso en el equilibrio mundial. Ese debilitamiento tendría
consecuencias desastrosas no solo para la potencia nuclear rusa, con
los peligros que ello conlleva, sino para todo el sur global en su
pulso con el hegemonismo belicista occidental.
Estas son consideraciones que no cuentan en Europa y Estados Unidos,
pero que son básicas en América Latina, Asia, África y Oriente Medio.
Con una mediación hábil en Ucrania, Lula podría ser el abanderado de
los intereses de la mayoría de la población mundial.
* * *
Hans Magnus Enzensberger, despedida y un puñado de anécdotas
Por Demian Paredes (Página 12)
Irreverente y rebelde, Hans Magnus Enzensberger falleció el pasado 24
de noviembre, a los noventa y tres años. Polígrafo, autor de poesías,
novelas, ensayos, libros para niños, obras teatrales y guiones, nació
en 1929 en Kaufbeuren, estudió Literatura y Filosofía en Friburgo y en
Hamburgo, y en Francia en la Sorbona. Fue redactor, editor y profesor.
Sus primeras publicaciones fueron los poemarios Defensa de los lobos
(1957) y Hablar alemán (1960), y entre 1965 y 1967 perteneció al Grupo
47, reunión de escritores y artistas que incluso planificó una revista
que –pese a la abundante correspondencia, actas y borradores– nunca
vio la luz. Como traductor, se ocupó de César Vallejo y Rafael
Alberti; además del castellano, tradujo del francés y el inglés. Y,
recibiendo importantes premios y reconocimientos nacionales e
internacionales –además de traducciones de sus obras a múltiples
idiomas–, residió en Noruega (donde editó la revista Kursbuch),
Italia, Estados Unidos, México y Cuba. Como se puede apreciar con este
acotado recuento, Enzensberger fue un espíritu tan lúcido como lúdico,
inquieto y siempre despierto, atento a las señales y fenómenos de los
tiempos que le tocaron vivir, siempre con independencia de criterio,
con espíritu abierto, crítico y polémico.
Como ocurre con cualquier auténtico escritor, Enzensberger dejó gran
parte de su vida impresa en sus propios libros. Por ejemplo, en el
volumen más reciente Un puñado de anécdotas (2022), donde revisita los
años de infancia, con el recuerdo del crack de octubre de 1929 en Wall
Street, ocurrido poco antes de su nacimiento, junto a una variedad de
episodios, con abundantes fotos públicas y familiares, reproducciones
facsimilares de periódicos y documentos, y objetos de época,
acompañando e ilustrando los textos.
El autor que recuerda se autonombra o indica sencillamente, en tercera
persona, con su inicial, “M.”, y da cuenta, a lo largo de situaciones
y eventos de sus primeros lustros de vida, del Tercer Reich, pasando
por la posguerra, hasta lo que serán “los ‘68” en Europa y América,
con un hilo conductor: un interés, una necesidad acuciante, rayando el
fanatismo, por la lectura y los libros.
En una Alemania crecientemente racista, militarizada y regimentada, el
niño M. disfruta las experiencias de las mudanzas de casas, debido a
los trabajos profesionales de su padre. “Una aventura” en la que lo
que ve y oye acrecienta los misterios e incógnitas del lenguaje: “le
gustaba la furgoneta de mudanza verde oliva y observaba cómo los mozos
subían armarios, cajas y cómodas por la escalera. No le importaba que
algunas cosas se rompieran y que algunos trastos acabaran en la
basura. Tenía que aprender nuevas palabras. ¿Qué era una oficina de
giros postales? ¿Qué se suponía que era eso de un giro postal? ¿Qué
escondía ese nombre? ¿La vivienda para funcionarios era solo un
eufemismo? Pero ¿de qué?”. De su polifacético padre dice conservar
Llega el nuevo fotógrafo, un libro de herencia, y aún más sobre él:
“Cuando ya no quedaban libros ingleses en Alemania, el padre de M.
tradujo más de una docena de novelas, cuentos y ensayos. La lista de
autores es impresionante, desde Somerset Maugham hasta George Orwell.
Consiguió los textos originales en anticuarios; eran ediciones de
folleto de Tauchnitz Editions. Mecanografió los textos con una máquina
de escribir portátil y los encuadernó, todo para un solo lector: su
esposa. Nunca pensó en ganar dinero con eso o con sus otros
pasatiempos. El mercado se lo dejaba a los comerciantes, verduleros y
bancos”. En “Guerras de niños” se recuerdan los distintos barrios y
las bandas y pandillas que allí se vivían y actuaban, en una urbe
desolada, en crisis por la guerra, y así cierra el texto: “A veces, M.
se sentía como un turista en las incursiones en su propia ciudad, como
si no perteneciera a ninguna parte”.
Más experiencias y ocurrencias: un tío profesor de química que
menciona elementos en una conversación en voz baja (más allá de los
conocimientos que se imparten tradicionalmente en clases), y el joven
M. relacionándolo con la novela recién leída de Hans Dominik Peso
atómico 500, de la novedosa ciencia ficción, a la sazón género
prohibido en el Tercer Reich. Y junto a eso, las llamadas “chicas
relámpago”, un cuerpo auxiliar femenino de telecomunicaciones –con un
uniforme y logo con dos rayos eléctricos– vigilante del espacio aéreo.
Y siguen los libros en las anécdotas: desde una biblioteca pública
absolutamente vacía, salvo por el responsable a cargo, sitio ideal
para ocultarse de los obligatorios ritos y ceremonias públicas
–Enzensberger dice que, como Günter Grass, tuvo que vestir varias
veces uniformes de las Juventudes Hitlerianas–, hasta encuentros y
cruces fortuitos. Acontecimientos como el de un tren que explota tras
un ataque aéreo, y las mercancías que se desparraman, y la gente
acudiendo a “buscar restos utilizables de la carga destrozada”. De
cualquier explosión podía surgir alguna sorpresa para alguien curioso
y con hambre de lecturas: “De los escombros, M. recuperó intactas las
ediciones del correo militar de las obras de Theodor Storm y Will
Vesper. También encontró una selección de Hölderlin, en una edición
enorme, que Goebbels había enviado a los soldados del frente para
sugerirles ‘morir por la patria’”.
Enzensberger se refiere al sistema escolar y a varios de sus
personeros bajo el nazismo, pero también aprovecha su puñado de
anécdotas para plantear una crítica de carácter más abarcativo y
general: “El éxito a la hora de enseñar de tales educadores dejaba
mucho que desear. Pero lo que se conoce como ‘formación’ nunca ha sido
el objetivo principal de la escuela, lo que queda demostrado por el
hecho de que el personal docente necesita tres o cuatro años para
enseñar a los niños a leer y escribir, a sumar y multiplicar, unas
habilidades que cualquier niño normal puede adquirir en seis semanas
con facilidad”. Y dice, a modo de conclusión: “La larga estancia
obligatoria en la escuela sirve más bien para ensayar las reglas
básicas de la política, probar las relaciones de poder, las intrigas,
las alianzas cambiantes, los ardides de guerra y los acuerdos”.
En “Línea Sigfrido”, Enzensberger recuerda que, para 1944, sólo
Goebbels hablaba de “la victoria", y M. es parte de un grupo de
jóvenes reclutados, unos “desanimados estudiantes”, para ir al
Palatinado a cavar zanjas -inútilmente- durante 12 días. Fin de la
historia: “Como premio, los participantes en ese largo e inútil viaje
oficial recibieron una medalla de chapa de la Orden de la Carne
Congelada al regresar a casa: era el nombre irónico de la medalla que
recibían los soldados del Frente Oriental. M. la tiró por la letrina
ese mismo día”.
Títulos como “Búsqueda errante de declaraciones que valga la pena
escuchar” y “Un estudiante de Medicina en prácticas falso” ya indican
el tenor de las aventuras del protagonista, quien además se anotó en
un seminario de Heidegger para terminar “repugnado” por “la
incapacidad del filósofo para dialogar”: “nadie tuvo la oportunidad de
hablar”. Y en “Viajes austeros”, narra las experiencias de hacer
autostop: “Según dicen, M. llegó de esta manera a Sevilla, a Kalmar e
incluso a Estambul”.
En otro libro de corte autobiográfico, Tumulto (2014), Enzensberger
reflexiona en torno a otra etapa vivida, recuperando cuadernos y notas
de juventud, ya avanzados los años de la segunda posguerra. Unos
“Garabatos de diario sobre un viaje por la Unión Soviética y sus
consecuencias”, de 1966, reflexionan durante un viaje a la URSS sobre
una de sus instituciones: la Unión de Escritores Soviéticos. Dice: “En
Occidente uno no se hace una idea de la importancia política, del
poder y de la riqueza de dicha institución. Estar afiliado a ella es
una cuestión existencial para cualquier escritor soviético. Quedar
excluido equivale a la muerte social”. El joven Enzensberger veía con
sus propios ojos y mediante la información que le llegaba el bluf, una
década luego, de lo que fuera aquel histórico XX Congreso del PCUS,
para una supuesta desestalinización. Consigna: “En 1964 Joseph Brodsky
fue detenido en Leningrado y condenado a cinco años de trabajos
forzados por ‘parasitismo’. Sólo hace poco fue puesto en libertad
después de que su caso provocara un escándalo internacional. Y no fue
el único. André Amalrik sufrió una suerte similar. También el escritor
Andréi Siniavski acabó mal por haber hecho publicar sus críticos
ensayos en el extranjero bajo el seudónimo de Abram Tertz. Un tribunal
de Moscú lo condenó, en el simulacro de proceso al más puro estilo
estalinista, a siete años de prisión agravada en un campo de
reclusión. Recuerda la campaña contra los ‘cosmopolitas sin raíces’
desencadenada por el jerarca del Kremlin a principios de los años
cincuenta”.
En “Recuerdos de un tumulto (1967-1970)”, Enzensberger indica que en
el Berlín del ‘68, él estaba en Berkeley: “Allí también había mucha
movida”, anota. Y en en su estadía en Cuba, además de las
conversaciones con Haydeé Santamaría, y de un encuentro con Fidel
Castro, junto a la mención de Lezama Lima y su “obra capital”,
Paradiso, la existencia de “tiendas especiales” para los miembros del
gobierno y los visitantes “expertos extranjeros”, con excelentes
productos que no estaban al alcance del cubano común y corriente: “Yo,
con mi alma sencilla de izquierdista, sospechaba de tales privilegios
y vacilaba en hacer uso de ellos”.
A veces como descolocado, y/o desentendido, el escritor llega a
mencionar que, por entonces, ¡prefirió con un colega discutir sobre
“el futuro de la poesía experimental” que sobre la Primavera de Praga!
Otro recuerdo: “en Moscú también me reencontré con Neruda. Cuando iba
a Rusia, sólo podía haber para él la mejor habitación con la mejor
esquina de la mejor planta del hotel Nacional, con el Kremlin al
alcance de la mano. Enseguida me invitó a desayunar. La camarera, con
cofia y delantal blanco, acercaba en su mesita rodante lo que él
ordenara: blinis, caviar y champán. Apartaba las cuestiones
ideológicas con un mero gesto de la mano. ‘¿Qué estás haciendo?’, me
preguntó. ‘¿Cuándo vienes a Chile? ¿Qué quieres beber? ¿Té? ¿Vodka?
Ten, te regalo mi último libro, una edición de lujo, sólo hay cien
ejemplares.’ Y me puso una dedicatoria con su garra desbordante.
Consideraba natural que todo aquello le correspondiera por su
condición de poeta. Actuaba como si fuera lord Byron, si bien este
célebre antecesor suyo seguramente pagaba sus facturas de su propio
bolsillo. Esa actitud fachendosa se había convertido en su segunda
naturaleza”. Hacia el final de Tumulto, en “Después (año 1970 y
siguientes)”, aventura, cerrado el proceso de radicalización y ruptura
de “los ‘68”, una relación entre teoría y filosofía, y por comparación
apuesta por la literatura, desobligada de toda definición o concepto
cerrado-definitivo, con sus formulaciones abiertas e indeterminadas en
múltiples áreas y aspectos, lo que permite al autor múltiples
libertades para desarrollar su oficio, alejado de todo precepto u
obligación política.
ALMACÉN DE IDEAS
Otro volumen de Enzensberger, Mis traspiés favoritos. Seguidos de un
almacén de ideas (2011), lista y glosa proyectos descartados, más o
menos avanzados, que por una u otra razón no terminaron de
concretarse: una obra teatral sobre Lenin y Parvus -discutiendo
fuertemente en una visita que le hace este último- durante la primera
guerra mundial; revistas, como Gulliver (“Algunos de los instigadores
de este proyecto éramos los sospechosos de siempre: Uwe Johnson,
Ingeborg Bachmann, Martin Walser, Günter Grass y yo”), y otra que se
llamaría Story: “Una publicación mensual que ofreciera exclusivamente
short stories y reportajes de buen nivel literario. Debería hacer la
vista muy gorda a la usual diferenciación entre literatura seria y no
tan seria. La short story de un premio Nobel debería poder aparecer
junto a un policial atrapante; un reportaje sobre un centro de
investigación neurológica, junto a un artículo sobre los entretelones
de una película de Bollywood. Todo estaría permitido: desde la ciencia
ficción hasta la forma clásica de novela breve o una narración
olvidada de la literatura universal”. “Lo que sí quedaría totalmente
descartado”, agrega a modo de chiste o remate, “sería la teoría
literaria, al igual que el tono académico”.
En la obra enorme de Enzensberger se destacan en la narrativa
volúmenes como El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de
Durruti, y Hammerstein o el tesón, novela dedicada a uno de los
prominentes jerarcas del ejército alemán que se opuso a los planes de
Hitler. En ensayos, Política y delito, El laberinto de la inteligencia
y El perdedor radical, son algunos títulos destacables, al igual que
Conversaciones con Marx y Engels, delicioso libro donde el autor
recopila y edita las cartas entre estos, repletos de epítetos de los
más variados (y hasta alternadamente opuestos) hacia amigos y
enemigos, y cartas, recuerdos e informes de terceras personas sobre
esta famosa dupla y su entorno.
Ya la década de 1960 conoció los trabajos de Enzensberger en
castellano, no sólo por traducciones de editoriales españolas (Seix
Barral, y poco después Anagrama, quien ha terminado publicado un buen
grueso de su obra), sino de la Argentina: por caso, la revista Sur
publicó en 1963 su ensayo “Aporías de la vanguardia”, y poco después
Sudamericana el volumen Poesía alemana de hoy (1945-1966), con
traducción de Rodolfo Alonso y Klaus Dieter Vervuert, con siete piezas
de dos poemarios. Y hay que destacar los discursos de Günter Grass,
recordando a su colega junto a otros por su poesía de posguerra,
novedosa, conteniendo un “nuevo tono, agudo, exacto y juguetón”, y la
opinión del crítico norteamericano Harold Bloom en El canon
occidental, valorizando y rescatando para el futuro el libro de
Enzensberger Poesías para los que no leen poesías. Su otro gran título
en este registro, El hundimiento del Titanic (1978), traducido al
castellano por Heberto Padilla, alterna la catástrofe histórica con su
propia experiencia, medio siglo después, en la Cuba revolucionaria, y
la pérdida de un poema del mismo nombre, enviado por correo,
concluyendo así una suerte de metapoema que recupera aquello y lo
remoza, en un cruce entre historia y humor, experiencia personal y
documentos periodísticos, con metáforas en abarcativos y sorprendentes
alcances. Porque si hay algo fundamental en la obra de Enzensberger es
su calidad de poeta.
>Fragmentos de Un puñado de anécdotas
UNA PRIMERA DECEPCIÓN
Cuando M. todavía era lo suficientemente pequeño como para pasar entre
las piernas de un adulto, vio a un hombre que consiguió reunir a media
ciudad para que lo saludara.
La vida cotidiana quedó suspendida, cerraron la avenida de
circunvalación y se interrumpió el servicio de todos los tranvías.
Gente con brazaletes y cintos de cuero formaban una barrera para
contener al público. Una promesa flotaba en el aire. M. no tenía la
edad suficiente para entender lo que la gente esperaba, pero se dejó
llevar por la vorágine de la multitud.
Se deslizó entre las relucientes botas de caña alta de los gigantes y
vio un coche con la capota descubierta que se acercaba por la calle
ancha y vacía, precedido por un convoy de motocicletas. Una nube de
júbilo se alzó, el público estiró el cuello, levantó los brazos y
gritó.
En el coche había un hombre insignificante con bigotes y la vista fija
hacia delante. Llevaba el pelo pegado a la frente. Levantó el brazo
derecho y lo dejó caer bruscamente de nuevo.
Entonces, la comitiva terminó de pasar, la barrera se disolvió y la
multitud se dirigió animadamente a los puestos de salchichas y las
mesas de las terrazas para recuperar el ánimo. ¿Eso era todo? M. no
sabía lo que era un nazi. Esa abreviatura no figuraba en su
vocabulario. No podría haber dicho lo que esperaba. Pero tenía que ser
por fuerza algo inaudito. Después de todo, el Führer había pasado por
delante de él. Le hubiera gustado estar tan entusiasmado como algunos
de los presentes, pero solo había notado una sensación de aburrimiento
en el estómago. Era como si le hubieran regalado un paquete prometedor
en Nochebuena que resultara estar lleno de serrín.
M. tiene más que agradecer a sus decepciones que a sus fantasías.
SOBRE EL VICIO DE LA LECTURA
Tuvo suerte con sus padres. Casi siempre le dejaban hacer lo que
quería, al contrario del mundo exterior, que siempre tenía reglas, ya
fuera en la escuela, en los desfiles o en los gimnasios. Maestros,
funcionarios, compañeros de clase, conserjes, sacerdotes, policías,
todos querían algo de él que no le gustaba. Solo en casa estaba
tranquilo.
Nunca quiso matar a su padre ni acostarse con su madre. Ciertamente le
encantaban Sófocles y sus tragedias y le gustaba leer los extraños y
divertidos relatos de Sigmund Freud, pero le resultaban exóticos, como
si se trataran de imágenes de colonias lejanas. Incluso trabajos
científicos que caerían después en sus manos, como Autoridad y familia
o Eros y civilización, no pudieron cambiar eso.
En casa de sus padres, no había libros prohibidos. Esa es una de las
razones por las que sucumbió al vicio de la lectura a la edad de cinco
años. En aquella época, no le gustaban los supuestos libros
infantiles, que apenas merecían ser llamados así porque se leían en un
abrir y cerrar de ojos; sospechaba que detrás de tal escasez de placer
se encontraba el ánimo de fraude de los editores codiciosos. Prefería
obras más voluminosas. Uno de esos “libros de verdad”, gruesos e
interminables, la colección de cuentos de hadas de los Grimm, estaba
encuadernado en lino verde, impreso en tipografía Fraktur y decorado
con centenares de xilografías de Ludwig Richter, en cuya frondosa
vegetación el ojo podía pasearse durante horas. En la biblioteca de su
padre, sin embargo, realizó otros descubrimientos emocionantes.
Estudió detenidamente La mujer de los pueblos primitivos y La belleza
del cuerpo femenino con una linterna bajo la colcha.