Bosquejo de Historia de la Iglesia

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Hermanos de Jesus

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Jun 24, 2011, 3:03:05 PM6/24/11
to Hermanos de Jesus
Bosquejo
de
Historia
de la Iglesia
por Justo L. González
AETH
Decatur, GA
1995
© 1995 AETH
Asociación para la Educación
Teológica Hispana
P.O. Box 520
Decatur, GA 30031
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total
o parcial de esta obra
sin la debida autorización
de los editores.
Contenido
Explicaciones preliminares
Introducción
1. La iglesia antigua
2. El imperio cristiano
3. La baja Edad Media
4. La alta Edad Media
5. El fin de la Edad Media
6. La conquista y la Reforma
7. Los siglos XVII y XVIII
8. El siglo XIX
9. El fin de la modernidad
¡Gracias!
Publicar un libro es una empresa ardua que involucra a muchas
personas. En este punto, a nombre de la Asociación para la Educación
Teológica Hispana (AETH ) quiero dar las gracias a las personas que
han hecho posible la publicación de este manual. En primer lugar, AETH
agradece la generosidad del autor, Justo L. González, quien no sólo
escribió este libro en ocasión del Primer Taller de Escritores de AETH
—en el cual participó como mentor— sino que también donó los derechos
de publicación del manuscrito a la Asociación.
Además, deseamos dar las gracias al Comité Editorial que leyó y
comentó la primera versión del manuscrito. El comité está compuesto
por Roberto A. Rivera, Loida Martell Otero, José D. Rodríguez, Carmen
Gaud y Enrique Zone.
Nuestra gratitud también a Samuel Soliván, profesor de Teología
Sistemática en Andover Newton Theological School. Samuel nos ayudó en
la dificil tarea de colocar el libro en su formato actual. Del mismo
modo, agradecemos la excelente labor secretarial de Luz Mariela Tapia.
Finalmente, damos las gracias a Benjamín Santana, Pastor General
Asociado para Educación Cristiana y Vida Familar de la Iglesia
Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico, por el diseño de la
portada.
AETH dice a todas y cada una de estas personas…
¡Gracias!
Pablo A. Jiménez
Director Ejecutivo, AETH
Explicaciones preliminares
El propósito de este libro
Este libro surge de la experiencia de muchos años dedicados a la
enseñanza de la historia de la iglesia. En esos años, he llegado al
convencimiento de que una de las principales dificultades con que
tropiezan quienes se inician en estos estudios es la falta de una
visión global de toda la historia eclesiástica. Muchos no saben si las
Cruzadas fueron antes de la Reforma, o después. Por tanto, según se
van adentrando en un curso sobre historia de la iglesia, se sienten
como quien penetra en una cueva, hundiéndose cada vez más en
territorios desconocidos, y sin tener la más mínima idea de lo que
puede haber tras el próximo recodo.
En tales circunstancias, se les hace difícil a los estudiantes
distinguir entre lo que es central y lo secundario, con el triste
resultado de que algunos dedican horas a aprenderse de memoria
cuestiones de detalle, y nunca llegan a tener una visión global de lo
que estaba sucediendo en un período determinado, o cómo ello ha
afectado la historia posterior de la iglesia.
Este libro trata de responder a esa necesidad. No pretende ser un
libro de texto tradicional para la historia eclesiástica, pues no es
lo suficientemente detallado, y no se puntualizan en él varios
elementos importantes. Pretende ser más bien un mapa, o una visión
global, de modo que quien comience a deambular por esos
interesantísimos caminos de la historia no lo haga sin mapa ni
brújula. Quien teme perderse en el camino, difícilmente disfruta del
paisaje. Y, como enamorado de la historia que soy, quiero que mis
lectores y mis estudiantes disfruten el paisaje.
Por otra parte, la historia demasiado escueta es como el esqueleto sin
la carne: aun cuando sirva para darnos una idea de la estructura
esencial del cuerpo, no nos da a entender lo que fue la persona en
vida. Por ello, insto a los lectores a que utilicen este libro, no
como un modo de conocer los perfiles de la historia de la iglesia sin
leerla, sino como un mapa para de veras adentrarse en el fascinante
estudio de la historia, que no es sino la vida, las luchas, las
decepciones y las esperanzas de quienes nos precedieron en la fe.
Quien tome en serio las notas al margen, como primera pista para la
investigación más profunda de los asuntos que aquí apenas se tocan,
verá sus esfuerzos compensados con creces.
La estructura de este libro
El libro incluye una Introducción y nueve capítulos. En la
Introducción se narra muy brevemente todo el curso de la historia del
cristianismo. Quien la lea, tendrá una idea, siquiera somera, del
orden de los acontecimientos principales, y del modo en que se
relacionan entre sí.
En esa Introducción se divide toda la historia de la iglesia en nueve
períodos. Como toda periodización, ésta tiene algo de arbitrario, y la
he escogido en parte por conveniencia pedagógica y en parte por otros
motivos.
En todo caso, en el resto del libro cada capítulo corresponde a uno de
los períodos que se han descrito en la Introducción.
Lo que es más, en cada uno de esos capítulos se vuelve a citar casi
todo lo que se dice en la Introducción. Esas citas están en letra
bastardilla, y sirven de bosquejo al capítulo mismo. Así, al ir
leyendo esos capítulos, quien lo desee puede fácilmente regresar a la
Introducción y ver allí por dónde va en el curso de su lectura, y cómo
se relaciona lo que lee con lo que ha leído o le queda por leer.
A sugerencia de un colega que leyó este libro en sus etapas iniciales,
consideré seriamente la posibilidad de incluir un glosario de términos
nuevos o difíciles. Empero al intentar hacerlo me fui convenciendo de
la dificultad de la empresa, cuyo resultado sería un libro muchísimo
más extenso que el presente. Puesto que todo lo que se dice en la
Introducción se amplía luego en los nueve capítulos subsiguientes, en
la Introducción misma se encontrarán términos que luego se explican en
los capítulos. Luego, si al leer la Introducción hay algo que no
resulta inmediatamente claro, el mejor procedimiento es leer lo que se
dice al respecto en el capítulo correspondiente. Además, cuando en
esos capítulos se introduce el nombre de algún movimiento o doctrina,
sin más explicaciones, se incluyen notas al margen que ayudarán al
lector a investigar más sobre el asunto.
Las notas al margen
Aunque este libro no pretende ser un libro de texto para un curso de
historia eclesiástica, sí he escrito otras dos obras con semejantes
pretensiones. Una de ellas, bajo el título de Historia del
cristianismo (Miami: Unilit, 1994, 2 tomos; publicada anteriormente en
diez tomos por Editorial Caribe), narra la historia de la iglesia
misma. La otra, bajo el título de Historia del pensamiento cristiano
(Miami: Editorial Caribe, 1992–1993, 3 tomos), estudia con más detalle
el desarrollo de la teología y las doctrinas.
Puesto que estas dos obras son utilizadas como libros de texto en
seminarios, universidades, colegios e institutos bíblicos, me ha
parecido bien relacionar el presente trabajo con ellas. Esto lo he
hecho mediante las notas al margen. Estas pueden servirle como guía
para encontrar en esos otros libros mucha más información que la que
se puede dar en un «Bosquejo» como éste. De ese modo, el presente
libro puede servir como mapa o bosquejo para estudiar cualquiera de
esas dos obras —o las dos al mismo tiempo.
Además, he incluido referencias semejantes a una tercera obra que es
también de uso común en nuestros seminarios, institutos bíblicos y
universidades: la Historia de la iglesia cristiana, de Williston
Walker (Kansas City: Casa Nazarena de Publicaciones, sin fecha).
También a esa obra he hecho referencia en las notas al margen.
En esas notas, la abreviatura «HC» se refiere a la Historia del
cristianismo, «W» a la Historia de la iglesia cristiana de Walker, y
«HP» a la Historia del pensamiento cristiano. El primer número que
aparece es el del tomo, y los que siguen a los dos puntos indican los
números de página en ese tomo. Así, por ejemplo, «HC 1:27–58» quiere
decir las páginas 27 a 58 del primer tomo de la Historia del
cristianismo.
Espero que estas instrucciones sean suficientemente claras. Si no, la
mejor manera de aprender es practicando. ¡Láncese usted por tanto,
apreciable lector o lectora, a la lectura de este libro, y penetre a
través de él en esa bella aventura que es la historia del
cristianismo!
Introducción
Para estudiar la historia, se acostumbra dividirla en períodos. Tal
división es útil, pues nos ayuda a entender los cambios que han tenido
lugar de un tiempo a otro, y a ordenar nuestros conocimientos dentro
de un marco de referencias. Es importante entender, sin embargo, que
esas divisiones tienen algo de artificial, y que por tanto es posible
dividir la misma historia de varias maneras distintas.
Hecha esa aclaración, la historia que aquí hemos de bosquejar puede
dividirse en los períodos que indicamos a continuación. A cada uno de
esos períodos le dedicaremos un capítulo de este libro.
1. La iglesia antigua. Desde los inicios del cristianismo hasta que
Constantino les puso fin a las persecuciones (Edicto de Milán, año
313).*
Fue un período formativo que marcó pauta para toda la historia de la
iglesia, pues hasta el día de hoy seguimos viviendo bajo el influjo de
algunas de las decisiones que se tomaron entonces.
El cristianismo surgió en un mundo que tenía ya sus propias
religiones, sus culturas y sus estructuras políticas y sociales.
Dentro de ese marco, la nueva fe se fue abriendo camino, pero al mismo
tiempo se fue definiendo a sí misma.
La primera y más importante tarea del cristianismo fue definir su
propia naturaleza ante el judaísmo del cual surgió. Como se ve en el
Nuevo Testamento, buena parte del contexto en que tuvo lugar esa
definición fue la misión a los gentiles.
Pronto el cristianismo tuvo sus primeros conflictos con el estado, y
fue dentro de ese contexto que la nueva fe tuvo que determinar su
relación con la cultura que le rodeaba, así como con las instituciones
políticas y sociales que eran expresión y apoyo de esa cultura.
Esos conflictos con el estado produjeron mártires y «apologistas». Los
primeros sellaron su testimonio con su sangre. Los apologistas
trataron de defender la fe cristiana frente a las acusaciones de que
era objeto. (Y algunos, como Justino, fueron primero apologistas y a
la postre mártires.) Fue en ese intento de defender la fe que se
produjeron algunas de las primeras obras teológicas del cristianismo.
Pero había además otros retos a la fe: lo que la mayoría de los
cristianos llamó «herejías» —es decir, doctrinas que hacían peligrar
el centro mismo del mensaje cristiano. Fue principalmente en respuesta
a esas herejías que surgieron el canon (o lista de libros) del Nuevo
Testamento, el credo llamado «de los apóstoles», y la doctrina de la
sucesión apostólica.
Tras los apologistas vinieron los primeros grandes maestros de la fe —
personas tales como Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría,
Orígenes y Cipriano. Estos escribieron obras cuyo impacto se deja ver
todavía.
Por último, es importante señalar que, a pesar de la escasez de
documentos al respecto, es posible saber algo acerca de la vida
cotidiana y del culto cristiano durante estos primeros años.
2. El imperio cristiano. Desde el Edicto de Milán (313) hasta la
deposición del último emperador romano de Occidente (476).*
Con la «conversión» del emperador Constantino, las cosas cambiaron
radicalmente. La iglesia perseguida se volvió la iglesia tolerada, y
pronto vino a ser la religión oficial del Imperio Romano. Como
consecuencia de ello la iglesia, que hasta entonces estuvo formada
principalmente por personas de las clases más pobres de la sociedad,
se abrió campo entre la aristocracia.
El cambio no fue fácil, y hubo cristianos que respondieron de muy
diversas maneras. Algunos se mostraron tan agradecidos por la nueva
situación, que se les hacía difícil adoptar una actitud crítica ante
el gobierno y la sociedad. Otros huyeron al desierto o a otros lugares
apartados y se dedicaron a la vida monástica. Algunos sencillamente
rompieron con la iglesia mayoritaria, insistiendo en que ellos eran la
verdadera iglesia. Tampoco faltó la reacción de los paganos, que
deseaban volver a la vieja religión y su antigua relación con el
estado.
Los más destacados líderes del cristianismo adoptaron una postura
intermedia: siguieron viviendo en las ciudades y participando de la
vida de la sociedad, pero con un espíritu crítico. Fue así que,
librada de la constante amenaza de persecución, la iglesia produjo
algunos de sus mejores maestros —razón por la cual se puede llamar a
este período «la era de los gigantes». Fue una época en que se
escribieron grandes tratados teológicos, así como importantes obras de
espiritualidad y la primera historia de la iglesia.
Pero esta época también produjo fuertes controversias teológicas —
sobre todo la que giró alrededor del arrianismo y la doctrina
trinitaria.
Terminó este período con las invasiones de los «bárbaros», pueblos
germánicos que invadieron el Imperio Romano y se asentaron en sus
territorios. En el año 410, los godos tomaron y saquearon la misma
Roma. Y en el 476 el último emperador (Rómulo Augústulo) fue depuesto.
3. La baja Edad Media. Desde la deposición de Rómulo Augústulo (476)
hasta el cisma entre Oriente y Occidente (1054).*
Puesto que el Imperio Romano había quedado dividido en dos (el Imperio
de Occidente, donde se hablaba latín, y el de Oriente, donde se
hablaba griego), las invasiones de los «bárbaros» no afectaron a toda
la cristiandad por igual. En el Occidente, el Imperio dejó de existir,
y fue suplantado por una serie de reinos bárbaros.
Las invasiones de los bárbaros afectaron mucho más a la iglesia de
habla latina que a la iglesia de habla griega. En el Occidente latino
(lo que hoy es España, Francia, Italia, etc.) sobrevino un período de
caos.
Puesto que eran tiempos de dolor, muerte y desorden, el culto
cristiano, en lugar de centrar su atención sobre la victoria del Señor
en su resurrección, comenzó a preocuparse más y más por la muerte, el
pecado y el arrepentimiento. Por ello la comunión, que hasta entonces
había sido una celebración, se convirtió en un servicio luctuoso, en
el que se pensaba más en los propios pecados que en la victoria del
Señor.
Buena parte de la antigua cultura desapareció, y la única institución
que preservó algo de ella fue la iglesia. Por eso, en medio del caos,
la iglesia se fue haciendo cada vez más fuerte y más influyente. En
ese proceso, tanto el monaquismo como el papado tuvieron un papel
importante.
Mientras tanto, en el Oriente, el Imperio Romano (ahora también
llamado Imperio Bizantino) continuó su existencia por mil años más.
Allí, empero, el estado era más poderoso que la iglesia, a la que
frecuentemente impuso su voluntad. También tuvieron lugar allí
importantes controversias teológicas que ayudaron a clarificar la
doctrina cristológica. Estas controversias dieron origen a varias
iglesias disidentes o independientes que perduran hasta nuestros días —
las iglesias llamadas «nestorianas» y «monofisitas».
A mediados del período, surgió una nueva amenaza en el avance del
Islam. Este conquistó vastos territorios y ciudades que hasta entonces
habían sido importantísimos en la vida de la iglesia —Jerusalén,
Antioquía, Alejandría, Cartago, etc.
Al mismo tiempo que el Islam lograba su mayor expansión territorial,
surgía en Europa occidental un nuevo poder político en el reino de los
francos, cuyo más poderoso gobernante fue Carlomagno. En el año 800 el
papa coronó a Carlomagno como «emperador», con lo cual se pretendía
resucitar el viejo Imperio Romano. Aunque el nuevo imperio nunca fue
lo mismo que el antiguo, el título (y a veces el poder) continuó
existiendo por siglos.
El resultado fue que el cristianismo, que hasta entonces se había
movido alrededor de un eje que iba de este a oeste a lo largo del
Mediterráneo, ahora comenzó a moverse alrededor de un eje que iba de
norte a sur, del reino de los francos a Roma. Sin embargo, mientras en
el Occidente la iglesia parecía tener más poder, lo cierto es que se
le hacía difícil luchar contra el caos reinante —y que en buena medida
las luchas dentro de la misma iglesia contribuían al caos. La medida
de orden que se logró tomó la forma del «feudalismo», en el que cada
señor feudal seguía sus propias políticas, guerreando cuando le
parecía y a veces hasta dedicándose al bandidaje. Era en el Oriente
donde se conservaba cierta medida de orden, así como de las letras y
los conocimientos de la antigüedad.
Constantinopla, la vieja capital del Imperio Bizantino, quedaba cada
vez más reducida en su influencia. Probablemente el más alto logro del
cristianismo bizantino fue la conversión de Rusia, alrededor del año
950.
Las relaciones entre Oriente y Occidente se fueron haciendo cada vez
más tensas, hasta que por fin vino la ruptura definitiva en el año
1054.
4. La alta Edad Media. Desde el cisma entre Oriente y Occidente (1054)
hasta que comienza la decadencia del papado (1303).*
La iglesia occidental estaba necesitada de una reforma radical, y ésta
surgió por fin de entre las filas del monaquismo. Pronto los elementos
monásticos que abogaban por una reforma llegaron a ocupar el papado,
con lo cual apareció toda una serie de papas reformadores. Esto empero
llevó a conflictos entre las autoridades seculares y las
eclesiásticas, y sobre todo entre papas y emperadores.
Fue también la época de las cruzadas, que comenzaron en el año 1095 y
perduraron por varios siglos. Y fue también la época en que tuvo lugar
buena parte de la «Reconquista» española —el proceso de desalojar a
los moros de la Península.
En parte como resultado de las cruzadas, hubo un gran auge en el
comercio, y a consecuencia de ello un aumento en la población de las
ciudades, que eran por naturaleza centros de comercio. El dinero, que
prácticamente había desaparecido durante la baja Edad Media, comenzó a
circular de nuevo. Con ello apareció una nueva clase, los
«burgueses» (es decir, «citadinos»), que vivían del comercio y más
tarde de la industria.
Como respuesta a los nuevos tiempos, surgieron varias nuevas órdenes
monásticas. Las más importantes de ellas fueron los franciscanos y los
dominicos. Estos produjeron un nuevo despertar en el trabajo
misionero, y además se introdujeron en las universidades, donde
llegaron a ser los principales exponentes de la teología de la época —
la teología llamada «escolástica». Esta teología tuvo sus máximos
exponentes en Buenaventura (franciscano) y Tomás de Aquino (dominico).
El crecimiento de las ciudades dio lugar además a las grandes
catedrales. El estilo llamado «románico», que hasta entonces había
dominado la arquitectura de la Edad Media, le cedió el lugar al
«gótico», que produjo las más impresionantes catedrales de todos los
tiempos.
Por último, fue también en esta época que el papado llegó al máximo de
su prestigio y poderío, en la persona de Inocencio III (1198–1216).
Pero ya para el fin de este período, en el año 1303, se veía
claramente que el papado estaba en decadencia.
5. El fin de la Edad Media. Desde las primeras señales de decadencia
del papado (1303) hasta la caída de Constantinopla (1453).*
La burguesía pujante se hizo aliada de la monarquía en cada país, y
con ello se le puso fin al feudalismo y comenzaron a formarse las
naciones modernas. Pero el nacionalismo mismo pronto vino a ser un
obstáculo a la unidad de la iglesia. Durante buena parte de este
período, Francia e Inglaterra estuvieron en guerra (la llamada «Guerra
de los Cien Años»), y a esa guerra se sumó casi todo el resto de
Europa. Fue además la época de la «peste», que decimó la población del
continente y produjo grandes descalabros demográficos y económicos.
La decadencia del papado fue clara y abismal. Primero el papado quedó
bajo la sombra y el dominio de Francia, hasta tal punto que la sede
papal se trasladó de Roma a Aviñón, en las fronteras mismas de Francia
(1309–1377). Luego vino el «Gran Cisma de Occidente», en el que hubo
al mismo tiempo dos papas (y hasta tres) que se disputaban el trono de
San Pedro (1378–1423).
Para resolver la cuestión surgió el movimiento conciliar, que esperaba
que un concilio de toda la iglesia pudiera decidir quién era el
verdadero papa. A la postre, el movimiento conciliar logró ponerle fin
al cisma, y todos llegaron a concordar en un solo papa. Pero entonces
el concilio mismo se dividió, de modo que había un papa, pero dos
concilios. Además, bien pronto los papas se dejaron arrastrar por el
espíritu del Renacimiento, que les llevó a ocuparse más de embellecer
a Roma, de construir bellos palacios, y de guerrear con otros
potentados italianos, que de la vida espiritual de su grey.
Al igual que el papado, la teología académica — es decir, la que tenía
lugar en las universidades— cayó también en crisis. A base de
distinciones cada vez más sutiles, y de un vocabulario cada vez más
especializado, esta teología perdió contacto con la vida diaria de los
cristianos, y dedicó buena parte de sus esfuerzos a cuestiones que no
les interesaban sino a los teólogos mismos.
En respuesta a todo esto hubo varios movimientos reformadores, guiados
por personas tales como Juan Wycliff, Juan Huss y Jerónimo Savonarola.
Algunos esperaban que la reforma de la iglesia vendría a través del
estudio y las letras. Otros, en fin, en lugar de tratar de reformar la
iglesia, se refugiaron en el misticismo, que les permitía cultivar la
vida espiritual y acercarse a Dios sin tener que lidiar con una
iglesia corrupta y al parecer irreformable.
Mientras tanto el Imperio Bizantino, cada vez más débil, sucumbía por
fin ante el avance de los turcos.
6. La Conquista y la Reforma. Desde la Caída de Constantinopla (1453)
hasta fines del siglo XVI (1600).*
Como bien lo indica el nombre que le hemos puesto a este período,
durante él tuvieron lugar dos episodios harto importantes en la
historia del cristianismo: (1) El «descubrimiento» y conquista de
América. (2) La Reforma Protestante.
El «descubrimiento» y la conquista son bien conocidos, aunque rara vez
pensamos en ellos como parte de la historia de la iglesia. Pero lo
cierto es que en un período de escasamente cien años las naciones
europeas se derramaron por el resto del mundo, y especialmente por
América, y que a causa de ello se multiplicó enormemente el número de
los que se llamaban cristianos. Esto es parte de nuestra historia, ha
dejado su huella en nuestro modo de vivir la fe, y debemos estudiarlo.
La fecha que normalmente se señala como el comienzo de la Reforma es
1517, cuando Lutero clavó sus famosas 95 tesis. Aunque, como vimos en
el período anterior, ya había movimientos reformadores desde mucho
antes, lo cierto es que fue con Lutero y sus seguidores que el
movimiento cobró un ímpetu incontenible.
Empero no todos los que abandonaron el catolicismo romano se hicieron
seguidores de Lutero y de sus puntos de vista. Pronto surgió otro
movimiento en Suiza, bajo la dirección primero de Ulrico Zwinglio, y
luego de Juan Calvino, que dio origen a las iglesias que noy llamamos
«reformadas» y «presbiterianas». Otros tomaron posiciones más
radicales, y sus enemigos les pusieron el nombre despectivo de
«anabaptistas» — es decir, rebautizadores. De ellos vienen los
menonitas y varios otros grupos. En Inglaterra hubo una reforma de
carácter muy particular, que al mismo tiempo que siguió la teología de
los reformadores (y especialmente de Calvino) mantuvo sus viejas
tradiciones en cuanto al culto y el gobierno de la iglesia. Esta es la
Iglesia de Inglaterra, de donde surgen las iglesias que hoy llamamos
«anglicanas» y «episcopales».
En parte como respuesta a la Reforma Protestante, y en parte debido a
su propia dinámica interna, la Iglesia Romana también pasó por un
período de reforma que a veces se llama «contra-reforma», pero que es
mucho más que eso.
Hacia el fin del período, y no sin luchas y hasta guerras, el
protestantismo había echado profundas raíces en Alemania, Inglaterra,
Escocia, Escandinavia y Holanda. En Francia, tras largas guerras en
que la religión fue un factor importante, se había llegado a una
situación en la que, aunque el rey era católico, se toleraba a los
protestantes. En España, Italia, Polonia y otros países, los brotes de
protestantismo, a veces bastante fuertes, habían sido extirpados a la
fuerza.
7. Los siglos XVII y XVIII. Durante este período las fuertes
convicciones religiosas de diversos grupos —especialmente de católicos
y protestantes— llevaron a cruentas guerras que en algunos casos
diezmaron la población.* En Alemania y buena parte de Europa tuvo
lugar la Guerra de los Treinta Años (1618–1648), posiblemente la más
sangrienta que Europa había visto hasta entonces. En Francia se
abandonó la anterior política de tolerancia. En Inglaterra tuvo lugar
la revolución puritana, que llevó a la guerra civil, la ejecución del
rey Carlos I, y otra serie de guerras, para por fin llegar a una
situación muy parecida a la que existía antes de la revolución.
Tras todas estas guerras se encontraba el espíritu inflexible de las
diversas ortodoxias —católica, luterana y reformada. Para cada una de
estas ortodoxias, cada detalle de doctrina era sumamente importante, y
por tanto no se debía permitir la más mínima desviación de la
ortodoxia más estricta. El resultado fue, no sólo las guerras
mencionadas más arriba, sino también una serie interminable de
contiendas entre católicos, entre luteranos y entre reformados,
quienes no lograban ponerse de acuerdo ni siquiera con sus propios
correligionarios.
Una de las diversas reacciones a esta ortodoxia estricta, y al daño
obvio que estaba causando, fue el auge del racionalismo.
Otra consecuencia fue el surgimiento de una serie de posturas que
subrayaban más la experiencia y la obediencia que la ortodoxia. Tales
fueron el pietismo y el movimiento moravo entre los luteranos, y el
metodismo entre los anglicanos.
Otros, descontentos tanto con la ortodoxia como con el pietismo,
siguieron la opción espiritualista y se dedicaron a buscar a Dios, no
ya en la iglesia o la comunidad de creyentes, sino en la vida interna
y privada.
Otros, en fin, decidieron abandonar Europa y partir hacia lugares
donde esperaban establecer una nueva sociedad regida por los
principios que ellos consideraban esenciales al evangelio —y que a
veces incluían la intolerancia hacia cualquiera posición distinta de
la de ellos. Este fue el origen de las colonias británicas en Nueva
Inglaterra.
8. El siglo XIX. Este fue el gran siglo de la modernidad.*
Comenzó con una serie de convulsiones políticas que les abrieron el
paso a los ideales de la democracia y de la libre empresa —la
independencia norteamericana, la revolución francesa, y luego la
independencia de las naciones latinoamericanas. Parte del ideal de
estas nuevas naciones era la libertad de conciencia, de modo que a
nadie se le obligara a afirmar aquello de lo que no estaba convencido.
Pero esto, unido al racionalismo que ya venía ganando adeptos desde el
período anterior, llevó a muchos a pensar que solamente una fe
estrictamente racional era compatible con el mundo moderno.
Esta actitud se puso de manifiesto especialmente entre los teólogos
protestantes, sobre todo en Alemania, pero también en otras partes.
Este fue el origen del «liberalismo», doctrina muy difundida en el
siglo diecinueve.
Si el protestantismo —o al menos sus teólogos y portavoces académicos—
erraron en mostrarse demasiado abiertos a las innovaciones del mundo
moderno, el catolicismo siguió el camino contrario. Prácticamente todo
lo que fuera moderno —la democracia, la libertad de conciencia, las
escuelas públicas— le parecía herejía, y como tal lo condenó el papa
Pío IX. Además, como parte de esa política reaccionaria, fue durante
este período que el papa fue declarado infalible (I Concilio Vaticano,
1870).
Por otra parte, mientras en Europa muchos pensaban que el cristianismo
era cosa del pasado, fue durante este período que la fe cristiana
alcanzó tal expansión geográfica que por primera vez vino a ser
verdaderamente universal. Ciertamente, uno de los elementos más
importantes de la historia de la iglesia durante el siglo XIX fue su
expansión misionera — especialmente la protestante— en Asia, Oceanía,
Africa, el mundo musulmán y América Latina.
9. El fin de la modernidad.*
Los principios racionalistas de los siglos anteriores, especialmente
en su aplicación a las ciencias y la tecnología, arrojaron resultados
inesperados. En el apogeo de la modernidad, se pensó que la humanidad
se asomaba a una época gloriosa de abundancia y felicidad. Todos los
problemas humanos tendrían solución medíante el uso de la razón y su
hermana menor, la tecnología. Las naciones industrializadas del
Atlántico del Norte (Europa y los Estados Unidos) llevarían al mundo
hacia ese futuro mejor.
Pero el siglo XX se ocupó de ponerles fin a tales sueños con una serie
de acontecimientos que mostraron que la supuesta promesa de la
modernidad no era sino un sueño.
En todo el mundo ocurrió una rápida descolonización. Esto también fue
parte del fin de la modernidad, pues lo que ocurrió fue que se perdió
la confianza en las promesas de la modernidad, que habían sido la
justificación de la empresa colonizadora. En Asia, Africa y América
Latina, hubo una fuerte reacción, tanto política como intelectual,
contra el colonialismo y el neocolonialismo.
Para analizar el impacto de esos acontecimientos en la vida de la
iglesia, lo más sencillo es comenzar siguiendo el curso de las tres
principales ramas del cristianismo: la oriental, la católica romana, y
la protestante.
A principios del siglo XX, toda la iglesia oriental se vio sacudida
por la revolución rusa, y por su impacto en Europa oriental. El
marxismo, tal como se le aplicó en la Unión Soviética, era una versión
de la promesa moderna. Pero hacia fines del siglo XX resultaba claro
que la empresa había fracasado, y la Iglesia Rusa, que por varias
décadas había tenido que existir bajo fuerte presión gubernamental,
mostraba nuevas señales de vida.
El catolicismo romano continuó su lucha contra ciertos aspectos de la
modernidad a través de toda la primera mitad del siglo. Fue a partir
de 1958, con el advenimiento al trono papal de Juan XXIII, que esa
iglesia comenzó a abrirse al mundo moderno. Pero ya para entonces, el
mundo a que la iglesia se abrió se movía rápidamente hacia la
postmodernidad, y la teología que siguió al Segundo Concilio Vaticano
se volvió cada vez más crítica de la modernidad —aunque no a base de
la actitud reaccionaria de generaciones anteriores, sino mirando hacia
un futuro allende la modernidad.
El optimismo de los teólogos protestantes liberales en Europa se vio
sacudido por las dos guerras mundiales. Lo mismo sucedió en los
Estados Unidos, aunque en menor grado y más lentamente. En cierto
modo, la rebelión de Karl Barth contra el liberalismo fue un primer
anuncio de la necesidad de una teología postmoderna. En los Estados
Unidos, las luchas por los derechos civiles, y los conflictos y crisis
sociales de fin de siglo, jugaron un papel parecido.
Por otra parte, en todas las tradiciones cristianas hubo también una
reacción paralela al anticolonialismo. Las iglesias «jóvenes»,
producto de la empresa misionera, comenzaron a reclamar su autonomía y
su derecho y obligación de interpretar el Evangelio dentro de su
propio contexto y desde su propia perspectiva. En América Latina, una
de las más notables manifestaciones de esta tendencia fue el auge del
movimiento pentecostal. En todas partes del mundo, las minorías
étnicas y culturales dentro de la iglesia, así como también las
mujeres, hicieron oír su voz.
El resultado fue un nuevo tipo de ecumenismo. El movimiento ecuménico
había surgido principalmente del impulso y las necesidades misioneras.
Ahora, con el auge de las iglesias jóvenes, tomó un nuevo giro. Y lo
mismo puede decirse del movimiento misionero mismo, en el que las
«iglesias jóvenes» ocuparon un lugar cada vez más importante.
1.
La iglesia antigua
Desde los inicios del cristianismo hasta que Constantino les puso fin
a las persecuciones (Edicto de Milán, año 313).* Fue un período
formativo que marcó pauta para toda la historia de la iglesia, pues
hasta el día de hoy seguimos viviendo bajo el influjo de algunas de
las decisiones que se tomaron entonces.
El cristianismo surgió en un mundo que tenía ya sus propias
religiones, sus culturas y sus estructuras políticas y sociales.
Para entender la historia del cristianismo, hay que saber algo acerca
de ese trasfondo en el que la nueva fe se abrió camino y fue
estructurando su vida y sus doctrinas.
El trasfondo más inmediato de la naciente iglesia fue el judaísmo —
primero el judaísmo de Palestina, y luego el que existía fuera de la
Tierra Santa.*
El judaísmo de Palestina no era ya el que conocemos a través de los
libros del Antiguo Testamento. Más de trescientos años antes de
Cristo, Alejandro Magno (o Alejandro el Grande) había creado un vasto
imperio que se extendía desde Grecia hasta Egipto y hasta las
fronteras de la India, y que por tanto incluía toda la Palestina. Una
de las consecuencias de esas conquistas fue el «helenismo», nombre que
se le da a la tendencia de combinar la cultura griega que Alejandro
había traído con las antiguas culturas de cada una de las tierras
conquistadas.
A la muerte de Alejandro, algunos de su sucesores quedaron como dueños
de Siria y Palestina. Contra ellos se rebelaron los judíos bajo la
dirección de los Macabeos, y lograron un breve período de
independencia, hasta que los romanos conquistaron el país en el año 63
a.C.* Por tanto, cuando Jesús nació Palestina era parte del Imperio
Romano.
Este judaísmo de Palestina no era todo igual, sino que había en él
diferentes partidos y posturas religiosas.* Entre ellos se destacan
los zelotes, los fariseos, los saduceos y los esenios. Estos grupos
diferían en cuanto al modo en que se debía servir a Dios, y también en
sus posturas frente al Imperio Romano. Pero todos concordaban en que
hay un solo Dios, que ese Dios requiere cierta conducta de su pueblo,
y que algún día ese Dios cumplirá sus promesas a ese pueblo.
Fuera de Palestina, el judaísmo contaba con fuertes contingentes en
Egipto, Asia Menor, Roma y hasta los territorios de la antigua
Babilonia. Esto es la llamada «Dispersión» o «Diáspora».* El judaísmo
de la Diáspora daba señales del impacto de las culturas circundantes.
En el Imperio Romano, esto se manifestaba en el uso de la lengua
griega —la lengua más generalizada en el mundo helenista— por encima
del hebreo o del arameo —la lengua más usada en la parte de la
Diáspora que se extendía hacia Babilonia. Fue por eso que en la
Diáspora —en Egipto— el Antiguo Testamento se tradujo al griego. Esa
traducción se llama la «Septuaginta», y fue la Biblia que los
cristianos de habla griega usaron por mucho tiempo.* También en Egipto
vivió el judío helenista Filón de Alejandría, que trató de combinar la
filosofía griega con el judaísmo, y fue por tanto precursor de los
muchos teólogos cristianos que trataron de hacer lo mismo con el
cristianismo.
Empero desde bien temprano la iglesia comenzó a abrirse camino más
allá de los límites del judaísmo, hasta tal punto que pronto se volvió
una iglesia mayormente de gentiles. Para entender ese proceso, hay que
saber algo del ambiente político y cultural de la época.
En lo político, toda la cuenca del Mediterráneo era parte del Imperio
Romano, que le había dado unidad a la región.* En cierto modo, esa
unidad política facilitó la expansión del cristianismo. Pero esa
unidad se basaba también en el sincretismo, en que florecía toda clase
de religión y de mezcla de religiones, y que fue una de las peores
amenazas al cristianismo.* Y esa unidad política se basaba también en
el culto al emperador, que fue una de las causas de la persecución
contra los cristianos.
En el campo de la filosofía, predominaban las ideas de Platón y de su
maestro Sócrates, que hablaban de la inmortalidad del alma y de un
mundo invisible y puramente racional, más perfecto y permanente que
este mundo de «apariencias».*
Además, el estoicismo, doctrina filosófica que proponía altos valores
morales, había alcanzado gran auge.*
Dentro de ese marco, la nueva fe se fue abriendo camino, pero al mismo
tiempo se fue definiendo a sí misma.
Aparte los libros del Nuevo Testamento, los escritos cristianos más
antiguos que se conservan son los de los llamados «Padres
apostólicos».* Es a través de estas cartas, sermones y tratados que
sabemos algo acerca de la vida y enseñanzas de los cristianos de la
época.
La primera y más importante tarea del cristianismo fue definir su
propia naturaleza ante el judaísmo del cual surgió.* Como se ve en el
Nuevo Testamento, buena parte del contexto en que tuvo lugar esa
definición fue la misión a los gentiles.
Esta es una historia que conocemos principalmente por el Nuevo
Testamento. Allí vemos, especialmente en las cartas de Pablo y en el
libro de Hechos, el reflejo de las difíciles decisiones que la iglesia
tuvo que hacer en sus primeras décadas. ¿Sería el cristianismo una
nueva secta dentro del judaísmo? ¿Se abriría a los gentiles? ¿Cuánto
del judaísmo tendrían que aceptar los gentiles conversos? Tales fueron
las preguntas que dominaron la vida de la iglesia en sus primeras
décadas.
Pronto el cristianismo tuvo sus primeros conflictos con el estado….
Esos conflictos con el estado produjeron mártires y «apologistas». Los
primeros sellaron su testimonio con su sangre.
En el libro de Hechos, cuando se persigue a los cristianos, quienes lo
hacen son generalmente los jefes religiosos entre los judíos. Lo que
es más, en varias ocasiones las autoridades del Imperio intervienen
para detener un motín, y salvan así de dificultades a los cristianos.
Pronto, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar, y fue el Imperio
el que empezó a perseguir a los cristianos.* En el siglo primero, las
peores persecuciones tuvieron lugar bajo Nerón (emperador del 54 al
68) y Domiciano (81–96).* Aunque cruentas, parece que estas
persecuciones fueron relativamente locales.
En el siglo II la persecución se fue haciendo más general, aunque en
términos generales se siguió la política de Trajano (98–117), de
castigar a los cristianos si alguien los delataba, pero no emplear los
recursos del estado para buscarlos.* Por ello, la persecución fue
esporádica, y dependía en mucho de circunstancias locales.* Entre los
mártires del siglo II se cuentan Ignacio de Antioquía, de quien
tenemos siete cartas, Policarpo de Esmirna, de cuyo martirio se
conserva un relato bastante fidedigno, y los mártires de Lión y Viena,
en la Galia.
En el siglo III, aunque con largos intervalos de relativa
tranquilidad, la persecución fue arreciando.* El emperador Septimio
Severo (193–211) siguió una política sincretista, y decretó la pena de
muerte a quien se convirtiera a religiones exclusivistas como el
judaísmo o el cristianismo. Bajo él sufrieron el martirio Perpetua y
Felicidad. Decio (249–251) ordenó que todos sacrificaran ante los
dioses, y que se expidieran certificados al respecto. Los cristianos
que se negaran a ello debían ser tratados como criminales. Valeriano
(253–260) siguió una política semejante.
Empero la peor persecución vino bajo Diocleciano (284–305) y sus
sucesores inmediatos.* Primero se expulsó a los cristianos de las
legiones romanas. Luego se ordenó la destrucción de sus edificios y
libros sagrados. Por último la persecución se hizo general, y se
comenzó a practicar contra los cristianos toda clase de torturas y
suplicios.
A la muerte de Diocleciano, algunos de sus sucesores continuaron la
misma política, hasta que dos de ellos, Constantino (306–337) y
Licinio (307–323) le pusieron fin a la persecución mediante el llamado
«Edicto de Milán» (año 313).
Fue dentro de ese contexto que la nueva fe tuvo que determinar su
relación con la cultura que le rodeaba, así como con las instituciones
políticas y sociales que eran expresión y apoyo de esa cultura.* Los
apologistas trataron de defender la fe cristiana frente a las
acusaciones de que era objeto. (Y algunos, como Justino, fueron
primero apologistas y a la postre mártires.) Fue en ese intento de
defender la fe que se produjeron algunas de las primeras obras
teológicas del cristianismo.
En cierta medida, las persecuciones se basaban en una serie de rumores
y opiniones que circulaban en torno a los cristianos. De ellos se
decía, por ejemplo, que practicaban varias formas de inmoralidad. Y se
decía también que su doctrina carecía de sentido, y que era propia de
gente que no pensaba.
En respuesta a esto, los apologistas escribieron una serie de obras
con el doble propósito de desmentir los falsos rumores en cuanto a las
prácticas cristianas, y de mostrar que el cristianismo no era una
sinrazón.* Luego, la tarea principal que los apologistas se impusieron
fue aclarar la relación entre la fe cristiana y la antigua cultura
grecorromana.
Algunos de los apologistas adoptaron hacia esa cultura una actitud
francamente hostil.* Su defensa del cristianismo consistía
principalmente en mostrar que la cultura supuestamente superior del
mundo grecorromano no lo era en realidad.* El principal apologista que
tomó esta postura fue Taciano.
Otros adoptaron la postura contraria. En lugar de atacar la cultura
pagana, sostuvieron que esa cultura tenía ciertos valores, pero que
esos valores le venían del cristianismo, o al menos del judaísmo. Así,
un argumento común fue que, puesto que Moisés fue antes de Platón,
todo lo bueno que Platón dijo lo aprendió de Moisés.
Pero el argumento más poderoso, y el que a la postre hizo fuerte
impacto en la teología cristiana, fue el de Justino con respecto al
«Logos» o Verbo de Dios.* Justino fue el más grande de los apologistas
del siglo II, y a la postre selló su propia fe con su sangre —por lo
que se le conoce como «Justino Mártir». Según él, como dice el
Evangelio de Juan, el Verbo o Logos de Dios alumbra a todos lo que
vienen al mundo —inclusive los que vinieron antes de la encarnación
del Verbo en Jesús. Por tanto, toda luz que cualquier persona tenga o
haya tenido la recibe del mismo Verbo que los cristianos conocen en
Jesucristo. De ese modo, Justino podía aceptar cualquier cosa de valor
que encontrara en la cultura y filosofía paganas, y añadirla a su
entendimiento de la fe. A través de los siglos, esta doctrina del
Logos como fuente de toda verdad, doquiera ésta se encuentre, ha hecho
fuerte impacto en la teología cristiana, y en el modo en que algunos
cristianos se han relacionado con la cultura circundante.
Pero había además otros retos a la fe: lo que la mayoría de los
cristianos llamó «herejías» —es decir, doctrinas que hacían peligrar
el centro mismo del mensaje cristiano.*
El crecimiento de la iglesia trajo a su seno personas con toda clase
de trasfondo religioso, y esto a su vez dio lugar a diversas
interpretaciones del cristianismo. Aunque en la iglesia había existido
siempre cierta diversidad teológica, pronto se vio que algunas de esas
interpretaciones tergiversaban la fe de tal modo que parecían amenazar
el centro mismo del mensaje cristiano. A esas doctrinas se les dio el
nombre de «herejías».
La principal de esas herejías fue el gnosticismo.* Este era todo un
conglomerado de ideas y escuelas que diferían en muchos puntos, pero
que tenían otros elementos comunes. Entre esos elementos comunes se
contaban: Primero, una actitud negativa hacia el mundo material, de
modo que la «salvación» consistía en escapar de la materia. Segundo,
la idea de que esa salvación se lograba mediante un conocimiento o
«gaosis» especial, mediante el cual el creyente podía escapar de este
mundo y ascender al espiritual. Es por razón de esa «gnosis» que se le
llama «gnosticismo».
No todos los gnósticos eran cristianos. Pero entre los cristianos el
gnosticismo amenazaba la fe en varios puntos fundamentales: negaba la
creación, que dice que este mundo es la buena obra de Dios; negaba la
encarnación, que dice que Dios mismo se hizo carne física (esta
doctrina, que Jesús no tenía cuerpo verdadero como el nuestro, es lo
que se llama «docetismo»); y negaba la resurrección final, que dice
que en la vida eterna tendremos cuerpos.
La otra «herejía» que le presentó un grave reto al cristianismo fue la
doctrina de Marción.* Al igual que los gnósticos, Marción negaba que
un Dios bueno pudiera haber hecho este mundo material. Por ello decía
que el Dios del Antiguo Testamento no era el Padre de Jesús, sino un
ser inferior. Decía además que mientras Jehová es vengativo y cruel,
el verdadero y supremo Dios es amante y perdonador. A diferencia de
los gnósticos, que no fundaron iglesias, Marción fundó una iglesia
marcionita. Además, puesto que rechazaba el Antiguo Testamento, hizo
una lista de libros que él consideraba inspirados. Aunque difería
mucho de nuestro Nuevo Testamento actual, ésta fue la primera lista de
libros del Nuevo Testamento.
Fue principalmente en respuesta a esas herejías que surgieron el canon
(o lista de libros) del Nuevo Testamento, el credo llamado «de los
apóstoles», y la doctrina de la sucesión apostólica.*
Aunque desde antes la iglesia había utilizado los evangelios y las
cartas de Pablo, lo que le llevó definitivamente a insistir en que
ciertos libros cristianos eran Escritura y otros no, fue el reto de
las herejías.* Frente a los herejes que proponían sus propias
escrituras, o sus propias listas de libros, la iglesia empezó a
determinar cuáles libros eran parte de las Escrituras cristianas, y
cuáles no.
Al mismo tiempo y por las mismas causas, apareció en Roma el llamado
«símbolo romano».* Este era una confesión de fe que después evolucionó
hasta formar lo que hoy llamamos «Credo de los Apóstoles». Está claro
que el propósito de ese credo es rechazar las doctrinas de los
gnósticos y de Marción.
Por último, la iglesia respondió señalando a las líneas
ininterrumpidas de líderes en las principales iglesias —líneas que se
remontaban hasta los apóstoles mismos.* Este es el origen de la
«sucesión apostólica», cuyo sentido original no era exactamente el
mismo que se le dio después.
Todos estos elementos produjeron una iglesia más organizada, y con
doctrinas y prácticas más definidas.* Esto es lo que algunos
historiadores llaman «la iglesia católica antigua».
Tras los apologistas vinieron los primeros grandes maestros de la fe —
personas tales como Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría,
Orígenes y Cipriano. Estos escribieron obras cuyo impacto se deja ver
todavía.
Ireneo, Tertuliano y Clemente vivieron hacia fines del siglo II y
principios del III.
Ireneo era oriundo de Esmirna, en Asia Menor, pero la mayor parte de
su vida la pasó en Lión, en lo que hoy es Francia.* Era pastor, y
consideraba que su tarea como teólogo consistía en fortalecer a su
grey, sobre todo contra las herejías. Su teología no pretende ser
original, sino que trata de afírmar lo que él aprendió de sus
maestros. Precisamente por eso hay hoy un nuevo interés en él, pues
sus escritos nos ayudan a conocer la más antigua teología cristiana.
Tertuliano vivió en Cartago, en el norte de Africa.* Sus inclinaciones
eran principalmente legales. Escribió en defensa de la fe contra los
paganos, y también contra varias herejías. Fue quien primero empleó la
fórmula «una substancia, tres personas» para referirse a la Trinidad,
y también quien primero habló de la encarnación en términos de «una
persona, dos substancias».
Clemente de Alejandría siguió las líneas trazadas por Justino,
buscando conexiones entre la fe y la filosofía griega.* En esto le
siguió Orígenes, a principios del siglo III.* Orígenes fue un escritor
prolífico, dado a las especulaciones filosóficas. Aunque después de su
muerte muchas de sus doctrinas más extremas fueron rechazadas y
condenadas por la iglesia, por largo tiempo la inmensa mayoría de los
teólogos de habla griega fueron de un modo u otro sus seguidores.
Cipriano era obispo de Cartago (donde antes había vivido Tertuliano)
cuando estalló la persecución de Decio (año 249).* Cipriano huyó y se
escondió, con el propósito de poder continuar dirigiendo la vida de la
iglesia desde su escondite. Cuando pasó la persecución algunos le
echaron en cara el haber huido. Después murió como mártir en otra
persecución (258). Por todo esto, la principal cuestión que Cipriano
discutió fue la de los «caídos», es decir, quienes habían abandonado
la fe en tiempos de persecución y después deseaban volver al seno de
la iglesia. Además, en parte por otras razones, tuvo conflictos con el
obispo de Roma. En la discusión que surgió de todo esto, Cipriano
expuso sus ideas sobre la naturaleza y el gobierno de la iglesia.
Por la misma época también se discutía en Roma la cuestión de la
restauración de los caídos.* La figura más importante en esa discusión
fue Novaciano, quien también escribió sobre la Trinidad.
Por último, es importante señalar que, a pesar de la escasez de
documentos, es posible saber algo acerca de la vida y el culto
cristiano durante estos primeros años.
Durante todo este período el acto central del culto cristiano era la
comunión.* Esta era gozosa, pues era una celebración de la
resurrección y un anticipo del retorno de Jesús. Por eso, para
celebrar la resurrección, era que el culto se celebraba el domingo,
día de la resurrección del Señor. Además, como anticipo del gran
banquete celestial, la comunión era originalmente toda una cena.
Después, por diversas razones, se limitó al pan y al vino. Además,
pronto surgió la costumbre de celebrar el culto junto a las tumbas de
los mártires y otros cristianos fallecidos, en lugares tales como las
catacumbas de Roma.
Parece que al principio diversas iglesias tuvieron distintas formas de
gobierno, y que los títulos de «presbítero» y «obispo» eran
semejantes. Pero ya a fines del siglo II se había establecido el
sistema de tres niveles de ministros: diáconos, presbíteros y obispos.
Además, había ministerios específicos para las mujeres, especialmente
dentro del monaquismo.
2.
El imperio cristiano
Desde el Edicto de Milán (313) hasta la deposición del último
emperador romano de Occidente (476).*
Con la «conversión» del emperador Constantino, las cosas cambiaron
radicalmente. La iglesia perseguida se volvió la iglesia tolerada, y
pronto vino a ser la religión oficial del Imperio Romano. Como
consecuencia de ello la iglesia, que hasta entonces estuvo formada
principalmente por personas de las clases más pobres de la sociedad,
se abrió campo entre la aristocracia.
La «conversión» de Constantino fue un proceso lento, paralelo a la
ruta que llevó a Constantino al poder absoluto sobre todo el Imperio.
Poco a poco, Constantino fue venciendo a sus rivales y extendiendo su
poderío. Aunque apoyaba a los cristianos, no se bautizó sino en el
lecho de muerte, y nunca renunció al título de Sumo Sacerdote del
paganismo, que como emperador le correspondía.
Aunque al morir Constantino el cristianismo no era todavía la religión
oficial del imperio (no lo sería sino hacia fines de ese siglo IV), la
política de Constantino y sus sucesores hizo gran impacto en la vida
religiosa del Imperio Romano.* La iglesia, antes perseguida, gozó de
un prestigio y hasta de un poderío siempre crecientes. En
consecuencia, fueron muchos los que se añadieron a ella, especialmente
entre la aristocracia que hasta poco antes había visto la fe cristiana
como cosa de gente ignorante y despreciada.
La conversión de Constantino también impactó el culto cristiano.* Al
fundar la ciudad de Constantinopla, en el sitio donde estaba la
antigua Bizancio, la dotó de iglesias. Y lo mismo hicieron en
Palestina y otros lugares tanto él como su madre y luego sus
sucesores. El resultado fue un culto cada vez más formal en el que se
imitaban algunos de los usos de la corte. Y comenzó a aparecer además
una arquitectura típicamente cristiana, cuya forma típica es la
«basílica».
El cambio no fue fácil, y hubo cristianos que respondieron de muy
diversas maneras.
Algunos se mostraron tan agradecidos por la nueva situación, que se
les hacía difícil adoptar una actitud crítica ante el gobierno y la
sociedad.
Aunque es de suponerse que tal fue la actitud más frecuente entre el
común de los cristianos, el principal exponente de esta postura es
Eusebio de Cesarea.* Eusebio había vivido a través de las
persecuciones, y por tanto la nueva actitud por parte del gobierno le
parecía un milagro. Su obra más famosa, la Historia eclesiástica, da
la impresión de que desde el principio Dios estaba preparando el
camino para esta gran unión entre la iglesia y el Imperio.
Otros huyeron al desierto o a otros lugares apartados y se dedicaron a
la vida monástica.*
Aunque los orígenes del monaquismo se remontan a tiempos antes de
Constantino, las nuevas condiciones impulsaron a muchos a seguir el
ideal monástico. Ahora que ya no era posible el cristianismo heroico
de los mártires, muchos optaron por el cristianismo heroico de los
ascetas—es decir, quienes se dedicaban a una vida de renunciación y
contemplación.
Los lugares favoritos de los primeros monjes eran el desierto de
Egipto y otros lugares semejantes. En Egipto vivieron Pablo y Antonio,
dos ermitaños a quienes distintos autores antiguos conceden el honor
de haber fundado el monaquismo.
Aunque al principio los monjes vivían solos (la palabra «monje» quiere
decir «solitario») pronto comenzaron a agruparse para compartir
recursos y enseñanzas. Por fin surgió un nuevo tipo de monaquismo.
Este nuevo monaquismo se caracterizaba por la vida en comunidades (lo
que ahora llamamos «monasterios»), y recibe el nombre de «cenobita».
Se dice que su fundador fue Pacomio. Y, aunque haya habido otras
comunidades antes de las pacomianas, lo cierto es que Pacomio fue el
gran organizador del monaquismo cenobítico en Egipto.
El monaquismo se extendió rápidamente por toda la iglesia, y contó
entre sus principales propulsores a personajes tales como Jerónimo y
Basilio el Grande.
Algunos sencillamente rompieron con la iglesia mayoritaria,
insistiendo en que ellos eran la verdadera iglesia.*
Esto sucedió especialmente en el norte de Africa, en Numidia,
Mauritania, y los alrededores de Cartago. La razón teológica que se le
dio al cisma fue la restauración de los caídos, y sobre todo el debate
sobre si los ministros caídos tenían todavía potestad de celebrar sus
funciones ministeriales. Pero en realidad el cisma tenía también
raíces raciales y sociales, pues la población de la región estaba
socialmente estratificada, y el cisma siguió una estratificación
semejante.
Puesto que uno de los principales jefes del grupo cismático se llamaba
Donato, a los cismáticos se les dio el nombre de donatistas.
El bando más radical de los donatistas era el de los «circunceliones»,
que andaban escondidos en las zonas más remotas y hacían uso de las
armas para defender su causa. Aunque las autoridades imperiales
trataron de suprimirlos mediante las armas, los circunceliones
continuaron existiendo por lo menos hasta las conquistas árabes del
siglo VII.
Tampoco faltó la reacción de los paganos, que deseaban volver a la
vieja religión y su antigua relación con el estado.*
A Constantino le sucedieron sus tres hijos Constantino II, Constancio
y Constante. A la muerte del último de ellos, Constancio, le sucedió
su primo hermano Juliano, a quien se conoce como «el Apóstata» (aunque
en verdad nunca parece haber sido cristiano).
Juliano trató de restaurar la vieja gloria del paganismo. Aunque no
persiguió a los cristianos, les quitó todos los privilegios que sus
predecesores les habían dado, y se dedicó también a ridiculizar el
cristianismo. Al mismo tiempo, trató de reorganizar el paganismo
siguiendo el modelo de la iglesia cristiana. Pero su gestión no tuvo
gran éxito, y a su muerte sus reformas fueron abandonadas.
Los más destacados líderes del cristianismo adoptaron una postura
intermedia: siguieron viviendo en las ciudades y participando de la
vida de la sociedad, pero con un espíritu crítico. Fue así que,
librada de la constante amenaza de persecución, la iglesia produjo
algunos de sus mejores maestros — razón por la cual se puede llamar a
este período «la era de los gigantes». Fue una época en que se
escribieron grandes tratados teológicos, así como importantes obras de
espiritualidad y la primera historia de la iglesia.
Atanasio de Alejandría fue el gran defensor de las decisiones del
Concilio de Nicea (ver más abajo).* Por ello chocó con las autoridades
imperiales que trataban de deshacer lo hecho en el Concilio de Nicea
(año 325), y las vicisitudes políticas de la época le obligaron a
repetidos exilios. Posiblemente su mayor contribución estuvo en lograr
un entendimiento entre los que sostenían la fórmula de Nicea
(«homousios», de la misma substancia) y quienes preferían otra fórmula
(«homoiusios», de semejante substancia) para rechazar el arrianismo
que había sido condenado en Nicea.
Esta obra fue continuada por los «grandes capadocios»—título que se
les da generalmente a Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio
de Nacianzo.* La hermana mayor de dos de ellos, Macrina, no siempre ha
sido recordada por los historiadores. Pero jugó un papel importante en
la vida de sus hermanos y, a través de ellos, del resto de la iglesia.
Basilio el Grande, hermano de Macrina, fue obispo de Cesarea. Escribió
un importante tratado sobre el Espíritu Santo. Su hermano menor,
Gregorio de Nisa, fue sobre todo un místico. El amigo de ambos,
Gregorio de Nacianzo, fue un famoso orador. Una de sus obras más
importantes es Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad.
Trabajando en conjunto, los capadocios continuaron la labor de
Atanasio, clarificando la doctrina de la Trinidad hasta que ésta fue
proclamada definitivamente por el Concilio de Constantinopla (año
381).
Ambrosio de Milán fue un alto funcionario del Imperio hasta que fue
inesperadamente electo como obispo de Milán.* Chocó repetidamente con
la emperatriz Justina, quien defendía el arrianismo, y luego con el
poderosísimo emperador Teodosio, cuya crueldad reprendió. Su
predicación fue instrumento para la conversión de Agustín.
Juan Crisóstomo («boca de oro») fue uno de los más famosos
predicadores de todos los tiempos.* Oriundo de Antioquía, llegó a ser
Patriarca de Constantinopla, donde atacó las injusticias de los
poderosos. Por ello murió en el destierro.
Jerónimo fue un hombre de alta cultura clásica, quien se refugió como
monástico en Palestina.* Su principal contribución fue la traducción
de la Biblia al latín de la época. Esa traducción, conocida como la
Vulgata, fue la Biblia que empleó el Occidente latino durante toda la
Edad Media.
Por último, Agustín de Hipona se crió en el norte de Africa.* Su
madre, Mónica, hizo todo lo posible porque aceptara el cristianismo.
Pero Agustín se hizo maniqueo (doctrina dualista parecida al
gnosticismo), y luego neoplatónico. Por fin se convirtió en Milán,
donde enseñaba retórica. Regresó al Africa, para vivir como monje,
pero poco tiempo después fue hecho obispo de Hipona.
Como obispo, Agustín escribió contra el maniqueísmo, el donatismo y el
pelagianismo. Este último era una doctrina que subrayaba la iniciativa
humana en la salvación. Frente al donatismo, Agustín desarrolló su
doctrina de la iglesia. Y frente al pelagianismo, su doctrina de la
gracia y la predestinación. Además, cuando algunos paganos empezaron a
decir que Roma había caído en poder de los godos (año 410) por haberse
hecho cristiana, Agustín refutó esa posición en su extensa obra La
ciudad de Dios. Sus Confesiones, en las que declara cómo Dios le guió
hasta hacerle cristiano, han llegado a ser una de las obras más leídas
e influyentes.
Cuando Agustín murió, en el año 430, los vándalos tenían sitiada la
ciudad de Hipona —señal de que la vieja civilización se derrumbaba, y
una nueva era comenzaba a despuntar.
Pero esta época también produjo fuertes controversias teológicas —
sobre todo la que giró alrededor del arrianismo y la doctrina
trinitaria.*
Ya hemos hecho referencia a controversias alrededor de doctrinas tales
como el donatismo y el pelagianismo. Pero ninguna controversia fue tan
aguda como la que giró alrededor del arrianismo. Esta comenzó en
Alejandría, pero pronto involucró a toda la iglesia.
Arrio era un presbítero de Alejandría que sostenía que el Verbo que se
encarnó en Jesús, aunque existía antes que todo el resto de la
creación, no era Dios mismo, sino que era la primera de todas las
criaturas.
En respuesta a la controversia, Constantino convocó a un concilio de
todos los obispos. Este concilio se reunió en Nicea en el año 325, y
se le llama también «Primer Concilio Ecuménico». Allí el arrianismo
fue condenado, y se promulgó un credo que, con algunas variaciones, es
lo que hoy llamamos el «Credo Niceno».
Pero la controversia no terminó. Muchos no quedaron contentos con las
decisiones de Nicea, que parecían decir que el Hijo es lo mismo que el
Padre. Además, las vicisitudes políticas le añadieron fuego a la
controversia.
Fue en esas circunstancias que teólogos tales como Atanasio y los
Capadocios trabajaron en busca de fórmulas y explicaciones que
sirvieran para refutar el arrianismo.
Por fin, en el Segundo Concilio Ecuménico (Constantinopla, 381), el
arrianismo fue definitivamente condenado y se confirmó la doctrina
trinitaria. (Pero ya el arrianismo se había extendido a algunos de los
vecinos pueblos «bárbaros», y por ello más adelante, cuando estos
pueblos invadieran el Imperio, el arrianismo cobraría nuevas fuerzas.)
Terminó este período con las invasiones de los «bárbaros», pueblos
germánicos que invadieron el Imperio Romano y se asentaron en sus
territorios. En el año 410, los godos tomaron y saquearon la misma
Roma. Y en el 476 el último emperador (Rómulo Augústulo) fue
depuesto.*
Aunque esto le puso fin al Imperio Romano de Occidente, en el Oriente
el imperio continuó existiendo por mil años más. Pero aun en el
Occidente, el ideal del imperio cristiano no desapareció.
Repetidamente veremos en el curso de esta historia cómo se intentó
restaurar el Imperio Romano y —lo que es mucho más importante— cómo la
iglesia y el estado continuaron colaborando hasta tiempos muy
recientes de un modo semejante a como lo hicieron en tiempos de
Constantino y sus sucesores.
3.
La baja Edad Media
Desde la deposición de Rómulo Augústulo (476) hasta el cisma entre
Oriente y Occidente (1054).*
Puesto que el Imperio Romano había quedado dividido en dos (el Imperio
de Occidente, donde se hablaba latín, y el de Oriente, donde se
hablaba griego), las invasiones de los «bárbaros» no afectaron a toda
la cristiandad por igual. En el Occidente, el Imperio dejó de existir,
y fue suplantado por una serie de reinos bárbaros.
Las causas de la decadencia del Imperio Romano fueron muchas, tanto
internas como externas.* En todo caso, durante los siglos IV y V fue
aumentando la presión de los pueblos germanos que habitaban al otro
lado de las fronteras del Danubio y el Rin, y a quienes los romanos
llamaban «bárbaros». Algunos de ellos se introdujeron en el Imperio
por la fuerza, mientras otros fueron invitados como aliados o como
colonos. El resultado fue que hacia fines del siglo V tanto los
invasores como los defensores eran germanos.
Varios de los pueblos germanos que invadieron el Imperio terminaron
asentándose en una región, donde establecieron reinos que, aunque
frecuentemente decían ser parte del Imperio, en realidad eran
independientes.
Los vándalos invadieron España, y por fin cruzaron el estrecho de
Gibraltar y fundaron un reino en el norte de Africa.* Desde allí
condujeron ataques a otras partes del Imperio —incluso a la propia
ciudad de Roma, que fue saqueada por ellos en el año 455. Los vándalos
eran arrianos, y persiguieron a los cristianos ortodoxos. Su reino
desapareció cuando los bizantinos (el Imperio Romano de Oriente, con
capital en Constantinopla) conquistaron la región en el año 533.
El principal pueblo germano que se asentó en España fue el de los
visigodos, quienes establecieron su capital en Toledo.* Estos eran
arrianos, y algunos de sus reyes persiguieron a los ortodoxos. Pero en
el 589 el rey Recaredo se hizo ortodoxo. El más importante teólogo de
este reino fue Isidoro de Sevilla, contemporáneo de Recaredo. El reino
visigodo desapareció cuando los moros invadieron España y derrotaron a
Rodrigo, el último rey godo.
En la Galia se establecieron, entre otros, los francos, en cuyo honor
la región se llama hoy «Francia».* Al llegar a la región, los francos
eran paganos. Pero pronto el impacto de los cristianos conquistados se
hizo sentir entre ellos, y en el 496 el rey Clodoveo recibió el
bautismo —y tras él buena parte de sus súbditos. Fueron los francos
quienes por fin detuvieron el avance del Islam en la batalla de Tours
o Poitiers (732). Carlomagno, de quien trataremos más adelante, fue
rey de los francos.
En la porción romanizada de la Gran Bretaña se establecieron los
anglos y los sajones (en el norte, lo que hoy es Escocia, los pictos y
escotos nunca habían sido conquistados por los romanos).* Ya para
entonces, el misionero Patricio, procedente de la Gran Bretaña, había
logrado la conversión de buena parte de Irlanda, que pronto se volvió
un centro misionero. Luego, algunos de los primeros misioneros a los
anglos y sajones vinieron de lrlanda. Pero otros vinieron del
continente europeo. De ellos el más famoso fue Agustín de Canterbury,
quien fue enviado por el papa Gregorio el Grande e hizo mucho por
mantener los contactos entre el cristianismo inglés y el que existía
en el Continente.
Italia fue invadida por varios pueblos germanos.* Quien depuso al
último emperador romano en el año 476 fue el hérulo Odoacro. Pero
pronto los hérulos fueron suplantados por los ostrogodos. Puesto que
éstos eran arrianos, los ortodoxos sufrieron bajo su gobierno. Fue
bajo su régimen que Boecio, el más notable pensador de su tiempo, fue
muerto (524). Poco después (562) los bizantinos derrotaron a los
ostrogodos. Pero su régimen fue breve, pues en el 568 los lombardos
invadieron el país. Esto hizo que los papas acudieran a los francos en
busca de apoyo, y fue una de las causas de la alianza entre el papado
y los reyes francos.
Las invasiones de los bárbaros afectaron mucho más a la iglesia de
habla latina que a la iglesia de habla griega. En el Occidente latino
(lo que hoy es España, Francia, Italia, etc.) sobrevino un período de
caos.
Puesto que eran tiempos de dolor, muerte y desorden, el culto
cristiano, en lugar de centrar su atención sobre la victoria del Señor
en su resurrección, comenzó a preocuparse más y más por la muerte, el
pecado y el arrepentimiento. Por ello la comunión, que hasta entonces
había sido una celebración, se convirtió en un servicio luctuoso, en
el que se pensaba más en los propios pecados que en la victoria del
Señor.
Buena parte de la antigua cultura desapareció, y la única institución
que preservó algo de ella fue la iglesia. Por eso, en medio del caos,
la iglesia se fue haciendo cada vez más fuerte y más influyente. En
ese proceso, tanto el monaquismo como el papado tuvieron un papel
importante.
La gran figura del monaquismo occidental fue Benito de Nursia, quien
creó la comunidad de Montecasino, y en el año 529 le dio una Regla que
marcaría pauta para todo el monaquismo occidental.* Entre sus
principios fundamentales se contaban el trabajo físico y los votos de
obediencia, castidad, pobreza y permanencia. Además, Benito estableció
la práctica de reunirse ocho veces al día para orar y leer la Biblia y
otros libros de inspiración. Estas son las llamadas «horas» de
oración.
Pronto el monaquismo benedictino se extendió por toda Europa
occidental, y dio muestras de inusitada flexibilidad en diversas
circunstancias. Así, los monjes fueron maestros, copistas de antiguos
manuscritos, farmacéuticos, agricultores y misioneros.
El otro pilar de la iglesia durante este tiempo fue el papado.* El
término «papa» ha sufrido una larga evolución, y por tanto es
imposible decir quién fue el primer «papa». En todo caso, durante este
período de caos el papado proveyó cierta medida de estabilidad, y con
ello ganó en prestigio y poder.
León el Grande (440–461) intervino en las controversias cristológicas
que tenían lugar en el Oriente de habla griega (de que trataremos más
adelante en este capítulo) y fue quien de algún modo inexplicable
detuvo el avance de Atila frente a Roma.
Gregorio el Grande (590–604) se destacó por sus habilidades
administrativas. Además de ocuparse de la salud y alimentación de la
población de Roma, intervino en España apoyando a Recaredo en su
intento de convertir el país a la ortodoxia. Fue él quien envió a
Agustín a Inglaterra y quien se ocupó de la difusión del monaquismo
benedictino. Además escribió profusamente, y fue principalmente a
través de sus escritos que buena parte de la Edad Media leyó e
interpretó la teología de Agustín de Hipona. Pero, puesto que Gregorio
pertenecía a una edad oscura y supersticiosa, mucho de lo que le
transmitió a la posteridad fueron leyendas que sus lectores tomaron
por verídicas.
Los sucesores de Gregorio tuvieron conflictos tanto con los lombardos
como con los emperadores cristianos de Bizancio, y por ello se fueron
acercando cada vez más a los francos. Por fin, en el año 800, el papa
León III coronó a Carlomagno, rey de los francos, como Emperador. De
este modo, al menos en teoría, quedaba restaurado el viejo Imperio
Romano de Occidente. Pero ahora surgía por acción del papado.
Pronto, sin embargo, el papado volvió a caer en franca decadencia.* El
breve renacimiento carolingio había pasado, y el papado se volvió
juguete de las ambiciones de poderosas familias romanas. Varios papas
murieron asesinados, quizá por quienes les sucedieron. A. veces hubo
más de un presunto papa. Hasta un niño de quince años llegó a ocupar
el papado.
No fue sino hacia fines de este período, alrededor de la persona de
Hildebrando (quien como papa tomó el nombre de Gregorio VII) que el
papado volvió a hacerse campeón del movimiento reformador.
Mientras tanto, en el Oriente, el Imperio Romano (ahora también
llamado Imperio Bizantino) continuó su existencia por mil años más.*
Allí, empero, el estado era más poderoso que la iglesia, a la que
frecuentemente impuso su voluntad. También tuvieron lugar allí
importantes controversias teológicas que ayudaron a clarificar la
doctrina cristológica.
Mientras el Occidente quedaba sumido en el caos tras las invasiones,
en el Oriente continuaron las letras y las ciencias de la antigüedad.
Por ello también surgieron allí varias controversias, especialmente en
torno a la cristología y más tarde en torno a las imágenes.
Las controversias cristológicas trataban sobre la cuestión de cómo
Jesucristo, sin dejar de ser uno, es a la vez divino y humano.* Ya en
el Concilio de Constantinopla (Segundo Concilio Ecuménico, año 381) se
había rechazado la explicación que daba Apolinario, según la cual en
Jesús el Verbo divino ocupaba el lugar de la razón humana. Ahora,
cuatro concilios más discutieron la cuestión cristológica:
El Tercer Concilio Ecuménico tuvo lugar en Efeso en el año 431.* Allí
se condenó la posición de Nestorio, que en Cristo hay dos naturalezas
y dos personas, una humana y otra divina.
El Cuarto Concilio Ecuménico se reunió en Calcedonia (451) y condenó
el monofisismo —la doctrina según la cual hay en Cristo una sola
naturaleza, la divina, pues la humana queda absorbida en la
divinidad.* El Concilio declaró que en Cristo hay dos naturalezas
unidas en una sola persona. Esta es la doctrina de la mayoría de las
iglesias hasta el día de hoy.
El Quinto Concilio Ecuménico (II Constantinopla, 553) condenó los
escritos de tres autores que algunos consideraban «nestorianos» —los
llamados «Tres capítulos».*
El Sexto (III Constantinopla, 680–681) condenó el «monotelismo» —
doctrina según la cual hay en Cristo una sola voluntad.*
Una de las razones por las que hubo todas estas controversias, y
tantos intentos de lograr una fórmula que todos pudieran aceptar, fue
la repetida intervención de los emperadores, quienes deseaban que
todos los cristianos concordaran en cuestiones doctrinales, para que
así apoyaran sus políticas, no sólo en materia religiosa, sino también
en otras cuestiones.
La última gran controversia doctrinal de este período tuvo que ver con
la cuestión de las imágenes.* Varios emperadores promulgaron edictos
contra su uso; pero muchos entre el pueblo, y especialmente los
monjes, insistían en ellas. Por fin, tras largos debates, el Séptimo
Concilio Ecuménico (II Nicea, 787) declaró que la adoración en sentido
estricto (latr) se le debe sólo a Dios, pero que las imágenes han de
recibir veneración (dulía). Aunque esta controversia tuvo lugar
mayormente en el Oriente, también se hizo sentir en el Occidente,
donde por algún tiempo hubo oposición a las decisiones del Concilio.
Estas controversias dieron origen a varias iglesias disidentes o
independientes que perduran hasta nuestros días —las iglesias llamadas
«nestorianas» y «monofisitas».*
Los «nestorianos», que rechazaban las decisiones del Concilio de
Efeso, se hicieron particularmente fuertes en Persia.* De allí se
extendieron hacia Arabia, India y hasta China. Hoy se concentran
mayormente en Irán, Irak y Siria.
Los monofisitas se hicieron fuertes en Armenia, Etiopía, Egipto y
Siria.*
Armenia se había hecho cristiana aun antes del tiempo de Constantino.
Cuando se reunió el Concilio de Constantinopla no estuvo representada,
y por esa misma época el Imperio Romano se negó a acudir en defensa
del país, invadido por los persas. La iglesia de Armenia rechazó por
tanto el cristianismo de Bizancio y se hizo monofisita. Puesto que
después los armenios fueron perseguidos, hoy hay cristianos armenios
en varias partes del mundo.
La iglesia de Etiopía había sido fundada en el siglo IV por misioneros
procedentes de Egipto.* Puesto que el centro del monofisismo estaba en
Egipto, los etíopes siguieron esa línea doctrinal.
Por la misma razón (y por razones políticas y sociales) los coptos de
Egipto, es decir, los descendientes de los antiguos egipcios, se
negaron a aceptar las decisiones de Calcedonia.* Por ello, la Iglesia
Copta es monofisita.
Por semejantes razones, muchos sirios se declararon monofisitas. Hoy
se les llama «jacobitas» en honor de su gran misionero, Jacobo
Baradeo.
A mediados del período, surgió una nueva amenaza en el avance del
Islam.* Este conquistó vastos territorios y ciudades que hasta
entonces habían sido importantísimos en la vida de la iglesia —
Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Cartago, etc.
Mahoma comenzó su carrera religiosa aproximadamente en el año 610. En
el 622 se produjo su huida a Medina, y es a partir de esa fecha que
los musulmanes cuentan los años. Cuando murió, diez años después,
había conquistado casi toda la península de Arabia.
Sus sucesores continuaron su política de expansión militar. Con
increíble rapidez, el Islam conquistó el antiguo Imperio Persa, con lo
cual se extendió hasta las fronteras de la India, y buena parte del
Imperio Romano: Damasco (635), Antioquía (637), Jerusalén (638),
Alejandría (642), Cartago (695) y hasta España (711). Por fin, cien
años después de la muerte del profeta, los francos lograron detener su
avance en la batalla de Tours (732).
Estas conquistas tuvieron consecuencias tristes para el comercio y las
letras, de modo que la Europa occidental quedó aun más apartada que
antes de las antiguas fuentes del conocimiento.
Al mismo dempo que el Islam lograba su mayor expansión territorial,
surgía en Europa occidental un nuevo poder político en el reino de los
francos, cuyo más poderoso gobernante fue Carlomagno.* En el año 800
el papa coronó a Carlomagno como«emperador», con lo cual se pretendía
resucitar el viejo Imperio Romano. Aunque el nuevo imperio nunca fue
lo mismo que el antiguo, el titulo (y a veces el poder) continuó
existiendo por siglos.
El resultado fue que el cristianismo, que hasta entonces se había
movido alrededor de un eje que iba de este a oeste a lo largo del
Mediterráneo, ahora comenzó a moverse alrededor de un eje que iba de
norte a sur, del reino de los francos a Roma.
Sin embargo, mientras en el Occidente la iglesia parecía tener más
poder, lo cierto es que se le hacía difícil luchar contra el caos
reinante —y que en buena medida las luchas dentro de la misma iglesia
contribuían al caos. La medida de orden que se logró tomó la forma del
«feudalismo», en el que cada señor feudal seguía sus propias
políticas, guerreando cuando le parecía y a veces hasta dedicándose al
bandidaje. Era en el Oriente donde se conservaba cierta medida de
orden, así como de las letras y los conocimientos de la antigüedad.
Carlomagno y sus sucesores inmediatos tirajeron cierta medida de orden
y de bienestar a los territorios que gobernaban. Hubo cierto despertar
en los estudios y en la vida monástica. A consecuencia de ello, hubo
también una nueva actividad teológica que se manifestó en una serie de
controversias sobre temas tales como la predestinación, la perpetua
virginidad de María, la naturaleza del alma, la presencia de Cristo en
la comunión, etc.
Pero este renacimiento carolingio duró poco.* En parte debido a las
conquistas musulmanas, la economía europea se cerró sobre sí misma. El
comercio decayó. El dinero prácticamente desapareció. La única fuente
y expresión de riqueza era la tierra. De allí surgió el sistema
feudal, en el que en lugar de grandes estados la tierra se dividió
entre «señores» que la recibían de otros, y a su vez se la daban a
otros. Cada señor le debía pleitesía a varios otros, y la guerra entre
pequeños señores se volvió endémica.
Constaninopla, la vieja capital del Imperio Bizantino, quedaba cada
vez más reducida en su influencia.* Probablemente el más alto logro
del cristianismo bizantino fue la conversión de Rusia, alrededor del
año 950.
Debido a las invasiones de los musulmanes, el Imperio Bizantino había
perdido todos sus territorios en Africa, y casi todos los que tenía en
Asia.* Por ello sus misioneros y diplomáticos se dirigieron hacia el
norte y el nordeste, es decir, hacia Europa central y hacia Rusia.
Aunque los bizantinos trataron de hacer valer su hegemonía en Europa
central, en casi todos los casos esos países, al hacerse cristianos,
optaron por unirse a la iglesia de Roma más bien que a la de
Constantinopla. Las principales excepciones fueron Bulgaria y Rusia.
La conversión de Bulgaria tuvo lugar a fines del siglo IX. La de Rusia
giró en torno a la reina Olga, que se hizo cristiana en el 950, y a su
hijo Vladimir, que siguió los pasos de su madre.
Las relaciones entre Oriente y Occidente se fueron haciendo cada vez
más tensas, hasta que por fin vino la ruptura definitiva en el año
1054.*
Gracias al apoyo de los francos, el papado no necesitaba ya del
Imperio Bizantino, que en todo caso había perdido mucho de su poder.
Pero la causa inmediata de la disputa definitiva fue la palabra
«Filioque» («y del Hijo»), que los latinos añadían al Credo Niceno,
diciendo que el Espíritu Santo procede «del Padre y del Hijo». Por esa
causa (y otras) hubo un cisma en tiempos del patriarca Focio (siglo
IX). Pero la ruptura definitiva tuvo lugar en el año 1054, cuando el
Cardenal Humberto, en representación del Papa, declaró hereje al
Patriarca de Constantinopla, y rompió la comunión con él y con toda la
iglesia que le seguía.
4.
La alta Edad Media
Desde el cisma entre Oriente y Occidente (1054) hasta que comienza la
decadencia del papado (1303).*
La iglesia occidental estaba necesitada de una reforma radical, y ésta
surgió por fin de entre las filas del monaquismo.
De hecho, la reforma monástica comenzó antes del inicio de este
período, con la fundación del monasterio de Cluny (año 909).* Luego
vino la reforma cisterciense, cuya figura más notable fue Bernardo de
Claraval (1090–1153).*
Debido a que surgió entre círculos monásticos, este programa de
reforma tomó varias de las características del monaquismo, sobre todo
en su insistencia en el celibato, la pobreza y la obediencia. Para
algunos de estos reformadores, el ideal era hacer de toda la iglesia
(o al menos de su jerarquía) una vasta comunidad al estilo del
monasterio.
Pronto los elementos monásticos que abogaban por una reforma llegaron
a ocupar el papado, con lo cual apareció toda una serie de papas
reformadores.*
Quien inició esta reforma fue León IX (1049–1054). Era una reforma
intransigente, uno de cuyos resultados inmediatos fue la ruptura con
Constantinopla (1054) que marca el inicio de este período. Tras una
serie de papas, en su mayoría reformadores, el movimiento reformador
llegó a su cumbre en el papado de Gregorio VII (1073–1085). Gregorio
insistió en el celibato eclesiástico, lo cual causó revueltas y
dificultades en varias partes. Además condenó la simonía —la práctica
de comprar y vender cargos eclesiásticos.
Esto empero llevó a conflictos entre las autoridades seculares y las
eclesiásticas, y sobre todo entre papas y emperadores.*
El más grande de estos conflictos fue el que surgió entre Gregorio VII
y el emperador Enrique IV en torno a la cuestión de las «investiduras»
—es decir, quién tenía derecho a nombrar e instalar a los obispos y
otros jerarcas eclesiásticos. El conflicto llegó a tal punto que el
Papa excomulgó al Emperador, y éste a su vez marchó con un ejército
hacia Italia. En el castillo de Canosa, Enrique se humilló ante
Gregorio, y éste no tuvo otra alternativa que perdonarle. Pero esto no
le puso fin al conflicto. Las tropas imperiales invadieron Italia,
declararon depuesto a Gregorio, e hicieron nombrar otro papa en su
lugar. Solamente ciertas circunstancias inesperadas salvaron a
Gregorio de caer en sus manos. A consecuencia de estos conflictos,
Gregorio murió exiliado.
El conflicto siguió tras la muerte de Gregorio. El emperador Enrique
IV continuó su contienda con los papas Víctor III y Urbano II (el
mismo que proclamó la Primera Cruzada). Parte de esa contienda era la
insistencia en la legitimidad de toda otra línea de papas, dóciles a
las políticas imperiales.
Tampoco la muerte de Enrique IV le puso fin al conflicto, que continuó
bajo su hijo y sucesor Enrique V.
Por fin, en el 1122, se llegó a un acuerdo mediante el Concordato de
Worms.
Fue también la época de las cruzadas, que comenzaron en el año 1095 y
perduraron por varios siglos.*
Las causas de las cruzadas son muchas, e incluyen elementos tanto
religiosos como económicos y políticos.
La Primera Cruzada fue proclamada por Urbano II en el 1095. Su gran
predicador fue Pedro el Ermitaño, quien dirigió una primera oleada
conocida como la «cruzada popular». Después siguieron varios
contingentes militares, cada cual por su camino. Tras mil peripecias y
conflictos con el Emperador de Constantinopla, tomaron la ciudad de
Jerusalén en 1099.
Esto le dio origen al Reino Latino de Jerusalén, que se organizó al
estilo feudal de Europa occidental y continuó hasta la caída de
Jerusalén en 1187.
La Segunda Cruzada fue proclamada cuando los turcos tomaron la ciudad
de Edesa en el año 1144. Su principal predicador fue Bernardo de
Claraval. Sus logros militares fueron prácticamente nulos.
La Tercera Cruzada surgió a raíz de la noticia de la caída de
Jerusalén (1187). Sus principales líderes fueron el emperador Federico
I Barbarroja, el rey Felipe II Augusto, de Francia, y el rey Ricardo
Corazón de León, de Inglaterra. En lo militar, sólo logró la conquista
de la fortaleza de Acre. Pero Ricardo sí logró llegar a un acuerdo con
el sultán Saladino que permitía el peregrinaje a Jerusalén.
La Cuarta Cruzada fue un desastre. En lugar de atacar a los
musulmanes, tomó y saqueó la ciudad de Constantinopla, y estableció en
ella el Imperio Latino de Constantinopla (1204–1261). Esto exacerbó
las suspicacias de los cristianos griegos hacia los latinos, y además
debilitó todavía más al Imperio Bizantino (que fue restaurado en el
1261).
La Quinta Cruzada (1219) atacó el Egipto, y sólo logró tomar el puerto
de Damieta, que fue retomado por los árabes dos años más tarde.
La Sexta y Séptima fueron dirigidas por el Rey de Francia Luis IX (San
Luis), sin mayores resultados.
Una de las consecuencias de las cruzadas fue el surgimiento de las
órdenes monásticas militares. Además, las cruzadas influyeron sobre la
devoción de la época, y sobre el comercio y la vida intelectual.
Y fue también la época en que tuvo lugar buena parte de la
«Reconquista» española — el proceso de desalojar a los moros de la
Península.*
Los musulmanes habían ocupado buena parte de la Penísula a partir del
711. Córdoba llegó a ser la sede de un califato, y dominó buena parte
del norte de Africa, así como la Penísula Ibérica. Pero en los siglos
XI–XIII los reinos cristianos del norte aumentaron su poderío. A pesar
de invasiones procedentes del norte de Africa (primero los almorávides
y luego los almohades) los reinos del norte fueron creciendo. Al
terminar el siglo XIII, solamente les quedaba a los moros el reino de
Granada (que continuaría existiendo hasta 1492).
Puesto que España fue uno de los pocos lugares en los que el
cristianismo occidental trató directamente con los conocimientos de
los musulmanes, le correspondió un papel importante en el gran
despertar teológico que tuvo lugar en el siglo XIII.
En parte como resultado de las cruzadas, hubo un gran auge en el
comercio, y a consecuencia de ello un aumento en la población de las
ciudades, que eran por naturaleza centros de comercio. El dinero, que
prácticamente había desaparecido durante la baja Edad Media, comenzó a
circular de nuevo. Con ello apareció una nueva clase, los
«burgueses» (es decir, «citadinos»), que vivían del comercio y más
tarde de la industria.
Como respuesta a los nuevos tiempos, surgieron varias nuevas órdenes
monásticas.* Las más importantes de ellas fueron los franciscanos y
los dominicos. Estos produjeron un nuevo despertar en el trabajo
misionero.
El precursor de las órdenes mendicantes fue Pedro Valdo, fundador de
los valdenses, quien fue rechazado y condenado por las autoridades
eclesiásticas.
San Francisco de Asís, hijo de un comerciante que representaba a la
nueva burguesía, se rebeló contra el nuevo orden declarando que se
había casado con la Señora Pobreza. Reunió a su derredor un número de
seguidores, y fundó también una rama femenina de su orden (las
clarisas). A diferencia de Pedro Valdo, logró que el papado (en la
persona de Inocencio III) sancionara su movimiento. Pronto hubo miles
de franciscanos en toda Europa.
Santo Domingo de Guzmán (en España) fundó la orden de los dominicos u
Orden de Predicadores. Aunque la pobreza era también parte de su
fundamento, esta orden difería de los franciscanos en cuanto desde el
principio se dedicó al estudio como medio de refutar a los herejes
(especialmente, en los orígenes de la orden, a los albigenses del sur
de Francia).
Ambas órdenes crecieron rápidamente. Pronto hubo misioneros dominicos
entre judíos y musulmanes, y los franciscanos llegaron hasta Etiopía,
India y China. Pero los franciscanos tuvieron que pasar por una serie
de divisiones y debates en torno a la cuestión de si la pobreza
absoluta que San Francisco había abrazado y promulgado era necesaria o
no.
Además se introdujeron en las universidades, donde llegaron a ser los
principales exponentes de la teología de la época —la teología llamada
«escolástica».
La «escolástica» recibe ese nombre porque fue una teología que se
desarrolló mayormente en las escuelas —y a la postre en las
universidades.
Entre sus precursores se cuentan Anselmo de Canterbury, Pedro
Abelardo, los victorinos, y Pedro Lombardo.*
Anselmo fue el autor del famoso «argumento ontológico» para probar la
existencia de Dios (argumento que sostiene que la existencia es Parte
de la idea misma de Dios).* Además produjo un tratado sobre la
expiación en el que mostraba por qué Jesucristo tenía que ser Dios
encarnado a fin de poder ofrecer satisfacción por el pecado humano.
Pedro Abelardo (famoso por sus amores con Eloísa) fue el autor de una
obra, «Sí y no», que influyó grandemente sobre el método escolástico.*
Los victorinos (es decir, residentes de la Abadía de San Víctor en
París) unieron los intereses intelectuales con la mística y la
contemplación.*
Pedro Lombardo escribió una obra, los «Cuatro libros de sentencias»,
que fue el libro de texto que comentaron los escolásticos.*
La escolástica se caracterizó entonces por un método, que consistía en
contraponer autoridades al parecer opuestas, y luego resolver las
dificultades que esa aparente oposición causaba.
Y se caracterizó también porque tuvo lugar primordialmente en las
universidades, nuevos gremios de estudio que aparecieron en las
ciudades precisamente en esta época.
Esta teología tuvo sus máximos exponentes en Buenaventura
(franciscano) y Tomás de Aquino (dominico).*
Bien pronto los dominicos y franciscanos se instalaron en las
universidades, donde se distinguieron por su dedicación y erudición.*
En esta época (siglo XIII) el impacto de Aristóteles se hacía sentir
sobre la vida intelectual de Europa occidental.* Desde tiempos
antiquísimos, el occidente había dado por sentado que Platón era el
filósofo por excelencia, y la teologiía se había desarrollado dando
esto por sentado. Pero ahora, procedente principalmente de España, la
obra de Aristóteles hizo su entrada en el Occidente. Y buena parte de
lo que decía parecía contradecir mucho de la teología tradicional.
Frente al reto de Aristóteles, los occidentales adoptaron tres
posturas distintas.
Algunos aceptaron casi todo cuanto Aristóteles parecía decir, aun a
riesgo de abandonar la ortodoxia.* Estos son los llamados «averroístas
latinos» (Averroes, musulmán de Córdoba, había sido el gran
comentarista de Aristóteles).
Otros, al tiempo que aceptaron algo de la nueva filosofía, insistieron
en la teología tradicional, y solamente aceptaban de Aristóteles lo
que fuera compatible con esa teología.* El principal exponente de esta
posición fue Buenaventura —aunque hubo muchos otros que adoptaron esta
postura.
Unos pocos aceptaron la nueva filosofía y se preguntaron si no sería
posible reinterpretar la teologiía desde una perspectiva esencialmente
aristotélica.* Quien más se distinguió por esta postura —y quien por
ello recibió fuerte oposición— fue Tomás de Aquino.
El crecimiento de las ciudades dio lugar además a las grandes
catedrales.* El estilo llamado «románico», que hasta entonces había
dominado la arquitectura de la Edad Media, le cedió el lugar al
«gótico», que produjo las más impresionantes catedrales de todos los
tiempos.
La arquitectura románica, resultado de la evolución de las antiguas
basílicas, era sólida y pesada. Las paredes se sostenían con grandes
contrafuertes, y los techos tenían forma de bóveda de canón (en decir,
de medio cilindro). Por lo pesado y grueso de las paredes, la luz era
escasa.
En contraste, la arquitectura gótica trataba de hacer aparecer la
piedra cada vez más ligera. Los arcos tenían forma ojival (es decir,
como el de un ojo), y en lugar de paredes se sostenían sobre columnas.
Esto dejaba lugar para amplios ventanales, y por tanto la arquitectura
gótica era más luminosa que la románica. Su propósito era apuntar
hacia el cielo —hasta tal punto, que hubo catedrales que se
desplomaron por tratar de ser demasiado verticales.
Por último, fue también en esta época que el papado llegó al máximo de
su prestigio y poderío, en la persona de Inocencio III (1198–1216).*
Pero ya para el fin de este período, en el año 1303, se veía
claramente que el papado estaba en decadencia.
El desorden y hasta cisma en que el papado había caído a raíz de sus
conflictos con el imperio no cesaron sino cuando fue elegido papa
Inocencio III (1198–1216). El Imperio se encontraba entonces
desorganizado, y el Papa pudo desarrollar toda una política
internacional que pronto le hizo la persona más poderosa de toda
Europa.
En el propio Imperio, Inocencio jugó un papel importante en la
decisión de quién sería el nuevo emperador. Intervino además en
Francia, Inglaterra, España, y hasta en lugares tan lejanos como
Islandia, Bulgaria y Armenia. Fue también durante su pontificado que
la Cuarta Cruzada tomó a Constantinopla y así, al menos en teoría, la
iglesia de esa ciudad quedó supeditada a la de Roma.
Además, Inocencio III convocó el IV Concilio Laterano (1215), que
promulgó la doctrina de la transubstanciación y que trató de
dictaminar sobre varias otras cuestiones —la confesión, los judíos,
los musulmanes, los valdenses, la inquisición, etc.
Los sucesores inmediatos de Inocencio gozaron todavía de algo de su
prestigio. Pero ya en tiempos de Bonifacio VIII (1294–1303) se vio
claramente que el papado, que seguía proclamando su poder en términos
altisonantes, estaba de nuevo en decadencia.
5.
El fin de la Edad Media
Desde las primeras señales de decadencia del papado (1303) hasta la
caída de Constantinopla (1453)*.
La burguesía pujante se hizo aliada de la monarquía en cada país, y
con ello se le puso fin al fuedalismo y comenzaron a formarse las
naciones modernas. Pero el nacionalismo mismo pronto vino a ser un
obstáculo a la unidad de la iglesia. Durante buena parte de este
período, Francia a Inglaterra estuvieron en guerra (la llamaha «Guerra
de los Cien Años»), y a esa guerra se sumó casi todo el resto de
Europa. Fue además la época de la «peste», que diezmó la población del
continente y produjo grandes descalabros demográficos y económicos.
Esta fue la época de la gran epidemia de peste bubónica, que apareció
en Europa en 1347, y repetidamente diezmó la población.* Esto causó
descalabros económicos y políticos. Puesto que a menudo se les culpaba
por la peste, los judíos sufrieron repetidas persecuciones. Lo mismo
las sucedió a muchas mujeres, a quienes se acusó de brujería. La
religión se tornó cada vez más tétrica, orientada casi exclusivamente
hacia la muerte y la vida futura.
Dedicada al comercio como estaba, la burguesía tenía interés en la
estabilidad política y la unidad de los reinos.* La alianza entre la
burguesía y la corona en los diversos países les hizo posible a los
reyes tener ejércitos permanentes, y esto a su vez contribuyó al fin
del feudalismo y el surgimiento de las naciones modernas. Francia e
Inglaterra abrieron el camino en esta dirección, pero pronto otras
naciones les siguieron.
El nacionalismo, al mismo tiempo que le puso fin al feudalismo,
también marcó el findel sueño de un solo pueblo bajo un emperador y un
papa.* Las gentes empezaron a pensar de sí mismas como ciudadanas de
un reino o de una nación.
En consecuencia, la idea de que el papado era una institución
transnacional fue desapareciendo, y pronto hubo monarcas que trataron
de usar el papado para adelantar sus propios propósitos políticos.
Puesto que era la época de la Guerra de los Cien Años entre Francia e
Inglaterra, y durante buena parte de este período el papado estuvo
bajo la sombra de Francia y sirvió a los intereses franceses, esto
creó un fuerte sentimiento antipapal en Inglaterra y sus aliados.
La Guerra de los Cien Años llegó a envolver prácticamente todo el
continente europeo.* Se debió originalmente a cuestiones dinásticas,
pero también a que Inglaterra tenía extensas posesiones en lo que hoy
es Francia. Fue en esa guerra que se distinguió la famosa Juana de
Arco, quien murió en la hoguera en el 1431. Al fin de la guerra, casi
todas las posesiones inglesas en el Continente europeo habían pasado a
manos francesas.
La decadencia del papado fue clara y abismal.* Primero quedó bajo la
sombra y el dominio de Francia, hasta tal punto que la sede papal se
trasladó de Roma a Aviñón, en las fronteras mismas de Francia (1309–
1377).
Aunque la Guerra de los Cien Años no estalló sino en el 1337, desde
mucho antes existían tensiones y hasta acciones bélicas entre Francia
e Inglaterra.* El papa Bonifacio VIII (1294–1303), quien estaba
convencido de la autoridad del Papa por encima de las autoridades
seculares, trató de intervenir entre los monarcas de esos dos países,
con el resultado de que se ganó la enemistad de ambos. En el 1303, se
produjo el «episodio de Anagni», en el que el Papa fue abofeteado y
humillado.
A partir de entonces, los papas pudieron ofrecerle poca resistencia a
la voluntad del Rey de Francia.* En el 1309, el papado se trasladó a
la ciudad de Aviñón, donde gozaba de la protección de Francia contra
la anarquía que reinaba en Roma, pero donde los papas se volvieron
instrumentos de la corona francesa. Este período del papado en Aviñón
ha sido llamado la «Cautividad babilónica de la iglesia». Uno de sus
episodios más tristes fue el juicio de los templarios, miembros de una
orden monástica militar a quienes se acusó y castigó injustamente.
Además, el papado desarrolló todo un sistema de recolección de fondos,
y ese sistema a su vez hizo aumentar la corrupción dentro de la
iglesia.
Fue la mística Catalina de Siena quien se dedicó a abogar por el
retorno del papado a Roma. Por fin este tuvo lugar en el 1377.*
Luego vino el «Gran Cisma de Occidente», en el que hubo al mismo
tiempo dos papas (y hasta tres) que se disputaban el trono de San
pedro (1378–1423).*
Los papas de Aviñón habían nombrado gran número de cardenales
franceses. Cuando éstos estuvieron descontentos con el rumbo que
tomaba el papa en Roma, sencillamente declararon que su elección no
era válida, y eligieron otro más de su agrado.
Así sucedió que hubo dos papas al mismo tiempo, uno en Roma y otro en
Aviñón. Puesto que, al morir éstos, otros tomaron sus lugares, lo que
resultó fue dos líneas paralelas de papas, cada una declarando que la
otra era ilegítima. Esto es el llamado «Gran Cisma de Occidente» (1378–
1423).
El impacto del Cisma fue enorme. Toda Europa se dividió entre los
papas rivales. Puesto que era la época de la Guerra de los Cien Años,
esa división vino a reforzar las rivalidades creadas por la guerra.
Para defender su posición, cada papa tuvo que aumentar sus ingresos,
lo cual produjo aun mayor corrupción en la iglesia.
Para resolver la cuestión surgió el movimiento conciliar, que esperaba
que un concilio de toda la iglesia pudiera decidir quién era el
verdadero papa.* A la postre, el movimiento conciliar logró ponerle
fin al cisma, y todos llegaron a concordar en un solo papa. Pero
entonces el concilio mismo se dividió, de modo que había un papa, pero
dos concilios.
La teoría conciliar basaba su eclesiología en la posición filosófica
que se ha llamado «nominalismo».* Según ella, los fieles son la
iglesia, y son ellos —o los obispos— quienes, reunidos en un concilio,
tienen la autoridad suprema.
El Concilio de Pisa (1409) trató de reformar la iglesia. Para resolver
el Cisma, declaró depuestos a los dos papas existentes, y nombró a
otro. Pero, puesto que los otros dos papas se negaron a reconocer las
acciones del Concilio, el resultado fue que hubo tres papas en lugar
de dos.
El Concilio de Constanza (1414–1418) continuó la labor reformadora.
Logró la abdicación de dos de los papas. A la muerte del tercero, se
nombró su sucesor sin mayores dificultades. El Gran Cisma había
terminado. Fue también este concilio el que condenó y quemó a Juan
Huss.
El plan era que hubiera concilios periódicos, para asegurarse de
continuar la labor reformadora. Pero el Concilio de Basilea (1431–
1449) se dividió cuando algunos de sus miembros se trasladaron,
primero a Ferrara y luego a Florencia. Así, un movimiento que había
surgido para ponerle fin al cisma, terminó él mismo dividido.
Además, bien pronto los papas se dejaron arrastrar por el espíritu del
Renacimiento, que les llevó a ocuparse más de embellecer a Roma, de
construir bellos palacios, y de guerrear con otros potentados
italianos, que de la vida espiritual de su grey.*
El Renacimiento fue un movimiento que tuvo su cuna principalmente en
Italia, y que consistió en un retorno a las letras, las artes y la
filosofía de la antigüedad clásica. Aunque muchos de sus propulsores
eran cristianos convencidos, el Renacimiento derivó buena parte de su
inspiración de la tradición pagana. Además, muchos de sus líderes
sentían una profunda aversión por el ascetismo de buena parte del
cristianismo medieval.
En lo político, el Renacimiento fue acompañado en Italia por toda una
serie de intrigas, según cada uno de los pequeños estados en que
estaba dividida la Península —incluso los estados papales— buscaba le
hegemonía sobre los demás.
Los papas del Renacimiento eran todo lo contrario de los papas de
inspiración monástica, como Gregorio VII. Su propósito era disfrutar
de la vida y su belleza, y hacer de Roma la capital artística e
intelectual del mundo. Para ello necesitaban recursos financieros, y
ello a su vez produjo todavía mayor corrupción económica. Además,
varios de ellos se dedicaron a la tarea de hacer del papado el centro
de la unidad italiana, y con ese propósito se dieron a la guerra y a
la intriga política.
Uno de estos papas, León X, gobernaba en Roma cuando surgió la Reforma
Protestante.
Al igual que el papado, la teología académica —es decir, la que tenía
lugar en las universidades— cayó también en crisis.* A base de
distinciones cada vez más sutiles, y de un vocabulario cada vez más
especializado, esta teología perdió contacto con la vida diaria de los
cristianos, y dedicó buena parte de sus esfuerzos a cuestiones que no
les interesaban sino a los teólogos mismos.
Durante este período, la teología se dedicó a distinciones cada vez
más sutiles. Además, se fue abriendo un abismo cada vez mayor entre la
fe y la razón, de modo que a la postre prácticamente se dio la
impresión de que Dios era un ser caprichoso.
El gran teólogo de esta época fue Juan Duns Escoto, en quien la
escuela franciscana llegó a su punto culminante, pero cuyas
distinciones eran tantas y tan rebuscadas que se le dio el título de
«Doctor sutil».*
Después la teología siguió las directrices del «nominalismo» de
Guillermo de Occam y los conciliaristas.* Esta teología, al tiempo que
servía de apoyo al movimiento conciliar, insistía en que la soberanía
de Dios era tal que no debía sujetársele a categoría racional o a
principio moral alguno. Fue este Dios caprichoso de los nominalistas
el que Lutero conoció como estudiante de teología.
En respuesta a todo esto hubo varios movimientos reformadores, guiados
por personas tales como Juan Wycliff, Juan Huss y Jerónimo Savonarola.
Wycliff vivió en Inglaterra en tiempos del Gran Cisma.* Era un teólogo
profundo, que se oponía tenazmente al nominalismo de la época y le
daba gran importancia a la razón. Creía que la Biblia se debía
traducir al idioma del pueblo. Tras su muerte, algunos de sus
seguidores tradujeron la Biblia al inglés. El movimiento de los
«lolardos», inspirado en sus enseñanzas, se dedicó a predicar por toda
Inglaterra.
Juan Huss era natural de Bohemia, a donde llegaron también las
enseñanzas de Wycliff.* Como Wycliff, insistía en la autoridad de la
Biblia para reformar la vida y las doctrinas de la iglesia. Acudió al
Concilio de Constanza con un salvoconducto, pero el Concilio hizo caso
omiso de su salvoconducto y ordenó que fuera quemado en la hoguera.
Tras su muerte, sus seguidores en Bohemia se rebelaron. Los católicos
intentaron aplastarlos convocando una «cruzada» contra ellos. Pero a
la postre tuvieron que llegar a un acuerdo, y hacerles varias
concesiones a los husitas.
Savonarola fue bastante después.* Fue un fraile dominico, fogoso
predicador, quien se dedicó a predicar la reforma de la iglesia en
Florencia. Sus reformas eran morales más que doctrinales. Por algún
tiempo fue prácticamente dueño de Florencia. Pero al fin sus enemigos
se posesionaron de él, y lo hicieron quemar (1498).
Hubo además varios movimientos de reforma de carácter más popular y a
veces hasta revolucionario.* Entre ellos se cuentan las «beguinas» y
su contraparte masculina, los «begardos»; los flagelantes, que
aparecieron en 1260, pero lograron su mayor auge en el siglo XIV; los
«taboritas» y otros movimientos radicales de inspiración husita; y el
movimiento de Hans Böhm.
Algunos esperaban que la reforma de la iglesia vendría a través del
estudio y las letras.*
Tales eran los «humanistas», personas que se dedicaban al estudio de
las letras antiguas. Muchos de ellos habían llegado a la conclusión de
que a través de los años el cristianismo se había complicado en
demasía, y se había tergiversado. Para reformarlo, pensaban, todo lo
que era necesario era volver a las antiguas fuentes, y a la sencillez
del cristianismo original. El principal exponente de esta postura fue
Erasmo de Rotterdam.
Otros, en fin, en lugar de tratar de reformar la iglesia, se
refugiaron en el misticismo, que les permitía cultivar la vida
espiritual y acercarse a Dios sin tener que lidiar con una iglesia
corrupta y al parecer irreformable.*
El misticismo se extendió por toda Europa, pero su centro de mayor
actividad fue la cuenca del Rin. Allí floreció el Maestro Eckhart,
gran maestro del misticismo a quien a veces se acusó de panteísmo.
Otros místicos notables fueron Juan Taulero, Enrique Suso, Juan de
Ruysbroeck y Gerardo de Groote.
Mientras tanto el Imperio Bizantino, cada vez más débil, sucumbía por
fin ante el avance de los turcos.*
Aunque nuestra historia centra su atención en el cristianismo
occidental, no hay que olvidar que durante todo este tiempo
continuaron existiendo otras iglesias —además de la griega, la rusa,
los nestorianos y los diversos cuerpos monofisitas.
Acosado por los turcos, el Imperio Bizantino fue disminuyendo hasta
que no quedó de él más que la ciudad de Constantinopla. Finalmente,
ésta fue tomada por los turcos, en el año 1453. A partir de entonces,
la principal iglesia oriental fue la rusa.
6.
La Conquista y la Reforma
Desde la Caída de Constantinopla (1453) hasta fines del siglo XVI
(1600).*
Como bien lo indica el nombre que le hemos puesto a este período,
durante él tuvieron lugar dos episodios harto importantes en la
historia del cristianismo: (1) El «descubrimiento» y conquista de
América. (2) La Reforma Protestante.
El «descubrimiento» y la conquista son bien conocidos, aunque rara vez
pensamos en ellos como parte de la historia de la iglesia.* Pero lo
cierto es que en un período de escasamente cien años las naciones
europeas se derramaron por el resto del mundo, y especialmente por
América, y que a causa de ello se multiplicó enormemente el número de
los que se llamaban cristianos. Esto es parte de nuestra historia, ha
dejado su huella en nuestro modo de vivir la fe, y debemos estudiarlo.
La conquista de América comenzó precisamente al mismo tiempo en que,
bajo Isabel y Fernando, España comenzaba a surgir como una gran
potencia europea.* Inmediatamente después del primer viaje de Colón,
se comenzó a organizar la empresa colonizadora mediante una serie de
bulas o decretos papales.* También casi inmediatamente (1511) empezó
la protesta contra los abusos que se cometían.* En esa protesta se
destacaron los nombres de Antonio de Montesinos y Bartolomé de Las
Casas.* Pronto el debate continuó en España, donde Francisco de
Vitoria discutió las justificaciones, falsas y verdaderas, para la
empresa española en «Indias».
La conquista empezó por las Antillas, donde bien pronto la población
indígena quedó diezmada, y se comenzó a importar esclavos negros.* De
allí pasó a México (1521), donde se destacó la labor de Fray Juan de
Zumárraga, y de donde partieron otras empresas colonizadoras y
misioneras.* Tanto de México como de las Antillas se emprendieron
empresas semejantes hacia Panamá y Centroamérica, así como hacia Nueva
Granada.* En este último territorio cabe mencionar la obra de San Luis
Beltrán entre los indios, y de San Pedro Claver entre los negros.* El
vasto reino de los incas fue conquistado en 1532, a lo que siguió un
confuso período de guerras civiles.* A la postre se estableció el
Virreinato del Perú.* En la «Florida» (que entonces se extendía hasta
las Carolinas) los españoles chocaron primero con los franceses, y
luego con los ingleses. El Virreinato de La Plata fue el último en
organizarse. En sus fronteras tuvieron lugar las célebres misiones de
los jesuitas en el Paraguay.
Al mismo tiempo que se llevaba a cabo esta empresa española, había
también expansión colonial y misionera hacia el Africa, donde los
portugueses se establecieron en el Congo, Angola y Mozambique.* Luego
continuaron hacia el Asia, donde se distinguió el misionero jesuita
San Francisco Javier.* Fueron también los Portugueses quienes se
establecieron en el extremo oriental de Sudamérica, dándole origen a
lo que hoy es Brasil.*
La fecha que normalmente se señala como el comienzo de la Reforma es
1517, cuando Lutero clavó sus famosas 95 tesis.* Aunque, como vimos en
el período anterior, ya había movimientos reformadores desde mucho
antes, lo cierto es que fue con Lutero y sus seguidores que el
movimiento cobró un ímpetu incontenible.
Tras una larga peregrinación espiritual, Lutero llegó por fin al
convencimiento de que la salvación es por gratia, mediante la fe.*
Esto le llevó a protestar contra la venta de indulgencias, y contra
toda la teología que se encontraba tras ella.* Su propia teología,
fundamentada en su entendimiento de la Palabra de Dios, pronto se
desarrolló en direcciones que confligían con la teología tradicional
en más de un punto.
Al comienzo de la Reforma siguieron años de incertidumbre.* Por un
tiempo, tras la Dieta de Worms (1521), Lutero estuvo exiliado en
Wartburgo. Luego se produjeron una serie de acontecimientos
importantes: la rebelión de los campesinos; la ruptura entre Lutero y
los humanistas al estilo de Erasmo, y la creciente presión contra los
protestantes por parte del emperador Carlos V y otros príncipes
católicos. Esto dio lugar a la Confesión de Augsburgo, en la que los
principales príncipes protestantes declararon y expusieron su fe.
Además se organizaron en la «liga de Esmalcalda», cuyo propósito era
defender a los príncipes protestantes frente a las amenazas de los
católicos. Tras largos conflictos tanto políticos como armados, se
llegó por fin a la Paz de Augsburgo (1555), que les garantizaba a los
príncipes protestantes el derecho a su religión.
Ya para entonces Lutero había muerto (1546).* Su principal sucesor,
Felipe Melanchthon, era más moderado que el gran Reformador. Por esta
causa y otras se produjo una serie de controversias entre luteranos,
hasta que se llegó a la Fórmula de Concordia, en el 1577.
Empero no todos los que abandonaron el catolicismo romano se hicieron
seguidores de Lutero y de sus puntos de vista. Pronto surgió otro
movimiento en Suiza, bajo la dirección primero de Ulrico Zwinglio, y
luego de Juan Calvino, que dio origen a las iglesias que hoy llamamos
«reformadas» y «presbiterianas».
Zwinglio, el reformador de Zurich, venía de un trasfondo humanista, y
llegó a conclusiones semejantes a las de Lutero por un camino
distinto.* Su interés estaba principalmente en retornar a las fuentes
del cristianismo, y por tanto rechazaba todo lo que no se encontrara
en el Nuevo Testamento. Fue también un fogoso patriota, y murió en el
campo de batalla.
El gran líder de esta tradición en la próxima generación fue Juan
Calvino.* Aunque natural de Francia, Calvino fue dirigente de la
reforma en Ginebra (Suiza). Su posición, más moderada que la de
Zwinglio, puede verse en su magna obra, Institución de la religión
cristiana, cuya primera edición no era sino un libro de bolsillo, y
terminó siendo cuatro gruesos volúmenes. En ellos Calvino sistematizó
la teología reformada, que pronto encontró seguidores, no solo en
Suiza, sino en todo el resto de Europa.
Otros tomaron posiciones más radicales, y sus enemigos les pusieron el
nombre despectivo de «anabaptistas» — es decir, rebautizadores. De
ellos vienen los menonitas y varios otros grupos.
Los anabaptistas llevaban hasta su última conclusión el principio de
que la iglesia debía ajustarse a las prácticas del Nuevo Testamento.
Esto les llevó a rechazar las relaciones entre la iglesia y la
sociedad en general, tales como éstas habían venido evolucionando
desde tiempos de Constantino. Siguiendo las enseñanzas del Nuevo
Testamento, se negaban a participar en las luchas militares de la
época. Algunos llegaron a pensar que la verdadera iglesia siempre
sería perseguida.
Entre algunos de ellos apareció una fuerte convicción de que el fin se
acercaba, y esto a su vez les llevó a posiciones cada vez más
radicales. A la postre algunos abandonaron su pacificmo y se dedicaron
a establecer el Reino de Dios mediante la fuerza de las armas.
Derrotados éstos, los elementos pacifistas, que nunca habían
desaparecido, volvieron a la superficie, y a partir de entonces el
anabaptismo se ha caracterizado por su pacifismo.
En Inglaterra hubo una reforma de carácter muy particular, que al
mismo tiempo que siguió la teología de los reformadores (y
especialmente de Calvino) mantuvo sus viejas tradiciones en cuanto al
culto y el gobierno de la iglesia.*. Esta es la Iglesia de Inglaterra,
de donde surgen las iglesias que hoy llamamos «anglicanas» y
«episcopales»
La ocasión de la Reforma en Inglaterra fue la necesidad que tenía
Enrique VIII de tener un heredero al trono. Cuando el Papa se negó a
anular su matrimonio con Catalina de Aragón, Enrique se declaró cabeza
de la iglesia en su reino, anuló su matrimonio, y contrajo nuevas
nupcias. Durante el reinado de Enrique las reformas fueron muy
moderadas, pues esto fue todo lo que el Rey permitió.
Bajo su hijo y sucesor Eduardo VI, que era menor de edad, los regentes
sí dieron grandes pasos en pro del protestantismo. Pero Eduardo murió
y le sucedió su medio hermana María Tudor.
Puesto que María era católica, durante su reinado se hizo todo lo
posible por deshacer lo que los protestantes habían hecho durante los
regímenes anteriores. Muchos fueron muertos (incluso el Arzobispo de
Canterbury, Tomá Cranmer) y muchos más fueron al exilio.
A la muerte de María, le sucedió su medio hermana Isabel, quien era
protestante y durante cuyo largo reinado la lglesia de Inglaterra se
afianzó. Los muchos exiliados que regresaron al país trajeron consigo
fuertes convicciones calvinistas, de modo que el calvinismo se
extendió por el país. El resultado fue una iglesia que, al tiempo que
era calvinista en su doctrina, continuó toda práctica tradicional que
no se opusiera a esa doctrina.
En parte como respuesta a la Reforma Protestante, y en parte debido a
su propia dinámica interna, la Iglesia Romana también pasó por un
período de reforma que a veces se llama «contra-reforma», pero que es
mucho más que eso.*
Buena parte de la teología católica de este período se dedicó a
refutar el protestantismo. Entre los teólogos que se ocuparon de esta
tarea se destacan Juan Eck, Pedro Canisio, Roberto Belarmino y César
Baronio, entre otros.
La reforma católica se manifestó también en el surgimiento de nuevas
órdenes monásticas. Santa Teresa de Jesús. con la colaboración de San
Juan de la Cruz, se dedicó a reformar la orden de los carmelitas, lo
cual resultó en la fundación de los «camelitas descalzos». La otra
gran orden fundada en esta época fue la de los jesuitas, fundada por
Ignacio de Loyola.
Además, poco a poco el espíritu reformador se fue adentrando en la
jerarquía católica, hasta que llegó a su apogeo en la persona del papa
Pablo IV (1555–59). Esta reforma era mayormente de carácter moral y
administrativo, pues al tiempo que se eliminaban los abusos y
corrupciones, se centralizaba el poder en el papado, y se defendía la
doctrina tradicional.
En el campo de la teología, hubo un despertar dentro del catolicismo
de la época, aun aparte de todo intento de refutar al protestantismo.
En esa labor teológica se distinguieron tanto dominicos como jesuitas.
Entre los dominicos, cabe mencionar a Tomás de Vio Cayetano, a
Francisco de Vitoria (de quien ya hemos hablado) y a Domingo Báñez.
Entre los jesuitas, además del propio Loyola, el teólogo más
importante fue Francisco Suárez.
El punto culminante de la reforma católica fue el Concilio de Trento,
que debido a una compleja serie de circunstancias políticas duró casi
dieciocho años (1545–1563). En él se condenaron las tesis
protestantes, se reafirmó la doctrina católica y se tomaron varias
medidas para la reforma moral y administrativa de la iglesia.
Por otra parte, aun después del Concilio de Trento, la cuestión de la
relación entre la gracia y el libre albedrío, que se había planteado
en la polémica antiprotestante, no quedó resuelta dentro del
catolicismo. Esto dio lugar a debates que llegarían a su culminación
durante el próximo período.
Hacia el fin del período, y no sin luchas y hasta guerras, el
protestantismo había echado profundas raíces en Alemania, Inglaterra,
Escocia, Escandinavia y Holanda. En Francia, tras largas guerras en
que la religión fue un factor importante, se había llegado a una
situación en la que, aunque el rey era católico, se toleraba a los
protestantes. En España, Italia, Polonia y otros países, los brotes de
protestantismo, a veces bastante fuertes, habían sido extirpados a la
fuerza.
Ya hemos dicho cómo el protestantismo se estableció en Alemania e
Inglaterra. En Escocia, el protestantismo se abrió paso gracias al
apoyo de los nobles, quienes lo tomaron por estandarte en su lucha
contra la corona. Su principal líder teológico fue Juan Knox. Cuando
el conflicto dio en rebelión armada, y la reina María Estuardo tuvo
que huir del país, el protestantismo logró su victoria definitiva.
Puesto que estos protestantes se oponían al episcopado, al que veían
como aliado de al monarquía, organizaron su iglesia a base de
presbiterios, y por ello se les conoce como «presbiterianos».
En Escandinavia, el protestantismo que se abrió paso fue el luterano,
y lo hizo sobre todo gracias al apoyo de reyes tales como Cristián III
de Dinamarca y Gustavo Vasa de Suecia.
En Holanda, el protestantismo, esta vez el calvinista, se volvió
elemento de identidad nacional en la rebelión contra los españoles,
que a la sazón gobernaban el país. Cuando Holanda se hizo
independiente, era francamente calvinista.
En Francia, el calvinismo logró numerosos adeptos, sobre todo entre la
nobleza. La cuestión religiosa se vio involucrada en la pugnas entre
antiguas casas de la nobleza. En 1572, se produjo la matanza de San
Bartolomé, en la que murieron miles de «hugonotes» —nombre que se les
daba en Francia a los protestantes. Luego vino una guerra civil de la
que salió vencedor y rey Enrique IV, quien antes había sido
protestante. Aunque Enrique se declaró católico, les concedió ciertas
libertades y garantías a sus antiguos correligionarios.
Por último, aunque no podemos seguir el curso del protestantismo en
todos los países, sí es importante señalar que en España hubo un
fuerte movimiento reformador que a la postre fue aplastado por la
inquisición. En ese movimiento se destacaron, entre otros, Juan de
Valdés, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera —estos últimos,
traductores de la Biblia al castellano.
7.
Los siglos XVII y XVIII
Durante este período las fuertes convicciones religiosas de diversos
grupos —especialmente de católicos y protestantes— llevaron a cruentas
guerras que en algunos casos diezmaron la población.* En Alemania y
buena parte de Europa tuvo lugar la Guerra de los Treinta Años (1618–
1648), posiblemente la más sangrienta que Europa había visto hasta
entonces.
A pesar de la Paz de Augsburgo, por largo tiempo continuó habiendo
encuentros y escaramuzas entre protestantes y católicos.* Por fin, la
guerra abierta comenzó en Bohemia, tras el episodio que se conoce como
«la defenestración de Praga» (1618). Los protestantes bohemios se
rebelaron, y las tropas católicas ahogaron la rebelión en sangre, no
sólo en Bohemia, sino doquiera los rebeldes tenían aliados. Los
daneses intervinieron entonces en defensa de los protestantes, y tras
cruentas batallas solamente se llegó a un armisticio que no satisfizo
a nadie. Poco después, los suecos invadieron Alemania bajo el hábil
mando de su rey Gustavo Adolfo. Este logró importantes triunfos para
los protestantes, pero murió en el campo de batalla. Por fin, la
Guerra de los Treinta Años terminó con la Paz de Westfalia (1648), que
garantizaba la libertad religiosa, aunque únicamente para católicos,
luteranos y reformados.
En Francia se abandonó la anterior política de tolerancia.*
Esa tolerancia se basaba en la concesión de un número de plazas
fuertes a los protestantes. Empero Richelieu, el ministro de Luis
XIII, al mismo tiempo que favorecía a los protestantes en la Guerra de
los Treinta Años, no podía tolerar la existencia dentro de Francia de
tales baluartes protestantes. Ello llevó de nuevo a la guerra
religiosa, que culminó en el sitio de La Rochelle, el último reducto
protestante.
El próximo rey, Luis XIV, le puso fin a la tolerancia religiosa
mediante el Edicto de Fontainebleu (1685), que prohibía el
protestantismo.
A pesar de ello, el protestantismo continuó existiendo en Francia, en
lo que se llamó «la iglesia del desierto».
En Inglaterra tuvo lugar la revolución puritana, que llevó a la guerra
civil, la ejecución del rey Carlos I, y otra serie de guerras, para
por fin llegar a una situación muy parecida a la que existía antes de
la revolución.*
Isabel murió sin dejar descendencia, y su sucesor fue su primo Jaime,
quien ya era Rey de Escocia. Bajo Jaime y bajo su hijo Carlos I, hubo
cada vez mayor descontento con la política religiosa oficial. Los
«puritanos» insistían en una iglesia purificada de todo lo que no
fuera bíblico, y fueron encontrando cada vez más apoyo en el
Parlamento. Los reyes seguían políticas más tradicionales, y se
apoyaban en los obispos, en su mayoría sumisos a la corona. El
Parlamento convocó la Asamblea de Westminster, cuya Confesión (1647)
vino a ser documento fundamental de la ortodoxia calvinista. Por fin,
los conflictos entre el Rey y el Parlamento llevaron a la guerra
civil, con la consecuencia de que Carlos I, derrotado por el
Parlamento, fue ejecutado (1649).
Vino entonces el «Protectorado» de Oliverio Cromwell, quien se había
distinguido en la guerra civil. Al mismo tiempo, los puritanos se
dividían cada vez más, de modo que había «independientes»,
«presbiterianos», «sabatistas», «niveladores», etc., etc. A la muerte
de Cromwell, su hijo Ricardo no pudo continuar su obra, y por fin la
monarquía fue restaurada en la persona de Carlos II. Esto a su vez
trajo una reacción contra los puritanos, que continuó bajo el reinado
de Jaime II. Pronto se temió una restauración católica.
Por fin los ingleses se rebelaron, Jaime II fue derrocado, y le
sucedieron Guillermo de Orange y su esposa María (1688).
Tras todas estas guerras se encontraba el espíritu inflexible de las
diversas ortodoxias —católica, luterana y reformada.* Para cada una de
estas ortodoxias, cada detalle de doctrina era sumamente importante, y
por tanto no se debía permitir la más mínima desviación de la
ortodoxia más estricta. El resultado fue, no sólo las guerras
mencionadas más arriba, sino también una serie interminable de
contiendas entre católicos, entre luteranos y entre reformados,
quienes no lograban ponerse de acuerdo ni siquiera con sus propios
correligionarios.
Las discusiones entre católicos giraron en torno a la autoridad del
papa (galicanismo, febronianismo, josefismo),* y a la relación entre
la gracia y la participación humana en la salvación (jansenismo,
quietismo).*
Ya hemos mencionado que, inmediatamente tras la muerte de Lutero,
surgieron controversias entre los seguidores de Melanchthon
(«filipistas») y los luteranos estrictos.* Pero aún tras la Fórmula de
Concordia las controversias continuaron. Era la época del
«escolasticismo protestante», cuya metodología se parecía mucho a la
del escolasticismo medieval. Se trató de definir todo detalle de
doctrina, y no se permitían «desviaciones» como la de Jorge Calixto y
su «sincretismo».
La ortodoxia reformada, de espíritu muy parecido a la luterana, centró
su atención sobre la predestinación y la gracia.* Sus dos puntos
culminantes fueron el Sínodo de Dordrecht (o de Dort, 1618–19) y la
Asamblea de Westminster. El primero condenó el arminianismo—doctrina
que, según pensaban los calvinistas más estrictos, le concedía una
participación demasiado activa al humano en el orden de la salvación,
y por tanto subvertía la doctrina de la gracia soberana de Dios. La
segunda promulgó la Confesión de Westminster
Una de las diversas reacciones a esta ortodoxia estricta, y al daño
obvio que estaba causando, fue el auge del racionalismo.*
Aunque tuvo precedentes mucho antes, se puede decir que el
racionalismo comenzó con la obra de Renato Descartes, y su intento de
aplicarle los principios matemáticos a la búsqueda de la verdad. En el
continente europeo, Spinoza y Leibniz le dieron mayor ímpetu. En Gran
Bretaña, tomó la forma, primero, del empirismo de Locke, y luego del
deísmo. En Francia, llevó a la Ilustración, que a su vez sirvió de
base ideológica para la Revolución Francesa. Hacia el final del
período, con las críticas primero de Hume y luego de Kant, comenzó a
verse que la «razón» no era tan objetiva como se pensaba.
Otra consecuencia fue el surgimiento de una serie de posturas que
subrayaban más la experiencia y la obediencia que la ortodoxia. Tales
fueron el pietismo y el movimiento moravo entre los luteranos, y el
metodismo entre los anglicanos.
Los grandes líderes del pietismo luterano fueron Felipe Jacobo Spener
y Augusto Germán Francke.* Ambos insistían en un despertar y cultivo
de la piedad personal, a base de pequeños grupos y de una disciplina
espiritual. El movimiento, atacado por los luteranos ortodoxos, logró
su mayor expresión en el movimiento misionero, del cual los ortodoxos
no se ocupaban.
Los moravos que se establecieron en tierras del conde Zinzendorf
pronto fueron contagiados por la fe viva de Zinzendorf, y se
distinguieron por su celo misionero.*
El metodismo, fundado por Juan Wesley y su hermano Carlos, fue
originalmente un movimiento dentro de la Iglesia de Inglaterra, de la
cual no deseaba separarse.* Como el pietismo alemán, insistía en la fe
personal, fomentada en pequeños grupos o «clases». A la postre se
separó de la Iglesia de Inglaterra. Creció principalmente entre las
masas que sufrían las consecuencias de la Revolución Industrial, que
tuvo lugar en Inglaterra antes que en el resto de Europa.
Otros, descontentos tanto con la ortodoxia como con el pietismo,
siguieron la opción espiritualista y se dedicaron a buscar a Dios, no
ya en la iglesia o la comunidad de creyentes, sino en la vida interna
y privada.*
Entre estos se destaca, primero, Jacobo Boehme (murió 1624), quien
insistía en que, teniendo el Espíritu Santo, no era necesario medio
físico alguno —ni siquiera la Biblia. Jorge Fox insistía en la «luz
interior», y la contraponía a la supuesta autoridad de la iglesia. De
su obra salió el movimiento cuáquero. Su más distinguido seguidor fue
Guillermo Penn, el fundador de Pennsylvania. A diferencia de Boehme y
de Fox, Emanuel Swedenborg fue un hombre altamente educado, quien
creía que sus revelaciones eran la respuesta y culminación de sus
conocimientos científicos.
Otros, en fin, decidieron abandonar Europa y partir hacia lugares
donde esperaban establecer una nueva sociedad regida por los
principios que ellos consideraban esenciales al evangelio —y que a
veces incluían la intolerancia hacia cualquiera posición distinta de
la de ellos. Este fue el origen de las colonias británicas en Nueva
Inglaterra.
Fue durante este período que se fundaron en Norteamérica las «trece
colonias» que más tarde les darían origen a los Estados Unidos. La
historia de estas colonias fue variada, y por tanto es necesario
estudiarlas por separado. Aunque desde el punto de vista de la corona
y de muchos de los empresarios se trataba de una empresa de carácter
económico, muchas de las personas que acudieron a esas colonias —y
algunos de sus fundadores— lo hicieron por motivos religiosos. Hubo
por tanto colonias en que predominaban los puritanos, o los católicos,
o los bautistas, etc.
No fue sino en el siglo XVIII que se produjo el «Gran Avivamiento» que
barrió las colonias, y que hizo mucho por darles el sentido de unidad
que más tarde las llevaría a formar un solo país.* La figura más
notable en ese avivamiento fue el teólogo calvinista Jonathan Edwards.
8.
El siglo XIX
Este fue el gran siglo de la modernidad.
Comenzó con una serie de convulsiones políticas que les abrieron el
paso a los ideales de la democracia y de la libre empresa —la
independencia norteamericana, la revolución francesa, y luego la
independencia de las naciones latinoamericanas.* Parte del ideal de
estas nuevas naciones era la libertad de conciencia, de modo que a
nadie se le obligara a afirmar aquello de lo que no estaba convencido.
La independencia norteamericana les planteó a las iglesias de ese
país, y especialmente a la Anglicana, la cuestión de sus relaciones
con Inglaterra.* A la postre, todas las iglesias en los Estados Unidos
se hicieron independientes. Según el país fue extendiendo sus
territorios hacia el occidente, primero a costa de las naciones
indígenas y luego de México, las iglesias que más rápidamente
crecieron en esos territorios fueron la bautista y la metodista. El
«Segundo Gran Avivamiento», parecido al primero, pronto desarrolló
tonalidades altamente emotivas, y marcó la pauta para lo qua a partir
de entonces serían los «cultos de avivamiento», que muchas iglesias
acostumbraron celebrar periódicamente.
Quizá el mayor reto a que tuvieron que enfrentarse las iglesias fue la
cuestión de la esclavitud, que a la postre llevó a la guerra civil, y
cuyo resultado fue la división de muchas iglesias.* Varias de esas
divisiones continuaron hasta bien avanzado el siglo XX.
El crecimiento del metodismo llevó al surgimiento de varias «iglesias
de santidad», que subrayaban el tema wesleyano de la santificación.*
En algunas de ellas comenzaron a aparecer rasgos carismáticos. En el
1906, se produjo en la Misión de la Calle Azusa, en Los Angeles, un
avivamiento del cual se deriva buena parte del movimiento pentecostal
moderno.
Pronto el protestantismo norteamericano, en todas sus manifestaciones
denominacionales, fue una fuerza misionera que se hizo sentir
alrededor del globo.
Esta fue la época en que aparecieron movimientos e interpretaciones
teológicas tales como el dispensacionalismo, cuyo principal
instrumento de propagación fue la Biblia comentada de Cyrus Scofield.
Y fue también el período en el que el choque entre los nuevos
conocimientos y las antiguas interpretaciones de la fe se hizo más
agudo. El resultado más importante de ese choque fue el
fundamentalismo, movimiento que tomó ese nombre por razón de los cinco
«fundamentos» de la fe cristiana que promulgó en Niágara en 1895.
Y fue también la época en que surgieron nuevas religiones con rasgos
tomados del cristianismo, como los mormones, los testigos de Jehová y
la ciencia cristiana.*
Aunque buena parte de su ideología política era semejante a la de la
revolución norteamericana, la revolución francesa tomó un giro muy
distinto en l

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