Sangre De Campeones Sin Cadenas Pdf

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Rosette Allaband

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Aug 3, 2024, 5:41:26 PM8/3/24
to giolapene

Thorva, una Hermana de la Escarcha, tir de las riendas y, como respuesta, su gigantesco drvask se detuvo junto a la Madre Vrynna Pielmarcada de la Garra Invernal. La bestia peluda y desaliada resopl a modo de protesta, su respiracin tibia se converta en vapor en el aire.

Un viento que calaba los huesos recorra el paisaje desolado. No obstante, entre los miembros del grupo de asalto, Thorva era la nica que no portaba pieles pesadas ni indumentaria de cuero. Sus brazos, tatuados con una tinta ndigo en espiral, estaban descubiertos, pero ella no mostraba ninguna seal de incomodidad, puesto que el fro haba desistido en reclamarla haca ya mucho tiempo.

La imponente figura de la Madre Vrynna Pielmarcada estaba sentada a horcajadas sobre otro jabal drvask, un coloso colmilludo an ms grande que el que montaba Thorva. Gru y pisote el suelo con su gigantesca pezua hendida mientras le dedicaba a Thorva una mirada amenazante. Bast una patada de Vrynna para acallarlo.

La madre marcada era una veterana despiadada. Sus victorias eran muchas, todas ellas sangrientas, pero Thorva se negaba a ser intimidada. Aunque su nombre an no era conocido a lo largo del Frljord como el de la madre marcada, ella era una shamanka, alguien que soaba con la voluntad de los dioses. En ese sentido, incluso las matriarcas ms poderosas del Frljord saban que deban de respetar la fe ancestral.

El resto del grupo de asalto de la Garra Invernal detuvo sus monturas, esperando a su madre pielmarcada y a su shamanka. Haban mantenido un ritmo constante a lo largo del da, dirigindose al este, a las profundidades del territorio avarosano. Este era el primer alto que hacan en muchas horas, por lo que aprovecharon la oportunidad para desmontar, estirar la espalda y sacudir las piernas entumecidas.

Vrynna, cuyo rostro estaba recubierto de cicatrices antiguas, no respondi y sigui mirando hacia el sur. El ojo derecho de Vrynna estaba nublado y ciego, y tena un mechn blanco en medio de su cabellera oscura. Lo que sea que le hubiera provocado esas heridas, definitivamente dej su marca. Para los miembros de la Garra Invernal, esas cicatrices eran causa de orgullo y devocin, eran la marca de una sobreviviente.

La escarcha comenz a formarse alrededor de los nudillos de Thorva mientras apretaba sus manos, sus ojos se tornaban azul hielo. Sin embargo, ella saba cmo controlar su furia, por lo que se forz a respirar profundo.

Estaba claro que ni la madre marcada Vrynna ni la mayor parte de la Garra Invernal tenan tiempo suficiente como para dedicrselo a ella o a sus creencias. Tampoco ayudaba que Thorva hubiera decidido unirse al grupo de asalto sin invitacin. Sin duda, Vrynna pens que la figura de la shamanka podra distraer a los ms supersticiosos, socavando su objetivo y su autoridad.

En realidad, fue un instinto difuso pero convincente lo que motiv a Thorva a unirse al grupo de asalto, a pesar de las protestas iniciales de la madre pielmarcada. Haca mucho tiempo que haba aprendido a confiar en esos impulsos, eran un don. Los dioses la queran aqu, pero desconoca el propsito.

Thorva asinti, por fin. Era posible distinguir a una figura solitaria, apenas un poco ms visible que una sombra sobre la nieve. La idea de cmo Vrynna haba visto a la figura era algo que la sobrepasaba. Frunci el ceo al sentir una sensacin de picazn en la nuca. Haba algo extrao en quienquiera que fuese esa silueta...

Vrynna escupi despectivamente y condujo a su drvask para que girara y pudieran continuar. Los otros guerreros atendieron a su seal y enfilaron a sus pesadas y colmilludas monturas de nuevo a lo largo de la montaa para dirigirse hacia el este. Thorva fue la nica que permaneci all, mirando atentamente hacia la tormenta.

Aun as, haba algo que incomodaba a Thorva. Permaneci en el borde de la cresta, volteando a ver hacia el lugar en el que estaba el forastero solitario, a pesar de que, en realidad, no poda ver ms all de doce pasos adelante de ella. Fue por esto que la trajeron aqu?

Si Vrynna se viera forzada a elegir solo a una persona en todo el Frljord para pelear a su lado, escogera a Brokvar. Ms alto por media cabeza que el siguiente guerrero ms grande bajo su mando, Brokvar era tan fuerte que poda levantar a un drvask, y tambin completamente confiable. Viva para pelear, algo que haca muy bien, y llevaba consigo el mandoble Lamento Invernal.

Esa espada era legendaria en la Garra Invernal y haba pasado por varias generaciones de Hijos del Hielo durante siglos. Una esquirla de Hielo Puro incapaz de derretirse estaba incrustada en la empuadura de Lamento Invernal y una escarcha crepitante recubra su filo. Cualquiera que no fuese un Hijo del Hielo y que intentara tomarla, incluida Vrynna, sufrira un gran dolor e incluso la muerte.

El nico defecto de Brokvar era su supersticin. l vea presagios y profecas en todo, desde los patrones de vuelo de los cuervos hasta la sangre regada por la nieve y, para la mala suerte de Vrynna, prcticamente adoraba el suelo por donde caminaba esa shamanka engreda. Aun peor, al parecer otros guerreros bajo su mando haban adoptado su evidente devocin. Ella vio cmo varios de ellos asentan y hablaban en voz baja.

Al ver su cansado progreso a travs de la nieve profunda, Thorva supo que el forastero morira en una hora si ella se decidiera por dar la vuelta y alejarse. En realidad, era un milagro que hubiera llegado tan lejos, puesto que no estaba equipado para la brutalidad de la tundra ni contaba con el sentido de orientacin ms bsico para andar seguro.

Mientras se acercaba, sin inmutarse por el viento penetrante que azotaba el paisaje desolado, vio cmo trastabillaba. Una y otra vez, el forastero luch en vano por ponerse de pie, pero era obvio que no tena ms fuerzas.

Estaba lo suficientemente cerca como para apreciar la apariencia del forastero. Era un hombre, poda confirmarlo, ataviado con pieles y cueros, aunque no los portaba acorde al estilo del Frljord. El insensato no llevaba consigo una lanza, un hacha, una espada o un arco. Thorva neg con la cabeza. En la Garra Invernal, los nios siempre llevan una espada consigo, desde que aprenden a caminar. Si bien ella misma tena otras armas ms arcanas a su disposicin, siempre llevaba consigo tres cuchillas.

Ya era demasiado tarde ahora, pero Sylas de Dregbourne se dio cuenta de que haba subestimado burdamente la hostilidad cruda y abrumadora del paisaje freljordiano. Tena entendido que haba un gran poder mgico aqu, en el norte, y ahora que haba llegado, poda sentirlo prcticamente en sus huesos, pero tambin pareca un error el haber venido hasta ac.

Haba escogido a una decena de magos para que lo acompaaran hacia el glido norte, pero todos perecieron, uno tras otro, vctimas de tormentas de nieve, barrancos ocultos y bestias salvajes. Pens que la amenaza ms grande provendra de los brbaros freljordianos, pero, hasta ese momento, no haba visto ni una sola alma a lo largo de las semanas de su travesa.

Pens que se haban preparado correctamente: se haban envuelto en pieles y lana, y haban cargado los grandes y peludos bueyes con comida, madera para hacer fogatas, armas y monedas con las cuales hacer negocios, provenientes de los cofres y bales de los recaudadores de impuestos y de la nobleza de su tierra natal, Demacia.

De hecho, ya haba gestado una resistencia considerable dentro de los lmites de Demacia. Encendi los fuegos de la rebelin, pero se dio cuenta de que necesitaba ms combustible para que ardiera en verdad. En su celda demaciana haba devorado cada libro, crnica y tomo que pudo conseguir. En varios de ellos haba referencias sobre la gran y terrible hechicera y magia ancestral de las lejanas del norte. Ese era el poder que l necesitaba. Incluso ahora, de frente a la muerte, crea que el poder que buscaba estaba cerca...

Sin embargo, ni siquiera su terquedad era suficiente como para superar el fro implacable. Sus manos y dedos de los pies estaban volvindose negros y haca ya algn tiempo que estaban completamente entumecidos. Llevaba a cuestas un pesado letargo, una carga que lo jalaba hacia el suelo.

Pens haber visto a una columna de jinetes sobre una montaa distante hace un tiempo, pero no estaba seguro de si era real o el fruto de un delirio febril provocado por el agotamiento y la temperatura helada.

Thorva neg con la cabeza al ver cmo caa y apresur el paso de Diente Helado. El hombre no hizo ningn intento de levantarse esta vez. Ella pens que estaba muerto, reclamado por los implacables elementos que ella ya no poda sentir.

Si bien la Garra Invernal no tomaba prisioneros, en ocasiones s los esclavizaban, aunque uno que no pudiera ser domado o golpeado para que sirviera era solo otra boca ms que alimentar. Thorva no crea que los avarosanos fueran capaces de encadenar a alguien de esa manera. Podra haberse escapado de las tierras del sur y cruzado las montaas distantes?

Tom su bculo con las dos manos y lo us para empujar al forastero. Al no obtener una reaccin, Thorva coloc la base del bculo por debajo de su cuerpo y trat de usarlo como palanca para darle la vuelta. Era una tarea difcil, puesto que los gigantescos grilletes que llevaba el hombre consigo cubran casi la totalidad de sus antebrazos y eran muy pesados. Gruendo del esfuerzo, por fin logr darle la vuelta.

Gir inerte y su capucha de piel cay hacia atrs. Sus ojos estaban cerrados y hundidos, sus labios teidos de azul. Haba escarcha en sus cejas, en sus pestaas y en sus mejillas sin afeitar. Su cabello oscuro, atado en una coleta suelta, estaba igualmente congelado.

La mirada de Thorva se vio atrada por las cadenas alrededor de sus muecas. Si bien la Hermana de la Escarcha haba viajado mucho, pues los deberes de su fe la haban llevado a diferentes tribus a lo largo de los aos, estas ataduras hechas con una piedra plida desconocida no se parecan a nada que hubiera visto con anterioridad. Haba algo profundamente desconcertante en ellas. Incluso mirarlas resultaba incmodo; estaban fabricadas de tal forma que nunca podran removerse. Qu habra hecho este extrao para que lo controlaran con esas cosas alrededor de las muecas? Se convenci a s misma de que debi ser un crimen terrible.

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