Enrique López Castellón
El cantor y danzante es, en segundo lugar, la encarnación de una nueva aristocracia. El cantor es Vogelfrei, esto es, un fuera de la ley, un proscrito, un forajido, que baila por encima de toda ley humana y, por supuesto, por encima de toda moral. Pero ese cantante bailarín es también un príncipe; su ethos es el ethos señorial que entiende el amor en términos de pasión –lo cual, según señala Nietzsche en el aforismo 260 de Más allá del bien y el mal, “constituye una invención de los caballeros-poetas provenzales, de aquellos hombres magníficos e ingeniosos de la gaya ciencia, a los que tanto debe Europa, empezando tal vez por su propia existencia”. Sus herederos serán esos representantes de la nueva aristocracia a los que se refiere Nietzsche en el aforismo 337, destinados a condensar en un solo sentimiento “lo más antiguo y lo más nuevo; las pérdidas, las esperanzas, las conquistas, las victorias de la humanidad”, todo lo cual ha de reportarles la felicidad de un dios. Sus precursores en el mundo de hoy son los sin miedo, los apátridas, los incomprensibles, los póstumos o –como señala Nietzsche a Gast, recogiendo la idea de la gaya ciencia –“los alegres sapientes”. “Para el futuro – escribe el autor a este mismo amigo-, abrigo la esperanza de que en Niza se constituya una pequeña pero excelente sociedad de esta fe en la Gaya Scienza; y en espíritu le he dado ya a usted, como al primero, el espaldarazo de entrada en esta nueva orden”.
En tercer lugar, la gaya ciencia es el saber de los espíritus libres. Es sabido que la figura del “espíritu libre” ocupa un lugar central en esta etapa de transición nietzschana (1876-1882). El espíritu libre –según observa con acierto E. Fink – no es el antitipo del santo, del artista ni del sabio metafísico, sino la metamorfosis de éstos cuando toman “consciencia de sí”, esto es, cuando dejan de creer que Dios está fuera, que la ley moral es una instancia ajena que les constriñe, y que el más acá solo representa la manifestación de un más allá esencial. En este sentido, el espíritu libre se identifica con el espíritu que ha acabado poseyéndose a sí mismo al comprender –no teóricamente, sino vitalmente, desde la óptica de la vida- el carácter ficticio de la trascendencia de lo bueno, lo bello y lo santo, por lo que se descubre a sí mismo como el que dicta los valores, el que puede proyectarlos, el que tiene la posibilidad de invertir los valores vigentes. Dice Fink: “El sentimiento de que, con el final del idealismo, surgen por vez primera las grandes posibilidades del hombre, domina al hombre: es su gaya ciencia”.
La constatación vital de que Dios ha muerto, de que el hombre es el creador de los valores y que, por consiguiente, tiene el poder de invertirlos, y de que no hay un más allá que otorgue sentido a este mundo, sino que debe decir sí a la vida hasta el punto de esperar, desear y asumir con amor el eterno retorno de lo mismo, , ha de producir en el hombre que es lo bastante fuerte para ello una profunda alegría. Es entonces cuando la ciencia se vuelve gaya, alegre; cuando “necesitamos un arte petulante, flotante, bailarín, burlón, infantil, y sereno, para no perder nada de esa libertad por encima de las cosas que espera de nosotros nuestro ideal” (aforismo 107); cuando comprendemos que el trabajo y la sensatez no están reñidos con el júbilo (aforismo 327), que reír significa regocijarse de un prejuicio, pero con la consciencia tranquila (aforismo 200). La gaya ciencia tiene pues, que ver con la recuperación de la salud, con el logro de “la gran salud”, con la embriaguez de la curación, con la fiesta que, para quien ha sufrido debilidades, dolores y privaciones sin cuento, supone el restablecimiento del vigor y de la energía que creía perdidos. Y es que – como señala Nietzsche en su prólogo- “de semejantes abismos, de semejante enfermedad grave, se vuelve regenerado, con una piel nueva, más delicada, más maliciosa, con un gusto más refinado para la alegría, con una segunda y más peligrosa inocencia en el goce, más ingenua a la vez y cien veces más refinada de lo que nunca lo había sido antes.”
En suma, la grave enfermedad que implica la alienación de las pseudotrascendencias constituye la condición previa, en quien es lo suficientemente fuerte para superarla sin sufrir una recaída mil veces peor, que permite la maestría en el arte sublime de la gaya ciencia. El desenmascaramiento crítico y frío del ilustrado deja paso a la danza feliz del embriagadoramente liberado. Con ello, el positivismo científico se torna gaya ciencia.