La ciencia que no se comunica no existe

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Ezequiel Galpern

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Jul 8, 2022, 7:19:35 PM7/8/22
to to...@df.uba.ar, grad...@df.uba.ar, grad...@googlegroups.com
Hola,

Me tomo la libertad de compartirles una opinión sobre el sistema de publicaciones... espero genere un poco de polémica


saludos,
Ezequiel Galpern

Echamos un vistazo al complejo mundo de las publicaciones científicas y al objeto fetiche de estos días: el paper. 📄
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Con la ciencia no alcanza,
sin la ciencia no se puede.

Conversemos sobre ciencia, tecnología y política.

Hola gente, ¿cómo andan? Acá Lucy, encantada de nuevamente tomar la palabra en este canal de comunicación que hemos establecido. Precisamente de eso me interesa que hablemos hoy: poner la lupa en la comunicación, pero esta vez no entre vos y yo, sino entre quienes se dedican a la ciencia y la tecnología. Si la cámara me acompaña, vamos a echar un vistazo al complejo mundo de las publicaciones científicas y al objeto fetiche de estos días: el paper. 
 


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Una vuelta, estaba entrevistando a una bioquímica rosarina muy grosa y ella dijo algo que me quedó grabado: nadie hace ciencia solo. Con el tiempo fui entendiendo que esto es algo que va mucho más allá del mero trabajo en equipo. La hiperespecialización de las ciencias hoy en día hace que solo otres científiques sean capaces de juzgar la coherencia de nuevas afirmaciones y la solidez de los trabajos de sus colegas. Es la famosa evaluación por pares. Y aun más, en determinados contextos y disciplinas de producción científica, un nuevo aporte solo va a ser considerado conocimiento más o menos establecido hasta que otra gente sea capaz de seguir los mismos pasos e, idealmente, llegar a los mismos resultados, lo que se conoce como replicabilidad. Sea en ciencias experimentales o no, la mirada crítica de los pares es lo que permite detectar buenas y malas prácticas, afirmaciones falaces de otras bien fundamentadas. Es lo que hace que, a veces, usted se tenga que arrepentir de lo que dijo. El conocimiento, entonces, se construye de forma intersubjetiva.

Para que esto sea posible hay algo muy básico: la comunicación. ¿Cómo se comunica la ciencia entre les científiques? Bueno, hay muchas formas. En las ciencias sociales y humanidades se usa muchísimo el libro para trabajos de largo aliento; los congresos son momentos de interacción y café berreta donde se presentan resultados frescos o avances de trabajos en proceso; pero más que nada, en el cotidiano les científiques se leen a través de los famosos papers o artículos de investigación publicados en los famosos journals o revistas académicas especializadas. Las primeras surgieron alrededor de mediados del siglo XVII en Inglaterra y Francia (¿antes de eso? Cartas, mis querides). A partir de entonces se fue consolidando el modelo del artículo de investigación revisado por pares evaluadores, publicado en revistas que salen un par de veces al año, y que van reportando los avances más recientes en cada campo. Allá lejos y hace tiempo hablábamos de revistas físicas, en papel, con muchas más páginas y muchos menos dibujitos que el Anteojito (ustedes son muy jóvenes y no se acuerdan). Ahora, imaginense lo que representaba en la era analógica predigital mantener una publicación así: había que recibir el manuscrito, contactar evaluadores, enviarles sendas copias del texto, y, una vez que volvían ambos dictámenes y el artículo se aprobaba para su publicación, venía la edición, la maquetación, la preparación de los originales, la imprenta, la distribución alrededor del mundo de ejemplares de la revista.

Esto hizo que las instituciones científicas fueran “tercerizando” el temita de la publicación y empezaran a surgir algunas editoriales especializadas. La cuestión es que estas editoriales se manejan como cualquier otra editorial comercial: como empresas con fin de lucro. Y aparece acá el problema: para leer los artículos publicados en una revista científica, por lo general hay que pagar. Las suscripciones institucionales, coordinadas por ministerios, bibliotecas de universidades o centros de investigación, ya marcan diferencias entre quienes tienen más recursos, que pueden pagar suscripciones a un abanico más amplio de revistas, y quienes cuentan con menores presupuestos. Pero todas estas instituciones se enfrentan a un gasto doble. Por un lado, se financian los proyectos de investigación y los salarios de les científiques, y, además, luego hay que pagarle a la revista para que podamos leer el artículo publicado como fruto de ese mismo trabajo. Esto es particularmente grave en regiones donde la ciencia se financia con fondos estatales, porque, básicamente, hay una transferencia directa de recursos públicos hacia el sector privado, sobre todo pensando que les investigadores no reciben ningún pago por oficiar como evaluadores, lo cual es el nodo de la legitimidad de toda publicación científica.

Con la llegada de Internet parecía que cambiaba todo, pero cambió poco y nada: los costos de publicación se redujeron muchísímo y las ganancias aumentaron. Fijense el negoción para las editoriales: para generar un documento digital, se invierten recursos y trabajo una sola vez, pero después se puede cobrar infinitas veces por cada acceso. Exactamente igual que leer algunos diarios online: podemos leer la portada pero cuando queremos entrar a la nota que nos interesa, ¡contenido exclusivo solo para suscriptores, venga esa tarjeta de crédito! A la vez, el mercado de la edición científica se concentró más y más mediante fusiones y conglomerados de empresas que fueron comprando a editoriales más pequeñas, hasta conformar un oligopolio. Hoy en día hay cinco megagrupos comerciales que, se calcula, son dueños de más de la mitad de todas las revistas científicas del mundo. 

 

Si nos organizamos, publicamos todes

¿Hay alternativas? Sí, y de hecho América Latina es referente mundial en modelos de publicación que se salen de esta lógica comercial. Entra en escena el Open Access, esto es, el Acceso Abierto: la iniciativa que plantea el acceso público y gratuito a la información científica sin restricciones. El acceso abierto se basa en tres Bs: Budapest, Bethesda y Berlín (bueno y bonito aplicarían, lo de barato ya lo veremos). En Budapest, en 2002, se presentó oficialmente la iniciativa de Open Access brindando esta definición básica e instando a gobiernos, instituciones y universidades a pensar la comunicación científica de esta manera. En 2003, la declaración de Bethesda avanzó en esa dirección e incluyó a la publicación como parte integral de la investigación científica. El mismo año, en Berlín, salió otra declaración que enfatizaba el derecho de les lectores a generar obras derivadas de los trabajos y los datos libremente disponibles, siempre citando a las fuentes originales.

Cuál fue la reacción de las editoriales privadas: primero no dieron mucha bolilla al incipiente movimiento, después se opusieron, después empezaron a ceder, y actualmente se está avanzando hacia revistas abiertas y publicaciones efectivamente puestas a disposición libre y accesible. Pero, como siempre hay un pero, y las editoriales tienen la cintura suficiente para no perder terreno, la tendencia es que el costo se transfiera al autor, bajo la forma de lo que se llama tasas de procesamiento de artículos o APC, por sus siglas en inglés (Article Processing Charges). Ya no se paga por cada artículo que querés leer: se paga por cada artículo que querés publicar. 

¿Los precios de estas tasas? Un estudio de 2014 mostraba cifras muy variables, desde 200 dólares por artículo hasta más de 3000. Datos más recientes, de 2020, ya señalaban valores máximos de 5000 dólares o más. Y esto sin contar extremos como el de la prestigiosísima revista Nature, que, en ocasión de la Semana del Acceso Abierto 2020, anunció que comenzaba su giro hacia el acceso abierto permitiendo publicar en esta modalidad en una serie de revistas de la marca Springer-Nature… por la módica suma de 9500 euros por artículo, esto es, aproximadamente 11200 dólares.

Podemos preguntarnos, ¿es esto acceso abierto? Para mí no. Potencialmente esta vía amplía el espectro de lectores, sí, pero reduce el de autores a aquelles que puedan pagar esas cifras. Y acá entra a jugar el valor de marca de las revistas porque el campo científico es un mundo que se mueve muy motivado por cuestiones de prestigio y reputación: no es lo mismo publicar en Nature o en Science que en una revista de la universidad de acá a la vuelta. Entonces siempre va a haber quienes puedan y estén dispuestes a pagar eso por publicar en Nature. Lejos de democratizar la cosa, esta vía refuerza un modelo en que la ciencia de elite la hacen, la escriben y la publican los ricos, mientras que los pobres... la leemos.

¿Alternativas a esta alternativa? La vía diamante al acceso abierto, en la que América Latina es pionera y sobre la que se viene trabajando casi desde que se inició la digitalización de las publicaciones científicas. De hecho, la mayoría de las revistas académicas latinoamericanas online ya nacieron con un modelo en el que no se cobra ni por publicar ni por leer. ¿Cuesta? Obvio que cuesta. Un estudio reciente y muy amplio muestra que las revistas de acceso abierto diamante se basan en mucho trabajo ad honorem, en contextos de recursos siempre escasos. Además, hay que remarla contra una cultura y sistemas de evaluación que en muchos casos siguen valorando más a las revistas “internacionales” y “prestigiosas”. Pero estamos hablando de otro paradigma que considera a la ciencia y a sus resultados como bienes verdaderamente públicos, no solo porque provengan de presupuestos estatales, sino porque en definitiva el espíritu de la ciencia es ese, ser un bien común, ser el baúl de conocimiento de la humanidad, donde el acceso al conocimiento y la cultura científica se piensen como un derecho y no una commodity para abultar bolsillos o curriculums. Y fijense si no será importante esto, que la secuencia genética del SARS-CoV-2, lo que posibilitó que científiques de todo el mundo emprendieran la carrera hacia la vacuna, se publicó el 10 de enero de 2020 no en un journal sino, primero, en un foro de virología, con un cartel que decía “sientanse libres de descargar, compartir, usar y analizar estos datos”.

De más está decir que esa es la filosofía del newsletter de Ideas de Pie: comenten y compartan libremente (eso sí, ¡siempre citando la fuente!). Un saludito, y nos leemos la próxima.

Esta entrega fue escrita por Lucy, especialista en comunicación pública de la ciencia y periodismo científico por la Universidad Nacional de Córdoba y becaria doctoral de CONICET en fuerte estado de tesis. 
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