La rutina es la misma Cada cierto tiempo, en el mes de noviembre, la
zapatería MD aprovecha la conmemoración del Día en Contra de la
Violencia hacia las Mujeres para lanzar una campaña que promueve el odio
hacia las mujeres y banaliza las luchas sociales en favor de la
igualdad y el derecho a vivir una vida libre de violencia. En el pasado
esta zapatería ha asociado la compra de zapatos de las mujeres con la
envidia entre mujeres, el odio hacia los hombres y con actividades
delictivas realizadas por las maras. Después logró relacionar una
colección de zapatos “de muerte” con el incremento en los feminicidios, y
ahora, se burla de la lucha del feminismo por construir una sociedad en
donde hombres y mujeres tengan los mismos derechos y oportunidades,
para reducirlo a un cliché, esto es, a la posibilidad de una mujer de
poner una garrafa de agua en el enfriador y/o de mojar sus zapatos en un
charco.
Como ocurre usualmente, estas campañas generan controversias.
Provocan alguna que otra reacción aislada de indignación entre las
organizaciones de mujeres y/o mensajes de protesta en las redes sociales
de la empresa, que son eliminados de estas cuentas. Excepcionalmente
la institucionalidad del Estado responsable de garantizar la igualdad y
el derecho a una vida libre de violencia de las mujeres (ISDEMU, PGR,
PDH) hace una tímida declaración en contra de la campaña. Pero al final
el resultado es el mismo: la zapatería aumenta sus ventas, se beneficia
de publicidad gratuita y, su mensaje de odio hacia las mujeres y hacia
lo femenino queda sembrado en el imaginario social popular de quienes
compran y no compran sus zapatos.
¿Por qué la zapatería MD continua recurriendo a esta publicidad
“políticamente incorrecta” (e incluso ilegal) en un país como El
Salvador que cuenta con una amplio marco jurídico institucional que
prohíbe y sanciona las expresiones de odio y de burla hacia las
mujeres?.
Las motivaciones de esta conducta empresarial son variadas, pero
tienen en la base un denominador común: MD es una empresa misógina, una
empresa que a pesar de obtener altos niveles de rentabilidad de la venta
de zapatos a las mujeres, las odia, a ellas y a todo lo que tenga que
ver con lo femenino. La zapatería MD no quiere solo ejercer control y
dominio sobre las mujeres, sino que quiere verles humilladas,
despreciadas y sí es posible, verlas muertas.
La misoginia es equivalente a la homofobia y al racismo, y como
ellas, es dañina para la sociedad, y debe ser denunciada, perseguida,
sancionada y erradicada, ya sea ésta una conducta individual,
colectiva, institucional o empresarial.
Pero asumamos este asunto con objetividad. Las instituciones que
podrían hacer algo al respecto (ISDEMU, Ministerio de Gobernación,
Defensoría del Consumidor) no tienen la capacidad ni la voluntad de
perseguir ni de sancionar la conducta misógina de la zapatería MD. Las
gremiales empresariales que tanto exhortan a la responsabilidad social
empresarial (FUNDEMAS, Asociación de Medios Publicitarios, Consejo
Nacional de la Publicidad) tampoco moverán un dedo en contra de una
empresa que se considera modelo exitoso de negocios y fuente de jugosos
contratos publicitarios. Por su parte, las pocas organizaciones
feministas “históricas” que aún sobreviven al proceso de “oenegización”
o de institucionalización en el Estado, están tan dispersas y
debilitadas, que difícilmente podrían tener el liderazgo necesario para
la construcción de la contra hegemonía frente a la campaña de MD, más
allá de conferencias y uno que otro comunicado de prensa.
Entonces: ¿Quién o quienes podrían ponerle el “cascabel” a la
zapatería MD y al resto de empresas misóginas que actúan impunemente en
El Salvador? No sé exactamente sus nombres, ni tampoco conozco los
espacios de organización e incidencia en los cuáles actúan. Pero les he
visto, les he escuchado y les he leído. Son jóvenes, hombres y mujeres,
que se mueven entre las aulas universitarias y las redes sociales, que
aceptan y respetan la diversidad tanto la diversidad sexual como la
diversidad de opciones políticas, que creen profundamente en el respeto a
la libertad y a la dignidad de las personas, y que a diferencia de las
generaciones que les hemos precedido, tienen las capacidades, la
generosidad y la potencialidad de transformarse en agentes de cambio de
la sociedad patriarcal.
No son todos ni todas, pero sí son la masa crítica de juventud que
necesitamos para hacer diferentes las cosas. Acompañémosles,
apoyémosles, sí se deciden a tomar esta nueva bandera en sus luchas. No
tenemos más que perder, pero sí mucho que ganar.
(*) Columnista de ContraPunto.
el 11/17/2015 05:12:00 a. m.