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Al rescate de Lenin
Por Atilio Borón (Opinión)
El centenario de la muerte de Vladimir Illich Ulianov, Lenin, es una
ocasión apropiada para invitar a las jóvenes generaciones de
militantes a recuperar el formidable legado teórico del gran
revolucionario ruso, muerto cuando aún no había cumplido los 54 años
de edad. Víctima de un grave atentado perpetrado a menos de un año del
triunfo de la revolución -más precisamente el 30 de agosto de 1918-
por Fanya Kaplan, una activista del anarquismo ruso que lo acusaba de
haber traicionado a la revolución. Tiempo después una de las balas
alojadas en su pulmón y que no pudo ser extraída por sus médicos
comenzó a generar dificultades de todo tipo que escalaron hasta llegar
a una serie de infartos cerebrales que le ocasionaron primero una
parálisis y finalmente su prematuro, y para la causa del socialismo,
desgraciado fallecimiento.
Advertencias necesarias
Va de suyo que un emprendimiento de este tipo: retornar a Lenin,
tropieza con no pocos obstáculos. Uno de carácter meramente
cuantitativo se deriva del hecho que la monumental producción escrita
por el dirigente bolchevique a lo largo de tres décadas comprende -en
la segunda edición de sus Obras Completas publicadas en Buenos Aires
por la Editorial Cartago- nada menos que 51 tomos, incluyendo los
cuatro dedicados a los índices temáticos, de títulos, onomásticos y
notas complementarias. Lenin no sólo fue un político y un estadista
excepcional sino también un escritor prolífico como pocos.
Tal como lo consignan sus diferentes biógrafos y estudiosos, ya de
joven sobresalía como un alumno muy aventajado y su posterior carrera
política e intelectual ratificó plenamente los promisorios pronósticos
que sobre él formularan sus maestros, entre ellos, el padre de quien
luego sería por un tiempo jefe del Gobierno Provisional surgido de la
Revolución de Febrero, Alexandr Fiódorovich Kerenski [1].
Una segunda advertencia refiere entonces al carácter inevitablemente
parcial e incompleto de una empresa político-intelectual como la que
estamos proponiendo. En este caso y teniendo en cuenta el momento
especial que atraviesan Latinoamérica y el Caribe estamos enfocados en
recobrar la herencia teórica de Lenin en lo concerniente a sus
análisis de la coyuntura política y la estrategia y táctica de las
fuerzas populares en momentos de inflexión histórica. Pero habría
muchas otras vertientes del pensamiento leninista que también podrían
ser abordadas, como por ejemplo sus penetrantes análisis sobre el
imperialismo plasmados en múltiples escritos pero sobre todo en El
Imperialismo, fase superior del capitalismo; sobre filosofía y
epistemología recogidos en Materialismo y Empiriocriticismo, la
principal obra filosófica de Lenin; o sus varios escritos económicos
juveniles entre los cuales sobresale El desarrollo del capitalismo en
Rusia [2].
Por consiguiente, esta invitación no pretende hacer que los nuevos
actores sociales y políticos se conviertan en eruditos “leninólogos”
sino motivarlos para que aborden el estudio de su pensamiento
político, imbricado con las urgencias que le planteaba en su Rusia
natal la inminencia de la revolución y, bajo una perspectiva más
amplia, la necesidad de la revolución mundial para poner fin a la
dictadura del capital y las atrocidades del imperialismo. Al formular
esta invitación lo hacemos persuadidos de que Lenin es un “autor
vivo”; es decir, alguien que es nuestro contemporáneo y cuyas
reflexiones son pertinentes y esclarecedoras para las luchas
emancipatorias y los desafíos actuales de Nuestra América.
La recuperación del legado de Lenin es de suma importancia para el
momento actual de la región, en donde diagnósticos precisos y
pronósticos iluminadores son componentes esenciales del éxito de las
luchas populares. Y en este sentido podemos afirmar, sin temor a
equivocarnos, que las evaluaciones que aquél hacía sobre las más
diversas coyunturas eran de una notable precisión. Se trataba, sin
duda alguna, de un protagonista y a la vez de un analista que “veía”
mucho más allá que cualquiera de sus contemporáneos; que estaba dotado
de una inusual capacidad para descifrar toda la complejidad y las
contradicciones contenidas en un momento histórico en donde política,
economía e ideología se anudaban bajo las más imprevisibles fórmulas
que desafiaban al pensamiento convencional de la izquierda. Una prueba
más que elocuente la brinda su inmediata convicción, a poco de haber
llegado a la Estación Finlandia de Petrogrado poniendo fin a su largo
exilio en Suiza, de que lo que los bolcheviques debían hacer era
limitar al mínimo indispensable su apoyo al gobierno provisional
surgido de la Revolución de Febrero y organizar a las masas para
consumar cuanto antes el paso a la revolución socialista. Prueba de
ello es que sus célebres “Tesis de Abril” no fueron siquiera
publicadas por el órgano del partido, el Pravda, a la sazón dirigido
por Kamenev y Stalin. Bogdanov, uno de los jefes bolcheviques, las
consideró como “el delirio de un loco” y hasta su esposa, Nadezhda
Krupskaya, confesaba en voz baja a sus amistades sus temores de que
“Lenin se haya vuelto loco” [3]. En el mismo sentido se explaya uno
de los más autorizados biógrafos de Lenin, el historiador francés
Gérard Walter. Narra en su libro que cuando Lenin fue invitado por los
delegados bolcheviques a presentar sus tesis en el cuartel general del
Soviet en el Palacio de Tauride, luego de su intervención hubo de
enfrentarse a “un ininterrumpido desfile de oradores que abrumaron a
Lenin, uno con sus invectivas y otros con sarcasmos o hipócritas
condolencias. Ni uno solo de sus partidarios se atrevió a levantarse
en su defensa. Ni un solo dirigente de la organización bolchevique,
ni un solo miembro de la redacción del Pravda alzó la voz en defensa
del exiliado recientemente retornado a Rusia.” Evidentemente, Lenin
tenía esa mirada de águila que tanto admiraba en Rosa Luxemburgo y que
casi nadie más poseía entre sus camaradas, y a la hora de descifrar
los laberintos de la coyuntura la distancia que existía entre él y
aquéllos era inconmensurable. Como en el caso de Fidel, la historia
también absolvió a Lenin y demostró que la razón estaba de su lado
[4].
Vicisitudes
Dicho lo anterior creo que queda claro el propósito de estas líneas:
hacer justicia a uno de los más grandes teóricos y prácticos de la
revolución de todos los tiempos. Su nombre ha sido escarnecido por
traidores y renegados de todo tipo, que han hecho del antileninismo un
lucrativo culto celebrado con sofisticadas argumentaciones
pseudo-filosóficas con la fútil pretensión de descalificar tanto al
personaje como sus ideas. Tal como lo plantea Slavoj Zizek “si hay un
consenso entre (lo que pueda quedar de) la izquierda radical de
nuestro tiempo es que para resucitar un proyecto político radical
deberíamos olvidarnos de la herencia leninista” [5]. Abandonado por
amplios sectores de la izquierda contemporánea, Lenin es odiado sin
fisuras por la burguesía y sus aliados, conscientes de su
inquebrantable fidelidad al proyecto socialista y al ideal comunista
del auto-gobierno de los productores. Podría decirse sin temor a
faltar a la verdad que Lenin es uno de los más insignes
“desaparecidos” de los últimos tiempos. Ignorado y cuestionado sin ser
comprendido ni estudiado, algunos sectores de una izquierda bien
intencionada pero tan inmadura como soberbia creen que ya nada se
puede aprender de quien fuera el líder indiscutido de una revolución
que, como la rusa, abriera una nueva etapa en la historia de la
humanidad. El menosprecio por algunos de los temas clásicos del
pensamiento leninista: la cuestión de la organización, del partido
revolucionario y la necesidad de desarrollar la conciencia política de
las masas, es más que evidente en nuestros días en algunas de las
expresiones de una cierta “izquierda posmoderna” que, por su
funcionalidad con los intereses del imperio, tiene muy poco de lo
primero y demasiado de lo segundo. Se trata de corrientes políticas
que aborrecen todo lo que tenga que ver con la organización de los
sujetos de las luchas emancipatorias para postrarse a los pies de una
supuesta rebeldía espontánea de masas y multitudes que no requieren ni
organización ni concientización; que, pese a sus declaraciones en
contrario, caen en una suerte de anarquismo romántico en lo
concerniente al estado y la toma del poder; y que, en un alarde de
confusión, hacen manifiesto su desdén por los debates sobre las
cruciales cuestiones de la estrategia y táctica de la lucha popular.
Es fácil comprender la centralidad que adquiere el legado teórico de
Lenin para desmontar esos extravíos de la razón política disimulados
bajo el amable nombre de un “progresismo” amorfo y desdentado, incapaz
de atentar seriamente contra la dominación del capital.
La sucesión de derrotas experimentadas en los capitalismos
metropolitanos por las fuerzas populares en las postrimerías del siglo
veinte afectó no sólo la vigencia sino también la visibilidad del
pensamiento leninista. Aparte de los efectos devastadores de la
“revolución” neoconservadora y neoliberal mencionemos la deformación
primero ( y el inglorioso final después) de lo que, en un cierto
sentido, podría ser considerada como “la gran creación” práctica de
Lenin: la Revolución Rusa. Ambas cosas: la degeneración de la
revolución y su tragicómico derrumbe -resumido en el video de Mijail
Gorbachov filmado en un local de Pizza Hut- dañaron seriamente la
consideración que merecía la obra teórica y práctica de Lenin. Es que,
tal como lo recuerda Gyorg Lúkacs, Lenin fue “el gran teórico de la
práctica revolucionaria y el gran práctico de la teoría
revolucionaria.” Desgraciadamente, el derrumbe de la Unión Soviética
arrastró consigo la herencia teórica de Lenin. Lamentablemente, el
inicio del ciclo ascendente de luchas de los movimientos populares
latinoamericanos que comenzara con la llegada a la presidencia de
Venezuela de Hugo Chávez, a comienzos de 1999, no tuvo la fuerza
necesaria para contrarrestar el abandono del leninismo -¡y del
marxismo!- por parte de las menguadas fuerzas contestatarias en los
capitalismos metropolitanos [6].
Si los viejos y nuevos adversarios de Lenin se empeñaron en ocultar u
opacar su legado, sus partidarios incurrieron muchas veces en un vicio
que esterilizó inexorablemente sus mejores intenciones. En efecto, la
canonización de que fuera objeto su obra a manos del estalinismo -en
la cual un papel decisivo lo tuvo la obra de Stalin: Fundamentos del
Leninismo – la desfiguró tanto como la satanización que la misma
sufrió a manos de los teóricos de la burguesía o de viejos
izquierdistas arrepentidos de sus pecados juveniles. La
“codificación” del leninismo y la transformación de un marxismo
viviente y una “guía para la acción” en un manual de auto-ayuda para
revolucionarios despistados perjudicó seriamente la labor de los
movimientos contestatarios y emancipadores de nuestra América. Si la
vulgata soviética acarreó gravísimas consecuencias en el plano de la
teoría, la práctica política del estalinismo magnificó aún más estos
efectos al abortar los brotes de una genuina reflexión marxista. Esta
fue sofocada allí donde el marxismo de los “manuales soviéticos”
-descalificados por completo por el Che- prevalecía sin contrapesos,
como en la Unión Soviética y los países de Europa del Este [7]. Y en
los territorios del capitalismo avanzado la combinación entre derrota
del impulso revolucionario de la primera posguerra y la imposición de
la ortodoxia de los manuales soviéticos precipitó la conformación de
lo que Perry Anderson llamara “el marxismo occidental,” es decir, un
marxismo encerrado en una burbuja teoreticista y alejado por completo
de los imperativos de la vida práctica y las luchas anticapitalistas
y antiimperialistas. Un marxismo enteramente volcado hacia la
problemática filosófica y epistemológica, importantes sin duda, pero
al precio de renunciar a los análisis históricos, económicos y
políticos y que convirtió al marxismo, por eso mismo, en un saber
esotérico encerrado en herméticos escritos que lo alejaron
irremediablemente de las urgencias y las necesidades de las masas [8].
Un marxismo concebido como “un dogma y no como una guía para la
acción”, revirtiendo el recordado aforisma de Lenin, que de poco y
nada servía para comprender la complejidad del capitalismo
contemporáneo y, mucho menos, para la construcción de un instrumento
político capaz de cambiarlo. La dogmatización del marxismo relegó al
olvido la tesis onceava sobre Feuerbach de Marx y su llamamiento a
transformar el mundo y no sólo a cavilar sobre las distintas formas de
interpretarlo. Y, por supuesto, desplazó a los más polvorientos
anaqueles de las despobladas bibliotecas la formidable obra teórica de
Lenin.
Por otra parte, cuando los principales movimientos de izquierda y
fundamentalmente los partidos comunistas adoptaron el canon
“marxista-leninista” la tradición teórica comunista, un movimiento de
“reflexión permanente” dialécticamente integrado con los avatares de
su época, se congeló en el tiempo [9]. Contrariamente a las
recomendaciones de Lenin el marxismo así concebido degeneró en una
doctrina ya “cerrada” y terminada, completamente elaborada que flotaba
impertérrita por encima del movimiento histórico. En una palabra: en
su rigidez no lo reflejaba y, al fracasar en este empeño mal podía
cambiarlo [10]. Pocas cosas podían ser más anti-marxistas y más
anti-leninistas que esta verdadera parálisis de una teoría que, desde
sus primeras formulaciones a manos de los jóvenes Marx y Engels en la
década de los cuarenta del siglo diecinueve, no había hecho otra cosa
que desarrollarse en estrecho contacto con las cambiantes realidades
de su tiempo, a las cuales procuraba “reflejar” con la mayor exactitud
posible.
Aires de renovación
En el terreno de la praxis política, la férrea imposición de la
ortodoxia estalinista demoró por décadas la apropiación colectiva de
algunos importantes aportes originados por el marxismo del siglo
veinte. Basta con recordar el retraso con que se dio a conocer la
imprescindible contribución de Antonio Gramsci al marxismo, cuyos
Cuadernos de la Cárcel recién estuvieron disponibles, en lengua
italiana, en su integridad, a mediados de la década de los setentas,
es decir, cuarenta años después de la muerte de su autor. Gramsci era
visto con gran desconfianza en los partidos comunistas europeos y
latinoamericanos siendo que, en realidad, su pensamiento era la
maduración de las interpretaciones de Lenin en las difíciles
condiciones de la reconstrucción reaccionaria del capitalismo de los
años treintas [11]. Por eso cabe destacar los méritos que le caben al
intelectual argentino Héctor Agosti, director de los Cuadernos de
Cultura que publicara el Partido Comunista Argentino, por haber sido
el primero en Latinoamérica en tomar nota de la trascendental
importancia de la renovación teórica plasmada en la obra de Gramsci y
en bregar para instalar las contribuciones del italiano no sólo en
los debates al interior de los partidos hermanos de la región sino
también en otras fuerzas de la izquierda, igualmente refractarias a
las innovadoras reformulaciones del gran pensador Italiano. La fecunda
prédica de Agosti hizo posible la incorporación del rico legado
gramsciano a las discusiones que comenzaban a tomar cuerpo en los
convulsionados años sesentas [12]. Al promediar la década siguiente la
obra de Gramsci ya era ampliamente citada y convertida en fuente de
ásperas polémicas interpretativas. Esto porque una corriente,
arraigada en Europa pero con algunas terminales en Latinoamérica, lo
reconstruía como un tibio socialdemócrata y lejano predecesor del
ilusorio eurocomunismo que en pocos años liquidaría los principales
partidos comunistas de Europa, comenzando por el de Italia. En
nuestros países, en cambio, la recuperación del legado gramsciano fue
mucho más fiel a la impronta leninista del original y finalmente las
versiones socialdemocratizantes no tardaron en desvanecerse en los
fragores de la lucha de clases y las ofensivas del imperialismo, a
ambos lados del Atlántico. Aquella desfiguración europeísta del
pensamiento gramsciano exigió un esfuerzo notable de recuperación de
una herencia teórica que ahora debe hacerse, sin más demoras, con
Lenin. En Latinoamérica, no así en Europa, nos hemos re-encontrado con
el Gramsci legítimo. En una coyuntura mundial tan erizada de peligros
como la actual urge hacer lo propio con la herencia teórica de Lenin.
El peso de la ortodoxia soviética fue asimismo responsable del retardo
con que se produjo la incorporación de la sugerente recreación del
marxismo producida a partir de la experiencia china en la obra de Mao
Zedong. O el ostracismo en que cayera la recreación del materialismo
histórico surgida de la pluma de José Carlos Mariátegui, quien con
razón dijera que “entre nosotros el socialismo no puede ser ni calco
ni copia sino creación heroica.” O la absurda condena de la
producción, excelsamente refinada, de Gyorg Lúkacs en Hungría. Más
cercana en el tiempo, esa codificación anti-leninista de las
enseñanzas de Lenin (y de Marx) hizo aparecer a Fidel y al Che como si
fueran dos irresponsables aventureros, hasta que la realidad y la
historia aplastaron con su peso las monumentales estupideces
pergeñadas por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores
de aquí y de allá. En suma: es difícil calcular el daño que se hizo
con tamaña tergiversación del marxismo. ¿Cuántos errores prácticos
fueron cometidos por vigorosos movimientos populares ofuscados por las
recetas del “marxismo-leninismo”? [13].
De lo anterior se infiere que un “retorno a Lenin” es no sólo
conveniente sino urgente y necesario. Un Lenin que por supuesto no
está exento de errores, algunos de los cuales él mismo se encargó de
reconocer, pero cuya actualidad para las luchas emancipatorias de
América Latina es insoslayable, lo que torna tanto más imperdonable el
desconocimiento de su obra. Lenin yace bajo los escombros de la Unión
Soviética; también bajo la avalancha propagandística de la
contrarrevolución neoliberal desde la década de los ochentas del siglo
pasado y los retrocesos y las frustraciones de los movimientos
populares en las metrópolis capitalistas. Pero, afortunadamente, su
obra está allí. Desaparecida la Unión Soviética, acontecimiento
fundamental que dividió en dos la historia de la humanidad al llevar a
término la primera revolución exitosa de las clases subalternas en
toda la historia luego del primero y más acotado ensayo general de la
Comuna de París, debemos retomar un diálogo con el gran revolucionario
ruso. No para imitar o para recibir acríticamente sus teorías, como
sabiamente aconsejaran Mariátegui, Mella, el Che y Fidel, sino para
aprender a partir de una conversación. Maquiavelo decía, en una
memorable carta a su amigo Francesco Vettori, del 10 de Diciembre de
1513, que una biblioteca es un lugar en donde los grandes hombres de
la historia –los fundadores de estados y los revolucionarios- se
avienen a conversar con aquellos que buscan en ellos la sabiduría y
las lecciones que se desprenden de sus experiencias prácticas. Es
preciso pues ir a la biblioteca y leer la obra de Lenin, un precioso
legado al cual no debemos renunciar.
Este oportuno y necesario “retorno a Lenin” nos obliga a una fresca
relectura del brillante político, intelectual y estadista que fundara
la república soviética. Regresar a Lenin no significa pues volver a
leer una colección de “textos sagrados”, momificados y apergaminados,
sino regresar a un manantial inagotable del que brotan enseñanzas,
sugerencias e interrogantes que conservan su actualidad e importancia
en el momento actual. No sería temerario sino una manifestación de
fidelidad al espíritu genuinamente leninista afirmar que interesan
menos las respuestas concretas y puntuales que el revolucionario ruso
ofreciera en su obra -casi todas ellas inevitablemente referidas,
como el mismo lo señalara, a las peculiaridades del momento histórico
soviético- que los interrogantes, perspectivas y audaces aperturas
mentales contenidas en las mismas siempre encaminadas a avanzar por el
camino de la revolución.
Más que un retorno
Por otra parte, tampoco se trata meramente de volver a una piedra
filosofal porque quienes regresamos a las fuentes ya no somos los
mismos que antes; si la historia barrió con los resabios del
estalinismo que habían impedido captar adecuadamente el mensaje de
Lenin, lo mismo hizo con otros dogmas que nos aprisionaron durante
décadas. Por supuesto que esto no implica arrojar por la borda la
certidumbre fundamental de la superioridad ética, política, social y
económica del comunismo como forma superior de civilización -misma que
abandonaron los fugitivos autodenominados “post-marxistas”, que ahora
pretenden conferirle el don de la eternidad al capitalismo y la
democracia liberal- sino poner en discusión algunas certezas
“colaterales”, al decir del epistemólogo Imre Lakatos, de la tradición
leninista. Por ejemplo las que establecían que la única forma de
organizar el partido de la clase obrera era la que Lenin había
propuesto en 1902 en plena represión zarista obviando que hay en Lenin
no una sino cuatro teorías del partido, en correspondencia con el
desarrollo de la lucha de clases en Rusia. La primera, sintetizada en
el año 1902 en el ¿Qué Hacer?; una segunda, en donde después de la
revolución de 1905 propone un formato similar al del partido
socialdemócrata alemán; una tercera, ya en el vértigo que va de
febrero a octubre del 1917 en donde el partido es reemplazado por los
soviets; y una cuarta, y final, ya consolidado el triunfo de la
revolución, y en la cual el partido aparece como una estructura
organizativa pero también educativa, como un ámbito de la creación de
una nueva civilización y una nueva cultura de masas, anticipando lo
que luego Gramsci desarrollaría más en detalle en sus Cuadernos de la
Cárcel [14]; o una determinada táctica política, como la
insurrección; o que, en la apoteosis de la irracionalidad la IIIª
Internacional consagraba un nuevo Vaticano con centro en Moscú y
dotado de los dones papales de la infalibilidad en todo lo relacionado
con la marcha de la lucha de clases en el resto del mundo.
Dado que todo aquello ha desaparecido y estamos viviendo los comienzos
de una nueva era es posible, y además necesario, como decíamos más
arriba, proceder a una nueva lectura de la obra de Lenin, en la
seguridad de que ella puede constituir un aporte valiosísimo para
orientarnos en los desafíos de nuestro tiempo. Se trata de un retorno
creativo y promisorio: no volvemos a lo mismo, ni somos lo mismo, ni
tenemos la misma actitud. Tampoco es igual el contexto histórico que
nos rodea. En nuestra América estamos asistiendo, desde finales del
siglo pasado, a un despertar de los pueblos y al avance de las luchas
por la construcción de una alternativa al sofocante neoliberalismo que
nos abruma. La Revolución Cubana ha demostrado su extraordinaria
resiliencia ante los criminales e incesantes embates del imperialismo,
y hoy es acompañada por varios gobiernos de la región que rompieron
definitivamente el aislamiento con que el imperio trató de someterla y
destruirla. Venezuela, Nicaragua y Bolivia lo hacen desde hace largos
años, mientras que México, Brasil, Colombia y Honduras, amén de otros
países del área desafían con dignidad los edictos imperiales y
estrechan sus relaciones con la isla de la esperanza al paso que los
demás procuran por lo menos mantener buenas relaciones con La Habana.
Decía antes que quienes proponemos el retorno a Lenin somos diferentes
porque como militantes hemos sido atravesados por el devenir de la
historia latinoamericana -sus triunfos tanto como sus derrotas y
frustraciones- y, supuestamente, hemos tomado nota de sus lecciones.
Pero lo que persiste y se acentúa día a día es el compromiso con la
creación de una nueva sociabilidad, con la impostergable necesidad de
superar a un tipo histórico de sociedad como el capitalismo,
incorregible desde el punto de vista de la justicia, la humanidad y la
preservación del medio ambiente.
Empeñados en una lucha sin tregua y cada vez más abierta con el
imperialismo no podemos prescindir de las enseñanzas que deja el
proceso revolucionario ruso. No sólo con las que se derivan de él sino
también las que emanan de otros, como el chino, el vietnamita y, más
cerca de nosotros, el cubano. No para copiarlas porque como bien lo
recordara Julio Antonio Mella en el obituario escrito a propósito de
la muerte de Lenin, “no se trata de implantar en nuestro medio, copias
serviles de revoluciones hechas por otros hombres en otros climas; en
algunos puntos no comprendemos ciertas transformaciones, en otros
nuestro pensamiento es más avanzado pero seríamos ciegos si negásemos
el paso de avance dado por el hombre en el camino de su liberación”
[15]. En esta misma línea encontramos la terminante sentencia de
Mariátegui de que el socialismo “no podía ser calco y copia sino
creación heroica de nuestros pueblos” eco lejano de aquella genial
intuición de Simón Rodríguez cuando asegurara que “o inventamos o
erramos.” Leer a Lenin, entonces, con la actitud mental de un Mella,
Mariátegui, Rodríguez y, por supuesto, más cercanos a nosotros, del
Che y Fidel. Este más de una vez dijo que “cada vez que copiamos nos
equivocamos”; el Che, por su parte, advertía que «el marxismo es
solamente una guía para la acción. Se han descubierto grandes verdades
fundamentales, y partir de ellas, utilizando el materialismo
dialéctico como arma, se va interpretando la realidad en cada lugar
del mundo. Por eso ninguna construcción será igual; todas tendrán
características peculiares, propias de su formación» [16].
Este primer centenario del paso a la inmortalidad de Lenin es un
estímulo para que nos lancemos, sin titubeos ni retaceos de ningún
tipo, en esta imprescindible recuperación y divulgación de una obra de
una riqueza extraordinaria como la contenida en la vasta producción
teórica del revolucionario ruso. Sugiero, como punto de partida, la
lectura de los textos contenidos en el volumen titulado “Entre dos
revoluciones”, en los cuales Lenin analiza la revolución de febrero y
todos sus avatares hasta la culminación con la toma del Palacio de
Invierno y el triunfo de la Revolución de Octubre. Va de suyo que
textos como el ¿Qué Hacer?, La enfermedad infantil del izquierdismo en
el comunismo, El estado y la Revolución, El marxismo y el Estado, La
Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky. A esto agrego, para
comenzar, dos breves pero sumamente esclarecedores artículos: “Acerca
del Estado” y uno especialmente dirigido a la juventud en la
construcción del socialismo, “Tareas de las organizaciones juveniles”.
Estoy seguro que pertrechados con estas armas de la crítica teórica
estaremos en mejores condiciones para acometer con éxito los grandes
desafíos que plantea la lucha por la Segunda y Definitiva
Independencia de Nuestra América.
Notas
[1] Según cuenta Edmund Wilson en su clásico Hacia la Estación
Finlandia (Madrid: Debate, 2021; edición original de 1940)
[2] En relación a Materialismo y Empiriocriticismo conviene recordar
la elogiosa observación que sobre este escrito hiciera nada menos que
Karl Popper, sobre todo habida cuenta de la ligereza con la que hoy
algunos intelectuales de izquierda estigmatizan las reflexiones
filosóficas de Lenin. Cf. Slavoj Zizek Revolution at the gates
(Londres: Verso 2002) [Hay una edición en lengua española pero que no
incluye la selección de textos de Lenin que Zizek examina y comenta en
la versión original publicada por Verso.]
[3] Zizek, op. cit., p. 5
[4] Cf. Gérard Walter, Lenin (Barcelona: Grijalbo, 1967), p. 280
[5] Cf. Slavoj Zizek, op. cit. p. 3.
[6] Hemos examinado con mucho detalle este tema en Atilio A. Boron y
Paula Klachko, Segundo Turno. El resurgimiento del ciclo progresista
en América Latina y el Caribe (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg y
Editorial de la UNDAV, 2023). Proceso aún en curso, con retrocesos y
avances, pero que ha abierto una perspectiva esperanzadora para los
países de la región en un contexto global tan complicado y amenazante
como el actual.
[7] Con su habitual dosis de ironía el Che se refería a esos manuales
llamándolos “ladrillos soviéticos.” Ver sus duras críticas a las tesis
planteadas en esos manuales en sus Apuntes Críticos de la Economía
Política (La Habana, Cuba: Ocean Press, 2006)
[8] Cf. Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental
(México: Siglo XXI Editores, 1979)
[9] La adopción del canon “marxista-leninista” fue un proceso muy
complejo, que no podemos examinar en detalle aquí. Subrayemos apenas
que la brutal agresión de las fuerzas del capitalismo mundial primero,
en los años iniciales de la Revolución Rusa, y del imperialismo
norteamericano después, en contra de la Unión Soviética, limitaron
enormemente los grados de libertad que los partidos comunistas -con
sus intelectuales- del resto del mundo podían tener en relación a las
directivas procedentes de Moscú y las orientaciones teóricas que de
allí emanaban.
[10] Reflexión proviene de reflectere, que en Latín quiere decir
“regresar, volver para atrás.” Por extensión, reflejar una luz o una
determinada realidad. Un dogma no tiene la menor capacidad de reflejar
la cambiante dialéctica de la historia, y eso fue lo que ocurrió con
el “marxismo-leninismo.”
[11] Hemos planteado en varios trabajos esta inescindible continuidad
entre la reflexión del revolucionario ruso y la obra de Gramsci. Ver,
entro otros, Atilio A. Boron y Oscar Cuéllar, “Apuntes críticos sobre
la concepción idealista de la hegemonía”, en Revista Mexicana de
Sociología (México)Año XLV. Vol. XLV. N° 4. Octubre/Diciembre, 1983.
Págs.1143-1177.
[12] Agosti fue un gran intelectual marxista autor de una vasta obra.
Como director de Cuadernos de Cultura tradujo y publicó numerosas
cartas de Gramsci. Y en sus libros aplica creativamente las categorías
gramscianas. Véase especialmente El Mito Liberal (Buenos Aires:
Procyón, 1959) y Nación y Cultura, publicado también por la misma casa
editorial el mismo año. Un texto precursor es Echeverría publicado
también en Buenos Aires por la Editorial Futuro, en 1951. Más detalles
sobre este proceso pueden consultarse en la obra de Alexia Massholder:
El partido comunista y sus intelectuales. Pensamiento y acción de
Héctor P. Agosti (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2014)
[13] Un examen del impacto negativo del marxismo-leninismo sobre el
pensamiento revolucionario cubano, y sobre el vibrante marxismo de ese
país, se encuentra en El corrimiento hacia el rojo, el excelente texto
de Fernando Martínez Heredia (La Habana: Editorial Letras Cubanas,
2001). Consultar especialmente su capítulo sobre “Izquierda y Marxismo
en Cuba.” Cabe consignar que ese impacto estuvo lejos de limitarse a
este país: se verificó en todos los países latinoamericanos. La
mencionada obra del Che abunda en ejemplos sobre las negativas
repercusiones de la ortodoxia soviética.
[14] Ver nuestro estudio introductorio al ¿Qué Hacer? (Buenos Aires:
Ediciones Luxemburg, 2004)
[15] Julio Antonio Mella, “Lenin coronado”, (1924), reproducido en
Revista Contracorriente, Año 5, 1999.
https://marxismocritico.com/2015/08/31/lenine-coronado-los-nuevos-libertadores/
[16] Ernesto Che Guevara: «Sobre la construcción del partido», en
Obras Completas, Tomo I, Legasa, Buenos Aires, 1995, pp. 180. Un
análisis de las concepciones políticas del Che y sus enseñanzas se
encuentran en el incisivo texto de Néstor Kohan, Ernesto Che Guevara:
El sujeto y el poder (Buenos Aires, Editorial Nuestra América-La Rosa
Blindada, 2003. Segunda edición corregida y aumentada que incluye un
nuevo prólogo de Michael Löwy. Buenos Aires, Editorial Nuestra
América, 2005) y del ya mencionado Fernando Martínez Heredia, El Che y
el socialismo (México: Editorial Nuestro Tiempo, 1989) y Las ideas y
la batalla del Che (Ruth Casa Editorial 2010).