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Miquel Angel Soria

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Jun 13, 2023, 7:28:58 AM6/13/23
to icv-euia_e...@googlegroups.com
Avui, mentre prenia un tallat, a la barra del cafè un client habitual
comentava a un altre que ja tenia el billet per marxar a Itàlia.
Davant la incredulitat del company, ha acabat reconeixent que marxava
a Itàlia per assegurar-se'n de que el Berlusconi era realment
enterrat.
Quant he marxat li he demanat al viatger que després de la seva
paletada de terra llancés una altra, la darrera, de part meva.

La huella de Berlusconi
Editorial de La Jornada


Silvio Berlusconi, varias veces gobernante de Italia y delincuente
convicto, falleció ayer tras una larga enfermedad, dejando tras de sí
un legado perdurable. Pero esta expresión, a la que suele darse una
connotación positiva, es indicativa, en su caso, de una herencia
nefasta para la vida pública italiana, europea e incluso mundial: el
empresario milanés fue pionero –precedido acaso por el brasileño
Fernando Collor de Mello– en forjar la connivencia entre la política y
los negocios mediáticos, en el uso de cargos públicos para dotarse de
impunidad en sus actividades turbias y, en consecuencia, en el
envilecimiento del poder institucional.

Al amparo del enorme poder mediático que le otorgó el dominio del
monopolio televisivo y radiofónico que construyó en Italia, que
ex-tendió sus tentáculos a otras naciones europeas –sobre todo en
España y Francia–, Berlusconi fue legislador en su país en cuatro
ocasiones, eurodiputado en dos, senador, dos veces más; ministro de
Asuntos Exteriores, tres veces presidente del Consejo de Ministros e
incluso presidente del Consejo Europeo. Combinó el desempeño de tales
cargos con actividades criminales tan diversas como fraude,
defraudación fiscal, abuso de autoridad, corrupción y prostitución de
menores, y no pocas varias fue acusado de mantener vínculos con grupos
de la delincuencia organizada, cargos que no se le pudieron probar.

Cierto, Berlusconi pasó la última década de su vida entre tribunales,
arrestos domiciliarios, arraigos regionales y visitas de control a los
juzgados, pero en lo esencial, murió sin castigo. Esto fue así porque
desde el poder, el dueño del emporio Mediaset impulsó reformas
legislativas que garantizaban la impunidad para sí mismo, los
presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado y el presidente de
la república.

En términos ideológicos, el magnate y delincuente se decantó por un
neoliberalismo brutal y autoritario que destruyó la hasta entonces
propiedad pública de los medios de comunicación, condujo a su partido,
Forza Italia, a establecer alianzas con formaciones próximas al
neofascismo, como la Liga Norte. Por añadidura, fue un firme aliado de
George W. Bush en sus incursiones bélicas contra Afganistán e Irak, e
involucró a su país en la intervención del gobierno de Barack Obama en
Libia. En más de un sentido, la huella de Berlusconi es determinante
en el auge de las ultraderechas que tiene lugar hoy en el viejo
continente, así como una prefiguración del estadunidense Donald Trump.

No deja de resultar asombroso que un personaje como Berlusconi haya
llegado a gobernar Italia, e incluso a presidir el Consejo Europeo,
con semejante trayectoria. Ello fue posible no sólo ni principalmente
por su populismo reaccionario sino, sobre todo, porque logró controlar
la inmensa mayoría de los medios de su país y porque dominó a la
perfección el sórdido arte de convertir el dinero en posiciones de
poder –en la década pasada se le consideró la persona más acaudalada
de Italia, con una fortuna de casi 8 mil millones de dólares– y de
usar el poder para obtener más dinero.

Lo real es que la democracia italiana, ya corroída por la extendida
corrupción de los gobiernos democristianos y socialistas que
precedieron a Berlusconi, careció de mecanismos de alerta y no fue
capaz de impedir que éste la avasallara y envileciera, lo que debería
ser motivo de reflexión y preocupación para las sociedades de Italia,
de Europa y del mundo.

* * *
La herencia negra de Berlusconi
Fabrizio Lorusso* (La Jornada)


Delincuente habitual: así una sentencia condenatoria por fraude fiscal
en 2013 describía a Silvio Berlusconi, fallecido el martes a los 86
años. Sin duda, se trata del personaje más sombrío, polémico e
influyente de la política italiana desde 1994, cuando, por primera
vez, ejerció de primer ministro por sólo unos seis meses.

Luego le tocarían tres periodos al frente del Ejecutivo, siendo
2001-06 el más duradero de la historia republicana. Sin embargo, éste
será recordado por la que Amnistía definió como la mayor violación a
los derechos humanos en Europa occidental desde de la Segunda Guerra
Mundial, o sea, la represión en Génova durante la cumbre del G-8, el
asesinato extrajudicial de Carlo Giuliani y la masacre de la escuela
Díaz, en julio de 2001.

El auge de Berlusconi duró hasta 2011, cuando llevó al país casi a una
crisis financiera y abdicó en pro del tecnócrata Monti.

Luego comenzó una lenta decadencia. Aunque hoy se acerca a la
irrelevancia electoral, su partido-empresa, Forza Italia, mantiene en
el parlamento votos suficientes para decidir el futuro del gobierno
neofascista de Giorgia Meloni. En estos años un país entero se vio
empantanado en discusiones estériles sobre los problemas judiciales
del Cavaliere, sobre sus chistes, prostíbulos y conflictos de
intereses, mientras el mundo cambiaba vertiginosamente y el país
quedaba al margen.

La trayectoria berlusconiana, ligada con la de personajes autoritarios
como Bush hi­jo, el español Aznar y Putin, hizo escuela.

Su populismo neoliberal, imbuido de meritocracia barata y
embelesamiento mediático, abrió paso a la plaga de los hodiernos
populistas de derecha, fabricantes de fake news, dizque
antisistémicos, pero muy funcionales al capital, como Trump,
Bolsonaro, Javier Milei o Lilly Téllez.

Berlusconi usó su imperio televisivo, formado gracias a la relación
con el socialista Bettino Craxi y la Democracia Cristiana para
conquistar el poder y bloquear la justicia en los 36 procesos que lo
involucraron. Casi todos salvo uno, por evasión fiscal, cayeron o se
archivaron por prescripción, por cambios a la ley impulsados por sus
gobiernos, indultos, amnistías y, ahora, por su fallecimiento.

Cuando, 1992-94, debido a escándalos de corrupción, se derrumbó el
sistema de partidos que lo había sostenido como empresario, no le
quedó de otra que entrar a la cancha y vender directamente al pueblo
de los moderados su nuevo milagro italiano de orden y libertad. Nada
fue cumplido.

Así, fuera de la ley o modificándola, Berlusconi siguió usando su
influencia mediática para propalar la mentira de un supuesto self-made
man, que hace alarde de su riqueza, de mujeres convertidas en
mercancía, mansiones de lujo y equipos de futbol como si fuera un
modelo de vida deseable para la sociedad y al alcance de cualquiera
con un poco de esfuerzo.

El político manejó la res publica y los medios para su interés
particular, para crecer su poderío empresarial y difundir valores
antisociales e individualistas: enriquecimiento a toda costa,
sometimiento de los cuerpos femeninos, evasión fiscal, antiestatalismo
ideológico, trampa a la ley e impunidad como virtudes. Formas
recurrentes de anticomunismo, casi patológicas y alucinadas, pero
eficaces tras el fin de la URSS, completaban su kit de manipulación
masiva.

La televisión berlusconiana propició una degradación cultural por su
concepción machista, exacerbando el credo consumista, la misoginia y
el bajo estándar de los medios.

El Caimán, como lo rebautizó el director Nanni Moretti, abusó como
premier, al inventar, por ejemplo, que Karima El Mahroug, la marroquí
menor de edad, víctima de prostitución y beneficiaria de sus apoyos
económicos, era nieta de Mubarak (entonces presidente egipcio) para
que la policía la liberara. Definió a la canciller alemana Angela
Merkel como culona incogible (sic) y prometió a su equipo, el Milán,
que, de ganar un partido, les regalaría un camión de putas (sic).

Entre otras hazañas demenciales, avergonzó a Italia, sosteniendo que
el entonces presidente ruso, Medvedev, podría llevarse con Obama
porque el mandatario americano era joven, bonito y bronceado, a la vez
que en el Parlamento Europeo provocó al líder de los socialistas
alemanes Schultz, proponiéndolo para un rol de prisionero traidor y
colaboracionista en una peli sobre campos de concentración. Misoginia,
clasismo, racismo y agresividad disfrazada de picardía caracterizan
todavía muchos liderazgos y proyectos políticos tóxicos en el mundo.

Lo más grave es que Berlusconi se llevó los secretos sobre los
orígenes de su patrimonio, la relación con la Cosa Nostra y la era de
atentados mafiosos de principios de 1990, que antecedieron su ascenso
político. Mientras la mayoría de los medios italianos ahora
confeccionan su beatificación póstuma y el gobierno absurdamente le
concede un día de luto nacional, cabe auspiciar que la historia no se
vuelva una hagiografía y la memoria no caiga en prescripción.

* Periodista italiano
Iñaki y Frenchy. Ciao Silvio.jpg
Miki y Duarte. Adiós a Berlusconi.jpg
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